Capítulo 11

Cuando me encuentras, me completas.

Me devuelves a la vida otra vez.

De Dominic para Solange


La caverna estaba iluminada con antorchas, proyectando un suave resplandor danzante sobre el techo. Brillantes telarañas de plata adornaban las paredes con diversos patrones. Alfombras tejidas se extendían sobre el suelo y dos sillones de respaldo alto y mullidos estaban ubicados a uno y otro lado de una mesa pequeña. Una canasta de frutas frescas se veía apetitosa encima de la mesa junto a una bandeja con queso y pan. Solange echó una mirada a las pequeñas mejoras que Dominic había agregado a su santuario. La comida hizo gruñir a su estómago, pero estaba demasiado ocupada mirando la reluciente charca de agua en la depresión de la roca.

En el centro del agua resplandecía una llama parpadeante de color rojo anaranjado. Los colores hacían parecer al agua aún más acogedora y se acercó a la piscina para darse tiempo de ordenar sus pensamientos. Había tomado la decisión de llevar esto a cabo, ahora sólo tenía que encontrar la manera de sortear su paso a través de las dificultades. Si al menos él no fuera tan sexy. O un combatiente tan bueno. Si pudiera encontrar un equilibrio con él podría manejar esto.

– ¿Te gustan los cambios? -preguntó él.

Asintió con la cabeza.

– Mucho. -Él no había tocado nada suyo, simplemente había agregado a lo que ya tenía y eso la hizo sentirse un poco mejor. Deseaba que a él le gustaran las pocas cosas que había logrado reunir a lo largo de los años.

– ¿Cómo es posible que hagas que parezca que hay una llama dentro del agua? -Se volvió hacia Dominic y pegó un salto cuando su cuerpo casi chocó contra el de él.

Estaba tan cerca. En silencio. Y su perfume no la alcanzó hasta que él no lo decidió. Inspiró y su aroma le llenó los pulmones. El calor de su cuerpo la rodeó. Estaba tan cerca que la pesada erección le rozaba el estómago. Apenas podía obligarse a levantar la vista del cuerpo alto, posándola en la boca tentadora, sin atreverse a ir más arriba para ver la mirada en sus ojos.

Su cuerpo reaccionaba a él, volviéndose suave y flexible, sus terminaciones nerviosas estaban cercanas a la superficie. Nunca reaccionaba físicamente a los hombres, ni siquiera cuando su gata estaba en celo. La necesidad la atrapaba con fuerza, su gata alimentaba el impulso de procrear, pero en el momento en que estaba cerca de un hombre, simplemente no podía sentirse físicamente dispuesta. Ni siquiera su gata gruñona y nerviosa podía sobreponerse a la aversión hacia los hombres. Sin embargo, con Dominic parecía no poder mantener bajo control sus alteradas hormonas.

Sabía que él se daba cuenta de la reacción de su cuerpo, al igual que ella era consciente de la de él, pero de alguna manera su falta de control la avergonzaba. Desear a un compañero era perfectamente natural, sin embargo…

– Eres muy dura contigo -le dijo.

La voz de Dominic era esa mezcla sexy que sólo se sumaba a su creciente deseo. Tragó con fuerza.

– De verdad que no sé lo que estoy haciendo.

– ¿Y eso es en realidad tan malo? -Sus dedos bajaron rozándole el cabello, le puso un mechón detrás de la oreja con exquisita suavidad-. ¿Tienes que ser perfecta en todo momento? Imagino que eso sería más bien agotador.

La yema del dedo le recorrió la boca, yendo y viniendo hasta que abrió los labios. Empujó dentro de ella e instintivamente Solange cerró los labios alrededor del dedo; su lengua estaba dándole golpecitos y chupándolo antes de poder detenerse a sí misma. Un rubor ardiente azotó su rostro y trató de girar la cabeza, pero la mano de Dominic le abarcaba la garganta, manteniéndola inmóvil, con la cabeza ligeramente echada hacia atrás como si disfrutara de la sensación de la boca alrededor de su dedo. Le acarició a lo largo del nudillo con la lengua y siguió mientras él poco a poco lo retiraba, por lo que le mordisqueó la yema del dedo antes de que él volviera a recorrerle los labios.

– ¿Lo haces, Solange? ¿Tienes que ser perfecta todo el tiempo?

– Por supuesto que no. -Apenas podía hablar.

– Sólo conmigo entonces. -Inclinó la cabeza y rozó su boca con la suya.

La sobrecogedora sacudida azotó violentamente todo su cuerpo con la fuerza de un rayo. El toque había sido tan leve, pero una bola de fuego se disparó a través de ella para instalarse profundamente en su vagina.

– Quieres complacerme. -Él lo afirmó.

Asintió con la cabeza, temerosa de hablar. Temerosa de que se moviera. Temerosa de que no lo hiciera.

– Así es como debe ser. ¿Se te ha ocurrido que yo también deseo complacerte?

