Cualquier persona razonable que mirara al Cuchilla -no digamos ya que pasara una o dos horas en su compañía- habría sido capaz de sacar algunas conclusiones sobre cómo sería empezar una relación con ese tipo. Primero estaba lo de su tatuaje y qué sugería sobre sus problemas internos, así como sobre su potencial para el empleo lucrativo, por no mencionar el legal, decorarse la cara con una cobra que escupía veneno. Luego estaba su tamaño, que evocaba a un Napoleón en gestación, sin la ventaja del título de «emperador» para justificar los aspectos menos edificantes de su personalidad. Luego, estaba su domicilio y todos los inconvenientes que ofrecía junto a un bloque destinado a la demolición. Por último, estaba su trabajo, que ni siquiera encerraba la promesa de algo parecido a la longevidad. Pero alguien que mirara al Cuchilla y tuviera tiempo de reflexionar acerca de todos estos hechos sobre su persona y lo que podían suponer, también tendría que ser capaz de pensar de una manera racional y extensa. La noche que Ness conoció al Cuchilla, ella no era capaz de ninguna de las dos cosas, y cuando ya fue capaz de mirarle con más claridad, estaba demasiado enganchada para querer hacerlo.
Conque se dijo que había elementos en su relación con el Cuchilla que indicaban que él la había elegido, aunque era incapaz de identificar para qué. En este momento de su vida, no podía permitirse pensar en profundidad sobre las relaciones hombre-mujer, así que lo que hizo fue sacar conclusiones prematuras basadas en una información superficial, limitada a tres áreas de su vida: la sexual, la comercial y la guiada por las drogas.
Ella y el Cuchilla eran amantes, si podía aplicarse esa palabra a la manera primitiva en la que el joven abordaba el acto sexual. Ness no hallaba ningún placer, pero ni esperaba ni deseaba placer de aquello. Siempre y cuando siguiera ocurriendo, se encontraba un paso más cerca del bebé que decía que quería, al mismo tiempo que se tranquilizaba garantizándose que el lugar que ocupaba en la vida del Cuchilla era tan seguro como necesitaba que fuera. Por lo tanto, las exigencias que le planteaba -que una mujer con un mayor sentido de sí misma tal vez habría considerado degradantes- se transformaban en su mente en demandas de «un hombre con necesidades», que era como ella lo habría descrito si alguien le hubiera preguntado por las embestidas a las que accedía regularmente sin haber experimentado nada parecido ni a los preliminares ni a la seducción. Como eran amantes y como él continuaba comportándose como si tuviera un compromiso con ella, Ness estaba, si no contenta, al menos ocupada. Una mujer ocupada dispone de poco tiempo para hacerse preguntas.
Cuando le dio el teléfono móvil, tuvo aquello que sus amigas tanto deseaban, y este aspecto comercial de su relación con el Cuchilla le permitió creer que albergaba intenciones románticas hacia ella, exactamente igual que si le hubiera regalado un costoso diamante. Al mismo tiempo, le daba un dominio que le gustaba bastante y que, a ojos de sus amigas, la situaba por encima.
Permaneció allí -por encima de Six y Natasha- también a causa del Cuchilla. Porque él era la fuente de la hierba que fumaba y de la coca que esnifaba, liberándola de tener que depender únicamente de los camellos del barrio, como tenían que hacer Six y Natasha. Para Ness, el hecho de que el Cuchilla compartiera libremente el material con ella significaba que eran una pareja de verdad.
Con todas estas creencias, pues, y aferrándose a ellas porque, en realidad, no tenía nada más a lo que aferrarse, Ness intentó olvidar lo que Six había dicho sobre el Cuchilla. Podía hacer frente a su pasado. Dios santo, era «un hombre con necesidades», al fin y al cabo, y no podía esperar que hubiera permanecido célibe mientras la esperaba. Pero vio que dentro de toda la información sobre el Cuchilla que Six le había transmitido de una forma tan cruel en Kensington High Street, había dos hechos que no podía aparcar por mucho que lo intentara. Uno de ellos era que el Cuchilla tuviera dos hijos: un bebé en Dickens Estate y otro en Adair Street. El otro era Arissa.
Los bebés constituían una pregunta terrible que Ness no lograba construir en su mente, menos aún formular directamente sobre sí misma. Arissa, por otro lado, representaba algo sencillo sobre el que reflexionar, a la vez que encerraba todas las pesadillas de una joven enamorada: la traición del hombre que cree que le pertenece.
Ness no pudo extirpar a Arissa de su cabeza en cuanto Six plantó la semilla. Se dijo que tenía que saber la verdad para saber qué podía hacer al respecto, si es que podía hacer algo. Decidió, prudentemente, que enfrentarse al Cuchilla era una idea pésima, así que fue a sacarle la información a Cal Hancock.
Como nadie, aparte de su hermano Joel, había mostrado a Ness la más mínima lealtad, en realidad no pensó que Cal pudiera negarse a traicionar al hombre que era la fuente de todo lo que permitía al rastafari mantener unidos cuerpo, alma y mente. Como los padres de Cal se habían ido del Reino Unido cuando él tenía dieciséis años -llevándose consigo a sus hermanos, pero dejándole a él atrás para que se las arreglara solo-, había unido sus fuerzas a las del Cuchilla cuando era adolescente, primero demostrando ser el chico más fiable de los camellos en bicicleta y luego escalando rangos deprisa, hasta convertirse en mitad mayordomo y mitad guardaespaldas, una posición que ostentaba satisfactoriamente desde hacía cuatro años. Pero Ness no sabía nada de esto. Cuando veía a Cal Hancock, veía al artista de grafitis con rastas, a menudo colocado, pero que, por lo general, rondaba cerca, salvo que lo echaran durante esos minutos de intimidad que el Cuchilla requería para el acto sexual. Ness se figuró que si alguien sabía la verdad sobre Arissa, sería Cal.
