Diez

Solé era alta, como ella, de aspecto normal, tirando a vulgar. Cabello castaño, ojos marrones, nariz ligeramente desproporcionada, labios finos y rectos… Le sobraba pecho, y caderas. Sin embargo, lucía un top muy ceñido que se lo marcaba con generosidad, y pasaba de llevar sujetador. El tatuaje de una mariposa asomaba por la parte izquierda de su abdomen, surgiendo de la parte más remota de su anatomía. Para acabar de completar el cuadro, se le notaba que tenía problemas. Sus ojos mostraban huellas de cansancio, estaban enrojecidos, y las ojeras se abrían bajo ellos como bolsas a la espera de su caída.

Se quedó mirando a Carla con ingravidez.

– ¿Eres Solé?

– Sí.

– Me llamo Carla.

Ninguna reacción. No la esperaba, pero aún así buscó la manera de moverse con pies de plomo. Delante de ella tenía a la amiga de Gabi.

A veces eso era más que una hermana.

– Soy la novia de Diego Sepúlveda.

Las dos cejas se dispararon hacia arriba. Eso hizo que el blanco de los ojos se abriera más, y con ellos el rastro de aquel enrojecimiento que le confería un aire dramático y doloroso a su expresión.

– ¿Qué quieres? -logró articular.

– ¿Puedo hablar contigo?

– ¿De qué?

– De lo que pasó la otra noche.

– ¡Jesús!, ¿de lo que pasó la otra noche? -no se anduvo por las ramas-. Tu novio mató a mi amiga. Eso pasó la otra noche.

– Por favor.

– ¿Estás de guasa o te va la marcha?

– Por favor -insistió Carla.

– No puedo creerlo -Solé continuaba en la puerta. Se apoyó con el brazo en el marco-. Esto es demasiado.

– Diego no lo hizo.

– Y yo soy Scarlett Johansson.

– Yo lo conozco. A mí no me puede mentir.

– Pero engañarte sí puede, ¿no? -la pinchó a conciencia.

– Déjame que…

– No, tía -se echó para atrás-. Paso. ¿Tú de qué vas? Eres una pava, ¿vale? Sólo a una pava se le ocurre… ¿Qué edad tienes?

– Diecisiete -adelantó su reloj biológico un par de semanas.

– Alucinante -resopló Solé.

– ¿Por qué es alucinante?

– Porque teniéndote a ti, ese imbécil va y se lo monta con Gabi -repuso Solé.

– Me han dicho que nada más conocerse…

– Dios, tú no los viste -la muchacha se cruzó de brazos.

– Fuerte, ¿no?

– Gabi era mi amiga, la quería muchísimo, pero cuando iba revolucionada o pasada de vueltas… Incluso a mí me daba miedo. Perdía el mundo de vista. Y tu novio… menudo él.

– ¿Nunca se habían visto antes?

– ¡No! -exclamó en un arranque de controlada repulsa-. Gabi solía llamar la atención, no pasaba desapercibida, porque era así como tú, exuberante, y además le gustaba. La provocación formaba parte de su manera de ser. Y reírse de todo, del mundo en general. Era fantástica por eso, porque nunca te aburrías con ella. Pero en cuanto se dejaba llevar y enloquecía. -No quería hablar, pero lo estaba haciendo. Ella sola.

Abría las compuertas de su conciencia.

Carla lo aprovechó.

– ¿Le gustó Diego?

– Fue una reacción química. Los dos empezaron a comerse con los ojos, a tontear, a decir barbaridades… Tu novio y ella fueron como dos animales en celo encontrándose en mitad de la selva.

Cada vez que escuchaba algo parecido sentía la punzada. No era inmune al dolor. Poco importaban las repeticiones. Le hacía daño.

Mucho daño.

Y más tener que controlarse, continuar preguntando, no llorar ni dejarse arrastrar por la rabia.

