Capítulo 10

Deja que mis suaves brazos te acaricien,

deja que nuestras canciones se fundan.

Permíteme estar a tu lado,

déjame liberar tu corazón.

De Solange para Dominic


Dominic se acercó un poco más a Zacarías, sabiendo cuan rápido era el otro Carpato. Había luchado a su lado en innumerables batallas y conocía cada movimiento. Como bailarines en la sombra, se observaron el uno al otro, Zacarías se agachó sobre la muñeca de Solange. Parecía vulnerable, pero Dominic no se engañaba. Solange era la compañera de Dominic y era la más vulnerable de todos. Zacarías la podía matar en segundos. Eso sacudiría a Dominic lo bastante para darle a Zacarías una pequeña ventaja.

La tensión se elevó. Solange estaba muy quieta, con los ojos fijos en la cara de Dominic. No miraba como Zacarías extraía la preciosa sangre de su cuerpo. Salió de la mente de Dominic, pero éste se deslizó en la suya, oyendo sus chillidos silenciosos, viendo el temor convertirse en terror. Pero sorprendentemente, nada de ello se le mostró en la cara, ni en los ojos. Si no hubiera estado conectado con ella, Dominic nunca habría sabido cuan aterrada estaba.

Su mujer. Su compañera. Su valor le aterraba. Quería apartar a Zacarías de un tirón. Podía ver la avidez, la necesidad desesperada, el peligro creciente. El tiempo se estiró. El sonido de Zacarías tomando sangre era horroroso, la vista intolerable, pero se forzó a quedarse tan inmóvil como Solange y aguantar. El sudor brotó en su cuerpo, se deslizó por el pecho para mezclarse con los desgarros desiguales de la carne. Para un Carpato saber que su compañera estaba no sólo en peligro, sino que sufría, era una de las peores cosas posibles.

Dominic comenzó a revolverse, pero sintió la resistencia de Solange.

Por favor, dale tiempo para recuperarse. Está tratando de retroceder.

Ella lo sabría. La boca de Zacarías estaba sellada a su vena, extrayendo mucho. Estaba pálida, fría, pero no se resistía. Dominic se dio cuenta de que eso era lo que mantenía a Zacarías bajo control, su falta de resistencia. Ella había ofrecido su vida. Era su familia, bajo su protección y para Zacarías el honor lo era todo. Ella le hacía recordar. Le forzaba a escoger el honor. No habría escape para Zacarías esta noche. Su vida continuaría, árida, fea y sin esperanza.

Cuando diga basta, no discutas, corre. Su voz fue implacable.

Si crees que es demasiado tarde, respetaré tu decisión, estuvo de acuerdo ella.

La tensión es estiró hasta casi romperse. Dominic luchó contra sus instintos, tratando de dar a su amigo el tiempo que necesitaba para retroceder del borde precipicio, pero ver la boca tragando la sangre de su compañera era peor que cualquier cosa que jamás hubiera soportado. Ella estaba estoica, pero asustada y su propia disciplina estaba cerca del límite.

Pareció pasar toda una vida antes de que Zacarías lograra conquistar a la bestia que crecía en su interior. Pasó la lengua por la muñeca de Solange e hizo una profunda reverencia, un gesto de su respeto más profundo. También él debía saber cuan asustada estaba ella. Su sangre había estado aderezada con adrenalina, otorgándole una bola de fuego ardiente a través de las venas, pero el valor de Solange había desafiado toda la lógica, su gran sacrificio por un guerrero tan cercano a convertirse. Zacarias parecía avergonzado de estar en compañía de Dominic, y más avergonzado aún de estar en la de ella.

Dominic dejo escapar el aliento, la emoción le sacudía, sabiendo el coste que había supuesto esto para su amigo y su compañera.

– Me disculpo, Zacarías. No podía permitir que te fueras. Sé que es difícil, pero no puedo entregarte. Solange lo sabía. Es mi debilidad, no la suya.

Se estiró y agarró a Zacarías por los antebrazos, guerrero a guerrero, mirándose fijamente a los ojos. Los dos sabían que el gesto era de hermandad, respeto, y para comprobar que Zacarías había conquistado a su enemigo una vez más. El rojo rubí en sus ojos había retrocedido junto con la neblina. Sus colmillos se retrajeron blentamente. Le tomó un momento responder, agarrando los antebrazos de Dominic en un puño firme.

– No hay nada débil en ti, Buscador de Dragones. Ocultas tu naturaleza violenta bajo ese encanto tranquilo, pero aquellos que te conocemos sabemos que eres completamente consciente del poder que esgrimes. Esperaré tu llamada. Voy a la tierra ahora para mantener a mi gente a salvo.

– Si necesitaras sangre -dijo Solange-, llámanos.

Dominic no protestó, pero no iba a permitirle correr tal riesgo otra vez. Luchar contra vampiros era una cosa, pero caminar hacia los colmillos de un Carpato a punto de convertirse era algo enteramente diferente. El corazón todavía le palpitaba sin control, el sonido le atronaba en las venas. La miró, a esta mujer que era tal milagro para él.

