Capítulo 42

El duelo de Electra

Subí lentamente la calle State. La ira entorpecía mis pasos, la ira y también la depresión. Alguien me había puesto una bomba en el coche y nadie del departamento de policía había intentado saber una palabra por el señor Contreras sobre los hombres que había visto. En lugar de eso, Roland Montgomery me había agredido físicamente y Bobby lo había hecho mentalmente. Romperme todos los huesos del cuerpo. Oh, sí. Así es como consigues que la gente deje de hacer preguntas y haga lo que le dices, le rompes todos los huesos de su cuerpo.

Estaba también irritada conmigo misma: no hubiera querido hablarle a Bobby de Furey hasta que tuviese alguna prueba. Por supuesto, Bobby no estaba dispuesto a escuchar ninguna historia que pudiera yo contar sobre su rubio muchachito. Ya iba a ser bastante difícil conseguir que me escuchara cuando tuviera con qué respaldar lo que decía. Y a pesar de que en ese preciso momento estaba furiosa contra Bobby, no tenía ningunas ganas de causarle tanta pena.

Tal vez me sintiera mejor si comía algo. Había estado seis horas sin comer, y lo último lo había devuelto. Entré en la primera cafetería que encontré. La carta constaba de una variedad de ensaladas, pero pedí un sándwich de bacon, lechuga y tomate con patatas fritas. La grasa reconforta bastante más que las verduras. Además, seguía baja de peso: necesitaba engullir algunos carbohidratos para recomponerme.

Como había llegado a deshora, me hicieron patatas fritas recientes para mí. Me las comí lo primero, mientras estaban aún calientes y crujientes. Cuando llevaba la mitad, me acordé de que se suponía que iba a llamar cada hora a mi servicio de mensajes para saber si los Hermanos Streeter me podían incluir pronto en su agenda. Me llevé el último puñado de patatas hasta la cabina telefónica frente a la cafetería.

Esta vez di con Tim Streeter.

– Podemos empezar con lo tuyo a primera hora de la mañana, Vic, pero necesitamos que informes a los chicos, que les des una descripción, y tal vez les enseñes la clase de sitios por donde podría moverse tu tía.

El estómago me dio un vuelco. Por la mañana parecía un momento horriblemente alejado del ahora. Pero no podía protestar: me estaban haciendo un enorme favor. Le dije a Tim que me reuniría con él en la esquina de Indiana y Cermak a las ocho y colgué.

Tal vez no me resultara demasiado pesado hacer alguna investigación por mi cuenta esa misma noche. Podía pasarme por la oficina de August Cray y luego llegarme a casa para recoger el Tempo. Llamé a la agencia de alquiler de mi barrio. Cerraban a las seis, pero dijeron que me dejarían el tempo en la calle con las llaves pegadas con celo bajo el parachoques delantero. Si alguien lo robaba antes de que yo llegara, no iba a ir muy lejos con él.

Pagué mi cuenta -menos de diez dólares, pese a estar peligrosamente cerca de la zona encopetada del sur del Loop- y cogí el sándwich para comérmelo de camino a la oficina de Cray.

La dirección de Farmworks que me había dado Freeman Cárter era en LaSalle Norte. Tomé un autobús hasta Van Burén y luego cogí el tren elevado del Dan Ryan: me llevaría a través del Loop mucho más rápido que cualquier taxi a esa hora del día. Eran justo las cuatro y media cuando bajé en Clark y caminé tres manzanas hasta el edificio de Cray. Esperaba que hubiese aún alguien en la oficina, aunque no estuviese el propio Cray.

Iba a contracorriente de los trabajadores que regresaban a sus casas. Dentro del vestíbulo, tuve que pegarme a la pared y colarme de espaldas en el ascensor entre el tropel que salía. Subí maravillosamente sola hasta el piso veintiocho, y avancé sobre la suave alfombra gris hasta la suite 2839. Su maciza puerta de madera ostentaba simplemente "Administración de Fincas". Probablemente dirigían tal cantidad de pequeñas empresas desde ahí que no podían poner en la puerta una lista con todos los nombres.

