28

Llegó la noche de la gran fiesta. Prácticamente podía oírse el ajetreo de la preparación colina abajo, y me sentí deprimido.


"¡Oh, Dios mío! La sociabilidad no es más que una gran sonrisa y una gran sonrisa no es más que dientes. Me gustaría quedarme aquí y descansar y ser bueno."

Pero alguien trajo vino y me puso en marcha.


Esa noche el vino corrió colina abajo como un río. Sean había reunido un montón de troncos grandes para hacer una hoguera inmensa delante de la casa. Era una noche de mayo clara, estrellada, templada y agradable. Vino todo el mundo. La fiesta se dividió en seguida en las tres partes de siempre. Pasé la mayor parte del tiempo en el cuarto de estar donde ponían discos de Cal Tjader y había un montón de chicas bailando mientras Bud y Sean y a veces Alvah y su nuevo tronco, George, tocaban el bongo en latas puestas boca abajo.


Fuera, la escena era más tranquila, con el resplandor del fuego y gente sentada en los largos troncos que Sean había situado alrededor de la hoguera, y en la mesa un banquete digno de un rey y de su hambriento séquito. Aquí, junto a la hoguera, lejos del frenesí de los bongos del cuarto de estar, Cacoethes llevaba la batuta discutiendo de poesía con los listos locales, en términos como éstos:


– Marshall Dashiell está demasiado ocupado cuidándose la barba y conduciendo su Mercedes Benz de cóctel en cóctel por Chevy Chase y la aguja de Cleopatra; O. O. Dowler se pasea en limusina por Long Island y pasa los veranos chillando en la Plaza de San Marcos; y el apodado Pequeña Camisa Recia, qué queréis, se las arregla muy bien por Savile Row,con bombín y chaleco; y Manuel Drubbing es un culo inquieto que mira sin parar las revistas minoritarias para ver a quién citan; y de Omar Tott no tengo nada que decir. Albert Law Livingston está muy ocupado firmando ejemplares de sus novelas y mandando felicitaciones de Navidad a Sarah Vaughan; a Ariadne Jones le molesta la compañía Ford; Leontine McGee dice que es vieja. Entonces, ¿quién queda?


– Ronald Firbank -dijo Coughlin.


– Creo que los únicos poetas auténticos de este país, fuera de la órbita de los que estamos aquí, son el Doctor Musial, que probablemente esté murmurando detrás de las cortinas de su cuarto de estar en este mismo momento, y Dee Sampson, que es demasiado rico. Eso hace que nos quede el querido Japhy, que se nos va a Japón, y nuestro llorón preferido, el amigo Goldbook, y el señor Coughlin que tiene una lengua viperina. ¡Dios mío, el único bueno que queda soy yo! Por lo menos tengo un honrado trasfondo anarquista. Por lo menos tengo helada la nariz, botas en los pies, y protestas en la boca. -Se retorció el bigote.


– ¿Y qué pasa con Smith?


– Bueno, supongo que en su aspecto más terrible es un bodhisattva. Es todo lo que puedo decir de él. -Aparte, añadió medio en broma-: Se pasa borracho el día entero.


Esa noche también vino Henry Morley, pero sólo un rato, y se comportó de un modo muy raro sentado al fondo leyendo las historietas de Mad y esa nueva revista llamada Hip. Se fue pronto, después de observar:


– Las salchichas son demasiado delgadas, ¿creéis que es un signo de los tiempos, o es que Armour y Swift usan mexicanos descarriados?


Nadie habló con él, excepto Japhy y yo. Me entristeció verle irse tan temprano; era invisible como un fantasma, igual que siempre. Con todo, estrenó un traje marrón nuevo para la ocasión, y de repente ya no estaba.


Entretanto, en la colina, donde las estrellas parpadeaban entre los árboles,. había parejas ocasionales que se revolcaban por la hierba o habían subido vino y guitarras y celebraban fiestas por su cuenta dentro de la cabaña. Fue una noche estupenda. Por fin llegó el padre de Japhy, al salir de su trabajo; era un tipo menudo, delgado, duro, justo igual que Japhy, un poco calvo, pero tan enérgico y loco como su hijo. En seguida se puso a bailar mambos con las chicas mientras yo golpeaba frenéticamente una lata.


– ¡Sigue, tío! -gritaba.


