Capítulo 33


Distinguido Jim Hawkins:

No sé si esta carta llegará a tus manos. Sin embargo, estoy bastante seguro de que no necesitas preocuparte por redactar la respuesta, a no ser que puedas enviar tu carta directamente al Infierno, si es que existe, que sin duda es donde yo me encontraré. Cuando leas la presente, yo seguramente ya estaré muerto, y ya habrás averiguado en qué rincón de la tierra pasé mis felices y últimos días.

Aunque ahora naturalmente miento, como era mi costumbre cada vez que me convino. Tan felices no han sido mis días en los últimos tiempos, para ser sincero. Y es culpa tuya, Jim, más vale que lo sepas. No sólo tuya, lo reconozco. Yo también he tenido mi parte en lo referente a mi paz de espíritu. Pero ¿cómo pudiste exponerme de aquella forma con tus palabras? Eso te pregunto, así de simple. ¿No entendiste que tu relato es un testimonio que puede llevar directamente a la horca a un tipo como yo? Te salvé la vida. ¿Lo has olvidado? Y tú me prometiste hacer cuanto estuviera en tu mano para salvar la mía. ¡Y ahora, esto! ¿Eso es lo que pretendías, no sólo ponerme en la berlina, sino que acabaran colgándome?

No, a pesar de todo no quiero creerlo. Primero sí, no voy a fingir, y menos cuando tuve tu escrito en mis manos, pero ahora lo he pensado más detenidamente. Tú eras un caballero en muchos sentidos, y me defendiste no sólo porque te salvé la vida. No, Jim, también me apreciabas por lo que yo era. Salta a la vista en tu escrito, ¿no? Pero también me tenías mucho miedo. Pero ¿quién no? Tienes buena compañía. Sí, lo oíste tú mismo. Hasta Flint vacilaba cuando yo me ponía en marcha.

Dicho de otro modo, me apreciabas; apuesto la cabeza, aunque ya no sea tan valiosa como antes, al menos para mí. Así pues, amigo mío, si es que puedo llamarte así, ¿cómo es posible que fueras tan despistado para escribir al mundo entero que quizá sigo con vida y que disfruto de mi propia negra y de mi loro, y que no es nada cierto que me cayera el castigo que merecía?

No pido que entiendas lo que yo ya había intuido, esto es, que nada sería peor pecado que dejar a John Silver morir en la horca. La humanidad, Jim, necesita un John Silver distinto de todos los demás. Sin el precio que han puesto a mi cabeza, nadie sabría lo que vale la pena ser en esta vida.

Sí, Jim. Así de terco he sido en los últimos tiempos, aunque seguramente la humildad nunca ha figurado entre mis virtudes; con toda seriedad, quiero decir que el mundo sufriría una gran pérdida si me colgaran como a un simple bandido, de modo que después cayera en el olvido. Porque así está establecido: a los tipos como yo no los cuelgan para que cumplan su condena o para escarmiento de la población, sino para poder olvidar que disfrutaron de una vida que valía la pena tanto o más que muchas otras. Sí, si a tipos como yo se les convierte en enemigos de la humanidad, si se les condena a muerte y se les cuelga, es para que los demás sepan lo que es bueno y lo que es malo en este mundo.

Estás oyendo, Jim, que al final he tenido algunos pensamientos. Tampoco hay mucho más que hacer cuando se está con un pie en el otro mundo, en especial cuando alguien como yo, lo sabes de sobra, tiene una sola pierna: en cualquier momento puedo caer en el agujero equivocado.

Claro que sería mucho pedir que lo entendieras. Todavía eres un hombre joven y naturalmente crees, en cierto modo con razón, que te queda toda la vida por delante. ¿Por qué ibas a comparar tu vida futura con la de un personaje que no sirve de ejemplo, como yo, y a cuya cabeza han puesto precio?

Aseguras que fueron Livesey y Trelawney quienes te pidieron que escribieras tus memorias. «¿Por qué? -pregunto yo-. ¿Porque corrían rumores desfavorables sobre aquellos a los que engañó un tipo como yo? ¿Porque Long John Silver, delante de las narices de todos, logró hacerse con todo el protagonismo? ¿O sólo porque Trelawney, según su costumbre, quería aprovecharse de algo que no le pertenecía?» ¡Hazte esas preguntas, Jim, hazlo!

Debieras recapacitar en una cosa, y es que yo podía exigir mis derechos sobre el tesoro de Flint, mucho más que un avaro como Trelawney. Naturalmente, tú recibiste tu parte del tesoro; a estas alturas serás un hombre adinerado. Sin embargo, quiero decirte una cosa, Jim: no eres mejor que cualquier miembro de la vieja tripulación de Flint. Vives sobre sus cadáveres, acuérdate de lo que te digo cuando vayas en carruaje, cuando empolves la peluca, saques tu cajita de oro de rapé y te cortejen las damas por ser un buen partido. ¿Qué vales? Diez mil libras quizá, lo suficiente para no mover un dedo durante el resto de tu vida. En eso te envidio, bien lo puedes creer. Yo tuve que esforzarme constantemente sólo para poder disfrutar de algunos años de gandulería ahora al final. No tuve tanta suerte como tú. ¡Ten cuidado con el dinero! ¡Compra la libertad, Jim! ¡Sólo para eso sirve el dinero!