Solange parecía tan joven pero tan intensamente vital. El cabello oscuro era espeso y veteado de rojo y oro, como si el sol la hubiera besado. Los rayos rojos representaban el fuego y la pasión que corrían en lo profundo de ella. Y ese espeso cabello oscuro brillando a la luz de la luna era su valor, afilado y terrible, y tan interminable como los ríos que cortaban a través del bosque. La necesitaba, necesitaba atarlos juntos, tenerla cerca, reclamarla como suya.

Quería arrastrarla a sus brazos y besarla para siempre. Quería ponerla sobre sus rodillas y castigarla por asustarlo. No sabía qué hacer con ella, pero iban a resolver esto de una manera u otra, porque no podía pasar por una prueba tan dura otra vez. Con siglos de enfrentarse a los no muertos, con la experiencia de innumerables batallas, de enfrentarse a la muerte cada día, nada le había preparado para la vista de su compañera ofreciendo su vida.

Por él. En su nombre. Su regalo para él. Un único sonido surgió de lo profundo de su garganta y giró sobre los talones y señaló hacia la morada, necesitando que ella escapara del otro Carpato. Zacarías podría encontrarla, llamarla a él, quizás convertirla en una víctima involuntaria. Siempre sería una amenaza para ella mientras estuviera sin compañera.

– Debemos ver si podemos ayudar a la joven.

Zacarías inclinó la cabeza.

– Gracias. Trata de salvarla por mí, Dominic. Lo consideraría un gran favor. Iría yo mismo, pero ya no confío en mí para estar cerca de mi gente. Se sacrificarían por mí. -Se inclinó otra vez hacia Solange-. La infusión de la sangre de tu compañera ha calmado los cuchicheos oscuros, pero debo alejarme de aquí.

– ¿Aguardarás mi llamada?

Zacarías asintió.

– Oiré cuando llames o necesites sangre. Puedes confiar en que pasaré la información. -Se fundió en vapor y se alejó flotando.

Con el corazón pesado, Dominic hizo gestos a Solange para que le precediera a la casa. Ella dio un paso cauteloso, como si probara las piernas. Parecía un poco mareada, pero él no la tocó, en su lugar miraba a Zacarías. La quería lejos del cazador Carpato lo más rápido posible, y debía permanecer alerta.

Zacarías estaba tan cerca de convertirse que ambos sabían que le quedaba poco tiempo. El peligro era doble ahora. Una vez Zacarías decidiera que ya no era necesario después de esta crisis, escogería el alba o sucumbiría a la oscuridad. La pérdida de tal amigo era casi inconcebible, una piedra en el pecho de Dominic, pero no iba a arriesgar más a Solange. Habían hecho lo que podían por Zacarías. Ahora era asunto de él.

Al lado de Dominic, Solange se movió un poco más cerca, como si le consolara, pero no lo tocó. Cuando lo miró y vio su mirada sobre ella, apartó los ojos. Todavía estaba incómoda a su alrededor en cualquier otro modo aparte del de guerrera. Él no habló, permitiendo que el silencio se extendiera entre ellos. Estaba orgulloso de ella, pero molesto. Disgustado. Tenía anudados con fuerza los músculos del estómago. Sintió el impulso de sacudirla, o de inclinarse y sostenerla tan fuerte que no pudiera respirar. Se sentía como si bajara de un pico de adrenalina que le dejaba nervioso y enfermo, condiciones con las cuales no estaba familiarizado.

Dominic arrastró a Solange detrás de él, indiferente a que ella estuviera molesta porque la protegiera, pero había terminado de poner su cuerpo en peligro. Zacarías había tomado tanta sangre que se sentía débil, y a causa de los parásitos, él no podía proveer. Ella tropezó dos veces y había tratado de cubrirlo, pero él no podía dejar de notarlo. Llamó cortésmente a la puerta abierta que llevaba al dormitorio principal. Estaba seguro de que Zacarías tenía una guarida abajo, pero no la utilizaría, no se arriesgaría a tan cercana proximidad con su gente, no con su fuerza disminuyendo. Nunca los pondría en peligro a sabiendas.

– Zacarías quería que viera si puedo ayudar -saludó Dominic cuando Cesaro se dio la vuelta. El hombre parecía desaliñado. Con la cara retorcida de pena.

– No sé lo que puede usted hacer por ella -contestó, alejándose de la cama para proporcionar espacio a Dominic-. Está viva, pero la garganta… -Se calló.

Dominic tomó su lugar, notando que en vez de apresurarse al lado de la joven, Solange iba a las ventanas, moviéndose como una sombra silenciosa por el cuarto, verificando el exterior.

– Su padre está muerto. Afuera en el patio. No tiene madre. Ninguna otra familia.

