25

Japhy había preparado unas estupendas tortitas de harina de trigo moreno y teníamos sirope casero para acompañarlas y un poco de mantequilla. Le pregunté qué significaba aquella canción del "Gochami".


– Es un cántico que entonan antes de cada una de las tres comidas en los monasterios budistas japoneses. Budam Saranam Gochami significa encuentro refugio en Buda; San gam, encuentro refugio en el templo; Dhammam, encuentro refugio en el Dharma, la verdad. Mañana por la mañana te prepararé otro buen desayuno, un slumgullion. ¿Es que nunca tomaste un rico y antiguo slumgullion? Pues chico, no es más que huevos revueltos y patatas, todo mezclado.


– ¿Es una comida de leñador?


– Allí arriba no hay leñadores, eso es una expresión del Este. Allí los llaman hacheros. Ven a tomar tus tortitas y luego bajaremos y cortaremos troncos, yo te enseñaré a manejar un hacha de dos filos. -Cogió el hacha, la afiló y me enseñó a afilarla-. Y jamás utilices esta hacha con un tronco que esté en el suelo, darías a las piedras y la embotarías, utiliza siempre otro tronco o algo así de tajador.


Fui al retrete, y al volver, queriendo sorprender a Japhy con un truco zen, tiré el rollo de papel higiénico por la ventana abierta y él soltó un alarido de samurai y apareció por la ventana en botas y pantalones cortos con un puñal en la mano, y dando un salto de casi cinco metros, llegó hasta el cercado donde estaban los troncos. Era una locura. Empezamos a bajar sintiéndonos altos. Todos los troncos a los que les había quitado las ramas tenían un corte más o menos grande, donde uno podía meter más o menos la pesada cuña de hierro, y luego, levantando una maza de casi tres kilos por encima de la cabeza, te apartabas un poco para no alcanzarte el tobillo, y asestabas un golpe a la cuña y partías el tronco limpiamente en dos. Luego, ponías cada una de estas mitades en el tajador, y con un golpe del hacha de doble filo, una hermosa hacha muy larga, afilada como una navaja de afeitar, tenías el tronco partido en cuatro. Luego cogías el cuarto de tronco y lo cortabas en dos partes. Japhy me enseñó a manejar el mazo y el hacha sin demasiada energía, pero cuando se animaba, me di cuenta de que también manejaba el hacha con toda su fuerza, lanzando su famoso grito o soltando maldiciones. Pronto cogí el tranquillo y hacía aquello como si lo hubiera estado haciendo toda la vida.


Christine salió a mirarnos y nos dijo: -Os voy a preparar un buen almuerzo.


– Estupendo. -Japhy y Christine eran como hermanos. Partimos un montón de troncos. Resultaba muy enrollarte dejar caer el mazo encima de la cuña y notar que el tronco cedía, si no a la primera, a la segunda vez. El olor a aserrín, pinos, la brisa del mar soplando por encima de las plácidas montañas, el canto de las alondras, las mariposas revoloteando por la hierba, todo era perfecto. Luego entramos y tomamos un buen almuerzo: perritos calientes y arroz y sopa y vino tinto y los bizcochos recién hechos por Christine, y nos quedamos sentados allí cruzados de piernas y descalzos manoseando la vasta biblioteca de Sean.


– ¿Oíste hablar de aquel discípulo que preguntó a su maestro zen: Qué es el Buda?


– No. ¿Qué?


– "El Buda es un zurullo de mierda seca", fue la respuesta. Y el discípulo tuvo una iluminación súbita.


– Pura mierda -dije.


– ¿No sabes lo que es la iluminación súbita? Un discípulo acudió a un maestro y respondió a su koan y el maestro le pegó con un palo y lo tiró por encima de la veranda a un barrizal que estaba a cinco metros. El discípulo se levantó y se echó a reír. Luego se convirtió en maestro. No tuvo la iluminación gracias a las palabras, sino a aquel saludable empujón que lo echó fuera del porche.


