Joel prácticamente se abalanzó sobre las puertas del centro de aprendizaje. Le costaba respirar, pero se las arregló para irrumpir en la recepción y decir jadeando:
– Tobe… Lo siento.
Pero sólo encontró la mirada de los únicos ocupantes de la sala, que eran una madre joven que daba el pecho a su bebé y de un niño pequeño que estaba a su lado con un muñeco en la boca.
Aun así, Joel buscó a Toby, como si pudiera estar escondido debajo de uno de los sofás de vinilo o detrás de las dos aspidistras de plástico. A continuación fue a buscar a Luce Chinaka y la encontró en su despacho.
– ¿No te está esperando, Joel? -le dijo la mujer mientras consultaba su reloj de muñeca. Entonces dijo-: Vaya, pero ¿no tendrías que haber llegado a las…? -Pero su voz se apagó, gracias a Dios, cuando vio la cara de pánico de Joel. Se levantó y le dijo con amabilidad-: Echemos un vistazo por el centro.
Pero no había rastro de Toby por ningún lado: ni sentado a las mesas pequeñitas donde había juegos desplegados, ni frente a uno de los teclados de la sala de ordenadores, ni trabajando en uno de los cuartos más pequeños con un profesor a su lado, ni entre los juegos ni las manualidades. Todo aquello condujo a la última conclusión a la que Joel quería llegar: por algún motivo, Toby se había escabullido por una grieta del sistema y había salido solo a la calle.
– Ven conmigo. Vamos a llamar… -dijo Luce Chinaka cuando Joel salió corriendo del centro.
Tenía la boca seca. No podía pensar con claridad. De hecho, ni siquiera recordaba el camino que cogía normalmente cuando llevaba a Toby a casa. Como, de todos modos, rara vez utilizaba el mismo camino -veía a algún desconocido calle arriba y, de repente, cambiaba el rumbo sin decirle a Toby por qué- casi todas las direcciones que al final llevaran a Edenham Way eran posibles.
Miró la acera arriba y abajo, esperando contra toda esperanza razonable alcanzar a ver a Toby. Pero no había ninguna forma familiar a la vista, caminando de puntillas y arrastrando el cable de su lámpara de lava, y Joel se vio atormentado por la indecisión. Al final, reaccionó al pensar en Kendra. La tienda benéfica estaba justo en Harrow Road.
Joel se puso en marcha con decisión. Caminó deprisa, mirando en cada establecimiento de la ruta. En el local de apuestas William Hill, incluso se paró a preguntar a Bob, el Borracho, si, por algún motivo, Toby había entrado allí, pero lo único que respondió Bob, el Borracho, fue su habitual: «¡Oy! ¡Oy!», y agitó los brazos de su silla de ruedas como si quisiera decirle algo más.
Cuando Joel entró en la tienda benéfica, Kendra estaba ayudando a una señora china. Alzó la vista automáticamente cuando sonó el timbre y, al ver a Joel, miró a cada lado buscando a Toby. Luego echó un vistazo a un viejo reloj que había sobre un expositor de zapatos gastados y dijo:
– ¿Dónde está tu hermano?
La pregunta dijo a Joel todo lo que quería saber. Se dio la vuelta y se marchó, con el grito de su tía «¡Joel! ¿Qué ocurre?» siguiéndole.
Delante del centro de aprendizaje una vez más, Joel se mordió la piel de la uña e intentó pensar con claridad. Dudaba de que su hermano hubiera cruzado la calle y se hubiera dirigido hacia West Kilburn, ya que nunca le había llevado allí. Así que las opciones se reducían a ir directamente hacia Great Western Road y adentrarse en una de las calles que salían de allí o ir hacia la izquierda en dirección a Kensal Town.
Joel escogió ir hacia la derecha e intentó pensar como lo haría su hermano. Decidió que era probable que Toby siguiera la acera y doblara la esquina sin rumbo fijo cuando ésta girara hacia una calle secundaria. Así que él haría lo mismo y, con suerte, descubriría que algo había distraído a Toby por el camino y que tal vez se habría quedado mirándolo meditabundo con la cabeza en otra parte. O, si no, que se había cansado y sentado a esperar a que alguien lo encontrara. O, lo que incluso sería más probable, que le hubiera entrado hambre y hubiera ido a una de las tiendas de chucherías o kioscos donde vendían chocolatinas.
Teniendo presente todo esto e intentando no pensar en nada más -sin duda en nada siniestro-, Joel giró a la derecha en la primera calle que encontró. Vio que se alzaba una hilera de casas adosadas, todas ellas hechas de ladrillo londinense idéntico. Había coches aparcados muy juntos en toda la calle y alguna que otra bicicleta atada a una barandilla o a una farola, a menudo sin una de las ruedas. A medio camino, la calle describía una curva hacia la izquierda; allí fue donde Joel vio a alguien que se bajaba de una furgoneta. Era un hombre vestido con un mono azul marino que probablemente volvía a casa después del trabajo, pero en lugar de entrar en una de las casas cercanas, se quedó mirando tras la curva a un punto que Joel no alcanzaba a ver. Gritó algo y luego se metió la mano en el bolsillo, sacó un teléfono móvil y marcó unos números. Esperó, habló y luego volvió a gritar hacia la calle.