Levantó la vista, su mirada chocó con la de él. Se le veía tan poderoso. Un depredador cerniéndose sobre su presa. Ella era jaguar y no tenía miedo de nada… con la excepción de su compañero… y ¿no era eso una locura?

Compañero. Saboreó la palabra.

– Solange. -Se negó a permitirle apartar la mirada de él-. Cuando hago una pregunta, necesito una respuesta.

El color en la cara de ella fue del rosado al rojo carmín.

– Sí, lo siento. Se me ha ocurrido. Es simplemente difícil de creer. Sin embargo, me acostumbraré a ello. -Tal vez-. Sólo necesito un poco de tiempo.

Le sonrió, esa sonrisa lenta, sexy y derrite-corazones que parecía sentirse hasta en los dedos de los pies. Le encantaba verle esa mirada en el rostro. Esa luz en sus ojos.

– No ha sido tan difícil, ¿verdad? Decirme como te sientes. ¿Cómo te complaceré si no me dices las cosas que necesitas?

Le rozó un beso sobre los labios otra vez. Los labios de ella temblaron en respuesta. La bola de fuego en su núcleo irradiaba tanto calor que tenía miedo de que pudiera arder espontáneamente. La vagina le dolía por él, y entre las piernas podía sentir la caliente humedad extendiéndose.

– He puesto varias prendas de ropa en el vestidor para ti. Me complacería enormemente si, cuando estemos solos, usaras una para mí.

Una vez más su corazón comenzó a acelerarse. Su pulso latía frenéticamente, llamando la atención de Dominic. Le retiró suavemente el cabello de la nuca y se inclinó hacia ella. Solange se quedó absolutamente inmóvil. El aliento de él era cálido contra su piel. Un estremecimiento de deseo comenzó una oleada de temblores. Ella se frotaba las manos sobre los muslos cubiertos por los vaqueros… su coraza.

Tuvo que mojarse los labios dos veces antes de poder decir una palabra y entonces fue un graznido.

– ¿Dónde?

Él giró e hizo señas hacia la pequeña alcoba donde ella había escondido ropas y armas de repuesto. Necesitando poner espacio entre ellos, obligó a sus temblorosas piernas a atravesar la pequeña y abovedada caverna de roca, donde pudiera esconder el rostro acalorado de él. Había un espejo de cuerpo entero que no había estado allí antes. Pudo verse la sorpresa y la excitación en el rostro. Los ojos de él estaban brillantes, casi verde esmeralda. La respiración era agitada, llamando la atención hacia sus pechos llenos… más que abundantes. No era delgada como dictaba la moda, por todo el ejercicio que hacía. Era… robusta. Compacta y robusta.

Solange estaba agradecida de que no la hubiera seguido. Se sentía abrumada por él. De algún modo, había logrado armar un pequeño ropero para colgar varias prendas en un rincón. Tocó la tela del vestido largo más cercano. Al menos, pensaba que era un vestido o algún tipo de traje de noche. Era largo y apostaba que le encajaba perfectamente, pero era un vestido… y ella no tenía vestidos. Hecho de un encaje elástico negro, se ajustaba en la parte superior con finos tirantes. El delantero caía escandalosamente corto, apenas cubriendo la uve entre las piernas, y la espalda era una larga cola que llegaba a los tobillos. El encaje era finísimo. Transparente. Sólo unas pocas tramas más oscuras de tela trataban de ocultar algo y provocaban más de lo que ocultaban. Si se ponía la cosa, estaría exhibiendo su cuerpo curvilíneo. No había bragas o sujetador.

Se aclaró la garganta.

– ¿Quieres que me ponga esto?

– Cuando estemos solos.

Esa misma voz suave e irresistible. Sin exigencias. Sería su decisión. Pero él había dicho que eso le agradaría. ¿Querría hacerlo por él? ¿Podría? Sus dedos tocaron el encaje con una especie de veneración. No era el tipo de mujer que podía hacerlo, pero…

Solange extrajo el siguiente para ver si tal vez ese le daría más confianza. Era un trozo de tela de un rojo metálico brillante que caía hasta el suelo. Al principio, dejó escapar un suspiro de alivio, pero cuando lo investigó, se dio cuenta de que la tela se estiraba y encajaría como un guante sobre sus pechos, le ceñiría con fuerza la cintura y destellaría hasta el suelo con el frente completamente abierto desde la cintura hacia abajo. Una generosa porción de sus pechos estaría expuesta por el escote en uve. Dio un paso atrás, tragando saliva.

– ¿Has oído hablar de la ropa interior? -se atrevió a preguntar porque no podía verlo.

– Me encantaría que mi mujer estuviera disponible para mí cuando estemos solos -contestó con esa misma voz tranquila. Pero la forma en que ese tono bajó cuando dijo “disponible para mí” hizo que otra oleada de violenta excitación la atravesara.

