Nancy Serat dejó caer la maleta al suelo y rebobinó la cinta del contestador. Ésta chirrió unos instantes hasta llegar al principio. Había pasado el fin de semana en Cancún, las últimas vacaciones antes de empezar la beca de investigación en la Universidad de Reston, su antigua universidad.
El primer mensaje era de su madre.
– «No quiero molestarte mientras estás de vacaciones, cariño, pero he pensado que te interesaría saber que el padre de Kathy Culver murió ayer. Un atracador le clavó un cuchillo. Es terrible. Bueno, he pensado que querrías saberlo. Llámanos cuando vuelvas. Tu padre y yo queremos invitarte a comer a un restaurante por tu cumpleaños.»
A Nancy le temblaron las piernas. Se derrumbó sobre la silla y apenas logró oír los dos siguientes mensajes: uno del dentista, en el que le recordaba la higiene dental del viernes, y el otro de una amiga que la invitaba a una fiesta.
Adam Culver había muerto. No se lo podía creer. Su madre había dicho que había sido un atraco. Nancy dudó. ¿Habría sido casualidad? ¿O tendría algo que ver con el hecho de que él hubiera ido a verla…?
Calculó los días.
El padre de Kathy la había visitado el mismo día de su muerte.
La voz del contestador la hizo volver de golpe al presente.
– Hola, Nancy. Soy Jessica Culver, la hermana de Kathy. Cuando vuelvas llámame, por favor. Necesito hablar contigo lo antes posible. Estoy en casa de mi madre. El número es el 555-1477. Es muy importante. Gracias.
De repente Nancy sintió frío. Escuchó el resto de mensajes y luego se sentó y se quedó inmóvil durante varios minutos, pensando en lo que podía hacer. Kathy estaba muerta, o al menos eso creía todo el mundo. Y ahora su padre, horas después de haber hablado con Nancy, también había muerto.
¿Qué significaba todo aquello?
Permaneció inmóvil hasta que el único sonido que llenaba la habitación fue su propia respiración entrecortada. Después descolgó el auricular del teléfono y marcó el número de Jessica.
La oficina del decano estaba cerrada, así que Myron fue a su casa. Era una antigua vivienda de estilo Victoriano con tejas de cedro situada en el extremo occidental del campus. Llamó al timbre y le abrió la puerta una mujer muy atractiva.
– ¿Puedo ayudarle en algo? -dijo sonriendo con interés.
Llevaba puesto un vestido de color crema hecho a medida. No era joven, pero conservaba una elegancia y un sex appeal que hicieron que a Myron se le secara la garganta. A Myron le entraron ganas de quitarse el sombrero ante una mujer como aquélla pero, como no llevaba, no lo hizo.
– Buenas tardes -dijo Myron-. Querría ver al decano de alumnos, el señor Gordon. Me llamo Myron Bolitar y…
– ¿El jugador de baloncesto? -le interrumpió la mujer-. Y tanto. Debería haberle reconocido al momento.
Elegancia, hermosura, sex appeal y ahora, encima, buenos conocimientos de baloncesto.
– Me acuerdo de verle jugar en la NCAA -prosiguió-. Le animé hasta el final.
– Gracias…
– Cuando se lesionó -dijo negando con la cabeza y con aquel cuello de Audrey Hepburn-, lloré. Tuve la sensación de que una parte de mí también se había lesionado.
Elegancia, hermosura, sex appeal, buenos conocimientos de baloncesto y, encima, sensibilidad. Por si fuera poco, también tenía las piernas largas y unas buenas curvas. En conjunto, todo muy bonito.
– Muy amable por su parte, gracias.
– Es un placer conocerle, Myron.
Incluso su nombre sonaba bien viniendo de aquellos labios.
– Y usted debe de ser la esposa del decano. La encantadora decana.
La mujer se rió ante aquella imitación de Woody Allen.
