Esta mañana, como tantas otras, palideció la negrura de la noche de forma imperceptible y lenta, y lo negro se convirtió en azul por todas partes salvo por el este, donde el primer despunte del sol lanzaba llamaradas como lenguas de fuego. Aquí en Madagascar uno apenas se da cuenta de cuándo amanece y cuándo anochece. La aurora y el ocaso son como la chispa del disparo de cañón. En Bristol, según recuerdo, el sol se ponía tan despacio sobre el mar de Irlanda que era como si se quedara suspendido en el horizonte para siempre. Aquí, de golpe, la luz inunda todos los rincones. El único recuerdo de la oscuridad era el perfil de las sombras.
El papel ocre estaba ante mí, bañado por la luz intensa, sin una sola palabra escrita, seductor como el cuerpo soleado de Elisa, irresistible como los ojos insobornables de Dolores, abierto a todas las historias y a todas las vidas. Era sólo cuestión de elegir, optar por algo concreto y descartar el resto.
Pero ya ha transcurrido la mañana y el papel sigue ahí todavía. Se me ha ocurrido que ya no me queda nada de valor que poner por escrito. La vida de John Silver está acabada, así es. La obsesión por escribir se ha desvanecido; la locura de escribir un cuaderno de bitácora desaparece cuando se ha acabado el viaje. Estoy vacío como una botella de ron liquidada.
A pesar de todo no me quejo. Los cadáveres los he tirado por la borda, y también al mismo John Silver. Ya no necesito arrastrarlo ni a él ni a ningún otro. Ni siquiera Flint va a aparecer de nuevo, estoy seguro. Si pueden, que vivan en paz y sin mis ganas de toquetearlo todo, y que se mantengan por sí mismos con las piernas que les queden.
Han pasado los días. ¡Qué horroroso vacío! ¿A qué espero? ¿La muerte? Es la peor espera de todas, la espera de la nada absoluta. Es vergonzoso, pero, ¿no sería mejor tachar esta mierda que trata de mí, de Long John Silver, dibujar una calavera sobre el cuaderno de bitácora y acabar de una vez por todas? Siempre he dicho que era pecado hacerlo uno mismo, no atreverse a vivir la única vida de que se dispone. Cuando la vida de todas formas ha llegado a su fin y lo único que queda es una carcasa podrida con los mástiles agrietados y unos palos que ya no pueden mantener las velas… ¿A quién demonios le importará si he pecado contra mí mismo y si he violado mis normas cuando esté muerto? A mí desde luego que no; a pesar de todo, soy el pariente más cercano en este caso.
Han pasado más días. ¿Semanas? ¿Meses? Todavía sigo vivo. Hoy, por primera vez desde que acabé, me he sentado frente al escritorio. Allí estaba la vida de John Silver tal y como fue. Aposté por él, hojeé por aquí y por allá y, de repente, me invadió una extraña sensación. Fue ternura, orgullo, vergüenza, incertidumbre, asombro, repugnancia, todo mezclado. ¿Había sido realmente esto lo que yo quería, que John Silver estuviera ahí pudriéndose igual que yo?
Y entonces fue cuando empecé a pensar en ti, Jim, y al hacerlo, analicé mis reivindicaciones: que John Silver no conociera jamás el descrédito, que no tuviera que aguantar rebatimiento alguno, que contara siempre con la última palabra -su seña de identidad por excelencia- y, en su defecto, con el derecho a participar, para que la gente supiera que también él era una persona, un hombre solo y muy suyo, celoso de su libertad, pero un hombre al fin y al cabo. Y ante esto, Jim, me emocioné hasta las lágrimas. «Por lo menos esto se lo debo a John Silver», me dije al pensar en todo lo que él me ha dado, y tengo que concederle la oportunidad de que se sobreviva a sí mismo. ¿Es que también él, lo mismo que muchos otros, ha existido inútilmente? ¡Claro que no! No fue una cagada de mosca, ni tampoco el rocío que se evapora en la nada.
Así que pienso seguir con vida un rato más, aunque me dé vergüenza, hasta el momento en que un barco lleve a John Silver hacia ti. Serás su responsable, Jim. Confío en ti. No tengo a quién encargárselo. Te he escrito una nota que explica lo que te ha llegado a las manos.
Es todo, Jim. Te deseo una vida larga y feliz. Y probablemente estarás de acuerdo conmigo en lanzar un «viva» por nuestro viejo compañero de barco. ¡Viva John Silver!