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Era algo que estaba de acuerdo con las teorías de Japhy acerca de las mujeres y el joder. Se me olvidó mencionar que el día en que el artista de las piedras le había visitado a última hora de la tarde, apareció por allí poco después una rubia con botas de goma y una túnica tibetana con botones de madera, y durante la conversación general preguntó cosas de nuestro plan de escalar el monte Matterhorn y dijo:


– ¿No podría ir con vosotros? -Pues a ella también le gustaba la montaña.


– Pues claro -respondió Japhy, con aquella voz tan divertida que usaba para bromear; una voz enérgica y profunda, imitación de la de un maderero del Noroeste que conocía, de hecho un guardabosques, el viejo Burnie Byers-; pues claro, ven con nosotros y te la meteremos todos a tres mil metros de altura. -Y lo dijo de un modo tan divertido e informal y, de hecho, serio, que la chica no se molestó, más bien pareció complacida. Y con ese mismo espíritu traía ahora a esa chica, Princess, a nuestra casa. Era alrededor de las ocho de la tarde y había oscurecido. Alvah y yo estábamos tomando tranquilamente el té y leyendo poemas o pasándolos a máquina, y dos bicicletas se detuvieron a la entrada: Japhy en la suya, Princess en otra. Princess tenía los ojos grises y el pelo muy rubio y era muy guapa y sólo tenía veinte años. Debo decir una cosa acerca de ella: Princess estaba loca por el sexo y loca por los hombres, así que no hubo demasiados problemas para convencerla de que jugara al yabyum.


– ¿No sabes lo que es el yabyum, Smith? -dijo Japhy, con su potente vozarrón, moviéndose agitado mientras cogía a Princess de la mano-. Princess y yo te vamos a enseñar lo que es.


– Me parece bien -dije-, sea lo que sea.


Yo también conocía a Princess de antes y había estado loco por ella, en la ciudad, aproximadamente un año atrás. Era otra extraña coincidencia que Princess hubiera conocido a Japhy y se enamorara de él, también locamente; y hacía lo que él le mandase. Siempre que venía gente a visitarnos yo ponía un pañuelo rojo sobre la lamparita de la pared y apagaba la luz del techo para que el ambiente fuera fresco y rojizo y adecuado para sentarse y beber vino y charlar. Hice eso, y cuando volví de la cocina con una botella en la mano no podía creer lo que decían mis ojos al ver a Japhy y a Alvah que se estaban desnudando y tirando la ropa en cualquier lado y a Princess que ya estaba completamente desnuda, con su piel, blanca como la nieve cuando es alcanzada por el rojo sol del atardecer, a la luz roja de la pared.


– ¿Qué coño pasa? -dije.


– Aquí tienes el yabyum, Smith -dijo Japhy, y se sentó con las piernas cruzadas en un almohadón del suelo e hizo un gesto a Princess que se sentó encima de él, dándole la cara, con los brazos alrededor del cuello, y se quedaron sentados así sin decir nada durante un rato. Japhy no estaba nada nervioso y seguía sentado allí de la forma adecuada, pues así tenía que ser. -Esto es lo que hacen en los templos del Tibet. Es una ceremonia sagrada y se lleva a cabo delante de monjes que cantan. La gente reza y recita Om Mani Pahdme Hum, que significa Así Sea el Rayo en el Oscuro Vacío. Yo soy el rayo y Princess el oscuro vacío, ¿entiendes?


– Pero ¿qué piensa ella de esto? -grité casi desesperado. ¡Había pensado tantas cosas idealistas de aquella chica el año anterior! Y había dado muchísimas vueltas al asunto de si estaba bien que me la tirara, porque era tan joven y todo lo demás.


– ¡Oh, es delicioso! -dijo Princess-. Ven y haz la prueba.


– Pero yo no puedo sentarme así. -Japhy estaba sentado en la posición del loto, que es como se llama, con los tobillos encima de los muslos. Alvah estaba sentado sobre el colchón y trataba de hacer lo mismo. Finalmente, las piernas de Japhy empezaron a dolerle y se extendió sobre el colchón donde ambos, él y Alvah, empezaron a explorar el territorio. Todavía no podía creerlo.


– Quítate la ropa y ven aquí con nosotros, Smith.


Pero aparte de todos mis sentimientos hacia Princess, estaba el año de celibato que había pasado creyendo que la lujuria era la causa directa del nacimiento, que era la causa directa del sufrimiento y la muerte y no miento si digo que había llegado a un punto en el que consideraba los impulsos sexuales ofensivos y hasta crueles.


"Las mujeres guapas cavan las sepulturas", me decía siempre que volvía la cabeza involuntariamente para observar a las incomparables bellezas indias de México. Y la ausencia de impulsos sexuales activos también me había proporcionado una nueva vida pacífica con la que disfrutaba muchísimo. Pero aquello era demasiado. Todavía me asustaba tener que desnudarme; además, nunca me había gustado hacerlo ante más de una persona, especialmente con hombres alrededor. Pero a Japhy todo esto se la traía floja y en seguida estaba haciéndoselo pasar a Princess a base de bien y pronto. Le llegó el turno a Alvah (con sus enormes ojos fijos en la luz roja, y tan serio leyendo poemas un minuto antes). Así que dije:


– ¿Qué os parece si me dedico a trabajarle el brazo?


