Mi amante soñado y compañero,
Conoces cada parte de mí.
De Solange para Dominic
Solange alzó la vista, la subió más. Dominic era mucho más alto y grande en la realidad de lo que parecía en su sueño. Ésta no era una imagen en sombras, sino un hombre verdadero de carne y hueso ante ella. Era una figura imponente, los hombros más anchos, el pecho más musculoso, todo más. Su mirada viajó arriba por su cuerpo, notando cada herida, viendo las caderas estrechas, la cintura delgada y las ondas de músculos sobre el vientre plano. Los pulmones se negaron a respirar. No tenía la menor idea de cómo reaccionar.
Sus ojos se quedaron pegados en la boca de él. Tenía una hermosa boca con los labios muy esculpidos. Allí estaba ella, con el corazón palpitando desenfrenadamente, la mente chillando, mirándole a la boca, incapaz de apartar los ojos o ver aún más arriba por su cara. Se sentía pequeña e insustancial a su lado. Femenina. Como una chica. Una chica joven y tonta que no tenía la menor idea del mundo entre hombres y mujeres. Estaba en desventaja.
Era probable que dejara escapar algo insultante. Apartaba a las personas cuando se sentía vulnerable, y nunca se había sentido más vulnerable en toda su vida. Este hombre podría romperle el corazón. Lo sabía estando simplemente en su presencia, y cuando el corazón estaba implicado ella era más letal. Las puntas de las garras tenían veneno. Podía ser muy malvada, capaz de cortarlo en pedacitos con palabras ofensivas. Había perfeccionado su actitud sarcástica e indiferente hasta que convertirla en un medio de expresión artística.
Ya lo había perdido y no había ni abierto la boca. No podía hacer esto. Podía luchar cualquier batalla que le pidieran, caminar sin temor hasta el corazón del campamento enemigo y sacar a una mujer bajo la mirada de todos para liberarla, pero no podía hacer esto. Apretó los labios con fuerza, las piernas le temblaban, se habían convertido en gelatina, quería correr. Saboreó el temor en la boca. Temor. Ella. Solange Sangria, atemorizada de un hombre. Detestó el sentimiento.
Solange con un hombre. Por primera vez en su vida adulta estaba aterrorizada. Absolutamente aterrorizada. No podía hacer esto. No podía enfrentarse a esto, a la única persona sobre la tierra a la que le había dado su alma. Abierto su alma, contado cada deseo secreto, cada temor, todo. Las mujeres jaguar eran naturalmente sumisas a sus machos. Luchaban hasta que el más fuerte, el más agresivo se atrevía a aparearse con ellas y se sometían al macho. Estaba preprogramada para ese baile de lucha y sumisión entre macho y hembra, eso la aterrorizaba. Nunca podría reconocer ese lado de su personalidad. Nunca podría someterse, pero parte de ella lo deseaba, así que empujó esa parte profundamente, la sumergió totalmente debajo de la luchadora, oculta a todos los ojos, a todos excepto a los de él.
Tiritó o tembló; honestamente no lo sabía. Él le agarró el mentón entre el pulgar y el dedo en un puño firme. Los pájaros revolotearon en su estómago. Su toque era tal y como había imaginado, suave pero imposiblemente firme, el toque de un hombre en completo dominio de sí mismo, o de ella.
– Mírame, Solange.
Su voz era tan suave como su toque. Una caricia baja, como terciopelo contra la piel. Tierna, pero una orden no obstante.
Luchó contra su naturaleza, contra el calor entre ellos, la necesidad en ella misma por un alma gemela, por alguien con quien compartir su solitaria vida, una necesidad tan fuerte que apenas podía pensar en desear ser todo lo que él deseara. Alguien como ella podía perderse en alguien como él. Otro hombre, uno menos… sólo menos, y podría salvarse. El otro lado de ella, violento y orgulloso, el que le era más familiar, en el que se refugiaba y se consolaba, nunca respetaría a un hombre menor.
El silencio se estiró entre ellos. Era una completa agonía obedecer. Era peor no hacerlo. Él dejó la decisión en manos de ella, pero la fuerza de su personalidad intimidaba.
– ¿Requiere valor, entonces, mirarme, kessake, gatita? -Esa voz suave que acarició sus terminaciones nerviosas la sacudió.
Sonó tan engañosamente apacible, pero le había visto arrancar el corazón a un maestro vampiro. Realmente temblaba.
– Creo, que si hay una mujer con valor en esta tierra, esa es mi compañera.
La mirada de ella saltó a la de él. La clavó en esos fríos ojos verdes. No, se volvían lentamente azules como el agua más profunda, cambiando de color mientras el guerrero en él cedía paso al hombre. El estómago le dio un salto mortal. El corazón se le contrajo.
