Capítulo 35

Erlendur llegó muy tarde a casa. Decidió que por la mañana temprano iría a hablar con Katrín y le expondría sus sospechas. Confiaba en encontrar pronto al hijo. En caso de que la búsqueda se alargase, se corría el peligro de que la prensa se enterase, y Erlendur quería evitar eso a toda costa.

Eva Lind no estaba en casa. La cocina estaba recogida y Erlendur metió en el microondas una de las dos raciones de comida que había comprado y apretó el START. El gesto le recordó la noche que Eva Lind llegó a casa y le encontró precisamente manipulando el microondas. Fue cuando le contó que esperaba un hijo. Tenía la impresión de que había pasado por lo menos un año desde que ella se sentara frente a frente y le pidiera dinero a la vez que esquivaba sus preguntas. Sin embargo, sólo habían pasado unos pocos días. Antes no solía soñar, pero ahora tenía pesadillas por las noches. Cuando se despertaba sólo se acordaba de pequeños fragmentos de sus sueños, si bien no se libraba de una sensación desagradable. Tampoco mejoraba mucho las cosas el dolor en el pecho, que le molestaba cada vez con más frecuencia, un dolor que no desaparecía por mucho que se frotara.

Pensó en Eva Lind y el niño, pensó en Kolbrún y Audur, en Elín, en Katrín y sus hijos, en Holberg, Grétar, y Ellidi en la cárcel. También pensó en la novia de Gardabaer y su padre, pensó en sí mismo y en sus hijos, en su hijo Sindri Snaer, al que casi nunca veía, y en Eva, que recurría a él con sus problemas y a la que abrumaba a broncas cuando no le gustaba su comportamiento. Ella tenía razón: ¿con qué derecho la regañaba?

Pensó en las madres y las hijas, padres e hijos, madres e hijos, padres e hijas y en los niños que nacían y a los que nadie quería y en los niños que se morían en esta pequeña comunidad, Islandia, donde de alguna manera todo el mundo parecía estar relacionado.

Si Holberg era el padre del hijo pequeño de Katrín, ¿habría éste matado a su padre? ¿Sabía que Holberg era su padre? ¿Cómo lo había descubierto? ¿Se lo habría dicho Katrín? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Lo había sabido siempre? ¿Sabía lo de la violación? ¿Le había contado Katrín que había sido concebido durante la violación de Holberg? ¿Qué clase de sentimiento le causaría eso? ¿Qué se siente al enterarse uno de que no es quien creía ser, de que el padre de uno no es el padre de uno y que uno no es hijo de su padre, sino de un hombre que no sabía que existía, de un hombre que empleó la fuerza y violó?

«¿Cómo debe de ser eso? -pensó Erlendur-. ¿Cómo se asume algo así? ¿Se va en busca del padre para matarlo? ¿Y luego se deja una nota que dice: yo soy él?»

Si Katrín no le contó a su hijo lo de Holberg, ¿cómo descubrió la verdad? Erlendur le dio vueltas a esta pregunta una y otra vez. Cuanto más pensaba en ello, más le venía a la cabeza el árbol de los mensajes de Gardabaer. Sólo había una manera de que el hijo se enterara de la verdad y Erlendur tenía la intención de investigarla al día siguiente.

¿Y qué fue lo que vio Grétar? ¿Por qué tuvo que morir? ¿Estaba chantajeando a Holberg? ¿Sabía lo de las violaciones e iba a contarlo? ¿Hizo fotos de Holberg? ¿Quién era la mujer que estaba con Holberg en la foto? ¿Cuándo se tomó esa foto? Grétar desapareció en el verano de la fiesta de la República, así que la foto fue tomada antes. Erlendur se preguntaba si habría otras víctimas de Holberg que nunca se habían dado a conocer.

Oyó una llave en la cerradura de la puerta y se levantó. Eva Lind llegaba a casa.

– Me encontré con la novia y la acompañé a Gardabaer -explicó cuando Erlendur salió de la cocina-. Le dijo al sinvergüenza de su padre que lo iba a denunciar por todos los años que estuvo abusando de ella. Su madre sufrió una crisis nerviosa. Luego nos marchamos.

– ¿A casa del marido?

– Sí, al pequeño y precioso apartamento que tienen -dijo Eva Lind quitándose los zapatos-. Parecía que se iba a enfadar, pero al oír la explicación se tranquilizó.

– ¿Se lo tomó bien? -preguntó Erlendur.

– Es un buen tío. Cuando me marché se estaba preparando para ir a Gardabaer a hablar con el viejo.

– ¿Ah, sí?

– ¿Tú crees que servirá de algo denunciar al bicho ese? -preguntó Eva Lind.

– Es un asunto complicado. Los hombres siempre lo niegan todo y suelen salirse con la suya. Puede que dependa de lo que diga la madre. Tal vez debería ir a un centro de asistencia a la mujer. Y tú, ¿qué? ¿Qué me cuentas de ti?

– Todo bien -dijo Eva Lind.

– ¿Has pensado en hacerte una resonancia magnética, o cómo se llame? -preguntó Erlendur-. Podría acompañarte.

– Cuando llegue el momento -contestó ella.

– ¿Sí?

– Sí.

– Bien -dijo Erlendur.

– ¿Qué has estado trajinando? -preguntó Eva Lind, y metió su porción de comida en el microondas.

– Últimamente sólo pienso en niños -repuso Erlendur-. Y en árboles de mensajes, que son como una especie de árbol familiar; guardan toda clase de sorpresas, sólo que hace falta saber qué tenemos que buscar. También pienso en la manía de coleccionar cosas. ¿Te acuerdas de cómo es la Canción del presente?

Eva Lind miró a su padre. Él sabía que ella estaba al día en cuanto a música.

– ¿Quieres decir aquella que dice: «El presente es una jaca…»? -respondió Eva.

– … de cabezón revuelto -continuó Erlendur.

– Un corazón escarchado…

– … y un cerebro que anda suelto -terminó Erlendur.

Se puso el sombrero y dijo que no tardaría mucho en volver

Загрузка...