Ella respiró hondo y miró el siguiente. Esta vez estaba más preparada, pero aun así se sorprendió cuando vio el vestido… si se le podía llamar así. No era más que velo y tiras, un vestido cortísimo anudado en el cuello, con una parte delantera transparente que apenas existía y la espalda no era más que pedazos de tiras finas todo a lo largo, ciñendo la figura de tal modo que los propios bordes de su trasero asomarían con cada paso. Habría más piel que tela en la parte posterior.

– Nunca he usado algo así en mi vida. Ni siquiera ha visto nunca algo semejante.

– No estás cómoda con tu cuerpo, kessake. Vistiendo de esta manera no sólo me complacerás, sino que te hará muy consciente de lo sexy que realmente eres.

Solange tragó saliva y se obligó a mirar el vestido verde esmeralda. Una vez más, era cortísimo. Hecho para ceñir su curvilínea figura y lucirla, la tela se estiraba y se pegaba a la piel. Éste también tenía tiras finas, que sobresalían del bajo en la parte delantera. Una uve de tiras recorría la parte delantera y trasera del vestido, revelando la piel desnuda. La mayor parte de su pecho estaría desnudo y lo que estuviese cubierto podría ser visto claramente a través de la fina tela. Debido a las tiras, el vestido estaba tan abierto en la parte delantera como en la espalda.

Ella se miró ceñuda en el espejo.

– He estado en una batalla. Necesito…

– ¿Darte un baño? El agua está caliente. Y luego puedes ponerte tu elección y venir a comer.

Ella se estremeció. Otro baño delante de él. Pero si podía hacerlo, entonces seguramente podría usar uno de los vestidos de Dominic.

Se obligó a quitarse la camiseta, a la vez que se miraba en el gran espejo de cuerpo entero. Sus pechos eran altos y llenos, los pezones se le pusieron de punta con el frío de la caverna. Su cabello era salvaje y con sus ojos rasgados de gata se veía… exótica… si no se miraba con demasiada severidad. Nunca había sido tan consciente de sí misma como mujer… y ése era, ése era el problema, se dio cuenta con un jadeo. Dominic Buscador de Dragones la hacía sentirse completa, extremada y absolutamente femenina cuando estaba a solas con él.

Se quitó los pantalones vaqueros y se quedó mirando su cuerpo. Era bajita, pero tenía una figura de reloj de arena. Juliette una vez la había descrito como una “Venus de bolsillo” y ella lo había buscado. Para su sorpresa, la descripción había sido la de una mujer voluptuosa y hermosa. Bien, no era hermosa, pero definitivamente era voluptuosa.

– No tengo maquinilla de afeitar. -No quería caminar desnuda delante de él y no podía encontrar mucho para envolverse-. Y necesito una bata. -En el momento que las palabras salieron de su boca, se mordió con fuerza el labio. Él le había pedido que no se cubriese el cuerpo y esa era la primera cosa que buscaba hacer. Pero honestamente, ¿las mujeres de verdad se paseaban desnudas delante de sus hombres? ¿Sin afeitarse las piernas primero? Debería haber hecho esa pregunta a Juliette o a Mary Ann, también.

Dominic apareció de repente detrás de ella en el espejo, unos buenos centímetros más alto que ella. Parecía dominar el pequeño espacio y no sólo por su físico, sino por el poder que emanaba de él. Tenía poder en los ojos y en la voz, obligándola sin fuerza física a hacer lo que él quería. O tal vez era ella en realidad, demasiado desesperada por mantener esa mirada que amaba muchísimo en el rostro de él.

Por reflejo, trató de cubrirse los pechos con las manos, pero él atrapó las muñecas y le mantuvo los brazos extendidos, lejos del cuerpo.

– Mira lo hermosa que eres. Sólo para mí. ¿Tienes alguna idea de lo atractivo es esto para un hombre que no ha tenido nada propio durante siglos? Eres mi otra mitad y te encuentro increíblemente sexy.

Ella le sostuvo la mirada en el espejo. Había lujuria oscura allí, un atisbo de hambre extrema y en carne viva que la hizo temblar con anticipación. Su pesada erección, la evidencia de que en verdad la encontraba sexy, se apoyaba caliente contra la parte baja de su espalda desnuda a través de la delgada tela de los pantalones. Había algo muy decadente en estar desnuda, mirándose fijamente en el espejo, con los brazos extendidos y con Dominic completamente vestido, observándola con mirada depredadora y pegado a ella.

Sus brazos la rodeaban aún cuando las manos subieron para acunar el peso de los pechos llenos en las palmas. La miraba en el espejo. Ella podía ver sus propios ojos volviéndose felinos, somnolientos, las pestañas cayeron cuando el cabello de él le rozó el hombro desnudo.

– Quédate así para mí -murmuró él en voz baja mientras bajaba la cabeza al pulso que latía tan frenéticamente en el cuello-. Abierta y dadivosa. Mi mujer.