– Sí, me llamo Madelaine Gordon. Y no, mi marido no está en casa en este momento.
– ¿Sabe si va a llegar pronto?
Ella sonrió como si la pregunta tuviera doble significado y luego le lanzó una mirada que le hizo sonrojarse.
– No -dijo lentamente-, tardará horas en llegar -añadió remarcando expresamente la palabra «horas».
– Bueno, pues entonces no la molesto más.
– No es ninguna molestia.
– Ya vendré en otro momento -dijo Myron.
Madelaine (a Myron le gustaba ese nombre) asintió recatadamente y dijo:
– Espero que sea pronto.
– Ha sido un placer conocerla -dijo Myron.
Menudo donjuán estaba hecho…
– Lo mismo digo -repuso con voz cantarina-. Adiós, Myron.
La puerta se cerró muy despacio, de modo insinuante. Myron se quedó allí de pie durante un momento, tomó varias bocanadas de aire y luego volvió corriendo al coche. ¡Fiu!
Miró el reloj y vio que era hora de ir a ver al sheriff Jake.
Jake Courter estaba solo en la comisaría, que parecía salida de una serie de los cincuenta como Mayberry RFD, excepto porque Jake era negro y en aquella serie nunca había salido ningún negro. Ni en la de Granjero último modelo, ni en ninguna otra de ese tipo. Ni judíos, ni latinos, ni asiáticos ni gente de ninguna otra parte del mundo que no fuera Estados Unidos. Sin embargo, habría sido un buen detalle. Podría haber aparecido un restaurante griego o un tipo que se llamara Abdul y que trabajara en la verdulería de Sam Drucker.
Myron calculó que Jake tendría unos cincuenta y pico. Iba vestido de paisano, sin chaqueta y con el nudo de la corbata suelto. De la cintura le colgaba un barrigón tan inmenso que parecía pertenecer a otra persona. Encima de la mesa tenía esparcidos varios expedientes en carpetas de papel manila, los restos de lo que podría llegar a ser un sándwich y el corazón mordisqueado de una manzana. Jake se encogió de hombros cansinamente y se sonó la nariz con algo parecido a un trapo de cocina.
– Me han llamado -dijo el policía a modo de introducción-. Se supone que debo ayudarle.
– Se lo agradecería mucho -repuso Myron.
– Usted jugó contra mi hijo. Gerard. Del estado de Michigan -dijo Jalee apoyándose en el respaldo de la silla y poniendo los pies encima de la mesa.
– Y tanto -asintió Myron-. Me acuerdo de él. Era muy buen jugador, una bestia en la cancha. Un especialista en defensa.
– El mismo -dijo Jake con orgullo-. No tenía ni idea de encestar, pero siempre sabías que estaba allí.
– Sabía imponer su voluntad -añadió Myron.
– Sí. Ahora es policía. En Nueva York. Detective de segundo grado. Es un buen poli.
– Como su padre.
– Sí-repuso Jake sonriendo.
– Dele recuerdos de mi parte -dijo Myron-. No, aún mejor, dele un codazo en las costillas. Todavía le debo unos cuantos.
Jake echó la cabeza atrás y empezó a reírse.
– Ése es mi Gerard. Los modales nunca fueron su fuerte -reconoció, y volvió a sonarse la nariz con el trapo de cocina-. Pero supongo que no ha venido para hablar de baloncesto.
– No, creo que no.
– ¿Pues por qué no me cuenta de qué va todo esto, Myron?
– Se trata del caso Kathy Culver -dijo-. Estoy investigándolo. Subrepticiamente.
– Subrepticiamente -repitió Jake enarcando una ceja-, menuda palabreja, Myron.
– Sí, es que he estado escuchando cintas de ampliación de vocabulario mientras venía en coche.
– ¿En serio? -dijo Jake antes de volverse a sonar la nariz. Parecía la llamada de apareamiento de una oveja salvaje-. ¿Yqué interés tiene usted en esto, aparte del hecho de que es el representante de Christian Steele y de que salió con la hermana de Kathy?