– ¿Por qué te enfadaste y te fuiste?

– ¿Quién te ha dicho esto?

– Los amigos de Diego.

– Yo no me enfadé.

– Pero la dejaste sola.

– Gabi y yo nos íbamos de marcha. Ella se había librado de un pelmazo hacía muy poco y queríamos pasarlo bien. Dijimos: «Nada de tíos.» Ese era el plan. Pero a las primeras de cambio…

– O sea, que te supo mal.

Solé se encogió de hombros. Sus ojos la traicionaron. El rojo que los tintaba se vio inundado por unas lágrimas que logró contener a duras penas. Carla no la dejó llorar. Tenía todavía algunas preguntas, y si se hundía la perdería.

– También me han dicho que Diego no fue el único que se interesó por ella.

– Todos perdieron el culo.

– Pero con Gabi debía de ser siempre así.

– Antes, menos. Una vez libre de su ex era como si brillara aún más. Esa noche estaba radiante. Una antorcha.

– ¿Qué hiciste cuando ella se fue con Gustín y con Diego?

– ¿Yo? Me vine aquí.

– ¿Disgustada?

– Esa sí es la palabra exacta. Si me enfado con alguien es para siempre. Nosotras, al día siguiente hubiéramos seguido hablando de todo, y riéndonos.

– ¿Tú crees que pudo echarse para atrás en el último momento, y que Diego la forzó?

– Ni idea.

– Pero…

– No lo sé, tía -hizo un gesto de cansancio, y lo que apoyó ahora fue todo el cuerpo en el quicio de la puerta-. ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué se lo pensó mejor, se negó y que por eso la mató? ¿Que lo hizo sin más y luego, por lo que sea, discutieron y la mató igual? Lo único que sé es que Gabi nunca hubiera hecho el amor con un desconocido sin preservativo. Y según los periódicos tenía semen en la vagina. Si estaba ahí es por algo.

– ¿Y si no tenían condón? Yendo tan salidos…

– Ella siempre llevaba uno en el bolso, por precaución, y más conociéndose como se conocía, siendo capaz de perder el control.

– ¿Sabes si la policía lo encontró tal cual en su bolso o en su ropa?

– ¿Y yo qué sé? ¡Por Dios! ¿Crees que la policía viene y me lo cuenta? Menuda panda de capullos. Yo sólo era su amiga. ¿Te dicen a ti las cosas porque seas la novia de él? Los periódicos sólo hablan de lo que saben o les conviene. Lo pillaron bien y ya está. Se acabó. -Fue calentándose a medida que hablaba. Una arenga final. Llegó al clímax con el estallido de sus emociones-: ¡Vamos, tía, despierta! ¡Era su casa, su cocina, su cuchillo, estaban solos, no había nadie más, ella tenía su semen dentro! ¿Qué más quieres?

Carla dio un paso atrás, como si el alud verbal la hubiese sacudido igual que un puñetazo. Llevaba toda la mañana dando palos de ciego, pero a la postre los verdaderos palos se los estaba llevando ella.

Para el mundo en general, había que tirar a la cloaca la llave que encerraba a Diego.

– Gracias por hablar conmigo -musitó sin apenas voz.

Solé no se movió. Sacó una bocanada de aire retenido en sus pulmones y se calmó de pronto. Aceptar la muerte de su amiga debía de ser tan duro como para Carla todo lo demás.

– ¿Por qué no saliste con él esa noche? -le preguntó a su visitante.

– Tenía que estudiar.

– Así que todo fue cuestión del destino y… la mala suerte.

– Sí.

Solé se la quedó mirando con fijeza.

– No me extraña que él se interesara por Gabi -reconoció al fin-. Podríais haber sido hermanas.

Era la segunda persona que se lo decía. Primero Brandon. Ahora Solé. Gabi había sido su sustituta. Después de todo, Diego sí había acabado saliendo con ella.

Y estaba muerta.

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