12

La posibilidad de que papá supiera aquello de lo que me acusaban Sofía y Wadi elevó una barrera invisible entre mi padre y yo. A veces me preguntaba qué ocurría, pero siempre le respondía mintiendo. No me habría sido posible soportar su vergüenza además de la mía. Un tiempo después, para explicar mi retraimiento, inventé dolencias estomacales para las que Nupi siempre me preparaba té de jengibre.

Podría haberles rogado a Wadi y a Sofía que no dijesen nada, pero sospechaba que mis súplicas tan sólo alimentarían en ellos la tentación de llevar más lejos su crueldad. «Mi debilidad les confirmará que tenían razón, y eso acabaría con cualquier posibilidad de ser feliz con Tejal.»

Tanto era así que empecé a evitarlos, me escabullía como un cangrejo cuando oía que sus pasos se acercaban. Durante los meses siguientes, Sofía y yo no hablamos ni una sola vez como hermanos.

Yo pensaba todo el tiempo, por supuesto, en las aventuras infantiles que había vivido con Wadi, pero ver las cosas en retrospectiva es una forma natural de engaño. ¿Cómo podía estar seguro acerca de mis sentimientos en el pasado si estaban velados por años de distancia y por todo lo que había vivido desde entonces? Sólo veía clara una cosa: las precauciones que tendríamos que haber seguido Wadi y yo para ocultar cualquier vínculo físico entre nosotros lo habrían anulado. Nunca le habría dado voluntariamente los medios para destruirme, ni para hacerle sentir tanta vergüenza a mi padre. Por tanto, habría tenido que forzarme.

¿Alguna vez había pensado en doblegarme a su voluntad cuando estábamos solos en el canal de Indra? ¿Era ése el peligro animal que a veces me parecía oler en él?

¿Cuán cerca habíamos estado de llevar una doble vida?


En el centro de ese mundo en continua expansión de pecado y dudas que me rodeaba había un solo recuerdo: la sonrisa lasciva de Wadi cuando se tocó las partes el día que me habló por primera vez de Sara. Me dijo que no estuviera celoso. Yo no había entendido que había querido decir de Sara, del mismo modo que al principio no había entendido la acusación de Sofía. La conexión no podía ser accidental. Quizá Wadi me había estado enviando señales durante años porque quería que nuestra relación tomara un camino distinto.

¿Debía sospechar Sofía que tendría que haberlo acusado de celos a él, y no a mí?

Qué frustrado debió sentirse de que no hubiese sabido interpretar sus deseos, aunque quizá creyó que los había entendido fácilmente y me había negado a propósito. Si fue así, debió de convencer a Sofía para que me acusara, para equiparar la venganza. No hizo falta que Wadi me lanzara una flecha ese día en el jardín: Sofía lo había hecho por él. Y había apuntado bien, después de todo.

¿O acaso me estaba inventando esas motivaciones por parte de Wadi para comprender una traición final que no sabía explicarme de otro modo, para escribir el final de nuestra amistad como una historia en la que yo asumía el papel de víctima? ¿Se me escapaba aún la naturaleza de Wadi?


Papá me llamó a su estudio un día a finales de mayo para contarme lo preocupado que estaba por cómo se estaba degradando su relación con Sofía, pero ni siquiera fui capaz de empezar a explicarle lo que había sucedido entre nosotros sin revelar la naturaleza de lo que ella sentía por Wadi. El temor de lo que ella podría hacer conmigo era la causa principal de mi silencio, pero también quería mostrarle a Sofía que el hermano al que acosaba aún estaba moralmente por encima de ella.

– Cuanto más crecemos, más nos distanciamos -fue lo que le dije y, de hecho, era cierto-. Pero creo que al final volveremos a unirnos.

Con una mirada de resignación, papá aceptó mi respuesta que entonces incluso yo me creí a medias, ya que me era imposible imaginar que tantos años de cariño pudieran quedar en nada. De hecho, mientras yo realizaba mi predicción, me di cuenta de que Wadi sin duda revelaría algún secreto de Sofía, o que cometería cualquier otra traición que la obligaría a despertar, finalmente, de su ensoñación romántica. Parecía la única salida a una amistad con él.

Yo sólo esperaba que no le hiciera demasiado daño, en parte porque sin duda sería yo quien tendría que cuidar de ella durante los meses de soledad que vendrían después.