Él sonrió, una sonrisa lenta y sexy que le robó el aliento. Le mostró los dientes, perfectos y rectos. La recta nariz aristocrática, incluso las cicatrices realzaban más que restaban a su potente aura masculina. Todo en él parecía tan perfecto. Estaba allí, empapada, tiritando, el cabello colgando en húmedos mechones, salvaje y fuera de control, su cuerpo cubierto de cicatrices, magulladuras y desgarros, veteado con sangre y apestando a sudor en vez de a perfume.
Él le deslizó el pulgar sobre los labios, la más suave de las caricias. Le enmarcó la cara con la palma. La miró como si no hubiera ninguna otra mujer en el mundo. Una ilusión, pero la calentó cuando estaba fría por dentro.
– Hola.
Ese sencillo saludo acompañado de esa intensa mirada azul ardió sobre ella, esa sonrisa lenta y sexy y su oscura y emotiva voz la volvieron del revés. Se humedeció los labios queriendo contestar, pero ningún sonido salió. Sólo pudo quedarse allí mirándolo impotentemente, deseando ser Juliette o Jasmine. Cualquiera excepto Solange Sangría.
– Debo inspeccionarte, sívamet, mi corazón.
El corazón saltó otra vez. ¿Inspeccionarla? ¿Para qué? ¿Para ver si era suficientemente buena para un hombre como él? Mil feos comentarios sabelotodos brotaron, pero no pudo pronunciar una palabra, ni siquiera podía mirarlo. Mudamente, sacudió la cabeza. Las lágrimas ardieron detrás de sus ojos. No soportaría ninguna inspección si buscaba a la mujer perfecta.
El cabello voló por todas partes, lleno de barro y desaliñado. Estaba cubierta de agua de río y sangre. Intentó imaginarse qué le parecería a él su cuerpo. No iba a quitarse la ropa. Los jaguares no eran modestos, pero ¿delante de él? ¡De ninguna manera! Eso no iba a suceder. Por un horrible momento se imaginó desnuda ante de él, con las manos detrás de la cabeza, presentándosele. Tenía muslos gruesos. No quería pensar en las caderas o en su culo. Bueno, tenía unos senos bonitos y una cintura estrecha, pero tenía cuerdas de músculo por todas partes. Era demasiado pesada…
El pánico la atrapó. Casi hiperventiló. Las manos de él eran suaves sobre su piel y cerró los ojos, tragándose un sollozo. No huiría como una cobarde. Era de la realeza, aunque Juliette a menudo dijera que era un real dolor en el culo, lo cual era verdad. ¿Cómo manejaban esto las demás mujeres?
Los dedos de Dominic bajaron por los brazos rozándolos y luego se detuvo. El corazón de Solange saltó. Él la giró y bajó la cabeza hacia la mordedura del hombro, la única que todavía rezumaba sangre. Inhaló llevando ese olor a los pulmones, así reconocería al hombre que la había asaltado en cualquier parte, simplemente por el olor.
– Quédate quieta, kessake.
No podría haberse movido aunque lo hubiera querido. Se sentía como un animal salvaje acorralado sin ningún lugar al que huir. Dominic pasó la lengua con saliva curativa sobre las perforaciones. La sensación de ese roce de terciopelo contra la piel desnuda le robó el aliento. Él apartó la camisa fuera de su camino y siguió con las heridas de la espalda.
Por supuesto. No había querido inspeccionar su cuerpo para ver el aspecto de su compañera. Se sintió avergonzada de nuevo, rezando para que él no hubiera leído su mente rebelde. Le sorprendió que se tomara su tiempo para ver sus heridas, relativamente secundarias, cuando la suya había sido más grave. Él incluso examinó las punzadas de la mayor parte de las magulladuras. Solange nunca había tenido realmente una experiencia sensual, pero la sensación de esos dedos y boca sobre su piel convirtió su cuerpo en un montón de terminaciones nerviosas en carne viva, palpitantes.
– Necesitas sangre.
La voz la asustó y se apartó de un tirón de Dominic, bajándose la camisa. Zacarías. ¿Cómo se había olvidado de él? Ella casi… Bien, vale, había estado pensando en cosas eróticas, olvidando que no estaban solos. ¿Qué demonios le pasaba? Nunca se había ruborizado antes, pero él había presenciado su total humillación y podía sentir el color que pintaba cara en un rojo feo. Parpadeó rápidamente tratando de romper el hechizo que Dominic había tejido alrededor de ella.
Le llevó un momento darse cuenta de que la forma más grande de Dominic había a Zacarías bloqueado la vista de ella. Por alguna razón tonta el conocimiento de que Dominic la había protegido de ojos curiosos en su momento de debilidad la hizo sentirse cálida y aliviada.
– Como tú -respondió Dominic. Se giró entonces, manteniendo a Solange cerca de él, con la mano en su brazo.
Ambos hombres la miraron. El corazón le palpitaba frenéticamente. Había visto a Juliette dar sangre a Riordan. Zacarías estaba desgarrado y era de la familia. Era de su familia y por lo tanto bajo su protección. Pero esto… Nunca había considerado que tendría que dar a un hombre su sangre alguna vez.
