– Ése es el hombre que buscamos -dijo Win-. El señor Júnior Horton.
Horty tenía toda la pinta de ser un ex jugador de fútbol americano. Era alto y ancho de espaldas, repleto de bultos y venas gordas. Tenía unos brazos que parecían troncos de madera e iba vestido de rapero. Llevaba la camiseta de béisbol con botones de los St. Louis Cardinals por fuera de unos pantalones cortos y muy holgados que le llegaban por debajo de las rodillas. No llevaba calcetines. Zapatillas deportivas negras Reebok. Gorra de béisbol de los Chicago White Sox. Gafas de sol oscuras y un montón de joyas.
Eran las nueve de la mañana en la Calle 132 de Manhattan. La calle estaba tranquila. Horty estaba vendiendo droga. Había estado en prisión montones de veces y su periodo de libertad más largo había sido durante su estancia en la Universidad de Reston. La mayoría de las veces por tráfico de drogas. En una ocasión por robo a mano armada. Dos denuncias por agresión sexual. Sólo tenía veinticuatro años y ya era todo un delincuente. Al igual que la mayoría de sus compañeros de celda, se había pasado la mayor parte de la condena levantando pesas y ejercitando los músculos. Las instituciones penales ayudan a la gente violenta a desarrollar su fuerza física para que así cuando salgan puedan intimidar y lisiar aún mejor que antes. Qué gran sistema.
Jessica no estaba con ellos. Se había ido a investigar el despacho de su padre, el del depósito de cadáveres, para tratar de encontrar alguna otra pista. Myron la había convencido de que no fuera a hablar con Paul Duncan hasta que supieran un poco más. Jessica había escuchado de mala gana sus argumentos, aunque, de todas formas, ésa era la forma que tenía Jessica de escuchar.
Horty terminó la transacción con un chaval que no debía de tener más de doce años, chocó la mano con él y se encaminó en dirección oeste. No llevaba ningún walkman, pero andaba igual que si llevara uno. Parecía un poco nervioso. Tenía los ojos rojos y a cada cierto número de pasos soltaba un resoplido y se limpiaba la nariz con el dorso de la mano.
– Atención, niños y niñas, ¿sabéis lo que es un cocainómano?
– Puede que tenga la gripe -dijo Win.
– Sí, de la cepa colombiana.
Al ver que se acercaba, Myron y Win se apartaron de su vista. Cuando Horty llegó a la esquina del callejón, Myron se plantó delante de él.
– ¿Júnior Horton?
– ¿Y quién coño lo pregunta? -dijo Horty echándole una mirada furibunda y desdeñosa.
– Uy, qué contestación más brusca -dijo Myron.
– Apártate de mi puto camino o te meto una paliza -contestó Horty y, al ver a Win, añadió-: A los dos.
– Querrás decir «te doy una paliza» -lo corrigió Win-. Las palizas se dan, no se meten.
– ¿Qué cojo…?
– Queremos hablar contigo -le interrumpió Myron.
– Que te den por culo, colega.
– Es un malaleche -dijo Myron volviéndose hacia Win.
– Y tanto -asintió Win-, yo es que me meo de miedo.
Horty dio un paso hacia Win. Era por lo menos quince centímetros más alto y pesaba casi treinta kilos más. Seguramente, Horty pensaba que estaba siendo inteligente al meterse con el más bajito para tratar de intimidarlo. Myron intentó no sonreír cuando Horty dijo:
– Te voy a meter un palizón que te vas a cagar, hijo de puta.
– Si vuelves a decir una palabrota más me veré obligado a hacerte callar -dijo Win poniendo voz de señorita de guardería.
– ¿Tú? -preguntó Horty riéndose a carcajada limpia. Luego inclinó el cuerpo hacia delante y le acercó la cara hasta que estuvo a punto de tocarle la nariz con la suya. Win no se movió ni un milímetro-. ¿Crees que un pijo blanco de mierda como tú me va a hacer callar? ¡Puto ma…!
Win apenas se movió. Su brazo salió disparado a una velocidad vertiginosa y, en menos de una décima de segundo, le propinó un golpe con la base de la mano en el plexo solar y volvió junto a Myron. Horty trastabilló hacia atrás, respirando entrecortadamente, incapaz de llenar los pulmones de oxígeno.
– Te he dicho que no dijeras palabrotas -dijo Win.