El pomo no giro bajo mi presión, así que probé un timbre discretamente encastrado en el panel de la derecha. Tras una larga pausa, una voz cascada preguntó quién era.

– Estoy interesada en invertir en Farmworks -dije-. Quisiera hablar con August Cray.

Se oyó un chasquido en la puerta. Entré en un estrecho recibidor, o más bien una celda, con un par de sillas rectas pero ninguna mesa, ni revistas -ni siquiera una ventana por la que los clientes que esperaban pudiesen mirar.

Una ventanilla con cristales corredizos permitía que los ocupantes vieran quién entraba sin exponer el cuerpo completo. Estaba cerrada cuando yo entré. Miré a mi alrededor y vi una pequeña cámara de televisión en una esquina del techo. Le sonreí y la saludé con la mano, y a los pocos segundos Star Wentzel abrió una puerta junto a la ventanilla. Su cabello rubio estaba peinado hacia atrás y recogido en un prendedor blanco adornado con piedras. Llevaba una larga y estrecha camisa que le marcaba la huesuda pelvis. Parecía una estudiante de los años cincuenta, no una participante en un fraude de desarrollo urbano.

– ¿Qué hace usted aquí? -inquirió.

Sonreí.

– Podría preguntarle lo mismo. He venido aquí a ver a August Cray, el agente registrado de Farmworks. Y me la encuentro aquí, con el duelo de su madre, pero haciendo de tripas corazón para venir a la oficina.

– No puedo devolverle la vida a mi madre quedándome en casa -dijo hoscamente-. No necesito que venga usted a decirme cómo me tengo que comportar.

– Por supuesto que no, Star. ¿Podemos entrar? Sigo queriendo hablar con August Cray.

– No está. ¿Por qué no me dice lo que quiere?

Era obviamente una respuesta automática: la recitó sin la hostilidad de sus primeras palabras. Sonreí.

– He venido a invertir en Farmworks. Es una compañía tan prometedora. He oído que van a obtener una buena parte del proyecto del nuevo estadio, y yo quiero ser millonaria, igual que Boots y Ralph.

Se pasó una mano por la huesuda cadera.

– No sé de qué está hablando.

– Entonces se lo explicaré. Vayamos a sentarnos, es un poco largo, y le van a doler los pies con esos tacones tan altos si nos quedamos hablando aquí.

Abrí la puerta y conduje a Star al despacho interior. Era una pequeña habitación con una mesa de madera clara, de un color parecido al de su pelo. Había un par de ordenadores portátiles sobre esa mesa: uno parecía idéntico al Apollo que había visto el domingo en las oficinas de Alma Mexicana. Unos archivadores de madera ocupaban las paredes sin ventanas y se extendían hasta el estrecho pasillo. Era el despacho adecuado para un trabajador.

Quité un montón de prospectos que había sobre una silla del pasillo y la metí en el despacho mientras Star se sentaba en su blando sillón giratorio tras la mesa. En su boca se dibujaba una expresión de terquedad. Contaba con tener más o menos la misma expresión.

Alzó su delgada muñeca para consultar un macizo reloj de oro.

– No tengo mucho tiempo, así que suelte su discurso y déjeme irme a casa. Mi hermana y yo tenemos que recibir esta noche a algunos de los compañeros de mamá de la parroquia.

– Es en parte por su madre por lo que he venido a verla -dije.

– Pretendió ser amiga suya, pero nadie en la iglesia había oído hablar de usted -dijo secamente.