– Tiene a Zacarías y sus hermanos, y te tiene a ti -dijo Dominic-. Zacarías desea que se haga todo lo posible y que considere esta casa como su casa.

Cesaro asintió.

– Él es así. Siempre nos cuida.

– ¿Cómo se llama? -preguntó Dominic. Necesitaba un momento para respirar ante la vista de la joven, tan pequeña e indefensa, apenas ondulando el gran edredón, rota como estaba, con la trenza oscura y gruesa llena de sangre y la cara casi gris. El recordatorio de la destrucción que un vampiro podía causar en segundos se añadió a su resolución de limitar el valor de Solange sólo un poco, lo bastante para que él pudiera vivir con ello.

– Marguarita -contestó Cesaro. Se limpió la cara con la mano-. No sé que voy a decirles a los demás.

Dominic se inclinó sobre la joven. El aliento apenas atravesaba sus pulmones. Hazle salir de la habitación, Solange.

Solange no vaciló.

– Necesitamos que patrulles el terreno con tus hombres. Si tienes que quitar el cuerpo de su padre del patio, hazlo, pero podría haber otro ataque. Van tras Zacarías. Es una amenaza inmensa para ellos.

Dijo lo correcto. Cesaro corrió a proteger la propiedad de su jefe y dejó a la mujer moribunda con ellos. Dominic confió en que Solange vigilaría su cuerpo vulnerable mientras estaba fuera de sí mismo y enviaba su energía a Marguarita.

Inmediatamente pudo ver que Zacarías había hecho un milagro en el corto espacio de tiempo del que había dispuesto. El Carpato se había despertado hambriento, pero aún así le había dado su sangre y la energía que tenía para tratar de salvar a alguien que le era leal. ¿Sabía que había sido atacada porque se negó a revelar su morada? Su mente estaba protegida y el vampiro no pudo abrirse camino entre las salvaguardas que Zacarías había tejido para cada uno de los que trabajaban para él.

La sangre Carpato se había precipitado a cada célula, tratando de reparar el terrible daño. Sus cuerdas vocales estaban casi destruidas. Dominic retomó las reparaciones donde Zacarías las había dejado, esforzándose por cerciorarse de que pudiera respirar y tragar apropiadamente. Los músculos desgarrados fueron conectados. Por suerte, Zacarías le había dado la sangre que necesitaba. Dominic no se la podía suministrar, y no había manera de saber si la sangre de Solange era compatible. Hizo cuanto pudo, dándose cuenta de que no se había alimentado cuando regresó a su cuerpo débil y oscilante.

– Llevas mucho tiempo trabajando-dijo Solange, tendiéndole la muñeca-. Necesitas…

– ¡No! -Levantó la mano-. Creo que he tenido bastante de tus sacrificios para toda una vida. Cazaré mientras tú la vigilas.

Solange respingó, pero dejó caer la muñeca a un lado sin protestar. Tenía la cara ruborizada y la apartó.

Sus palabras habían sido más agudas de lo que pretendía, la necesidad de sangre, la de ella, lo abrumaba. Quería más que su sangre. La bestia estaba todavía demasiado cerca, necesitaba llevársela, mantenerla segura. Tenía toda la intención de dar órdenes de una manera que su compañera pudiera comprender, pero en este momento, cuando todo su cuerpo estaba todavía conmocionado por el terror de esos dientes en sus venas y los ojos de color rojo rubí del casi vampiro marcándola como su presa debajo de su nariz, no podía encontrar dentro de él la forma de ser suave con ella.

– ¿Va a vivir?

¿Había un temblor en esa voz? Le agarró el mentón y le levantó la cabeza hasta que sus ojos se encontraron.Temblaba como un pajarito. Le rozó los labios suaves con la yema del pulgar.

– Vivirá. Su gente cuidará de ella. Yo soy el único que cuida de ti y no estoy haciendo un trabajo muy bueno.

Ella frunció el entrecejo, sus pestañas revolotearon. Parecía confusa, el color se precipitó en su cara.

– ¿Por qué deberías cuidar de mí? Cometí un error, pero me di cuenta inmediatamente. No hay necesidad de que te preocupes por mí. Siento haber apartado al vampiro de ti de un golpe. Debería haber sabido que tenías un plan. -Sus palabras salieron atropelladamente, una explicación jadeante, casi dolorosa. Apenas podía forzarse a mirarlo.

– Eres una guerrera de gran habilidad y no tengo queja del modo en que me has ayudado en este alzamiento. Evitaste que mataran a Cesaro y que Zacarías se deshonrara mientras yo estaba matando al vampiro. -Reconocía que estaba en deuda-. Me sentíorgulloso de ti.

Ella tragó con dificultad, los ojos de él eran un verde profundo, casi esmeralda. Las largas pestañas revolotearon y apartó la mirada. No estaba acostumbrada a los cumplidos ni a la atención. Dominic apartó la vista de la vulnerabilidad de su transparente cara. Ella sólo se lo daba a él. Era un privilegio, un tesoro, y aún así, una gran responsabilidad.

