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Pero entonces más allá de toda esperanza, entraste en mi sueño.…
Tu melodía embrujadora, tu amable voz sanadora.
El alma de un poeta, el gran corazón de un guerrero.
Tú se lo diste todo a tu gente. ¡Déjame a mí darte los sentimientos!
De Solange para Dominic
¿Qué había hecho? Solange estaba bajo la lluvia, cubriéndose la cara con las manos, con la garganta dolorida y el corazón atronando en su pecho. Le había contado todos sus secretos. Había creído que estaría a salvo, que él no era real. Le había expuesto cada debilidad. ¿Habían sido los sueños alguna clase de truco? Gimió y se acarició la garganta para tratar de aliviar el terrible dolor. Sus cuerdas vocales estaban destrozadas… igual que su corazón.
Un guerrero Carpato. Ella lo había imaginado. Había construido su imagen detalle a detalle… ¿o no? Había reconocido entonces, cuando comenzaron sus visiones, que había abandonado toda esperanza y llegaba al final de sus días. Su guerrero había sido lo único que la había sostenido a través de todas las batallas y todas las horribles matanzas con que se había encontrado. Brodrick el Terrible estaba decidido a purgar cada gen diluido de jaguar que pudiera encontrar. Sólo aquéllos que pudieran cambiar serían perdonados… varón y hembra.
No había forma de detener el mal en el interior de su padre. La enfermedad había comenzado centenares de años atrás: tratando a las mujeres como esclavas, como reproductoras, los hombres seguían los actos de la familia real. Habían sido indulgentes consigo mismos, depravados, ansiando el poder y fomentándolo, alentando los peores rasgos de su especie en vez de tratar de convertirse en algo diferente. Brodrick disfrutaba matando. Y se rodeaba de hombres como él.
La lluvia familiar se sentía como un seductor desconocido, burlando sus sentidos, recorriendo el valle entre sus senos y bajando por su vientre hasta la unión entre sus piernas. Extrañamente excitada por la sensación, Solange levantó la cara hacia la lluvia, captando algunas gotas en su boca, permitiendo que bajaran por su garganta para aliviar el dolor. No había alivio para el dolor entre sus piernas.
Colores tan brillantes como el sol se arremolinaban frente a sus ojos, casi cegándola. Cada emoción estaba exagerada mil veces. Humillación. Vergüenza. Pesar. Furia. Un terrible hambre sexual, cruda y volátil, un deseo que nunca había experimentado. La lluvia goteaba de las puntas de sus senos, ahora tensos, floreciendo en duros picos gemelos. Miró hacia su propio cuerpo y las lágrimas ardieron detrás de sus ojos.
Esta necesidad, este deseo era más fuerte que cualquier celo que alguna vez hubiera experimentado. Tomó aliento y recuperó su cordura. La pasión no sólo afectaba a su cuerpo, cada una de sus partes, corazón y alma, parecía sentir un deseo abrumador de estar con él. Compañeros. Había visto la devoción que el compañero de su prima Juliette mostraba hacia ella. Él prestaba atención a la más mínima cosa, parecía completamente enfocado en ella en cada momento… y esa clase de concentración haría que Solange enloqueciera. Llevaba sola demasiado tiempo. Pasaba semanas sin ver o hablar con otra persona. ¿Cómo le iba a ser posible mantener una relación? No sabía cómo. Ella no sabía nada acerca de compartir su vida o… o cualquier otra cosa.
Aterrorizada apenas podía respirar, sus pulmones ardían por la falta de aire. Nunca podría ir hacia él. Nunca. Apenas había un lugar en su cuerpo que no estuviera lleno de cicatrices. No tenía piel suave que ofrecerle, ningún aspecto suave en la mujer angulosa que se había convertido en poco más que una máquina de luchar. La mujer del sueño había sido una ilusión. MaryAnn, la compañera de Manolito, era lo más cercano a una amiga que tenía, e incluso MaryAnn la había regañado por su cabello agreste y su falta de feminidad. Había fingido que no le importaba no ser femenina, y por aquel entonces no le importaba. Pero ahora… ahora que él estaba en su vida, ahora que él había venido, este hombre entre hombres, este guerrero que era claramente superior al resto…
Gimió y se presionó los puños contra los ojos. No era una mujer que llorase. O ansiara a un hombre. O lo necesitara. Pero en cierta forma, en el transcurso de los últimos meses todo eso había cambiado. Ella había cambiado… llevada hasta el borde de la destrucción por el horror interminable de la vida que había escogido. No había habido respiro… excepto él. El Carpato. Su Carpato.
Inspiró profundamente y en silencio admitió que necesitaba al Carpato, aunque fuera sólo para compartir sus últimos días. Él nunca se acobardaría ante lo que percibía como su deber ante su gente, no más de lo que lo haría ella. Esto era un tremendo lío y llegaba en el peor momento posible. Finalmente había encontrado a Brodrick. Sabía dónde estaba, pero también sabía que no se quedaría allí demasiado tiempo. Y normalmente viajaba con sus soldados más violentos.
