Capítulo 17

¿A quién más podía llamar?

Jessica no tardó en darse cuenta de que la respuesta era evidente.

A Nancy Serat, la compañera de habitación de Kathy y su mejor amiga.

Jessica estaba sentada a la mesa del despacho de su padre. Las luces estaban apagadas y las persianas bajadas, pero todavía había suficiente luz natural para poder ver en la penumbra.

Adam Culver había hecho todo lo posible para lograr que el despacho produjera una sensación totalmente distinta a la del depósito de cadáveres del condado donde trabajaba, que era de hormigón, funcional y macabro, aunque sin conseguirlo del todo. Aquel dormitorio convertido en despacho tenía las paredes de un tono amarillo muy vivo, muchas ventanas, flores de seda y un escritorio de fórmica blanca. Las paredes de la habitación estaban repletas de cuadros de ositos de peluche personificados como diversas celebridades: William Shakespeare, Humphrey Bogart y Lauren Bacall, Sherlock Holmes, Rhett Butler y Scarlett O'Hara. El ambiente era muy alegre y acogedor, aunque forzado, como un payaso que te hace reír pero que a la vez te da un poco de miedo.

Sacó la agenda telefónica del bolso. Nancy les había enviado una postal hacía unas semanas. Había obtenido una beca y trabajaba en la universidad, en el departamento de matriculaciones. Jessica encontró el número y lo marcó.

Al tercer tono le respondió un contestador. Jessica dejó un mensaje y colgó. Estaba a punto de empezar a buscar por los cajones cuando una voz la detuvo.

– Jessica.

Levantó la mirada y vio a su madre en la puerta. Tenía los ojos hundidos y su cara parecía una esquelética máscara mortuoria. Andaba balanceándose de un lado para otro como si fuera a derrumbarse en cualquier momento.

– ¿Qué haces aquí? -le preguntó.

– Estaba mirando -contestó Jessica.

Carol asintió con la cabeza, que le colgaba del hilo que tenía por cuello.

– ¿Has encontrado algo?

– Todavía no.

Carol se sentó y se quedó con la mirada perdida, sin mirar nada en concreto.

– Siempre fue una niña tan alegre -dijo lentamente. Toqueteó las cuentas del rosario que llevaba al cuello, aún con la mirada perdida-. Kathy siempre sonreía. Tenía una sonrisa maravillosa y muy alegre. Llenaba cualquier habitación en la que entrara. Edward y tú, bueno, siempre habéis sido más serios, pero Kathy tenía una sonrisa para todo y para todos. ¿Te acuerdas?

– Sí -dijo Jessica-, me acuerdo.

– Tu padre solía decir en broma que tenía la personalidad de una animadora rediviva -añadió Carol riéndose al recordarlo-. No había nada que la deprimiera. -Hizo una pausa y dejó de reírse poco a poco-. A excepción de mí, supongo.

– Kathy te quería, mamá.

Carol emitió un profundo suspiro inflando el pecho como si aquel mero suspiro le supusiera un esfuerzo.

– Fui una madre muy estricta con vosotras. Demasiado estricta, creo. Un poco anticuada.

Jessica no dijo nada.

– Lo único que no quería era que ni tú ni tu hermana… -Carol se calló antes de terminar la frase y agachó la cabeza.

– ¿Qué es lo que no querías?

Ella negó con la cabeza y empezó a repasar las cuentas del rosario a mayor velocidad. Estuvieron calladas durante un buen rato. Al final, Carol rompió el silencio al decir:

– Tenías razón antes, Jessica. Kathy cambió.

– ¿Cuándo?

– En el último curso del instituto.

– ¿Qué ocurrió?

Los ojos de Carol comenzaron a llenarse de lágrimas. Trató de articular palabras moviendo las manos en un gesto de impotencia.

– La sonrisa -repuso como encogiéndose de hombros- desapareció un día sin previo aviso.

– ¿Por qué?

Su madre se secó los ojos. Le temblaba el labio inferior. Jessica se le acercó con el corazón pero, por algún motivo, el resto del cuerpo no lo hizo, así que se sentó y se quedó viendo sufrir a su madre, extrañamente aparte, como si estuviera presenciando un drama televisivo de los que emitían por las noches.

– No quiero hacerte sufrir -dijo Jessica-. Lo único que quiero es encontrar a Kathy.