"Rebozado en el barro para demostrar la cristalina verdad de la compasión", pensé. Bien, no le volvería a soltar mis "palabras" a Japhy nunca más.


– ¡Oye! -gritó, tirándome una flor a la cabeza-. ¿Sabes cómo se convirtió Kasyapa en el primer patriarca? El Buda iba a empezar a exponer un sutra y doscientos cincuenta bikhus estaban esperando con sus mantos en orden y las piernas cruzadas, y lo único que hizo el Buda fue levantar una flor. Todos quedaron perplejos. El Buda no decía nada. Sólo Kasyapa sonreía. Así fue como el Buda eligió a Kasyapa. Es lo que se llama el sermón de la flor, chico.


Fui a la cocina y cogí un plátano y salí y dije:


– Bien, te voy a decir lo que es el nirvana.


– ¿El qué?


Me comí el plátano y tiré la cáscara y no dije nada.


– Ahí tienes -concluí-, el sermón del plátano.


– ¡Vaya! -gritó Japhy-. ¿Has oído hablar alguna vez del Viejo Hombre Coyote y de cómo él y Zorro Plateado iniciaron el mundo al caminar por el espacio vacío hasta que apareció un poco de suelo bajo sus pies? Mira este cuadro, a propósito. Aquí tienes a los famosos Toros.


Era una antigua historieta china que mostraba primero a un joven que iba al bosque con un bastón y un hatillo, como un vagabundo norteamericano de 1905, y en las viñetas siguientes se encuentra con un toro, trata de domarlo, trata de montarlo, por fin lo doma y lo monta, pero luego se aleja del toro y se limita a sentarse a meditar a la luz de la luna, y, finalmente, podía vérsele bajar de la montaña de la iluminación y, a continuación, en la siguiente viñeta no hay nada en absoluto, y seguía una viñeta con un árbol en flor, luego en la última viñeta se ve que el joven es un brujo viejo y gordo que se ríe llevando una enorme bolsa a la espalda camino de la ciudad donde va a emborracharse con los carniceros, iluminado ya, mientras otro joven nuevo empieza a subir la montaña con un hatillo y un bastón.


– Y así sigue y sigue, los discípulos y los maestros pasan por lo mismo. Primero tienen que encontrar y domar el toro de su esencia mental, y luego dejarlo, después llegan por fin a la nada, representada aquí por esta viñeta vacía, y luego, tras llegar a la nada, lo consiguen todo, que son estos brotes del árbol, así que ya pueden volver a la ciudad y emborracharse con los carniceros, como hacía Li Po.


Era, sin duda, una historieta muy profunda que me recordó mi propia experiencia, tratando de domar la mente en el bosque, luego comprendiendo que todo estaba vacío e iluminado y que no tenía nada que hacer, y ahora emborrachándome con Japhy, el carnicero del pueblo. Pusimos discos y nos quedamos allí tumbados fumando y luego salimos a cortar más leña.


Cuando a la caída de la tarde refrescó, subimos a la cabaña y nos lavamos y vestimos para la gran fiesta de la noche del sábado. Durante el día, Japhy subió y bajó a la colina por lo menos diez veces para llamar por teléfono v hablar con Christine y conseguir pan y traer sábanas limpias para su chica de aquella noche (cuando tenía una chica ponía sábanas limpias a su delgado colchón de encima de las esteras de paja: un rito). En cambio, yo me limité a estar sentado en la hierba sin hacer nada, o escribiendo haikus, o mirando al viejo buitre que revoloteaba sobre la colina.


"Debe de haber alguna carroña por aquí", me imaginé. -¿Qué haces ahí sentado el día entero? -me preguntó Japhy.


– Practico la no-acción.