– Es nuestra costumbre, kessake. -La voz de Dominic fue de un tono bajo, pero el sonido se movió dentro de ella, esa caricia suave, de terciopelo, serpenteó seductoramente hasta su mente.
Solange se mordió el labio con fuerza, temblando, queriendo hacer esto por él, una petición tan pequeña, pero enorme en su mente. ¿Por qué importaba si ella le complacía? Nunca le había interesado lo que nadie pensara de ella, pero allí estaba como una imbécil, muda, incapaz de decir que no cuando todo dentro de sí exigía que corriera. Estaba temblando, desesperada por huir, pero estando como estaba en guerra con su propia naturaleza no se podía mover.
Dominic era su elegido. Poco importaba si había creído que no era real. Estaba allí ahora, más hombre que ningún otro que conociera, más respetado y más poderoso. Quería ser esa mujer que él necesitaba y Dominic necesitaba esto de ella.
Atreviéndose apenas a respirar, observó acercarse a Zacarías, cuyo cuerpo sangraba por mil desgarros de los murciélagos del vampiro; los dientes y las garras le habían arrancado la carne por orden de Drago. El estómago se le revolvió. La bilis subió. Él iba a hundir los dientes en su piel y ella iba a quedarse allí, estremeciéndose con aversión, atrapada en el hechizo de Dominic. Tenía que encontrar la fuerza para resistir la locura que se había apoderado de ella, convirtiendo su cuerpo en plomo.
Tragó con fuerza y alzó la mirada hacia Dominic. Inmediatamente sus ojos azules atraparon su mirada y la sostuvieron cautiva. La sonrisa era tierna, sólo para ella, como si le leyera la mente y supiera de su aborrecimiento por este acto, sabía que estaba a punto de huir y que era solamente el puro poder de su personalidad lo que la mantenía allí. Atrajo su cuerpo contra el suyo, la espalda contra él, un brazo bajo los pesados senos, un agarre tan suave que ella no se dio cuenta al principio que estaba sujeta contra él con su enorme fuerza, incapaz de separarse si quería hacerlo. La otra mano extendió inexorable pero lentamente el brazo hacia Zacarías en invitación.
– De la muñeca y se suave -advirtió.
Se estremeció otra vez cuando el macho Carpato se acercó. Dominic bajó la cabeza y le cuchicheó suavemente en su propio idioma.
– Solange. Emnim. Tõdak pitäsz wäke bekimet mekesz kaiket. Te magköszunam nä ŋamaŋ kać3 taka arvo. Solange. Mi mujer. Sabía que tenías valor para enfrentarte a cualquier cosa. Gracias por este regalo inapreciable.
Su aliento le resultaba cálido contra el cuello y apretó los labios sobre el pulso frenético. Los dientes rasparon de acá para allá, suaves, más que seductores, hasta que su corazón latió rápidamente y su respiración fue jadeante. Era consciente de él con todas y cada una de las células de su cuerpo.
Cerró los ojos y absorbió el sonido de su voz, el placer que había en ello, el modo en que la hacía sentir como si supiera que estaba alimentando al otro macho por él, sólo por él. Nunca lo podría haber hecho sin su voz seductora en la oreja, ni su cuerpo duro contra el de ella. Se sintió como si se ofreciera a él, dándole todo lo que era y aún así fue otro hombre el que le tomó la muñeca.
En el último segundo, cuando ese aliento caliente le tocó la piel y vio la longitud de esos colmillos, sintió pánico y casi apartó el brazo de un tirón. Antes de que pudiera moverse, Dominic la mordió en el cuello y el dolor se convirtió instantáneamente en un placer tan intenso que gritó, su cuerpo reaccionó con una ola de puro fuego. Había experimentado el celo de su gata muchas veces, un viaje estrictamente físico que no la tocaba más allá de lo abstracto. Pero esto, esto lo abarcaba todo. Cada terminación nerviosa se sentía en carne viva por el deseo.
Su matriz sufrió espasmos. El calor se elevó entre sus piernas y sus pezones se convirtieron en picos duros y desesperados. El fuego le quemó la piel, quemó su interior, se vertió como oro fundido por su cuerpo hasta que se retorció contra él incapaz de controlarse. Solange, que tenía tanto control. Solange, que despreciaba a los hombres, entregaba cuerpo y alma a este hombre y sus necesidades, no sólo necesidades, sus deseos. Se le escapó un pequeño.
Dominic nunca se había imaginado que algo pudiera ser tan erótico como tomar la sangre de su compañera. Para él, el acto de tomar o dar sangre siempre había sido mundano, una necesidad sin ningún sentimiento en particular conectado a ello, ni siguiera antes de haber perdido sus emociones. No estaba preparado para la necesidad que le golpeó con fuerza, un duro puñetazo de excitación que sacudió su calma mortal como nada lo había hecho jamás. Era disciplinado y controlado. Nunca se le había ocurrido que una vez que tuviera a Solange en sus brazos y los dientes les conectaran, el acto de tomar su sangre sería tan íntimo como tomar su cuerpo o su mente.
