– A todas las unidades. Uno dieciocho en Acre Street. A todas las unidades. Uno dieciocho en Acre Street.
Paul Duncan oyó la llamada desde su escáner de la policía. Sólo estaba a varias manzanas del lugar, pero se hallaba fuera de los límites de su distrito, muy lejos, de hecho. La verdad es que no podía responder al aviso de ningún modo. Si lo hacía, llamaría la atención y tendría que responder a muchas preguntas. Preguntas como qué estaba haciendo allí.
Las piezas del rompecabezas estaban empezando a encajar poco a poco. Fred Nickler, el editor de aquellas revistas guarras, lo había telefoneado por la mañana y lo que le había contado explicaba muchas cosas, aunque no todo, ni muchísimo menos, pero como mínimo ahora entendía por qué Jessica se había comportado de aquel modo la noche anterior. Se había enterado de lo de la foto de Kathy. Myron Bolitar se lo debía haber explicado.
¿Pero por qué Myron tenía una copia?
Daba igual. Eso no era lo importante. Lo que sí era importante era que Myron Bolitar estaba involucrado. No podía subestimarlo. Jessica era un fastidio por sí sola. Y ahora encima tenía a Myron de su lado y probablemente a Win Lockwood, el secuaz psicópata de Myron. Paul conocía algunas cosas de su anterior trabajo para los federales. Myron y Win habían trabajado exclusivamente para los más altos cargos del gobierno. Su trabajo casi siempre había sido clasificado. Sin embargo, Paul conocía su reputación y con eso le bastaba.
Un coche patrulla pasó zumbando por delante de Paul con la sirena encendida. Probablemente fuera de camino al 118 de Acre Street. Paul puso en marcha el escáner. Quería escuchar todo lo que se dijera.
Estuvo pensando en llamar a Carol, pero ¿qué iba a decirle? No le había contado demasiado por teléfono, sólo que Nancy le había dejado un mensaje a Jessica en el contestador. ¿Qué sabía Jessica? ¿Y cómo lo había descubierto?
¿Y qué podría llegar a decirle Carol sobre todo eso?
Dos ambulancias pasaron volando por delante de su coche. Las dos llevaban la sirena encendida y al máximo volumen. Paul tragó saliva. Quería aparcar el vehículo, pero le apetecía seguir conduciendo y alejarse lo máximo posible.
Paul Duncan volvió a pensar en su amigo Adam Culver. Estaba muerto. Asesinado. Y con todo lo que había ocurrido, Paul no había tenido tiempo ni de llorar su pérdida.
Sí, de llorar su pérdida.
Podía sonar algo raro, que Paul Duncan llorara la pérdida de Adam Culver. Sobre todo para alguien que supiera cómo había pasado Adam Culver las últimas horas de su vida.
Win y Myron dejaron a Esperanza en el apartamento que compartía con su hermana y su prima en la zona este de Greenwich Village. Myron la acompañó hasta la puerta.
– ¿Te encuentras bien?
Ella asintió. Estaba pálida como un muerto. No había dicho palabra desde el tiroteo.
– Win… -empezó a decir, pero se detuvo e hizo un gesto negativo con la cabeza. Le llevó un minuto entero tranquilizarse-. Nos ha salvado. Supongo que eso es lo que importa.
– Sí.
– Nos vemos mañana.
Myron volvió al coche y telefoneó a Jessica. Todavía no había vuelto a casa, aunque Myron consiguió despertar a su madre. Después, Myron y Win fueron a una cafetería veinticuatro horas en la Sexta Avenida, una de esas cafeterías griegas con un menú largo como una novela de Tolstoi. Win era vegetariano, así que pidió una ensalada y patatas fritas. Myron pidió una Coca-Cola light. Era incapaz de comer nada.
Después de acomodarse en la mesa, Myron preguntó:
– ¿Qué ha pasado con Chaz?
Win cogió un trozo de pan duro de una cesta. Puso cara de desagrado, pero al final se conformó con una bolsita de crackers.
– El señor Landreaux fue directamente de nuestras queridas oficinas hasta un edificio situado en el número 466 de la Quinta Avenida -explicó-. Cogió el ascensor hasta el octavo piso, que tiene en alquiler Roy O'Connor y TruPro Enterprises. Cuando Landreaux entró en el ascensor, llevaba tu contrato bien cogido en la mano, pero no así al salir. Y no tenía bolsillos donde pudiera caber un documento de aquel tamaño. Conclusión: el señor Landreaux le dio el contrato a alguien de TruPro Enterprises.
– Tu capacidad deductiva es, por decirlo en una sola palabra, asombrosa -dijo Myron.
– Supongo que ya te sientes mejor -dijo Win con una sonrisa.
Myron se encogió de hombros.
– Tú y yo no somos iguales -continuó Win-. Tú llamarías ejecución a lo que les he hecho a aquellas alimañas. Yo, en cambio, lo llamo exterminio.
– No tenías por qué haberlo matado.
– Pero es que yo quería matarlo -dijo Win en tono neutro-. Y dudo que ninguno de nosotros vaya a lamentar su muerte mucho tiempo.
Pese a ser cierto, aquel argumento no consiguió tranquilizar a Myron. De hecho, no quería hablar más de aquel tema.
– ¿Dónde fue Chaz después de pasar por TruPro?
Win le dio un mordisco a una galleta salada y dijo:
– Antes de explicarte eso, creo necesario destacar que un matón enorme, que encajaba con la descripción de tu amigo Aaron, acompañó al señor Landreaux hasta la puerta. Era un tipo muy alto. Seguro de sí mismo. Atlético. Llevaba traje sin camisa y gafas de sol, aunque hacía rato que se había puesto el sol.