A su alrededor el aire se detuvo. Todo ruido cesó en el bosque. Su jaguar se quedó congelado, empujaba cerca de su piel como para protegerla. El vello de sus brazos se erizó y un escalofrío de miedo bajó por su columna vertebral. Los insectos inundaron la tierra, hormigas y escarabajos salieron en tropel, cubriéndolo todo a su paso. Los vio fluyendo como un río negro sobre los troncos caídos, moviéndose hacia ella. En lo alto, el cielo se llenó de murciélagos que se movían rápido a través de la canopia, una siniestra nube oscura, negros presagios de cosas por venir.
Los vampiros se habían alzado. Se levantó rápidamente, dejando que el cambio la tomara. Los no muertos se alzarían hambrientos y buscando su presa. En su forma humana los atraería fácilmente. Su forma de jaguar podría introducirse en el dosel y esperar hasta que pasaran.
Murciélagos. La voz del amante de sus sueños siseó la advertencia en su mente. Los no muertos se levantan.
Ella ya había vuelto a los árboles, el jaguar había trepado por el recodo de una rama a lo alto, bajo un paraguas de hojas gruesas. Se quedó muy quieta.
Tendrán hambre. Cambia y escóndete, alcanza una zona segura. Es arriesgado comunicarse así. Cualquier oleada de poder les alertará.
Su cola se sacudía por el malestar. ¿Se creía que no sabía qué hacer? No era estúpida. Manolito y Riordan les habían enseñado a ella, a Juliette y a Jasmine cómo matar a un vampiro si era necesario. Recientemente, en las últimas semanas, su entrenamiento le había salvado la vida repetidas veces. Ante todo ella era una guerrera. Siempre. No se arriesgó a responder porque sabía que su Carpato tenía razón y los no muertos podrían sentir la oleada de poder que requería comunicarse telepáticamente. Probablemente podría hacerse sin que lo supieran, pero no era lo suficientemente experimentada, y Solange nunca corría riesgos innecesarios.
Mantuvo la cabeza entre las patas y vació su mente mientras los murciélagos giraban y se zambullían en el aire, algunos capturando insectos voladores mientras los otros se ocupaban de la fruta en los árboles. Podía ver a otros gateando en la tierra en busca de presas de sangre caliente. Permaneció muy quieta, deteniendo incluso la punta de su cola hasta que, lentamente, los murciélagos se fueron a un nuevo territorio. Sólo entonces se levantó y se estiró a la manera lánguida de un felino.
Tenía trabajo. Había tendido una trampa y sabía que Brodrick y sus hombres caerían en ella. Nunca esperarían que regresara. A estas alturas sabrían que estaba herida. Se creían a salvo de ella. Y Brodrick había formado una alianza inestable con los vampiros. Los no muertos podían controlar las mentes de los jaguares con sangre diluida e incluso con sangre pura, pero seguramente no de la de un miembro de la familia real. Mientras Brodrick obtuviera lo que quería de los vampiros, continuaría relacionándose con ellos. Era un pacto forjado en el infierno en cuanto a ella se refería. Brodrick estaba en proceso de destruir a cualquier jaguar incapaz de cambiar de forma. Los vampiros habían jurado ayudarlo a alcanzar su meta, así que él había accedido a ayudarlos a ellos.
El enorme laboratorio construido por la sociedad humana, un grupo de gente dedicada a cazar y aniquilar vampiros, se utilizaba supuestamente sólo para investigación, pero ella había estado dentro y sabía que el edificio servía para propósitos muchos más demoníacos. Los enemigos eran atados y torturados allí. A menudo se llevaba allí a las mujeres jaguar para ser usadas por Brodrick y sus hombres. Pero el verdadero propósito del edificio era bastante más estrafalario. Ella había visto los bancos de ordenadores. Los vampiros no tenían la capacidad de sentarse durante horas ante un ordenador copilando información, pero tanto humanos como hombres jaguar podían hacerlo, y los vampiros necesitaban que llevaran a cabo para ellos la tarea de construir una base de datos de mujeres psíquicas en el mundo.
Los hombres de Brodrick parecían encargarse de la mayor parte de los detalles y ella estaba segura de que compilaban una lista de personas, particularmente de mujeres que llevaban sangre jaguar. No había podido confirmarlo, pero a menudo se quedaba en las ramas de los árboles durante horas vigilando la instalación, ciertamente era un riesgo terrible, aunque uno que esperaba que produjera al menos una pieza de información importante.
Segura ahora de que los vampiros habían continuado su búsqueda de sangre, Solange comenzó a abrirse paso de regreso hacia el acantilado sobre el río donde la mujer, Annabelle, se había lanzado desde las rocas antes de ser capturada de nuevo por los hombres que la perseguían. Trató de apartar de su mente el rostro de la mujer desesperada. Solange había cambiado de forma y gritado, se había expuesto a sí misma para detenerla, pero Annabelle estaba tan desesperada que se negó a correr el riesgo cuando los hombres empezaron a disparar sus armas contra Solange.
El jaguar negó con la cabeza. Los muertos a menudo se levantaban para recriminarla. Algunas veces pensaba que podría ahogarse en sus gritos, en las terribles crueldades cometidas contra ellos. Solange sabía que el tráfico de humanos se había convertido en un problema grave en otros lugares, pero aquí, en su mundo, llegaba siglos sucediendo gracias a los líderes de su gente. Las mujeres eran objetos, nada más. Contenedores y posesiones. Los hombres poseían tales prerrogativas, creyéndose ellos mismos por encima de todas las leyes, incluso de las leyes de la decencia común. Las mujeres estaban ahí sólo para servir a sus brutales necesidades sexuales y darles niños.