– Es usted muy minucioso en su trabajo -dijo Myron.
Jake tomó un bocado del sándwich a medio comer que tenía en la mesa y sonrió.
– A todo el mundo le gusta que lo halaguen.
– Christian Steele es un cliente y trato de ayudarle.
Jake se quedó mirándolo, a la espera. Era un viejo truco suyo. Si permanecía callado el tiempo suficiente, el testigo empezaba a hablar de nuevo, a entrar en detalles. Sin embargo, Myron no cayó en la trampa.
Al cabo de un minuto, Jake dijo:
– O sea, vamos a ver. Christian Steele firma un contrato con usted y un día va y le dice: «Mira, Myron, como me has estado chupando el culete tan blanquito que tengo, me gustaría que hicieras como el puto Dick Tracy y encontraras a mi antigua novia que lleva un año y medio desaparecida y que ni los polis ni los federales saben dónde está». ¿Es así como ha ido la cosa?
– Christian no dice tacos -replicó Myron.
– Muy bien, de acuerdo, ¿quiere saltarse los preliminares? Pues saltémoslos, pero si quiere que le ayude, tendrá que colaborar.
– Me parece justo -contestó Myron-. Pero no puedo. Por lo menos de momento.
– ¿Por qué no?
– Porque podría hacerle daño a mucha gente -contestó Myron-. Y probablemente no se trate de nada importante.
– ¿Qué quiere decir con «hacer daño»? -dijo Jake haciendo una mueca.
– No puedo entrar en detalles.
– Y una mierda.
– En serio, Jake. No puedo decirle nada.
Jake volvió a observarlo detenidamente y luego dijo:
– Déjeme que le diga una cosa, Bolitar. No busco ponerme medallas. Soy como mi hijo en la cancha, no llamo la atención pero lo doy todo en mi trabajo. No soy de los que intentan salir en la foto para subir puestos en el escalafón. Tengo cincuenta y tres años y ya no voy a subir más. Puede que esto le parezca pasado de moda, pero creo en la justicia. Me gusta ver que la verdad prevalece. He vivido dieciocho meses con la desaparición de Kathy Culver. Lo sé todo sobre el caso. Y no tengo ni idea de lo que ocurrió aquella noche.
– ¿Qué cree que ocurrió? -le preguntó Myron.
– ¿Se refiere a cuál es mi mejor aproximación basándome en los hechos que conozco? -dijo Jake mientras cogía un lápiz y lo hacía repiquetear contra la mesa.
Myron asintió con la cabeza.
– Ha huido.
– ¿Qué le hace pensar eso? -preguntó Myron sorprendido.
El rostro de Jake empezó a esbozar una sonrisa.
– Eso sólo lo sé yo y usted debe descubrirlo.
– P. T. me dijo que me ayudaría.
Jake se encogió de hombros y les dio otro mordisco a las sobras del sándwich.
– ¿Y qué hay de la hermana de Kathy? Tengo entendido que ustedes dos iban bastante en serio.
– Ahora somos amigos.
– La he visto por la tele -dijo Jake soltando un silbido-. Debe de ser difícil ser amigo de una mujer tan guapa.
– Está usted muy al día de las últimas tendencias, Jake.
– Sí, bueno, me olvidé de renovar la suscripción a la revista Cosmopolitan.
Se miraron el uno al otro durante un rato. Jake volvió a acomodarse en la silla y se puso a mirarse las uñas.
– ¿Qué es lo que quiere saber?
– Todo -respondió Myron-. Desde el principio.
Jake se cruzó de brazos, inspiró profundamente y empezó a soltarlo todo muy despacio.