Esperó a que llegara una de esas ocasiones en las que el Cuchilla estaba, como decía él, «atendiendo asuntos». Este «atender asuntos» ocurría esporádicamente y consistía en recibir mercancía robada, drogas u otros artículos de contrabando. Todo esto le llegaba al Cuchilla a locales no relacionados con el piso ocupado. Por lo general, Cal acompañaba al Cuchilla a este escondite, pero un día, como tenía intenciones con Ness que prometió cumplir, tras terminar su reunión, le dijo que le esperara en el piso ocupado. Para que estuviera a salvo en aquel lugar infecto, le dijo a Cal que se quedara con ella. Eso brindó a Ness la oportunidad que había estado esperando.
Cal encendió un porro y se lo ofreció. Ness negó con la cabeza y le dio tiempo para que fumara. Cuando estaba colocado tenía un hablar perezoso, y Ness quería que estuviera menos atento a lo que decía en respuesta a sus preguntas.
Utilizó un enfoque que presuponía un conocimiento.
– ¿Y dónde vive esta tal Arissa, Cal?
El rastafari estaba sumido en su colocón y asintió, dejando que le cayeran los párpados. Como guardaespaldas del Cuchilla, dormía poco. Cualquier oportunidad para echar una cabezadita, la aprovechaba. Se deslizó por la pared para tumbarse en el futón. Sobre él había un grafiti de una chica negra de generosos pechos con una minifalda y pistolas desenfundadas a la manera de un especialista en tiroteos. La chica negra no era una caricatura de Ness, y como ya estaba ahí cuando llegó por primera vez a este lugar, no había pensado más en ella. Ahora, sin embargo, Ness la miró con más detenimiento y vio que su top escarlata estaba recortado y dejaba al descubierto un tatuaje, una serpiente en miniatura idéntica a la del Cuchilla.
– ¿Es ella, Cal? -dijo Ness-. ¿Pintaste a Arissa en la pared?
Cal miró hacia arriba y vio a qué se refería la chica.
– ¿Ésa? -dijo-. No. No es Arissa. Es Thena.
– ¿Ah, no? Entonces, ¿cuándo vas a pintar a Arissa?
– No tengo pensado… -Miró hacia ella y dio una calada al porro mientras dudaba. Se había dado cuenta de lo que estaba haciendo la chica, y ahora intentaba decidir qué bronca iba a caerle por haber dicho lo que ya había dicho.
– ¿Dónde vive, tío? -preguntó Ness.
Cal no dijo nada. Se apartó el porro de los labios y miró la pequeña columna de humo que se elevaba de la punta. Volvió a ofrecérselo, diciendo:
– Vamos. No lo desperdicies, tío.
– No soy un hombre. Y ya te he dicho que no quiero.
Cal dio otra calada y se tragó el humo. Se quitó el gorro. Lo tiró sobre el futón y sacudió la cabeza para soltarse las rastas.
– ¿Y cuánto tiempo lleva el Cuchilla tirándosela? ¿Es verdad que desde antes de follar conmigo?
Cal giró la cabeza hacia ella y entrecerró los ojos. Ness estaba en la ventana con la luz detrás y Cal le hizo un gesto con la mano para que se moviera a donde pudiera verla mejor.
– Hay cosas que no te hace falta saber -dijo-. Supongo que ésa es una de ellas.
– Dímelo.
– No hay nada que decir. Lo hace o no. Lo hacía o no. Lo que descubras no va a cambiar las cosas.
– ¿Y qué se supone que significa eso exactamente?
– Piensa en ello. Pero no preguntes nada más.
– Entonces, ¿es todo lo que vas a decir, Cal? Podría hacerte hablar. Si quisiera. Podría.
Cal sonrió. Pareció tan asustado por su amenaza como lo habría parecido ante un patito armado.
– ¿Sí? ¿Y cómo vas a hacerlo?
– Si no me lo dices, le diré que has intentado follarme, Cal. Imagino que ya sabes qué hará entonces.
Cal se rió abiertamente antes de dar otra calada.
– ¿Ése es tu gran plan? ¿Te crees tan especial para él que matará a quien te toque? Mira, guapa, no ves la vida como es. Te follo y eres historia. Porque para el Cuchilla es mucho más fácil sustituirte a ti que a mí, y ésa es la verdad. Tienes suerte de que no me intereses, ¿comprendes? Porque si me interesaras, se lo diría al Cuchilla y me quedaría contigo cuando se hartara de ti.
Ness ya había oído suficiente.
– Ya vale, tío -dijo, y siguió su patrón habitual, que era desaparecer de escena. Se dirigió a la puerta que no tenía ni pomo ni cerradura, y se dijo que Calvin Hancock se las pagaría, y que se las pagaría donde más iba a dolerle.
Se mantuvo fiel a sus intenciones. La siguiente vez que estuvo a solas con el Cuchilla, le contó lo que Cal le había dicho sobre compartirla. Sin embargo, a diferencia de lo que esperaba, que era que el Cuchilla montara en cólera justificadamente y le diera a Cal Hancock la paliza que se merecía, el Cuchilla soltó una carcajada.
– Cuando se coloca, ese tío dice lo que sea -dijo, y no dio ninguna muestra de que pensara hacer algo para castigar al otro hombre.
Cuando Ness le exigió que hiciera algo para protegerla, el Cuchilla le acarició el cuello con la nariz.
– ¿Crees que le doy esto a cualquiera? Estás loca si piensas esa mierda.
Pero lo de Arissa seguía ahí; la única forma de conseguir una respuesta a la pregunta era ver si el Cuchilla podía guiarla hasta ella. Sin embargo, Ness sabía que no podía seguirle. Cal era bueno en su trabajo como protector del Cuchilla, así que la vería por mucho que intentara evitar que la descubriera. La única alternativa que vio fue sacarle información a Six. Odiaba hacerlo porque la ponía a merced de la otra chica, pero no le quedaba más remedio.