Ella sintió el roce de la lengua, una caricia de terciopelo que envió un temblor a través de su cuerpo.

– ¿Eres mi mujer?

Era una pregunta. Cuando él hacía una pregunta necesitaba una respuesta, sin importar lo difícil que fuera ésta. Ella estaba temblando, su cuerpo estaba necesitado sólo por la forma en que esas manos levantaban sus pechos tan posesivamente.

– Sí. -Fue apenas un susurró, pero se las ingenió para contestar.

– Tu piel es tan suave, mi gatita. Al igual que el pelaje de tu jaguar, sólo que mejor. Suave como la seda.

Los dientes de Dominic le rasparon a lo largo del pulso y el aliento salió de prisa de los pulmones. Los pechos levantados, los pezones tan duros que eran pequeñas cuentas. Los pulgares rozaban contra ella ligeros como una pluma y a continuación sus uñas enviaron un rayo de fuego desde los pezones y a través del vientre, hasta alojarse con un calor al rojo vivo en su clítoris.

– Dime que deseas esto -murmuró. Una tentación-. Dilo por favor. Pídemelo.

Ella se tragó el nudo de la garganta. Su mente ya estaba aceptando… no, no aceptando, anhelando… el erótico mordisco. Los dedos acariciaron los pechos, luego hicieron rodar y tironearon de los pezones hasta que creyó que podría desplomarse. No podía apartar la mirada de la imagen de él. Tan apuesto. Todo ese cabello negro cayendo como una cascada brillante e intensa en la noche más oscura. Sus ojos ardiendo de pasión, de deseo, sus brazos tan fuertes alrededor de ella. Nunca había visto una visión más erótica que esta de los dos en el espejo.

– Pídemelo -la apremió, sus dedos pellizcaron ligeramente, enviando rayos de fuego por sus venas.

Ella apenas podía respirar y mucho menos hablar, pero deseaba este momento tanto para sí misma como para él.

– Quiero que tomes mi sangre -susurró Solange.

Él esperó. Un latido. Dos.

Su útero se tensó. Su vagina sufría espasmos. Por un momento pensó que estaba al borde de un orgasmo. Estaba tan cerca, cabalgando en el filo, y él no había hecho más que tocarle los pechos y darle pequeños pellizcos sobre el pulso. Estaba húmeda y necesitada, la presión aumentaba a una proporción alarmante, empujándola más lejos y más rápido de lo que nunca había ido. Su felina siempre había impulsado sus necesidades sexuales y este anhelo era aterrador pero imposible de ignorar.

– Por favor toma mi sangre -susurró, sabiendo que su necesidad era tan grande como la de él.

Los dientes se hundieron profundo y ella gritó cuando el placer y el dolor se fundieron, atravesándole el cuerpo como una estrella explosiva. Le bailotearon luces blancas detrás de los párpados. Su cuerpo se volvió de gelatina, por lo que se sintió como si se fundiese dentro de él. Los dedos de Dominic estaban en los pechos, pero ella los sentía entre las piernas, acariciando, penetrando profundamente. ¿O era su lengua acariciándola en lo más profundo de su ser? La presión aumentaba y aumentaba, a la vez que el placer ardiente la consumía.

No quería que él se detuviera jamás. El fuego rugía en su útero y se diseminaba por el cuerpo. Su cerebro pareció detenerse, hasta que no hubo nada en su mente excepto puro placer. Todo pensamiento desapareció, toda vergüenza. Sólo existía Dominic, su boca mágica y sus manos. Sólo existía el fuego ardiéndole a través del cuerpo. Sintió las primeras oleadas de un orgasmo y jadeó, sin emitir sonido. La acometida era fuerte, las ondas cobraron fuerza, reuniendo velocidad e ímpetu, atravesaron su cuerpo como un terremoto masivo y desgarrador. Ella oyó su propio sollozo sofocado de placer como si fuera lejano. Sus piernas se debilitaron, pero la fuerza de Dominic la sostuvo.

Abre los ojos para mí.

La orden suave fue un susurro pecaminoso imposible de ignorar. Las pestañas se agitaron una vez hasta que ella logró encontrar la capacidad de levantarlas. Se encontró clavando la mirada en el espejo. Su cuerpo estaba placenteramente excitado. Tenía la boca abierta, los ojos vidriosos y brillantes, los pechos inflamados y acunados en las grandes manos de Dominic. Detrás de ella, él surgía amenazadoramente grande y poderoso, rodeándola con los brazos, con la boca contra el cuello mientras el cabello largo caía en una brillante cascada de seda.

¿Ésa era ella? ¿Sexy y desinhibida con el hombre más sensual de la tierra? Podía sentir la pesada erección presionar con fuerza contra ella. ¿Ella había hecho eso? ¿Llevar el cuerpo de él a semejante estado? Su útero casi se convulsionó ante una visión tan erótica. Solange nunca se había considerado un ser sensual, pero Dominic la veía de ese modo, y mirándose en el espejo, no tuvo más remedio que verse de la misma manera.

