Ya eran las diez y media cuando Myron llegó a la residencia de Paul Duncan. Las luces seguían encendidas. Myron no lo había llamado para avisarle de su llegada. Quería conservar el elemento sorpresa.
Era una casa de madera muy sencilla con tejado a dos aguas. Muy bonita. Sólo le hacía falta una capa de pintura. El patio delantero tenía muchos parterres con flores en ciernes. Myron recordó que a Paul le gustaba dedicarse a la jardinería durante su tiempo libre. Como a muchos otros polis.
Paul Duncan le abrió la puerta con un periódico en la mano. Llevaba unas gafas de lectura que se sostenían sobre la punta de la nariz. Tenía el pelo entrecano y perfectamente peinado. Llevaba puestos unos pantalones deportivos azul marino y un reloj de pulsera de correa de cuero marca Speidel. El típico hombre de los almacenes Sears. Se oía un televisor de fondo. El público aplaudía como loco. Paul estaba solo, a excepción de un golden retriever que dormía hecho un ovillo delante del televisor como si fuera una hoguera en una noche de nevada.
– Tenemos que hablar, Paul.
– ¿No podemos dejarlo para mañana? -dijo con un tono de voz un tanto tenso-. ¿Después del funeral de Adam?
Myron le dijo que no con la cabeza y entró en la sala de estar. El público que aparecía en la televisión volvía a aplaudir. Myron le echó un vistazo a la pantalla. Era el concurso Star Search de Ed McMahon, pero como no salían las azafatas, Myron dejó de prestarle atención.
– ¿De qué va todo esto? -preguntó Paul cerrando la puerta tras de sí.
Sobre la mesilla había sendos ejemplares de National Geographic y de la TV Guide. También había dos libros, la última novela de Robert Ludlum y la Biblia. Todo estaba muy ordenado. En la pared había colgado un retrato del golden retriever cuando era más joven y la sala estaba adornada con figuritas de porcelana. También había un par de platos de Norman Rockwell. No tenía ninguna pinta de ser el picadero de un soltero ni tampoco un antro de lujuria.
– Me he enterado de tu aventura con Carol Culver -contestó Myron.
– No sé de qué me hablas -dijo Paul negándose a confesar.
– Entonces permíteme que te lo aclare. La aventura dura desde hace seis años. Kathy os pilló a ti y a su mamá hace un par de años. Adam también os descubrió la misma noche en que fue asesinado. ¿Te suena de algo todo esto?
– ¿Cómo…? -dijo Paul con la cara lívida.
– Me lo contó Carol. -Myron se sentó. Cogió la Biblia y empezó a hojearla-. Supongo que te saltaste la parte de «no desearás a la mujer del prójimo», ¿no, Paul?
– No es lo que tú te crees.
– ¿Y qué es lo que yo creo?
– Yo quiero a Carol. Y ella me quiere a mí.
– Eso suena fenomenal, Paul.
– Adam la trataba muy mal. Apostaba. Se iba de putas. Era distante con su familia.
– ¿Y por qué Carol no se divorció de él?
– No podía. Los dos somos buenos católicos. La Iglesia no lo permitiría.
– ¿Y la Iglesia prefiere la infidelidad en el matrimonio?
– No tiene gracia.
– No, no la tiene.
– ¿Quién te crees que eres tú para juzgarnos? ¿Te crees que fue algo fácil para nosotros?
– Pues no lo dejasteis -dijo Myron encogiéndose de hombros-. Ni siquiera después de que Kathy os viera juntos.
– Yo amo a Carol.
– Si tú lo dices…
– Adam Culver era mi mejor amigo. Significaba mucho para mí. Pero respecto a su familia, era un hijo de puta. Se ocupaba de ellos en el terreno económico, pero eso es todo. Pregúntale a Jessica, Myron. Ella te lo dirá. Yo siempre he estado ahí. Desde que era una niña. ¿Quién la llevó al hospital cuando se cayó de la bici? Yo. ¿Quién le construyó los columpios? Yo. ¿Quién la llevó en coche a la Universidad de Duke durante su primer año de carrera? Yo.
– ¿Y también te disfrazaste de conejo de Pascua? -preguntó Myron.
– No lo entiendes -repuso Paul negando con la cabeza.
– No es eso, sino que me importa un rábano, que es diferente. Y ahora hablemos del día en que Kathy os pilló a los dos juntos. Dime lo que pasó.
– Ya sabes lo que pasó -dijo Paul en tono irritado-. Entró en la habitación y nos vio.
