Capítulo 41

Myron aparcó delante de aquella casa de estilo Victoriano de Heights Road en Ridgewood que conocía tan bien. La duda se apoderó de él. Debería habérselo contado a Jessica, aunque también era cierto que había cosas que una mujer era más probable que confesase a un conocido que a una hija. Y aquélla podía ser una de ellas.

Carol Culver le abrió la puerta. Llevaba un delantal y unos guantes de goma industrial. Sonrió al verlo, aunque sus ojos no acompañaron a la sonrisa.

– Hola, Myron.

– Hola, señora Culver.

– Jessica no está en casa.

– Ya lo sé. Querría hablar con usted, si tiene un momento.

Carol no dejó de sonreír, pero durante un instante su cara reflejó preocupación.

– Pasa -dijo-. ¿Te apetece algo de beber? ¿Un té, tal vez?

– Sí, muchas gracias.

Myron pasó adentro. Jessica y él no habían estado mucho en esa casa durante el tiempo que habían salido juntos. Unas vacaciones o dos, pero ya está. A Myron nunca le había gustado esa casa. Tenía algo de sofocante, como si el aire fuera demasiado denso para poder respirar bien.

Se sentó en un sofá que estaba más duro que un banco de parque. La decoración tenía un aire solemne, consistente en multitud de objetos religiosos, muchas vírgenes y cruces y pinturas de pan de oro. Aureolas y rostros serenos mirando hacia el cielo.

Dos minutos más tarde volvió Carol sin los guantes ni el delantal, pero con té y galletas de mantequilla. Era una mujer atractiva. No se parecía mucho a sus hijas, aunque Myron había distinguido puntos de parecido en ambas: la postura firme de Jessica y la tímida sonrisa de Kathy.

– ¿Cómo te ha ido todo este tiempo? -preguntó Carol Culver.

– Bien, gracias.

– Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te vimos, Myron.

– Sí.

– ¿Tú y Jessica estáis…? -preguntó aparentando vergüenza como solía hacer a menudo-. Lo siento, no es asunto mío.

La madre de Jessica le sirvió té. Myron tomó un sorbo y le dio un mordisco a una galleta. Carol Culver hizo lo mismo.

– Mañana por la tarde es el funeral -dijo Carol-. Es que Adam donó el cuerpo a una facultad de medicina, ¿sabes? El alma era lo más importante para él. El cuerpo no era más que materia sin valor. Supongo que es algo que forma parte de ser patólogo.

Myron asintió en silencio y tomó otro sorbo de té.

– En fin, este tiempo no hay quien lo entienda -añadió Carol cambiando de tema mientras sostenía una sonrisa angustiosa-. Hace tanto calor por la calle… Si no llueve pronto senos secará todo el césped de delante. Y eso que hace tres meses tuvimos que pagar para que lo replantaran…

– La policía no tardará en llegar -la interrumpió Myron-. Por eso he pensado que sería oportuno hablar un poco con usted primero.

– ¿La policía? -dijo la madre de Jessica llevándose la mano al pecho.

– Quieren hablar con usted.

– ¿Conmigo? ¿Sobre qué?

– Se han enterado de la discusión -contestó Myron-. Un vecino salió a pasear el perro y les oyó a usted y al señor Culver.

Carol se puso tensa. Myron esperaba que dijera algo, pero Carol no dijo palabra.

– El señor Culver no se encontraría mal aquella noche, ¿verdad?

Carol Culver se puso pálida. Dejó la taza de té sobre el plato y se limpió las comisuras de la boca con una servilleta de tela.

– En realidad no tenía pensado asistir a aquella conferencia médica, ¿verdad, señora Culver?

Ella bajó la mirada.

– ¿Señora Culver?

No hubo respuesta.

– Ya sé que no es fácil -dijo Myron con delicadeza-, pero es que estoy intentando encontrar a Kathy.

– ¿De verdad crees que podrás, Myron? -preguntó Carol sin dejar de mirar al suelo.

– Es posible. No quiero darle falsas esperanzas, pero yo creo que es posible.

– ¿Entonces crees que puede que siga viva?