– ¡Adelante, muy bien! -Y lo hice, tumbándome en el suelo completamente vestido y besándole la mano, luego la muñeca, luego seguí subiendo por el brazo, y ella se reía y casi lloraba de gusto con todas las partes de su cuerpo trabajadas a fondo. Todo el pacífico celibato de mi budismo se estaba yendo por el desagüe.


– Smith, desconfío de cualquier tipo de budismo o de cualquier filosofía o sistema social que rechace el sexo -dijo Japhy, muy serio y consciente ahora que estaba satisfecho y se sentaba desnudo y con las piernas cruzadas en el colchón y se liaba un pitillo de Bull Durham (lo cual constituía parte de su vida "sencilla"). La cosa terminó con todos desnudos y haciendo alegremente café en la cocina y Princess sentada en el suelo con las rodillas cogidas con los brazos sin ningún motivo, sólo por hacerlo; después terminamos por bañarnos los dos juntos y oíamos a Alvah y a Japhy en la otra habitación discutiendo de orgías lunáticas de amor libre zen.


– Oye, Princess, deberíamos hacerlo todos los jueves por la noche -gritó Japhy-. Será una función regular.


– ¡Sí, sí! -gritó a su vez Princess desde la bañera. Decía que le gustaba mucho hacerlo y añadió-: ¿Sabes? Me siento como la madre de todas las cosas y tengo que cuidar de mis hijitos.


– También eres una cosa muy preciosa.


– Pero soy la vieja madre de la tierra, soy una bodhisattva. -Estaba un poco chiflada, pero cuando la oí decir "bodhisattva" comprendí que también ella quería ser una gran budista como Japhy, y al ser una mujer no tenía otro modo de expresarlo que así, con aquel acto tradicionalmente enraizado en la ceremonia yabyum del budismo tibetano. Así que todo estaba bien.


Alvah lo había pasado muy bien y estaba a favor de la idea de "todos los jueves por la noche", y yo lo mismo.


– Alvah, Princess dice que es una bodhisattva. -Claro que lo es.


– Dice que es la madre de todos nosotros.


– Las mujeres bodhisattvas del Tibet y ciertas zonas de la antigua India -dijo Japhy,- eran llevadas y utilizadas como concubinas sagradas de los templos y a veces de cuevas rituales y hacían méritos y meditaban. Todos ellos, hombres y mujeres, meditaban, ayunaban, jodían así, volvían a comer, bebían, hablaban, peregrinaban, vivían en viharas durante la estación de las lluvias y al aire libre en la seca, y no se preguntaban qué hacer con el sexo, que es algo que siempre me ha gustado de las religiones orientales. Y lo que siempre he intentado saber de los indios de nuestro país… Sabéis, cuando era niño en Oregón no me sentía norteamericano en absoluto, con todos esos ideales de casa en las afueras y represión sexual y esa tremenda censura gris de la prensa de cuanto son valores humanos, y cuando descubrí el budismo de repente sentí que había vivido otra vida anterior hacía innumerables años y ahora debido a faltas y pecados de esa vida se me había degradado a un tipo de existencia más penoso y mi karma era nacer en Norteamérica, donde nadie se divierte ni cree en nada, y menos que nada en la libertad. Por eso me gustan siempre los movimientos libertarios, como el anarquismo del Noroeste, los viejos héroes de la Matanza de Everett y todos…


La cosa siguió con apasionadas discusiones acerca de todos estos temas y finalmente Princess se vistió y se fue a casa en bicicleta con Japhy, y Alvah y yo nos quedamos sentados uno frente al otro bajo la tenue luz roja.


– Ya te habrás dado cuenta, Ray, de que Japhy es realmente agudo… De hecho es el tío más agudo y rebelde y loco que he conocido nunca. Y lo que más me gusta de él es que es el gran héroe de la Costa Oeste; sabes que llevo aquí dos años y nunca había conocido a nadie con una inteligencia auténticamente iluminada. Casi había perdido las esperanzas en la Costa Oeste. Y además, está su formación oriental, su Pound; toma peyote y tiene visiones, sube montañas y es un bhiku… ¡Claro! Japhy Ryder es un grande y nuevo héroe de la cultura norteamericana.


– ¡Está loco! -asentí-. Y otra de las cosas que me gustan de él son esos momentos tranquilos y melancólicos en los que no habla casi nada…


– Sí, me pregunto qué será de él al final.


– Creo que terminará como Han Chan viviendo solo en la montaña y escribiendo poemas en las paredes de los riscos o recitándoselos a multitudes reunidas a la entrada de su cueva.


– O quizá vaya a Hollywood y sea una estrella de cine. ¿Sabes lo que me dijo el otro día? "Alvah, ya sabes que jamás he pensado en hacer películas y convertirme en una estrella. Puedo hacer de todo, pero eso no lo he intentado todavía." Y yo creo que puede hacer de todo. ¿Te has fijado en el modo en que tiene enrollada a Princess?