Como Six no era una chica que guardara rencor a nadie cuando había una fuente potencial de sustancias gratis en juego, fingió que lo que había sucedido entre ella y Ness en Kensington High Street no había pasado nunca. Así que recibió a Ness en el piso destartalado de Mozart Estate, y tras insistir en que la acompañara en una versión de karaoke de These boots are made for walking -mucho más melodiosa gracias a haberse bebido una botella grande del enjuague bucal de su madre para intentar colocarse antes de cantar-, divulgó la información que Ness buscaba. Arissa vivía en Portnall Road. Six no sabía la dirección, pero sólo había un bloque de pisos en esa calle, habitado en su mayoría por jubilados. Arissa vivía allí con su abuela.
Ness fue a Portnall Road y esperó. Encontró el edificio sin problemas y aún le costó menos divisar un lugar desde donde observar la entrada del edificio sin que la vieran. No tuvo que esperar mucho. En su segundo intento por atrapar al Cuchilla en lo que ella consideraba una transgresión sexual, apareció con Cal al volante, como siempre, y entró en el edificio. Por su parte, Cal se quedó holgazaneando en el portal. Sacó una libreta -desde donde estaba Ness parecía un cuaderno de dibujo- y empezó a utilizar un lápiz. Se apoyó en la pared y sólo de vez en cuando alzaba la vista para asegurarse de que la zona seguía segura para lo que tramara el Cuchilla. Que sólo podía ser una cosa, y Ness lo sabía.
No se sorprendió cuando el Cuchilla reapareció al cabo de media hora, acabando de ajustarse la ropa. Él y Cal habían empezado a bajar por el sendero hacia la calle cuando se abrió una ventana encima de ellos. Cal se interpuso de inmediato entre el Cuchilla y el edificio, utilizando su cuerpo de escudo. Desde arriba una chica se rió y dijo:
– ¿Crees que le haría daño, Cal Hancock? Te has olvidado esto, cariño. -Y Ness siguió el sonido para verla: piel chocolate perfecta y pelo sedoso, labios carnosos y ojos de párpados caídos. Lanzó un juego de llaves a los hombres-. Adiós -dijo con otra carcajada, ésta seductora, y cerró la ventana.
Lo que instó a Ness a salir de su escondite no fue tanto la chica como la cara del Cuchilla mientras miraba hacia la ventana. Ness vio que estaba pensando en subir otra vez con ella. Quería más de lo que fuera que pudiera darle.
Ness se encontró en el sendero antes de poder plantearse las ramificaciones de una escena pública con el Cuchilla. Avanzó a grandes zancadas hacia él y expuso su exigencia.
– Quiero ver a la zorra que se está follando a mi hombre -le dijo, porque daba la culpa no al Cuchilla, sino a la chica. Era la única forma de sobrevivir al momento-. Esa zorra de Arissa, llévame hasta ella -dijo Ness-. Le enseñaré lo que pasa cuando pone sus manos en mi hombre. Llévame hasta ella, tío. Te juro que si no lo haces, esperaré aquí fuera de todos modos y le saltaré encima cuando salga por esa puerta.
Tal vez otra clase de tipo habría buscado calmar la situación. Pero como el Cuchilla no pensaba demasiado en las mujeres como seres humanos, sino que las veía una fuente de entretenimiento, se planteó la distracción que podía proporcionarle una pelea entre Ness y Arissa por él. Le gustó la idea y cogió a Ness del brazo. La empujó hacia la puerta.
Detrás de ella, Ness oyó que Cal decía:
– Eh, tío, creo que no… -Pero lo que fuera que quería decirle al Cuchilla, quedó interrumpido cuando la puerta se cerró tras ellos.
El Cuchilla no le dijo nada a Ness. Ella mantuvo su ira al máximo nivel imaginándoselos a los dos -al Cuchilla y a Arissa- haciendo lo que ella y el Cuchilla tendrían que estar haciendo. Mantuvo aquella imagen tan clara en la cabeza que cuando se abrió la puerta del piso salió disparada hacia dentro y fue a por el largo pelo de la chica. Lo agarró en el puño y gritó:
– Desaparece, joder, ¿me oyes? Si vuelvo a verte cerca de este tío otra vez, te mato, puta. ¿Entendido? -Echó el puño hacia atrás y le propinó un sólido golpe en la cara.
Lo que esperó entonces fue una pelea de zarpazos y arañazos, pero no fue así. La chica no respondió, sino que cayó al suelo en posición fetal, así que Ness le dio una patada en la espalda, a la altura de los riñones, y luego se recolocó para golpearle también en el estómago. Hizo contacto una vez; entonces Arissa chilló. Chilló de una forma desproporcionada respecto a la violencia.
– ¡Cuchilla! ¡Llevo un niño dentro!
Antes de que el Cuchilla pudiera moverse, Ness le dio otra patada. Luego se tiró encima de ella porque vio que Arissa decía la verdad. No tanto porque el cuerpo de la chica presentara una barriga reveladora, sino porque Arissa no se había molestado en intentar enfrentarse a Ness. Era suficiente señal de que algo más que su reputación en la calle estaba en peligro.
Ness le golpeó en la cara y en los hombros, pero golpeaba un hecho, no a una chica. Era un hecho que no podía mirar directamente porque hacerlo implicaba mirarse a sí misma y sacar una conclusión de su pasado que empañaría su futuro.
– ¡Zorra! -gritó Ness-. ¡Te voy a matar si no desapareces, puta!
– ¡Cuchilla! -chilló Arissa.
Con aquello acabó la diversión, que, si bien no había durado mucho, se había intensificado lo bastante deprisa como para saciar la necesidad del Cuchilla de ver una muestra de lo deseable que era. Alejó a Ness de la otra chica de un tirón. La sujetó, doblada por la cintura mientras jadeaba e intentaba volver hacia Arissa para pegarle más. Ness siguió insultando a la chica, lo que obviaba la necesidad de preguntarle abiertamente por la verdadera historia de su relación con el Cuchilla, y forcejeó salvajemente mientras él la llevaba a sacudidas hacia la puerta, la abría con dos movimientos hábiles y empujaba a Ness al pasillo.