Joel observó todo aquello mientras avanzaba a toda prisa. Cuando llegó a la furgoneta, el hombre ya había entrado en una de las casas. Sin embargo, aquello a lo que había gritado seguía ahí fuera, Joel lo asimiló y supo qué estaba viendo: unas diez o doce casas más allá, un grupo de chicos cercaba como una jauría a una figura bastante pequeña acurrucada en la acera contra el muro de una propiedad, como un erizo que protege sus partes vitales.
– ¡Eres un cabrón, Wyatt! -gritó Joel mientras arrancaba a correr-. ¡Déjale en paz!
Pero Neal Wyatt no tenía ninguna intención de dejar en paz a Toby, puesto que estaba decidido a mantener ciertas promesas. Esta vez tenía a toda su pandilla de secuaces para echarle una mano, y cuando Joel llegó a donde estaban Neal ya había hecho lo peor: Toby estaba llorando, se había meado encima y su preciada lámpara de lava yacía hecha añicos en la acera, todo plástico, cristales y líquido, con el cable como una serpiente salpicada entre los restos.
Joel empezó a verlo todo rojo, luego negro, luego claro. Eligió la más insensata de las alternativas que se le abrieron y se abalanzó sobre Neal Wyatt. Pero no consiguió darle más que un golpe, que en cualquier caso apenas le alcanzó, cuando uno de los chicos de la pandilla de Neal lo agarró por los brazos y le asestó un puñetazo en el estómago.
– ¡Ese cabrón es mío! -gritó el propio Neal y, después de eso, todo sucedió deprisa.
Joel notó una avalancha de golpes. Probó la sangre cuando se le partió el labio. Se quedó sin respiración con un «uff» mientras caía al suelo. Allí, sus costillas recibieron el impacto de botas robustas y deportivas.
– ¡Mierda! ¡Hay que abrirse! -gritó alguien al final, y los chicos comenzaron a correr en todas direcciones.
Neal fue el último en marcharse. Se tomó un momento para inclinarse sobre Joel, agarrarle el pelo con una mano y decirle a la cara con el aliento fétido de alguien a quien se le están picando los dientes:
– La próxima vez será su brazo, capullo. -Entonces él también desapareció. Lo sustituyó lo que los chicos habían visto, al parecer, patrullando desde Harrow Road.
El coche de Policía se detuvo, y un agente se bajó mientras su compañero permanecía en el vehículo con el motor en marcha. Desde donde estaba tumbado en la acera, Joel vio los zapatos lustrados del policía acercándose.
– ¿Algún problema? -quiso saber-. ¿Qué ha pasado? ¿Vives por aquí? ¿Herido? ¿Arma blanca? ¿Arma de fuego? ¿Qué?
La radio del coche graznó. Joel alzó la vista de los zapatos que había seguido mirando y vio el rostro impasible observándolo, un hombre blanco cuyos labios se torcían en un gesto de desagrado mientras sus ojos azules opacos se movían de Joel a Toby y asimilaban la orina que se había extendido formando una mancha cada vez mayor en los pantalones del niño. Toby tenía los ojos cerrados tan fuerte que su cara no era más que una masa de arrugas.
Joel alargó la mano hacia su hermano.
– No pasa nada, colega -le dijo-. Vámonos a casa. ¿Estás bien, Tobe? Eh. Mira. Se han ido. Ha venido la Policía. ¿Estas bien, Tobe?
– Bernard, ¿cuál es el informe? -gritó el conductor del coche patrulla.
Bernard dijo que era lo de siempre, que qué demonios esperaban, que esta gente iba a acabar matándose entre sí y cuanto antes mejor.
– ¿Quieren que los llevemos? Súbelos al coche. Podemos acompañarlos a casa.
«Joder, no», dijo Bernard. Uno se ha había meado encima y ni de coña ese olor iba a impregnar su coche.
El conductor soltó una palabrota. Puso con tanta brusquedad el freno de mano del vehículo que sonó como si arrastraran unas cadenas por el cemento. Se bajó del coche y se reunió con Bernard en la acera, donde miró a Joel y a Toby. Para entonces, Joel ya había conseguido arrodillarse e intentaba liberar al pequeño de su enroscamiento protector.
– Vete al coche -dijo el conductor.
Joel tardó un momento en darse cuenta de que no le hablaba a él ni a su hermano, sino a su compañero.
– Compruébalo tú mismo, te encanta todo esto -contestó Bernard mientras obedecía.
Entonces el conductor se puso en cuclillas al lado de Joel.
– Déjame verte la cara, hijo. ¿Quieres contarme quién te ha hecho esto? -le preguntó.
Ambos sabían lo que significaba delatar a alguien en la vida de un chico, así que ambos sabían que Joel no señalaría a nadie.
– No lo sé -dijo-. Sólo los he encontrado acosando a mi hermano.
– ¿Sabes quiénes eran? -le preguntó el policía a Toby.
Pero Joel sabía que no le sacaría nada. Su hermano estaba rendido. Joel sólo necesitaba llevarle a casa.
– Estamos bien -dijo-. Toby tampoco los conoce. Sólo eran unos chicos a los que no les gusta nuestro aspecto, eso es todo.
