Capítulo 34

Katrín no salió de su casa en todo el día. Tampoco recibió visitas ni utilizó el teléfono. Por la noche llegó un jeep y salió de él un hombre que entró en la casa llevando una maleta. Se suponía que era su marido, Albert. El regreso de su viaje de negocios a Alemania estaba previsto para la tarde.

Dos hombres vigilaban la casa desde un coche camuflado de la policía. El teléfono estaba intervenido. Los dos hijos mayores del matrimonio habían sido localizados, pero no se sabía nada sobre el paradero del hijo menor. Estaba divorciado y vivía en un pequeño piso que parecía vacío. Vigilaban su casa. La policía estaba reuniendo información sobre él y su descripción fue enviada a todas las comisarías del país. Aún no se había considerado necesario poner un anuncio en la prensa.

Erlendur aparcó delante del tanatorio. El cadáver que se suponía que era de Grétar había sido trasladado hasta allí. El mismo forense que había examinado a Holberg y a Audur había retirado el plástico que envolvía el cadáver. Apareció el cuerpo de un hombre, con la cabeza echada hacia atrás; tenía la boca abierta, como si la muerte lo hubiera sorprendido en medio de un grito de angustia, y estaba en posición de firmes, con las manos pegadas a los lados. La piel estaba deshidratada y apergaminada y en el cuerpo desnudo se observaban grandes manchas de podredumbre. La cabeza parecía gravemente dañada, el cabello largo e incoloro le caía por la cara.

– Le quitó los intestinos -dijo el forense.

– ¿Qué?

– El que lo enterró. Es una medida inteligente si se quiere conservar un cadáver. Por lo del olor. Se habrá ido secando poco a poco dentro del plástico. Muy bien conservado, por así decirlo.

– ¿Puedes adivinar la causa de la muerte?

– Tenía una bolsa de plástico sobre la cabeza, lo que parece indicar que murió ahogado, pero necesito examinarlo mejor. Te diré algo más adelante, todo requiere su tiempo. ¿Sabes de quién se trata? Parece poquita cosa, el pobre.

– Tengo ciertas sospechas -dijo Erlendur.

– ¿Hablaste con la catedrática?

– Una mujer muy agradable.

– Sí, ¿verdad?


Cuando Erlendur llegó a su oficina, Sigurdur Óli le esperaba para decirle que iba camino del departamento técnico. Al parecer habían conseguido ampliar algunos trozos de las películas fotográficas que se encontraron en el sótano de Holberg. Erlendur le explicó lo esencial de la conversación con Katrín.

Ragnar, el jefe del departamento técnico, aguardaba en su despacho con algunos negativos y vanas fotografías ampliadas sobre la mesa. Miraron detenidamente las fotografías que les mostró.

– Sólo pudimos sacar estas tres -dijo el jefe-, pero no logro distinguir lo que muestran. Había siete rollos de veinticuatro fotos de la casa Kodak. Tres estaban totalmente velados y no sabemos si habían sido impresos, pero de otro pudimos ampliar eso que veis. ¿Reconocéis algo?

Erlendur y Sigurdur Óli miraron las fotos con atención. Todas eran en blanco y negro. Dos de ellas tenían una mitad negra, como si el objetivo no se hubiera abierto del todo, el motivo estaba desenfocado y tan poco claro que no lograron ver lo que era. La tercera estaba entera y mostraba de forma bastante nítida a un hombre haciéndose una foto a sí mismo, delante de un espejo. La cámara era pequeña y de forma plana con un cubito de flash de cuatro bombillas en la parte superior. El fogonazo iluminaba al hombre del espejo. Vestía tejanos y camisa y una cazadora de verano.

– ¿Os acordáis de los cubitos de flash? -preguntó Erlendur con un deje de nostalgia en la voz-. ¡Qué revolución!

– Sí, los recuerdo bien -contestó Ragnar, que tenía una edad parecida a la de Erlendur.

Sigurdur Óli los miraba sacudiendo la cabeza.

– ¿Llamarías tú a esto un autorretrato? -dijo Erlendur.

– Es difícil verle la cara debido a la cámara, pero ¿no os parece probable que sea Grétar? -sugirió Sigurdur Óli.

– ¿Reconocéis los alrededores, o lo poco que se ve? -preguntó el jefe.