Solange caminó suavemente a lo largo del laberinto de ramas entrelazadas que formaban la carretera arbórea. Animales y aves, todavía acobardados por el paso del mal, tan sólo temblaron cuando ella pasó junto a ellos dirigiéndose hacia su destino. Se movía velozmente, había cubierto muchos kilómetros durante el día para llegar a su hogar de la infancia, y ahora tenía un largo camino de regreso. Era más rápido usar la canopia para viajar, pero algunas veces se vio forzada a bajar al suelo del bosque.
La herida de su cadera se abrió, rezumando más sangre. No podía permitirse dejar ese olor en el aire. Con un resoplido de impaciencia, se abrió camino hacia uno de sus muchos alijos a lo largo del bosque. Profundamente metida en el interior de una jaula de raíces, había escondido una pequeña caja impermeable. Un juego de ropa, armas, munición, comida desecada, agua limpia y un botiquín la esperaban. Tenía que cambiarse y remendar la herida.
En la selva tropical siempre era importante limpiar y cerrar una herida, aplicando una crema antibiótica… y ésta no era una excepción. Las infecciones eran incontrolables, fáciles de obtener y fácilmente mortales. Por regla general, ella era meticulosa con las heridas, y el hecho de que hubiera viajado hasta el lugar de la matanza de su familia sin cuidar de las laceraciones le decía bastante acerca de su estado mental. Necesitaba encontrar una salida o iba a morir pronto. No le quedaba nada que dar… y eso la avergonzaba.
Cambió de nuevo a su forma de jaguar. Era más fácil manejar la profunda emoción que amenazaba su cordura cuándo estaba amortiguada por su animal, especialmente ante la constatación de que no habría fin para las depravaciones de Brodrick. Había tan pocas mujeres en la selva tropical, ni siquiera viviendo en sus bordes, que Brodrick había recurrido a usar la base de datos de los vampiros para encontrar mujeres jaguar en otros países. Las secuestraba y las traía hasta él. Así fue como trajeron a Annabelle. Su marido era humano, por lo que Solange había entendido, pero eso no había detenido a los hombres que Brodrick había contratado para secuestrarla.
La sociedad humana estaba en buenos términos con Brodrick, aunque Solange había notado que todos los hombres que protegían el laboratorio le tenían miedo. Como debía ser. Brodrick era tan cruel y depravado como cualquier vampiro e igual de astuto. Conocía el bosque pluvial, era su territorio natal. Su reputación había aumentado con los años, y a estas alturas él sabría que había una cambiaformas hembra de pura sangre haciendo estragos en sus planes. Él despreciaba la desobediencia y sus castigos eran rápidos y brutales. Exigía sumisión completa, especialmente de una hembra. La quería viva… una ventaja para ella. Los varones con que se encontrara se veían obstaculizados por su intención de llevársela a Brodrick todavía respirando.
Se apresuró ahora, trotando ocasionalmente. Quemarían el cuerpo del hombre jaguar al que había matado esta noche para mantener oculta su presencia. Querrían que el cuerpo de Annabelle ardiera igualmente. Con un poco de suerte, Brodrick estaría allí para dirigir la operación personalmente, pero en caso de no ser así, ella lograría enviarle otro cuerpo o dos y él se quedaría para cazarla. Brodrick nunca podría aceptar una bofetada en la cara como ésa de una hembra. Removería cielo y tierra para encontrarla. Ella se lo permitiría y lo mataría. Esperaba morir, pero no sola. Libraría al resto de mujeres jaguar de tan malvada presencia aunque significara pagarlo con su muerte.
Podía oír el rumor del río y se tumbó sobre el vientre, escuchando, inhalando el aire por la nariz, buscando también señales en los animales. Olfateó la presencia de al menos dos machos, hombres jaguar, pero no en sus formas animales. Sus sentidos estarían un poco más embotados, su audición menos aguda. Los rodeó por el sur hasta que alcanzó otro de sus pequeños escondites, otra vez protegido de los elementos por las raíces de un árbol. Esta caja era más larga y contenía sus armas cuidadosamente limpias y abundante munición. Cambió de forma y se vistió rápidamente, se colgó un cuchillo, una ballesta, flechas adicionales y su rifle. No era la mejor con una pistola, aunque tampoco mala, pero a distancia era condenadamente buena disparando tanto con rifle como con ballesta.
Atravesó el bosque guiándose por las huellas de los animales. Tenía la ventaja de ser pequeña y compacta, lo que le permitía meterse en espacios donde los machos jaguar, más grandes, no podían ir para captar su olor. Gateó sobre sus manos y sus rodillas parte del tiempo y otras veces se deslizó sobre su vientre hasta llegar al sitio que había escogido para su ataque.
Echó una buena mirada a su alrededor, olfateando el aire antes de trepar al árbol. Era bastante más difícil pasar a medio humana, medio felino, pero había usado la técnica a menudo a lo largo de los años, así podía ascender a la canopia rápidamente, incluso acarreando las armas y las ropas que pudiera necesitar.
