Mi vida era una angustia, mi familia me fue arrebatada.
Mi rabia me ha sustentado. Había perdido la esperanza.
Mis lágrimas cayeron en la selva, y mi corazón sangró en la tierra empapada en sangre.
Mi padre me traicionó. Apenas podía soportarlo.
De Solange para Dominic
La lluvia caía firmemente, empeorando aún más el calor miserable. Un aguacero implacable, nada de llovizna ligera, sino sábanas de lluvia interminable y cegadora. Los pájaros se ocultaban en las ramas gruesas y retorcidas de los árboles, bien alto en la canopia, con la esperanza de hallar alivio. Las ranas arbóreas punteaban los troncos y ramas mientras los lagartos utilizaban las hojas como paraguas. El aire permanecía inmóvil y sofocante sobre el suelo del bosque pero en lo alto, en la canopia, la lluvia parecía inclinada a empapar a las muchas criaturas que allí vivían.
A través de la lluvia gris y el calor húmedo, el jaguar caminaba silenciosamente sobre la vegetación putrefacta y los árboles caídos, y a través de la variedad de helechos gigantes como encajes que brotaban de cada hendidura o grieta concebible. El pequeño arroyo que estaba siguiendo conducía desde el río amplio y rápido, pasando por los límites exteriores de la selva hasta el profundo interior. Había trotado por este sendero dos veces al año durante los últimos veinte, recorriendo el camino de vuelta a donde había comenzado todo, una peregrinación a realizar cuando estaba cansada y necesitaba recordar por qué hacía lo que hacía. No importaba cuánto hubiera cambiado el bosque, no importaba cuánta vegetación nueva hubiera emergido, ella conocía el camino infaliblemente.
Las flores estallaban con sus colores llamativos, serpenteando hacia arriba sobre los grandes troncos, ensortijándose alrededor de las ramas, con los pétalos empapados y goteando agua, con su belleza vívida que pasaba a través de los diversos tonos de verdes que subían hacia arriba en la selva. Las raíces de apoyo emergentes de los árboles gigantes que atravesaban la canopia, predominaban sobre el suelo del bosque. Las formas retorcidas y elaboradas proporcionaban sustento al igual que apoyo a los árboles más altos de la selva. El sistema de raíces era enorme y las había de todas las formas, colores y tamaños; laberintos oscuros y retorcidos que proporcionaban refugio a criaturas lo bastante desesperadas como para desafiar a los insectos que cubrían como una alfombra los estratos de hojas en descomposición, compartiendo ese espacio con pequeños murciélagos diurnos que hacían de la enorme red de raíces del impresionante árbol Kapok su hogar.
A gran altura sobre el jaguar, siguiendo su progreso, volaba una gran águila harpía mucho más grande de lo normal, con las alas oscuras extendidas de par en par unos buenos dos metros. Se movía en silencio, manteniendo el paso en el cielo, serpenteando a través del laberinto de ramas sin dificultad. Con dos depredadores al acecho, los animales se agachaban, temblando miserablemente. El águila miró hacia abajo con atención, ignorando la visión tentadora de un perezoso y una bandada de monos, para examinar el progreso del jaguar a través de la maraña de vegetación sobre el suelo del bosque mucho más abajo.
Las raíces culebreaban a través del suelo, buscando nutrientes y convirtiendo el suelo en una masa de obstáculos a veces impenetrable. Enroscadas alrededor de troncos enormes había miles de plantas trepadoras de naturaleza variada, que utilizaban los árboles como escaleras hacia el sol. Lianas leñosas, tallos e incluso raíces de enredaderas colgaban como enormes cuerdas o se entrelazaban, de árbol en árbol, proporcionando a los animales una autopista aérea. Lianas y enredaderas, retorcidas en marañas, estaban llenas de hendiduras y surcos, escondites ideales para los animales que se refugiaban arriba y abajo de los troncos y en las ramas.
El jaguar dudó, consciente de que la gran ave de rapiña viajaba con ella. La noche caía con rapidez y aunque el gran pájaro continuaba rastreando su progreso, algunas veces se deslizaba en círculos en lo alto y otras veces se zambullía entre los árboles, alborotando a la vida salvaje hasta hacerla caer en un estrépito frenético y tan fuerte, que el jaguar consideró rugir una advertencia. Decidió ignorar al pájaro y seguir sus instintos, moviéndose hacia su meta.
Las colinas y cuestas estaban plagadas de riachuelos y corrientes de agua dulce, que fluían sobre rocas y vegetación mientras se apresuraban hacia los ríos mayores. Ríos de aguas espumosas llenos de sedimentos, que parecían del color del café cremoso. Llenas de vida, las aguas eran el hogar de los raros delfines de río. Los ríos de aguas negras parecían claros y tal vez más invitadores, ya que estaban libres de sedimentos, pero casi no tenían vida, sus aguas eran innaturalmente claras, con un tinte marrón-rojizo y envenenadas por los taninos que rezumaban desde el suelo a causa de la vegetación putrefacta. El jaguar conocía la caza en las aguas ricas de los ríos espumosos, de donde sacaba fácilmente el pescado de los bancos cuando estaba hambrienta.