– Existe la posibilidad, sí.

Carol levantó finalmente la cabeza. Tenía los ojos llorosos.

– Haz todo lo que puedas para encontrarla, Myron -dijo con voz sorprendentemente firme y vigorosa-. Es mi hija. Mi querida niña. Es lo más importante. Más que cualquier otra cosa.

Myron aguardó a que Carol Culver continuara, pero ésta se quedó en silencio. Al cabo de un minuto, Myron dijo:

– El señor Culver fingió marcharse a aquella conferencia médica.

La señora Culver se limitó a inspirar profundamente y asintió con la cabeza.

– Aquella mañana, usted pensó que se había marchado -continuó Myron.

La madre de Jessica volvió a asentir con la cabeza como un robot.

– Y entonces la sorprendió aquí.

– Sí.

La suave voz de Myron parecía retumbar por toda la sala. Se oía el tictac exasperante de un reloj antiguo.

– Señora Culver, ¿qué es lo que su marido vio cuando llegó?

La madre de Jessica empezó a llorar y bajó de nuevo la cabeza.

– ¿La encontró a usted con otro hombre? -prosiguió Myron.

No hubo respuesta.

– ¿Ese hombre era Paul Duncan?

Carol alzó la mirada y la fijó en los ojos de Myron.

– Sí -dijo ella-. Estaba con Paul.

Myron volvió a esperar.

– Adam nos tendió una trampa y nos descubrió -continuó Carol con voz alta y firme de nuevo-. Había empezado a sospechar. No sé por qué. Así que hizo lo que tú has dicho. Me hizo creer que se iba a una conferencia en Denver. Incluso me pidió que le reservara el vuelo para así hacerme creer que se iba de verdad.

– ¿Y qué ocurrió cuando la vio su marido?

Carol se restregó las mejillas con dedos temblorosos. Se levantó y se volvió de espaldas.

– Pues exactamente lo que se espera que haga un marido al descubrir a su mujer en la cama con su mejor amigo. Adam se volvió loco. Había estado bebiendo mucho, lo cual no ayudó en absoluto. Me gritó, me llamó cosas horribles. Y yo me lo merecía. Me merecía cosas mucho peores. Amenazó a Paul. Tratamos de calmarlo, pero lógicamente eso era imposible.

La madre de Jessica volvió a coger la taza. Cada palabra que decía le hacía sentir más fuerte, le hacía más fácil respirar.

– Adam se fue de casa hecho una furia. Yo tuve miedo. Paul fue tras él, pero Adam se marchó con el coche. Luego Paul también se marchó.

– ¿Cuánto tiempo llevaban usted y Paul Duncan…? -preguntó Myron bajando el volumen de su voz hasta hacerse inaudible.

– Seis años.

– ¿Lo sabía alguien más?

En aquel momento, la poca compostura que Carol había conseguido reunir empezó a desmoronarse. Y no poco a poco, sino como si una pequeña bomba le hubiera estallado en la cara. Se vino abajo y comenzó a llorar con todas sus fuerzas. De repente, Myron cayó en la cuenta y se le heló la sangre.

– Kathy -susurró Myron-. Kathy lo sabía.

Los sollozos se hicieron más fuertes.

– Ella lo descubrió en el último año de instituto -continuó él.

Carol trató de dejar de llorar, pero eso llevaba tiempo. Myron recordó cómo Kathy había adorado a su madre, la mujer perfecta, la mujer que sabía equilibrar los valores anticuados sin dejar de prestar atención a las corrientes modernas. Carol Culver había sido toda un ama de casa y propietaria de una tienda. Había criado a tres hijos preciosos. Les había inculcado algo más que lo que actualmente se conoce como «los valores de la familia», ya que sus valores habían sido una doctrina rígida que había obligado a seguir a sus hijos. Jessica se había rebelado contra ella, y Edward igual. Sólo había conseguido encerrar en ella a Kathy, como un león dentro de una jaula demasiado pequeña.

Un león que al final se había liberado.

– Kathy… -empezó a decir Carol Culver. Luego se detuvo y cerró los ojos con fuerza-. Entró en la habitación y nos vio…

– …Y entonces fue cuando cambió -dijo Myron terminando la frase.