– Metámoslo en el coche, pues. Os llevaremos a casa.
Era lo último que quería Joel: llamar la atención sobre ellos llegando a Edenham Way en un coche de Policía.
– Estaremos bien -dijo-. Sólo tenemos que ir hasta Elkstone Road. -Se puso de pie y levantó a Toby.
El niño dejó caer la cabeza hacia delante sobre su pecho como una muñeca de trapo.
– La han roto -dijo llorando-. La han cogido y se ha caído y le han dado patadas de un lado para otro.
– ¡De qué habla? -preguntó el policía.
– De algo que llevaba a casa. -Joel señaló los restos de la lámpara de lava. Le dijo a Toby-: No pasa nada, colega. Ya compraremos otra. -Aunque la verdad era que no tenía ni idea de cómo, dónde o cuándo sería capaz de conseguir dieciséis libras más para sustituir lo que había perdido su hermano. Dio una patada a los restos de la lámpara de lava hacia la calzada y los echó en la alcantarilla.
Dentro del coche patrulla, la radio graznó otra vez. Bernard habló por ella y luego le dijo a su compañero:
– Hugh, nos llaman.
– Id a casa si no queréis que os llevemos -le dijo Hugh a Joel-. Toma, ponte esto en la boca. -Le dio su pañuelo, que presionó contra el labio de Joel hasta que el propio Joel lo cogió correctamente-. Vamos, hijo. Esperaremos a que lleguéis al final de la calle -dijo, y regresó al coche y se subió.
Joel cogió a Toby de la mano y empezó a tirar de él en dirección a Great Western Road, que era donde terminaba la calle por la que caminaban. Fiel a su palabra, Hugh condujo el coche patrulla muy despacio detrás de ellos y sólo los dejó cuando llegaron a la esquina y se dirigieron hacia el puente del canal Gran Union. Entonces, volvieron a estar solos, bajaron las escaleras y cruzaron Meanwhile Gardens.
Joel instó a Toby a caminar tan deprisa como pudiera, que no fue tan deprisa como le habría gustado. Toby parloteaba sobre la destrucción de su lámpara de lava, pero Joel tenía preocupaciones mucho más importantes. Sabía que Neal Wyatt esperaría a que llegara el momento propicio para cumplir su amenaza. Pensaba ir a por Toby, y no descansaría hasta que se encargara de Joel ocupándose de su hermano pequeño.
Esta vez a Joel le resultó imposible fingir que se había caído de un monopatín. Aunque su tía no hubiera sabido que andaba buscando a Toby, aunque, por consiguiente, quizás habría podido convencerla de que habían estado todo el rato en Meanwhile Gardens, la cara de Joel y los moratones que tenía por todo el cuerpo no hablaban de un simple porrazo. Si bien Joel logró tener a Toby aseado antes de que Kendra regresara de la tienda benéfica, no pudo hacer demasiado para mejorar su aspecto. Se lavó la sangre, pero los cortes de la cara seguían estando ahí y tenía el ojo derecho hinchado, y pronto se le pondría negro. Luego estaba todo aquello de la lámpara de lava, en esto Toby parecía inconsolable, así que cuando Kendra entró, no tardó nada en saber la verdad.
Los llevó rápidamente a ambos a urgencias. Toby no necesitaba que lo atendieran, pero ella insistió en que lo examinaran también, aunque Joel era quien le preocupaba de verdad. Le enfurecía que les hubiera ocurrido esto a sus sobrinos y se empecinó en saber quién los había agredido.
Toby no sabía cómo se llamaban, y Joel no iba a decirle cómo se llamaban. Sin embargo, Kendra se dio cuenta de que Joel los conocía y el hecho de que no lo dijera todavía le enfureció más. La conclusión a la que llegó fue que se trataba de los mismos gamberros que habían perseguido a Joel el día que su sobrino irrumpió en la tienda benéfica y salió corriendo al callejón por la puerta trasera. Había oído que uno de los chicos llamaba «Neal» al que obviamente era el líder. No sería tarea difícil, decidió, preguntar por el barrio, averiguar su apellido y escarmentarle.
El único problema que tenía este plan era la parte de escarmentar al chico. Kendra lo recordaba y parecía una criatura odiosa. Una charla no iba a causar ningún efecto en él. Era el tipo de vándalo que sólo comprendía la amenaza del daño físico.
Aquello requería a Dix. Kendra sabía que no tenía alternativa. Tendría que humillarse y apelar a su buen carácter para pedirle ayuda, pero estuvo dispuesta a hacerlo en cuanto vio que a Toby le daba miedo salir de casa y que Joel miraba a su alrededor todo el tiempo, como un millonario paseando por Peckham.
La cuestión era dónde abordar a Dix, para que no malinterpretara su acercamiento. No podía ir al Falcon, donde, supuso correctamente, había vuelto a residir con los otros dos culturistas. No podía llamarle y pedirle que fuera a Edenham Estate, por si pensaba que quería que volviera a instalarse. Un encuentro casual en la calle parecía lo mejor, pero no podía confiar en ello. Así que parecía que sólo quedaba el gimnasio donde iba a hacer pesas.