– ¿Y qué diferencia hay? A la mierda, mi budismo es actividad -dijo Japhy, lanzándose de nuevo colina abajo. Entonces oí que estaba serrando y silbando a lo lejos. No podía pararse ni un minuto. Sus meditaciones consistían en hacer las cosas normales, a su debido tiempo. Meditó por primera vez al despertar por la mañana, luego tuvo su meditación de media tarde, de sólo tres minutos, luego meditaría antes de acostarse, y eso era todo. Sin embargo, yo andaba por allí y dejaba vagar la imaginación todo el tiempo. Éramos dos monjes extrañamente distintos en la misma senda. Con todo, cogí una pala y nivelé el suelo de junto al rosal, justo donde estaba mi lecho de hierba: era demasiado irregular para resultar cómodo: lo dejé bien alisado y aquella noche dormí perfectamente después de la gran fiesta y de todo el vino.


Aquella gran fiesta fue una locura. Japhy tenía a una chica, Polly Whitmore, que había venido a verle. Una morenita guapa con peinado a la española y ojos ocuros, de hecho una auténtica belleza, y además montañera. Acababa de divorciarse y vivía sola en Millbrae. Y el hermano de Christine, Whitey Jones, trajo a su novia Patsy. Y, naturalmente, estaba Sean, que volvió a casa después del trabajo y se lavó y arregló para la fiesta. Vino otro chico a pasar el fin de semana: un rubio enorme llamado Bud Diefendorf que trabajaba de bedel en la Asociación Budista para pagarse el alojamiento y asistir a las clases gratis. Una especie de enorme Buda fumador de pipa con todo tipo de extrañas ideas. Me gustó Bud, era inteligente, y me gustó que hubiera empezado a estudiar medicina en la Universidad de Chicago y luego lo dejara por la filosofía y, finalmente, siguiera a Buda, el gran asesino de toda filosofía. Dijo:


– Una vez soñé que estaba sentado debajo de un árbol tocando el laúd y cantando "No tengo ni nombre". Era el bikhu sin nombre.


Resultaba realmente agradable reunirse con tantos budistas después del duro viaje haciendo autostop.


Sean era un místico y extraño budista con la mente llena de supersticiones y premoniciones.


– Creo en los demonios -dijo.


– Bueno -le respondí acariciando el pelo de su hijita-, todos los niños saben que todo el mundo va al Cielo. -A lo que asintió suavemente con una triste inclinación de cabeza.


Era muy agradable y todo el tiempo decía "Sí, sí, sí", y se pasaba largas horas en su viejo bote fondeado en la bahía que se hundía cuando había tormenta y teníamos que sacarlo a fuerza de remos y achicar el agua bajo la fría niebla. Era sólo un desastre de bote de menos de cuatro metros de eslora, sin cabina que mereciera ese nombre, una ruina flotando en el agua alrededor de una oxidada ancla.


Whitey Jones, el hermano de Christine, era un muchacho amable de veinte años que nunca decía nada y se limitaba a sonreír y aceptaba las bromas sin protestar. Por ejemplo, la fiesta terminó de un modo demente y las tres parejas se desnudaron del todo y bailaron una especie de polka cogidos de la mano alrededor del cuarto de estar, mientras las niñas dormían en sus cunas. Eso ni a mí ni a Bud nos molestó para nada, y seguimos fumando nuestras pipas y discutiendo de budismo en un rincón: lo mejor que podíamos hacer, pues no había chicas para nosotros. Y delante teníamos un hermoso trío de ninfas bailando. Pero Japhy y Sean llevaron a Patsy al dormitorio haciendo como que se la iban a joder, sólo para gastarle una broma a Whitey, que se puso todo colorado, y hubo risas y carreras por toda la casa.


Bud y yo seguíamos sentados allí cruzados de piernas con unas chicas desnudas bailando delante y reímos dándonos cuenta de que era una situación familiar.


– Es como en una vida anterior, Ray -dijo Bud-, tú y yo éramos monjes en un monasterio del Tibet y las chicas bailaban para nosotros antes del yabyum.


– Sí, y éramos unos monjes viejos a quienes ya no les interesaba el sexo. En cambio, Sean y Japhy y Whitey eran unos monjes jóvenes y todavía estaban llenos del fuego del mal y tenían un montón de cosas que aprender.