– Estás molesto conmigo. -Lo hizo sonar como una declaración.

– No contigo, kessake. Estoy molesto conmigo mismo. Permanece alerta. Los no-muertos viajan en grupo. No he tenido tiempo de borrar todo rastro de su presencia.

Ella abrió la boca y luego la cerró bruscamente, asintiendo una vez antes de concentrar su atención en Marguarita.

Dominic no tocó a Solange como deseaba. Salió a zancadas del cuarto y entró en el dormitorio más pequeño donde Etienne había interrogado a Marguarita. Este era el cuarto de ella. Mantenía la casa para el propietario ausente mientras su padre y Cesaro recorrían el gran rancho de ganado. Probablemente nunca se había encontrado con Zacarías, pero la lealtad estaba tan inculcada en las familias desde el nacimiento, el secreto de los Carpatos confiado a su linaje, que todos morirían antes que traicionar su honor.

Suspiró mientras reparaba meticulosamente el daño de la estructura y borraba toda evidencia del ataque. El maestro de Etienne sabría que estaba muerto y querría saber dónde había sucedido y cómo. Si venía a mirar, no encontraría evidencia de Zacarías ni de Etienne en este lugar. Recordaría a Cesaro que tuviera cuidado con el cuerpo del padre de Marguarita. Sería mejor incinerarlo. Los no muertos repletos de parásitos a menudo los dejaban atrás en las heridas desgarradas y éstos llamarían a sus maestros. Marguarita no tenía ninguno en la sangre, ya que Dominic había interrumpido el ataque antes de que el vampiro tuviera tiempo de inyectarle sus pasajeros.

Miró en torno al cuarto. El cuarto de una mujer. ¿Tenía Solange un cuarto femenino escondido en algún lugar? Lo dudaba. Se avergonzaría de reconocer ese lado de sí misma. Consideraba a la guerrera fuerte y a la mujer débil. Les ocultaría su lado más suave a todos los que la conocían. Su cuerpo reaccionó contra ese pensamiento. A él no se lo ocultaría. Apartaría las capas hasta que la mujer quedara expuesta y entregada exclusivamente a él. Suya. Como Solange, él nunca había tenido nadie suyo. Nunca había pertenecido a nadie. La idea de que ella fuera suya y solamente suya, que nunca quisiera ser de nadie más era un pensamiento intrigante.

Mientras trabajaba rápidamente en el cuarto, reparó en todo: los cepillos, los espejos y las botellas de perfume. Todo en el cuarto sugería que Marguarita era ultrafemenina, y que había tenido una base de acero, negándose a entregar a su empleador para que se enfrentara a la muerte. La tortura de la horrorosa y vil criatura no la había roto. Las mujeres podían ser muchas cosas. Eran de todas las formas y tamaños, con personalidades infinitamente diferentes, pero no importaba lo que hubiera en la superficie, era lo que yacía debajo lo que contaba para él, como para todos los Carpatos. Podían ver en el interior de la mente, y lo que había allí, junto con el corazón y el alma de las mujeres, era lo que las hacía hermosas, no la parte exterior del paquete.

Ahora conocía a Solange lo bastante bien como para saber que si le decía que a un carpato no le importaba el exterior del paquete, lo tomaría por el lado equivocado. Sentiría que era su modo de decirle cortésmente que veía su cuerpo como ella, poco atractivo, y eso estaba muy lejos de la verdad. Trazó de nuevo los pasos de Etienne, destruyendo toda evidencia de su paso. Se encontró en el patio. El cuerpo había sido apartado, pero la sangre seguía manchando los parterres de flores, las losas del paseo de piedras y la tierra oscura y rica. Varias plantas se habían marchitado, los efectos de la naturaleza en contacto con la abominación de los no-muertos. Los vampiros divisarían fácilmente ese signo revelador desde el cielo.

Otra vez fue meticuloso al borrar toda huellas de la presencia del no-muerto y de la pelea que había tenido lugar. Si se sabía que Zacarías había estado aquí, esta hacienda y todos los que vivían en ella serían objetivos. Las cosas tenían que parecer mundanas, como si nadie tuviera ninguna idea de la presencia de vampiros. Estaba hambriento cuando terminó. Supo el momento en que Cesaro se acercó, lentamente, casi de mala gana, por detrás de él.

Dominic se giró.

– ¿Tiene preguntas?

Cesaro sacudió la cabeza.

– Don Zacarías me mandó recado de que puede usted necesitar sangre. Pidió, como un favor, que satisficiera sus necesidades. Le di mi palabra. Me pidió que siguiera cualquier instrucción que usted me diera.

– ¿Le aseguró que yo no le haría daño?

No había modo de hacerlo fácil, estando las salvaguardas de Zacarías sobre el hombre. Sabría que Dominic tomaba su sangre, y aún así, valientemente, había seguido órdenes. No, orden no, una petición.

