¿Puedes llegar a confiar en un hombre otra vez?
¿Puedes llegar a amar a un antiguo como yo?
Deja que mis brazos fuertes te protejan, déjame cantarte para que te duermas.
Deja que mi canción te cure, como la tierra y el mar.
De Dominic para Solange
El corazón de Solange estaba a punto de estallarle fuera del pecho. Pequeños temblores recorrían su cuerpo y gélidos dedos de terror se deslizaban por su columna vertebral. Dominic llenaba la habitación con su poder. No podía mirar su cara, no a esos ojos penetrantes que podían cambiar de color como una tormenta. Ella simplemente se retorcía las manos. La distancia entre ellos parecía ser kilómetros, aunque sólo era de unos pocos pasos. No se suponía que los hombres fuesen como él… excepto en los sueños. Podía manejarlo en los sueños, pero esto era una locura. ¿Qué quería de ella?
Él esperaba. Siempre parecía esperar con paciencia a que ella se decidiese. Nunca elevaba la voz, el tono era suave y convincente. Ella le clavó la mirada en el pecho durante mucho tiempo antes de poder hacer que su pie congelado diera un paso adelante. Uno. Contó para sí. Dos. Él parecía amenazadoramente más grande que nunca. Tres. Podía ver los músculos moverse por debajo de la camisa. Cuatro. Bajó la cabeza y negándose a encontrarse con sus ojos, dio el último paso para pararse en el lugar exacto que él le había indicado. Era lo mejor que podía hacer por él.
– El amanecer está muy cerca, parafertiil… compañera. Tengo que asegurarme de que he cuidado adecuadamente de ti.
Su estómago dio un salto mortal. ¿Qué significaba eso, “he cuidado de ti”? Ella se lamió los labios, tratando de obtener suficiente humedad para hacer algo más que chirriar. Sería perfectamente capaz de cuidarse por sí misma si pudiera encontrar la manera de moverse. Se sentía paralizada.
Él le agarró el borde de la camisa y simplemente se la sacó por la cabeza antes de que ella tuviera oportunidad de detenerlo. Jadeó y se cubrió los pechos generosos con las manos, la cara le pasó del rojo brillante al blanco casi translúcido.
– Tu baño, Solange -le recordó.
Ella tragó dos veces.
– Puedo desvestirme sola -espetó. Era una mentira evidente. No podría quitarse la ropa delante de él ni para salvar su vida.
– ¿Y me niegas el placer de hacerlo por ti?
Ella se quedó mirándole en silencio el pecho. La vería. No había ningún lugar donde esconderse en la pequeña caverna. Él le agarró las muñecas delicadamente, le bajó los brazos y se los apartó del cuerpo. Un rubor se propagó desde los dedos de los pies hasta su cara. Podía sentir el calor corriendo bajo su piel y peor aún, la humedad reuniéndose entre las piernas. El aire frío de la caverna excitó los pechos desnudos, a tal grado que sus pezones reaccionaron formando duras y diminutas protuberancias que atrajeron la atención de Dominic.
Él inhaló, su mirada se movió sobre ella con un indicio de posesión.
– ¿Por qué me ocultarías tus pechos? ¿No son parte de mi mujer? ¿No me pertenecen tal como me pertenece ella? ¿No es tuyo mi cuerpo?
Ella oyó un sonido estrangulado salir de su garganta, pero era el único sonido que podía salir. Se sentía fascinada por él, aquí de pie temblando mientras Dominic se acercaba, tan cerca que sintió el roce de su pecho contra los pezones sensibles. Con cada respiración Solange arrastraba el aroma de él dentro de sus pulmones. Si levantaba el cuello, sabía que vería esos feroces ojos verdes en lugar del azul tranquilizador. Estaba tan excitado como ella, su calor la hacía estallar en llamas. Cerró los ojos cuando las manos de él cayeron en la parte delantera de los pantalones vaqueros.
– No soy hermosa -logró advertirle, esperando que si lo decía primero, él no se decepcionaría demasiado.
Sus manos se detuvieron.
– Solange.
Ella respingó. La voz era severa. Todavía en un tono bajo, pero muy severa.
– Mírame.
Ella quería mirar a cualquier parte excepto a Dominic, pero no pudo evitar levantar los ojos hacia los de él. Era pura compulsión. Todo su ser se encogió ente el disgusto liso y llano de su rostro.
– Esta es una regla muy importante, Solange. Mi compañera es la mujer más hermosa en este mundo para mí. Cualquiera que diga lo contrario la insulta, lo cual es una ofensa capital y me insulta también a mí. No creo que quieras hacer eso, ¿verdad?
Ella negó con la cabeza. Para su horror las lágrimas le quemaban detrás de los ojos. No podría hacer esto. Odiaba decepcionarlo, ¿pero qué sería peor? ¿Dejar que lo descubriera por su cuenta o tratar de contárselo?
– Estaba tratando de ser honesta.
La mano de él le acunó el costado de la cara, su gentileza fue casi la perdición de ella. El pulgar le acariciaba la mejilla y la mandíbula.