Estaba en tal estado de excitación que sintió como si la compartiera con otro hombre en un acto muy íntimo, algo que nunca haría. Era suya para protegerla, amarla y quererla. No quería que otros hombres la vieran vulnerable, atemorizada o sexy y justo en ese momento, él la encontraba el ser más sensual de la tierra. Esa parte de ella le pertenecía únicamente a él. Si hubiera sabido cómo sería tomar su sangre, nunca, bajo ninguna circunstancia, la habría forzado a darle sangre a Zacarías.
Y la había forzado, o por lo menos obligado. Sabía que ella encontraba la idea repugnante, pero Zacarías era familia. Ella vivía bajo su sentido del código, su honor, su deber. No se habría perdonado negársele en un momento de necesidad. Habría meditado sobre su negativa en las horas largas del día cuando Dominic no pudiera consolarla. Él tenía un código también, y ese código era proporcionar a su compañera todo lo que necesitara, incluso si eso significara estirar sus límites más allá de lo que pensaba que podría manejar.
Pero esto estaba estirando sus propios límites más allá de lo que podía manejar. Para Zacarías ella era una guerrera, pero Dominic la había visto vulnerable. Para él su vulnerabilidad era hermosa y que ella se la mostrara era un honor. Sacó a la luz todos sus instintos protectores y la bestia que rondaba dentro de él rugió por ella. Exigía no simplemente el emparejamiento físico, sino la perfección de lo que era una compañera. Ella necesitaba. Él proporcionaba. Él necesitaba. Ella proporcionaba. Cada uno se dedicaba únicamente al otro.
Pero esto, esta reacción sorprendente de cuerpo y mente lo estaba casi deshaciendo. La sangre de Solange entraba en su cuerpo y los parásitos se encogían ante ella, más de lo que lo habían hecho con la sangre pura cárpata de Zacarías. Se retiraron, se calmaron, ocultándose de la sangre real jaguar como si tuvieran miedo de la feroz gata guerrera. Mientras la sangre se extendía por su sistema, el fuego interno comenzó, una gran tormenta que ardió rápidamente y fuera de control.
Ella movió el cuerpo contra el suyo, inflamando la ingle ya dura como una piedra. No quería parar, su mano acarició la cara inferior del seno, aunque lo que deseaba, no, lo que necesitaba, era sentir la piel sedosa contra la suya. Su pequeño sollozo lo detuvo en seco. Se restauró el control. Orden. Un conocimiento de dónde estaba y lo que sucedía a su alrededor. Había estado tan atrapado en las ansias de la locura que se asombró cuando le lamió lentamente las perforaciones y siguió las gotas rojo rubí de sangre por el hombro. Se enderezó lentamente, aspirándola, absorbiendo la sensación de su pequeño cuerpo curvilíneo apretado contra él. Nada jamás se había sentido tan correcto.
Consciente de del temor creciente de ella, apretó la boca contra el pulso, deseando sólo calmar y consolarla. Su pequeña gata salvaje tenía un lado femenino que ella consideraba sumiso y eso la aterrorizaba. Era cosa de él mostrarle que esa parte de ella era tan importante como su parte de guerrera, y que ser una mujer no restaba valor a lo que era.
– Pesäd te engemal, estás a salvo conmigo. -Susurró las palabras contra el pulso frenético, arremolinando la lengua allí, sosteniéndola mientras se calmaba.
Su naturaleza salvaje era evidente. Solange había vivido su vida en los márgenes de la sociedad, nunca en medio de ella. Las leyes no se aplicaban a su mundo. Ella no necesitaba aprender las sutilezas de la vida en la ciudad, ni siguiera de la vida dentro de una comunidad. Su mundo era de sólo supervivencia, muy similar a como había sido el de él.
Zacarías fue a deslizar la lengua sobre el desgarro para cerrarlo cortésmente, pero Dominic atrajo la muñeca a su boca. Tomó un sorbo, sintió la bola de fuego rodando por su cuerpo y luego cerró él mismo la herida.
– Gracias -dijo Zacarías.
Dominic supo que el cazador Carpato le daba las gracias a él, no a Solange. En los tiempos antiguos, las compañeras eran sagradas y los demás no hablaban con ellas sin permiso expreso. Zacarías era de esa vieja escuela, y quizás, si era enteramente veraz consigo mismo, Dominic también.
Levantó la cabeza para encontrar la mirada de Zacarías.
– El alba se acerca.
Zacarías asintió.
– Kolasz arwa-arvoval, que mueras con honor. -Esperó un momento-. Ha pasado mucho tiempo desde que oí hablar en nuestro propio idioma. Por un momento, sentí la llamada de nuestra patria.