No la siguió de inmediato, sino que se quedó atrás para valorar la habilidad de la afirmación de Arissa. No le pareció distinta de cuando la había penetrado de pie en la cocina hacía un rato, embistiendo y gruñendo con la espalda de ella contra los fogones, trabajando deprisa, como de costumbre, cuando tenía otras cosas aguardándole.
La chica aún estaba en el suelo, en posición fetal como antes, pero no la aupó. Simplemente la miró y realizó algunos cálculos mentales. Podía ser que lo estuviera; por otro lado, podía ser que sólo fuera una puta mentirosa. Podía ser suyo; podía ser de cualquiera. En cualquier caso, la respuesta era sencilla y se la dio.
– Deshazte de él, Riss. Ya tengo dos y otro en camino. No necesito más.
Dicho esto, salió al pasillo con Ness. Su plan era meterla en cintura de un modo que probablemente no olvidaría nunca, porque la única cosa que un hombre de su posición no podía tener era una mujer que le siguiera por North Kensington y le montara escenas siempre que le apeteciera. Pero Ness no estaba.
El Cuchilla pensó que aquello podía ser bueno, podía ser malo.
Después de eso, Ness decidió que había terminado con el Cuchilla. La razón que se reconoció a sí misma fue la naturaleza doble, mentirosa, traidora, del hombre, que acudía a Arissa como un mono de rasgos afilados al mismo tiempo que acudía a ella. El otro motivo, sin embargo, no penetró lo bastante en su interior como para examinarlo ni siquiera superficialmente. Era suficiente que la hubiera engañado. No iba a consentirlo, independientemente de quién fuera o la importancia de su reputación.
Eligió su momento. El Cuchilla tenía un pasado, como había sabido, y lo que también había sabido -tras interrogar cuidadosamente a Six sobre el tema- era que se había desecho sin más preocupaciones de las otras mujeres que habían estado en su vida a lo largo de los años. Esto incluía a las dos almas desventuradas que le habían dado un hijo. Fueran cuales fueran las expectativas que habían albergado sobre el lugar que el Cuchilla ocuparía en las vidas futuras de sus retoños, el hombre había sacado a las dos mujeres de su error muy pronto, aunque sí se dejaba caer por las casas alguna que otra vez cuando sentía la necesidad de mostrar a Cal -o a cualquiera a quien deseara impresionar- los frutos de sus entrañas mientras jugaban en pañales entre carros de la compra oxidados.
Ness resolvió que no sería una de esas mujeres que desaparecería dócilmente de la vida del Cuchilla cuando se cansara de ella. Se dijo que estaba harta de él y especialmente saturada de sus patéticas habilidades como amante.
Esperó a que se le presentara la oportunidad adecuada, lo que sucedió apenas tres días después. De nuevo, Six -esa fuente de información útil sobre actividades ilegales en North Kensington- la puso al corriente sobre dónde recibía el Cuchilla el contrabando cuya venta le permitía mantener su posición de dominio en la comunidad. Este lugar estaba situado en Bravington Road, le dijo Six a Ness, en la intersección con Kilburn Lane. Había un muro de ladrillo a lo largo del patio de una tienda que daba a un callejón trasero. El muro tenía una verja, pero siempre estaba cerrada y, aunque no lo estuviera, Ness no podía entrar por nada del mundo. Nadie entraba a excepción del Cuchilla y Cal Hancock. El resto de la gente hacía sus negocios con él en el callejón. Aquel callejón estaba a plena vista, no sólo de la calle, sino de la hilera de casas que daban a él. Pero a nadie se le ocurriría llamar a la Policía para denunciar el negocio furtivo que allí se llevaba a cabo. Todo el mundo sabía quién lo dirigía.
Ness fue al lugar en el momento en el que sabía que el Cuchilla estaría haciendo tratos con sus subordinados. Lo encontró tal como esperaba: inspeccionando la mercancía proporcionada por dos matones y tres chicos en bici.
Se abrió paso entre ellos a codazos. La verja del muro de piedra estaba abierta, y dejaba al descubierto la parte trasera de un edificio abandonado, una plataforma lo rodeaba; encima de esta plataforma había varias cajas de madera abiertas y otras cerradas. Cal Hancock estaba moviendo la mercancía de una de estas cajas, lo que significaba que había dejado al Cuchilla desprotegido. El propio Cuchilla estaba examinando una pistola de aire comprimido que le habían entregado, quería comprobar cuánto trabajo habría que invertir para convertirla en un arma útil.
– Eh -dijo Ness-. Hemos terminado, cabrón. He pensado en pasarme y hacértelo saber.
El Cuchilla la miró. El grupo que lo rodeaba pareció tomar aire, todos al mismo tiempo. Al otro lado del patio, Cal Hancock dejó caer la tapa de la caja en su sitio. Saltó de la plataforma. Ness conocía sus intenciones. Tenía que ser rápida, así que habló deprisa,
– No eres nada -le dijo al Cuchilla-. ¿Te enteras, capullo? Actúas como si fueras un tío importante porque sabes que eres un gusano que se arrastra en la mierda. Un gusano enorme, ¿te enteras, tío? -Se rió y apoyó las manos en las caderas-. Colega, estoy harta de tu cara con ese tatuaje estúpido desde la segunda vez que te vi, y aún estoy más harta de esa cabeza calva como una bola de billar y la pinta que tiene cuando me lo chupas. ¿Entiendes? ¿Te enteras de lo que estoy diciendo? Eres bueno para colocarse, es verdad, pero, joder, ya no vale la pena, no con lo que tienes para ofrecer. Así que…
Cal la sujetó con fuerza. La cara del Cuchilla era una máscara. Sus ojos se habían vuelto opacos. Nadie más se movió.
La alejó con firmeza del muro y la sacó del callejón, a través de un silencio mortal en el que Ness reconoció su triunfo diciéndoles a los matones y a los chicos de las bicis:
– ¿Creéis que es alguien? No es nadie. Es un gusano. ¿Le tenéis miedo? ¿Le tenéis miedo a un gusano?