– Ha sido una noche traumática para todos vosotros -dijo Dominic con un pequeño suspiro-. No quiero hacerlo peor. Desafortunadamente el cuerpo del padre de la señorita debe ser incinerado. Los no-muertos dejan pequeños parásitos que llamarán a sus maestros y les atraerían a este lugar. Estoy borrando toda evidencia de la batalla, pero no puedo permitir que nadie hable de esta noche, ni mencione las heridas de Marguarita. Es por la seguridad de todos.

Cesaro inclinó la cabeza.

– Se nos ha entrenado bien en qué hacer. Ya estamos preparando el cuerpo.

– Sé que preferiríais quemarlo vosotros mismos como muestra de respeto, pero mi manera será más rápida, limpia y asegurará que no escapen los parásitos. Así tampoco proporcionará una baliza para los no muertos.

– Esta es una noche mala -suspiró Cesaro-. Dígame honestamente si Marguarita vivirá.

– Vivirá. Pero no sé si hablará otra vez. Hemos hecho cuanto hemos podido, pero su garganta estaba muy desgarrada. Tendrá este lugar y todos los Carpatos la honrarán por su sacrificio.

Cesaro se frotó la sien, como si tratara de aliviar un dolor de cabeza persistente.

– Nuestra gente siempre ha estado con los De La Cruz. Luchamos para ellos, les protegemos y nos sentimos honrados de morir a su servicio. Marguarita no es diferente. Cuidaremos de ella. -Inhaló, exhaló-. Sería un honor cumplir los deseos del Jefe.

– ¿Estás seguro? -preguntó Dominic, este hombre le gustaba cada vez más.

– Eso creo.

Dominic no perdió el tiempo. Cada célula de su cuerpo gritaba pidiendo sustento. Había utilizado tanta energía para curar a Marguarita y para borrar todo rastro de la batalla, que había palidecido. Se movió hacia el hombre en vez de forzar a Cesaro a caminar hacia él.

– Mi pueblo subsiste con la sangre, así como el tuyo subsiste con la carne de animales. Nosotros no matamos. Sólo el vampiro lo hace.

Cesaro tragó de forma audible. Asintió con la cabeza.

– Don Zacarías nos lo ha explicado. Es… difícil, pero deseo hacer esto por usted.

– Si me lo permites, te ayudaré a no sentir nada. Retendrás el recuerdo sin temor.

Cesaro frunció el entrecejo, pero sacudió la cabeza.

– Quiero saber lo que se siente al servir a los que han sido tan buenos con nuestras familias durante estos largos años.

Dominic prefería tomar la sangre del cuello, como todos los Carpatos, pero no deseaba que el corazón de este hombre estallara. Podía oír la inquietud en su valiente petición y la aceleración del fuerte corazón. Era todo lo que podía hacer para respetar los deseos del hombre y no calmarlo.

Pasó la lengua sobre la muñeca que le ofrecía para entumecer la piel y luego hundió los colmillos a fondo en la vena, casi en un movimiento continuo. Cesaro emitió un único sonido, pero no se estremeció ni trató de apartar el brazo. Dominic comprendió por qué la familia De la Cruz creía en estos humanos. Eran leales en extremo e igual de valientes. La sangre caliente fluyó a su cuerpo, empapando las células, los músculos y el tejido, proporcionando fuerza instantáneamente, reabasteciendo su energía.

Tuvo cuidado de no tomar demasiado, pero cuando pasó la lengua sobre los agujeros gemelos, cerrándolos, Cesaro se balanceó y Dominic lo ayudó a sentarse.

– No ha dolido como pensé que haría -murmuró Cesaro. Le lanzó a Dominic una pequeña sonrisa-. Uno lo construye en su cabeza hasta que tiene miedo, pero ha habido poco dolor.

– Puede ser peligroso -recordó Dominic-. Cuando hemos vivido tanto tiempo y matado tantas veces, ya no hay emociones.

– Don Zacarías me dijo eso. Dijo que usted y su mujer me habían salvado. Y a él.

Dominic sacudió la cabeza.

– Quizás hicimos su elección más fácil. Limpiaré el campo de batalla mientras bebes muchos líquidos. Luego debes llevarme donde el cuerpo y alejar a los otros.


* * *

Solange apartó el cabello de la cara de Marguarita. Parecía una muñeca rota allí tendida, tan quieta y pálida. Había círculos oscuros bajo sus ojos y dos medialunas de espesa pestañas oscuras abanicaban sus mejillas. Era una mujer hermosa y vital sólo horas antes. Solange suspiró suavemente. Había tanta violencia en el mundo, especialmente contra las mujeres, le parecía. ¿Qué le había hecho esta mujer a nadie? Había estado viviendo su vida, feliz. Ahora, su padre yacía muerto y la garganta de ella estaba aplastada. A Solange todo le parecía tan insensato. Había pasado casi cada día de su vida trabajando para evitar tales atrocidades, y aún así le parecía fallar en cada vuelta.