– Veri olen piros, ekäm, que la sangre sea roja, hermano -contestó Dominic. El significado era claro. Encuentra tu compañera.
Zacarías miró de él a Solange, su ropa y piel manchados de sangre. Sacudió la cabeza.
– Mi tiempo para eso ya ha pasado. El mundo ha cambiado y me dejó atrás. Te ayudaré cuando llames, viejo amigo.
Desapareció simplemente, el vapor se unió con el humo del fuego agonizante. Hubo silencio. Solange no giró la cabeza para mirar a Dominic por encima del hombro, simplemente esperó su dirección, manteniéndose muy quieta, aunque él podía sentir los temblores que le atravesaban la espina dorsal.
Por encima de su cabeza, él sonrió, la tensión desaparecía de su cuerpo ahora que no había machos cerca de ella y estaban solos. La atrajo hacia él.
– Nos llevaré a un lugar seguro donde podamos bañarnos y descansar.
Quiso soltarse, caer al suelo y destrozar algo. ¿Se sintieron las otras mujeres así? ¿Queriendo complacerlo, hacer lo que pedía? Se sentía tan aterrorizada que no podía respirar ¿Y qué le pedía él? Una cosa sencilla. Bañarse y descansar. No había dicho nada más. Ella no podría darle su cuerpo, nunca. No a él. Un estremecimiento le atravesó el cuerpo. Silenciosamente, sacudió la cabeza.
Se escuchó rápidamente tomar aliento cuando la levantó.
– Valor -le susurró él contra la nuca.
Ella no temía el método de viaje que había escogido, él lo sabía. También sabía que no le temía, no a Dominic el guerrero. Confiaba en él o nunca habría entrado en la batalla con él. Era a Dominic el hombre al que temía y éste era quien debía ganarse su confianza. Por encima de todo, lo deseaba todo de ella. Sabía que su necesidad era egoísta, pero había tenido muy poco brillo en su vida, y Solange relucía como la más brillante de las estrellas. La llevó a los cielos acercando sus cuerpos.
Solange se metió el puño en la boca para evitar protestar. No quería hacer nada equivocado, pero si no tenía ni la menor idea de cómo actuar, estaba destinada a cometer un error. Su gata rondaba de aquí para allá, en un momento ronroneaba con satisfacción y el siguiente siseaba y gruñía como si presintiera su terror creciente.
¿Cómo iba a despojarse de su ropa delante de él? ¿Por qué no había escuchado a MaryAnn cuándo intentaba ayudarla a que aprendiera a ser más femenina?
Él se inclinó sobre ella y acarició con la lengua el lugar exacto donde había tomado su sangre. La mente de Solange perdió su tren de pensamientos. El calor la inundó entre las piernas. Los músculos del estómago se contrajeron debajo de la palma de Dominic y los senos se sintieron de repente llenos y doloridos. Encima, iba a reaccionar como una gata en celo. A menos… nunca podría yacer con él, jamás se entregaría porque él se la tragaría, la dejaría sin nada.
Dominic le acarició el cuello con la nariz. Deja de pensar y permítete disfrutar de lo que queda de noche. Relájate en mí.
Estaba tensa, aterrorizada de sentir su inmensa fuerza, petrificada por el compromiso que significaba acompañarlo. ¿Cuánto más lejos llegaría para complacerlo? ¿Perdería su sentido de ella misma?
¿Es tan difícil, kessa ku toro, mi pequeña gata salvaje, relajarse para mí?
¿Lo era? Se estaba comportando como una tonta. Respiró hondo y lo dejó escapar el aliento. Obligó a sus ojos a abrirse y observó la noche. Estaban fuera del pesado dosel, en el cielo abierto. Arriba. Más alto de lo que jamás había estado antes. Nunca había estado fuera de la selva tropical. Nunca había volado en un avión. Por un momento se asustó y se aferró en él.
Abre los brazos, minan, mía
Tragó con fuerza. Había un ronroneo bajo en su voz, como si todo lo que ella tuviera que hacer fuera estirar los brazos como alas y eso le complacería más que cualquier otra cosa. ¿Era tan sencillo? Tenía que confiar en él para no caerse. En la batalla había confiando implícitamente en él. Por supuesto que la mantendría a salvo. Era ridículo pensar que no lo haría. Y tendría la experiencia de volar, quizá por única vez en su vida.
Dejó escapar el aliento y levantó cada dedo del brazo de él. Sólo entonces se dio cuenta de que había estado colgando de sus antebrazos con las garras. Soltó un suave grito inarticulado, avergonzada.
No te preocupes, gatita. Sólo déjate ir y vuela conmigo.