– Ya lo sé, cariño.

– Fuese lo que fuera lo que hizo cambiar a Kathy, tiene que ver con su desaparición -añadió Jessica.

– Dios misericordioso -dijo Carol dejando caer los hombros.

– Ya sé que es doloroso -admitió Jessica-, pero si logramos encontrar a Kathy podremos saber quién mató a papá.

Carol levantó la cabeza de repente y dijo:

– A tu padre lo mataron en un atraco.

– No lo creo. Creo que todo está relacionado. La desaparición de Kathy, el asesinato de papá, todo.

– Pero… ¿cómo?

– No lo sé aún. Myron me está ayudando a descubrirlo.

En aquel momento sonó el timbre.

– Seguramente es el tío Paul -dijo su madre dirigiéndose hacia la puerta.

– ¿Mamá?

Carol se detuvo sin darse la vuelta.

– ¿Qué está pasando? ¿Qué es lo que no te atreves a contarme? -le preguntó Jessica.

El timbre volvió a sonar.

– Será mejor que vaya a abrir la puerta -dijo Carol, y bajó corriendo las escaleras.


– O sea -empezó a decir Win-, que Frank Ache quiere matarte.

– Eso parece -asintió Myron.

– Qué pena.

– Si pudiera conocerme. Saber cómo soy en realidad.

Estaban sentados en la primera fila del estadio de los Titans. En un acto de suprema bondad, Otto había permitido que Christian comenzara a entrenar. Aunque tal vez el hecho de que el veterano quarterback Neil Decker fuese tan malo hubiera influido en su decisión.

La sesión matutina había consistido en un montón de carreras y de prácticas lentas de jugadas. Sin embargo, la sesión de la tarde iba a ser una especie de sorpresa. Los jugadores se habían puesto todo el equipo, algo inusual en una etapa tan temprana de la pretemporada.

– Frank Ache no es un tipo muy simpático -dijo Win.

– Le gusta torturar animales.

– ¿Cómo dices?

– Un amigo mío lo conoció de pequeño -explicó Myron-. El pasatiempo favorito de Frank era perseguir gatos y perros y pegarles en la cabeza con un bate de béisbol.

– Apuesto a que así impresionaba a muchas chicas -dijo Win.

Myron se limitó a asentir con la cabeza.

– Entonces debo suponer que requerirás de mis extraordinarios servicios.

– Por lo menos durante unos días -repuso Myron.

– Madre mía, ¿debo suponer además que tienes un plan?

– Estoy trabajando en ello. Febrilmente.

Christian entró al trote en el terreno de juego. Su manera de moverse era la propia de los grandes atletas. Se metió en el huddle para contarles a sus compañeros la jugada que iban a hacer, lo rompió y se dirigió a la línea de scrimmage para ocupar su posición de inicio.

– ¡Al cien por cien! -gritó uno de los entrenadores.

Myron miró a Win y le dijo:

– Esto no me gusta.

– ¿Qué es lo que no te gusta?

– Que van al cien por cien el primer día.

Christian empezó a decir números y luego dijo varios «hut-huts» antes de que le pasaran el balón por debajo de las piernas. Acto seguido dio varios pasos atrás preparándose para efectuar el pase.

– Oh, no -dijo Myron.

Tommy Lawrence, el linebacker de los Titans de la liga profesional, se lanzó hacia delante sin encontrar resistencia. Christian lo vio demasiado tarde. Tommy clavó el casco en el esternón de Christian y lo arrojó al suelo de golpe, el típico placaje que duele muchísimo pero que no causa ningún daño permanente. El resto de jugadores de la defensa se le tiraron encima.

Christian se levantó haciendo una mueca de dolor y agarrándose el pecho con la mano. Nadie lo ayudó.

Myron se puso en pie.

Win lo detuvo haciendo un gesto negativo con la cabeza y le dijo:

– Siéntate, Myron.

En aquel momento llegó Otto Burke bajando por las escaleras con todo su séquito detrás.

Myron le lanzó una mirada asesina y Otto le respondió con una sonrisa encantadora. Hizo restallar la lengua contra la parte trasera de los dientes en señal de desaprobación:

– He cedido a un montón de veteranos muy populares para conseguirlo -dijo-. Pero parece que a algunos de los chicos no les ha hecho demasiada gracia.

– Siéntate -repitió Win.