Arriba abundaban las garrapatas y sanguijuelas, afrontando el calor y la lluvia con frenesí y necesitadas de sangre, buscando cualquier presa de sangre caliente. El jaguar ignoró a los fastidiosos chupasangres, que se veían atraídos por su calidez y la herida abierta en su costado izquierdo. El trueno retumbó sacudiendo los árboles, un amenazador portento de problemas. Un perezoso se movía con lentitud infinita, su pelaje verde cubierto de algas ayudaba a camuflarle con las hojas del árbol en el que actualmente cenaba. Pero el jaguar era muy consciente de lo que pasaba en lo alto, como era consciente de todo en la selva… consciente del águila harpía que continuaba siguiendo cada uno de sus movimientos, alta en el cielo, a pesar del avance de la noche. En vez de molestarla, esta presencia inusual la consolaba, aquietando el creciente temor y el absoluto cansancio mientras andaba con paso pesado a través del laberinto de vegetación.
La maraña de lianas se hizo más espesa cuando el jaguar avanzó silencioso a través de la vegetación, sobre troncos caídos y a través de hojas como paraguas que goteaban agua. Se movía con absoluta seguridad, un mar de puntos fluían a través de la pesada maleza a pesar de su obvia cojera. El sonido del agua era ensordecedor cuando se aproximó a las cuestas donde el agua atravesaba el banco y se volcaba en el río de abajo.
Mientras el gran felino atravesaba la selva y el ave de presa flotaba en el cielo, los monos y pájaros gritaban a los pecaríes, venados, tapires y pacas una advertencia de que tales depredadores podían considerarles comida. Los aulladores gritaban asustados, llamándose unos a otros. El mordisco de un jaguar podía romper sus cráneos como si de una avellana se tratara. Trepando a los árboles o nadando con una habilidad similar, podía cazar en tierra, en los árboles o en el agua. El águila harpía podía arrancar fácilmente a la presa de una rama, dejándose caer silenciosamente desde una posición aventajada para arrebatar una víctima incauta.
Bajo el pelaje liso y moteado del jaguar ondeaban cuerdas de músculos. Sus rosetones tenían más manchas que las de un leopardo, y su pellejo era a la vez del color de la noche y de las sombras del día, permitiéndole moverse como un fantasma silencioso a través del bosque. La marta dorada estaba marcada con rosetones, algunos consideraban su pelaje un mapa del cielo nocturno y la cazaban por semejante tesoro.
Se movía con nobleza a pesar de su obvia herida, recorriendo sus dominios, exigiendo respeto a todos los demás ocupantes de la selva. Constituida para el sigilo y la emboscada, tenía garras retráctiles y una visión seis veces mejor que la de un humano. Los animales se estremecían a su paso, gritando advertencias y vigilando con ojos cautos, pero ella seguía trepando, sorteando la fina tira de tierra que apenas cubría lo alto de la cascada, sabedora por viajes pasados de que el fino puente cubierto de plantas era un peligro traicionero, a la espera de que el incauto diera un paso equivocado. Siguió la ruta más indirecta, abriéndose paso a través de la maraña viscosa y oscura de raíces y enredaderas, hacia el interior aún más oscuro.
Plumas negras color pizarra cubrían las alas y la espalda del águila harpía. El manto blanco estaba rayado del mismo negro, y una banda negra rodeaba el cuello de la poderosa ave de presa, haciendo que la cabeza gris destacara con la pluma doble que la coronaba. El negro y blanco de las patas conducían hasta las enormes garras casi del tamaño de las de un oso gris. Con las alas extendidas de par en par, parecía imposible que el poderoso depredador maniobrara por los estrechos pasadizos de la canopia, con sus ramas nudosas y retorcidas y sus lianas colgantes, pero el águila lo hacía con majestuosa facilidad, manteniendo el paso del depredador del suelo.
El jaguar continuaba atravesando la selva, y su cojera se había vuelto más pronunciada al intentar aliviar el peso de las heridas del flanco izquierdo. La sangre endurecida había comenzado a correr con la infusión de agua sobre su pellejo, bajando por la pata y goteando sobre el suelo del bosque. El jaguar mantenía el mismo paso firme, con la cabeza baja, los costados exhalando mientras se movía con un dolor creciente a través de la retorcida red de raíces y enredaderas, decidida a alcanzar su meta. El cielo sobre la canopia se volvió oscuro y la lluvia finalmente disminuyó.
Los murciélagos alzaron el vuelo y el suelo de la selva volvió a la vida con millones de insectos. Ella seguía moviéndose, tejiendo su camino a través de los árboles. Dos veces tuvo que tomar la autopista aérea, utilizando las ramas para pasar sobre el agua en rápido movimiento. Podía nadar, pero estaba exhausta y la lluvia habían hinchado los bancos hasta de los arroyos más pequeños, así que el suelo entero parecía explotar de agua. Todo el rato el águila siguió acompañándola, proporcionándole la fuerza para continuar su viaje.
Caminó durante la mayor parte de la noche hasta que llegó a la primera marca que reconoció, los restos quebrados de un antiguo templo, una estructura impresionante a pesar de las ruinas, que unía el cielo, la tierra y el mundo subterráneo. La estatua de un jaguar hecha de caliza guardaba los restos, gruñendo hacia ella con los ojos bien abiertos y mirando fijamente, juzgando su valía. Ahora mismo, exhausta y demasiado cansada, no se sentía muy valiosa.