Fue un cuchicheo seductor. Sintió que el calor del aliento en el cuello le daba tranquilidad de algún modo. Para complacerle, para decir que lamentaba haberlo herido inadvertidamente, se soltó y abrió los brazos al viento como si fuera un gran pájaro. El viento le tocó la cara y la despeinó. Encima de ella había un mar de nubes girando turbulentas, pero tan hermosas. Alrededor estaba el cielo abierto. Debajo las partes superiores de los árboles, algunos se disparaban más allá de la espesa cobertura para surgir triunfantemente entre la multitud. La tierra de abajo le deslumbró los ojos. Nunca se había sentido tan libre en su vida.
La boca de Dominic le acarició el cuello, un roce en realidad, pero sintió su toque como una marca. Nadie jamás la había hecho sentir así, mareada, importante, toda su atención se centraba en ella. Con sólo un toque. Y él había preguntado. Podía unir fácilmente su mente con la suya, los Carpatos lo hacían todo el tiempo, una invasión, ella siempre lo había pensado. Algo equivocado. Nadie debería tener acceso a los pensamientos privados de uno. Y aún así…
No es necesario.
Ella no podía detectar desilusión, pero aún así, ¿por qué no podía decir que sí sin más? Él le estaba proporcionando una experiencia tan hermosa, una que dudaba que muchas personas tuvieran la oportunidad de conseguir. ¿Tanto le costaba permitirle ver cuánto apreciaba este momento? Él no la estaba haciendo sentirse culpable; era ella. ¿Era realmente tan cobarde? ¿Qué podría suceder si sólo por este momento dijera que sí?
Respiró, sabía que las manos de él lo sentían, esa rápida inhalación, tan cruda y jadeante. No me importa.
Me honras.
Y entonces estuvo ñel dentro de su mente, una penetración lenta que envió mil dardos de fuego ardiente sobre su piel y profundamente a su interior, enviando una quemadura lenta por el estómago a su centro más femenino. Le sintió en ella, como si compartieran la misma piel, unidos tan profundamente que no sabía dónde comenzaba él y dónde ella.
Se dio cuenta de que le estaba mostrando sus inseguridades, su frágil asidero en el valor, la necesidad terrible que tenía de él, el temor horrendo y casi insuperable a defraudarlo.
Shh, minan, mira la noche conmigo. Eso es todo. Comparte la noche.
Su murmullo sedante, casi una caricia, calmó sus pensamientos salvajes y concentró su atención en la espectacular sensación de elevarse por el aire. Encontró el milagro mucho más especial cuando era compartido. Él los llevó en un gran círculo sobre el río y ella divisó los raros delfines rosa. Por supuesto que los había visto antes, pero no así, donde podía ver su asombrosa velocidad en el agua. Rió. Con sus mentes unidas, el arranque de felicidad de Dominic la regocijó. Era como un niño que experimenta todo por primera vez después de cientos de años sin emoción, y eso aumentó su placer.
Giró la cabeza hacia él y se encontró queriendo acariciarle con la nariz el cuello en una demostración rara de tímido cariño, pero no podía atreverse a tocarlo, así que inhaló su olor, tomó su esencia masculina en los pulmones y la retuvo allí, como si se abrazara a ella.
Uniré las manos alrededor de la cintura, Solange. Asómate y déjame tomar tu peso para que puedas sentir el verdadero vuelo.
El corazón le tartamudeó ante la idea. Empujaba realmente sus límites de confianza, pero él parecía ignorante de ello. ¿O lo era? No podía ser. Estaba dentro de su mente. Conocía sus temores. Se humedeció los labios, el pulso le palpitaba de forma atronadora en las orejas. Como antes, él permaneció silencioso, no repitió la petición. Simplemente esperó su elección.
Ella se lamió los labios de repente secos. Su vida estaría en sus manos. Con los brazos extendidos, su cuerpo caería hacia adelante como si realmente volara, no tendría la oportunidad de colgarse a él. Dudaba que fuera lo bastante rápida para cambiar, para girar y agarrarse con las garras si la dejaba caer. ¿Podría hacerlo? ¿Le desagradaría si ella no lo hacía? ¿Importaría? Trató de tocar su mente, pero él simplemente esperaba.
Podía sentir el peso de su mirada sobre ella. Tan resuelta. Toda su concentración solamente en ella. Sintió lágrimas ardiéndole detrás de los ojos. Quería dárselo. Era todo lo que podía darle. Momentos como éste. Sabía que no había ninguna otra mujer para él. No era que la amara. O deseara. No tenía elección, pero estaba dispuesto a darle elecciones a ella. Era sólo que su personalidad era tan abrumadora.
Cerró los ojos y asintió.
Él le rozó la coronilla con un beso, desencadenando un revoloteo raro en el estómago. Contuvo la respiración cuando la boca llegó a la sien y luego apretó los labios fríos y firmes en la oreja.
Mi mujer.
El corazón se le contrajo. La matriz se apretó y sintió una inundación de calor húmedo entre las piernas. Dos palabras y se fundía. ¿Qué decía eso de ella? ¿Estaba tan desesperada por su aprobación que todo lo que tenía que hacer él era sonar feliz con ella y haría todo lo que deseara?