– Kessake… mi pequeña gatita. No te angusties. Cuando un hombre ha esperado mil años por la única mujer que es sólo suya, ella es la definición misma de la belleza para él. Lo que los demás ven no puede tener importancia. Sólo lo que yo veo importa. Y quiero que tú te veas a través de mis ojos. Deberías ver a la mujer que yo veo.
Sus dedos bajaron arrastrándose por la garganta hasta la clavícula y luego hasta el montículo de los pechos.
– Mírate. El epítome mismo de una mujer. -Los dedos le tocaban los pezones.
Ella inspiró y contuvo la respiración, conmocionada por la electricidad que chisporroteaba entre los pechos y el vientre, bajando más aún para atormentar sus muslos con la excitación y prender fuego al centro mismo de su ser.
Abruptamente sus manos cayeron a los vaqueros otra vez, para empujarlos hacia abajo sobre las caderas. Solange contuvo el aliento de nuevo, cerrando los ojos mientras obedecía a la presión de la mano para salir de la ropa. Los jaguares no podían usar ropa interior por regla general porque no podrían salir de ella lo suficientemente rápido cuando cambiaban. Estaba de pie delante de él absolutamente desnuda, agradecida por el efecto suavizante de las velas, incapaz de mirarlo. Mantuvo los brazos donde él los había ubicado y se mordió con fuerza el labio para evitar decir impulsivamente cualquier otra cosa que pudiese decepcionarlo.
Sin importar lo que él dijera sobre que era hermosa, no se sentía así. Y quería ser bella para él. Ella iba morir pronto. No había forma de sobrevivir a una pelea con Brodrick; él era demasiado fuerte. Había aceptado que tenía un tiempo limitado disponible y en cierto modo, lo agradecía. Estaba tan cansada de los días como éste, días de fracaso, de matanza. De no tener a nadie…
Quería estos últimos momentos con Dominic. Lo respetaba por encima de todos los demás hombres. Nunca había sido capaz de aceptar a otro hombre. Pero quería tanto pertenecer, por una vez siquiera en la vida. Ser cuidada. Ser una mujer, no una guerrera. Esta era su oportunidad, ahora al final de sus días… si podía soportar que él mirara su repulsivo cuerpo lleno de cicatrices.
– Solange.
Ella respingó. Definitivamente le leía la mente.
Dominic negó con la cabeza.
– No tu mente. Tu expresión. -La rodeó con un lento círculo.
Ella tenía un fuerte deseo de cambiar a su jaguar, pero ahora era algo así como un desafío. ¿Decía la verdad? ¿Era un hombre honorable? Necesitaba saberlo. Era la primera persona en quien había confiado lo suficiente para permitirle estar al frente. Ni siquiera se había permitido nunca que sus amadas primas hicieran eso.
Volvió a pararse frente a ella y las piernas de Solange casi cedieron. Estaba desnudo. Magníficamente. No había manera de respirar. Su mente se detuvo hecha pedazos. No había nada pequeño en torno a Dominic y ahora mismo, no había duda de que estaba excitado… por ella. Él inspiró profundamente y ella supo que podía oler su propia excitación. Los ojos de él se volvieron verdes oscuros.
– Adoro la forma en que te sonrojas -dijo-. Tan seductora. No tenía idea de que mi pequeña gata salvaje sería tan sexy.
Se sentía mareada. Débil. Desfalleciente. La habitación se inclinó.
El la recogió en sus brazos, acunándola contra su pecho.
– No olvides respirar, kessake. Eso ayuda.
Estaba casi convencida que nada iba a ayudar, pero respiró de todos modos.
– No puedo… -Gesticuló vagamente. No iba a tener sexo. No podría ir tan lejos, ¿verdad?
– Yo tampoco puedo -respondió él, con diversión en la voz.
Se relajó un poco, reconfortada por su humor. Se parecía mucho al hombre que había conjurado. Paciente. Relajado. Contento con quién era él y quién era ella.
– Parece como si pudieras -señaló.
Su mirada se movió sobre Solange y había cierta diversión en ella.
– Me siento como si pudiera. Tú no estás preparada, no importa lo que tu cuerpo diga. Y yo tengo viles parásitos en el mío. No puedo correr el riesgo de pasártelos.
Él entró en la fuente de agua.
Ella se aferró a él.
– El agua está fría.
Los ojos de él se volvieron de un esmeralda profundo.
– ¿Dejaría a mi compañera sentir frío cuando está exhausta y herida? Me ocupo de tus necesidades, minan, en todo momento.
Se hundieron en el agua dichosamente caliente. A ella no le importaba cómo lo había conseguido, sino que cada célula de su cuerpo se lo agradeció. El calor la rodeaba, aliviando la terrible tensión de sus músculos que había producido el esfuerzo físico del día, así como la tensión de encontrar al hombre al que ella había creído había inventado. Metió la cabeza debajo del agua, pero cuando emergió y trató de alcanzar el champú que guardaba escondido en un pequeño saliente rocoso, la mano de él llegó allí antes que la de ella.
– Permíteme. Me da placer.