– Siento no haber estado aquí -murmuró suavemente. A veces se sentía como si siempre llegara tarde, siempre se quedaba un poco corta, y el último par de días habían sido malos.

Le quitó los zapatos y calcetines y le echó una manta por encima. Sería trabajo de la gente de la hacienda cuidarla ahora.

– ¿Cómo van a explicar esto?

– Tienen médicos en la familia -dijo Dominic por detrás de ella.

Se dio la vuelta con un gruñido. Nadie se le acercaba sigilosamente. Era una gata. Olfateaba la presencia de otros, pero allí estaba él, llenando el cuarto con los hombros anchos y la forma poderosa.

– ¿Cómo has entrado?

– Utilicé otra forma. Parecía más fácil que tratar de permanecer invisible ante los trabajadores. ¿Estás lista para marcharnos?

Habló con esa misma voz suave, pero ella sabía que había un tono de urgencia. Lo había habido desde que le dio su sangre a Zacarías. Trató de averiguar qué había hecho mal. Hacía mucho desde la última vez que había pasado tanto tiempo en compañía de cualquiera, y especialmente en compañía de un hombre. ¿Cómo podría ser ella lo que él deseaba cuando apenas podía forzarse a hablar con él? ¿Se suponía que una relación era tan difícil, o era ella la que la volvía así? No tenía la menor idea de cómo actuar. Qué sentir o pensar. O decir. Especialmente qué decir.

Solange quería decirle que sabía que podía ser todo lo que él jamás podría necesitar, pero ella misma no lo creía. No quería que otra mujer lo tocara, compartiera su tiempo, su vida, su risa o su conversación. Sabía que de algún modo había dado un paso irrevocable cuando le contó la verdatenia miedo de las consecuencias. Una n entregaba su corazón a un hombre para que éste se lo guardara, eso no se hacía. Pero no podía dejar de desearlo.

Él se llevaba la soledad absoluta que había soportado la mayor parte de su vida. Se dijo que no era real, que él había sido su sueño y que le había dado al hombre real las características del hombre de su sueño, pero lo sabía. Dominic era… Dominic. Era también Buscador de Dragones y eso le daba más en qué pensar que el hecho de que fuera un hombre.

Había oído el nombre de Buscador de Dragones. El título había sido cuchicheado, una leyenda. Un mito espantoso. Incluso los hermanos De la Cruz bajaban inadvertidamente las voces al hablar del Buscador de Dragones. Había pensado que no era real, que no era más una historia que se contaba en la sociedad carpato, un gran guerrero, un combatiente feroz, tan fuerte que nadie en su linaje se convirtió jamás en vampiro. Había visto el respeto que Zacarías le mostraba y Zacarías respetaba a pocos. Sabía que Zacarías tenía una reputación violenta también, pero había retrocedido ante Dominic.

Era difícil comparar al hombre que la trataba tan suavemente con la leyenda de la que se susurraba. Le echó un vistazo rápido a la cara. Podía ver el sello de la dureza en esas líneas grabadas tan profundamente. Él le había proporcionado los mejores momentos de su vida en el corto tiempo que llevaban juntos, pero ¿a qué precio? No era alguien a quien pudiera intimidar jamás y ella tenía un temperamento llameante. ¿Qué sucedería cuándo abriera la boca y saliera la cosa equivocada?

– ¿Solange? -animó-. ¿Estás preparada? -Le tendió la mano.

El corazón le saltó en la garganta. Ella nunca podría tomarle la mano en público. ¿Y si alguien la veía? Parecería femenina… débil. Su pulso se descontroló. Frenético. Él la miró simplemente con esos ojos siempre cambiantes, instigándola a dar un paso adelante y a poner la mano en la suya. Las mujeres lo hacían todo el tiempo, les tendían la mano a sus hombres. Se frotó las palmas por los muslos agitadamente.

Él no dejó caer la mano, sólo siguió mirándola. Ella olfateó el aire y se lamió los labios de repente secos, su mirada voló a la puerta, comprobando que no hubiera nadie cerca.

– Mírame -instruyó Dominic-. Sólo a mí. No importa lo que nadie piense o sienta. Sólo yo.

– Es sólo que… -Las palabras se desvanecieron bajo su mirada abrasadora.

¿Por qué no podía hacer una cosa tan sencilla? ¿Qué pasaba con ella ella? Se encontró sacudiendo la cabeza, alejándose un paso, sabiendo que estaba estropeando la única oportunidad que tenía de felicidad, pero incapaz de alcanzar esa mano.

Él no gesticuló. No dejó caer el brazo. Torció el dedo hacia ella.

– Soy consciente de la ubicación de cada persona en esta hacienda y consciente de tus temores. ¿No confías en que te cuide?

Quiso sollozar ante la mirada en esos penetrantes ojos azules. Por supuesto que él sabía dónde estaban todos. No debería haber tenido que recordárselo. Sabía que él no iba a dar ese paso hacia ella. Iba a tener que hacerlo ella. Miró a la mujer, tan silenciosa y pálida en la cama. Marguarita podría haberlo hecho y no se lo habría pensado dos veces.