Horty tardó casi medio minuto en recuperarse y, cuando finalmente lo hizo, se puso a gritar como un loco:
– Hijo de puta mamón de mierda. -Se levantó-. Te voy a hacer una cara nueva.
Horty se abalanzó contra Win con los brazos abiertos como si fuera a placar a alguien. Win lo esquivó y le dio una rápida patada giratoria de nuevo en el plexo solar. Horty se dobló hacia delante y cayó de bruces contra el suelo. Su rostro era una mezcla de cólera, dolor, sorpresa y, lógicamente, vergüenza. Miró a su alrededor para asegurarse de que no estaba viéndolo nadie. Al fin y al cabo, estaba dándole una paliza un señorito blanco de la clase privilegiada.
– Hay doscientos seis huesos en el cuerpo -dijo Win en tono neutro-. A la próxima te romperé uno.
Sin embargo, Horty no le escuchaba. Los ojos se le salían de las órbitas y la cara se le contorsionaba por la ira, por no hablar de su limitada capacidad para razonar. Se puso en pie a duras penas, fingiendo estar más malherido de lo que en realidad estaba. Quería conservar el elemento sorpresa. Cuando Horty estuvo lo bastante cerca, se lanzó al ataque.
«Debe de estar realmente colocado -pensó Myron-. O es que es rematadamente tonto. Probablemente las dos cosas.»
Win se apartó en el momento justo y le atizó a Horty una patada lateral contra la parte inferior de la pierna. Se oyó un crujido parecido al que haría una ramita seca al ser pisada. Horty pegó un grito y cayó al suelo. Win levantó la pierna para asestarle un puntapié descendente, pero Myron lo contuvo haciendo un gesto negativo con la cabeza.
– Doscientos cinco y bajando -dijo Win descendiendo el pie suavemente.
– ¡Me has roto la pu…! -Horty se detuvo para agarrarse la pierna y revolcarse de un lado a otro por el suelo-. ¡Me has roto la pierna!
– La tibia derecha -puntualizó Win.
– ¿Quién coj…? ¿Quién eres?
– Te vamos a hacer algunas preguntas -dijo Myron-. Y tú nos las vas a responder.
– Mi pierna, colega, necesito un médico.
– Cuando hayamos terminado.
– Mira, yo sólo trabajo para Terrell. Él fue quien me dio este territorio. Si os molesta, hablad con él, ¿de acuerdo?
– No queremos hablar contigo de eso.
– Por favor, colega, te lo suplico. Mi pierna.
– Fuiste a la Universidad de Reston.
– Sí, ¿y qué? -dijo cambiando la mirada de dolor por una de asombro-. ¿Queréis que os dé el currículum?
– Conocías a Kathy Culver.
– ¿Sois polis? -preguntó aterrorizado.
– No.
Silencio.
– Conocías a Kathy Culver.
– ¿Kathy… qué?
– Número dos cero cinco. El fémur izquierdo. El fémur es el hueso más largo de todo el cuerpo…
– De acuerdo, la conocía. ¿Y qué?
– ¿Cómo os conocisteis? -le preguntó Myron.
– En una fiesta. A la semana de entrar en la universidad.
– ¿Saliste con ella alguna vez?
– ¿Salir con ella? -dijo Horty en tono de burla-. No, no era la clase de chica con la que se sale.
– ¿Qué clase de chica era?
– La clase que me chupó la polla la primera noche. Y la de Willie también.
– ¿Quién es Willie?
– Mi compañero de habitación.
– ¿Jugaba al fútbol?
– Sí -dijo-. Pero sólo en equipos especiales -añadió como si eso lo convirtiera en una especie de ser inferior.
– Continúa.
– Oye, ¿por qué quieres que te explique todo eso?
– Continúa.
Horty se encogió de hombros. La pierna se le estaba inflamando de mala manera, pero la cocaína le anestesiaba el dolor lo suficiente para mantenerlo despierto.
– Mira, hicimos una fiesta. En la Casa Moore, donde vivían todos los hermanos. Kathy era la única chica blanca y vino vestida como una zorra. O sea, que eso es lo que era, ¿me entiendes? Empezamos a rapear y eso, y ella empezó a meterse nieve como si fuera una aspiradora. Le gustaba el tema. Después empezamos a bailar lento -dijo Horty medio riendo al recordarlo-. Rozándonos mucho, ¿no? Me puso la mano en toda la espalda negra, ahí, en la pista de baile, me la empezó a frotar y todo eso y entonces me la llevé arriba y se me puso a chuparla. Pero es que no acabó ahí la cosa. La tía sacó una cámara, ¡una puta cámara!, del bolso y me pidió que le sacara fotos. ¡Te lo juro! Me dijo que quería primeros planos, de ella y la espada negra.