Cuando me disponía a salir por la puerta, papá me detuvo. El pánico me asoló: sabía que iba a preguntarme qué había ocurrido entre Wadi y yo.

– Ti, no quería tener que hablar de ciertas cosas contigo pero, ahora que tu relación con tu hermana se ha deteriorado… ¿Hasta dónde llega el amor de tu hermana por tu primo?

– ¿Cuánto tiempo hace que lo sabes? -pregunté, aliviado por no haber tenido que ser yo quien motivara la conversación.

– Desde que Sofía me dijo que quería quedarse en Goa unas semanas. Pero estuve seguro cuando tú empezaste tu propia vida de verdad, sin preocuparte tanto por ella.

– Lo quiere mucho -dije.

«Lo suficiente para dejarse convencer de que tenía que escoger entre uno de nosotros», hubiera querido añadir.

– ¿Y él la ama?

– Eso creo.

«A menos -pensé-, que esté con ella sólo por el placer de destruir nuestra armonía familiar.»

– Deberé tener una conversación muy seria con Isaac sobre esto muy pronto -suspiró mi padre.

– Quizá no.

– ¿Por qué?

– Dudo que eso dure mucho tiempo.

– Continúa.

No pude hablar de cómo Wadi me había traicionado sin condenarlo ante los ojos de mi padre, con lo que me exponía a la venganza de mi primo. En lugar de eso, le conté lo rápido que se había cansado de Sara.

– ¿Crees que será bueno que él se canse de Sofía? -preguntó papá.

– Ni bueno ni malo -respondí, con la sensación de que todas las cosas importantes de la vida estaban más allá de nuestro control-. Será como tenga que ser.


A Tejal le dieron permiso para visitarnos durante las vacaciones de Pascua porque Nupi era su tía abuela y les había prometido a sus padres que cuidaría de ella. Una noche, cuando todo el mundo ya se había ido a dormir, nos sentamos los dos en la veranda. Era ese tipo de noche perfecta que la India tejía a partir de una brisa susurrante, con todas y cada una de las estrellas en su sitio y los sonidos del bosque que parecían proceder de un pasado remoto. Sin embargo, yo estaba agotado. Me sentía como si el Dios del Antiguo Testamento pudiese aparecer en cualquier momento para obligarme a luchar con Wadi para recuperar mi identidad.

No tuve valor para contarle a Tejal por qué ya no tenía una buena relación con mi primo y mi hermana, ni por qué había estado tan silencioso durante su visita. Un muro -formado por el temor profundo a que me rechazara- había aparecido entre nosotros.

Yo estaba observando cómo ella releía los cuentos tradicionales que le había regalado papá, con el confortante peso de su cabeza sobre mi hombro, cuando la luna, librándose de una nube, le iluminó la cara y el pelo, lo que me dio la extraña sensación de que Tejal era un ser que estaría conmigo sólo durante un corto período de tiempo a menos que actuara con decisión. Fue uno de esos momentos en los que creemos en las revelaciones y en la suerte. Sentí que estábamos destinados a casarnos y de que me daría una fuerza invencible si llegábamos a hacerlo. Mi mente quedó sumida en fantasías después de eso, la mayoría de ellas absurdas; pero en una de ellas me di cuenta de que la declaración de nuestro compromiso solucionaría todos mis problemas. Luego podría reírme cuando me acusaran de haber tenido deseos vergonzosos. Nuestro amor convertía esa solución en la ideal. Ojalá pudiera convencer a papá de que una chica hindú podía ser mi esposa.

– Quiero casarme contigo -le dije.

¿Me había convertido en un ser de estrategias estudiadas al pronunciar esas palabras o simplemente nunca había sido consciente de mis propias tácticas de forma tan clara?

– ¿Qué has dicho? -preguntó Tejal mientras se incorporaba con cara de alarma.

– Supongo que necesitaremos un año más o menos para prepararlo todo. Tendré que hablar con tus padres, aunque no tengo ni idea de lo que se supone que debo hacer. Y de algún modo tendré que convencer a papá de que…

Su rostro se llenó de angustia y dejó caer el manuscrito.

– ¿Qué ocurre? Pensaba que te gustaría oírlo.

– Oh, Ti, no puedo dejar la escuela del convento sólo porque tú lo desees. Todo el pueblo ha contribuido a pagar mis estudios. Cuentan conmigo. Es imposible…, tan imposible que ni siquiera se me ocurre qué debo contestarte.