¿Era el orgullo estorbando? Su orgullo ya estaba hecho jirones. Cerró los ojos, tomó aire y dio un paso adelante, colocando la mano sobre la de Dominic. Inmediatamente sus dedos se cerraron alrededor de los de ella, haciéndola sentir pequeña y demasiado vulnerable. La atrajo hacia él, tan cerca que el cuerpo de ella casi le tocaba. Podía sentir el calor que irradiaba de él.

– Esta es mi gatita.

La aprobación en su voz la calentó, y eso la asustó. Nunca había necesitado ni buscado la aprobación de nadie. ¿Por qué era tan importante para ella? Estaba molesta consigo misma por no haber preguntado nunca a Juliette ni a MaryAnn cómo se sentían cuando sus hombres estaban molestos o felices con ellas. ¿Era ella normal? ¿A quién quería engañar? No había nada normal en ella.

Él se llevó su mano a la boca. Ella pudo sentir el calor del aliento, ver el calor en sus ojos, aunque apenas podía mirarlo. No iba a estropear esto. El estómago le revoloteó y su matriz sufrió espasmos cuando él le mordisqueó las puntas de los dedos.

– ¿Estás preparada? -preguntó otra vez.

¿Preparada para estar a solas con él otra vez? ¿Estaba lista para eso? Lo dudaba, pero ¿qué iba hacer? Era preferible no decir nada. Asintió con la cabeza.

Él la soltó, parte de ella estuvo agradecida mientras otra parte tonta deseó que todavía la sostuviera cerca. Dominic se inclinó sobre Marguarita y ella saboreó la amargura en la boca. La gata le golpeó con fuerza contra la piel y, al mirarse en el espejo, vio que los ojos se le habían vuelto completamente jaguar. Se giró lejos de esa muestra de celos femeninos. Estaba triste por la pobre Marguarita, su vida había cambido para siempre, pero también estaba preocupada porque Dominic pudiera compararlas. Marguarita fue una mujer hermosa, esbelta, con curvas y piel perfecta, mientras que ella era… todo músculos vigorosos.

Dominic se dio la vuelta y esta vez fruncía el entrecejo.

– No me gusta tu comparación poco halagüeña de mi mujer con otra.

El corazón le dio ese salto ahora familiar. Suspiró. Quizá no deberías leer mis pensamientos sin mi conocimiento. No pudo evitar que el pensamiento le viniera a la mente y respingó, esperando que no lo hubiera oído. Aplastó todas las cosas bordes que quería decir y se mordió el labio con fuerza. No podía imaginarse qué haría él cuando le fuera con esa actitud, lo cual era inevitable. Incluso su prima más joven Jasmine, que la adoraba tanto, decía que tenía un problema de actitud.

– Pareces estar teniendo problemas al censurar lo que piensas. -Había diversión en su voz. No esperó su respuesta, sino que se adelantó por el patio.

Cesaro estaba sentado en una silla en la galería delantera. Parecía cansado y agotado, pero se las arregló para ofrecer una pequeña sonrisa.

– Enviaré a mi esposa con Marguarita. Se quedará con ella hasta que el llegue médico. El médico es mi hermano, así que no tema, no habrá nadie que hable de esta noche terrible. Y gracias por matar al monstruo.

Dominic le ofreció una pequeña reverencia formal y siguió alejándose a zancadas de la hacienda, hacia los árboles. Solange levantó la mano, y sin hablar, siguió a Dominic hasta que el bosque se los tragó completamente. Caminaron en silencio durante unos minutos, Solange permanecía unos pocos pasos atrás y a su izquierda, dándole sitio de sobra para maniobrar si se topaban con un enemigo.

– ¿Cuán lejos debemos ir? -preguntó.

Él se paró y se giró, su mirada pensativa vagó sobre ella.

– La distancia a nuestra guarida -reconoció. Y esperó.

Ella siseó entre dientes. Instintivamente supo lo que deseaba de ella, y esa parte terca suya no quería ir por ahí. No iba a pedirle que la llevara. ¿Qué era ella? ¿Una niña? Podía andar. Podía caminar toda la noche si tenía que hacerlo. Quizá cambiaría a gata para hacerlo más fácil…

– No. -Los ojos permanecieron fijos en los de ella, negándose a permitirle que apartara la mirada.

Ella se mordió el labio con fuerza.

– ¿Qué quieres?

– Creo que tú deberías contestar a esa pregunta.

– No lo entiendes. De verdad. No. -Frustrada, Solange se pasó los dedos por el cabello, enredando la gruesa masa más de lo que ya lo estaba-. Crees que me conoces, pero no. Si abro la boca arruinaré todo esto.

Una sonrisa lenta y sexy suavizó el duro borde de la boca de Dominic e hizo que a Solange le revolotearan mariposas en el estómago.