Y entonces se encontró de nuevo en Bravington Road. Cal le dijo entre dientes:
– Zorra estúpida. Eres una zorra lamentable, estúpida y atravesada. ¿Sabes con quién te estás metiendo? ¿Sabes lo que puede hacer si quiere? Lárgate de aquí. Y no te acerques a él. -Le dio un empujón, un empujón diseñado para alejar sus pies reacios de aquel lugar. Como Ness había conseguido lo que se había propuesto, no protestó ni luchó por zafarse.
En lugar de eso, se rió. Había terminado con el Cuchilla. Se sentía ligera como el aire. Ese tipo podía tirarse a Arissa y a quien le diera la gana, se dijo. A quien no iba a tirarse -y nunca podría volver a tirarse- era a Vanessa Campbell.
En su búsqueda de la perfección física -que ratificaría el título de Mister Universo-, Dix D'Court necesitaba apoyo económico, así que había conseguido patrocinadores. Sin ellos, habría estado condenado a sacar tiempo para hacer pesas antes o después de trabajar o los fines de semana, que era cuando más lleno estaba el gimnasio. Tenía pocas esperanzas de hacer realidad su sueño de ser el cuerpo masculino mejor esculpido del mundo si tenía que perseguirlo de esta forma, así que se había rodeado de personas dispuestas a financiar su empresa. Tenía que encontrarse con ellas de vez en cuando, para ponerles al día sobre las competiciones recientes en las que había participado y ganado y, sin querer, programó una de estas reuniones para la noche del cumpleaños de Toby. En cuanto se dio cuenta, Dix quiso cancelar la cita. Pero permitir la cancelación sugería otro paso hacia el tipo de compromiso que Kendra intentaba evitar, así que le dijo que el cumpleaños tenía que ser un asunto privado, familiar. El mensaje era implícito: Dix no era de la familia. Él le lanzó una mirada que decía «Como quieras». En privado, sin embargo, le dijo a Joel que se pasaría en cuanto terminara la reunión con los patrocinadores.
Por este comentario, Joel supo que no debía decirle a Kendra que Dix aparecería. Había profundidades entre su tía y Dix a las que él no podía descender y, de todos modos, tenía otras preocupaciones. La principal era no haber logrado encontrar un cartel de «Feliz cumpleaños» para colgar en la ventana de la cocina. Ya era lo bastante malo no tener el viejo carrusel de hojalata de la familia para colocarlo en el centro de la mesa, pero carecer de un modo espectacular de desearle felicidad al cumpleañero era un golpe aún más significativo para Joel. Porque incluso Glory Campbell había logrado colgar el cartel de cumpleaños infantil, rescatándolo -cada año más maltrecho- de donde fuera que lo guardara cuando no lo utilizaban. Este cartel, con sus arandelas, que permitían colgarlo con alegría de cualquier manera, había seguido el mismo camino que la mayoría de las posesiones que no eran ropa antes de que su abuela se marchara a Jamaica: lo había tirado a la basura sin que Joel lo supiera, y sólo cuando el niño rebuscó entre sus propias pertenencias se dio cuenta de que había dejado de ser una posesión del clan Campbell.
No tenía suficiente dinero para comprar otro, así que tuvo que conformarse con hacer uno él mismo, y utilizó papel de libreta. Cogió una hoja para cada letra y las coloreó con un lápiz rojo que le prestó el señor Eastbourne del colegio Holland Park. El día del cumpleaños de Toby estaba listo para colgarlas en la ventana, pero no tenía nada que pudiera usar como adhesivo, salvo una lámina de sellos de tarifa superior.
Habría preferido celo o Blu Tac. Pero tampoco disponía de los fondos para adquirirlos. Así que utilizó los sellos, imaginando que podrían pegarse después a los sobres, siempre que tuviera cuidado de colocarlos en la ventana de manera que luego fuera fácil arrancarlos. Fue así como empezó a explicárselo a su tía cuando llegó a casa después de trabajar el día en cuestión.
– ¡Qué es esto! -exclamó al ver el cartel hecho a mano y cómo lo había pegado a la ventana. Dejó las bolsas del supermercado en la encimera y se volvió hacia Joel, que la había seguido hasta la cocina con su explicación preparada. Pero ella le detuvo pasándole el brazo alrededor de los hombros-. Has hecho algo bueno -le dijo acercándose a su cabeza. Su voz era ronca, y Joel pensó que se había ablandado desde que Dix había empezado a ir por el número 84 de Edenham Way, en especial desde el día que desfilaron todos hasta el Rainbow Café para conocer a su padre y a su madre, quien fue más que generosa con las cucharadas de crema caliente cuando pidieron el pastel de manzana.
Kendra vació las bolsas, que resultó que contenían curry para llevar.
– ¿Dónde está Ness? -preguntó, y luego gritó desde las escaleras al piso de arriba, donde los sonidos de la televisión anunciaban dibujos animados-. ¿Señor Toby Campbell? Baje a la cocina ahora mismo. ¿Me oye?
Joel se encogió de hombros, era su respuesta a dónde se encontraba Ness. Su hermana pasaba por casa más a menudo que en los últimos días, una presencia inquietante que se lamía las heridas cuando no andaba por ahí con Six y Natasha. Joel no sabía dónde se había metido. No la había visto desde la noche anterior.
– Sabe qué día es hoy, ¿verdad? -preguntó Kendra.
– Supongo -dijo Joel-. No se lo he dicho. No le he visto.
– La -dijo Kendra.
– No la he visto. ¿Y tú? -añadió porque no pudo evitarlo. Como seguía siendo muy niño, le parecía que, como adulta, Kendra podría haber hecho algo con el problema que suponía Ness.
Kendra lo miró fijamente y le leyó el pensamiento como si hubiera hablado.
– ¿Qué? ¿La ato? ¿La encierro en una habitación? -Sacó unos platos del armario y se los dio, junto con los cubiertos. Él empezó a poner la mesa-. Llega un momento, Joel, en que una persona decide cómo va a ser su vida. Ness ha decidido.