Él esperó que cambiara de posición por sí misma. Casi deseó que la hubiera movido primero, pero no lo hizo. Lentamente, con cuidado, comenzó a inclinarse sobre las palmas para columpiarse, lejos del consuelo sólido de su cuerpo. El viento aumentó y ella no pudo evitar que sus manos se agarraran a las muñecas. Instantáneamente él la atrajo de vuelta contra él y… esperó.
Sabía que esperaba que reuniera valor y pusiera su confianza en él. No había fingimiento en que estaba demasiado agotada, él sostenía todo su peso. Todo lo que tenía que hacer era colgar allí en el cielo mientras la magia de la noche la rodeaba. Él le estaba dando un regalo de gran importancia. No había habido regalos desde que su familia fue masacrada, hasta ahora, hasta este momento. Parecía un brujo oscuro al que no podía resistirse, especialmente cuando le ofrecía una experiencia tan rara y fenomenal.
El tiempo fue más despacio. Podía sentir cómo le palpitaba el corazón. Él la hacía sentir importante cuando nunca se había sentido así, para nadie. El aire parecía frío, la noche una manta fresca. Cerró los ojos, respiró hondo y se soltó. Extendió los brazos lejos del cuerpo. Él apartó las manos y ella supo que éste era el momento, ahora o nunca. No reuniría esta clase de valor, ni confianza, otra vez. Se permitió caer hacia adelante. La sensación quedó atrapada en el estómago y por un momento tuvo miedo de que no la agarrara, pero allí estaban sus palmas y se encontró suspendida en el aire con nada excepto sus manos bajo ella.
Muy lentamente abrió los ojos. El aliento se le quedó atascado en la garganta mientras se elevaba, se hundía y rodaba con la libertad de los pájaros. Otra vez experimentó ese éxtasis mareante que era físico, la adrenalina se vertió en su corriente sanguínea como oro oscuro, espesándola, esparciendo calor a través de ella. Sintió a Dominic con ella, en ella, compartiendo los momentos deslumbrantes. Era pura magia, él era pura magia.
El viento le arrancó lágrimas de los ojos. Después de uno de los peores días de su vida, perdiendo a Annabelle, matando a dos hombres y casi siendo capturada o muerta por su propio padre, luchando contra vampiros y teniendo que encarar a su compañero, estaba abrumada por la pura alegría mientras volaba por el aire. Era demasiado y no deseaba que terminara todavía.
Dominic la atrajo, girándola para que apretara la cara sobre su corazón. El ritmo constante la consoló, ayudándola a evitar sollozar en voz alta. Lloró silenciosamente, los dedos enterrados en el frente de su camisa. No le importaba nada más en ese momento. A dónde iban ni lo que sucedería cuando llegaran. Él tenía un destino en mente y era evidente que no la dejaría caer, así que se entregó a su cuidado.
Dominic sintió el momento exacto en que se dejó ir y se entregó a él. Apretó los brazos en torno a ella, sosteniéndola cerca. Era muy frágil y tan vulnerable. No simplemente su ser físico, sino la mujer que ocultaba del resto del mundo. Estaba agotada y se habría ido a un refugio húmedo a lamer sus heridas a solas y tratar de recuperarse antes de enfrentarse al enemigo otra vez.
No esta vez, mi gatita. Esta vez yo me encargaré de tu cuidado.
Ella no contestó, pero el llanto, esas lágrimas que le rompían el corazón, disminuyeron. Escaneó meticulosamente el área en busca de signos del no- muerto antes de bajarla al suelo del bosque, a la entrada del refugio favorito de ella. Lo había visto una docena de veces cuando se encontraban en su mente, esa pequeña cueva cómoda en lo más recóndito del laberinto de piedra caliza. Las imágenes eran muy detalladas. Ella no tenía la menor idea de cuánta información podía extraer de su mente en segundos cuando era necesario. Y ambos necesitaban esto.
Descubrió que la entrada era demasiado pequeña para llevarla en brazos y de mala gana la bajó, anclándola firmemente a él con el brazo.
– ¿Cómo sabías…? -Solange echó una mirada alrededor, tenía las pestañas húmedas, los ojos brillantes y ligeramente sorprendidos.
– Soy tu compañero -indicó, su voz suave-. Este lugar te consuela.
Ella se dio la vuelta y entró agachándose, parpadeando contra las lágrimas. Él dudaba que nadie la hubiera consolado en años. La siguió, notando el movimiento fluido de su cuerpo, como la gata que era tan parte de ella. Tenía un olor salvaje e indomable que le atraía más que cualquier otro perfume que jamás hubiera olido. Pertenecía al bosque, y se movía con silenciosa cautela en la oscuridad, aún en forma humana.
