Capítulo 17

El mismo Rúnar abrió la puerta y se quedó mirando a Erlendur sin reconocerlo. Erlendur, calado por la lluvia, había entrado en una pequeña portería. A su derecha había una escalera que subía al piso de arriba. La escalera estaba cubierta con una moqueta muy gastada por el uso. Olía a humedad y Erlendur se preguntó si en la casa viviría algún aficionado a montar a caballo. El detective le preguntó a Rúnar si se acordaba de él. Rúnar pareció reaccionar, ya que enseguida intentó cerrar la puerta. Erlendur fue más rápido y antes de que Rúnar pudiera evitarlo ya estaba dentro de la vivienda.

– Acogedor -dijo Erlendur echando una ojeada a su alrededor en la penumbra.

– ¿Quieres dejarme en paz? -dijo Rúnar con voz quebrada y estridente.

– Ojo con tu tensión arterial. No tengo ganas de tener que hacerte un boca a boca si te desvaneces. Tengo que preguntarte algunos pequeños detalles. Luego me marcharé y podrás seguir pudriéndote aquí dentro. Seguramente no tardarás mucho en morir. No es que tengas el aspecto del «viejo del año», precisamente.

– ¡Lárgate de aquí! -gritó Rúnar con tanta energía como la edad le permitía.

Se dio la vuelta y se apresuró a pasar al pequeño salón para sentarse en un sofá. Erlendur le siguió y se sentó pesadamente en un sillón, enfrente de Rúnar. Éste ni le miró.

– ¿Kolbrún mencionó alguna otra violación cuando vino a verte por lo de Holberg?

Rúnar no contestó.

– Cuanto antes me respondas, antes te librarás de mí.

Rúnar levantó la vista y miró a Erlendur.

– No mencionó ninguna otra violación. ¿Quieres marcharte ahora?

– Tenemos razones para suponer que Holberg cometió otra violación antes de conocer a Kolbrún. Puede que también siguiera violando después de lo de Kolbrún, pero no lo sabemos. Kolbrún es la única mujer que lo denunció, aunque no llegara a nada, gracias a ti.

– ¡Márchate!

– ¿Estás seguro de que no mencionó a ninguna otra mujer? Es posible que Holberg se jactara de otra violación y que se lo contara a Kolbrún.

– No mencionó nada de eso -dijo Rúnar, y bajó la vista.

– Holberg iba con dos amigos esa noche. Uno de ellos es Ellidi, un delincuente habitual al que posiblemente conozcas. Está en prisión, luchando contra fantasmas y monstruos en una pequeña celda de aislamiento. El otro se llamaba Grétar. Desapareció de la faz de la tierra durante el verano de la gran celebración del aniversario de la República. ¿Sabes algo de esos individuos?

– No. ¡Déjame en paz!

– ¿Qué hacían aquí, en este pueblo, la noche que fue violada Kolbrún?

– No lo sé.

– ¿No hablaste con ninguno de ellos?

– No.

– ¿Quién se ocupó de la investigación en Reikiavik?

Por primera vez, Rúnar alzó la vista y miró a Erlendur.

– Marion Briem.

– ¡Marion Briem!

– Esa maldita estúpida.


Elín no estaba en casa cuando Erlendur llamó al timbre. Por lo tanto volvió a subir al coche, encendió un cigarrillo y meditó sobre si seguir el viaje hasta Sandgerdi. La lluvia golpeaba en el coche y Erlendur, que no solía escuchar la previsión meteorológica, se preguntaba si algún día dejaría de llover. Tal vez esta lluvia sólo fuera un simulacro del Diluvio, pensó a través del humo azul del pitillo. Quizá no estaría de más enjuagar un poco los pecados de los hombres de vez en cuando.

A Erlendur le inquietaba tener que ver a Elín. Por eso se sintió medio aliviado cuando no la encontró en casa. Sabía que se volvería contra él y quería evitar que reaccionara de la misma manera que la vez anterior. Pero no había escapatoria. Tanto si lo hacía ahora como más tarde. Suspiró e inhaló una buena calada del cigarrillo, hasta notar el calor del fuego en las yemas de los dedos. Por su mente pasó una frase de un anuncio antitabaco: «No se necesita más que una sola célula alterada para enfermar de cáncer».

Había notado el dolor en el pecho por la mañana, pero ahora había desaparecido.

Erlendur dio marcha atrás e iba a alejarse de la casa cuando Elín golpeó en la ventana con los nudillos.

– ¿Venías a verme? -le preguntó cuando él bajó el cristal.

En la cara de Erlendur apareció una especie de sonrisa, una mueca imposible de interpretar, y asintió desanimadamente con la cabeza. Sabía que los hombres ya estaban camino del cementerio.