Tal vez si no sonase tan completamente sexy todo el tiempo ella podría manejar el estar con él. Era el tono de la voz. Su elección de palabras. Placer. Podía ver sus manos, grandes y fuertes como el resto de él. Él traficaba con la muerte, precisamente como hacía ella, pero había conocimiento en sus ojos… conocimiento de ella, de lo que ella anhelaba y nunca creyó que tendría.
Dominic ocupaba tanto espacio. Llenaba la cámara entera con su presencia. Se sentía pequeña su lado, y era una mujer robusta. Él hacía que sus curvas pareciesen exuberantes y sexys en lugar de excesivas. Todo lo que hacía era deliberado y preciso. La ubicó tal cual la quería, de espaldas a él, acomodándola en su regazo a fin de que la cabeza pudiera descansar contra su pecho. Podía sentirlo, duro como una piedra, largo y grueso, desvergonzado contra sus nalgas.
Solange trató desesperadamente de no pensar en sexo. Su gata no estaba próxima a entrar en celo y ella nunca pensó que un hombre la tocaría. Sería inconcebible permitir las manos de uno sobre su cuerpo después de todas las cosas terribles que había visto hacer a los hombres. No obstante, yaciendo en el agua, con el cuerpo ardiente y rodeado de líquido caliente, con la cabeza hacia atrás y los pechos flotando y su erección evidente en la mente, tenía que luchar para sacarse los pensamientos eróticos de la cabeza.
Él le frotaba suavemente el champú sobre el cabello. Colocó los dedos sobre el cuero cabelludo, comenzando un masaje lento y mágico que hizo que su cuerpo entrara dentro de un estado casi hipnótico de relajación. Sentía el hormigueo de su cuero cabelludo propagarse a través de ella, una sensación agradable que se convirtió en puro gozo. Él se tomó su tiempo para enjuagarle el cabello a fondo antes de dejar caer las manos sobre el cuello, esos dedos fuertes y maravillosos masajearon cada nudo y músculo tenso.
Solange suspiró, sorprendida por lo bien que se sentía. El agua caliente, las manos de él y la sensación de limpieza aliviando la mayor parte de su tensión.
– Además de la cuestión de estar toda desnuda, ¿por qué es tan difícil hablar contigo? -Oyó su propia voz filosofando en voz alta y se escandalizó levemente de sí misma. Eran sus manos mágicas, que ahora trabajaban en los hombros, que parecían hacerla menos inhibida-. Antes hablaba contigo todo el tiempo.
– Estabas a salvo. El hombre al que creíste conjurar no podía esperar nada de ti.
Eso la hacía parecer una cobarde. ¿Era una cobarde? No lo creía. Pero tenía miedo. Él le sacó el brazo del agua para empezar a usar los fuertes dedos en aliviar la tensión de esos músculos también. Músculos bien marcados. Los cordones de músculos por debajo de la piel llena de cicatrices. Ella podía ver los cientos de mellas blancas, las diminutas que le recordaban las dolorosas puñaladas del cuchillo de su padre mientras trabajaba sobre todo su cuerpo en su empeño por provocar que su gata se diera a conocer.
Odiaba mirarse el cuerpo. Odiaba esas cicatrices como lunares que le arruinaban la piel. No podía mirarse sin recordar la masacre. Si cerraba los ojos,podía oler la sangre recorriendo toda la casa y saliendo al exterior. Los cuerpos de sus hermanos tirados descuidadamente a un lado, brazos y piernas abiertas, el pequeño Avery yaciendo parcialmente sobre Adam como en un basurero. La bilis subió y luchó para no marearse. Sus amigos. Su familia. Emitió un único sonido inarticulado y trató de apartar bruscamente el brazo de él.
Él no lo soltó. La mirada de Dominic saltó a su cara.
– No te alejes de mí, Solange. Compartimos esto. La masacre de tu familia. La masacre de los míos.
Las palabras suaves le permitieron respirar apartando las imágenes.
– ¿Deseas eliminar la evidencia de tu piel?
Hizo la pregunta en voz baja, con voz tan tierna que ella apartó la mirada porque no podía evitar que las lágrimas brotaran. Nunca había sido tan emocional. O tal vez lo había sido cuando había hablado con él pensando que no era real. Se había sentido lo suficientemente segura como para llorar delante de él. Había sido su única salida. Juliette y Jasmine a menudo la habían ayudado con los rescates, Juliette más que Jasmine, ya que ambas trataban de protegerla. Pero ellas confiaban en Solange y ella cuidaba de ellas con feroz proteccionismo. Se culpaba a sí misma de haber estado ausente cuando el hombre jaguar encontró a su tía Audrey y la arrastró lejos. Habían montado un rescate pero… El daño ya estaba hecho. Al igual que con Jasmine.
Trató desesperadamente de detener los pensamientos. Estaba en un baño de vapor con un hombre escandalosamente guapo… más grande que la vida… y ella estaba tan sensible que casi había olvidado ese pequeño detalle.
– ¿Solange? -Los dedos continuaron obrando su magia por el brazo-. ¿Lo harías si pudieras? ¿Eliminar estos tributos?