La lengua se deslizó sobre los pequeños pinchazos, cerrándolos. Dominic apoyó la barbilla en su coronilla y la observó en el espejo, sujetándola mientras los temblores se moderaban en su cuerpo.

– Mira lo hermosa que eres, Solange.

– Así es como tú me ves.

– Así es como eres. Veo la realidad.

Ella no podía reunir suficiente ánimo para preguntar en voz alta, pero quería darle la misma clase de placer. Apartando la mirada y dejándola caer en el espejo, logró utilizar la manera más intima de comunicación. No tengo ni idea de cómo ocuparme de tus necesidades del modo que tu te ocupas de las mías, pero me gustaría intentarlo… por favor.

Él gimió suavemente y rozó un beso sobre su cabeza.

– Éste es tu momento, kessake. Cuando llegues al punto en que mi necesidad sea tu necesidad, te enseñaré todo lo que necesitas saber. La belleza está en dar. Tú necesitas esto en este momento, sentirte cómoda con quien eres realmente, no darme placer a mí. Eso es sólo una complicación adicional para ti y una cosa más por la que estás nerviosa. No quiero que tengas miedo de quién eres, no cuando estás conmigo.

– ¿Quién crees que soy?

Él sonrió y el mundo de ella se tambaleó.

– Eres una mujer sensual y apasionada en todos los sentidos. Sólo necesitas tiempo para descubrirlo.

Ella no estaba segura de cómo se sentía, una mezcla de desilusión y alivio. Él, en efecto, había permitido que se relajara un poco ahora que sabía que no se esperaba nada de ella, pero aún así existía la dolorosa presión continua e implacable y la acogedora humedad que no parecía desaparecer. Y, si era honesta, el deseo de explorar el cuerpo masculino. Quería ser la mujer que le pudiese dar placer.

Dominic tendió una mano, todavía manteniendo la posesión de su pecho izquierdo con la otra, el pulgar rozaba, casi perezosamente, el pezón. Mientras ella temblaba contra él y las réplicas le recorrían el cuerpo, una túnica larga apareció en la palma de la mano de él.

– Para ti, Solange.

Adoraba su voz, ese tono bajo y sexy que la hacía sentirse tan especial. Lo contempló mientras la envolvía en los suaves pliegues. La túnica cubrió su cuerpo. Sensual. Transparente. Casi inexistente. Podía verse el cuerpo, cada curva, a través del azul medianoche de la tela a pesar de la constelación de estrellas plateadas en forma de dragón diseminadas por ella. La túnica realzaba y enfatizaba sus curvas en vez de esconderlas.

– Gracias, Dominic -murmuró, pasándose rápidamente la mano por el muslo.

Se sentía tímida. Un poco avergonzada por su conducta lasciva. Una vez más, pasó un momento difícil para mirarlo a los ojos. Los jaguares no tenían problemas para sostener una mirada y en toda su vida nadie, hombre o mujer, había podido mirarla a los ojos y no apartar la mirada primero. Con Dominic no parecía poder encontrarse con su mirada directa.

Ella no sabía qué pensar sobre su propia apariencia. Él la hacía sentirse tan diferente de sí misma. Era difícil no quedar atrapada en el hechizo que tejía. Se sentía no sólo femenina, sino sensual. Su cuerpo estaba muy sensible, cada terminación nerviosa estaba en carne viva y concentrada en él.

– Ha sido un placer.

Dominic dio un paso atrás, permitiéndole pasar. Era extraño caminar con la túnica transparente, la luz danzante se derramaba sobre la constelación de manera que el dragón brillaba como si estuviese en el cielo nocturno. Podía sentir sus ojos sobre ella y cada paso que daba hacía que más calor se precipitara veloz por su cuerpo. Estaba tan húmeda que sabía que la evidencia de su necesidad le brillaba entre las piernas. Él era carpato; no podría dejar de olfatear su excitación.

Se obligó a continuar caminando, y si había un bamboleo agregado a sus caderas no podía detenerlo, iba a echarle la culpa a la túnica. ¿Quién podría usar algo semejante y no sentirse particularmente sexy, sobre todo bajo la ardiente mirada de Dominic y con sus elogios dándole vueltas y vueltas en la cabeza?

Llegó al borde de la charca y se quitó la túnica con un encogimiento de hombros, casi a regañadientes. Tal como los pantalones vaqueros y las camisetas eran su armadura de pelea, la lencería sensual la hacía sentirse femenina y atractiva. La tela parecía esconder tanto como revelar. Se sentía perfecta llevándola, pero en el instante en que se la quitó, se sintió extrañamente expuesta.