Elín le invitó a pasar y él se sintió como un traidor. En el recibidor se quitó el abrigo, el sombrero y los zapatos, y entró en el salón. Llevaba un chaleco de punto marrón debajo de la chaqueta; se lo había abrochado mal y el último ojal colgaba en el vacío. Se sentó en el mismo sillón que la vez anterior, y ella, en cuanto volvió de poner en marcha la cafetera en la cocina, tomó asiento delante de él.

El traidor carraspeó.

– Uno de los que fueron a divertirse con Holberg aquella fatídica noche se llama Ellidi y está preso. Hace mucho que es un «viejo conocido de la policía». El tercer hombre que iba con ellos se llamaba Grétar. Ése desapareció sin dejar rastro en 1974. El año de la celebración del aniversario de la República.

– Yo estuve en Thingvellir -dijo Elín.

Erlendur carraspeó de nuevo.

– ¿Has hablado con ese Ellidi? -preguntó Elín.

– Un animal desagradable como pocos -respondio Erlendur.

Elín se disculpó y fue a la cocina. Se oyó el ruido de las tazas. El móvil sonó en el bolsillo de Erlendur. Vio en la pantalla que era Sigurdur Óli.

– Estamos listos -anunció Sigurdur Óli.

Erlendur pudo escuchar la lluvia a través del teléfono.

– No hagáis nada hasta que vuelva a ponerme en contacto contigo -dijo Erlendur-. ¿Lo entiendes? No hagas ni un solo movimiento hasta que yo te lo diga o aparezca por ahí.

– ¿Has hablado con la vieja?

Erlendur no le contestó, cortó la conversación y se guardó el móvil en el bolsillo. Elín trajo el café y sirvió dos tazas. Los dos tomaron café solo. Ella volvió a sentarse frente a Erlendur.

– Ellidi me dijo que Holberg había violado a otra mujer antes de violar a Kolbrún y que se lo había contado a su hermana.

Elín puso cara de sorpresa.

– Si Kolbrún lo sabía, no me lo dijo nunca -explicó pensativa-. ¿Estará diciendo la verdad?

– Tenemos que creer que sí -repuso Erlendur-. Aunque Ellidi está tan quemado que podría inventarse cualquier cosa. Por otra parte, no tenemos nada para contrarrestar sus palabras.

– No hablamos mucho de la violación -dijo Elín-. Creo que fue por Audur, entre otras cosas. Kolbrún era una mujer introvertida, tímida, y se cerró aún más después de esos hechos. Claro está que también debía de resultarle desagradable hablar de esas cosas mientras llevaba a la niña en el vientre, y más después del nacimiento. Kolbrún hizo lo que pudo para olvidarse de lo que había pasado. Quería borrarlo de su mente.

– Me imagino que si Kolbrún hubiera sabido de otra violación lo habría dicho a la policía para reforzar su testimonio, aunque sólo fuera por eso. Pero según los informes que he leído, no lo mencionó nunca.

– Quizá quería proteger a la otra mujer -dijo Elín.

– ¿Proteger?

– Kolbrún sabía lo que se siente después de ser violada. Sabía cómo era denunciarlo. Había dudado mucho si hacerlo o no y luego resultó ser objeto de una total vejación en el despacho de un policía de la ciudad. Si la otra mujer no hubiese querido darse a conocer, Kolbrún la habría entendido. O eso pienso yo. Por otro lado, no sé adonde quieres llegar con todo eso.

– No tenía por qué conocer todos los detalles, ni siquiera el nombre de la mujer, tal vez sólo era una sospecha. Si es que él le insinuó algo.

– Nunca mencionó nada.

– Cuando hablabais sobre la violación, ¿qué explicaba?

– No hablaba del hecho mismo de la violación -contestó Elín.

El móvil volvió a sonar en el bolsillo de Erlendur y Elín se quedó callada. Erlendur sacó el aparato con irritación, vio en la pantalla que era Sigurdur Óli, apagó el teléfono y se lo metió en el bolsillo.

– Perdona -dijo.

– Son insoportables estos teléfonos, ¿no? -comentó Elín.

– Totalmente -respondio Erlendur. Ya iba justo de tiempo.