En la foto-reflejo se veía detrás del fotógrafo una parte de lo que parecía ser un salón. Erlendur identificó el respaldo de una silla e incluso una mesa de comedor, una alfombra en el suelo y algo que podían ser unas cortinas que llegaban hasta el suelo. Todo lo demás estaba borroso. La iluminación más fuerte caía sobre la figura del hombre del espejo, pero iba disminuyendo hacia los lados hasta desaparecer totalmente.

Se quedaron mirando la fotografía un buen rato. Finalmente a Erlendur le pareció distinguir algo en la oscuridad, a la izquierda del fotógrafo. Podría ser la forma de un objeto o incluso el perfil de alguien. Unas cejas y una nariz. Sólo era una sensación, pero se percibía una desigualdad en la oscuridad, unas pequeñas sombras que despertaron la imaginación de Erlendur.

– ¿Podemos aumentar esta zona? -le preguntó a Ragnar, que miraba la misma imagen sin distinguir nada.

Sigurdur Óli cogió la foto y la miró detenidamente, pero tampoco vio nada de lo que Erlendur creía haber distinguido.

– Lo hacemos en un momento -dijo Ragnar.

Le siguieron hasta la sala de los técnicos.

– ¿Hay huellas digitales en los negativos? -preguntó Sigurdur Óli.

– Sí -respondio Ragnar-, hay dos. Las mismas que había en la fotografía del cementerio. Las de Grétar y Holberg.

Pasaron la fotografía por un escáner y la imagen apareció en una pantalla grande de ordenador. Ampliaron la zona en cuestión. Lo que inicialmente parecía una sombra desigual se convirtió en innumerables puntos que ocuparon toda la pantalla. No podían distinguir nada de la fotografía, incluso Erlendur ya no veía lo que creía haber visto antes. El técnico seguía trabajando con el teclado mientras la imagen se reducía y comprimía. Los puntos iban juntándose hasta que poco a poco se fue formando una cara de hombre. Era muy poco definida, pero Erlendur creyó reconocer la cara de Holberg.

– ¿No es éste el animal? -exclamó Sigurdur Óli.

– Se puede ajustar algo más -dijo el técnico, definiendo mejor la imagen.

Pronto se distinguieron unas ondas que hicieron pensar a Erlendur en una melena femenina, y luego apareció otro perfil muy débil. Erlendur miró la imagen fijamente hasta que de pronto se imaginó ver a Holberg hablando con una mujer. En ese momento tuvo una extraña alucinación. Sintió ganas de advertir a gritos a la mujer que saliese de inmediato de esa casa, pero a la vez comprendió que era demasiado tarde. Habían pasado muchos años.

Entonces sonó un teléfono, pero nadie se movió. Erlendur pensó que era el teléfono del escritorio.

– Es el tuyo -le dijo Sigurdur Óli.

Erlendur tardó un rato en encontrar su móvil, pero finalmente lo sacó del fondo de uno de sus bolsillos.

Era Elinborg.

– ¿Qué haces, holgazán? -dijo ella cuando por fin contestó.

– Ve al grano -repuso Erlendur.

– ¿Al grano? ¿Qué pasa, estás estresado?

– ¿Por qué no me dices de una vez para qué llamas?

– Es acerca de los chicos de Katrín, o de sus hombres, porque ya son todos adultos -dijo Elinborg.

– ¿Qué pasa con ellos?

– Seguramente son todos unas personas estupendas, si bien uno de ellos trabaja en un sitio muy, pero que muy especial. Pensé que deberías saberlo cuanto antes; aunque si estás tan estresado y tan tremendamente ocupado y no tienes ganas de hablar, llamaré a Sigurdur Óli.

– Elinborg.

– ¿Qué, cariño mío?

– ¡Por Dios, mujer! ¿Me vas a decir de una vez lo que ibas a decirme? -gritó Erlendur mirando a Sigurdur Óli.

– Uno de los hijos trabaja para el Centro de Secuenciación Genética -dijo Elinborg.

– ¿Secuenciación? ¿Qué hijo?

– El pequeño. Trabaja con una nueva base de datos. Árboles genealógicos y enfermedades, familias islandesas y enfermedades hereditarias. El hombre es especialista en enfermedades hereditarias islandesas.

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