– El servicio de seguridad de la universidad recibió una llamada de la compañera de habitación de Kathy Culver, Nancy Serat. Kathy y Nancy vivían en la residencia universitaria Psi Omega. Una buena residencia. Todas eran chicas guapas de pelo rubio y dientes muy blancos. Todas se parecían un poco y tenían más o menos la misma voz. Ya se lo puede imaginar.
Myron asintió y vio que Jake no estaba leyendo ni consultando ningún expediente. Se lo sabía todo de memoria.
– Nancy Serat le contó al agente de seguridad que Kathy Culver llevaba tres días sin aparecer por la habitación.
– ¿Por qué tardó tanto Nancy en llamar? -inquirió Myron.
– Por lo que se ve, Kathy no iba a dormir casi nunca a la residencia. La mayoría de las noches las pasaba en la habitación de su cliente. Ese al que no le gusta decir tacos. -Jake sonrió un segundo-. Sea como sea, su chico y Nancy se pusieron a hablar un día y descubrieron que los dos pensaban que Kathy había estado con el otro. Entonces se dieron cuenta de que había desaparecido y llamaron al servicio de seguridad de la universidad.
»El servicio de seguridad nos avisó, pero al principio nadie se preocupó demasiado. El hecho de que una universitaria falte unos días casi nunca suele implicar algo grave. Pero entonces, uno de los agentes de seguridad encontró sus bragas encima de un cubo de la basura y, bueno, ya sabe lo que ocurrió a partir de ahí. La historia se propagó como una mancha de grasa.
– Leí que se encontró sangre en las bragas -dijo Myron.
– Eso fue una exageración de los medios de comunicación. Había una mancha seca de sangre, probablemente de menstruación. La analizamos y coincidía con el tipo de sangre de Kathy Culver, pero también había semen y suficientes anticuerpos para hacer un análisis sanguíneo y de ADN.
– ¿Tiene algún sospechoso?
– Sólo uno -dijo Jake-. Su chico, Christian Steele.
– ¿Por qué él?
– Por los típicos motivos. Era su novio. Ella iba a su encuentro cuando se esfumó. Nada concreto ni perjudicial, pero de todas formas el análisis del ADN del semen lo descartó como culpable. -Jake abrió una nevera pequeña que tenía detrás-. ¿Quiere una Coca-Cola?
– No, gracias.
Jake cogió una lata y la abrió.
– Ahora voy a decirle lo que probablemente leyó usted en el periódico -prosiguió el sheriff-. Kathy está en una fiesta. Se toma una copa o dos, nada grave, se marcha a las diez de la noche para ir a ver a Christian y desaparece. Fin de la historia. Pero ahora permítame que le dé algunos detalles más.
Myron inclinó el cuerpo hacia delante. Jake tomó un sorbo de Coca-Cola y se limpió la boca con un antebrazo tan grande como el tronco de un roble.
– Según algunas compañeras de la residencia -dijo-, Kathy estaba trastornada. No era ella misma. También sabemos que recibió una llamada telefónica minutos antes de salir de la residencia. Le dijo a Nancy Serat que la llamada era de Christian y que iba a verle. Christian niega haber realizado esa llamada. Todo eso fueron llamadas intrauniversitarias, por lo que no podemos asegurarlo, pero la compañera de habitación dice que Kathy se mostró muy tensa al teléfono, como si no estuviera hablando con su novio, el señor Boquita Limpia.
»Kathy colgó el teléfono y bajó las escaleras con Nancy. Allí posó para hacerse aquella última fotografía por la que ahora se la conoce y luego desapareció para siempre.
Jake abrió el cajón de la mesa y le entregó la foto a Myron. Lógicamente, Myron la había visto cientos de veces. Todos los canales de televisión y periódicos del país habían mostrado la fotografía con mórbida fascinación. Una instantánea de las diez compañeras de residencia. Kathy era la segunda por la izquierda. Llevaba suéter y falda azules y un collar de perlas. Muy pija. Según las compañeras de residencia, Kathy se marchó sola justo después de hacerse la foto. Y ya no volvieron a verla más.