Bajó la cabeza y pasó escabulléndose de la estatua, dejando caer por primera vez la barbilla, evitando esos ojos fijos mientras avanzaba silenciosa sobre las piedras antiguas y se internaba más profundamente en la maleza. Unos pocos kilómetros más y la noche pareció más oscura, los árboles se juntaron más. La vegetación se enroscaba a lo largo de cada tronco y ocupaba cada espacio disponible, apiñándose tanto que requirió esfuerzo atravesarla hasta los bloques de caliza rotos, esparcidos y medio enterrados en la espesa vegetación que cubría lo que una vez fue un claro.
Hacía tiempo que los árboles habían alcanzado el lugar donde la tierra fue despejada para abrir el camino hasta un pequeño pueblo y una granja. Hacía mucho que había desaparecido el maíz, pero el jaguar lo recordaba, las hileras de tallos verdes brillante alzando las cabezas hacia el sol y la lluvia entre la neblina del bosque circundante. Calabazas y judías bordeaban las hileras, cuando su gente había vuelto a las viejas costumbres, utilizando la misma mezcla de polvo de caliza, maíz y agua para su harina, como hicieron sus ancestros en este mismo lugar.
Podía sentir la sangre, corriendo como el gran río subterráneo que circulaba bajo sus pies, fluyendo, empapando permanentemente la tierra. Sus ancestros habían muerto aquí -y hacía veinte años, su familia y amigos. Siempre oiría los sonidos de sus gritos, conocería el terror y el miedo del auténtico mal.
En lo alto, el grito del águila harpía lanzó a los monos durmientes a una oleada de aullidos, el sonido resonó a través de la selva, aunque el ruido la tranquilizó. El águila, señora de los cielos, aterrizó en la canopia, plegando las alas y estudiando al jaguar. Ella reconoció su presencia alzando la cabeza, mirando hacia arriba a través de la espesa vegetación. Era inusual para el gran depredador cazar de noche, y debería haber sido inquietante. Cualquier cosa fuera de lo normal en este bosque, donde las leyendas y pesadillas volvían a la vida y caminaban en la noche, la intranquilizaba, pero sentía un extraño compañerismo con el pájaro.
Jaguar y águila se miraron fijamente el uno al otro un largo rato, sin parpadear ni ceder terreno. El jaguar estudió al depredador del cielo, preguntándose vagamente qué significaba que un cazador diurno se estuviera moviendo por la noche en medio de la lluvia constante. Estaba demasiado cansada para tener mucho interés en la respuesta, y fue la primera en romper el contacto ocultar. Este lugar, las ruinas de dos pueblos masacrados, donde fantasmas gemebundos aullaban pidiendo venganza, no era sitio para encontrar el descanso que tanto necesitaba. Continuó su viaje, escogiendo su camino a través de las piedras rotas y los cimientos medio enterrados del alto árbol Kapok donde el águila estaba posada.
El pájaro majestuoso se alzó en el aire, rodeó las ruinas mayas y se dejó caer más bajo para estudiar lo que quedaba de los cimientos de la destrucción más reciente. Los ojos agudos examinaron el terreno mientras volaba por encima, luego se dejó caer incluso más abajo, casi rozando al jaguar antes de alzarse bruscamente, la gigantesca extensión de alas llevó al gran depredador de vuelta a la cobertura de la canopia.
El jaguar sintió el golpe de esas poderosas alas cuando pasaron tan cerca de ella. Alzó la cabeza y observó hasta que el águila estuvo fuera de la vista, su única reacción antes de subir a un árbol, utilizando sus garras para ayudarse en el ascenso. Se quedó allí un momento mirando al cielo vacío, sintiéndose absoluta y totalmente sola, su pena era una pesada carga. No podía permitirse sentir pena. Necesitaba este viaje para revitalizar su furia; no, furia no… ella no era suficiente para sustentarla cuando estaba sola, exhausta y herida. Necesitaba un pozo de rabia, un arma horneada durante años de luchar con el mal, luchando por mujeres que no podían luchar por sí mismas.
Encontró una bifurcación confortable en una rama amplia, aposentó su cuerpo dolorido escudándolo de la implacable lluvia y apoyó la cabeza sobre sus patas bajando la mirada a las ruinas de su pueblo. Las ruinas se retiraron y se encontró mirando a la destrucción de lo que una vez había sido su hogar. La maleza crecida desapareció en su mente, y el lugar sagrado ya no fue un cementerio bañado en sangre sino un lugar vivo con cuatro pequeñas casas, un campo de maíz y un huerto.
Al momento pudo oír el sonido de risas, de niños jugando en la tierra despejada, pateando un balón de acá para allá. Sus hermanos pequeños, Avery y Adam, ambos se parecían tanto entre sí como a su amado padrastro. Él había sido tan alto y guapo, su cara siempre sonreía, la levantaba alta en el aire y la hacía girar como un trompo, haciéndola sentirse como una princesa aquí en medio de la selva. Luego estaba su mejor amigo. Marcy, al igual que el hermano de Marcy, Phin, era un chico alto y serio que adoraba leer. Marcy siempre podía salirse con la suya con su sonrisa ganadora y sus grandes ojos verdes. Sus padres…
El jaguar parpadeó, intentando recordar los nombres de los padres de Marcy y Phin. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Nunca olvidaría a esa gente. Ella era la única persona que quedaba para marcar su existencia. Agitada, se alzó, con los costados exhalando, jadeando, la lengua colgando mientras luchaba con su cerebro lerdo para recordar a dos personas que habían sido tan buenas con todo el mundo en la pequeña aldea. Annika y Joseph.
