Capítulo 33

– ¿Por qué lo dejaste pasar? -preguntó Elinborg cuando salieron a la calle.

Le costó disimular su sorpresa cuando vio que, de repente, Erlendur le daba las gracias a Katrín por su colaboración y se despedía. Le dijo que sabía lo difícil que debía de resultarle hablar sobre ese tema y le prometió que no saldría nada de allí. Elinborg se quedó boquiabierta. La conversación no había hecho más que empezar…

– Había comenzado a mentir -dijo Erlendur-. Estaba sufriendo demasiado. Volveremos a hablar con ella más adelante. Tendremos que intervenir su teléfono y estacionaremos un coche aquí, cerca de la casa, para observar sus idas y venidas así como sus visitas. Lo haremos como si estuviéramos siguiendo a un traficante de drogas. Tenemos que saber qué hacen sus hijos, conseguir fotos recientes de ellos, si es posible y sin que llame demasiado la atención. Tenemos que encontrar a gente que haya conocido a Katrín en Húsavík y que tal vez se acuerde de aquella noche, aunque eso sería mucho pedir. He pedido a Sigurdur Óli que averigüe cuándo trabajó Holberg para la Compañía Portuaria en Húsavík. Quizá lo sepa ya. Tú consigue el certificado de matrimonio de Albert y Katrín y comprueba cuándo se casaron.

Erlendur ya estaba dentro de su coche.

– … y, Elinborg, ¿podrás acompañarme la próxima vez que hablemos con Katrín?

– ¿Es posible que le hayan hecho las cosas que describió? -dijo Elinborg sin poder dejar de pensar en la historia de Katrín.

– Supongo que tratándose de Holberg, sí -contestó Erlendur.


Se fue a Las Marismas. Sigurdur Óli todavía estaba allí. Se había puesto en contacto con la compañía telefónica para averiguar las llamadas que recibió Holberg el mismo fin de semana que le mataron. Dos de esas llamadas procedían de su lugar de trabajo y otras tres eran de una cabina del centro de la ciudad: dos de una cabina de la calle Laekjargata y otra de un teléfono público de la central de autobuses.

– ¿Algo más?

– Bueno, el porno de su ordenador. Le han echado un vistazo en el departamento técnico y es espantoso. Completamente espantoso. Ahí hay lo peor que te puedas encontrar en internet, incluidos niños y animales. Ese hombre tuvo que ser un gran pervertido. Hacía vomitar. Creo que no pudieron aguantar hasta verlo todo.

– Quizá no sea necesario hacerles sufrir tanto -dijo Erlendur.

– No lo sé -repuso Sigurdur Óli-, pero eso nos da una idea de lo asquerosamente horripilante que era ese hombre.

– ¿Quieres decir que se merecía ser asesinado a golpes de cenicero? -preguntó Erlendur.

– ¿Tú qué opinas?

– ¿Has hablado con la empresa del puerto?

– No.

– Hazlo.

– ¿Nos está haciendo señas? -preguntó Sigurdur Óli.

Estaban delante de la casa de Holberg. Uno de los técnicos había salido de la vivienda y les indicaba que se acercaran. Parecía algo excitado. Fueron hacia allí y entraron en el sótano. El técnico los llevó hasta una de las pantallas televisivas. Tenía un pequeño mando a distancia que dirigía la cámara introducida por uno de los agujeros en el suelo del salón.

Miraron la pantalla pero no vieron nada interesante. La imagen era burda, mal iluminada, poco clara y sin color. Vieron grava y la placa del suelo y, aparte de eso, nada peculiar. Pasó un buen rato hasta que habló el técnico.

– Es esto de aquí -dijo, y señaló la mitad superior de la pantalla-. Junto a la placa del suelo.

– ¿Qué? -preguntó Erlendur sin ver nada.

– ¿No lo veis?

– ¿Qué? -dijo Sigurdur Óli.

– El anillo -explicó el técnico.

– ¿Anillo? ¿Qué anillo? -di]o Erlendur.