Cerró los ojos y le dejó echarle la cabeza hacia atrás hasta ésta que descansó sobre el pecho de él mientras le levantaba el otro brazo y comenzaba ese masaje lento y tranquilizador. Nunca había pensado en las cicatrices como medallas o un tributo. ¿Lo eran? Había pensado en las cicatrices con odio y furia, un recordatorio de quién era su padre, de qué sangre corría por sus venas. Nunca, ni una vez, había considerado los pequeños puntos blancos como algo bello… un tributo a su amor por su madre, por su familia.
– ¿Podrías eliminarlas? -¿Era acaso posible?
– Tal vez. -El tono era evasivo.
Solange no intentó mirarlo; simplemente se relajó, su cabeza descansaba sobre el pecho mientas él le masajeaba el brazo, sabiendo que esperaría con infinita paciencia la respuesta. Había amado esa calma en él, la falta de ira y necesidad de venganza. Ella estaba impulsada por ambas emociones destructivas y necesitaba desesperadamente esa calma en medio de la furia salvaje que la guiaba con tanta fuerza. Cuando estaba cerca de él así se sentía más estable. Segura. Reconfortada. Podía estar desequilibrada, pero mientras pensara en términos de pareja, podía deponer la pelea y simplemente estar quieta.
Él acercó la boca a su hombro donde habían estado las heridas de pinchazos.
– Casi te alcanzó hoy.
Ella asintió con la cabeza.
– Estaba aterrorizada. No quiero me vuelva a poner las manos encima. Me metí en el río, tal como hizo la pobre Annabelle. -Presionó los dedos en la sien y negó con la cabeza-. La dejé allí. En el río. Para tentarlos. Sin preocuparme por el hombre jaguar, él podía pudrirse allí. No me la puedo sacar de la cabeza. Debería haber intentado encontrar su cuerpo.
– Yo encontré su cuerpo y lo enterré profundamente donde ningún humano, animal y jaguar la encontrarán jamás. Eliminé todo aroma del área. Está a salvo de ellos.
El alivio fue abrumador. Solange se reclinó y apoyó la cabeza sobre su pecho otra vez.
– Gracias. Nunca he dejado a una mujer sola en su muerte. Hago todo lo que puedo por ella, aún si no la puedo salvar. Me habría obsesionado que no hubiese sido enterrada o incinerada adecuadamente.
Sus brazos la rodearon, justo por debajo de los pechos y la abrazó.
– Está hecho, sivamet… mi corazón. Ahora puedes descansar.
Se sintió relajada, la tensión por fin había desaparecido por completo de ella. Sus brazos se sentían seguros y cuando cerró los ojos se permitió ir un poco a la deriva y simplemente disfrutar de la sensación de él abrazándola. Esto, entonces, era lo que las otras mujeres sentían. Ser parte de otro. Sentirse cuidadas.
– No querría -murmuró.
– ¿No querrías? -repitió él.
– Eliminar mis cicatrices. Son parte de mí, parte de quién soy ahora. No me gusta estar enojada y el asesinato me enferma. Después de un rato me pregunto si soy tan mala como ellos, pero en cierto modo, tienes razón acerca de las cicatrices. No me quebré. No le permití utilizarme y convertirme en algo débil e indefenso. Honré a mi madre y la memoria de mi padrastro, así como también a nuestros amigos y a mis dos hermanos pequeños. -Se pasó los dedos sobre los brazos y por primera vez vio su piel de manera diferente. Un homenaje, no algo tan feo.
– Tú eres un regalo, Solange. Un regalo asombroso y de gran valor. -Él le apartó el cabello mojado y le rozó el cuello con un beso.
Sin otra palabra la levantó en sus brazos y salió de la charca. Ella abrió la boca para protestar. El agua había sido un capullo de calor. Por primera vez que pudiese recordar se sentía aliviada y reconfortada y no quería que terminara. Pero había algo implacable en su expresión. Las arrugas estaban profundamente grabadas. Los ojos eran azules oscuros otra vez, había un indicio de posesión allí que la hizo sentir secretamente emocionada.
La caverna debería haber estado fría y Solange estaba preparada para tiritar, pero el aire era caliente. Él había mirado por su comodidad otra vez. La puso de pie delante de él, produjo una suave toalla del aire, a la manera extraordinaria en que los Carpatos podían crear ropa, y empezó a frotar suavemente las gotitas de agua de su cuerpo. Ella se encontró intolerablemente tímida de nuevo.
Estaba tan cerca que su calor la envolvía, su mirada le vagaba sobre el cuerpo como si le perteneciera. ¿No había utilizado él realmente esas palabras? Fue lento y metódico, tomándose su tiempo, utilizando la esquina de la toalla para frotarle los brazos y secárselos, pero entonces se inclinó de repente y lamió con la lengua una gota de agua de la punta del seno. Solange saltó mientras unos rayos de fuego se precipitaban a su vagina, desencadenando un espasmo de deseo. Dominic movió la boca sobre la marca del mordisco que le había curado anteriormente. Las perforaciones estaban selladas, pero esta vez lamió el tejido dañado hasta que ella ya no sintió la marca.
– No tienes que hacer eso. -Tiritó, no de frío, sino por su toque sensual.