Myron vaciló un momento y le hizo caso.

Christian volvió cojeando al huddle, cantó la siguiente jugada al corrillo de jugadores de su equipo y se acercó de nuevo a la línea de scrimmage. Inspeccionó la defensa del equipo contrario, cantó el audible y la cuenta de snap y recibió el pase por debajo de las piernas del center. Acto seguido dio unos pasos atrás. Tommy Lawrence volvió a salir disparado sobrepasando al guardia izquierdo sin que nadie lo tocara. Sin embargo, Christian se quedó quieto. Tommy se abalanzó sobre él saltando como una pantera con los brazos extendidos hacia delante para efectuar un placaje demoledor, pero entonces, en el último segundo, Christian se movió. No mucho, cambió ligeramente de ángulo, lo justo para que Tommy pasara volando a su lado y se estrellara contra el suelo. Christian se centró un segundo y lanzó una bomba.

Pase completo.

Myron se dio la vuelta, sonriendo.

– ¡Eh, Otto!

– ¿Qué?

– Cómete mis calzoncillos.

La sonrisa de Otto no flaqueó ni un instante y Myron se preguntó cómo lo conseguía. Tal vez se le hubiera paralizado la boca de esa forma, como si la amenaza que blanden todas las madres cuando sus hijos hacen muecas se hubiera hecho realidad en su caso. Otto hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se alejó caminando. Su séquito lo siguió en fila india, como una familia de patitos reales.

Win se quedó mirando a Myron y le dijo:

– ¿Cómete mis calzoncillos?

– En honor de Bart de Los Simpson -repuso Myron encogiéndose de hombros.

– Ves demasiada televisión.

– Oye, he estado pensando.

– ¿Ah, sí?

– En Gary Grady -aclaró Myron.

– ¿Qué le pasa?

– Tiene un lío con una alumna. Ésta desaparece más o menos un año después. Pasa el tiempo y de pronto aparece su foto en uno de sus anuncios porno.

– ¿Adonde quieres llegar?

– No tiene sentido.

– Como todo lo demás en este caso.

– Piensa -dijo Myron negando con la cabeza-. Grady admite haber tenido un lío con Kathy. ¿Y qué sería la última cosa que querría?

– Que todo el mundo lo supiera.

– Y, sin embargo, su foto aparece en el anuncio.

– Ah -asintió Win-. Crees que alguien le ha tendido una trampa.

– Exactamente.

– ¿Quién?

– Yo apostaría por Fred Nickler -dijo Myron.

– Mmm. Pero nos pasó el apartado de correos de Grady sin problemas.

– Y también tiene el poder de cambiar las fotos de su propia revista.

– ¿Entonces qué sugieres que hagamos?

– Me gustaría que volvieras a investigar exhaustivamente al señor Fred Nickler. Tal vez volver a hablar con él. Hablar -recalcó Myron-, no hacerle una visita.

En el terreno de juego, Christian daba de nuevo unos pasos atrás. Tommy Lawrence se lanzó sobre él por tercera vez consecutiva sin que nadie lo parara. De hecho, el guardia izquierdo se quedó mirándolo con las manos en la cintura.

– A Christian lo está traicionando su propio línea -comentó Myron.

Christian esquivó a Tommy Lawrence, tensó los brazos y lanzó el balón a una velocidad de vértigo contra la entrepierna de su guardia izquierdo. El impacto del balón produjo un ruido sordo y, acto seguido, el guardia se desplomó contra el suelo como si fuera una silla plegable.

– ¡Ay! -exclamó Win.

Myron estuvo a punto de aplaudir. Parecía el remake de El Rompehuesos.

Lógicamente, el guardia izquierdo llevaba coquilla, pero una coquilla apenas servía de nada contra un proyectil tan veloz, así que cayó al suelo hecho un ovillo y dando vueltas en posición fetal con los ojos como platos. Todos los hombres de los alrededores emitieron al unísono un sonoro y comprensivo «¡auuuh…!».

Christian fue andando hasta el guardia izquierdo, un tipo que debía de pesar más de ciento veinticinco kilos, y le tendió la mano para ayudarlo a levantarse. El guardia la aceptó y fue cojeando de vuelta al huddle.

– Christian tiene los cojones bien puestos -dijo Myron.

Win asintió y añadió:

– Cosa que ya no puede decirse del guardia izquierdo.

Загрузка...