Nunca había visto a un bailarín más frenético. Movía las caderas delante de la chica hasta casi caerse, y sudaba, hacía visajes, se agitaba, se reía: era el padre más loco que ha bía visto en mi vida. Hacía poco, en la boda de su hija, había disuelto la recepción al irrumpir a cuatro patas con una piel de tigre encima y mordiendo los tobillos de las señoras y rugiendo. Ahora había cogido a una chica muy alta, de casi un metro ochenta, llamada Jane, la hacía girar en el aire y casi la estrella contra la biblioteca. Japhy andaba de un lado para otro con un garrafón en la mano, la cara resplandeciente de felicidad. Durante algún tiempo el follón del cuarto de estar casi dejó vacía la zona de alrededor de la hoguera, y Psyche y Japhy bailaron como locos; luego Sean dio un salto e hizo girar por el aire a Psyche y ésta pareció perder el equilibrio y cayó justo entre Bud y yo que estábamos sentados en el suelo tocando la percusión (Bud y yo nunca teníamos chicas y estábamos ajenos a todo) y se quedó allí tirada, dormida en nuestro regazo durante un segundo. Tiramos de nuestras pipas y seguimos tocando. Polly Whitmore andaba trajinando por la cocina, ayudaba a Christine y hasta hizo unos bollos riquísimos. Me di cuenta de que se sentía sola porque Psyche andaba por allí y Japhy ya no estaba con ella, así que me acerqué y la cogí por la cintura, pero me miró con tal miedo que no hice nada. Parecía terriblemente asustada de mí. Princess andaba también por allí con su novio nuevo, y parecía molesta.


– ¿Qué les das a todas éstas? -pregunté a Japhy-. ¿No me puedes pasar una?


– Coge a la que quieras. Esta noche no me importa.


Salí a la hoguera para escuchar las últimas agudezas de Cacoethes. Arthur Whane estaba sentado en un tronco, bien vestido, traje y corbata, y me acerqué a él y le pregunté:


– Bien, ¿y qué es el budismo? ¿Es imaginación fantástica? ¿Magia del rayo? ¿Es teatro, sueño? ¿O ni siquiera teatro, sólo sueño?


– No, para mí el budismo es conocer a la mayor cantidad de gente posible.


Y por allí andaba, realmente afable, dando la mano a todo el mundo y charlando como si se tratara de un cóctel. Dentro, la fiesta se volvía más y más frenética. Empecé a bailar con aquella chica tan alta. Era una fiera. Quise llevármela a la cima de la colina con una garrafa de vino, pero su marido andaba por allí. Esa misma noche, pero más tarde, apareció un negro y empezó a tocar el bongo en su cabeza y mejillas y boca y pecho, y al golpearse obtenía sonidos realmente potentes, y tenía un ritmo tremendo. Todo el mundo estaba encantado y dijeron que era un bodhisattva.


Llegaba gente de todas clases desde la ciudad, donde las noticias de la gran fiesta corrían de bar en bar. De pronto, levanté la vista y Alvah y George se estaban paseando desnudos.


– ¿Qué estáis haciendo?


– Bueno, decidimos quitarnos la ropa.


A nadie parecía importarle. De hecho vi que Cacoethes y Arthur Whane, perfectamente vestidos, mantenían una conversación muy seria con aquel par de locos desnudos. Finalmente, Japhy se desnudó también y andaba de un lado para otro con su garrafa. Cada vez que alguna de las chicas le miraba, soltaba un potente rugido y se echaba encima de ella, que se apresuraba a salir corriendo de la casa, mientras gritaba. Estaba loco. Me preguntaba lo que pasaría si la policía de Corte Madera se olía lo que estaba pasando y subía bramando en sus coches patrulla. La hoguera era grandísima y desde la carretera todo el mundo podía ver lo que estaba pasando delante de la casa. Sin embargo, y de modo extraño, nada quedaba fuera de lugar: la hoguera, la comida en la mesa, los que tocaban la guitarra, la espesa arboleda balanceándose al viento y unos cuantos tipos desnudos… Todo resultaba natural.


Me dirigí al padre de Japhy y le dije:


– ¿Qué piensa de Japhy andando desnudo por ahí?


– Me importa un carajo. Japh, por lo que a mí respecta, puede hacer todo lo que le dé la gana. Oye, ¿dónde está esa chica tan alta con la que estaba bailando?


Era un perfecto padre de Vagabundo del Dharma. Había pasado años difíciles en su juventud cuando vivía en los bosques de Oregón, cuidando de toda su familia en aquella cabaña que había construido él mismo y con todos los problemas que presenta cultivar cualquier cosa en una tierra dura de inviernos tan fríos. Ahora tenía una empresa de pintura y ganaba mucho. Era dueño de una de las casas más bonitas de Mill Valley, que se había encargado de construir, y tenía a su hermana a su cargo. La madre de Japhy vivía sola en el Norte, en una casa de huéspedes. Japhy se ocuparía de ella cuando volviera de Japón. Yo había leído una triste carta de esa mujer. Japhy me contó que sus padres se habían separado de modo definitivo y que cuando volviera del monasterio vería lo que podía hacer por ella. A Japhy no le gustaba hablar de esas cosas, y su padre, desde luego, jamás la mencionaba. Pero me gustaba el padre de Japhy, me gustaba el modo en que bailaba sudando y enloquecido; el modo que tenía de dejar que todos hicieran lo que les apeteciera, v de volver a su casa a medianoche bailando bajo una lluvia de flores hasta su coche aparcado en la carretera.