Carol Culver hizo un gesto afirmativo con la cabeza mientras mantenía los ojos fuertemente cerrados.

– Fue por mi culpa. Todo lo que ocurrió fue por mi culpa, que Dios me perdone… No -dijo Carol haciendo que no con la cabeza-. No me merezco su perdón. No lo quiero. Sólo quiero que vuelva mi hijita.

– ¿Qué hizo Kathy cuando los vio?

– Nada. Al menos al principio. Se dio la vuelta y salió corriendo. Pero al día siguiente rompió con Matt, su novio. Y a partir de ahí… hizo todo lo posible por hacerme pagar lo que le había hecho. Por todos los años que había sido una hipócrita. Por todos los años que le había mentido. Quería hacerme daño de la peor forma posible.

– Y empezó a acostarse con hombres -dijo Myron.

– Sí, y siempre se aseguraba de que acabara enterándome de todo.

– ¿Se lo contaba?

– Kathy no quiso hablar conmigo nunca más -contestó Carol negando con la cabeza.

– ¿Y cómo se enteraba?

Carol Culver vaciló un momento. Tenía la cara demacrada y la piel en torno a los pómulos muy tirante.

– Por fotografías -dijo sin inmutarse.

Una pieza más que encajaba. Horty y la cámara.

– Le entregaba fotos en las que aparecía con hombres.

– Sí.

– Blancos, negros, y a veces más de uno.

Carol volvió a cerrar los ojos y al fin logró decir con gran esfuerzo:

– Y no sólo con hombres. Empezó poco a poco, con un par de fotos de ella completamente desnuda. Como la que salía en esa revista.

– ¿Había visto esa foto antes?

– Sí. Y hasta tenía el nombre de un fotógrafo escrito por detrás.

– ¿Global Globes Photos?

– No. Era algo así como Forbidden Fruit.

– ¿Todavía guarda esa fotografía?

Carol negó con la cabeza.

– ¿Las tiró a la basura?

Carol volvió a hacer un gesto negativo.

– Quería destruirlas. Quería quemarlas y fingir no haberlas visto nunca, pero no pude. Kathy me estaba castigando. Guardarlas fue como una especie de penitencia. Nunca se lo conté a nadie, pero no podía tirarlas sin más. Lo entiendes, ¿verdad, Myron?

Él asintió.

– Así que las escondí en el desván. En una vieja caja para guardar trastos. Pensaba que ahí no las vería nadie.

Myron comprendió adonde quería llegar con eso.

– Pero su marido las encontró.

– Sí.

– ¿Cuándo?

– Hace unos meses. No me lo dijo, pero yo lo supe por su manera de actuar. Miré en el desván y las fotos ya no estaban. Adam supuso que las había escondido ahí Kathy. Él no tenía ni idea de que me las había enviado ella. O quizá sí lo supiera. Quizá por eso llegó a sospechar de mí y de Paul. No lo sé.

– ¿Sabe lo que hizo su marido con esas fotos, señora Culver?

– No. Eran repugnantes. Mirarlas me desgarraba por dentro. Creo que Adam las destruyó.

Myron dudó. Los dos se quedaron sin decirse nada durante varios minutos, hasta que al final Myron rompió el silencio:

– Jessica va a querer saber todo esto.

– Díselo tú, Myron -dijo Carol asintiendo con la cabeza.

Carol Culver lo acompañó hasta la puerta. Myron se detuvo delante del coche y se dio la vuelta. Observó aquella casa de estilo Victoriano de color gris. Veintiséis años atrás, una familia joven se trasladó allí. Pusieron columpios en el patio de atrás y una cesta de baloncesto encima de la puerta del garaje. Se compraron un coche familiar, fueron con él y con el de los vecinos a la Little League y al ensayo del coro, asistieron a las reuniones de la asociación de padres, celebraron fiestas de cumpleaños… Myron podía verlo en su cabeza, como un anuncio de una compañía de seguros.

Luego entró en el automóvil y se marchó.

Загрузка...