Respirando pesadamente, se echó una vez más sobre la rama. La tercera casa pertenecía a la tía Audrey, la hermana menor de su madre, con sus hijas Juliette y la pequeña Jasmine, su prima más joven. Ella estaba muy encariñada con Juliette, ya que las separaba menos de un año e iban y venían entre las dos casas todo el tiempo. La cuarta estructura contenía a la mayor parte de los niños… cuatro chicos y dos chicas, todos huérfanos, Benet y Rachel los habían tomado a su cargo.
Vivían, trabajaban y jugaban en lo profundo del bosque, lejos de otras civilizaciones, y se les adiestraba para ocultarse en cavernas cercanas y túneles subterráneos.
Desafortunadamente las cavernas con frecuencia se inundaban, y tenían que tener cuidado de no verse nunca atrapados dentro cuando así sucedía. Pero aún así, cada pocos días sus padres realizaban simulacros, corriendo rápido, sin mirar atrás, atravesando el agua sin dejar ningún rastro.
Phin era el mayor de todos, y ella lo había perseguido con frecuencia, acribillándolo con preguntas sobre el mundo exterior y por qué, a veces, tenían que ocultarse tan callados. Él parecía triste y dejaba caer la mano sobre su coronilla, diciéndole lo especial que era. Y que todos tenían que cuidar de ella.
El jaguar suspiró. La lluvia caía y alzó la cara, permitiendo que las gotas le lavaran las lágrimas del morro. No hacía ningún bien llorar por el pasado. No podía cambiar lo que había ocurrido, sólo podía intentar evitar que otros sintieran su mismo dolor y pérdida.
Bajó la vista a las ruinas, la risa de los niños se convirtió en gritos cuando los hombres brotaron de la jungla, y con ellos, los grandes felinos, con las garras rasgando y arañando, desgarrando las gargantas de los chicos. Adam y Avery fueron capturados en medio del campo de maíz. Los tres estaban jugando al escondite y de repente los grandes hombres jaguar los rodeaban. Golpearon las cabezas de sus hermanos sin piedad, salpicando materia gris y sangre sobre el suelo y pisoteando el maíz. Ella intentó correr, pero fue atrapada por uno de los enormes brutos y llevada al claro donde se encontraban Phin y el padre de ella, espalda con espalda, intentando evitar que los hombres sacaran a rastras a la madre de ella de la casa.
De la garganta del jaguar brotó un sollozo, un gemido estrangulado que no pudo evitar. Jadeó, con la cara hacia el cielo, las lágrimas ardiendo mezcladas con las gotas de lluvia. Adam y Avery había desaparecido para ella, brutalmente lanzados a un lado, sus cuerpos tirados como basura. Recordaba el vertiginoso paseo cuando se la habían echado bajo un brazo y cruzaron a la carrera el campo, con el maíz golpeándole la cara y sangre salpicando por todas partes. Vio a un hombre con un machete matar a Bennet y luego a los cuatro chicos tras el cuerpo del padre caído, incluso al menor: el pequeño Jake, que sólo tenía dos años. Rachel luchó por contenerlos utilizando un arma, disparando a los hombres para mantenerlos lejos de sus tres pequeñas. Uno de ellos usó una escopeta, y Rachel cayó rota y sangrando en el umbral de su casa. Los hombres pisotearon su cuerpo mientras sacaban a las chicas aullantes de dentro.
Había tanta sangre. Tanta. Corrió roja y luego negra y brillante cuando salió la luna. Alguien comenzó un fuego, quemaron sus hogares y jardines hasta los cimientos. Phin giró la cabeza y la miró directamente mientras uno de sus hombres jaguar le clavaba un cuchillo en el riñón. Se miraron el uno al otro, la boca de él abierta en un grito silencioso, igual que la de ella. Su captor la lanzó al suelo junto al cuerpo acurrucado de Phin y ella observó con horror cómo la vida abandonaba sus ojos.
Su padrastro luchó valientemente, intentando proteger a su madre. Ella perdió la cuenta de las puñaladas que le asestaron en el pecho y la espalda. Un hombre grande le cortó la garganta, terminando con la lucha, y su madre fue arrastrada fuera de la casa por el mismo hombre cuyas manos estaban cubiertas por la sangre de su marido. Golpeó a su madre repetidamente en la cara y la empujó hacia los hombres antes de ir hacia cada cuerpo para asegurarse de que ningún hombre o niño permaneciera con vida. Y luego se giró hacia las chicas.
Dentro del jaguar su corazón palpitó, y saboreó el miedo y el comienzo de la rabia. Rabia. Se estiró hacia ella. La necesitaba. Intentó desesperadamente dejar que encharcara su interior cuando el hombre horrible la cogió por la espesa melena y la arrastró a través de la sangre y hasta la casa donde llevaron a cada una de las pequeñas.