– Lo dudo mucho, Solange. Eres mi compañera. No funciona así. No puedes arruinarlo y yo tampoco. Encontraremos el camino el uno al otro. Sólo que tú no has escogido comprometerte con nuestra relación todavía.

Ella negó con la cabeza.

– Lo he hecho. Te hablé de mi sangre, que podía deshacerse de los parásitos. No perseguí a Brodrick cuando te fuiste. Eso es compromiso.

– ¿Entonces por qué encuentras tan difícil pedirme una cosa tan sencilla como que te lleve de vuelta a nuestra guarida?

Cuando lo ponía así, sonaba tonto. Pero no tenía costumbre de pedir favores. Era más honesta consigo misma que eso. Bien. No era por los favores. No quería mostrar debilidad. O pedirle algo. Odiaba que tuviera razón. Era sobre confianza, pero ¿cómo hacía uno para volverse diferente? Quería ser diferente. No podía superar el terrible muro que había construido alrededor de sí misma para sobrevivir.

– No sé cómo hacerlo, Dominic. -Había desesperación en su voz-. No puedo hablar contigo. -Comenzaba a sentir el impulso de huir y ella nunca había huido de nada en su vida.

– No tenías problemas para hablar conmigo en nuestros sueños.

Era implacable. Y tranquilo. Sintió el impulso de abofetearlo. Esto no era un sueño.

– Entonces no eras real. Te podía decir cualquier cosa y no había… -Se calló, intentando encontrar la palabra correcta-. Repercusiones. Tienes que saber que es diferente. ¿No lo sientes diferente? -No podía evitar el tono de súplica de su voz. Deseaba que comprendiera.

– Completamente diferente -estuvo de acuerdo-. Mejor. Siento emociones que no he sentido en cientos de años. Sé qué es el amor. Sé lo que es estar celoso y feliz. Puedo mirar a mi mujer y sentir las demandas de mi cuerpo. Doy la bienvenida incluso a la posibilidad de sentir dolor. Sé lo que es no sentir, Solange, y aceptaré la emoción y los riesgos que vienen con esa capacidad.

Ella levantó el mentón. Sabía que sus ojos eran felinos pero no podía evitar la agitación de ira ante la implícita reprimenda.

– Yo he sentido demasiado toda mi vida, Dominic. Pena. Dolor. Rabia. Tanto si quieres admitirlo como si no, es un riesgo.

Él abrió los brazos, con la mirada calmada.

– Entonces tienes que decidir por ti misma si valgo la pena el riesgo.

Ella siseó.

– Me devuelves al rincón. Soy una luchadora. No me gusta ser acorralada.

Esos brillantes ojos nunca abandonaron su cara. Dominic sacudió la cabeza.

– Estás tratando de encontrar una razón para huir porque tienes miedo, Solange. ¿Por qué tendrías miedo de mí?

– Porque -contestó, sintiéndose desesperada-. No sé qué hacer.

En el momento que las palabras salieron, quiso recuperarlas. Sonaba tan tonto. Era una mujer adulta y debería poder manejar una conversación sencilla con un hombre, pero ese era el problema. Ella nunca había sido una mujer. No sabía cómo serlo. Sabía que no podía ser la mujer que él deseaba y más pronto o más tarde se alejaría de ella.

Se quedaría destrozada. Completa y totalmente destrozada. Era demasiado riesgo. Podría ser una cobarde en éste caso, porque era supervivencia. Esperó su indignación, que desapareciera simplemente como podían hacer los carpatos.

Dominic dio un paso adelante y le enmarcó la cara con las manos obligándola aencontrar su mirada.

– Todo lo que tienes que hacer, kessake, es pedirme que volvamos a nuestra guarida, a nuestra casa. ¿Es eso realmente tan difícil?

Utilizó esa voz, la que se arrastraba en su interior y se envolvía alrededor de su corazón, apretando hasta que quería llorar. Le deseaba tanto. Quería pertenecerle. ¿Cómo podría creer jamás que ellafue digna de él? ¿Que realmente la escogería a ella sobre todas las mujeres que podía tener? ¿Cómo podría él amar a una mujer como ella?

Él no la incitó otra vez y ella supo que no lo haría. Sólo se quedaría allí hasta que ella asintiera. Sabía que podía oír cómo le palpitaba el corazón. Saboreó el miedo en la boca. ¿Por qué no era fácil? Tomó aire. Lo dejó escapar.

– ¿Nos llevarás a casa, Dominic? -Con esa oración, arriesgó todo lo que era o jamás sería.

La aprobación en los ojos de Dominic envió una ráfaga de calor por todo su cuerpo. Estaba tan perdida en él ya. No importaba lo que sucediera en el futuro. Ya era demasiado tarde para ella, podía decirlo por su reacción a esa mirada en la cara de él. Quería complacerlo cuando nunca había tenido interés en complacer a nadie. Y eso le decía que era demasiado tarde para ella.

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