Joel no dijo nada porque no podía expresar lo que creía, puesto que lo que creía nacía de la historia que compartía con su hermana, además de lo que sentía por ella. Lo que sentía era añoranza: por la Ness que había sido. Lo que creía era que ella echaba de menos a la chica que había sido, pero que aún albergaba menos esperanzas de recuperarla.
Toby bajó corriendo las escaleras, con la lámpara de lava bajo el brazo. La dejó en el centro de la mesa y extendió el cable, para enchufarla a la toma de corriente. Se subió a una silla y apoyó la barbilla en las manos para mirar cómo los glóbulos naranjas brillantes empezaban sus ascensos y descensos rítmicos.
– Aquí tengo su preferido, señor Campbell -le dijo Kendra-. Naan con pasas, almendras y miel. ¿Preparado?
Toby la miró, sus ojos llenos de vida al pensar en el pan. Kendra sonrió y sacó del bolso un sobre con tres sellos extranjeros pegados. Se lo entregó a Toby diciendo:
– Parece que tu abuela tampoco se ha olvidado de tu día especial. Esto ha llegado desde Jamaica. -No mencionó que había llamado a su madre tres veces para que lo mandara; ella misma había incluido el billete de cinco libras que Toby iba a encontrar cuando lo abriera-. Así que ábrelo y veamos qué dice.
Joel ayudó a Toby a sacar la gran tarjeta del sobre. Recogió el billete de cinco libras mustio que revoloteó hasta el suelo.
– ¡Eh, mira esto, Tobe! -dijo-. Eres rico.
Pero Toby estaba examinando una polaroid que Glory también había enviado. En ella, su abuela y George aparecían con una serie de desconocidos, los brazos alrededor los unos de los otros, con las botellas de Red Stripe levantadas. Glory llevaba un top con la espalda al aire -no era una elección adecuada para una mujer de su edad-, una gorra de béisbol de los Cardinals y pantalones cortos; iba descalza.
– Parece que ha encontrado su lugar -dijo Kendra cuando le cogió la fotografía a Toby y le echó un vistazo-. ¿Quién es toda esta gente? ¿El clan de George? ¿Y te ha mandado cinco libras, Toby? Bueno, es todo un detalle, ¿verdad? ¿Qué vas a hacer con tanta pasta?
Toby sonrió contento y tocó el billete que Joel le entregó. Era más dinero del que había visto junto en toda su vida.
Ness se reunió con ellos poco después, justo en el momento en que Joel estaba decidiendo en qué plato especial podía comer Toby el día de su cumpleaños. Se conformó con una bandeja de hojalata pintada con la cara de Papá Noel, que rescató de debajo de dos moldes para tartas y una fuente para el horno. Los bordes estaban llenos de polvo, pero un agua rápida lo remediaría.
Ness tampoco se había olvidado del cumpleaños de Toby. Llegó con lo que anunció que era una varita mágica. Estaba hecha de plástico transparente y llena de estrellitas, que brillaban con intensidad cuando alguien la agitaba. No mencionó de dónde la había sacado, y tanto mejor, porque la había birlado de la misma tienda de Portobello Road donde Joel había comprado la lámpara de lava.
Toby sonrió cuando Ness le enseñó cómo funcionaba la varita mágica.
– Es chulísima -dijo, y la agitó con alegría-. ¿Puedo pedir un deseo cuando la agite?
– Puedes hacer lo que quieras -le dijo Ness-. Es tu cumpleaños, ¿no?
– Y como es su cumpleaños -dijo Kendra-, yo también tengo algo… -Desapareció trotando escaleras arriba y regresó con un paquete largo que entregó a Toby. El niño lo abrió y descubrió un tubo y unas gafas de buceo, tal vez uno de los regalos más inútiles que había recibido un niño de un pariente bienintencionado. Kendra dijo amablemente-: Hacen juego con tu flotador, Toby. ¿Dónde está, por cierto? ¿Por qué no lo llevas puesto?
Naturalmente, Joel y Toby no le habían relatado el enfrentamiento que habían tenido con Neal Wyatt, el día que el flotador había caído mal herido. Desde entonces, Joel había intentado repararlo con cola, pero no se había pegado bien. Por lo tanto, el flotador estaba bastante acabado.
Las cosas no eran perfectas, pero nadie pensó demasiado en eso porque todos y cada uno de ellos -incluida Ness- estaban decididos a mantener un aura de buen ánimo. El propio Toby no pareció percatarse de todo lo que faltaba en su celebración: el cartel de cumpleaños, el carrusel de hojalata y, sobre todo, la madre que le había dado a luz.
Los cuatro atacaron la comida, deleitándose en todo, desde el jalfrezi vegetal a los bhají de cebolla. Bebieron limonada y hablaron sobre lo que Toby podía hacer con las cinco libras del regalo de cumpleaños. Durante todo el rato, la lámpara de lava estuvo en el centro de la mesa, borboteando y brillando con una luz misteriosa.
Acababan de llegar al naan cuando alguien llamó con brusquedad a la puerta. Tres golpes fuertes seguidos de un silencio, dos golpes más, y alguien que gritó:
– Devuélvemelo, zorra. ¿Me oyes? -Era una voz de hombre, desagradable y amenazante.
Kendra dejó de cortar una rebanada de naan para Toby y alzó la vista, Joel dirigió su atención a la puerta. Toby se quedó mirando la lámpara de lava. Ness mantuvo los ojos clavados en su plato.
Los golpes en la puerta empezaron de nuevo, más en serio esta vez. Otro grito los acompañó.
– ¡Ness! ¿Me oyes? He dicho que abras o echaré abajo esta mierda de puerta de una patada, así de fácil. -Más golpes-. No hagas que me cabree, Ness. Te partiré la puta cabeza si no abres cuando te lo digo.
Este tipo de lenguaje no asustaba a Kendra Osborne. Pero sí era el tipo de lenguaje que encendía los cilindros de su indignación. Así que empezó a levantarse diciendo:
– ¿Quién demonios es? No consentiré que nadie…
– Puedo ocuparme. -Ness se puso de pie para detener a Kendra.