Me incliné para recoger el libro.

– Pero quiero que acabes tus estudios y que trabajes en el Royal Hospital. Me trasladaré a Goa. Estoy seguro de que mi tío me dará trabajo.

– Ti, mi padre no es más que un pescador. No poseemos nada de valor. Si encontraras a una chica brahmán, podrías…

– ¿Por qué intentas insultarme? -la interrumpí. Hablé con más dureza de la necesaria, quería demostrarle que no escondía segundas intenciones.

– ¿Insultarte? -preguntó con desesperación.

– Has insinuado que quiero a una chica brahmán. Me gusta que tus padres sean de Benali. Me encanta ese sitio.

– ¿De verdad?

– Fui Ganesha allí, ¿recuerdas? En tu aldea puede ocurrir cualquier cosa.

Se lanzó a mis brazos. Había sido un ingenuo al no darme cuenta de que lo que le había provocado tanta preocupación desde que nos conocimos era el hecho de que procedíamos de estratos muy distintos. El sistema de castas me pareció entonces más cruel que nunca. Es como si simbolizara todas las trampas que nos había tendido el mundo.

Escabulléndose de mis besos de confirmación, se puso de pie y anunció que quería una boda junto al mar, a la que sólo asistirían nuestros padres y los parientes más cercanos. Yo, en cambio, insistí en celebrar un gran festejo con músicos que tocaran la cítara y la tabla, bailarines de Kerala y flores, tantas flores que atraeríamos a enjambres enteros de abejas y aves libadoras.

«Anunciar nuestro amor tan alto como sea posible será útil», pensé, y sentí que mi estrategia -como una rueda de molino- daba su primera vuelta completa.

Ella se mordió el pulgar, le daba miedo darme la razón.

– ¿Crees que podremos? -preguntó mientras se arrodillaba junto a mí.

Me encantó la forma que adoptaron sus gestos, tan elegantes y tan infantiles a la vez. Sentí cierto vértigo al ver que una chica como ella me quería y la besé con ganas, abrazando su cara con las manos. Fue un beso de deseos abiertamente declarados, y al cabo de unos momentos, ella me apartó.

– Ti, no -protestó. Se puso de pie, enfadada, y se alisó el sari como si se lo hubiese arrugado todo.

– ¿Qué hay de malo en querer estar con alguien a quien amas? -pregunté.

Me levanté y le mostré lo que quería decir recogiendo uno de los pliegues de mi dhoti.

– ¡Ti, basta! -Se dio la vuelta-. Tú no eres así. Si mi padre supiese…

Me reí un poco para suavizar la situación y volví a ponerme bien la ropa.

– Ya puedes girarte -le dije-, ¿ves? ¡ya se ha ido!

Hice un pase de manos como si fuera un faquir haciendo desaparecer un ratón, pero Tejal no sonrió. De hecho, se puso a llorar.

– Los aldeanos esperarán una gran boda precisamente porque contribuyeron a pagar tus estudios -argumenté, con la intención de cambiar de tema-. No me gustaría decepcionarlos.

Me miró fijamente sin responder, con una expresión adulta y seria. Luego alargó la mano y tocó el tenso contorno de mi sexo.

Gemí levemente. Cuando lo presionó, sentí que todo mi cuerpo fluía hacia ella. Me acerqué aún más y sentí su respiración cálida sobre mi pecho.

– No tengas miedo -le dije-. Te prometo que jamás te haré daño.

Sentí que volvía a ser yo mismo al jurar aquello.

La besé en las mejillas y le lamí la oreja medio en broma, lo que la hizo estremecerse.

– Te quiero -susurré-, y no tengas miedo.

Ella alargó el brazo por debajo de mi dhoti y pasó la mano, arriba y abajo, recorriendo mi erección, como si estuviera poniendo a prueba la longitud y amplitud de su propia voluntad. Sospecho que también confirmaba que podía ser suyo con un gesto tan simple; una oscura sensación de triunfo pronto afloró en su mirada.

Imaginando su cálida humedad, creía que el corazón me daba un vuelco. Cuando apartó la mano, me apretujé contra sus caderas con insistencia.

– Basta, Ti -dijo con dulzura.