– ¿Estabais desnudos?
– ¿Qué?
– ¿Estabais tú y la señora Culver en pleno clímax?
– No pienso contestar a esa pregunta.
Myron pensó que era el momento de ponerlo un poco furioso.
– ¿En qué postura estabais? En la del misionero, la del' perrito, ¿cuál? ¿Llevaba alguno de los dos esposas o una máscara de cerdo?
Paul se situó de pie justo delante de Myron. Todo el mundo piensa que ponerse de pie delante de un enemigo sentado es intimidante, pero en realidad, Myron podía propinarle un golpe con la base de la mano a la entrepierna antes de que un hombre normal llegara a apretar el puño.
– Cuidado con lo que dices, jovencito -dijo Paul.
– ¿Cómo reaccionó Kathy al veros en plan tortolitos?
– No reaccionó. Se fue corriendo.
– ¿La seguisteis alguno de los dos?
– No. Francamente, los dos estábamos demasiado paralizados por la impresión.
– Seguro. ¿Hablasteis del tema con Kathy alguna vez?
Paul se alejó de Myron, dio varias vueltas y finalmente se sentó en la silla junto a Myron.
– Sólo me lo recordó una vez.
– ¿Cuándo?
– Unos meses después.
– ¿Qué ocurrió?
Paul desvió la mirada y miró de un lado a otro, tratando de buscar algún lugar seguro en el que centrarse.
– No me resulta fácil hablar de esto.
– Continúa -dijo Myron asintiendo y fingiendo simpatía.
– Kathy se me insinuó.
– ¿Y aceptaste?
– Por supuesto que no -dijo Paul de nuevo con tono irritado.
– ¿Le diste calabazas?
– Fingí no saber de qué me estaba hablando.
– ¿Insistió?
– Sí, pero yo seguí ignorándola.
– Pero seguro que te excitaste mucho. Madre e hija. Las dos muy guapas. Se te debió llenar la cabeza de fantasías eróticas.
La irritación se convirtió en ira, se quitó las gafas con un gesto muy dramático y le dijo:
– Te lo advierto por última vez.
– Sí, sí, muy bien. Y ahora cuéntame lo de Fred Nickler.
Primero cabrearlo y luego cambiar de tema rápidamente. La táctica perfecta para dejarlo vulnerable.
– ¿Quién dices?
– Para ser poli -dijo Myron- mientes muy mal. Mil novecientos setenta y ocho. Hiciste un trato con Nickler y le retiraste los cargos de un caso de pornografía infantil. Lo sé todo acerca de tu relación con él, Paul. Lo que no sé es qué tiene que ver eso con todo lo demás.
– Me ayudaba de vez en cuando. Con algunos casos.
– ¿Incluido el de la desaparición de Kathy Culver?
– Pues de algún modo, sí.
– ¿Cómo?
– Supongo que no hay razón para no contártelo. -Paul tosió tapándose la boca con el puño y el golden retriever entreabrió un ojo pero no se movió-. Adam encontró fotografías de Kathy en el desván. Me las enseñó con la máxima discreción. En el dorso de una de ellas había la dirección de un estudio fotográfico llamado Forbidden Fruit. No lo encontré por ninguna parte, así que Adam y yo fuimos a hablar con Nickler, quien nos dijo que Forbidden Fruit ahora se llamaba Global Globes Photos y me dio la dirección.
– ¿Y entonces fuiste y compraste todas las fotos de Kathy y los negativos?
Era una pregunta retórica, puesto que Lucy ya había identificado a Paul Duncan a partir de una fotografía suya.
– Sí. Queríamos proteger la reputación de Kathy. Pero también queríamos saber quién había sido el desgraciado que había llevado a Kathy al estudio.
– Gary Grady.
– ¿Ya lo sabías?
– Estoy muy bien informado -contestó Myron.
– Bueno, pues investigué a Grady de arriba abajo. Era un tipo sospechoso, de eso no cabía duda. Profesor de instituto y a la vez propietario de todas esas líneas. Ponía anuncios en como mínimo cincuenta revistas pornográficas. Lo estuve siguiendo durante dos semanas, la mayor parte durante mi tiempo libre, y también le hice pinchar el teléfono durante un tiempo, pero al final no descubrimos nada.
– ¿Cómo reaccionó Adam entonces?
– No muy bien. Adam siempre venía a verme para comentarme algún punto de vista nuevo sobre el caso de Kathy, la mayoría de las veces fruto de la desesperación. Era normal. Era su hija pequeña. La única con la que mantuvo una relación decente. Adam estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de encontrarla. Incluso me propuso raptar a Grady y torturarlo hasta que confesara. Yo le dije que haría todo lo posible para ayudarle, pero siempre dentro de la ley. No le gustó que le dijese aquello.