Se acomodó en un recodo del árbol escuchando los sonidos que llegaban desde la orilla del río. Un motón de juramentos. Refunfuños. Entornó los ojos, mirando con atención a través de las hojas para examinar las rocas. Desde ese ángulo no podía ver ningún cuerpo. Tenían que haberlo movido, o quizá el cuerpo se había desprendido de las rocas hasta el agua y había sido arrastrado corriente abajo. Evidentemente esa fue la conclusión a la que llegaron los dos hombres.
– Deberías haberla remolcado hasta la orilla, Kevin -se quejó uno.
Ella reconoció al que hablaba. Le había herido. Tenía la esperanza haber hecho un mejor trabajo, pero ya caminaba por su propio pie.
– Estaba demasiado ocupado arrastrando tu culo de regreso al laboratorio para detener la hemorragia. Habrías muerto aquí afuera si no lo hubiera hecho, Brad -replicó Kevin.
Los hombres jaguar tenían fama de mal carácter. Ni uno ni otro querían seguir el río durante kilómetros con la esperanza de encontrar el cuerpo, pero no tenían elección. Era una ley con la que todos vivían, destruir toda prueba de su especie. Los dos hombres anduvieron mirando por la orilla y luego expresaron, casi simultáneamente, su evidente repugnancia. Solange se mordió los labios con fuerza, furiosa porque se mostrasen tan irrespetuosos con la mujer a la que tan brutalmente habían usado… la mujer a la que habían llevado al suicidio. Puso el rifle en su hombro, tomó aliento, apoyó el dedo en el gatillo y colocó a Kevin directamente en su punto de mira.
Siempre había un momento en que se preguntaba si podría hacer esto, si vacilaría y los alertaría de su presencia, permitiéndoles matarla primero. Nunca sería capturada viva. Había rescatado a demasiadas mujeres y visto de cerca lo que les hacían a sus víctimas y nunca se permitiría caer en sus manos. Jasmine, su prima, fue capturada por estos mismos hombres. Solange los detestaba. Merecían morir. Cada uno de ellos había cometido asesinatos, matando a hombres, mujeres y niños. Incluso… Sintió que ese horrible momento se extendía frente a ella. ¿Podía hacerlo de nuevo? ¿Cuánto de sí misma perdería aunque fuera por justicia? El coste de tomar vidas se había vuelto tan elevado que ya no tenía la seguridad de estar dispuesta a pagarlo.
Apretó el gatillo. Kevin cayó y el sonido del disparo reverberó a través del bosque mientras el cuerpo se encogía lentamente, con un agujero en la parte de atrás de la cabeza. Brad giró en redondo, saltando en el aire mientras intentaba localizar la fuente del sonido incluso mientras ella hacía el segundo disparo. La bala le dio en el hombro, haciéndole girar mientras empezaba su caída desde el borde del acantilado al río rugiente de abajo. Se movió en el aire, intentando frenéticamente rasgar sus ropas mientras caía en picado en el agua agitada.
La bilis se agitó en el estómago de Solange, subiendo hasta su garganta mientras se secaba el sudor de la cara. El segundo hombre probablemente vivía, pero estaría fuera de combate por algún tiempo. Tendría que cazarlo más tarde. Y ya nunca podría mantener bajo vigilancia a otro cuerpo de nuevo: estarían esperándola. Ya estaba guardando automáticamente las armas para el descenso, temblando todo el tiempo pero moviéndose a base de pura experiencia y reflejo. Tenía que moverse rápido y salir de la zona. Brodrick viajaba con un grupo de guerreros y ella no estaba de ningún modo en condiciones de esquivarlos. El sonido viajaba en la noche y habrían oído los disparos.
Un pájaro chilló. Ella saltó de la rama, con la mano extendida, atrapando las gruesas y nudosas lianas que colgaban de todos los árboles y meciéndose con fuerza, usando su impulso hacia adelante para conducirse hacia la siguiente liana. Sus brazos casi se dislocaron cuando arrojó su cuerpo a través del espacio abierto hacia el siguiente árbol. Logró lanzarse sobre una rama, cambiando su peso para permitirse un mejor salto hacia las lianas que colgaban entre los siguientes dos árboles.
Miró por encima del hombro mientras saltaba y vio el enorme jaguar negro corriendo por las ramas del árbol que acababa de dejar. Su corazón golpeó con fuerza en su pecho, sacando el aliento de sus pulmones. Brodrick el Terrible. Por un momento fue una niña aterrorizado otra vez. La niña de ocho años con su familia muerta a su alrededor y el hombre, imponente, que la miraba con ojos planos, yermos, empujando la punta del cuchillo contra su piel para provocar a su felino y que se revelara.
No cedas al pánico, se regañó a sí misma, forzando a su cerebro a trabajar mientras se movía entre los árboles. Cambió de trayectoria sutilmente, siempre un paso por delante de ese feroz y enojado felino. Él era demasiado pesado para usar las lianas, se veía forzado a ir saltando por las ramas. Su ventaja era el aire y ella iba por los árboles sin ramas entrelazadas, obligándolo a ralentizar su persecución, haciéndolo bajar al suelo del bosque para seguir su avance. Debajo de ella, estaba enfurecido, corriendo, gruñendo, su rugido llenaba la noche.