– Bueno -dijo Jake-, o sea que se va de la fiesta. Y sólo una persona afirma haberla visto después de eso.
– ¿Quién? -preguntó Myron.
– Un entrenador del equipo, un tipo llamado Tony Gardola. La vio, curiosamente, entrando en el vestuario del equipo alrededor de las diez y cuarto. Se supone que no debería haber habido nadie en el vestuario a aquella hora. La única razón por la que Tony estaba allí era porque se había olvidado algo. Le preguntó qué iba a hacer allí y ella le dijo que iba a ver a Christian. Tony pensó que no entendía a los chicos de hoy en día y que tal vez querían hacerlo en el vestuario. Tony decidió que era mejor no formular demasiadas preguntas.
»Ése es el último dato seguro acerca de su paradero. También tenemos un posible testigo que afirma haber visto a una mujer rubia con suéter y falda azules por el extremo occidental del campus alrededor de las once de la noche. Estaba demasiado oscuro para poder identificarla con seguridad. El testigo dijo que no la habría visto si no hubiera sido porque parecía tener prisa. No iba corriendo, pero andaba muy rápido.
– ¿En qué parte de la zona occidental del campus? -inquirió Myron.
Jake abrió un expediente y sacó un mapa mientras seguía observando atentamente la cara de Myron como si ésta escondiera alguna pista. Desplegó el mapa y señaló un punto.
– Aquí -dijo-. Delante del Miliken Hall.
– ¿Qué es el Miliken Hall? -preguntó Myron.
– La Facultad de Matemáticas. Cerrada con llave a partir de las nueve. Pero el testigo afirma que se dirigía hacia el oeste.
Myron recorrió el mapa con los ojos en dirección oeste. Había otros cuatro edificios donde se leía: residencias del profesorado. Myron recordó haber pasado por delante aquella misma tarde.
Allí era donde vivía el señor Gordon, el decano de alumnos de la universidad.
– ¿Qué pasa? -preguntó Jake.
– Nada.
– Y una mierda, Bolitar. Acaba de ver alguna cosa.
– No es nada.
– Muy bien -dijo Jake frunciendo el ceño-. ¿Quiere hacerlo así? Pues entonces apártese de mi vista. Todavía no le he contado algo que sé.
Myron había esperado una reacción así. Tendría que darle algo a cambio a Jake Courter, siempre y cuando Myron pudiera servirse de la información.
– A mí me parece -dijo Myron muy despacio- que Kathy se dirigía más o menos hacia la casa del decano.
– ¿Y?
Myron no respondió.
– Ella trabajaba para él -añadió Jake.
Myron asintió.
– ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
– Bueno, estoy seguro de que tendrá una explicación razonable -dijo Myron-, pero tal vez podría preguntárselo a él directamente. Como usted es tan minucioso en su trabajo…
– ¿Me está diciendo…?
– Yo no le estoy diciendo nada -interrumpió Myron-. Sólo he hecho un comentario.
Jake lo miró de nuevo fijamente y Myron le devolvió la mirada sin inmutarse. Una mera visita por parte de Jake Courter probablemente no revelaría nada del decano, pero por lo menos lo ablandaría un poco.
– Bueno, ¿y qué hay de aquello que iba a decirme?
– Kathy Culver heredó dinero de su abuela -dijo el sheriff tras un momento de duda.
– Veinticinco mil dólares -añadió Myron-. A los tres nietos les tocó lo mismo. En una cuenta de fideicomiso.
– No exactamente -dijo Jake. Se levantó de la silla y se subió los pantalones-. ¿Quiere saber por qué le he dicho que los hechos apuntan a que Kathy huyó?
Myron asintió en silencio.
– El día en que Kathy Culver desapareció, la chica fue al banco -explicó Jake- y sacó toda la herencia. Hasta el último centavo.