Debían haber acechado al pequeño pueblo, porque los hombres fueron a buscar a Audrey, Juliette y Jasmine. Afortunadamente, las tres habían salido a conseguir provisiones, haciendo una caminata hasta el río para encontrarse con el bote de suministros, cuando los atacantes habían golpeado. Sus atacantes eran hombres jaguar… cambiaformas buscando mujeres que todavía pudieran cambiar a forma animal. Muchas habían hecho como su madre, encontrar a un hombre humano que se quedaría y las amaría… creando una familia con ellos. Pero eso había debilitado a la especie cambiante, y ahora cada vez menos hembras podían dar a luz un cambiaforma. Algunos de los hombres, conducidos por un raro jaguar negro, habían comenzado a forzar a las mujeres a la servidumbre, utilizándolas esencialmente como yeguas de cría. Cualquier niño incapaz de cambiar era purgado.
Solange Sangria bajó la vista al suelo empapado con la sangre de sus ancestros… y la de su familia. Sólo podía volver aquí en la forma del jaguar, incapaz de enfrentar la pérdida en forma humana. Podía llorar con la lluvia empapándole la cara y el corazón destrozado, recordando haber mirado a los ojos de esa gran bestia negra, de grandes ojos verde-amarillentos que sopesaban su valía. Su padre… Brodrick el Terrible. El hombre que se había emparejado a la fuerza con su madre porque ella era de pura sangre y luego, cuando ella escapó, la persiguió incansablemente. Finalmente la había encontrado y asesinado a su marido e hijos y al resto de los que residían en su pequeño pueblo, niños y padres a los que él consideraba indignos de caminar sobre la tierra.
Siempre recordaría esa mirada que no parpadeaba. Fría. Cruel. Un hombre que debería haberla amado como a su hija, pero al que sólo le importaba si podía engendrar exitosamente a un cambiaforma.
Las chicas fueron atadas y luego comenzó la tortura. Una por una. Las chicas fueron obligadas a ver como a las otras se les producía pequeños cortes y luego otros más grandes, repetidas veces, en un esfuerzo por provocar que un jaguar emergiera para proteger a la niña.
Una por una, cuando no emergía un felino, delante de las otras, el líder… su padre… las declaraba sin valor. La chica era asesinada y su cuerpo tirado fuera de la casa al claro, junto con los otros.
Entonces fue su turno… la última chica. El hombre que la había engendrado trabajó meticulosamente en ella, utilizando una hoja larga, su furia helada crecía mientras intentaba provocarla para que se revelara. El dolor fue atroz. Le hizo cortes en las piernas hasta que sangró, hasta que su madre suplicó y luchó y finalmente cambió a la forma de un jaguar hembra sólo para ser noqueada y contenida por los hombres. Se habían llevado a su madre, dejando a Solange sola para enfrentar a su despiadado padre de mirada acerada. Le llamaban Brodrick el Terrible por alguna razón.
Pasó horas torturándola, seguro de que podía cambiar, ya que su madre y él procedían del linaje más poderoso de hombres jaguar. Un linaje reverenciado por los demás. Ella le había ocultado firmemente su felino, obedeciendo a su madre, sabiendo que su padre era malvado. Para sobrevivir al dolor había llenado su mente joven de pensamientos infantiles de venganza. Yació durante horas… días. Las noches y días se mezclaron, y el hombre que la había engendrado fue paciente, sin preocuparle su incomodidad, haciendo cortes diminutos en su piel, atizando, como si con su cuchillo pudiera pelar su piel humana y encontrar su forma jaguar.
Ella no decía nada. Al final, no había llorado. Ni siquiera cuando él la agarró del cabello enredado y ensangrentado y la tiró de la cama al suelo, sacudiendo la cabeza con disgusto.
– Una hija engendrada por mí y no vale para nada -pronunció-. Verdaderamente inútil.
Vio la garra enorme llegar a su garganta y desgarrarla y no se apartó, no intentó esquivarla, lo miró directamente a los ojos, desafiante. Nunca olvidaría el horrible dolor que la había atravesado, la sangre saliendo a borbotones cuando él tiró su cuerpo descuidadamente entre los muertos del suelo empapado.
Solange no tenía ni idea de cuánto tiempo yació inconsciente, pero cuando despertó era de día. Estaba sedienta y sentía cada hueso de su cuerpo como si hubiera sido roto. Los hombres jaguar se habían ido y todo a su alrededor eran cuerpos de sus amigos y familia. Se puso en pie tambaleante y vagó a través de lo que parecía un matadero. La tierra estaba roja y húmeda, y ya abundaban los insectos sobre los cuerpos.
No tenía ni idea de por qué estaba viva todavía cuando tenía la garganta abierta y manchada de sangre coagulada, pegajosa y húmeda. Acudió a cada cuerpo, intentando despertarlos, una niña de ocho años sola en el bosque con todos los que conocía y amaba muertos… asesinados. La sed la condujo a la depresión donde corría el río subterráneo bajo la caliza. Bebió y de nuevo se tendió para dejar que la oscuridad se la llevara. Despertó ante el sonido de gritos. El corazón le golpeó con fuerza en el pecho y el terror la dejó congelada. ¿Habían vuelto? ¿Ese hombre horrible con ojos fríos y muertos que la juzgaba sin valor?
La tía Audrey salió de la jungla con Juliette a su lado, siguiendo el rastro de sangre hasta la depresión. Corrían lágrimas por la cara de Audrey y Jasmine lloraba en sus brazos. Cayó de rodillas junto a Solange, empujando a su sobrina a un abrazo, y las cuatro lloraron interminablemente por todos los que amaban.