Escapó de mi abrazo y se sentó. Alargó la mano para coger la mía, se la di y ella se la llevó a los labios. Luego, sonriendo enigmáticamente, quedó ensimismada en sus pensamientos, como si me hubiera olvidado. No estaba seguro de qué debía hacer.

– Quizá consigamos que Sofía y Arjuna representen a Ganesha como hicieron en el festival -dijo mientras se volvía hacia mí con una mirada llena de esperanza.

La besé en los labios, pero esta vez con delicadeza.

«Has demostrado lo que tenías que demostrar -pensaba yo-, o sea, que no te arriesgues a perderla ahora…»

– No creo que nadie pueda representar a Ganesha en nuestra boda -le dije.

– ¿Por qué? -preguntó mientras tomaba mi mano entre las suyas, un gesto que solía hacer cuando no estaba segura de lo que debía hacer.

– Los dos sabemos que papá te adora, pero eres hindú.

– No creo que eso le moleste tanto.

– Según la ley de Moisés, los hijos de una mujer hindú no pueden ser judíos, aunque el padre lo sea. Papá querrá que te conviertas. Como hizo mi madre.

Hablamos durante un rato sobre lo que eso implicaría, y Tejal dijo que no creía que pudiera llegar a jurar que existe un único Dios, que es el primer mitzvah -precepto- del judaísmo.

– Hanuman siempre me ha protegido, Ti. No creo que estuviera bien negarlo en favor de otro Dios. -Al ver mi cara de consternación, me acarició la mejilla-. No te preocupes, tendré una larga conversación con tu padre sobre nosotros -dijo con una voz que me pareció mucho más segura que nunca-. Sé que puedo convencerlo para que nos ayude.

¿Qué le daba tanta confianza? Quizás había estado esperando para pedirme que nos casáramos desde aquella primera noche en Benali.

Mordiéndose el labio, como si surgiera de un desafío interior, volvió a meter la mano entre mi dhoti para jugar conmigo otra vez.

– Si tu padre permite que Shiva sea el guardián de su puerta -susurró con aire conspirativo, como si estuviéramos hablando del sexo prohibido y no de un dios poderoso-, seguro que estará más dispuesto de lo que crees a llegar a un acuerdo con una chica hindú.

Se agarró a mi erección y jugueteó con ella como si estuviera comprobando su peso.

«Se está acostumbrando a mi tacto», pensé con la certeza de que eso era lo que había estado deseando durante muchos años.


A la mañana siguiente, Tejal le dijo a mi padre que quería hablar con él antes de que empezara con mis lecciones. Él estuvo de acuerdo y los acompañé a los dos hasta la biblioteca, donde me puso la mano en el pecho y movió la cabeza con gesto negativo.

– No, Ti. Déjanos hablar solos un rato.

Cuando cerraron la puerta tras ellos, pensé que ella tendría que ser muy hábil para evitar las trampas de mi padre.

Me arrodillé y puse la oreja en el ojo de la cerradura, pero al cabo de un momento la puerta se abrió de golpe. Allí estaba mi padre, con una sonrisa triunfal, las manos en la cintura y echándose hacia atrás como un pachá.

– ¿Has perdido algo y lo estás buscando, jovencito? -preguntó. Oí la risa de Tejal por detrás.

– Muy bien, ya me voy -dije con aire derrotado-. Pero, por favor, escucha lo que tiene que decirte. Y recuerda que no estás obligado a pensar en todas las trabas posibles.

Cuando ya me marchaba, vi que Nupi nos estaba mirando desde una ventana del salón. Al ver que se lo pedía con la mirada, me hizo un gesto con la mano.

– Las negociaciones empezarán cuando te haya visto salir al jardín -gritó papá-. Y no te molestes en pedirle a Nupi que venga a espiar para ti. -Dijo esto lo suficientemente alto como para que Nupi lo oyera. Mi padre levantó la nariz como un perrito olisqueando el aire-. Puedo oler esas semillas de hinojo a un kilómetro de distancia.


Media hora más tarde, Tejal salió al jardín con la mirada gacha por el desánimo y el paso inseguro. Yo extendí los brazos para intentar no desplomarme, pero sólo encontré aire.

– Oh, Ti, no pasa nada malo. Sólo era una broma, ¡A veces soy tan tonta!

Me abrazó muy fuerte -apretó su cabeza contra mi pecho desnudo-, tanto que me pareció que quería entrar dentro de mí. ¡Lo siento, lo siento! Perdóname.