La mano de él se extendió por encima del hombro en busca de la túnica y ella la dejó caer, sabiendo que la prenda sería una de sus favoritas sin importar lo que sucediese. Al llevarla puesta, por primera vez en su vida se sentía deseada como mujer. Se sentía sexy e incluso hermosa. La túnica era tan mágica como Dominic. Allí de pie tan cerca, con él detrás, era consciente de su calor, del absoluto control que parecía tener sobre los dos y de su enorme fuerza. Como hembra jaguar, buscaba esas cualidades en un compañero y él las tenía en abundancia.

Se deslizó dentro del agua humeante y agradecida se hundió profundamente. El calor alivió el dolor de sus músculos.

– Dominic, esto se siente tan bien.

Él se movió hacia las sombras, sentándose en uno de los dos sillones, casi oculto de ella. Una vela titilaba con suficiente llama para arrojar luz ocasionalmente a su cara. El rostro de un guerrero. Oscuro. Misterioso. Demasiado duro. Era hermoso para ella. Solange metió la cabeza bajo el agua y se enjuagó el cabello. Curiosamente, incluso esa acción tan familiar parecía sensual.

Dejó descansar la cabeza contra el borde de la piscina de roca. Sabía que Dominic la observaba. La luz se derramaba directamente a través de ella, probablemente haciendo resaltar sus pechos debajo del agua transparente. La llama convertía el agua en prismas de colores, atrayendo la mirada, pero con Dominic en las sombras era casi como en sus sueños, cuando él venía a hablar con ella.

– Me alegro de que estés disfrutando de tu baño. Podía ver que aún estabas dolorida por tus heridas.

Ella esbozó una sonrisa pequeña y vacilante.

– Realmente aliviaste lo peor de ellas. Sólo tengo unos pocos achaques y dolores. Nada serio -titubeó ella.

Él esperó.

Ella acunó un poco de agua y la observó correr entre los dedos.

– Me haces sentirme cuidada.

– Estás cuidada.

La mirada de Solange saltó a la de él. Su estómago se agitó por el impacto de encontrarse con esos ojos oscuros y misteriosos.

– Gracias.

– Si pudieses vivir en cualquier parte del mundo, ¿dónde sería?

Ella frunció el ceño.

– Nunca he estado en ningún otro lugar. Nunca. Sólo he vivido aquí, en la selva tropical, pero solía soñar con viajar. Me habría encantado ver todas las diferentes selvas tropicales del mundo. Mi tía algunas veces hablaba de lugares lejanos. Yo solía fingir que era una princesa como en los cuentos que ella nos leía y que un príncipe vendría y me rescataría. -Se encogió de hombros-. Dejé de necesitar ser rescatada hace mucho tiempo.

– Tal vez -murmuró él-. O quizás simplemente pusiste los pies en la tierra.

– ¿Y tú? ¿Dónde te gustaría vivir si pudieses hacerlo en cualquier lugar?

Escuchó el sillón moverse levemente, como si él hubiese cambiado de posición. Solange levantó la mirada y vio sus ojos entornados vagando sobre ella. Instantáneamente, fue consciente de su propio cuerpo otra vez. Era la mirada en esos ojos, decidió, lo que la hacía sentirse tan sexual. Su gata no estaba en celo, pero ella sí. El ardor entre las piernas sólo continuaba aumentando como si su cuerpo nunca estuviese completamente saciado. El deseo ardiente por él parecía no tener fin.

Él quería que se reconociese como una mujer y que las necesidades de él llegaran a ser las suyas. Se acercaba rápidamente al punto de necesitarlo. Pensó que se había sentido aliviada cuando él le había dicho que no esperaba nada de ella, pero ahora le picaban las palmas por las ganas de tocar su piel. Se encontraba sentada en el baño caliente y fantaseando un poco sobre tomarlo en la boca, sólo para saber cómo sabría y sobre todo lo que sentiría al tenerlo dentro de ella, aliviando el dolor implacable.

– He viajado por todo el mundo, he ido a las cumbres más altas y a las selvas más espesas. Los Carpatos siempre serán mi patria, pero mi hogar es una mujer. Solange Sangria. Para mí tú eres mi hogar. Tu cuerpo es mi hogar. Tu mente. Tu corazón y tu alma. Me importa poco dónde estemos.

Ella inhaló bruscamente. Ahora deseaba poder verle el rostro con mayor claridad.

– ¿Estás diciendo que podríamos vivir en cualquier parte del mundo que yo quisiera?

– Sólo tienes que desearlo.

No había manera de ocultar la conmoción en su cara y supo que él la vio por su suspiro.

– ¿Te crees menos que yo?

– ¡No! -Absolutamente no pero…

Él negó con la cabeza.

– Ya veo. Pensabas que yo creería que eras menos que yo.

Estaba avergonzada.

– Lo siento. -Percibió la desilusión de Dominic por su falta de fe en él y eso dolió más que si le hubiese gritado. Dominic nunca le había dado motivos para pensar que la creyera menos-. Pienso que la mayoría de los hombres… -Se fue apagando cuando él levantó la mano para detenerla.