El jaguar se estiró, aliviando su peso de la pata herida, parpadeando mientras los ojos le escocían y el corazón se le retorcía con un terrible dolor. Tantas muertes más que no podía evitar y estaba tan cansada. Tan cansadísima. ¿Cómo mantenía vivo el odio? ¿Y cómo podía continuar alimentando la rabia de forma que pudiera continuar con su misión? Lo más importante de todo, ¿cómo permanecía una completa y totalmente sola?
Su prima Jasmine estaba embarazada, y Juliette estaba emparejada con un macho Carpato. Podría decir que esos hombres eran el azote de la tierra, pero en realidad se alegraba por Juliette. Y Jasmine estaba ahora a su cuidado. Amaba a Juliette y a Jasmine como a hermanas y no quería esta vida para ellas, aunque alguien tenía que rescatar a las mujeres de los monstruos que las acechaban en la selva.
Descansó el morro sobre las patas y dejó que sus ojos se cerraran, convocando a su única compañía. Un mito. Un sueño. Juliette y Jasmine se reirían si supieran cómo la Solange que odiaba a los hombres sobrevivía a los terrores de su vida. Se extendió en busca de su amante de ensueño, el único hombre que conseguía que soportara cada acontecimiento horrible. Esta noche le necesitaba desesperadamente, Dios sabía que era cierto. Se estiró en su mente, conociendo el sueño muy íntimamente ahora. Su voz primero… tan amable e irresistible. ¿Cuántas noches le había cantado él para que durmiera? Adoraba su canción, esa melodía fantasmal que nunca olvidaría mientras viviera.
El Amazonas era un lugar donde las leyendas y los mitos volvían a la vida, donde realidad y sueño se encontraban. Donde cielo, tierra y subsuelo se unían junto a los grandes templos de sus ancestros. A lo largo de la historia los chamanes habían reverenciado el espíritu del jaguar, sabiendo que los cambiaformas cazaban como hombre y animal, día o noche, haciéndose dueños de lo desconocido. Hacía mucho, cuando estuvo profundamente internada en una caverna de caliza con heridas severas y la esperanza decayendo, había conjurado a un compañero -una leyenda que cobró vida en su mente. Tal vez había estado delirando, y tal vez, como ahora cuando le necesitaba, todavía lo hiciera.
Tenía que ser un guerrero, por supuesto. Tenía que ser capaz de respetarlo. Lo había soñado, algunas veces de noche, algunas veces durante el día, permitiéndole tomar forma lentamente en su mente. Era alto, con cabello negro flotante, hombros amplios, brazos fuertes y una cara varonil. Había luchado en muchas batallas y, como ella, estaba cansado de estar solo, pero sabía que sólo la tendría en sus sueños. Venía a ella tras sus batallas y yacía en sus brazos, encontrando solaz en ella.
Nunca podía decidirse del todo respecto al color de sus ojos. Adoraba hacerlos intensamente azules, pero luego algunas veces eran como el verde esmeralda. Siempre quedaba fascinada con los ojos de su amante de ensueño. Nunca iguales, siempre impredecibles, reflejando el misterio del hombre.
Tenía alma de poeta. Era muy amable, su voz era hipnotizante, melódica y bastante hermosa. Con frecuencia le cantaba, cuando el dolor le nublaba la mente y yacía sola en la oscuridad con el corazón palpitante y el sabor del miedo en la boca, hasta que ella se dormía.
No se atrevía a soñar con él cuando estaba en forma humana, o si había alguien alrededor. Él era sólo suyo, y necesitaba protegerlo, así que sólo le permitía invadir sus sueños cuando estaba en la forma del jaguar. Profundamente dentro de la forma animal, no podía murmurar en voz alta donde otro pudiera oír hablar de él. Él era su debilidad secreta -o su fuerza- dependiendo de qué humor estuviera para ver su sueño volver a la vida.
Se había asegurado de que tuviera todos los atributos de un hombre noble, alguien como su padrastro, que tomó una esposa y una niña y las amó con todo lo que tenía. Nunca la había tratado de un modo distinto, ni siquiera cuando nacieron sus hijos. La amaba y la trataba como a una princesa, incluso la malcriaba. Ella lo había amado mucho, y si alguna vez tenía un hombre propio, lo cual sabía era imposible, éste tendría que tener ése espíritu leal y generoso.
Una pequeña parte de ella sonrió. Había proporcionado esos atributos al hombre de sus sueños. Y le necesitaba ahora, cuando el pasado estaba tan cerca y todo había ido tan mal. Cuando había fallado y una mujer había muerto.
Te necesito. Ven a mí esta noche. Estoy tan cansada. No pude salvar a la mujer antes de que la cogieran y ella se suicidó, lanzándose al río. Los seguí durante semanas y luché por recuperarla, pero llegué demasiado tarde. Algunas veces siento que siempre llego demasiado tarde.