– Tenía que ser Aaron.
– Al salir a la calle, cada uno se fue por su lado. Aaron se metió en una limusina enorme y Chaz Landreaux se fue al Omni Hotel.
– ¿Cuál de ellos? -preguntó Myron.
En Manhattan había varios.
– El que está cerca de Carnegie Hall. Landreaux se encontró con su madre en la recepción. Su encuentro fue bastante conmovedor. Madre e hijo se abrazaron y ambos lloraron.
– Mmm -dijo Myron.
La camarera les trajo la comida y la bebida. Lo dejó todo sobre la mesa, se rascó el trasero con un lápiz y volvió a la cocina.
– ¿Y adonde fue después?
– Arriba. Llamaron al servicio de habitaciones.
– ¿Y qué está haciendo la madre de Chaz aquí si tendría que estar en Filadelfia? -preguntó Myron tras pensarlo un segundo.
– Por su grado de ansiedad -dijo Win sacando una servilleta del servilletero y poniéndosela sobre el regazo-, yo diría que Frank Ache encontró a Chaz Landreaux a través de algún miembro de su familia.
– ¿Un secuestro?
– Puede ser -contestó Win encogiéndose de hombros-. Frank acaba de enviar a dos hombres para matarte, así que dudo que tuviera ningún reparo en secuestrar a alguien del gueto.
Silencio.
– Nos estamos metiendo en un buen follón -dijo Myron.
– Y tanto. Demasiado bueno y todo.
La familia de Chaz era muy numerosa. Si Frank hubiese preferido zaherirle a través de sus seres queridos se habría llevado a alguno de sus hermanos.
– Mañana nos ocuparemos de eso -dijo Myron-. Tengo una cita con Herman Ache. A las dos en punto, en el lugar de siempre.
– ¿Tengo que ir?
– Por supuesto que sí.
Win empezó a comerse la ensalada y luego dijo:
– Ya sabes que esto no va a ser fácil, ¿no?
Myron asintió con la cabeza.
– A Herman Ache no le gusta entrometerse en los negocios de su hermano.
– Ya lo sé.
– ¿Me permites que te haga una sugerencia? -preguntó Win tras dejar el tenedor sobre la mesa.
– Te escucho.
– Frank Ache ha mandado a dos profesionales a por ti, pero su muerte no impedirá que lo vuelva a intentar.
– Ya. ¿Y entonces qué me sugieres?
– Que cortes por lo sano. Proponle un intercambio. Tú les cedes a Landreaux y ellos cancelan la recompensa por tu cabeza.
– No puedo hacerlo.
– Sí que puedes. Lo que pasa es que no quieres.
– Es una manera de verlo.
– No tienes por qué ayudarle.
– Pero es que yo quiero ayudarle -contestó Myron.
Win soltó un suspiro y dijo:
– En fin, hay que tratar de iluminar incluso a aquellos que prefieren permanecer en la oscuridad. ¿Ya tienes pensado un plan?
– Todavía estoy trabajando en ello.
– ¿Febrilmente?
Myron asintió.
– Y bien -dijo Win-, ¿qué descubriste en el estudio fotográfico?
Myron le contó todo acerca de su entrevista con Lucy.
– ¿Quién compró las fotos de los desnudos? -preguntó Win.
– Pues me viene a la cabeza cierta persona.
– ¿Quién?
– Adam Culver.
– ¿El padre de Kathy?
Myron asintió.
– Piénsalo. La persona que las compró tenía unos cincuenta y tantos. Quiso todas las copias y todos los negativos al momento. No quería correr riesgos.
– ¿El padre protegiendo a la hija?
– Tiene sentido, ¿no? -dijo Myron.
– Pero Kathy lleva más de un año desaparecida. ¿Cómo llegó Adam Culver a descubrir lo de las fotos?
– Quizá lo supiera desde el principio.
– ¿Y entonces por qué tardó tanto en comprarlas?
– Puede que lo sepamos mañana -dijo Myron encogiéndose de hombros-. Voy a decirle a Esperanza que vaya al estudio con una fotografía de Adam, a ver si Lucy lo reconoce.
Win picoteó un poco de ensalada y después dijo:
– Todo esto es un poco extraño.
– Sí.
– Pero… -Win se esperó a acabar de masticar-, hay otra cosa en la que quizá no hayas pensado. Si Adam Culver compró todas las fotos y los negativos para proteger a su hija, ¿por qué la fotografía salió en la revista?
Myron sí había pensado en eso, pero no tenía ninguna explicación.
La camarera les trajo la cuenta y Myron pagó. El total ascendía a ocho dólares con cincuenta. Un gran acto de generosidad por su parte. Luego fueron en coche hacia el norte de la ciudad. Win vivía en el edificio San Remo que dominaba la zona oeste de Central Parle. Cuando iban por la Calle 72 sonó el teléfono.
Myron miró el Swatch multicolor que llevaba en la muñeca, un regalo de Esperanza: era más de medianoche.
– Un poco tarde para que te llamen al coche -comentó Win.
Myron descolgó el auricular.
– ¿Diga?
– Señor Bolitar -contestó una voz entrecortada-. Soy Jake Courter. Vaya cagando leches al Hospital St. Barnabas, en Livingston.
– ¿Qué ha pasado?
– Limítese a ir hasta allí. Y rápido.