De cuando en cuando, Bud y yo mirábamos toda aquella carne y nos relamíamos en secreto. Pero la mayor parte del tiempo, de hecho, durante casi todo aquel jolgorio, mantuve los ojos cerrados escuchando la música: trataba sinceramente de mantener el deseo fuera de mi mente a fuerza de voluntad y apretando los dientes. Y para eso, lo mejor era tener los ojos cerrados. A pesar de las desnudeces y todo lo demás, en realidad fue una agradable fiesta familiar y todo el mundo empezó a bostezar con ganas de irse a la cama. Whitey se fue con Patsy, Japhy subió a la colina con Polly y las sábanas limpias, y yo desenrollé mi saco de dormir junto al rosal y me dormí. Bud también había traído su saco de dormir y lo extendió sobre las esteras del suelo de la sala de estar de Sean.


Por la mañana, Bud subió y encendió la pipa y se sentó en la hierba charlando conmigo mientras me frotaba los ojos para despertar del todo. Durante ese día, el domingo, vino gente de todas clases preguntando por los Monahan, y la mitad de esa gente subió a la colina para ver la cabaña y a los dos famosos y locos bikhus: Japhy y Ray. Entre ellos, estaban Alvah, Princess y Warren Coughlin. Sean preparó la mesa de delante de la casa y puso vino y hamburguesas encima y encendió una hoguera y sacó sus dos guitarras y era un modo magnífico de vivir en la soleada California -comprendí en seguida- con todo aquel agradable Dharma y aquel montañismo relacionado con él. Todos tenían sacos de dormir y mochilas y algunos de ellos iban a hacer una excursión al día siguiente por las sendas de Marin County que son tan bonitas. Los presentes se dividieron, pues, en tres grupos: los que estaban en el cuarto de estar oyendo discos y hojeando los libros; los de la entrada que comían y escuchaban a Sean tocando la guitarra; y los de la cima de la colina que bebían té y se sentaban con las piernas cruzadas discutiendo de poesía y otras cosas, del Dharma también, o se paseaban por el prado viendo cómo hacían volar las cometas los niños, o las mujeres montando a caballo. Todos los fines de semana se desarrollaba la misma jira campestre, una escena clásica de ángeles y muñecas pasando unas horas en un vacío igual al vacío de la historieta de los Toros y la rama florida.


Bud y yo estábamos sentados en la colina mirando las cometas.


– Esa cometa no subirá bastante, tiene la cola demasiado corta -dije.


– Oye -dijo Bud-, eso está muy bien, me recuerda el problema principal de mis meditaciones. El motivo por el que no puedo alcanzar el nirvana: simplemente porque mi cola no es lo bastante larga. -Aspiró el humo y consideró seriamente lo que acababa de decir.


Era el tipo más serio del mundo. Consideró aquello toda la noche y a la mañana siguiente me dijo:


– La noche pasada me vi como si fuera un pez que nadaba en el vacío del mar, yendo a derecha e izquierda sin conocer el significado de derecha y de izquierda, sólo gracias a mi aleta caudal, esto es, a la cola de mi cometa. Así que soy un pez Buda y mi aleta caudal es mi sabiduría.


– Es infinita de verdad esa cometa -dije.