Lo visualizó, construyéndolo centímetro a centímetro en su mente. Los muslos fuertes, la cintura estrecha y los ojos ardientes, muy verdes esta noche. Últimamente, cuando lo llamaba, él mostraba más cicatrices, algo extraño en un sueño donde ella era la que conjuraba y aún así no podía recordar haberle atribuido más cicatrices. Algunas marcas de quemaduras en el costado izquierdo del cuello y la cara que se extendían hacia abajo por el hombro, empeorando en el brazo. Tal vez como ella tenía heridas, su amante de ensueño también.
Escogió una caverna de caliza profundamente bajo tierra para encontrarse con él, un lugar seguro donde los hombres jaguar no podrían encontrarlos si les buscaban. Sacó la acogedora caverna de su memoria, un lugar que utilizaba con frecuencia para recuperarse, y añadió un fuego cálido y unos pocos asientos suaves. En su sueño podía permitirse ser femenina aunque no fuera hermosa como Juliette o Jasmine, su cuerpo soportaba demasiadas cicatrices y hacía mucho que había olvidado cómo sonreír -menos cuando estaba con él. Incluso aunque deseaba verse a sí misma hermosa en su mundo de ensueño, era imposible. No podía imaginarse con una piel lisa e inmaculada o un cuerpo esbelto.
La parte agradable de su hombre de ensueño era que a él no le importaba que no fuera perfecta ni lo bastante femenina. No le importaba que a veces llorara, o le mostrara lo que no podía mostrar al resto del mundo. Y nunca la traicionaría, nunca la decepcionaría, podía susurrar sus temores más profundos y sus peores secretos y aún así él la aceptaría. Él sabía cosas sobre ella que nadie más conocía.
Visualizó la caverna, el arte maya decoraba las paredes, historias de vidas largamente desparecidas, un mundo en el pasado distante donde la luna y las estrellas estaban cerca y los jaguares caminaban erectos por la noche, hombres a respetar y reverenciar, no a rehuir y despreciar. Un tiempo mucho más feliz. No podía imaginarse a sí misma con un vestido, una vestimenta suave y femenina como las que llevaba Juliette, pero desde luego tendría tan buen aspecto como pudiera. Su top favorito, suave y ajustado, que algunas veces la hacía sentir un poco tonta. Nunca lo llevaba en público, ni siquiera con sus primas, pero cuando quería sentirse femenina y tal vez un poco guapa, se lo ponía… sólo un momento.
Por supuesto llevaba vaqueros, nunca una falda, porque él vería las cicatrices que recorrían sus piernas. Sabía que no le importaría, pero quería tener el mejor aspecto posible. Había considerado probar con pendientes, y una vez MaryAnn, una mujer a la que conocía y admiraba, le había pintado las uñas, lo cual por alguna extraña razón la hizo sentir más femenina, aunque también estaba demasiado avergonzada para intentar conjurar ese detalle en sus sueños.
Se sentó junto al fuego, descalza, con el mejor aspecto que podía y el corazón palpitando, esperando por él. En realidad era tonto invertir tanto en un hombre que no era real, pero no tenía nada más. Se pasó una mano por la espesa melena. Era más del color de las manchas oscuras del pelaje del jaguar que del leonado dorado de su pellejo. Casi una marta, era casi inmanejable la forma en que crecía.
No había mucho tiempo disponible. Era imposible seguir luchando y no acabar muerta. Unos pocos centímetros más y su última herida la habría matado. Y vivir en el campamento jaguar era mucho peor que morir. Si tenían éxito en sus intentos de capturarla -y sabían de ella ahora y la buscaban activamente- encontraría una forma de acabar con su propia vida.
No digas eso. Ni siquiera lo pienses. Yo acudiría a ti. Te sostendría. Y encontraría una forma de liberarte.
El jaguar cerró los ojos más fuerte, como si así pudiera retenerlo con ella. Lo vio venir hacia ella, emergiendo de las sombras lanzadas por los bordes del fuego. Adoraba la forma en que se movía, esa confianza tranquila, esas largas zancadas. Siempre era así, tan confiado en sí mismo que nunca alzaba la voz o parecía estar molesto, hasta cuando la reprendía por su cobardía.
Cobardía no, objetó él, fluyendo a través de la habitación con su gracia acostumbrada hasta que se irguió ante ella, elevándose sobre ella, haciéndola sentir pequeña y femenina en vez de una amazona. Ella no era alta de todos modos; era compacta, pero desde luego no esbelta como dictaba la moda. Era extraño tener una confianza en sí misma tan completa y absoluta como guerrera, y ninguna como mujer.
Estás cansada, csitri, eso es todo. Ven a tenderte en mis brazos y déjame abrazarte mientras descansas. Pero primero, debo ver tu herida.
Con frecuencia la llamaba su csitri, su lengua acarició la palabra. No tenía ni idea de lo que significaba, pero esa simple palabra hacía que un enjambre de mariposas volara en su estómago. Levantó la mirada hacia él, temiendo moverse o parpadear, aterrada de que pudiera desaparecer, de que su sueño perfecto se hiciera añicos. No quería que él viera su herida. En su sueño se suponía que no tenía heridas. Siempre había sido capaz de controlar su sueño, pero últimamente la realidad se arrastraba hasta ellos cada vez un poco más.
Él le aferró la barbilla con la mano y le giró la cara hacia la luz del fuego oscilante, con un pequeño ceño acomodado en su cara inexorable. Tu cara está magullada.