– Sola no, no lo harás. -Kendra se dirigió hacia la puerta irritada, y Ness la siguió de cerca.
Toby y Joel fueron detrás. Toby masticaba su rebanada de naan, los ojos muy abiertos de curiosidad, como alguien que creyera que aquello formaba parte de un espectáculo de cumpleaños inesperado.
– ¿Qué demonios quieres? -preguntó Kendra mientras abría la puerta-. ¿Qué pretendes llamando a esta puerta como un vulgar…?
Entonces vio quién era y la imagen le impidió decir nada más. Miró del Cuchilla a Ness y otra vez al Cuchilla, que iba vestido como un banquero londinense, pero a quien, con una boina roja que cubría su calva y una cobra que escupía veneno tatuada en la mejilla, nadie habría confundido jamás con uno.
Kendra sabía quién era. Llevaba viviendo en North Kensington el tiempo suficiente como para haber oído hablar de él. Y aunque no hubiera sido así, Adair Street no estaba muy lejos de Edenham Way, y era en Adair Street donde vivía la madre del Cuchilla, en una casa adosada de la que -según los chismorreos del mercado de Golborne Road- había echado a su hijo cuando le resultó evidente que, si seguían los pasos de su hermano mayor, sus hijos menores estarían adentrándose en un camino que los llevaría directamente a lugares como las cárceles de Pentonville o Dartmoor.
Kendra ató cabos en el tiempo que tardó en digerir las palabras del Cuchilla, que fue cero.
– Tenéis que hablar.
Mientras tanto, el Cuchilla la empujó para entrar, sin que le invitaran a pasar y sin querer esperar a que lo hicieran, algo que supuso correctamente que no harían. Iba acompañado de Arissa, mini-falda negra pegada a los muslos, top negro recortado hasta los pechos, botas negras que le subían por las piernas hasta las rodillas, tacones tan altos y finos que podrían considerarse armas letales. Era la compañera perfecta para la aventura de esta noche, y su aparición al lado del Cuchilla cosechó el resultado deseado cuando le dijo que le acompañara.
Ness dio un paso adelante.
– ¿Qué quieres, tío? Ya te lo dije. No voy a aceptar nada más de lo que tienes que ofrecerme, en especial si significa acabar pareciéndome a esta zorra de aquí.
– Pues te gustó bastante la última vez. ¿No, guarra? -le preguntó.
– Me parece que tampoco ibas a enterarte.
Al oír este intercambio, Arissa hizo un ruido que podría haberse interpretado como una risa. El Cuchilla le lanzó una mirada y ella se quedó blanca.
– Vamos, cariño -le dijo Arissa-. No necesitamos cabrearnos con esto. -Le pasó la mano por el brazo para llegar a sus dedos.
Él la apartó.
– Joder, Arissa. Aquí hay asuntos que solucionar.
– Tus asuntos conmigo se han terminado -le dijo Ness-. Se acabó.
– Tú no dices cuándo se acaban las cosas, puta.
– Vaya, ¿es que no te había pasado nunca? ¿Nadie más ha tenido los huevos de dejarte?
– Nadie ha sido tan estúpida. Soy yo quien dice…
– Estoy cagada de miedo, tío. ¿Y qué quieres trayendo a esta puta a mi casa? ¿Es que tengo que hacerle una demostración para que sepa darte lo que quieres?
– Tú no sabes nada de lo que quiero.
Kendra se puso en medio de los dos. La puerta seguía abierta.
Arissa había entrado en la casa y Kendra lo señaló. Dijo:
– No sé qué está pasando entre vosotros dos y no quiero oírlo ahora. Estáis en mi casa -esto se lo dijo al Cuchilla y a su acompañante-, y os digo que os marchéis. No os lo pido. Os lo digo. Volved a la… -Dudó e hizo una corrección prudente, ya que le pareció que «cloaca de la que habéis salido» era una expresión que empeoraría la situación-. Volved al lugar de donde habéis salido.
– La mejor idea que he oído en semanas. -Ness tal vez habría dejado que las cosas acabaran así, en realidad, lo habría hecho si el Cuchilla no hubiera ido acompañado de Arissa y todo lo que representaba esa chica. No podía dejarle marchar sin decir la última palabra. Con una sonrisa que expresaba una profunda animadversión y una falta de sinceridad que era más que evidente para los demás presentes en la sala, dijo-: Además, ahora tú y la drogata esta podéis iros a echar un polvo. Incluso puedes llevarla a ese local de lujo que tienes en Kilburn Lane y hacerlo entre las cucarachas, seguro que le gusta. Porque entonces no tendrá que fijarse en que lo único que sabes hacer para satisfacer a una mujer es meterla y sacarla, capullo. Como he…
El Cuchilla salió disparado hacia ella. Agarró a Ness de la mandíbula. Le cogió la cabeza y le clavó los dedos en la piel. Antes de que nadie más pudiera moverse, conectó el otro puño contra su sien. La fuerza del golpe hizo que Ness se tambaleara. La fuerza de la caída la dejó sin respiración.
Toby gritó, Joel lo apartó.
– Oh -suspiró Arissa, y el placer asomó a sus facciones.
Kendra se movió. En un momento pasó junto a Joel y Toby y entró en la cocina para llegar a los fogones. Guardaba los cacharros dentro del horno y cogió una sartén como arma. Cruzó la habitación a toda prisa hacia el Cuchilla.
– Lárgate de aquí, mamonazo -dijo-. Si no sales por esa puerta dentro de cinco segundos, voy a aporrearte la cabeza con esta sartén. Y tú -le dijo a Arissa, que sonreía como una estúpida ante la escena-, si esto es lo mejor que puedes hacer por un hombre, eres más que patética.
– Achanta la boca -le dijo el Cuchilla a Kendra. Apartó a Ness a un lado de una patada. Miró a Kendra-. Vamos, venga. ¿Quieres fastidiarme, zorra? Inténtalo. Vamos, anda. No voy a irme a ningún sitio, así que será mejor que vengas a por mí.