– Me hablaba de lo mucho que amaba a su hija Audur. Madre e hija tenían una relación especial, a pesar de las circunstancias tan horribles. Audur lo era todo para su madre. Claro que es terrible decirlo, pero creo que Kolbrún no habría querido perderse el hecho de tener a Audur. ¿Me entiendes? Incluso me parecía que miraba a Audur como una especie de recompensa por lo de la violación. Sé que es un poco torpe expresarse de esta manera, pero parecía que la niña fuese una suerte a pesar de la mala suerte. No te puedo decir lo que pensaba mi hermana, cómo se encontraba o qué sentimientos ocultaba. No sé ni lo que sentía yo misma y no pretendo hablar por ella. Pero adoraba a su hijita y nunca se separó de ella. Nunca. La relación entre las dos estaba de alguna manera marcada por lo que había pasado, pero Kolbrún nunca vio reflejado en la niña al animal que la había violado y que arruinó su vida. Sólo veía la belleza de su niña. Mi hermana sobreprotegía a su hija y eso se extendía más allá de la muerte, como testifica la inscripción de la lápida. «Guarda mi vida del temor al enemigo.»

– ¿Sabes qué quería decir exactamente tu hermana con esas palabras?

– Es una invocación a Dios, como verás si lees el salmo. La muerte de la niña tenía que ver con eso. Con cómo ocurrió y lo terrible que fue. Kolbrún no quería ni pensar en que iban a hacerle la autopsia a la niña. Ni pensarlo.

Erlendur cerró los ojos e hizo una mueca. Elín no se dio cuenta.

– Es lógico pensar -dijo Elín- que esas vivencias tan espantosas, tanto su violación como la muerte de Audur, tuvieron cierta influencia sobre la salud mental de Kolbrún. Sufrió un colapso nervioso. Cuando empezaron a hablar de la autopsia se sintió acosada, pero al mismo tiempo quería proteger a Audur. Había tenido una hija como consecuencia de unos hechos horribles y luego la perdió enseguida. Lo consideraba la voluntad de Dios. Mi hermana quería que dejaran en paz a su hija.

Erlendur se quedó un rato pensativo antes de decidirse a hablar.

– Creo que yo soy uno de esos enemigos.

Elín le miró fijamente sin entender qué quería decir.

– Pienso que es necesario desenterrar a la niña y hacerle una autopsia completa, si puede ser.

Erlendur lo dijo con tanto cuidado como le fue posible. A Elín le costó algún tiempo asimilar sus palabras y le miró sorprendida.

– ¿Qué intentas decir?

– Así quizá podamos descubrir la razón de su muerte.

– ¿La razón? ¡Fue un tumor cerebral!

– Puede ser…

– Pero ¿qué dices? ¿Desenterrarla? ¿A la niña? ¡No me lo puedo creer! Te acabo de decir…

– Tenemos dos razones.

– ¿Dos razones?

– Para querer practicarle la autopsia -dijo Erlendur.

Elín se había levantado y paseaba excitada por el salón. Erlendur se quedó sentado, pero se había hundido un poco más en el sillón.

– He hablado con los médicos del hospital, aquí en Keflavík. No encontraron ningún informe sobre Audur, salvo un pequeño certificado provisional de su médico forense. Ese médico ya ha fallecido. El año que murió Audur fue el último año en que ese médico estuvo en activo. Sólo mencionó un tumor cerebral y determinó ese tumor como causa de la muerte. Me gustaría saber cuál fue el origen del tumor y, por lo tanto, de la muerte de la niña. Quiero saber si pudo ser una enfermedad hereditaria.

– ¿Enfermedad hereditaria? No sé de ninguna enfermedad hereditaria.

– La estamos buscando en Holberg -dijo Erlendur-. La otra razón para hacer la autopsia es determinar si realmente fue hija de Holberg. Eso se averigua con las pruebas de ADN.

– ¿Tenéis alguna duda sobre eso?

– No necesariamente, pero nos hacen falta las pruebas.

– ¿Por qué?

– Holberg siempre negó ser el padre de la niña. Confesó haber tenido relaciones sexuales con Kolbrún; sin embargo, negó la paternidad. Cuando se archivó el caso no se consideró importante comprobarlo. Tu hermana nunca lo exigió. Seguramente ya tenía bastante y quería a Holberg fuera de su vida.

– ¿Y quién sino Holberg podría ser el padre?

– Necesitamos la comprobación por lo del asesinato.

– ¿El asesinato de Holberg?

– Sí.

Elín estaba de pie delante de Erlendur.

– ¿Así que ese mal nacido va a seguir torturándonos más allá de la muerte y de la tumba?

Erlendur iba a contestarle, pero ella le quitó la palabra.

– Aún pensáis que mi hermana mintió. Aún no la creéis. Eres igual que ese idiota de Rúnar. Igual.

Se inclinó encima de Erlendur, que seguía sentado en el sillón.

– Maldito policía estúpido -musitó-. No debería haberte dejado entrar en mi casa.

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