A Myron se le comenzó a revolver el estómago. Win seguía con su habitual expresión de desinterés.
– A la noche siguiente -continuó Horty- volvió. Se la puso a chupar a Willie y a mí a la vez. Sacamos más fotos y nos lo pasamos de puta madre. Sólo que esta vez yo también tenía mi cámara.
– Así que sacaste tus propias fotos.
– Pues sí, joder.
– ¿Kathy y tú tuvisteis más… eh… encuentros?
– No. Pero pasó a tirarse a otros pavos. Estaba buenísima para lo guarra que era. Rubita y bien dotada y todo eso.
– ¿Hablaste con ella alguna vez después de aquello?
– Pocas veces -dijo encogiéndose de hombros-. No mucho. Pero cuando empezó a salir con Christian, buah, eso ya fue otra historia totalmente diferente.
– ¿Qué quieres decir?
– Pues que se le subió a la cabeza y se volvió una arrogante, como si su mierda ya no apestara. Esos dos iban del rollo de la parejita feliz y todo eso, como si fueran novios en una serie de televisión. De repente la muy zorra se pensó que ya era la típica nena pureta de mierda. O sea, la tía se me había montado en la espada como si fuera un puto potro salvaje y después ya no me decía ni hola. Eso no estuvo bien, eso no estuvo pero que nada bien.
Dijo el señor Etiqueta.
– Así que decidiste hacerle chantaje -dijo Myron.
– No, ni hablar, no, no…
– Lo sabemos, Horty. Sabemos que te dio dinero a cambio de las fotos.
– Anda, venga ya, cojones, eso no fue chantaje -dijo Horty soltando un bufido-. Sólo fue una transacción comercial. La llamé un día y le dije que tendría que bajarle un poco los humos. Y luego le dije que cada foto valía más que mil palabras. Ella estuvo más o menos de acuerdo y me dijo que no le importaría pagar por unas fotos tan buenas. Yo le dije que las fotos eran muy valiosas para mí, que tenían un gran valor sentimental y todo eso. Al final llegamos a un acuerdo. Un acuerdo que nos beneficiaba a los dos -recalcó-, nada de chantajes. -Horty volvió a agarrarse la pierna-. Fin de la historia -dijo haciendo un gesto de dolor.
– Te has olvidado de mencionar una cosa.
– ¿Qué?
– La violación en grupo en los vestuarios.
– ¿Violación? -repitió Horty sin poner cara de sorpresa y con una media sonrisa en la boca-. Colega, no te enteras de nada. Esa tía tenía las tres ces de Horty: calentorra, cachonda y comepollas. Joder, si es que se habría tirado sobre un montón de piedras si hubiera sabido que había una serpiente debajo. Le encantaba. Todos nos lo pasamos de puta madre.
Win miró a Myron como diciéndole: «Mantén la calma».
– ¿Cuántos erais? -preguntó Myron.
– Seis.
– ¿Y por qué no te limitaste a coger el dinero, Horty? -le preguntó Myron en voz baja.
– Te lo acabo de decir, colega…
– No fue a los vestuarios para practicar el sexo con seis personas porque ella quisiera. La violasteis.
– Que no, hombre -dijo negando con la cabeza-, que era una guarra de la cabeza a los pies. Y cuando se es una guarra así, se es para siempre. Es así. Un puto chocho haciéndose la chula y la repipi. La novia del quarterback. La puta animadora del All-American. ¿Pero quién cojones se creía que era? Pues sí, joder, le tuve que dar una lección. Le tuve que recordar quién era, lo que era en realidad. No era la puta reina del baile de fin de curso, joder. Era una zorra, una guarra chupapollas.
Win se puso delante de Myron como medida preventiva.
– Además -prosiguió Horty-, se lo debía a su novio. Y con creces.
– ¿A Christian Steele?
– Sí. Él me dio por culo. Yo le di por culo. Me cepillé a su guarrilla. Sólo fue una venganza, colega, por haberme echado del equipo.
– No -dijo Myron-. No fue Christian.
– ¿De qué hablas?