El túnel se dirigió hacia abajo, a lo profundo de la tierra. Ella se detuvo en lo que pareció ser un callejón sin salida y se agachó para mover varias piedras grandes. Dominic la apartó suavemente del camino y levitó los grandes bloques de piedra caliza y los puso aparte, con una reverencia le indicó que le precediera.
Vaciló, parándose muy cerca de él en los pequeños límites del túnel. Él pudo oír su corazón, el ritmo era demasiado fuerte. Estaba asustada pero aún así se ponía en sus manos, su valor lo humilló. Para animarla, le tomó la mano y se la llevó a la boca. Le acarició la muñeca con dedos largos, donde Zacarías había tomado sangre, mientras presionaba un beso en el centro exacto de la palma.
Solange se quedó sin aliento, su mirada saltó a la cara de él y luego rápidamente la alejó.
– Tienes que arrastrarte para entrar en la cámara, y los hombros…
Él mantuvo la posesión de su mano, los dedos contra la boca.
– Puedo convertirme en vapor -recordó con una sonrisa en su voz.
Sintió su agudo desconcierto por no haberlo recordado. El cuerpo de Solange se inundó con calor e inmediatamente se tensó. Comenzó a apartar la mano, pero él se negó a renunciar al control. En vez de eso, se llevó los dedos al calor de la boca y los chupó. Un temblor atravesó el cuerpo de ella cuando atrajo los dedos a los labios y le mordisqueó suavemente las puntas.
– Estás muy cansada, Solange. Agradezco tu preocupación.
Una vez más su mirada voló a la de él. Parecía tan insegura que quiso aplastarla contra él. En vez de eso, le soltó la mano y le posó la suya sobre el hombro, poniéndola de rodillas en silencio. Por un momento, saboreó la sensación del aliento cálido en su miembro duro como una roca a través de la tela de los pantalones. Sería tan fácil quitárselos. La idea de su boca sobre él lo sacudió, pero no permitió que sus propios placeres se impusieran al cuidado de ella. Apretó suavemente hasta que se puso a gatas y se arrastró por el túnel estrecho y apretado que llevaba a la cámara.
El canal le recordó a la madriguera de un conejo. Fluyó por él fácilmente, siguiendo a su mujer hasta la cueva. Ella la había transformado de alguna manera en un hogar y el corazón se le paró en el pecho cuando se dio cuenta de que Solange nunca había compartido este lugar sagrado, su único refugio verdadero, con nadie más. Solange fue a la pared norte para buscar la linterna, pero él encendió las velas con un gesto de la mano. Inmediatamente la suave luz lanzó sombras sobre todo.
Agradeció el rico suelo de tierra. En un rincón había una alfombra tejida a mano y unos pocos tazones de madera. El sonido de agua era música de fondo mientras se deslizaba por la pared en la zona este para llenar la charca, una ancha piscina que ocupaba un rincón de la cámara. El techo era alto, dando la ilusión de espacio cuando en realidad la caverna era cómoda.
Notó que ella permanecía a bastante distancia de él, silenciosa, los felinos ojos verdes seguían cada movimiento mientras él exploraba. Se tomó su tiempo, permitiendo que el silencio se estirara, escuchando el ritmo de su corazón, esperando a que ella se calmara. Vio libros y recogió varios para estudiar los títulos. La mayoría eran sobre cómo hacer armas y sobre las plantas del Amazonas. Hojeó uno de los volúmenes y encontró destacadas muchas de las plantas curativas.
Cuando se acercó más, Solange reaccionó cómo una gata salvaje acorralada, retirándose con los ojos abiertos de par en par, casi hipnotizada por él. Mantenía la cabeza baja, la cara apartada ligeramente, pero lo miraba todo el tiempo. Fue a una pequeña pila de artículos cuidadosamente colocados en un estante de piedra dentro de un pequeño nicho, y la tensión en ella pareció aliviarse un poco más. Su corazón se ralentizó a un ritmo casi normal.
Había una manta harapienta, muy vieja, que alguien había hecho con cariño para un niño. De ella no, adivinó por el color azul. Un chico. Alguien a quien ella amaba, por lo que parecía. Una foto borrosa de una mujer en un marco hecho de madera, una mujer que debía haber sido su madre, sentada en un estante. Tenía sus mismos ojos asombrosos. Un peine tallado a mano de la madera más fina. Tocó cada artículo. Leyó los recuerdos impresos allí. Un hermano, no, dos hermanos. El peine había sido hecho por su padre. Frunció el entrecejo. No su padre de nacimiento. El hombre al que amaba como un padre. Todos se habían ido. Cada uno de ellos.
Levantó la cabeza y la miró, su mirada chocó con la de ella.
– Ven aquí conmigo, Solange. Aquí mismo. -Señaló a un lugar delante de él.
Parecía asustada. Los ojos se le oscurecieron. El corazón le comenzó a palpitar desenfrenadamente otra vez, llenando la pequeña cámara con su ritmo frenético.