– Estás equivocada, kessake -corrigió-. Ningún otro hombre puede poner su marca sobre mi mujer. No la puede dañar de ninguna manera. Tengo que curarte o no podría vivir conmigo mismo.
Le dejó. No sabía por qué se lo permitía. Su toque debería ser perturbador, y quizás, porque era excitante, lo era… pero no le importaba. Nunca antes había experimentado la atención de nadie, mucho menos permitido que un hombre se concentrara tan completamente en su bienestar. La hacía sentirse especial y hermosa, casi como una frágil flor de la selva tropical. No lo era y ambos lo sabían, pero durante esos pocos minutos que le estuvo prodigando tales cuidados, no quiso que el momento terminara.
Un cuento de hadas. Cerró los ojos y se rindió a la experiencia. El hombre perfecto, un guerrero de ojos cambiantes, la calma absoluta en el centro de una tormenta. Él pensaba que era hermosa cuando ella era un lío perfecto y espantoso. Pero él lo pensaba. De algún modo, Dominic lo hacía.
Prestaba atención a los detalles, y cada vez que encontraba una magulladura o un rasguño molesto bajaba la cabeza y utilizaba la boca para sanarlo. El acto era erótico, aunque adivinaba que él no lo pensaba así. Estaba concentrado en su salud, no en su cuerpo. La lengua encontró una herida de perforación en la parte baja de la espalda, más cerca de las nalgas. Las manos le sostuvieron inmóviles las caderas mientras se ocupaba de cada herida por separado.
Solange intentó con fuerza controlar la respiración. Agradecía que se hubiera trasladado a su espalda para no tener que admirar su físico, porque, para ella, él era la perfección. No tenía la menor idea de lo que podría suceder tras este encuentro con él, pero aceptaría el momento y lo guardaría en su corazón para siempre. Él trazó un círculo completo hasta que se detuvo delante de ella otra vez. Esta vez se inclinó y le rozó la boca temblorosa con un beso.
Cayó bruscamente de rodillas delante de ella. Solange no se podía mover. No podía respirar. ¿Qué estaba haciendo un hombre como Dominic de rodillas ante ella? Esto estaba tan equivocado. Podía luchar lado a lado con él, y se consideraría su igual, sin importar que él fuera un guerrero insuperable. Pero ella no era su igual aquí. No cuando estaban a solas. Quiso protestar, retirarse, servirle, pero no tenía la menor idea de cómo.
– No puedo hacer esto -logró decir. Su voz no era la suya, sólo un hilo de sonido tembloroso que podría tomarse por temor.
Él alzó la mirada con ojos oscurecidos con deseo. A Solange se le contrajo con fuerza el corazón en el pecho. Había algo tan irresistible en el modo en que la miraba. Ella era jaguar, acostumbrada a las miradas fijas, pero ésa era la mirada concentrada de un depredador. Dominic la miraba como si fuera la mujer más deseable del mundo, era suya. Solange sacudió la cabeza, mordiéndose con fuerza el labio inferior para evitar disgustarle otra vez diciendo sin querer que no lo era.
– Mereces… -Los dedos de Solange tocaron tentativamente los mechones sedosos de ese cabello tan negro como el ala de un gran pájaro brillando en el cielo-… mucho más. No puedo ser lo que necesitas.
– Te merezco a ti -dijo, con la voz tan suave como siempre-. Necesito esto. -Se inclinó hacia adelante y capturó las gotitas de agua que bajaban por la cadera derecha, sobre la herida dentada y fea.
Solange gritó, el golpe de la boca sobre ella envió ondas de calor por todo su cuerpo. El roce del pelo contra los muslos envió mil rayos de ardiente excitación por sus piernas, se habría caído si no se hubiera agarrado a sus hombros. Lo sintió sólido, como una roca, alguien en quien podría apoyarse si se permitiera romperse. Y quizá eso era él después de todo.
Dominic abrió las manos sobre sus muslos. No dijo ni una palabra, simplemente la colocó con las manos. El aliento la tocó primero. El sonido del corazón resonó en la caverna. Le lamió cuidadosamente todos y cada uno de los desgarros, cada rasguño, y cuando encontró una vez más las heridas perforadas en la espalda y las nalgas, ella quiso llorar por el cuidado que se tomó.
– ¿Qué sucedió?
Solange tuvo que buscar para encontrar sus cuerdas vocales. Dominic no la había tocado sexualmente, no en realidad, pero su cuerpo ya no era suyo. Maleable y suave le pertenecía a él, ella le pertenecía. No sabía qué clase de reclamo hacían los Carpatos sobre sus compañeras, pero se sentía reclamada. Sintió como si la cuidara como a una joya rara y preciosa. Nunca antes nada había estado tan cerca de esa sensación.
– Tendí una trampa y él me esperaba. Sacrificó a sus hombres, los dejó a campo abierto y disparé. Estaba a punto de huir cuando cayó de la nada. Es difícil engañar a mi jaguar. Está muy alerta, especialmente con cualquier macho en el área. Tiene que estarlo. Pero él estaba allí y ahora tiene el olor de mi sangre.
