El tipo del sombrero de ala curva sabía lo que se hacía.
– Quédate unos pasos por detrás de mí -le espetó a su nuevo compañero.
En el garaje, el tipo del sombrero y Musculitos (que, al parecer, estaba fuera de servicio) habían subestimado a Myron. Sin embargo, esta vez el tipo del sombrero no había cometido el mismo error. No sólo no había apartado la vista del arma de Myron en ningún momento, sino que, además, se aseguraba de que tanto su nuevo compañero (El Mostacho) como Esperanza se mantuvieran alejados a una distancia prudencial.
Qué listo.
Myron había tenido la tentación de hacer un movimiento, pero hasta el mejor de sus movimientos no le hubiera servido de nada en aquella situación. Aunque consiguiera apartar la pistola del tipo del sombrero, no iba a tener ninguna posibilidad de apuntar a El Mostacho con ella antes de que éste pudiera dispararle a él o a Esperanza.
Tendría que esperar y permanecer alerta. Sabía lo que el tipo del sombrero y El Mostacho pretendían. No los habían contratado para comprarle un cucurucho ni para enseñarle a bailar country, ni siquiera para darles una paliza. Al menos no esta vez.
– Déjala ir -dijo Myron-. Ella no tiene nada que ver con todo esto.
– Sigue andando -repuso el tipo del sombrero.
– No la necesitas.
– Andando.
El Mostacho abrió la boca por primera vez y dijo burlón:
– Puede que luego me apetezca tener un poco de compañía.
Se detuvo y apretó la boca de la pistola contra la mejilla derecha de Esperanza mientras le lamía la mejilla izquierda con una lengua húmeda y de aspecto vacuno. Esperanza se puso rígida. El tipo del mostacho miró a Myron y le preguntó:
– ¿Tienes algún problema, colega?
Myron sabía que sería inútil o perjudicial decir algo en aquel momento, así que mantuvo la boca cerrada.
Dieron la vuelta a una esquina. El hedor a basura que se amontonaba hasta casi dos metros a ambos lados del callejón era insoportable. El tipo del sombrero inspeccionó rápidamente la zona; estaba desierta.
– Tira -dijo empujando a Myron de nuevo con la punta de la pistola-. Hasta el final del callejón.
Myron se sintió como si estuviera andando por la plancha de un barco pirata en un mar repleto de tiburones, por lo que intentó recorrerla lo más despacio posible.
– ¿Qué vamos a hacer con esta pedazo de idiota? -preguntó El Mostacho.
– Nos ha visto -respondió el del sombrero sin apartar la mirada de Myron-. Es una testigo.
– Pero no nos han contratado para liquidarla a ella -se quejó El Mostacho.
– ¿Y?
– Pues que no deberíamos desperdiciar un elemento como éste -dijo sonriendo-, sobre todo cuando nos la podemos follar primero.
El Mostacho se puso a reír de su propia sugerencia, pero no así el del sombrero, que dio un paso atrás manteniendo la pistola apuntada hacia la espalda de Myron. Éste se volvió y quedó de cara a él. Estaban a unos dos metros de distancia y Myron tenía la espalda contra la pared del fondo del callejón. La ventana más cercana estaba a tres metros del suelo y no había espacio para moverse.
El tipo del sombrero de ala curva elevó la pistola y apuntó a Myron a la cara. Myron miró fijamente a los ojos del tipo del sombrero sin pestañear.
De repente, desaparecieron. Los ojos del tipo del sombrero dejaron de estar allí, lo mismo que la mitad superior de su cabeza.
La bala acababa de partirle el cráneo por la mitad y abrirle la cabeza como un coco. Se derrumbó contra el suelo y el sombrero lo siguió cayendo lentamente por el aire.
Era una bala dum-dum.
El Mostacho soltó un grito y dejó caer la pistola. Levantó las manos y exclamó:
– ¡Me rindo!
– ¡No lo hagas! -dijo Myron a la vez que empezaba a correr hacia él-. ¡Ha dicho que se rin…!
Sin embargo, la pistola volvió a disparar con gran estruendo y la cara de El Mostacho desapareció bajo una andanada de color rojo. Myron se detuvo y cerró los ojos. El Mostacho fue a reunirse con el tipo del sombrero en el cemento lleno de polvo. Esperanza corrió hacia él y lo abrazó con fuerza. Acto seguido, los dos se volvieron hacia la entrada del callejón.
Allí estaba Win, contemplando su obra como si fuera una estatua que no le acabara de gustar. Iba vestido con un traje gris y una corbata roja con un nudo Windsor impecable. Llevaba el pelo bien peinado, con un estilo conservador y con la raya siempre a la izquierda. Sostenía el revólver del calibre 44 en la mano derecha. Tenía las mejillas sonrosadas y un leve gesto, un amago de sonrisa, en el rostro.
– Buenas noches -dijo Win.
– ¿Cuánto tiempo llevas aquí? -le preguntó Myron.
No había visto a Win al salir del estudio fotográfico pero sí había detectado su presencia. Win siempre estaba por ahí cerca. Era una de esas constantes de la vida.
– He llegado mientras estabais en ese edificio de mala reputación -contestó Win sonriendo abiertamente-, pero quería que mi aparición fuera lo más espectacular posible.
Myron se deshizo del abrazo de Esperanza.
– Será mejor que nos vayamos antes de que lleguen las autoridades -dijo Win.
Se alejaron de los cadáveres en silencio. Esperanza estaba temblando y Myron tampoco se encontraba demasiado bien. Win era el único al que parecía no haberle afectado en absoluto lo ocurrido. Al llegar hasta el coche, la misma prostituta gorda embutida en un body tan ajustado que parecía una salchicha se acercó a Win y le dijo:
– Eh, tú, ¿quieres una mamada? Cincuenta pavos.
Win se quedó mirándola y le respondió:
– Preferiría que me chuparan el semen con un catéter.
– Bueno -dijo la chica-, cuarenta pavos.
Win se rió y se alejó de allí.