Conque fue allí, en cuanto se vio capaz. Se dirigió a Caird Street, donde el Jubilee Sports Centre se extendía a lo largo de una estructura de ladrillo baja justo al sur de Mozart Estate. Corría el riesgo de no encontrar a Dix, pero como era más o menos la hora del almuerzo y como dedicaba seis horas a entrenar todos los días, le pareció razonable concluir que estaría haciendo pesas.
Así fue. Con una camiseta blanca y pantalones cortos azul marino, estaba tumbado en un banco levantando lo que a Kendra le pareció una cantidad de peso increíble. Le observaba un compañero culturista que se ejercitaba de manera informal hablando sobre repeticiones bajas frente a sencillas con otro culturista que estaba de pie bebiendo agua de una botella.
Aquellos dos hombres vieron a Kendra antes que Dix. Aparte del hecho de que era una mujer adentrándose en un mundo mayoritariamente masculino, su falda de tubo, su camisa color marfil y los tacones no eran la indumentaria adecuada para aquel lugar. Además, no tenía el aspecto de una culturista femenina ni de que quisiera convertirse en una. Los compañeros de Dix dejaron de hablar cuando se hizo evidente que se acercaba a ellos.
Kendra esperó a que Dix completara sus repeticiones y a que su observador colocara la barra en su sitio.
– ¿Es para ti, tío? -preguntó el hombre, lo que desvió su atención hacia Kendra.
Dix cogió una toalla blanca y la utilizó mientras se levantaba del banco.
Estaban frente a frente. Kendra tendría que haber estado ciega para no ver que Dix tenía buen aspecto. Tendría que haber sido insensible para no sentir la misma excitación que sentía cuando estaban juntos. Aún más, tendría que haber estado loca para no recordar cómo estaban juntos cuando estaban juntos. Todo aquello provocó que dudara antes de hablar.
Así que fue él quien habló primero.
– Ken. tienes buen aspecto. ¿Cómo estás? -le dijo.
– ¿Podemos hablar? -dijo ella.
Dix miró a los otros dos hombres. Uno se encogió de hombros y el otro hizo un gesto con la mano como diciendo: «Como quieras».
– O luego, si estás ocupado -añadió Kendra a toda prisa.
Era evidente que estaba ocupado, pero dijo:
– No pasa nada. Tranquila. -Se acercó a ella-. ¿Qué tal? -le preguntó-. ¿Los niños están bien?
– ¿Podemos ir…? No irnos de aquí ni nada, pero ¿hay algún lugar…? -Se sentía cohibida con él, como si hubiera comenzado con el pie izquierdo. Se debía al motivo de su visita; sin embargo, deseó sentir que controlaba mejor la situación.
Dix señaló con la cabeza la puerta por la que había entrado, donde una máquina expendedora vendía botellas de agua y bebidas energéticas. Había cuatro mesas pequeñas con sillas alineadas contra una ventana en frente de la máquina. Fue allí adonde la llevó Dix.
Kendra miró la máquina. Estaba muerta de sed. Hacía calor y los nervios estaban secándole la boca. Abrió el bolso y sacó unas cuantas monedas.
– Puedo comprar… -dijo Dix.
Kendra utilizó la palabra que antes había empleado él.
– Tranquilo. Imagino que no llevarás dinero en esos pantalones -dijo, y entonces volvió a acalorarse porque le pareció que lo que había dicho estaba lleno de connotaciones.
Dix eligió no hacerles caso.
– No te equivocas -dijo.
– ¿Quieres algo?
Contestó que no con la cabeza. Esperó a que sacara el agua y se sentaron uno frente a otro.
– Tienes buen aspecto, Ken -repitió.
– Gracias. Tú también. Pero no me sorprende.
Dix pareció confuso al oír aquello. Se sentía juzgado, su comentario le hizo pensar en obsesión y en todo lo que había estropeado su relación.
Kendra se dio cuenta y se apresuró a añadir:
– Quiero decir que siempre entrenas mucho. Así que no me sorprende que tengas buen aspecto. ¿Tienes alguna competición más?
Dix pensó en la pregunta antes de decir:
– No has venido por eso, ¿verdad?
Kendra tragó saliva.
– Verdad.
En realidad no tenía ni idea de cómo formularle su petición, así que se lanzó sin comentarios introductorios. Le contó lo que les había ocurrido a Joel y Toby -también había atado cabos con la «caída» anterior en la pista de patinaje-, y en cuanto acabó con urgencias y la negativa de Joel a dar el nombre de su torturador, ella misma lo había identificado y le pedía a Dix que la ayudara.
– Un niño mestizo horrible con la cara medio congelada. Se llama Neal. Pregunta por ahí, tendrías que encontrarlo sin demasiados problemas. Va con su banda por Harrow Road. Lo único que te pido es que tengas unas palabras con él, Dix. Unas palabras serias. Deja que vea que Joel y Toby tienen un amigo que está dispuesto a protegerles si les hacen daño.
Dix no contestó. Cogió la botella de agua de la que Kendra había bebido y dio un sorbo. Después, siguió agarrándola, haciéndola rodar entre las palmas.
– Estos chicos… Al parecer llevan un tiempo metiéndose con Joel, pero no sabían nada de Toby hasta hace poco -afirmó Kendra-, Joel tiene miedo de que vayan a por él, a por Toby, me refiero…
– ¿Te lo ha dicho él?