Después de esa primera sacudida inicial, Solange mantuvo su terror bajo control. Conocía esta parte de la selva, probablemente mejor que Brodrick. Él no tenía ni idea de que ella era su hija, la que pensaba que había asesinado y descartado como si fuera basura tiempo atrás. Tenía alguna ventaja si mantenía la calma. Atrapó la liana que la haría pasar al árbol más cercano al caudaloso río. Crecido por la lluvia interminable, el agua inundaba ambas orillas, se agitaba y rodaba entre las rocas, creando una serie de rápidos. Se movió a través de los árboles sobrevolando el río.
Brodrick rugió otra vez y brincó hacia la gruesa liana justo cuando ella la asía, para avanzar balanceando la cuerda vegetal hacia su destino. Solange sintió el tirón y el corazón le saltó a la garganta. Su cuerpo se estrelló contra la rama con fuerza, sus manos trataron desesperadamente de agarrarla. Falló con la izquierda pero su derecha atrapó firmemente la nudosa rama. Logró agarrarse con la izquierda y mantenerse en movimiento, usando su peso como un péndulo para mecerse a sí misma sobre la rama.
Corrió a lo largo de las ramas, encajando una flecha en la ballesta. Brodrick trepó precipitadamente por el tronco y aterrizó detrás de ella, con suficiente fuerza como para sacudir el árbol. Lo enfrentó y se mantuvo firme, mirando dentro de esos malvados ojos amarillos. Él se la quedó mirando, inmóvil, agazapado, preparado para abalanzarse. Ella sintió la atracción de su hipnótico poder, aquella mirada abrasadora sobre sí, marcándola como presa.
Sostuvo la ballesta apoyada en la cadera, apuntándola con soltura y lo miró fijamente a los ojos. Dejó que viera su repugnancia. Lo despreciaba. No le tenía ningún respeto. No cedería ante este monstruo. Y no le temería. Nunca volvería a demostrar miedo ante él. Los labios de Brodrick se retrajeron ante su insubordinación. Hombres jaguar adultos y combatientes experimentados reconocían su superioridad, pero allí estaba ella, una humilde mujer sosteniéndole la mirada, sin apartarla, atreviéndose a desafiar su autoridad.
Solange se aseguró de que pudiera ver su desdén. Su desafío. Su completa repugnancia ante todo lo que representaba. Mofándose de él. Lo conocía. Lo había estudiado. Exigía completa reverencia, y la obtenía por medio de la crueldad y la intimidación. Todos debían inclinarse ante él, especialmente las mujeres. Odiaba a las mujeres que llevaban vida en sus cuerpos pero se negaban a seguir su voluntad. Habían sido puestas en esta tierra para servir a los hombres, para ser usadas de cualquier manera que los hombres creyeran conveniente, y aún así ellas huían de la selva tropical y de su autoridad para encontrar machos humanos. Las despreciaba, eso era una bofetada en su cara. En cada oportunidad que se le presentaba, las castigaba de manera brutal y degradante. Solange sabía que su desafío lo enfurecería y quería que estuviera furioso.
Se miraron fijamente durante un buen rato, ninguno parpadeaba. Observó la fuerza en la contracción de sus músculos, en la violencia desnuda de su mirada.
– Cuánto tiempo sin verte… padre. -Solange escupió la palabra.
El jaguar se quedó inmóvil, con los músculos poniéndose rígidos. Había desviado su ataque. Le mantuvo la mirada, en un juego de vida o muerte.
– Quieres sangre real. ¿Soy la única a la que no has logrado destruir?
Vio su vacilación, su perplejidad. Quería una hembra cambiaformas de sangre pura, pero ¿de dónde había salido ella? ¿Y con sangre real? Entre todos los cientos de niñas que había destruido, no recordaría a una. Querría mantenerla con vida. Sabía que era una cambiaformas y que era rápida para transformarse. Quedaban tan pocas mujeres que pudieran hacerlo.
Esperó pacientemente, respirando. Inhalando. Exhalando. Esperando a que escuchara lo que le había dicho. No sólo sangre pura. Sangre real. Observó el momento en el que lo comprendió. Padre. Real. Sí, había caído en la cuenta. Negó con la cabeza, claramente conmocionado, con la mirada fija en su rostro.
Ella le enseñó los dientes.
– ¿No vas a darme la bienvenida a casa… papi?
Era una provocación. Un reto. Una hembra desafiándolo.
Él gruñó y comenzó a cambiar, como ella sabía que haría. Tenía sólo unos segundos. Era rápido, más rápido de lo que había imaginado que pudiera ser. Levantó la ballesta y disparó una flecha directamente hacia su garganta en transformación. Girándose, dio un brinco hacia el próximo árbol, moviéndose con rapidez, sabiendo que si no lo había matado, iría tras ella.
Escuchó el rugido, pudo ver las salpicaduras de sangre sobre las hojas a su alrededor y siguió adelante. El jaguar estaba furioso, y un felino herido era doblemente peligroso. Algo grande chocó contra el árbol detrás de ella y lo sacudió entero, casi haciendo que se soltara. Precariamente, se arrojó hacia la siguiente rama, trepando a lo largo de su inestable longitud. Ranas arbóreas saltaron fuera de su camino. Una lagartija surgió debajo de unas hojas y salió corriendo. Ella captó el movimiento por el rabillo del ojo pero no se detuvo, saltando hacia el siguiente árbol, aterrizando en cuclillas para girarse rápidamente y lanzar una segunda flecha.