Durante esas fiestas siempre me eclipsaba un rato para echar una siesta bajo los eucaliptos, en vez de junto a mi rosal donde por el día hacía demasiado calor, y descansaba muy bien a la sombra de los árboles. Una tarde, cuando contemplaba las ramas más altas de estos árboles inmensamente altos, empecé a notar que las ramitas y las hojas de sus copas eran felices danzarinas líricas contentas de que les hubiera tocado estar allí arriba, con todo aquel murmullo del árbol balanceándose debajo de ellas, un árbol que bailaba y se mecía en un movimiento enorme y comunal y misteriosamente necesario, y así flotaban allí en el vacío expresando con el baile el significado del árbol. Noté que las hojas parecían casi humanas por el modo en que se doblaban y luego se alzaban y luego iban de un lado a otro líricamente. Fue una visión disparatada, pero hermosa. Otra vez, debajo de esos árboles, soñé que veía un trono púrpura todo cubierto de oro, con una especie de Papa o Patriarca Eterno en él, y Rosie por allí cerca, y en ese momento Cody estaba en la cabaña charlando con unos amigos y parecía que se encontraba a la izquierda de esta visión como una especie de arcángel, y cuando abrí los ojos, vi que se trataba simplemente del sol que me daba en los párpados. Y como decía, estaba aquel colibrí, un hermoso colibrí azul bastante pequeño, no mayor que una libélula, que se lanzaba en picado silbando sobre mí, diciéndome sin duda hola, todos los días, normalmente por la mañana, y siempre le contestaba con un grito devolviéndole el saludo. Finalmente empezó a asomarse por la ventana abierta de la cabaña, piando y zumbando con sus frenéticas alas, mirándome con unos ojillos redondos, y luego, zas, se iba. ¡Aquel colibrí! ¡Un amigo californiano…!


Con todo, a veces tenía miedo de que se lanzara directamente contra mi cabeza con su pico tan largo como un alfiler de sombrero. También estaba aquella vieja rata merodeando por el sótano de debajo de la cabaña, y era conveniente tener la puerta cerrada por la noche. Mis otros amigos eran las hormigas, una colonia de ellas que querían entrar en la cabaña y llegar hasta la miel ("Llamando a todas las hormigas, llamando a todas las hormigas. Hay que entrar y conseguir la miel", cantó un niño en la cabaña uno de aquellos días), así que fui hasta el hormiguero e hice un camino de miel que se dirigía al jardín de atrás y durante una semana disfrutaron de aquella nueva veta. Incluso me arrodillaba y hablaba con ellas. Había flores muy bonitas alrededor de la cabaña, rojas, púrpura, rosa, y hacíamos ramilletes con ellas, pero el más bonito de todos fue el que hizo una vez Japhy sólo con piñas y agujas de pino. Tenía aquella sencillez que caracterizaba toda su vida. A veces, entraba ruidosamente en la cabaña con la sierra y, viéndome allí sentado, decía:


– ¿Por qué te pasas sentado el día entero?


– Porque soy el Buda conocido por el Desocupado.


Y entonces era cuando la cara de Japhy se arrugaba con aquella divertida risa tan suya de niño, igual que un muchacho chino riéndose, con patas de gallo apareciendo a los lados de sus ojos y su larga boca muy abierta. A veces se entusiasmaba conmigo.


Todos querían a Japhy. Polly y Princess, y hasta Christine, que estaba casada, se habían enamorado locamente de él, y secretamente todas tenían celos de la favorita de Japhy, Psyche, que apareció el fin de semana siguiente realmente guapa con pantalones vaqueros y un cuello blanco sobre su jersey de cuello vuelto y una cara y un cuerpo muy delicados. Japhy me confesó que estaba algo enamorado de ella. Pero le costó trabajo convencerla de que para hacer el amor tenía que emborracharse antes, pues una vez que empezaba a beber, Psyche ya no podía parar. Ese fin de semana en que vino, Japhy preparó slumgullion para los tres en la cabaña, y luego Sean nos dejó su viejo coche y fuimos unos ciento cincuenta kilómetros costa arriba hasta una playa solitaria donde cogimos mejillones de las rocas batidas por el mar y los ahumamos en una gran hoguera de leña cubierta de algas. Teníamos vino y pan y queso, y Psyche se pasó el día entero tumbada boca abajo con los vaqueros y el jersey puestos sin decir nada. Pero en una ocasión levantó sus pequeños ojos azules y dijo:


– ¡Qué oral eres, Smith, siempre estás comiendo y bebiendo!


– Soy Buda Come-vacío -dije.


– ¿No es guapa de verdad? -preguntó Japhy.


– Psyche -dije-, este mundo es la película de todo lo que existe, es una película hecha del mismo material en todas partes y no pertenece a nadie, y es todo lo que existe. -¡Tonterías!