– Hablé con Clarke, el entrenador jefe. Hubo dos tipos que fueron a un partido colocados. Por eso os echaron. Christian no tuvo nada que ver con eso.
– Ah -repuso Horty encogiéndose de hombros-. Pues mira qué cosas.
– Tus profundos remordimientos de conciencia resultan conmovedores -dijo Myron.
– Tengo que ir a un médico, colega. Mi pierna me está matando.
– ¿No te preocupaba que te cogieran?
– ¿Qué?
– ¿No tenías miedo de que ella denunciara la violación?
Horty puso una cara como si Myron hubiera empezado a hablar en chino.
– ¿Estás chalado o qué, colega? ¿A quién se lo iba a decir? Lo único que hizo fue darme un dineral para que nadie supiera nada. Si decía algo, todo el mundo lo sabría. Toda la asquerosa verdad. Todo el mundo la sabría: Christian, su mamaíta, su papaíto, sus profesores. Todo el mundo sabría lo que había tratado de ocultar pagando ese dinero. ¿Y si hubiera sido lo bastante tonta para decirlo, qué? Había fotos de ella montándoselo con Willie y conmigo en la fiesta. ¿Quién se iba a creer que la habían violado después de ver eso?
Myron recordó cómo el decano le había hecho el mismo razonamiento. Las mentes inteligentes pensaban igual.
– Oye, mira, colega, es que esta pierna me está matando.
– ¿Has vuelto a ver a Kathy desde entonces? -logró decir Myron.
– No.
– ¿Fuiste tú quien dejó tiradas las bragas por ahí?
– No. Se las quedó otro. Pensó en quedárselas de recuerdo, pero cuando se descubrió que había desaparecido le entró miedo y las tiró.
– ¿Quién?
– No pienso dar nombres.
– Sí -dijo Win-, sí que vas a hacerlo. -Le puso el pie sobre la tibia rota y con eso bastó.
– De acuerdo, de acuerdo. Como ya os he dicho, éramos seis. Tres hermanos negros, dos putos blancos y un chinaco.
Violadores de todas las razas.
– Uno era el place kicker. Un tipo llamado Tommy Wu. Y luego estábamos Ed Woods, Bobby Taylor, Willie y yo.
– Eso hacen cinco.
– Dame un respiro, colega -dijo Horty vacilante-. El otro tío fue quien tiró las bragas, pero es un colega, tronco. Todavía me presta dinero cuando voy mal, ¿me entiendes? No puedo traicionarlo así como así. Es toda una estrella.
– ¿Qué quieres decir con que es «toda una estrella»?
– Pues que juega en la liga profesional y todo eso. No puedo decirte su nombre.
Win ejerció la mínima presión posible sobre la pierna y Horty se retorció de dolor.
– Ricky Lane.
Myron se quedó estupefacto.
– ¿El running back de los Jets?
Era una pregunta tonta. ¿Cuántos Ricky Lane que jugasen en la liga profesional de fútbol habían ido a la Universidad de Reston?
– Sí. Oye, mira, colega, ya te he dicho todo lo que sé.
– ¿Tienes alguna otra pregunta que hacerle? -le dijo Win a Myron.
Myron le dijo que no con la cabeza.
– Pues entonces vete, Myron.
Myron no se movió ni un palmo.
– He dicho que te vayas -insistió Win.
– No.
– Ya me has oído. Nunca lo condenarás. Vende drogas a niños, viola a mujeres inocentes, chantajea, roba, de todo, y no le importa lo más mínimo.
– ¿De qué coño estáis hablando? -dijo Horty irguiéndose.
– Márchate -repitió Win.
Myron se quedó dubitativo.
– Eh, colega, ya te he dicho todo lo que sabía -dijo Horty con voz ligeramente temblorosa.
Myron seguía sin moverse.
– ¡No me dejes solo con este chalado hijoputa! -gritó Horty.
– Márchate -insistió Win.
– No -dijo Myron-, me quedo.
Win se quedó mirando fijamente a Myron. Luego asintió con la cabeza y se acercó a Horty, que intentaba alejarse a rastras de allí aunque sin mucho éxito.
– No lo mates -concluyó Myron.
Win asintió sin decir nada. Hizo un trabajo con la precisión de un cirujano sin cambiar de expresión ni un segundo. Si llegó a oír los gritos de Horty, no lo demostró.
Al cabo de un rato, Myron le pidió que se detuviera y Win, a regañadientes, se apartó de Horty.
Luego se marcharon.