– Es porque sólo la conocí en el reducido contexto de su trabajo con Seligman. Después del incendio del Indiana Arms, estoy segura de que está enterada de eso, ¿no es así?; estuve hablando con ella, esperando vislumbrar alguna idea sobre quién pudo provocarlo. Era obvio que ocultaba algún secreto. Y ese secreto tenía algo que ver con usted o con su hermana. Después de hablar con usted en la funeraria el lunes, estaba convencida de que el que trabajara aquí era lo que le agradaba tanto, y lo que estaba tan ansiosa por ocultar. Por eso quiero que me diga por qué no podía decir dónde trabajaba usted.

El espectro de la expresión satisfecha de su madre cruzó por su cara.

– Eso no le concierne, creo yo.

Lo dijo con un pequeño sonsonete pueril, como hablan los niños. Se me quedó en la cabeza, incitándome a actuar también como una niña. Puse ambas manos sobre la mesa y me incliné entre los dos ordenadores.

– Star, querida, quiero que tengas mucho valor, pero debes saber que tu jefe mató a tu madre.

Unas manchas rojas le inflamaron las mejillas.

– ¡Eso es mentira! Mi madre fue asesinada por un asqueroso ratero que creyó que la oficina estaba vacía y…

– Y la asaltó y robó sólo los documentos relacionados con la oferta por parte de Farmworks de comprar el Indiana Arms -la interrumpí-. A otro con ese cuento, Star. Ralph y Boots están jugando contigo. Tu madre se enteró de que yo tenía una foto tuya y temió que te relacionaran con el incendio cuando yo empezara a enseñarla por ahí. Fue a ver a Ralph y le dijo que iba a tener que contarme todo lo de esa oferta de compra: no quería que las pagaras tú en caso de que alguien pudiese vincularte con ese incendio. Y él la mató. O hizo que alguien la matara. ¿Hasta qué punto quieres proteger a esos cretinos? ¿Hasta el punto de que salgan impunes de la muerte de tu madre?

– ¡Se lo está inventando! Ralph y Gus me dijeron que era posible que viniera por aquí a ato sigarme. Me contó lo que era capaz de insinuar. Se cree muy lista, pero él es más listo que usted.

– ¿Gus? -quise preguntar, pero caí en la cuenta de que debía de ser August-. ¡Lo que está más claro que el agua es que es más listo que tú! ¿No te das cuenta de que yo no sabía que MacDonald estaba implicado en Farmworks hasta ahora, que me lo acabas de decir? Era un albur, pero he dado justo en el blanco. ¿Quieres que adivine todo lo demás que sucedió y tú sólo me dices si es cierto o falso? ¿O quieres contármelo tú misma?

Se enderezó en su sillón giratorio.

– Más vale que salga de aquí antes de que llame a la policía. Me está acosando en una oficina privada y eso va contra la ley.

– Déjame hacer otra adivinanza -alcancé su fichero giratorio y me puse a hojearlo.

– Vas a llamar al número particular de Roland Montgomery y él mandará a unos uniformados a la carrera para sacarme de aquí. Y, ¡Star! ¡Qué coincidencia! ¡Aquí está!

– Yo… no… -empezó varias veces la misma frase sin terminarla-. No tiene ninguna prueba.

– No -tuve que admitir-. Es sólo otra suposición. Pero él, o al menos Farmworks, está en el centro de una serie de hechos que más vale que no lleguen a oídos del FBI. Pero llegarán, Star, porque el Herald va a publicar toda la historia. Y entonces los federales requisarán tus archivos y te acusarán de complicidad en fraude, incendio provocado y asesinato. Y entonces ya no serás sólo una pobre huérfana, serás una pobre huérfana en la cárcel. Sólo que si un jurado se entera de que dejaste que trincaran a tu madre por tu culpa, no te van a tratar como a una pobre mujercita indefensa.

– El que mi jefe quisiera comprar un inmueble que pertenecía al jefe de mi madre no significa que la matara -su voz estaba cargada de desprecio.