Sí, ya te habrás dado cuenta de que no soy el mismo de antes, de cuando íbamos a toda marcha y yo ponía mis gavias para todo menos cuando soplaba la tormenta y era cuestión de aguantar o caer. Sufrí muchos naufragios, pero siempre conseguí salir con vida. Nadie me dirá que no hice lo que pude, o que tuve una vida que no me merecía. Eso es lo que cuenta: a pesar de los pesares no he sido un embaucador en ningún momento. Nunca fingí, mientras los demás, los que eran como yo, pretextaban ser mejores que sus compañeros.

Sin embargo, no entiendo por qué mentiste durante años sobre esto y sobre lo otro sin ningún provecho. Cualquier lobo de mar de Bristol supo naturalmente la noticia en cuanto la Hispaniola levó anclas y regresó. El mapa tampoco es el original. ¿Es que Flint se lo había dado realmente a Bones en 1754, tal como está indicado? En ese caso ¿había sobrevivido Flint treinta años? No, a mí no me vengas con ésas. Flint era un tipo extraordinario, es verdad, y duro de pelar, pero sólo navegó durante ocho años, y en los tres últimos le acompañó mi menda. Es bien bonito, ¿no te parece?

De otra parte, tengo que añadir que me pescaste a lo bobo algunas veces, como cuando iba contigo en jauría con los demás, camino del lugar donde Flint había enterrado el tesoro. Tenías ojos en la cara, siempre lo he dicho.

Entendiste que yo metía baza en cualquier situación, hasta el final, y que mi palabra de honor no habría valido como testimonio si, a pesar de todo, hubiéramos encontrado el tesoro. Lo que no entendiste, claro que sólo eras un muchacho, fue que me preocupara por los piratas tan poco como por los demás. Hiciste de mí un veleta, Jim, pero nadie era tan firme ni estaba tan sujeto a los principios como yo. «El tesoro y John Silver primero, la horca lo último», ésa era mi norma, y fui muy tajante con ella, te lo aseguro.

Pero no soy tonto, y puedo hacer que lo impar quede parejo.

Diste vida a un viejo cadáver, aunque no fuese toda la verdad. Claro que… ¿cómo ibas a intuir que yo también he estado escribiendo cómo fue mi vida de verdad, sin fantasías? Y aún no sé por qué. Seguramente imaginé que era para mantener la cordura, hasta que la muerte me separe de mí mismo. Fue absurdo, porque si hay algo de lo que uno tiene que estar alejado, para mantenerse cuerdo, es de la escritura.

Ahora probablemente creas que me he querido alzar y hacer un discurso en mi defensa o poner de manifiesto que tú no eras un testigo fidedigno. ¿De qué me iba a servir? No soy tan lerdo como para no entender lo que acostumbra a contar como bueno y malo en este mundo, y sé bien de qué parte estoy. Pero lo bueno y lo malo son un invento de la gente, lo mismo que lo correcto y lo incorrecto. ¿Por qué me iba a preocupar por eso, si según los mismos criterios he conseguido mi derecho a vivir?

Que sí, ya sé lo que piensas: que podría haber continuado manteniendo mi taberna en Bristol, la Spy-Glass, y quedarme en mi sitio, haber sido un comerciante decente, si es que eso existe. Pero tienes que saber que si volví a Bristol fue sólo para pescar a Billy Bones y apoderarme del mapa de Flint, y que todo lo que hice fue poniendo en peligro mi propia vida.

Bones levantó el vuelo, diablo de hombre, cuando murió Flint. Fue su venganza porque le tratamos como se merecía. Sí, ya sabes cómo era. Bocazas y tacaño, cobarde e indigno. Se imaginaba que podría pertrechar un barco y hacerse con el tesoro por su cuenta. ¡Como si hubiera tenido capacidad! El ron era lo único que tenía en la cabeza, y aún le sobraba bastante sitio. Lo poco que tenía en la mollera cuando nació había muerto tiempo atrás, gracias a las cantidades de aguardiente que había trasegado por su sedienta garganta.

«Pero no hay mal que por bien no venga», ya lo dice el refrán. Bones perdió la sesera, pero a cambio consiguió el mapa. Porque ¿quién si no Billy Bones hizo compañía a Flint cuando se emborrachó hasta la muerte en Savannah?

Si Flint hubiera estado en sus cabales, si es que alguna vez lo estuvo, no habría dejado el mapa en manos de un desalmado como Bones. Flint recibió su castigo, porque tan pronto como Bones le hubo echado el guante al mapa, dejó morir a Flint ahogado en sus propios vómitos. Darby M'Graw lo encontró. M'Graw se inquietó cuando no oyó gritar ni aullar a Flint, como era habitual después de su ración, una botella por cada vaso roto.