El jaguar negro se veía espantoso, todo dientes, con sangre corriéndole por el cuello hasta el amplio pecho. Allí, en la oscuridad, sus ojos tenían un brillo rojizo, fijos en ella, coléricos y decididos; aplanó las orejas al ver la ballesta cargada. La flecha le dio en la parte alta del hombro y rugió su ira, el sonido reverberó a través de la selva.
Los pájaros chillaban, salían volando desde la copa de los árboles a pesar de la oscuridad, elevándose al cielo para evitar la venganza del enfurecido jaguar. Solange tenía la suficiente experiencia como para saber mejor que la mayoría con cuánta fuerza podía golpear el gran gato, y cuando Brodrick saltó hacia ella, se tiró en picado hacia el siguiente árbol. Sus manos no alcanzaron a sujetarse y el corazón le dio un vuelco. Una rama delgada golpeó contra sus brazos extendidos. Escuchó un crack, pero se agarró por pura desesperación. Sus dedos se cerraron alrededor de la ramita mientras el jaguar aterrizaba pesadamente sobre su espalda, rasgándole la carne con sus garras.
Sintió el aliento caliente sobre su cuello cuando el jaguar intentó morderla en el hombro. La rama se rompió y cayeron juntos. Solange trató de girar lo suficiente como para encajar la ballesta contra un flanco del jadeante felino, pero fue imposible. Su columna era demasiado flexible y giraba con ella, evitando que se librara de él. El cuerpo de Solange golpeó contra una rama y la rompió por la mitad, lo que envió al pesado jaguar de un bandazo contra el tronco y finalmente lo apartó de encima de ella.
Solange miró hacia abajo, a las aguas revueltas y luego hacia arriba, al jaguar que se recuperaba, preparándose para volver a saltar. Dio un salto mortal, lanzándose de cabeza desde la rama a las aguas embravecidas. El bramido del jaguar la siguió en su caída. Trató de entrar al agua en línea recta, con los pies por delante. El impacto del frío sobre su cuerpo fue sobrecogedor cuando las aguas oscuras se cerraron sobre su cabeza, lanzándola dando volteretas río abajo. Dio vueltas una y otra vez, le ardían los pulmones. Perdió el rifle y la ballesta de inmediato, las armas le fueron arrancadas de las manos cuando la atrapó la corriente feroz.
Exhausta, con el cuerpo entumecido, Solange luchó por salir a la superficie a tomar una bocanada de aire antes de que la corriente la sumergiera otra vez. Recogió las piernas contra el pecho e intentó sobrellevarlo, sin luchar contra el ímpetu de la corriente, dejando simplemente que la fuerza del río la llevara lejos de su enemigo. Tenía que tomar aire cuando podía, y se golpeó dos veces contra las rocas. Su superficie era demasiado resbaladiza como para sujetarse a ellas, así que fue girando río abajo otra vez.
En la profunda oscuridad vislumbró un jaguar de color tostado tendido sobre la orilla, extendido cuan largo era; pasó tan rápido junto a él que no pudo distinguir si estaba vivo o muerto. Intentó permanecer en silencio, suprimir sus resuellos en busca de aire, los sollozos que intentaban escapársele cuando le ardían los pulmones. Estaba tan exhausta que comenzaba a hacérsele difícil mover los brazos o tratar de mantener el cuerpo derecho, los pies delante de sí. No podía ver las rocas hasta que estaba sobre ellas, y no tenía oportunidad de arrastrarse fuera del agua.
Durante sólo un momento se le ocurrió dejar que el agua se la llevara. Estaba cansada de luchar y tenía el cuerpo magullado y lleno de cardenales. Apenas podía mover los brazos, menos aún encontrar la fuerza necesaria para arrastrarse fuera del agua. Y sangraba por varias heridas punzantes y mordeduras. No podía nadar, no podía ver, y las ropas le pesaban arrastrándola hacia el fondo. Podría simplemente dejarse ir… pero estaba el problema de su Carpato.
El agua la lanzó alrededor de una curva y algo grande apareció frente a ella. El corazón le dio un vuelco. Un árbol caído yacía atravesado parcialmente sobre el río, con las ramas extendiéndose en todas direcciones. Si no se mataba al golpearse la cabeza contra el tronco, podría tener una oportunidad. Volvió a tomar control sobre sí misma mientras se acercaba a las ramas extendidas. El impacto fue más fuerte de lo que esperaba, la madera maciza le comprimió las rodillas contra el pecho, arrebatándole la pequeña cantidad de aire que tenía en los pulmones. Cuando el río la arrastró hacia el fondo, extendió las manos hacia arriba y consiguió enganchar el brazo alrededor de una rama. Elevando una silenciosa plegaria por que fuera lo suficientemente fuerte para aguantarla contra del arrastre del agua, hizo acopio de fuerzas para el próximo paso.
Antes de que pudiera arrastrarse sobre las ramas, escuchó un ruido escalofriante. Apenas captó el sonido por encima del estruendo del río y sus propios latidos atronándole en la cabeza, pero era una voz característica, una mezcla de gruñido y vocales humanas. Por un terrible momento casi perdió el agarre sobre la rama, conmocionada al no encontrarse sola y porque la voz era definitivamente jaguar. Temblando continuamente, se mantuvo quieta, intentando no dejar escapar su aliento irregular.
