Con el tiempo mis meditaciones y estudios empezaron a dar fruto. La cosa en realidad empezó a finales de enero, una noche muy fría en el silencio mortal del bosque cuando casi me pareció oír unas palabras que decían: "Todo está muy bien, por siempre y siempre y siempre."
Solté un tremendo grito, era la una de la madrugada, v los perros dieron un salto y se movieron alegres. Me sentí como aullando a las estrellas. Uní las manos y recé:
– ¡Oh, sabio y sereno espíritu de la Iluminación! Todo está muy bien por siempre y siempre y siempre y te doy las gracias, todas mis gracias, amén.
¿Qué me importaba la torre de los vampiros y el semen y los huesos y el polvo? Me sentía libre y, por lo tanto, era libre.
De pronto, tuve ganas de escribir a Warren Coughlin, en quien ahora pensaba intensamente, y recordaba su humildad y silencio entre los inútiles gritos de Alvah y Japhy y de mí mismo:
– Sí, Coughlin, ahora es reluciente y lo hemos conseguido. Hemos llevado a América como una manta brillante hasta ese más brillante Ya de ninguna parte -dije.
En febrero empezó a hacer menos frío y el suelo empezó a ablandarse un poco y las noches en el bosque fueron más tibias y mis sueños en el porche más agradables. Las estrellas parecían hacerse más húmedas en el cielo, y mayores. Bajo las estrellas yo dormitaba con las piernas cruzadas junto a mi árbol y en mi duermevela me estaba diciendo: "¿Moab? ¿Quién es Moab?", y me desperté con un mechón de pelo en la mano, un mechón arrancado a uno de los perros. Así, despierto, tuve pensamientos como:
"Todo son apariencias diferentes de lo mismo, mi amodorramiento, el mechón, Moab, todo un suurno efímero. Todo pertenece al mismo vacío. ¡Bendito sea!"
Luego hice que estas palabras circularan por mi mente para adiestrarme:
"Yo soy vacío, no soy diferente del vacío, ni el vacío es diferente a mí, pues el vacío soy yo."
Había un charco con una estrella brillando en él. Escupí en el charco, la estrella desapareció y yo dije:
– ¿Es real esa estrella?
No era inconsciente del hecho de que había un buen fuego esperando a que volviera de estas meditaciones de medianoche; me lo proporcionaba amablemente mi cuñado que estaba un poco molesto y cansado de verme por allí sin trabajar. Una vez le recité un verso de alguien sobre cómo se crece con el sufrimiento, y dijo:
– Si tú creces con el sufrimiento, yo ya debería ser tan grande como esta casa.
Cuando iba a la tienda a comprar pan y leche, los tipos que estaban allí entre cañas de pescar y barriles de melaza me decían:
– ¿Qué coño haces en el bosque? -Bueno, voy allí a estudiar.
– ¿No eres ya algo mayor para ser estudiante? -Bueno, a veces sólo voy allí a echar un sueñecito. Pero yo les veía andar por el campo el día entero buscan do algo que hacer para que sus mujeres creyeran que eran unos hombres muy ocupados y que trabajaban duro, y no me podían engañar. Sabía que en secreto lo que querían era ir a dormir al bosque, o simplemente sentarse sin hacer nada, como hacía yo sin que me diera vergüenza. Nunca me molestaron. ¿Cómo iba a contarles que mi sabiduría era el conocimiento de que la sustancia de mis huesos y de los suyos y de los huesos de los muertos en la tierra, que la lluvia por la noche es la sustancia común individual, perdurablemente tranquila y bendita? Que lo creyeran o no tampoco me importaba. Una noche con mi impermeable, sentado bajo un fuerte chaparrón, compuse una cancioncilla para acompañar el sonido de la lluvia en mi capucha de goma: -Las gotas de lluvia son éxtasis, las gotas de lluvia no son diferentes que el éxtasis, ni el éxtasis es diferente que las gotas de lluvia, sí, el éxtasis es las gotas de lluvia. ¡Sigue lloviendo, oh, nube!
Así que cómo podía importarme lo que los viejos masticadores de tabaco de la tienda del cruce dijeran sobre mi mortal excentricidad; todos nos convertimos en lo mismo en la sepultura, además. Hasta me emborraché un poco con uno de esos viejos en una ocasión y anduvimos en coche por las carreteras de la zona y de hecho le expliqué cómo me sentaba en aquellos bosques a meditar y él lo entendió de verdad y dijo que le gustaría hacer la prueba si tuviera tiempo o consiguiera reunir el suficiente valor, y había algo de lúgubre envidia en su voz. Todo el mundo lo sabe todo.