– ¿Quién es él? -Dominic bajó la cabeza para depositar un beso sobre las perforaciones, el cabello la hacia estremecerse cuando se rozaba contra la piel.
– Le llaman Brodrick. Brodrick el Terrible. Es mi padre.
Dominic se quedó silencioso un momento, tomándose su tiempo para levantase. Le envolvió el cuerpo en la toalla tibia y la atrajo a sus brazos.
– Háblame de él.
Solange descansó la cabeza contra su pecho y se permitió el placer de rodearle la cintura con los brazos. Podía oír el ritmo constante del corazón, un ritmo tranquilizador. ¿A dónde habían ido todos los hombres como Dominic? Dudaba que mereciera a este hombre, no cuando ni siquiera sabía cómo ser una mujer. Pero había tantas otras mujeres en el mundo, buenas y amorosas, que cuidarían, alimentarían y se unirían a un hombre. ¿Cómo había sucedido esto? ¿Un error? Quizás, pero estaba dispuesta a aceptar el regalo que le había sido entregado. Su tiempo había pasado y quizá el de él también.
– Ha matado a personas que mis primas y yo amábamos. Mata a cualquier mujer o niño que no pueda cambiar. Mata a cada niño jaguar macho que tenga sangre humana en las venas. Los hombres que le siguen no son de la realeza, pero todos cambian, y le ayudan a matar a nuestra gente.
– ¿Por qué trabaja con humanos si los desprecia tanto?
– También ha hecho una alianza con los vampiros. Creo que están reuniendo una base de datos de mujeres con capacidad psíquica. Se concentra en mujeres que cree que tienen sangre jaguar. Son raptadas en todo el mundo y traídas aquí. Si puede cambiar, tratan de inseminarla, si no puede, es violada, torturada y asesinada. Toda la alianza está construida sobre una red de engaños. Los humanos no se dan cuenta de que trabajan con vampiros que los utilizan para matar a la gente que les protege. Brodrick no puede ser influenciado por los vampiros, así que se cree a salvo de ellos. Y los vampiros tratan de utilizarlos a todos para aumentar sus filas y derrotar a los Carpatos. Quieren matar a todas las mujeres para que no pueda haber compañeras para los Carpatos. Por lo menos, eso es lo que creo.
– ¿Cómo demonios has averiguado todo eso? -Levantó la mano para sujetarle el pelo.
– Sólo recientemente he conseguido entrar, así que parte de lo que acabo de contarte es conjetura. Paso mucho tiempo reuniendo información antes de dar un golpe. No tengo ninguna ayuda y planear un rescate con sólo una persona es muy difícil.
– Creía que tus primas…
– Tienen compañeros. Sus hombres no quieren que corran riesgos. La verdad, yo tampoco. Jasmine está embarazada, y Juliette es demasiado suave para esta clase de vida. -Suspiró y levantó la mirada-. Eso no está bien, Dominic. Es demasiado buena para esto. Hay un brillo en ella y no deseo que se desaparezca jamás. Al principio estuve aterrorizada por ella cuando conoció a Riordan, pero puedo ver que la hace feliz. Estoy agradecida con él. Cuidará de ambas.
Los ojos de Dominic se oscurecieron.
– Piensas matar a Brodrick. -Hizo que sonara como una declaración, ni buena ni mala, ningún juicio en su tono, sólo un hecho.
– Sí. -No había nada más que decir. No tenía elección. Él nunca se detendría. Sin él, los demás hombres se dispersarían. No eran hombres buenos y causarían problemas, pero sin dirección serían manejables. Si salieran de la selva tropical, la ley finalmente los encontraría.
Dominic le entregó un vaso de agua.
– Bebe.
De dónde había sacado el agua, no tenía la menor idea, pero la tomó sin protestar, y mientras bebía él abrió el suelo.
– Necesitaré la tierra para curar mis heridas completamente -dijo-. He colocado medidas de protección alrededor de tu cueva y nada nos perturbará mientras dormimos.
Solange miró al agujero profundo. Unos buenos tres metros. Su gata quizás podría saltar si era necesario, ¿pero dormir en la tierra? Quería estar cerca de él, pero…
Él le sonrió, esa sonrisa lenta y sexy que de algún modo hacía que todo en su interior se fundiera en una piscina de calor. ¿Cómo hacía eso?
– Debes confiar en mí.
Confianza. Él era un guerrero respetado. Había vivido mil años con absoluto honor. Su palabra era su honor. Si decía que ella era suya, que era hermosa, que era la única que deseaba, ella debería aceptarlo sin todas esas dudas. Y sobre todo, debía confiar en él.
– Creo que la confianza es un regalo -dijo en voz baja-. Un hermoso regalo que tantas mujeres tienen naturalmente. Lo quiero, Dominic. Más que nada, deseo ese regalo, pero… -Las palabras se desvanecieron. ¿Era capaz de confiar?
Dominic colocó los dedos en su nuca.