– No puede estar viva -gruñó la voz mientras se acercaba-. Se ha vuelto loco.
Solange intentó meterse entre la maraña de ramas. No quería dejarse ir. Sabía que se ahogaría. Mientras avanzaba muy lentamente dentro del laberinto de ramas, su espinilla golpeó contra un grueso tronco bajo la línea del agua y rápidamente envolvió las piernas a su alrededor. Tenía que soltarse del agarre mortal que tenía sobre la rama más alta. Era aterrador siquiera considerar tal locura, y le costó varios segundos obligarse a sí misma a dejar que sus dedos resbalaran a lo largo de la rama, para que su cuerpo no estuviera tendido a plena vista. Cerró los ojos y se relajó, usando cada poquito de fuerza que tenía para sujetarse con las piernas.
La corriente la arrastraba, con una fuerza poderosa que intentaba librarla de su agarre para llevársela a toda velocidad río abajo. Pero se resistió, acercando de nuevo lentamente la parte superior del cuerpo contra las piernas. Apartó las hojas y pequeñas ramitas con las puntas de los dedos. Se esforzó con ahínco y consiguió entrelazar los dedos alrededor de la rama, bajo el agua. Luchando por respirar sin hacer ruido, intentó permanecer en calma. Estaba en una posición precaria, agotadas sus fuerzas. El árbol se sacudió y supo que algo pesado había saltado encima. Los latidos de su corazón atronaban más fuerte que el estruendo del río.
– Recibió dos flechazos -dijo una segunda voz-. Si regresamos sin ella, es probable que nos mate a ambos.
– Quizás deberíamos largarnos durante una temporada, ir a investigar río abajo y no regresar por unos días. Va a enviar a esos guardias holgazanes a registrar la ribera y descargará en ellos su frustración.
– Ella mató a Kevin.
Solange cerró los ojos e intentó no temblar. Estaba justo encima de ella, en su forma humana, pero olía a gato mojado. Se preguntó si ella olía de la misma manera. Probablemente más bien como una rata ahogada.
– Ha matado a muchos de nosotros, Brett -continuó la segunda voz desde la orilla-. Y si no la atrapamos, matará a unos cuantos más.
– Sí -respondió Brett con un pequeño suspiro-. Ya me di cuenta de eso.
– Brad está hecho un desastre. Apenas pudo arrastrarse de regreso al laboratorio. Dijo que Brodrick los utilizó como carnada. Se le ocurrió que la mujer podría intentar ir a por ellos cuando volvieran a quemar los cuerpos, pero Brodrick no les advirtió a ninguno de los dos que ella podría tenderles una emboscada.
– Brodrick está loco -dijo Brett por lo bajo.
– ¿Qué? -siseó la otra voz en un leve hálito de miedo.
– No va a descansar hasta encontrarla, o hasta encontrar su cuerpo, Steve -dijo Brett-. Está obsesionado.
Steve se acercó, parándose sobre el enorme árbol caído. Solange sintió la vibración bajo el agua. Ahora temblaba de forma continua. Si no se alejaban pronto, perdería la capacidad de sostenerse en las ramas. Ya no podía sentir los dedos, sin embargo el cuchillo era un peso reconfortante en su costado, aunque no pudiera llegar a empuñarlo.
– Esto solía ser divertido. Podíamos tener todas las mujeres que queríamos, de cualquier manera que las quisiéramos -dijo Steve-. Será difícil encontrar otro lugar donde podamos hacer lo que se nos antoje, donde podamos tomar a quien queramos. Pero tal vez deberíamos irnos, Brett. Largarnos de aquí. Podríamos ir a Costa Rica, o algún otro lugar.
Brett caminó hacia Steve, pisando con cuidado sobre el tronco del árbol. Solange contuvo el aliento. Estaba justo encima de ella. Podía olerlo. El oscuro pelaje que se encontraba justo por debajo de la piel, su violencia y depravación.
– No me importaría marcharme, pero si lo hacemos, me gustaría encontrar a esa pequeña dulce virgen que tuvimos. Podríamos llevárnosla con nosotros para acompañarnos durante las noches -se rió suavemente-. Era una pequeña luchadora.
– Toda garras y dientes -agregó Steve-. Sí… yo tampoco me la puedo sacar de la cabeza, pero no hay modo de acercársele. Brodrick dice que está bajo la protección de los hermanos De La Cruz. Nunca conseguiríamos aproximarnos a ella. -Había especulación en su voz.
– Intentarlo sería un suicidio, probablemente -estuvo de acuerdo Brett-. Su miedo me espoleaba. Aquello era tan excitante. Me pongo duro de solo pensar en ella.
– Estás duro todo el tiempo -Steve se rió entre dientes.
Solange sabía exactamente de quién estaban hablando. Su prima Jasmine había sido tomada prisionera por los hombres jaguar. Solange y Juliette se las habían arreglado para rescatarla, con la ayuda de Riordan. El rescate casi le había costado la vida a Juliette. Riordan había convertido a Juliette en Carpato para salvarla. Pero habían llegado muy tarde para mantener a Jasmine fuera del alcance de los hombres jaguar y había quedado embarazada.