Me acuerdo como si fuera ayer. ¡Vaya espectáculo! Seguro que no te crees lo que estás leyendo, Jim, pero había algunos que lloraban a lágrima viva, pero no de dolor, sino porque perdían el coraje. Habían pasado toda su existencia sin ver más allá del horizonte. La mayoría había olvidado lo que había más allá de la popa y tampoco les importaba. Aparte de aquello, todo estaba desierto como una tumba. Ahora, con Flint muerto, de golpe tenían que pensar por sí mismos, tomar decisiones y darle un rumbo al caos de la vida. Fue como si tuvieran vértigo y se vieran obligados a subir hasta la cofa.

Incluso yo estaba afectado. Sin Flint todo había terminado. Era el último de los grandes, el único que había salvado la vida hasta que él mismo puso fin a sus desgracias. Sin él estábamos perdidos. Le tenían miedo e incluso lo detestaban a bordo, pero era inmejorable en su terreno. Se había tomado libertades a costa de la tripulación, había gozado de mujeres a bordo en contra de las normas; había enterrado gran parte de lo que nos pertenecía a todos para que nadie se pudiera retirar, había matado a una docena de los nuestros por cobardes, pero Flint era Flint, un excelente capitán en combate, cuidadoso de su pellejo, del mío y de los nuestros, y un consumado navegante por la gracia de Dios.

Nadie, y en aquel entonces teníamos a mucha gente buena a bordo, le superaba a la hora de maniobrar el barco cuando las cosas se torcían.

Así pues, pasamos seguramente un par de días con Flint rondándonos la cabeza y un par de noches en vela empapadas en ron, antes de que yo, y que conste que fui el primero, empezara a pensar en el mapa de Flint. Lo registré de pies a cabeza, sin éxito. Revolvimos su camarote, bueno, el Walrus entero, sin encontrar ni el menor rastro de la mano de Flint. Después hubo alguien, Hands, creo, que preguntó por Billy Bones, que había estado emborrachándose con Flint hasta el fin. Y entonces descubrimos que el llamado Bones había puesto pies en polvorosa y que el esquife había desaparecido.

Los hombres gritaron de rabia. Se hizo nuevo juramento acerca de que nuestro grupo no se disolvería hasta que Bones estuviera muerto, hasta localizar el mapa y rescatar el tesoro. Una parte de la tripulación me eligió a mí como una especie de capitán, ya sabes quiénes. A Flint lo echamos por la borda sin más miramientos, ahora que de nuevo había ánimo para seguir viviendo.

Bajo mi supervisión como contramaestre, se repartieron los botines a partes iguales. Construimos cuatro barcos pequeños con el maderamen del Walrus y quemamos luego lo que quedaba de él. Al final hicimos una fiesta como pocas y acabamos con toda la bebida y toda la comida que no iba a caber en los barcos pequeños. El festejo duró una semana entera, y casi nunca he visto una banda de caballeros de fortuna más triste y espantosa que aquellos hombres pálidos y ojerosos que se volvieron a sus barcos y pusieron rumbo cada cual a un punto cardinal sin volver la vista atrás.

Aquí tienes la historia, Jim. Los últimos piratas, los peores de todos ellos, acabaron así en la tumba para felicidad de todos los usureros de las compañías comerciales.

No sé qué pasó con los otros tres barcos; viajaban treinta hombres en cada uno. Probablemente algunos fueron apresados y ahorcados, otros murieron borrachos perdidos o acabaron sus días como pobres mendigos, es decir, lo habitual. Pero no fue así con los que estaban a mis órdenes, te lo aseguro. Dimos con las huellas de Bones y supimos que había vuelto a Inglaterra. Ahí tienes la respuesta, Jim, el porqué me encontraste en Bristol.

No volví para llevar una vida honrada, como se suele decir. ¿Cómo lo iba a hacer, con un historial como el mío? Volví expresamente por la sed de dinero, ¡recuérdalo! Volví a Bristol con un peligro constante para mi vida y mi pellejo, el poco que me quedaba. ¡Recuérdalo!

También te quiero decir, antes de que se me olvide, que para ese que la humanidad llama enemigo del Rey, del Parlamento, o «terrorista», como le denominan los papistas, para un tipo así no es posible cambiar de rumbo. Antes de morir se le ofrecen sólo dos vías si es que quiere vivir como una persona con sentido común. Una es mantener el rumbo. La otra, dejarse llevar a la horca.

No hay otro camino si no quiere vivir escondiéndose el resto de sus días y temer constantemente por su pellejo sin poder confiar en nadie. «Amnistía», dirás quizás. Hay caballeros de fortuna que se han acogido a la amnistía. Claro, digo yo, pero ¿cómo es su vida a partir de entonces? Su Majestad quizás otorgue amnistía y clemencia, pero ¿lo hace la gente corriente? ¿Y los usureros?

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