– Sólo hay un hombre en tu vida, Solange. Únicamente tienes que preocuparte de lo que yo pienso y siento, no de los demás hombres.

Su voz como siempre era completamente serena, pero percibió el filo en ella, y acercándose las rodillas, se las rodeó con los brazos por debajo del agua, donde se sentía caliente y segura.

– ¿Entiendes?

Ella asintió con la cabeza. Él esperó.

– Sí -dijo en voz alta, casi tartamudeando-. Realmente no tuve intención de acusarte de… -¿De qué había estado acusándolo? ¿Qué pasaba con ella? ¿Por qué importaba tanto que pudiese haberle hecho daño?

– Creíste que te daría órdenes -terminó por ella-. Somos iguales, Solange, en todo el sentido de la palabra. Como tu compañero, tu felicidad y tu salud importan más para mí que las mías, pero los compañeros están uno en la mente del otro. Yo sé lo que necesitas. Creo que algunas cosas son difíciles de ver o de admitir para ti y es mi trabajo asegurarme de que obtengas todo lo que necesitas.

Ella bajó la vista.

– ¿Qué hay de tus necesidades?

– Nos ocuparemos de ellas en su momento. He esperado siglos para encontrarte. En ese tiempo he adquirido paciencia. Antes que nada, necesito tu confianza. Tu absoluta confianza en mí… y en ti misma. Tienes que saber que eres la única mujer que siempre querré o necesitaré. Y tienes que saber que está en ti conocer todos mis deseos, tal como yo conoceré los tuyos.

– ¿Qué ocurre si no soy buena en el sexo? -Ella expresó la cuestión principal que tenía en mente y se sonrojó de un profundo carmesí cuando lo hizo. Su cuerpo se calentó y estuvo muy agradecida de que el agua humeante ayudara a disimular su vergüenza.

– Entonces tu profesor habrá fallado y comenzaremos de nuevo.

Ella tragó saliva.

– ¿Es eso lo que estás haciendo? ¿Enseñándome sobre sexo?

Los dientes blancos destellaron a la parpadeante luz de la vela y luego estuvo completamente en las sombras.

– Aún no hemos empezado tu instrucción en el sexo.

– Oh. -Su corazón saltó y luego latió salvajemente en su pecho.

– Saca la pierna del agua para mí.

Solange abrió los ojos de par en par cuando él se puso de pie y se deslizó hasta el borde de la charca. Sus movimientos eran tan fluidos que supo que no había otra forma de describirlo. Se cernió sobre ella, los hombros anchos y el pelo oscuro cayendo. Solange vaciló, indecisa de lo que quería de ella. Si se escabullía cerca del borde entonces su pierna estaría fuera del agua y ella tendría que recostarse y probablemente hundirse en el agua. Él no dijo nada, simplemente esperó.

Solange se escabulló hacia adelante lo más lejos que pudo y respiró hondo, reclinándose mientras obediente sacaba la pierna del agua. Para su sorpresa, su espalda y cabeza fueron instantáneamente sostenidas.

Dominic tomó el tobillo en las manos, su toque era suave. Le sonrió.

– Esa es mi kessake. Tu confianza en mí está creciendo.

No estaba segura de que fuera su confianza en él tanto como su deseo de complacerlo. Quería esa sonrisa y la mirada de aprobación en sus ojos.

No podía apartar la mirada de él, consciente del aspecto que debía tener con sólo el agua humeante para cubrirla. El agua le lamía los pechos, atormentando las curvas suaves y femeninas. Una pierna estaba doblada, el pie en el suelo de la laguna mientras las manos de él le sujetan el tobillo de la otra como si fueran grilletes. Dominic subió las palmas por la pantorrilla hasta la rodilla, una caricia larga, lenta y muy tranquila. Su cuerpo sintió el toque en lo más profundo. Si fuera posible ponerse aún más mojada y acogedora allí en el agua, se las arregló para hacerlo. Le llevó un momento darse cuenta de que él le había quitado el corto vello de la pierna.

La mano continuó subiendo por el muslo. Se le escapó un pequeño gimoteo. Se mordió con fuerza el labio para impedir más sonidos. Los dedos pasaron rozando la entrada, atormentaron los labios durante unos pocos momentos, antes de que la palma cubriera el montículo, conmocionándola. Casi se apartó, pero los ojos de él la mantuvieron quieta.

Tragó con fuerza mientras los dedos se movían sobre su cuerpo, explorando cada sombra, cada hueco, hasta que no pudo dejar de retorcerse, su cuerpo ya no era suyo.

– No entiendo lo que estás haciendo -dijo, jadeando las palabras, sintiéndose un poco desesperada. Nunca había imaginado que una mujer pudiese desear tanto a un hombre.

– No habrá nada entre mi boca y tu cuerpo. Quiero que sientas absolutamente todo lo que te haga.