– No. Pero lo veo. Titubea. Le…, le da instrucciones a su hermano: «Quédate dentro del centro de aprendizaje y no salgas a las escaleras»; «No vayas andando a la tienda benéfica»; «No vayas a la pista de patinaje si no estoy contigo». Cosas así. Sé por qué lo dice. Yo misma hablaría con esos chicos…
– No puedes hacerlo.
– Ya lo sé. No les importaría que una mujer…
– No es eso, Ken.
– … fuera quien les metiera en cintura. Pero si fuera un hombre, un hombre como tú, alguien que vieran que se enfrentaría a ellos si tuviera que hacerlo y que les pagaría con la misma moneda que dan ellos a esos niños indefensos, entonces dejarían a Joel y Toby en paz.
Dix miró la botella en sus manos y mantuvo la vista fija en ella mientras contestaba.
– Ken, si me encargo de esto por los chicos, las cosas empeorarán. Joel y Toby acabarán teniendo más problemas que nunca. Tú no quieres eso y yo tampoco. Ya sabes cómo funcionan las cosas en la calle.
– Sí, lo sé -dijo Kendra de manera cortante-. La gente muere, así es como funcionan las cosas en la calle.
Dix se estremeció.
– No siempre -dijo-. Y no estamos hablando de una red de narcotraficantes, Ken. Estamos hablando de un grupo de chicos.
– Un grupo de chicos que va a por Toby. Toby. Tendrías que verlo, lo asustado que está. Tiene pesadillas, y de día no está mejor.
– Se le pasará. Un chico como este Neal es todo pose. Sus credenciales en la calle no van a aumentar si le hace daño a un niño de ocho años. Ya verás que lo que está haciendo ahora -con las amenazas y todo eso- es el límite de lo que va a hacer, y lo hace para poneros nerviosos.
– Pues lo está consiguiendo, maldita sea.
– No tiene que ser así. Es un picha floja. Si habla de que va a encargarse de Toby, sólo es eso, palabrería y nada más.
Kendra apartó la mirada al percatarse de cuál iba a ser el resultado de aquella conversación.
– No estás dispuesto a ayudarme.
– Yo no he dicho eso.
– Entonces, ¿qué?
– Los chicos tienen que aprender a sobrevivir en el barrio. Tienen que aprender a arreglárselas o huir.
– Lo que dices… No difiere mucho de decirme que no vas a ayudarme.
– Ya te estoy ayudando. Te estoy diciendo cómo son las cosas y cómo tienen que ser. -Bebió otro sorbo de agua y le devolvió la botella. Su voz no era cruel-. Ken, tienes que pensar… -Se mordió un momento la parte interna del labio. La examinó hasta que ella se movió incómoda bajo su mirada. Al final suspiró y dijo-: Tal vez tengas más de lo que puedes manejar. ¿Lo has pensado alguna vez?
A Kendra se le tensó la columna.
– ¿Así que tendría que quitármelos de encima? -dijo-. ¿Es lo que estás diciendo? ¿Que tendría que llamar a la señorita Fabulosa Bender y decirle que venga a buscarlos?
– No me refería a eso.
– ¿Y cómo se supone que tengo que vivir con ello después? ¿Diciéndome quizá que así estarán a salvo? ¿Lejos de este lugar y de todos sus problemas?
– Ken. Ken. Me he expresado mal.
– Pues ¿qué?
– Sólo quería decir que tal vez tengas más de lo que puedes manejar tú sola.
– ¿Como qué?
– ¿Por qué me preguntas eso? ¿Qué quieres decir con «como qué»? Ya sabes de qué hablo. De Toby y de lo que sea que le ocurre y que nadie quiere comentar. De Ness y…
– A Ness le va bien.
– ¿Bien? Se me insinuó, Ken. En más de una ocasión mientras vivía contigo. La última vez se presentó sin ropa, y te digo que algo le ocurre.
– Está obsesionada con el sexo, como las tres cuartas partes de las chicas de su edad.
– Sí, claro. Eso lo entiendo. Pero sabía que yo era tu hombre, y eso es distinto, o al menos debería serlo. Pero a Ness no le importa nada y tienes que ver que eso demuestra que algo le ocurre.
Kendra era incapaz de abordar los problemas con Ness, mientras que seguir con el asunto de Joel, Toby y los gamberros de la calle parecía darle la razón moralmente.
– Si no quieres ayudarme, dilo -le dijo-. No lo conviertas en un juicio contra mí, ¿de acuerdo?
– No estoy juzgando…
Kendra se levantó.
– Maldita sea, Kendra. Estoy dispuesto a hacer que no tengas que encargarte tú sola de esta mierda. Esos niños tienen necesidades, y tú no tienes que ser la única que intente satisfacerlas.
– A mí me parece que yo soy la única aquí que satisface necesidades -dijo.
Se dirigió hacia la puerta y lo dejó sentado a la mesa con su botella de agua.
Cuando llegó el trimestre de otoño, Joel supo que esquivar un roce con Neal y su pandilla no iba a ser suficiente, en especial desde que aquellos chicos sabían dónde encontrarle exactamente. Intentó variar la ruta que él y Toby tomaban para ir a la escuela Middle Row por la mañana, pero era imposible variar el hecho de tener que ir a la escuela Middle Row o al colegio Holland Park. Sabía que aún tenía que solucionar el problema de Neal Wyatt, no sólo por él mismo, sino por Toby.