– Tu confianza en mí es profunda, Solange. No confías en ti misma, mujer. Te ves como dos seres. Uno, la guerrera: segura, increíble en su resolución, indiferente a como el mundo la ve siempre, que puede salvar a las mujeres de su especie de la brutalidad de los hombres. Vives en un mundo de engaño y violencia y comprendes y aceptas esas reglas. El otro ser es éste, el que compartes conmigo, tu verdadero compañero. Eres la otra mitad de mi alma. Eres la luz de mi oscuridad. No puedes verte así porque tienes que vivir a oscuras. La has enterrado profundamente, a mi mujer, pero lo que no comprendes, sívamet, es que yo aprecio eso en ti. No deseo que los otros te vean como yo lo hago. No quiero compartir a esa mujer con nadie más, hombre o mujer. Ese lado de Solange es mío solamente.
Ella negó con la cabeza, pero tomó cada palabra en el corazón y las sostuvo cerca de ella.
– No te equivoques, la guerrera y la mujer no son dos entidades separadas. Son una y te veo claramente. Sé que tengo que compartir a la guerrera. Ese rasgo es fuerte, y no voy a negártelo. Los acontecimientos formaron lo que ya era el espíritu de una luchadora, lo afilaron y lo perfeccionaron en los fuegos de la agonía. Para sobrevivir y asegurar la seguridad de las mujeres que amas, las mujeres que sólo te tienen a ti para sobrevivir, tienes que suprimir la luz en ti. Pero la luz está allí y yo puedo verla. Si soy el único que lo hace, eso es todo lo que importa.
Que Dios la ayudara, cada palabra le tocaba el alma. Dominic la veía. La conocía. La conocía mejor que ella misma. Quería ser todo para él, esa mujer que vivía en la luz, por lo menos durante los momentos que podía pasar con él. Quería darle todo lo que él deseara.
Ambos tenían tan poco tiempo. Ella aceptaba eso y él también. Estaban comprometidos con sus senderos individuales. Pero éste era su momento, quizá su único momento. Ella levantó la mano hasta su cara, trazando esas arrugas grabadas tan profundamente, esa líneas que lo hacían parecer un hombre duro y despiadado. No había rasgo de muchacho en ningún sitio. Era todo hombre. Él no se alejó de su exploración tentativa, ni la apresuró en su decisión de entrar en ese agujero de oscuridad, de rica tierra, con él. Se quedó quieto bajo esos dedos y permitió que ella grabara su cara en la memoria.
– ¿Quieres que duerma a tu lado?
– Te quiero ni a centímetros de mí, minan. Te necesito este día.
Solange se tragó todo el temor y levantó el mentón.
– ¿Cómo sabrás que estoy allí? -Iba a concederle esta pequeñez. ¿Qué importaba? Era todo lo que él le permitiría que le diera. Ella no podía tocarle el cuerpo, no podía aliviar esa violenta excitación. Él daba y daba y ella…
– Recibo placer al darte placer, Solange. Y tú siempre eres lo suficientemente amable para compartir cada momento conmigo, aunque permitirme entrar en tu mente te aterroriza. Sabré que estás conmigo.
– No comprendo por qué no me permites… -No podía articular lo que deseaba, así que simplemente dejó caer la mano alrededor de su erección gruesa y dura como una piedra.
Él siseó.
– No es seguro. -Muy suavemente quitó los dedos y atrajo la palma a su corazón-. Es suficiente con compartir tu placer.
Ella lo dudaba, pero estaba demasiado insegura de sí misma en ese momento. Tendría que pensar en su declaración un rato. ¿La sangre del vampiro? ¿Quizás perdería el control y la convertiría? Sabía, de hablar con Juliette, que la conversión era violenta e implacable cuando el macho ataba a su compañera a él, pero Dominic no había mostrado signos de necesitar atarla a él, ni querer convertirla. ¿Qué significaba eso? Si ella aceptaba su palabra de que era todo lo que él deseaba, entonces había otra razón.
Dominic pasó el brazo alrededor de la cintura de Solange y los llevó al borde del agujero profundo. Poco antes de que los pies de ella tocaran la tierra, un pequeño y delgado edredón cubrió un lado del suelo de tierra. Sus pies desnudos aterrizaron sobre el material. Él se hundió en la tierra y dejó salir un suspiro.
– Juliette trató de describirme a qué se parece el ser rejuvenecido por la tierra, pero no pude entender el concepto.
– ¿Te gustaría que compartiera la experiencia contigo, kessake? -Se acomodó en la cuna de oscura y rica tierra y le tendió la mano.
Ella la tomó y permitió que la empujara a su lado. Se acomodó contra él, curvándose como la gata que era lanzó una mano descaradamente sobre su pecho.
– Sí. -Deseaba cada experiencia que pudiera tener con él.
Probablemente nadie sabría jamás sobre Dominic, su amante de sueño. Era sólo suyo y quizá esa era la manera en que se suponía que tenía que ser. Había hecho muchas cosas terribles en su vida, cometido muchos pecados. En la selva tropical, se dijo, era matar o morir, pero la verdad era que ella era la que decidía quién vivía y quién moría. Si tenía a dos hombres jaguar a la vista, lo intentaba con ambos, pero el primero era siempre el que consideraba más peligroso y violento. Estos momentos robados de felicidad con Dominic compensaban una vida sin nada.
Él le rozó la coronilla con un beso y luego ondeó la mano. Otra colcha se asentó sobre ella.