– Me das tanto miedo como una cagada en un pañuelo -le dijo Kendra-. Llevo tratando con tipos como tú desde que ibas en pañales. Lárgate de aquí. Ya. O probarás de tu propia medicina con alguien que probablemente va a servir tu pequeña polla en el desayuno de mañana. ¿Me comprendes, chaval?
El hecho de que el Cuchilla comprendiera a Kendra a la perfección quedó demostrado al momento. Del bolsillo, sacó la navaja automática a la que debía su apodo desde hacía tiempo. La luz se reflejó en ella cuando la abrió.
– Tu lengua irá primero -le dijo a Kendra, y se abalanzó sobre ella.
Kendra le arrojó la sartén a la cabeza. Le golpeó con fuerza justo encima del ojo y le hizo un corte en la piel. Arissa gritó. Toby gimió. El Cuchilla fue a por Kendra, que ahora no tenía ningún arma.
Ness agarró al Cuchilla de la pierna mientras Joel salía disparado hacia la cocina, donde se acurrucó en la puerta con Toby.
– ¡Coge algo, Joel! -le gritó Ness, y hundió los dientes en la pantorrilla del Cuchilla. Él le dio un golpe y la navaja se hundió en el pelo rizado de la chica. Ness gritó. Kendra saltó a la espalda del Cuchilla.
Joel se movió alrededor de los cuerpos que luchaban entre sí, desesperado por intentar coger la única arma que veía: la sartén, que había ido a parar debajo de una silla. Mientras tanto, Kendra se agarró al brazo del Cuchilla que tenía la navaja para evitar que volviera a atacar a Ness. Joel alargó la mano hacia la sartén, pero Arissa le impidió cogerla. Lo empujó. Joel cayó al suelo. Se encontró a unos centímetros de la pierna izquierda del Cuchilla, así que hizo lo mismo que había hecho su hermana y mordió con fuerza. Ness estaba gritando, de dolor y de miedo, la sangre del cuero cabelludo le goteaba sobre la cara. Arissa chillaba y Toby lloraba. El Cuchilla gruñó mientras intentaba quitarse de encima a Kendra. Todo daba vueltas en la habitación, como el agua jabonosa en una lavadora.
Pero, de repente, una voz -fuerte y acalorada- que entraba por la puerta anunció otra presencia.
– ¡Qué diablos está…! -gritó alguien, y apareció Dix, Dix que era mucho más fuerte que el Cuchilla, Dix que era más alto que el Cuchilla, Dix que vio que Kendra tenía problemas y que Ness estaba sangrando, y que vio a Toby sollozando y a Joel haciendo todo lo que podía, que era insuficiente, para protegerlos a todos.
Tiró la bolsa de deporte al suelo. Apartó a Arissa a un lado y lanzó un solo puñetazo. La cabeza del Cuchilla rebotó hacia atrás como un diente de león y la refriega acabó al instante. El Cuchilla cayó de espaldas, Kendra voló de su espalda y los dos aterrizaron en el suelo con Ness y Joel. La preciada navaja del Cuchilla cruzó el recibidor y acabó en la cocina. Se deslizó hasta pararse debajo de los fogones.
Dix aupó al Cuchilla y gritó:
– Ken, ¿estás bien? ¿Ken? ¡Ken!
Kendra movió la mano en respuesta y se arrastró hasta Ness.
– Fumo demasiado, joder -dijo tosiendo, y luego a Ness-: ¿Estás bien, Ness? ¿Qué tal ese corte?
– ¿Quieres que llame a la Poli? -le preguntó Dix, agarrando todavía con firmeza al Cuchilla que, como Ness, sangraba copiosamente.
– No vale la pena -respondió Ness, que se acurrucó en una bola mientras Kendra la cubría con su cuerpo-. No vale ni una meada de perro.
– Eres una puta de mierda, Ness.
– Lo fui cuando follaba contigo. Para lo que me sirvió, tendría que haberte cobrado.
El Cuchilla intentó ir a por ella otra vez, pero Dix lo sujetaba con tanta fuerza que no pudo zafarse. Se revolvió. Dix le dijo al oído:
– Si no te tranquilizas, te dejaré la chaqueta hecha un cromo, colega.
Llevó al hombre hacia la puerta. Cuando lo tuvo lo suficientemente cerca, lo lanzó a los escalones. El Cuchilla se desequilibró, cayó y aterrizó sobre una rodilla en el sendero de hormigón de la calle. Arissa salió corriendo a su lado para ayudarle a levantarse. Él la apartó. Durante la pelea, había perdido la boina roja, y la luz de dentro de la casa de Kendra brillaba en su calva. Algunos vecinos, al oír la riña, habían salido afuera. Desaparecieron entre las sombras rápidamente cuando vieron quién estaba implicado en la pelea.
– Tendré lo que debo tener, ¿comprendes? -dijo el Cuchilla, respirando con dificultad. Y luego más alto-: ¿Te enteras, Ness? Quiero ese móvil.
Dentro, Ness se levantó tambaleándose. Fue a la cocina, donde había colgado su bolso en el respaldo de una silla. Sacó el móvil y, en la puerta, se lo lanzó al Cuchilla con toda la fuerza de que fue capaz.
– Dáselo a ella -gritó-. Quizá te dé otro hijo. Luego la dejarás tirada como una mierda y pasarás a la siguiente. ¿Ya sabe que la cosa funciona así? ¿Se lo has dicho? Dale por detrás, pero no es suficiente; nada puede hacerte grande por fuera cuando tu interior es tan pequeño.
Dicho esto, cerró de un portazo y se dejó caer contra la puerta, sollozando y golpeándose la cara con los puños. Toby salió disparado hacia la cocina, donde se escondió debajo de la mesa. Joel se levantó, mudo e impotente. Dix fue hacia Kendra, pero Kendra fue hacia Ness.
– Ness, Ness, ¿qué te pasó, cielo? -preguntó, pero la respuesta era demasiado aterradora.
– No pude. -Eso fue todo lo que dijo Ness, y siguió sollozando y golpeándose la cara-. Ella pudo y yo no.