Solange apretó los dientes intentando evitar que le castañetearan. La furia tomó el lugar del agotamiento. Quería salir fuera del agua y clavar el cuchillo en la garganta de Brett. Recordó el rostro de Jasmine, golpeado y lleno de moratones, los ojos muy abiertos por la conmoción. Nunca más sería aquella chica despreocupada. Ahora existían sombras donde antes sólo había habido luz. El odio vivía y respiraba en Solange y detestaba encontrarse débil e indefensa, encogida en el río desbordado, aferrándose como una cría a las ramas del árbol. Pero estaba herida y exhausta. Le era imposible luchar contra ninguno de los dos hombres en ese momento, menos aún con ambos a la vez.
Steve saltó del árbol de vuelta a la orilla.
– Yo digo que nos larguemos antes de que Brodrick nos mate a todos. No puedo soportar a los estúpidos humanos con los que trabaja.
– Han encontrado mujeres para nosotros -dijo Brett. Siguió a Steve, aterrizando agazapado sobre la orilla, con la mirada perdida sobre el río-. Deberíamos encontrar una pequeña isla que nadie conozca y comenzar una colección. Podríamos adiestrarlas para hacer lo que sea que quisiéramos.
Steve se relamió.
– Esclavas sexuales. Brodrick tenía una habitación llena de ellas hasta que se volvió tan brutal que las fue matando una a una. Maldito maníaco. Me pasé un montón de tiempo con sus pequeñas esclavas.
– ¿No le importó?
Steve negó con la cabeza.
– No le importaba un comino. Le gustaba mirar, especialmente si les hacía daño. Causarles dolor le vuelve loco.
Brett sonrió.
– A mí también.
Steve se rió.
– Eres un completo desquiciado.
– No oí que te quejaras cuando estábamos compartiendo a esa caliente zorrita.
– Demonios, no me importa si te gusta marcarlas. Todo lo que me importa es follármelas. -Se cogió obscenamente la ingle-. Es para lo único que están aquí.
– Ahí es donde se equivoca Brodrick. Quiere cachorros. Olvídalo -gruñó Brett-. Úsalas y abusa de ellas. La mitad de la diversión está en encontrarlas, acecharlas y sacarlas de sus intrascendentes vidas seguras. Me encanta ver a una mujer bailando en un bar, sabiendo que puedo llevármela en cualquier momento que quiera y justo delante de las narices de quienquiera que ella ame. Puedo matar a su novio, a su amante o a su marido y tomarla ahí mismo al lado del cuerpo.
Expuso otra amplia sonrisa.
– Es aún mejor cuando obligo al hombre a mirar. Me gusta hacer que la perra me ruegue que la tome de cada manera posible justo enfrente de él, mostrarle lo completamente inútil que es y mostrarle a él que ella es una puta.
– Estás muy jodido. -Steve bufó de risa.
– Salgamos disparados de aquí -dijo Brett-. Muy lejos de este lugar. Pero te digo, Steve, que quiero a esa chiquita. La quiero en nuestra colección.
Jasmine. Solange sintió las lágrimas aflorando en sus ojos y reprimió con firmeza sus emociones. No podía darse el lujo de sentirlas. De alguna manera encontraría la energía necesaria para cazar a esos dos. Cualquiera que amenazara a su prima, iba a morir. Era sólo cuestión de tiempo. Pero estaba tan cansada. Hizo a un lado, implacable, el cansancio que sentía.
Tenía momentos de debilidad, eso le estaba permitido. Sentir lástima, no. Había escogido esta vida. Se había entrenado para eso. Sabía que no habría vuelta atrás una vez que se hubiera puesto en camino. Había demasiada maldad y no podía ser ignorada. Las leyes de la civilización aún no habían llegado a la selva tropical, y hasta que lo hicieran, había sólo unos pocos que se mantuvieran de pie entre los depredadores y sus presas.
Las voces se apagaron en la noche. Esperó tanto tiempo como se atrevió, y luego comenzó a intentar desplazarse hacia la ribera. Otra vez,temió soltarse de su asidero, pero estaría en una mejor posición para trepar entre la masa de ramas debajo del agua si pudiera lograr mover su cuerpo, que sentía pesado como el plomo.
Aflojó primero la mano, flexionando los dedos bajo el agua antes de extenderlos hasta una de las ramas justo sobre la superficie. Se agarró firmemente de la rama y dejó de agarrarse con la otra mano. Muy lentamente contó hasta tres, reuniendo cada poquito de fuerza que le quedaba. Dejó de sujetarse con las piernas y pataleó con fuerza para propulsarse hacia arriba. A duras penas sacó la cabeza y el torso completamente fuera del agua para tenderse sobre el lecho de ramas.
No tenía idea de cuánto tiempo estuvo allí tendida, pero aparte del constante estruendo del río, la selva se encontraba en silencio. Para cuando fue capaz de encontrar las fuerzas necesarias para levantar de nuevo la cabeza y arrastrarse el resto del camino sobre el laberinto de ramas hasta la solidez del tronco, los insectos zumbaban otra vez, las ranas croaban y la lluvia había amainado hasta ser una fina llovizna plateada.