– No lo entiendo -dije mientras sentía su aroma tranquilizador.

– Tu padre y yo pensamos que te haría aún más ilusión si te hacíamos creer primero que las cosas habían ido mal. Pero cuando he visto que te ponías tan pálido no he podido continuar.

– O sea, ¿que no ha ido mal? -pregunté. En ese instante me di cuenta de que la tendencia a la comicidad de papá y el talento dramático de Tejal estaban a punto de convertirse en una combinación peligrosa para mí.

– No, tu padre y yo estamos de acuerdo en todo. Él me dará lecciones de judaísmo y leeremos la Torá juntos. Si, después de eso, aún elijo no convertirme, no tendré que hacerlo.

– ¿Ha aceptado atenerse a tu decisión sea cual sea? -pregunté sin poder creer lo que oía.

Al ver que Tejal asentía, quedé sumergido en una enorme sensación de alivio, como un cálido océano. Wadi y Sofía ya no tendrían ningún poder sobre mí. A través de Tejal y de mi padre, Dios había escuchado mis plegarias. Todo iría bien a partir de entonces.

– Tu padre también me ha dicho algo sobre el Lazarillo de Tormes -dijo Tejal, apartándose de mí y sonriendo como una niña traviesa-. ¡Dice que el héroe del libro es Hanuman!

– Tejal, no tengo ni idea de lo que me estás contando.

– La tradición del dios travieso no es sólo hindú -dijo enérgicamente-. Ése es el secreto del libro, según me dijo. El lazarillo es un pícaro. Se me permite pensar que Hanuman forma parte del Señor si decido convertirme. De hecho, ¡tengo que creer en ello!

Me empujó hasta la veranda para explicarse mejor mientras estábamos allí sentados.

– Tu padre me ha dicho que todos los pájaros y árboles y serpientes que vemos, y todo lo que sentimos e incluso lo que soñamos…, todo es un reflejo de Dios. Devi y Lakshmi, hasta Vishnu son el Señor de la Torá con distintas apariencias. Me ha dicho que sus diferentes formas se llaman sephirot en el judaísmo. El Creador que se le apareció a Moisés tiene alas y cabeza de elefante, y una papaya en la cola y todo lo que podamos imaginar. Por lo que puedo seguir creyendo que Hanuman vela por mí. De hecho, tu padre me ha dicho que es un secreto, pero que Hanuman se ocupa de protegernos a todos desde el momento en el que nacemos, e incluso antes que eso. Porque todos llevamos un pícaro dentro. ¡Y que es bueno que así sea!

Entonces comprendí lo que papá había querido decir cuando nos contó que Dios estaba en el lugar más obvio del libro.

– A mí nunca me ha contado nada como eso -dije yo, algo resentido.

– Quizá lo haga cuando seas mayor y puedas entenderlo -respondió ella, riendo.

Entonces me ocurrió algo asombroso, recuerdo que me sentí como si nos estuvieran mirando los árboles y los arbustos, el cielo azul y el horizonte distante: de repente me di cuenta de que papá debía ser consciente de que Wadi y Sofía me habían estado amenazando. Era mucho más observador de lo que podría haber llegado a imaginar y me estaba diciendo que yo debía responder a su traición con la misma habilidad. Por eso nos había dado el Lazarillo.

La ventana de la biblioteca se abrió con un chirrido en ese momento, y papá miró hacia el cielo y enseguida bajó la cabeza como si lo hubiera aplastado el destino. Era en beneficio nuestro, por supuesto, y se convertiría en otro de sus números cómicos en los meses venideros.

– Que Dios me perdone -decía exagerando un temor fingido-, pero a esa chica no puedo negarle nada.


Estaba seguro de que a partir de entonces volvería la calma y la felicidad, pero el acuerdo de papá con Tejal sólo consiguió acrecentar el rencor de Sofía. Una mañana, después de que Tejal ya hubiera vuelto a Goa, mientras me cortaban el pelo en Ramnath, mi hermana se coló en la habitación de papá mientras él se estaba vistiendo y le dijo que no podía más.

Al ver la magnitud de la tragedia en los ojos de su hija, papá se acercó a ella e intentó tocarle la barbilla, pero ella no dejó que la tocara.

– ¿No puedes más con qué? -preguntó mi padre.

Retrocediendo como si su vida dependiera de la distancia, tiesa como un soldado, Sofía dijo:

– Estoy enamorada de Wadi y quiero casarme con él.