– Cuéntame lo que pasó la noche en que murió Adam.
– Nos tendió una trampa muy bien planeada -dijo Paul tras inspirar profundamente.
– Eso ya lo sé. Pero ¿qué ocurrió después de que os descubriera en la cama?
– Se puso hecho una furia -contestó Paul restregándose los ojos-. Empezó a insultar a Carol. Cosas horribles. Intentamos hablar con él, pero ¿qué íbamos a decirle? Al cabo de un rato le dijo a Carol que quería el divorcio y se marchó corriendo.
– ¿Qué hiciste luego?
– Me fui a casa.
– ¿Y pasaste por algún sitio de camino a casa?
– No.
– ¿Hay alguien que pueda confirmar que estabas en casa?
– Vivo solo.
– ¿Hay alguien que pueda confirmar que estabas en casa? -repitió Myron.
– Que no, maldita sea. Por eso Carol y yo no se lo dijimos a nadie. Sabíamos lo que iba a pensar la policía.
– Cosas malas -asintió Myron.
– Yo no lo maté. Le hice daño y fui un pésimo amigo, pero no lo maté.
Myron hizo un leve gesto de indiferencia con el hombro.
– Pues a mí me pareces un candidato bastante bueno, Paul. Mentiste sobre la noche de su asesinato. Tenías una aventura desde hacía años con su esposa, una esposa que sólo se podía casar contigo si su marido moría. Os pilló a los dos en su cama el mismo día de su asesinato. Su hija desaparecida era la única persona que sabía lo de vuestra relación secreta. Su fotografía aparece en una revista que publica tu contacto. No, Paul, yo diría que esto pinta bastante mal.
– Yo no tuve nada que ver con eso.
– ¿Qué hiciste con las fotos de Kathy?
– Se las di a Adam, por supuesto.
– ¿Te guardaste alguna para ti? ¿Como un pequeño recuerdo?
– ¡Pues claro que no!
– ¿Y no volviste a ver ninguna de las fotos nunca más?
– Nunca.
– Y, aun así, la foto de Kathy acabó saliendo en una revista porno.
Paul asintió con la cabeza pausadamente.
– Una revista porno que publica tu colega Fred Nickler.
Paul asintió de nuevo.
– Pues ahora sólo nos queda hacernos la gran pregunta, Paul: ¿Cómo acabó la foto de Kathy en la revista de Nickler?
Paul Duncan se puso en pie con la ayuda de ambos brazos. Fue hacia el televisor y lo apagó. Las bailarinas desaparecieron. El perro siguió sin moverse. Paul se quedó mirando la pantalla apagada un instante y luego dijo:
– Te va a parecer una locura.
– Dime.
– Fue Adam. Fue él quien puso la foto de Kathy en esa revista.
Myron esperó a que Paul siguiera hablando mientras empezaba a sentir un cosquilleo por toda la columna vertebral.
– Yo tampoco lo entiendo -prosiguió Paul-. Ayer me llamó Nickler. Estaba muy preocupado porque me dijo que habías estado hurgando por ahí y que te habías dado cuenta de que pasaba algo raro. No tenía ni idea de lo que me decía, pero entonces me lo explicó. Adam le dijo a Nickler que pusiera esa foto en la revista. Adam conoció a Nickler cuando estábamos tratando de encontrar el estudio del fotógrafo. Así que Adam fue a verle y fingió que estaba trabajando en un caso conmigo. Le dijo a Nickler que pusiera la foto de Kathy en el anuncio de Gary Grady. También le dijo que no contara nada si alguien hacía preguntas, excepto para darle el alias y la dirección de Grady.
– Las pistas suficientes para que alguien encontrara a Grady -dijo Myron.
– Eso parece, sí.
– ¿Te dijo Nickler por qué puso la foto sólo en Pezones?
– No. Pero si quieres puedo llamarle y preguntárselo.
– No hace falta -dijo Myron negando con la cabeza.
– Eso es todo lo que sé. No puedo ni imaginarme lo que se habría propuesto hacer Adam. Puede que quisiera tenderle una trampa a Grady o puede que simplemente estuviera fuera de sí, pero la verdad es que no tengo ni idea de por qué Adam puso la foto de su hija en esa revista.
Myron se levantó de la silla. Él sí tenía una buena idea del porqué.