Ya lo sentía. ¿Cómo iba a sentir más sin que eso la matara? Él volvió a colocarle la pierna suavemente y dobló un dedo. Solange le dio su pierna izquierda y cerró los ojos, tratando de respirar a través del exquisito placer. ¿Podía una mujer tener orgasmos una y otra vez sin que el hombre realmente la penetrara? Evidentemente Solange podía, porque estaba al borde de uno. Las manos de él obraron su magia y cuando terminó, le bajó la pierna cuidadosamente como si ella estuviese hecha de la más fina porcelana.

Esta vez, en lugar de pedirle que levantara la pierna, Dominic se metió en el agua y le ancló el tobillo derecho, empujando la pierna hacia él. Ella estuvo agradecida. Se sentía casi débil, incapaz de moverse, fascinada por el aspecto de su rostro. Las arrugas estaban marcadas profundamente. Los ojos estaban oscurecidos por la lujuria. Parecía tan concentrado en ella que Solange casi tenía miedo de respirar.

Pequeñas gotitas de agua le bajaban por la pierna, revelando la piel suave y sedosa. Él agachó la cabeza y lamió las gotas de agua del muslo.

La respiración de Solange produjo un sonido sibilante.

– ¡Dominic!

Él sonrió y le soltó la pierna con la misma delicadeza con que la había levantado.

– Creo que empiezas a entender.

Lo único que entendía era que él era el hombre más asombroso del mundo. Esta vez cuando él tendió la mano, no vaciló en cogerla. La arrastró fuera del agua y Solange estuvo de pie, completamente expuesta para él. Y ahora, cuando la mirada de Dominic se movió sobre ella, Solange permaneció quieta para él sin intentar cubrirse.

– Te ves hermosa. -La calidez en su voz la hizo sonrojarse.

– Tú me haces sentir hermosa -contestó. Y lo hacía. La mirada en sus ojos la hacía sentir la mujer más deseada del mundo.

¿Cómo sería tener el amor y el respeto de un hombre como Dominic? ¿Estar a su cuidado? Ella era una mujer que sólo había respondido ante sí misma.

Dominic la envolvió en una toalla caliente y la secó completamente. Se tomó su tiempo, prestando atención a los detalles, asegurándose de atrapar cada gota de agua. Le frotó los pechos, el vientre e incluso entre las piernas. Le separó las rodillas y se aseguró de que los muslos y las nalgas estuviesen completamente libres de humedad. No fue en absoluto impersonal como ella había esperado. Las caricias eran deliberadamente provocativas, la hacían contonearse. Podía oír el cambio en su propia respiración cuando las manos de él se demoraban. Una vez dobló la cabeza y atrapó una gota de agua que le bajaba corriendo por el muslo.

Todo su cuerpo estaba excitado y vivo, muy consciente de Dominic. Le deslizó las mangas de la túnica del dragón sobre los brazos y se la ató ala cintura. La tela de araña se deslizó sobre la piel desnuda como seda viva. Permaneció quieta mientras él le secaba el cabello con la toalla. Para su asombro, comenzó a soplar aire caliente sobre él mientras usaba los dedos para acomodar las ondas rebeldes. Sólo cuando acabó le indicó la silla.

Le sonrió, asombrada por su cuidado.

– Mi tía me acogió cuando tenía ocho años, Dominic, pero estábamos siempre huyendo. Nos escolarizó en casa y aprendimos sobre armas y pelea, pero aquello era… -Miró alrededor de la confortable habitación. Él había hecho todo esto para ella-. He sido responsable de mis primas desde los catorce años. No sé cómo hacer para devolverte esto.

La mano de él se curvó en torno a la nuca de Solange y la acercó a él, bajando sucabeza hacia la de ella. A Solange se le quedó la respiración atascada en la garganta cuando los labios de Dominic rozaron los suyos. Quedó aturdida por el impacto de ese leve toque. La electricidad crepitó por encima y a través de su piel, enviando un chisporroteo caliente por sus venas. Sus pechos se hincharon, los pezones se volvieron sensibles, sufriendo por atención. El fuego ardía aún más abajo, en lo profundo de su sexo, mientras ella latía y palpitaba de deseo.

Él se enderezó, la agarró de los hombros y la llevó hasta la silla.

– Necesitas comer.

– ¿Comer? -Lo miró-. Ni siquiera puedo respirar.

Él rió suavemente, el sonido la llenó de una repentina alegría. Solange no había conocido la alegría. No había sabido que un hombre pudiera ser como Dominic.

– Entonces yo respiraré por ti.

Probablemente lo haría también. Ella tomó una naranja, demasiado impresionada por él para preguntarse de dónde la había conseguido.

– Tengo tanto miedo de decepcionarte. No soy muy buena con las relaciones. Pregúntale a mi prima. Sólo me aguanta porque estamos emparentadas.

– Te aguanta porque te ama -corrigió Dominic y tomó la naranja de sus manos temblorosas para pelarla.

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