Pensando en su protección, se acordó de la navaja.
En el largo periodo que había transcurrido desde la visita del Cuchilla a Edenham Way, todo el mundo, excepto Joel, se había olvidado de la navaja automática que había salido volando durante la refriega. Habían sucedido demasiadas cosas a la vez para que la familia se acordara de ella: la histeria de Toby, la sangre en la cabeza de Ness, el Cuchilla expulsado de una patada en el culo, Kendra ocupándose de la herida de Ness… En medio de todo esto, la navaja automática había seguido el camino de los malos sueños.
Ni siquiera Joel se acordó al principio de la navaja. Fue al rescatar un cubierto de debajo de los fogones, donde había ido a parar después de que se le cayera y le diera una patada mientras ponía la mesa, cuando vio un resplandor plateado contra la pared. Al instante, supo lo que era. No dijo nada al respecto, pero cuando no había moros en la costa, regresó y, utilizando una cuchara de madera larga, la recuperó. Cuando la tuvo en las manos, vio una línea delgada de sangre de su hermana en la hoja. Así que la lavó con cuidado y cuando estuvo seca, la colocó debajo de su colchón -justo en el centro-, donde era improbable que alguien la encontrara.
No tenía pensado utilizarla para nada hasta que escuchó a su tía contarle a Cordie su visita a Dix, muy ofendida y utilizando un lenguaje en consonancia.
– El tío me dijo que se ocuparan ellos de sus asuntos, joder -estaba diciendo, en voz baja, pero el silbido era inconfundible-. Como si tuviera que esperar a que les peguen una paliza o acaben en el hospital con la cabeza partida.
Joel entendió que aquello significaba que él y Toby estaban solos. Él también se había planteado acudir a Dix para pedirle ayuda -a pesar de saber que era una imprudencia-, pero al escuchar a Kendra e interpretar correctamente sus palabras, se dio cuenta de que necesitaba un plan distinto.
Así que el plan era la navaja. La cogió de debajo del colchón y la guardó en la mochila del cole. Se metería en un buen lío si le pillaban en la escuela con ella, pero no pensaba ir enseñándola por ahí como alguien que necesita impresionar a sus compañeros de clase. Sólo pensaba sacarla en caso de emergencia, y se trataría de una emergencia llamada Neal Wyatt, una en la que Neal necesitara saber qué le esperaba si se volvía a meter con él.
Aquello dejaba a Joel con el problema de qué hacer por Toby. Tenía pensado no quitarle el ojo de encima a su hermano y, en especial, no volver a llegar nunca tarde al centro de aprendizaje Westminster cuando fuera la hora de ir a recogerlo. Tenía pensado dejar a Toby con Ness en el centro infantil -suplicándole y negociando su ayuda si era necesario-, si por alguna circunstancia tenía que dejar a Toby sin supervisión. Pero en el caso de que algo frustrara estos planes cuidadosamente diseñados, también necesitaba diseñar cuidadosamente otro plan para Toby, un plan que se activara de manera automática si Neal Wyatt aparecía en su horizonte y su hermano estaba solo sin querer.
Joel sabía que Toby no sería capaz de recordar algo complicado. También comprendía que, en un momento de miedo, tal vez se quedara totalmente paralizado, se hiciera un ovillo y esperara pasar desapercibido. Así que intentó que el plan sonara como un juego, y el juego consistiría en esconderse como un explorador en la jungla en cuanto viera… ¿qué? ¿Dinosaurios persiguiéndole? ¿Leones preparándose para abalanzarse sobre él? ¿Gorilas? ¿Rinocerontes? ¿Pigmeos con lanzas envenenadas? ¿Caníbales?
Al final, Joel se decidió por cazadores de cabezas, que parecía algo lo bastante truculento como para que Toby se acordara. Hizo una cabeza reducida con un muñeco trol desmembrado e invendible que encontró en la tienda benéfica. Le trenzó el pelo naranja y le dibujó puntos en la cara.
– Esto es lo que hacen, Toby -dijo refiriéndose al muñeco-, y tienes que recordarlo.
Metió la cabeza cortada del trol en la mochila del colegio de su hermano. Ahí fuera había cazadores de cabezas, le dijo, y tenía que encontrar lugares donde esconderse de ellos.
Después del colegio, después del centro de aprendizaje, los fines de semana, siempre que tenía tiempo, Joel recorría las calles con Toby y juntos encontraban refugios útiles. Éstos serían los lugares a los que Toby huiría si veía a alguien acercándose a él. El problema de los cazadores de cabezas, le dijo Joel, era que parecían gente normal. Llevaban disfraces. Como esos chicos que le rompieron la lámpara de lava. ¿Lo entendía? ¿Sí? ¿De verdad?
