Capítulo 22

Las nueve de la noche.

Myron llamó a Jessica y le contó lo que había descubierto acerca del decano.

– ¿De verdad crees que Kathy tenía un lío con el decano? -le preguntó Jessica.

– No lo sé, pero después de ver a su mujer, lo dudo.

– ¿Es guapa?

– Mucho -dijo Myron-. Y además sabe de baloncesto. Dice que hasta lloró cuando me lesioné.

– La mujer perfecta -replicó Jessica con desdén.

– ¿Acaso detecto ciertos celos en tu tono de voz?

– Sigue soñando -dijo Jessica-. El hecho de que un hombre esté casado con una mujer muy guapa no significa que no pueda tener líos con universitarias.

– No te lo discuto. Pero entonces la pregunta es: ¿por qué al señor Gordon le enviaron la revista?

– No tengo ni idea -repuso ella-, pero también yo he descubierto hoy algo interesante. Mi padre fue a ver a Nancy Serat, la compañera de habitación de Kathy, la mañana del día en que murió.

– ¿Por qué?

– Todavía no lo sé. Nancy me ha dejado un mensaje en el contestador y voy a ir a verla dentro de una hora.

– Muy bien. Llámame si descubres alguna cosa más.

– ¿Dónde vas a estar? -preguntó Jessica.

– Trabajo hasta tarde en Chippendale's -dijo Myron-. Nombre en clave: Zorro.

– Debería ser Colita.

– Cómo te pasas.

Se produjo un silencio incómodo entre ambos y, al final, Jessica dijo con un tono de voz lo más neutro que pudo:

– ¿Por qué no te vienes a casa esta noche?

– Acabaré muy tarde -respondió Myron con el corazón a cien por hora.

– No pasa nada. Últimamente no duermo mucho. Sólo tienes que llamar a mi ventana, Zorro.

Y colgó el teléfono. Durante los siguientes cinco minutos, Myron se quedó sentado inmóvil, pensando en Jessica. Habían empezado a salir juntos un mes antes de que él terminara la carrera. Ella se quedó con él. Lo amó. Él la apartó de sí con alguna excusa machista sobre protegerla, pero ella no se fue. Por lo menos no entonces.

Esperanza abrió la puerta sin llamar. Le miró a la cara y le espetó:

– Para ya.

– ¿Qué?

– Que ya vuelves a poner esa cara.

– ¿Qué cara?

– Esa cara tan patética de cachorrito enamorado -dijo imitándolo.

– No estaba poniendo ninguna cara.

– Ya. Me das asco, Myron.

– Gracias.

– ¿Sabes lo que pienso? Creo que estás más interesado en volver con Jessica que en encontrar a su hermana.

– Madre mía, ¿pero qué narices te ocurre?

– Yo estuve ahí, ¿te acuerdas? Cuando ella se marchó.

– Oye, que ya soy mayorcito. Ya sé cuidar de mí mismo.

– Otra vez el mismo déjà-vu -dijo Esperanza haciendo un gesto negativo con la cabeza.

– ¿Qué?

– Que ya sabes cuidar de ti mismo. Y una mierda. Pareces Chaz Landreaux. Los dos tenéis la misma cabezota.

La tez morena de Esperanza le hizo pensar en noches hispanas, en arena dorada, en lunas llenas sobre cielos sin estrellas. Entre ambos se habían producido momentos de tentación, pero se habían percatado a tiempo de lo que podía acabar implicando y se habían echado atrás. Aparte de Win, Esperanza era su mejor amiga y Myron sabía que su preocupación era auténtica.

Decidió cambiar de tema y preguntó:

– ¿Has entrado sin llamar por alguna razón en concreto?

– He encontrado una cosa.

– ¿Qué?

Esperanza empezó a leer un bloc de notas. Myron no sabía por qué tenía un bloc de notas, ya que Esperanza no tenía ni idea de escribir cartas dictadas ni de mecanografiar.

– He conseguido rastrear el otro número al que llamó Gary Grady después de que lo fueras a ver a su casa. Pertenece a un estudio fotográfico que se llama, atención, Global Globes Photos. Está en la Décima Avenida, cerca del túnel.

– Es una zona sórdida.

– La que más -dijo Esperanza-. Creo que el estudio está especializado en pornografía.

– Siempre va bien tener una especialización. -Myron miró la hora-. ¿Se sabe algo de Win?

– Aún no.

– Déjale la dirección del fotógrafo en el contestador. A lo mejor acaba a tiempo de venir conmigo.

– ¿Vas a ir esta noche? -preguntó Esperanza.

– Sí.

Esperanza cerró el bloc de golpe y dijo:

– ¿Te importa si te acompaño?

– ¿Al estudio fotográfico?

– Sí.

– ¿No tienes clase esta noche?

Esperanza estudiaba por las noches la carrera de Derecho en la Universidad de Nueva York.

– No. Y ya he hecho todos los deberes, papá. De verdad.

– Venga, cállate y vámonos.

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