– Naturalmente.


Y esa misma noche más tarde, mientras Alvah dormía, me senté bajo el árbol de la entrada y miré las estrellas y luego cerré los ojos para meditar tratando de tranquilizarme y volver a mi ser habitual.


Alvah no podía dormir y salió y se tumbó en la hierba mirando el cielo, y dijo:


– Grandes nubes de vapor cruzan la oscuridad, lo que me hace comprender que vivimos en un auténtico planeta. -Cierra los ojos y verás mucho más que eso.


– ¡Vaya, hombre! No consigo saber lo que quieres decir con todas esas cosas -añadió, enfadado.


Siempre le molestaban mis conferencias sobre el éxtasis Samadhi, que es el estado que se alcanza cuando uno lo detiene todo y detiene la mente y con los ojos cerrados ve una especie de eterna trama de energía eléctrica ululante en lugar de las tristes imágenes y formas de los objetos, que son, después de todo, imaginarios. Y quien no lo crea que vuelva dentro de un billón de años y lo niegue.


– No te parece -siguió Alvah- que resulta mucho más interesante ser como Japhy y andar con chicas y estudiar y pasarlo bien y hacer algo de verdad, en lugar de estar sentado tontamente debajo de los árboles.


– Para nada -dije, y estaba seguro de ello y sabía que Japhy estaría de acuerdo conmigo-. Lo único que hace Japhy es divertirse en el vacío.


– No lo creo.


– Te apuesto lo que quieras a que es así. La semana que viene le acompañaré a la montaña y lo averiguaré y te lo contaré.


– Muy bien -suspiró-, en cuanto a mí, me limitaré a seguir siendo Alvah Goldbook y al diablo con toda esa mierda budista.


– Algún día lo lamentarás. No entiendo por qué no consigues comprender lo que te estoy explicando: son tus seis sentidos los que te engañan y te hacen creer, no sólo que tienes seis sentidos, sino además que entras en contacto con el mundo exterior por medio de ellos. Si no fuera por tus ojos no me verías. Si no fuera por tus oídos no oirías ese avión. Si no fuera por tu nariz no olerías esta menta a medianoche. Si no fuera por tu lengua no apreciarías la diferencia de sabor entre A y B. Si no fuera por tu cuerpo, no sentirías a Princess. No hay yo, ni avión, ni mente, ni Princess, ni nada. ¡Por el amor de Dios! ¿Es que quieres vivir engañado todos y cada uno de los malditos minutos de tu vida?


– Sí, eso es lo que quiero, y doy gracias a Dios porque haya surgido algo de la nada.


– Bueno, hay algo más que quiero decirte: se trata del otro aspecto, de que la nada ha surgido de algo, y de que ese algo es Dharmakaya, el cuerpo del verdadero Significado, y que esa nada es esto, y que todo es confusión y charla. Me voy a la cama.


– Bueno, a veces veo un relámpago de iluminación en lo que intentas exponer, pero créeme, tengo más satoris con Princess que con las palabras.


– Son satoris de tu insensata carne, de tu lujuria.


– Sé que mi redentor vive.


– ¿Qué redentor y qué vive?


– Mira, dejemos esto y limitémonos a vivir.


– ¡Y un cojón! Cuando pensaba como tú, Alvah, era tan miserable y avaro corno lo eres tú ahora. Lo único que quieres es escapar y ponerte feo y que te peguen y te jodan y te volverás viejo y enfermo y te zarandeará el samsara porque estás aferrado a la jodida carne eterna del retorno, y lo tendrás merecido, te lo aseguro.


– No resulta muy agradable. Todos se angustian y tratan de vivir con lo que tienen. Tu budismo te ha vuelto misera ble, Ray, v hace que tengas miedo a quitarte la ropa para celebrar una sencilla y sana orgía.


– Bien, pero ¿al final no lo hice?


– Sí, pero después de muchos melindres… Bueno, dejémoslo.


Alvah se fue a la cama, sentado v cerrados los ojos, pensé: "Este pensar se ha detenido", pero como tenía que pensar en no pensar no se detenía, pero me invadió una oleada de alegría al comprender que toda aquella perturbación era simplemente un sueño que ya había terminado y que no tenía que preocuparme, puesto que yo no era "Yo" y rogué a Dios, o Tathagata, para que me concediera tiempo y sensatez y fuerzas suficientes para ser capaz de decirle a la gente lo que sabía (aunque no puedo hacerlo ni siquiera ahora) v así todos se enterarían de lo que sabía v no se desesperarían tanto. El viejo árbol rumiaba sobre mí, silencioso como una cosa viva. Oí a un ratón moverse entre la hierba del jardín. Los tejados de Berkeley parecían como lastimosa carne viva estremeciéndose que protegiera a dolientes fantasmas de la eternidad de los cielos a los que temían mirar. Cuando por fin me fui a la cama no me sentía engañado por ninguna Princess ni por el deseo de ninguna no Princess v nadie estaba en desacuerdo conmigo y me sentí alegre y dormí bien.

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