En Edenham Estate, practicaron salir corriendo hacia la zona de las basuras, donde había espacio suficiente detrás de dos cubos para que Toby se escondiera allí hasta que oyera gritar a Joel que no había moros en la costa. Dependiendo de dónde se encontrara en Meanwhile Gardens, podía escabullirse hacia el estanque y ocultarse entre los juncos o -mejor aún- podía correr hacia la barcaza abandonada debajo del puente del canal y meterse debajo de un montón de maderos putrefactos. En Harrow Road, podía huir hacia la tienda benéfica y esconderse en el cuarto trasero donde su tía guardaba los cestos de ropa que aún no había revisado.
Joel llevó a su hermano a cada lugar una y otra vez.
– Yo soy el cazador de cabezas. ¡Corre! -le decía, y le daba un empujón a Toby en la dirección correcta. Siguió haciéndolo hasta que la mera repetición del ejercicio llevó las piernas de Toby a los escondites correctos.
Durante todo este proceso, Neal Wyatt y su banda guardaron las distancias. No ocasionaron ningún problema ni a Joel ni a Toby, y cuando Joel comenzaba a pensar que, en realidad, habían pasado a torturar a otro, reaparecieron, como tiburones hambrientos que regresan a su zona de alimentación.
Lo que hicieron fue seguirlos. Empezaron un día mientras Joel y Toby iban de camino al centro de aprendizaje. Salieron de un video-club al otro lado de la calle, y cuando Joel los vio, estaba convencido de que saltarían la barandilla, esquivarían el tráfico corriendo como habían hecho anteriormente y les darían caza. Pero en lugar de eso, se mantuvieron a distancia al otro lado de la calle, andando por la acera y haciendo ruidos tenues, como si enviaran una señal a alguien para que saliera de una de las tiendas por las que pasaban Joel y Toby.
Cuando los vio, Toby se agarró a la pernera de Joel y dijo:
– Son los chicos que me rompieron la lámpara de lava. -Parecía asustado, y lo estaba.
Por su parte, Joel conservó la calma como pudo; simplemente le recordó a su hermano lo que habían hablado sobre los exploradores de la jungla y los cazadores de cabezas, y le preguntó:
– ¿Hacia dónde correrías, Tobe, si yo no estuviera aquí?
Toby respondió correctamente: hacia la tienda benéfica, al cuarto trasero, se metería en las cestas y no se pararía a contarle a la tía Ken qué estaba haciendo.
Pero ese día Neal y su pandilla no hicieron nada más aparte de seguirlos y hacer ruiditos. Los días posteriores, simplemente los siguieron e hicieron todo lo que pudieron para poner nerviosas a sus presas. El factor sorpresa estaba muy bien para ciertos tipos de contiendas; sin embargo, en otras, la guerra psicológica funcionaba mejor para debilitar al enemigo.
Eso fue exactamente lo que provocó en Toby. Después de que el grupo silencioso de chicos los siguiera durante cuatro días, Toby se meó encima. Sucedió justo en las escaleras de la escuela Middle Row, donde esperaba obedientemente a su hermano. Cuando Joel dobló la esquina tras bajarse del autobús, vio a Neal y a su panda justo enfrente del colegio, al otro lado de la calle, reunidos en un pub llamado Chilled Eskimo, los ojos clavados en Toby.
Nada en la experiencia de Joel le había preparado para ese nivel de inteligencia por parte de los chicos. Antes veía a este tipo de individuos como de los que aparecen, pegan y huyen. Pero ahora comprendía que Neal era bastante inteligente. Había una razón, por lo tanto, por la que era el líder de la banda.
Joel necesitaba una sabiduría adicional: otra forma de manejar la situación. No podía hablar con Kendra, por si se preocupaba aún más. Ness -que había experimentado un cambio- estaba demasiado implicada en el centro infantil. Recurrir a Dix era del todo impensable, igual que a Carole Campbell. Así que sólo quedaba Ivan Weatherall.
Joel lo abordó a través de unos versos, que le dio la siguiente vez que lo vio.
«Caminando va, sangre y dolor inundan su mente», comenzaba su poema.
Ivan lo leyó durante su sesión de orientación en el colegio Holland Park, donde seguían viéndose como durante el trimestre anterior. Después de leer el poema, Ivan habló unos minutos sobre el lenguaje emotivo y las intenciones artísticas -como si él y Joel estuvieran en «Empuñar palabras y no armas» o en una clase de poesía de las que impartía Ivan en Paddington Arts-, y al cabo de un rato, Joel pensó que iba a hacer caso omiso al tema del poema.
Al final, sin embargo, Ivan dijo:
– Éste es el motivo, osaría decir.
– ¿Qué?
– ¿Por qué no has subido al micrófono en «Empuñar palabras»? ¿Por qué tampoco participas en «Caminar por las palabras»?
– He seguido escribiendo poemas.
– Mmm. Sí. Tanto mejor. -Ivan volvió a leer los versos de Joel antes de decir-: ¿Quién es él exactamente? ¿Hablas de Stanley? Se trata de una descripción bastante acertada de lo que parece ser su estado anímico.
– ¿El Cuchilla? Qué va.
– ¿Entonces…?
Joel se agachó y se volvió a atar el zapato, una acción totalmente innecesaria.
– Neal Wyatt. Ya sabes.
– Ah. Neal. Ese altercado en Meanwhile Gardens.
– Ha habido más. Está metiéndose con Toby. He intentado pensar qué puedo hacer para que pare.