– Mientras duermo podrías despertar, no quiero que tengas frío.
Ella tocó la colcha exquisita con símbolos tejidos. El material era suave, verde oscuro como su bosque, con animales bordados en cuadrados al lado de los símbolos. Se encontró trazando cada uno con un dedo.
– Es hermosa.
– La mujer de Gabriel las hace para nosotros. Teje lo que se necesita. Quería una para consolarte y traerte tranquilidad. Pareceré muerto, Solange, sin ningún aliento ni latido del corazón. No puedes asustarte.
Ella sonrió ante la orden de su voz.
– No me asusto fácilmente. Bueno, no generalmente. Tú definitivamente me sorprendiste.
– ¿Siendo real?
– Sí.
Él se rió suavemente.
– Tú me sorprendiste también. Tenemos mala coordinación, päläfertiil. Quizá la peor coordinación de cualquier pareja en la historia.
Ella le dio vueltas a las palabras en la mente.
– Necesitaba tiempo para crecer, Dominic. Había tanta ira en mí, tanto odio hacia los hombres que mataron a mi familia, los que han estado cometiendo genocidio sistemáticamente contra nuestra propia gente porque creen que las líneas de sangre deben ser puras. Odié durante tanto tiempo, y no podía distinguir entre esos hombres que han destruido nuestra especie y otros hombres. No fue hasta que Juliette encontró a su compañero y vi honor en él, que acepté mi rabia.
Él le apartó el pelo de la cara con dedos suaves. Ella recordó esas mismas caricias tiernas de su hombre de los sueños y el corazón le revoloteó en el pecho. Era tan parecido a la imagen que había evocado y aún así daba un poco de miedo. En su mayor parte porque quería darle la misma paz y alegría que él le traía.
Él le acarició la coronilla con la nariz y unió al mismo tiempo su mente con la de ella, captando los siguientes pensamientos no tan altruistas, la necesidad de darle la misma liberación que él le había dado a ella.
Dominic suspiró interiormente. No correré ese riesgo contigo.
Podía sentir cómo la necesidad la arañaba, vio las imágenes eróticas en su mente, pero él nunca habría podido encontrar el control para evitar reclamarla con su cuerpo y su alma. La anhelaba. Una necesidad oscura que crecía cuanto más tiempo pasaba con ella.
Su primer deber era protegerla, incluso de sí mismo. Tenía sangre de vampiro corriendo por las venas, y en ese veneno ácido había miles de ávidos parásitos trabajando para consumirlo de dentro afuera, aunque… las criaturas viles estaban quietas. Ninguna se movía en su interior. No había órdenes susurradas y no había apuñalamientos, dolores implacables, no desde que estaba cerca de su compañera. ¿Por qué? ¿Cómo podía ser? ¿Podrían las compañeras proporcionar tal consuelo aún para uno ya perdido?
Respiró hondo. La noche se había ido. El sol se alzaba a ritmo constante por el cielo. Estaba en lo profundo de la tierra, pero todavía podía sentir los efectos en su cuerpo. Pronto sería un peso plomizo y el corazón le dejaría de latir. Sintió la aguda inhalación de Solange y supo que estaba experimentando la urticante sensación en su piel, la sensación ardiente bajo la piel y en todos los nervios.
Se relajó en la riqueza de la cama de tierra. La tierra le dio la bienvenida, le susurró, la abundancia de minerales se le filtró inmediatamente a través de los poros, enriqueciendo su cuerpo, apresurando la curación de cada herida, los largos cortes causados por la espada que se había hundido profundamente en su carne. Zacarías había ayudado a apresurar la curación, pero era aquí en la tierra donde encontraría la medicina natural para los de su especie.
La maravilla de Solange le encantaba. Ella puso la mano en la tierra entre ellos y la dejó resbalar entre los dedos.
– No tenía la menor idea. Todo este tiempo la he pisado y aún así no la sentía viva, viviendo y respirando, sanando. Incluso si no es para los de mi especie, es un milagro lo que la tierra hace para la tuya.
– Nos da la bienvenida como a sus hijos. -Trató de ponerlo en palabras para que ella pudiera comprender, aunque podía sentir su aceptación.
Los cubriría con tierra, pero no los rostros. A diferencia de él, Solange necesitaría el aire para respirar. Se movió, y las doloridas demandas de su cuerpo se movieron con él.
– Podría… -Ella se detuvo cuando él le puso la mano en la cabeza y la retuvo contra su pecho.
– No puedes tentarme, Solange. Combato con mi honor. El honor es importante para mí. Y tú… tú eres mi regalo más precioso. Nunca podría vivir conmigo mismo si mi egoísmo te pusiera en peligro. Dormir y tenerte en mis brazos será suficiente.
Él le había cantado en sus sueños compartidos y también lo hizo ahora, su canción, la melodía inolvidable, todas las cosas que él siempre había querido decir a su compañera.
Estuve medio vivo durante mil años.
Para entonces había abandonado toda esperanza de que nos conociéramos.
Demasiados siglos. Todo desaparece
mientras el tiempo y la oscuridad roban el color y la rima.