– Eso que hay aquí debajo de la placa es claramente un anillo ¿No lo veis?

Miraron la pantalla fijamente hasta que distinguieron algo que tal vez podría ser un anillo. Se veía muy mal, como si algo lo sombreara. No vieron nada más.

– Es como si algo lo tapara -observó Sigurdur Óli.

– Puede ser algún plástico de la construcción -dijo el técnico.

Otras personas se habían agrupado delante de la pantalla para tratar de ver lo que mostraba la cámara.

– Mirad esto de aquí -señaló el técnico-. Mirad esta línea, aquí al lado del anillo. Igual podría ser el dedo de un hombre En ese rincón hay algo que creo que debemos investigar más a fondo.

– Romped el suelo ahí, tenemos que ver qué es -ordenó Erlendur.

Los técnicos empezaron enseguida. Marcaron el sitio y comenzaron a reventar el suelo con la gran taladradora neumática. El aire se llenó de polvo de cemento y Erlendur y Sigurdur Óli se taparon la cara con unas mascarillas. Se quedaron junto a los técnicos mirando cómo se agrandaba el agujero en el suelo. La placa tenía un grosor de entre quince y veinte centímetros y la taladradora tardó un rato en atravesarla.

Cuando la máquina logró atravesar la placa, el agujero cedió con facilidad. Los trozos de cemento fueron retirados rápidamente y pronto quedó a la vista el plástico que la cámara había captado. Erlendur miró a Sigurdur, que asentía con la cabeza.

El plástico se veía cada vez mejor. A Erlendur le parecía que era un material de construcción muy grueso. Era imposible ver a través de él. Trató de concentrarse. Dejó de oír el ruido que atronaba el sótano y tampoco notaba el terrible olor ni la cantidad de polvo espeso que se acumulaba. Sigurdur Óli se había quitado la mascarilla para ver mejor. Estiraba el cuello por encima de los técnicos que estaban rompiendo el suelo.

– ¿Es así como abren las pirámides de Egipto? -exclamó para romper un poco la tensión que se respiraba.

– Sólo que me temo que aquí no habrá ningún rey enterrado -dijo Erlendur.

– ¿Será posible que estemos a punto de encontrar a Grétar bajo el suelo de Holberg? -preguntó Sigurdur Óli sin poder esconder su expectación-. ¡Después de un maldito cuarto de siglo! ¡Qué diabólico!

– Su madre tenía razón -añadio Erlendur.

– ¿La madre de Grétar?

– Dijo que era como si lo hubieran raptado.

– Envuelto en plástico y metido debajo del suelo.

– Marion Briem -se dijo Erlendur a sí mismo en voz baja, sacudiendo la cabeza.

Los técnicos seguían con la taladradora, el suelo se abrió a sus pies y el agujero se agrandó hasta que todo el paquete de plástico se hizo visible. Tenía la longitud de un hombre de mediana estatura. Los técnicos discutían entre ellos cómo abrirlo. Finalmente decidieron sacarlo entero sin tocarlo y llevarlo al tanatorio, donde se podría manejar sin el peligro de que se perdieran posibles pruebas importantes.

Buscaron una camilla y la colocaron al lado del agujero. Dos hombres intentaron levantar el paquete; pero resultó demasiado pesado, así que tuvieron que ayudarlos otros dos. Al final lograron moverlo de su sitio y colocarlo sobre la camilla.

Erlendur se acercó y se inclinó, tratando de distinguir algo a través del plástico. Le pareció ver una cara podrida y descompuesta, unos dientes y parte de una nariz. Se volvió a enderezar.

– No tiene mala pinta -observó.

– ¿Qué es esto? -preguntó Sigurdur Óli señalando dentro del agujero.

– ¿Qué? -dijo Erlendur.

– ¿No son carretes de fotos? -continuó Sigurdur Óli.

Erlendur se acercó y se puso en cuclillas. Medio enterradas en la grava había unas cintas, metros de película fotográfica. Ojalá fueran fotos reveladoras.

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