Ivan dejó el poema sobre la mesa. Lo alineó perfectamente con el borde, lo que permitió a Joel advertir por primera vez que el mentor llevaba las manos arregladas, las uñas cortadas y relucientes. En ese momento, se acentuó la mayor diferencia que había entre ellos. Joel vio esas manos como una extensión del mundo en el que vivían, un mundo en el que Ivan Weatherall -pese a todas sus buenas intenciones- nunca había sabido lo que era trabajar como lo había hecho el padre de Joel. Esta ignorancia creaba un abismo no sólo entre ellos, sino entre Ivan y toda la comunidad. Ninguna velada de poesía podría tender un puente sobre ese abismo, ningún curso en Paddington Arts, ninguna visita a la casa de Ivan. Por lo tanto, antes de que el hombre blanco respondiera, Joel supo bien qué le diría.
– Neal ha abandonado su arte, Joel. El piano habría alimentado su alma, pero no tuvo la paciencia suficiente para descubrirlo. Esto es lo que os diferencia. Ahora tú posees un modo más importante de expresarte, pero él no. De modo que lo que hay aquí -se llevó un puño sobre el corazón- se experimenta aquí -dijo, y puso el mismo puño sobre el papel de la mesa-. Esto te proporciona una razón para no ir pegando a los demás. Y nunca tendrás ninguna razón mientras tengas tus versos.
– Pero Toby… -dijo Joel-. Tengo que impedir que se metan con Toby.
– Hacerlo es entrar en el círculo -dijo Ivan-. Lo ves, ¿verdad?
– ¿El qué?
– Impedírselo. ¿Cómo te propones hacerlo?
– Hay que escarmentarlos.
– A la gente siempre hay que «escarmentarla» si uno insiste en pensar de manera cuadriculada.
Círculos. Cuadros. Nada de aquello tenía sentido.
– ¿Qué significa eso? -dijo Joel-. Toby no puede defenderse de esos tipos. La pandilla de Neal está esperando el momento de ir a por él, y si eso ocurre… -Joel cerró con fuerza los ojos. No había más que decir si Ivan no podía imaginar qué le pasaría a Toby si la banda de Neal le ponía las manos encima.
– No quería decir eso -dijo Ivan. Estaban sentados de lado y acercó más su silla a la de Joel y le pasó el brazo alrededor de los hombros. Era la primera vez que tocaba al chico, y Joel recibió el abrazo con sorpresa. Pero parecía un gesto destinado a consolarle e intentó obtener consuelo de él, aunque la verdad era que nada podría aliviarle verdaderamente hasta que se resolviera el problema de Neal Wyatt-. La que parece ser la respuesta siempre es la misma al tratar con alguien como Neal. Escarmentarle, pelearse con él, darle a probar su propia medicina, hacerle a él exactamente lo que te ha hecho a ti. Pero eso perpetúa el problema, Joel. Pensar de manera cuadriculada y hacer siempre lo que se ha hecho sólo te adentra en un círculo vicioso. Él ataca, tú atacas, él ataca, tú atacas. No se resuelve nada; el problema se intensifica hasta alcanzar el punto de no retorno. Y tú ya sabes lo que significa eso. Sé que lo sabes.
– Está decidido a hacer daño a Toby -logró decir Joel, aunque tenía el cuello y la garganta agarrotados por tener que reprimir todo lo que quería decir-. Tengo que protegerle…
– Sólo podrás hacerlo hasta cierto punto. Después, tendrás que protegerte a ti: a la persona que eres ahora y a la persona que puedes llegar ser. Las mismas cosas en las que Neal no soporta pensar porque no satisfacen lo que quiere ahora. Si agredes a Neal por el motivo que sea, Joel, te convertirás en Neal. Sé que comprendes lo que te estoy diciendo. Tienes las palabras dentro de ti y el talento para utilizarlas. Eso es lo que debes hacer.
Cogió el poema y lo leyó en voz alta. Cuando acabó, dijo:
– Ni siquiera Adam Whitburn escribía así a tu edad. Eso es decir mucho, créeme.
– Los poemas no son nada -protestó Joel.
– Los poemas -dijo Ivan- son lo único.
Joel quería creerlo, pero día tras día la calle le demostraba lo contrario y el hecho de que Toby se refugiara en Sose -en comunión con Maydarc y temeroso de salir de casa- se lo demostraba aún más. Con el tiempo, Joel se descubrió donde jamás habría pensado que estaría: deseando que mandaran a su hermano pequeño a una escuela especial o a un lugar especial donde, al menos, estuviera a salvo. Pero cuando le preguntó a su tía por los papeles que Luce Chinaka había enviado a casa para que los rellenara y qué podrían significar para el futuro de Toby, Kendra dejó claro que nadie iba a examinar a Toby por nada del mundo.
– Y supongo que imaginarás por qué -dijo.
Así que, en resumen, Toby no iba a ir a ningún lado, y ahora le daba miedo ir a cualquier lado. En el mundo de Joel, por lo tanto, algo tenía que ceder.
Resultó que sólo había una solución que el chico pudiera contemplar si quería actuar de la manera no cuadriculada que había descrito Ivan. Iba a tener que abordar a Neal Wyatt a solas. Iban a tener que hablar.