Luego le dio la espalda a papá y salió corriendo de la habitación.

Todo eso me lo contaría Nupi más tarde.

Papá la encontró sollozando encima de su cama. Estaba vertiendo varios meses de amarga frustración. Gimió que se sentía como una paria en su propio hogar.

– Sofía, me rompe el corazón verte así -le dijo papá.

– Entonces… ¿puedo casarme con él? -preguntó Sofía llena de esperanza mientras se sentaba y se secaba las lágrimas con el pañuelo de su madre, la cara enrojecida.

– Me alegra que estéis enamorados, pero no voy a mentirte: no creo que Wadi sea el chico adecuado para ti.

– ¿Porque es cristiano?

– Si sólo fuera eso…

– ¿Entonces qué, papá? Por favor, no puede ser nada más. ¡No puede ser!

Papá le dijo que Wadi se parecía demasiado a la tía María para su gusto, y que sabía con toda seguridad que mi primo me había traicionado muchas veces cuando éramos pequeños. Le dijo a Sofía que habría intervenido durante todos esos años, pero que creía que ciertas cosas los niños tenían que resolverlas solos.

– Creo que Wadi es inteligente y apasionado, y que es capaz de ser muy tierno, pero no es de fiar -concluyó-. Vive tras una cortina. Tengo miedo de que al final te haga daño. Y debo admitir otra cosa, también. Siempre he querido que te casaras con un judío, y la tía María no permitiría jamás que Wadi se convirtiera.

Papá se preparó para otro diluvio de lágrimas, pero en lugar de eso el cuerpo de Sofía se tensó y sus ojos se abrieron de par en par, como siempre que estaba a punto de pelearse.

– Papá, ¿Wadi debe seguir siendo amigo de Ti para que podamos casarnos? ¿Se trata de eso?

Papá se sentó en el otro extremo de la cama y se frotó los pies con la esperanza de evitar una disputa que culminara en palabras crueles por ambas partes.

– Por supuesto que no. Yo no he dicho eso. No se trata de Ti.

– También es culpa suya, ¿sabes? Ti siempre quiere las cosas de la gente…, cosas que no pueden darle. O que no deberían darle.

Papá echó la cabeza hacia atrás en un gesto de sorpresa.

– ¿Qué se supone que significa eso?

Sofía relató los cargos que tenía contra mí con esa voz de niña que solía conseguir cualquier concesión de nuestro padre y de mí.

– Siempre ha querido que Wadi fuera diferente de cómo es… y que yo fuera distinta, también. Creo que incluso estuvo enamorado de Wadi. ¡Odia a Wadi porque me eligió a mí en lugar de a él!

Papá se levantó y desvió la mirada hacia lo lejos, como si escuchara dos voces al mismo tiempo: la mía y la de mi hermana, quizá. Poco después, dijo:

– Sofía, ¿crees que no sé cómo es el corazón de mi hijo? Sé lo que sentía por Wadi, y soy mucho más consciente de lo que tú serás jamás de lo que los chicos hacen entre ellos antes de convertirse en hombres. Pero Ti no está enamorado de su primo, ahora. Si es eso lo que crees, te equivocas -fue hacia la puerta-. Te aseguro -añadió con frialdad- que nunca habría esperado de ti que sintieras tanto desprecio por los sentimientos de tu hermano.

Después de contarme todo eso, Nupi tiró de mí para ponerme a su altura y me susurró al oído:

– El cielo abraza a la luna sea cual sea su forma.

Para que no me quedara ninguna duda de lo que había querido decir, me besó en la mejilla y añadió:

– La forma que tú tengas o que hayas tenido no importa.

– ¿Y qué pasa conmigo, papá? -le preguntó Sofía a nuestro padre con un tono de voz que le suplicaba que recapacitase.

– El tiempo dirá lo que Wadi siente realmente por ti -respondió-. Volveremos a hablar de ello dentro de un año. Si aún estás enamorada de él y él de ti, recapacitaré con mucho gusto.

– No me quieres…, ¡nunca me has querido! -gritó Sofía-. No como quieres a Ti.

Ante eso, papá contuvo el terror que siempre había tenido: que no sería capaz de ayudar a su única hija cuando más lo necesitara y que al elegir a su mujer, y no a él, la muerte se había llevado a la persona equivocada.

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