Esas magulladuras no deberían haber estado allí. ¿Qué pasaba que ya no podía mantener sus heridas fuera de sus sueños? ¿Tan cansada estaba? Leyendo sus pensamientos, como hacía siempre, su guerrero le apartó el cabello de la cara con dedos gentiles.
Nunca pronuncias mi nombre. Incluso mientras empujaba las palabras a su mente, movía los dedos sobre las magulladuras.
Al instante Solange sintió que el dolor en su cara magullada decrecía. Dudó. ¿Cómo explicarlo sin herir sus sentimientos? Esto es un sueño. Yo te he imaginado. No tengo un nombre para ti que sienta correcto.
Él le sonrió, con los ojos muy, muy azules. ¿Alguna vez has considerado que tal vez yo te inventara a ti? ¿Que tú eres mi sueño?
Le encantaría ser el sueño de alguien, pero dudaba seriamente que alguna vez fuera así. En la vida real era abrasiva, era su única protección cuando siempre sentía tanto. Algunas veces parecía ir por ahí con el corazón destrozado todo el tiempo. De algún modo creo que alguien como tú habría inventado un sueño mejor.
¿Alguien como yo? Soy un guerrero que ha pasado mil años buscando a su compañera. No sé quién es ella exactamente y qué cualidades tiene.
Solange suspiró. Esta conversación se acercaba demasiado a tener que admitir sus defectos. No quería recordarle en absoluto las veces en que había lloriqueado por estar sola, tener miedo y estar cansada. Te hice Carpato. No fue mi intención, sabes. Respeto a los maridos de Juliette y MaryAnn.
Compañeros, corrigió él amablemente. Cuando nos unimos alma con alma nos llamamos compañeros. Ese vínculo va de una vida a la siguiente.
Ella le sonrió y se dejó caer sentada junto al fuego. Él llenaba la caverna con su fuerza masculina. Es un concepto hermoso. Juliette es muy feliz con Riordan, su compañero. Es mandón, pero en realidad, tras observarles, pude ver que haría cualquier cosa por hacerla feliz.
Como haría yo por ti. He esperado demasiados años, csitri, y mi tiempo en esta tierra se dirige a su final. He ingerido sangre de vampiro con la esperanza de internarme en el campamento de nuestro mayor enemigo y espiarles. Seré incapaz de acudir a ti. La sangre ya me está consumiendo, tal vez más rápido de lo que yo creía posible. Sólo tendré unos pocos alzamientos para completar mi tarea antes de que deba buscar el amanecer, o perecer luchando. No pude encontrarte en esta vida, pero espero que sí en la siguiente.
Su corazón casi dejó de latir. El pánico estalló. Un pánico en toda la extensión de la palabra. Los sueños no terminaban así. Las pesadilla sí. Él no era real, pero era la única realidad para ella cuando la vida se cerraba y no tenía ningún otro sitio adónde ir. Se había enamorado de él, por estúpido que sonara. Este hombre con sus cicatrices de guerrero, la cara de un ángel y un demonio, todo en uno, este hombre con el alma de un poeta.
No. Me niego a dejarte marchar. No lo haré. Eres todo lo que tengo. No puedes dejarme sola.
Él le tocó el cabello, frotando las hebras sedosas entre los dedos. Créeme, pequeña, preferiría quedarme contigo en nuestro mundo de ensueño. Tantas veces me has ayudado a superar momentos que encontré no poco preocupantes. Pero tengo un deber para con mi gente.
La garganta se le cerró con lágrimas inesperadas. Si soy la compañera de la que hablas, ¿tu primer deber no es conmigo?
La sonrisa de él era triste. Si hubieras sido mi auténtica compañera, al oír tu voz me habrías restaurado los colores y emociones.
Te sientes triste. Puedo verlo en tus ojos y oírlo en tu voz.
Simplemente un truco, csitri. Deseo esas emociones y las saco de recuerdos. Tú me has sostenido estos pocos últimos años, y te lo agradezco.
¡No! Me niego a rendirme contigo. Era egoísta por su parte. Él tenía derecho a su nobleza y sacrificio. ¿No había ella sacrificado su vida entera por las mujeres de su especie? Pero entregarlo a los vampiros…
En su desesperación, sin pensar realmente en su decisión, Solange cambió, justo allí en la bifurcación del árbol Kapok, y, aferrándose a la rama, gritó al único hombre que le importaba. Solange Sangria, la mujer que nunca había necesitado… o deseado… a ningún hombre. De sangre real, poderosa por derecho propio. Una guerrera renombrada y temida.
En su forma humana, con su propia voz, nacida de la desesperación y la necesidad, aterrada porque su amante de ensueño pudiera ser real y fuera a ponerse en peligro para sacrificar su vida por su gente, alzó la voz a los cielos, permitiendo que estos la llevaran a lo alto y lo ancho. Se humilló ante los moradores del bosque para salvarlo… para salvarse a sí misma.
– ¡No me dejes! -El grito fue arrancado de su garganta, de su alma, su angustia se derramó como la sangre de su familia sobre el suelo donde todos a los que amaba habían sido asesinados y donde se había quedado sola… la última esperanza de justicia para las mujeres y niños de su especie.
El sonido de su voz espantó a los pájaros de la canopia y se extendió a través del bosque como el viento, llenando el espacio vacío, su pena era tan aguda que los mismos árboles se estremecieron y los animales lloraron con la lluvia.