– Ralph y Boots querían muy en serio el Indiana Arms, ¿verdad? Lo querían a toda costa. Conozco su licitación por el estadio, no es un secreto. Y no sería muy complicado hacer una investigación como es debido sobre los títulos para saber todo lo que hay detrás, así que más vale que me lo cuentes.

Se lo pensó detenidamente, y finalmente confesó que Farmworks había estado comprando fincas en el triángulo entre la plaza McCormick y el Dan Ryan desde hacía varios años, tomando posiciones para poder licitar la construcción del estadio. El Indiana Arms era uno de los pocos edificios ocupados que no habían podido adquirir. En aquel tiempo Star llevaba los libros de Seligman: era contadora pública autorizada. Ella creyó que era estúpido no vender y quiso presionarlo.

– Se comportaba como si ese lugar significara más para él que sus propias hijas -dijo Star, resentida-. Cualquiera hubiera pensado que se alegraría de recibir lo que le ofrecían: hubiera sido mucho mejor para Bárbara y Connie que heredar ese decadente montón de trastos viejos. Incluso después, cuando las cosas empezaron a ir verdaderamente mal, cuando los ascensores se estropearon y nadie quiso ir a arreglarlos, no quería darse cuenta de que era una propuesta a pérdida.

– Tenía un valor sentimental para él. ¿Y qué pasó después? ¿Fuiste a ver a August Cray y a Ralph y les dijiste que, si te contrataban, seguirías presionando a Seligman a través de tu madre?

Sacudió desdeñosamente su cabello rubio.

– Me hicieron una oferta. Se dieron cuenta de que yo valía, de que estaba perdiendo el tiempo en ese lugar de tres al cuarto.

– ¿Qué se supone que tenías que hacer? ¿Falsificar una cesión de propiedad? ¿Eras suficientemente buena para hacerlo? ¿O sólo convencer a tu madre de que presionara al viejo para que vendiera?

Me sonrió fríamente.

– Nunca lo sabrá, ¿no es cierto?

– Pero entonces Rita se enteró de que el señor Seligman me había dado una foto en que aparecíais tú y Shannon con sus propias hijas. Y vino a verte, presa de pánico. Temía que si la enseñaba a alguien que hubiese vivido o trabajado en el Indiana Arms te reconocería. ¿Qué habías estado haciendo allí? ¿Saboteando tú misma los ascensores? ¿O sólo asegurándote de que ninguna empresa de reparaciones fuese a arreglarlos? Así que le contaste a Ralph que a tu madre le había entrado el canguelo y él hizo la única cosa decente: la mandó matar.

Se mordió el labio inferior, pero no se desconcertó tan fácilmente.

– Viene aquí con cuentos y adivinanzas. Si es así como se divierte, no pienso impedírselo.

– Ya, son cuentos y adivinanzas pero son bastante volátiles. Otra mujer más inocente estaría amenazándome a gritos con los polis o con abogados, o con testigos, o con algo. Pero tú estás encajándolo todo para ver lo que yo sé, ¿no es así? Bueno, puede que Boots tenga a la policía local en el bolsillo, pero no creo que posea aún al FBI.

Me levanté para marcharme. Star tenía una extraña sonrisa.

– Por supuesto, primero tiene que hablar con ellos, ¿verdad? Y aunque Boots no tenga mucha influencia en el FBI, puede arreglárselas para que no la escuchen.

El estomago se me sobresaltó un poco pero dije con calma:

– Ah, ¿te han contado Ralph y Boots la bromita que me pusieron en el encendido del coche? La encontré, y llevaré más cuidado aún buscando otras. Recuerdo que LeAnn Wunsch me contó lo bromista que era Boots. Pero sólo ahora estoy empezando a apreciarlo de verdad.

Apenas esperó a que saliera para descolgar el teléfono. No cerré completamente la puerta y pegué el oído a ella. Preguntó por Ralph y dijo que era urgente y que esperaría en su despacho hasta que él la llamara. Supongo que los compañeros de la parroquia de su madre no eran tan importantes.

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