Corrimos por la playa. En una ocasión en que Japhy y Psyche se alejaron mucho y yo iba caminando solo silbando "Stella", de Stan Getz, una pareja de chicas muy guapas que estaba con unos amigos me oyeron y una de ellas se volvió v dijo:


– ¡Swing!


Había grutas naturales en la misma playa donde Japhy había celebrado grandes fiestas y organizado bailes con todos desnudos alrededor de una hoguera.


Luego llegaban los días de labor y se terminaban las fiestas y Japhy y yo barríamos la cabaña como viejos vagabundos limpiando el polvo de pequeños templos. Toda vía me quedaba algo de mi pensión del último otoño, en cheques de viaje, y cogí uno y fui al supermercado autopista abajo y compré harina de trigo y de maíz, azúcar, melaza, miel, sal, pimienta, cebollas, arroz, leche en polvo, pan, judías, guisantes, patatas, zanahorias, repollo, lechuga, café, cerillas de madera muy grandes para encender la lumbre y volví tambaleándome por la ladera hasta la colina con todo aquello y un par de litros de oporto. El pulcro y pequeño anaquel donde Japhy guardaba las reservas de alimentos, de repente quedó lleno de muchísima comida.


– ¿Qué vamos a hacer con todo esto? Tenemos que alimentar a tantos bikhus…


A su debido tiempo tuvimos a más bikhus de los que podíamos atender: el pobre borracho de Joe Mahoney, un amigo mío del año anterior, apareció y durmió tres días seguidos para recuperarse de otro pasón en North Beach y The Place. Le llevé el desayuno a la cama. Los fines de semana a veces había hasta doce amigos en la cabaña, todos discutiendo y dando voces y yo cogía harina de maíz y la mezclaba con cebolla picada y sal y agua y echaba cucharadas de la mezcla en una sartén al fuego (con aceite) proporcionando a todo el grupo tortas deliciosas para acompañar el té. En el Libro de los Cambios chino un año antes había echado un par de monedas para ver cuál era la predicción de mi futuro, y el resultado había sido: "Alimentarás a los demás."


Y, de hecho, me pasaba casi todo el tiempo de pie delante del fogón.


– ¿Qué significa que esos árboles y montañas de ahí fuera no sean mágicos sino reales?


– ¿Cómo? -decían.


– Significa que esos árboles y montañas de ahí fuera no son mágicos sino reales.


– ¿De verdad?


– ¿Qué significa que esos árboles y montañas de ahí fuera no sean en absoluto reales, sino mágicos? -seguía yo. -Bueno, venga ya…


– Significa que esos árboles y montañas no son en absoluto reales, sino mágicos.


– Bueno, ¿y qué pasa con eso? ¡Maldita sea!


– Pasa que vosotros preguntáis ¿y qué pasa con eso? ¡Maldita sea! -grité.


– ¿Y qué?


– Significa que preguntáis ¿y qué pasa con eso? ¡Maldita sea!


– Vamos, tío, ¿por qué no metes la cabeza en el saco de dormir y me traes café?


Siempre estaba preparando café en el fogón.


– ¡Corta ya! -gritó Warren Coughlin-. No hay quien te aguante.


Una tarde estaba sentado con unos niños en la hierba y me preguntaron:


– ¿Por qué es azul el cielo?


– Porque el cielo es azul.


– Quiero saber por qué es azul el cielo.


– El cielo es azul porque quieres saber por qué es azul el cielo.


– ¡Tonterías! -dijeron.


También había unos cuantos chavales que rondaban por allí y tiraban piedras al tejado de la cabaña, creyendo que estaba abandonada. Una tarde, en la época en que Japhy yvo teníamos un gatito negro, se acercaron sigilosamente a la puerta para mirar dentro. Justo cuando se disponían a abrir la puerta, la abrí yo con el gato negro en brazos y dije en voz muy alta:


– ¡Soy un fantasma!


Se atragantaron y me miraron y me creyeron y dijeron:


– Sí.


En seguida estaban al otro lado de la colina. Nunca volvieron a tirar piedras. Seguro que creyeron que yo era un brujo.

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