Al Lark era otra de las personas agradables que estaban por allí, y se quedó todo el rato sentado rasgueando su guitarra, tocando acordes de blues y a veces de flamenco, y mirando al vacío; y cuando terminó la fiesta a las tres de la madrugada se fue con su mujer a la parte de atrás v se tumbaron dentro de unos sacos de dormir v los oí charlar en la hierba.


– Vamos a bailar -decía ella.


– ¡Oh, no, duérmete de una vez! -decía él.


Psyche y Japhy estaban enfadados y aquella noche ella no quería subir a la colina y hacer honor a las nuevas sábanas blancas. Se alejó muy seria y vi que Japhy subía solo, dando tumbos, borracho perdido. La fiesta había terminado.


Acompañé a Psvche hasta su coche v le dije:


– ¡Vamos, guapa! ¿Por qué le das este disgusto a Japhy la noche de su despedida?


– Ha sido muy malo conmigo, ¡que se valva a la mierda!


– Mira, Psvche, nadie te va a comer allí arriba.


– Me da lo mismo, vuelvo a la ciudad.


– Bueno, pero no está nada bien lo que haces y, además, Japhy me contó que estaba enamorado de ti.


– No lo creo.


– Así es la vida -dije mientras me alejaba con un gran garrafón de vino colgado de un dedo.


Inicié la ascensión v oí que Psvche trataba de dar marcha atrás con el coche y girar en la estrecha carretera. La parte trasera del coche se hundió en la cuneta y no podía sacarlo y terminó durmiendo en casa de Christine, tendida en el suelo.


Entretanto, Bud y Coughlin v Alvah y George habían subido a la cabaña v estaban tumbados por allí con diversas mantas v sacos de' dormir. Coloqué mi saco encima de la suave hierba v me sentí el más afortunado de todos. La fiesta había terminado y también los gritos, pero ¿qué habíamos conseguido? Empecé a cantar entre trago y trago. Las estrellas tenían un brillo enceguecedor.


– ¡Un mosquito tan grande como el monte Meru es mucho mavor de lo que crees! -gritó Coughlin dentro de la cabaña al oírme cantar.


A mi vez, grité:


– ¡El casco de un caballo es más delicado de lo que parece!


Alvah salió corriendo en ropa interior v bailó locamente v aulló largos poemas tendido en la hierba. Por fin conseguimos que Bud se levantara v se pusiera a hablar sin parar de sus últimas ocurrencias. Celebramos una especie de nueva fiesta allí arriba.


– ¡Vamos abajo a ver cuántas chicas se han quedado! Bajé la ladera rodando la mitad del camino y traté de que Psyche subiera, pero estaba fuera de combate tumbada en el suelo. Las brasas de la gran hoguera todavía estaban al rojo y daban mucho calor. Sean roncaba en el dormitorio de su mujer. Cogí algo de pan de la mesa y lo unté de queso fresco; lo comí y bebí vino. Estaba totalmente solo junto al fuego y hacia el este empezaba a clarear.


– ¡Qué borracho estoy! -dije-. ¡Despertad! ¡Despertad! ¡Despertad! -grité-. ¡La cabra del día está empujando la mañana! ¡Nada de peros! ¡Bang! ¡Venid, chicas! ¡Lisiados! ¡Golfos! ¡Ladrones! ¡Chulos! ¡Verdugos! ¡Fuera!


En esto tuve una poderosa sensación: sentí una gran piedad por todos los seres humanos, fueran quienes fueran. Vi sus caras, sus bocas afligidas, sus personalidades, sus intentos por estar alegres, su petulancia, su sensación de pérdida, sus agudezas vacías y torpes en seguida olvidadas. Y todo, ¿para qué? Comprendí que el ruido del silencio estaba en todas partes, y que, sin embargo, todo y en todas partes era silencio. ¿Qué pasaría si de repente nos despertáramos y comprendiéramos que lo que pensábamos que era esto y aquello no fuera ni esto ni aquello para nada? Subí tambaleándome a la colina, saludado por los pájaros, y contemplé a las figuras acurrucadas que dormían en el suelo. ¿Quiénes eran todos estos extraños fantasmas enraizados conmigo a la tonta e insignificante aventura terrestre? ¿Y quién era yo? ¡Pobre Japhy! A las ocho de la mañana se levantó y golpeó su sartén y entonó el "Gochami" y nos llamó para desayunar tortitas.

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