Dieciséis

Alex desayuna, se afeita, se ducha, se viste, y en un abrir y cerrar de ojos se encuentra en el coche. No puede ser… Tú, con treinta y siete años cumplidos, y vuelves a hacer esto… No, no puede ser. Pero después oye un eco lejano, una frase que ha oído ya: «Pero Alex, el amor no tiene edad…» Es cierto; sonríe: es justo así. Luego su sonrisa se hace más cauta. Es cierto, no tiene edad. Para bien y para mal.

Suena el timbre. Enrico mira el reloj. Bien. Han llegado. Va a abrir. En el rellano hay una fila de chicas esperando. De aspecto y estilos completamente diferentes. Una rubia con muchas trencitas y un pantalón de peto vaquero. Otra con una gorra con el ala azul y un vestidito de flores. Otra está leyendo un libro y lleva unos auriculares en las orejas. Enrico las cuenta rápidamente. Deben de ser unas diez. Bien. Su anuncio ha tenido resonancia.

La primera chica de la fila, la que ha llamado al timbre, lo saluda:

– Hola, ¿es aquí?

– ¡Buenos días! Sí… -responde Enrico mirándola. Viste un par de vaqueros de dos colores, modelo skinny, de cintura alta, y una camiseta ligera de manga larga, negra y completamente transparente que deja entrever el sujetador.

– Bien… -le sonríe masticando chicle-. Estoy lista.

– Entra…, por favor.

La chica pasa por su lado y se detiene en medio de la sala.

– ¿Dónde me pongo?

Enrico saluda a las otras chicas que se encuentran en el rellano y les dice que las llamará en seguida. Acto seguido cierra la puerta.

– Bueno, ahí está bien, junto a la mesita, estaremos más cómodos.

– Pero yo sentada no puedo…

Enrico la mira asombrado.

– Perdona, pero ¿a qué te refieres? En cualquier caso, si lo prefieres puedes quedarte de pie; vale, hablaremos de pie.

La chica lo escruta y esboza una sonrisa.

– Bien. Veamos, me llamo Rachele, tengo veinte años y canto desde que tenía seis.

Enrico la escucha. Se rasca levemente la frente.

– ¿Ah sí? Bien… A Ingrid le gustan las canciones.

Rachele lo mira.

– ¿Ingrid? ¿Quién es? ¿Otra examinadora?

Enrico se echa a reír.

– Bueno, la verdad es que debería elegir ella, sólo que no puede… Es mejor que lo haga yo.

– Ah…, pues bien, lo que más me gusta es el pop. Y me sé todas las canciones de Elisa y de Gianna Nannini.

Enrico la mira con mayor atención. Por lo visto, ésta se concentra en el repertorio musical. Se ve que a los críos los entretiene así.

– Bien, ¿tienes mucha experiencia con los niños?

– ¿Te refieres a los coros?

Enrico arquea las cejas.

– No, quiero decir con los niños. ¿Te las arreglas?

Rachele parece pasmada.

– ¿Puedes explicarme qué tipo de espectáculo pretendes montar?

– ¿Espectáculo? -Enrico la mira estupefacto.

– Sí, la prueba. ¿Para qué espectáculo nos estás seleccionando?

– Aquí el único espectáculo es mi hija Ingrid.

– ¿Tu hija? ¿Ingrid? Perdona, pero…

– ¿Se puede saber por qué has venido, Rachele?

– ¿Cómo que por qué? ¡Para hacer una prueba como cantante!

Enrico la mira y suelta una carcajada.

– ¿Cantante? ¡Pero si yo estoy buscando una canguro!

Rachele coge bruscamente su bolso, lo abre y saca un periódico.

_No…, me he equivocado. ¡Qué coñazo!

– ¡Pese a todo, la idea de tener una canguro que canta no está nada mal! -dice Enrico.

– Bueno, pero caramba…

Enrico se percata de su decepción.

– Venga, ya verás cómo lo consigues… la próxima vez -y hace ademán de acompañarla a la puerta.

La abre, pero cuando está a punto de salir, Rachele se vuelve.

– ¿Por casualidad no conocerás a alguien que busque una cantante?

Enrico la mira negando con la cabeza. Rachele hace una mueca y se aleja.

– En fin…

– Hola, ¿quién es la próxima?

– ¡Yo!

Una chica con el pelo corto y pelirrojo se precipita en dirección al salón. Enrico vuelve a cerrar la puerta.

– Buenas tardes, me llamo Katiuscia y me he permitido preparar una cosa… -Saca de su mochila dos folios doblados y los abre. Los mira con aire grave y carraspea-. Veamos, se me ha ocurrido que quizá el mejor papel sea el de Scarlett Johansson en Diario de una niñera, ¿no? Cuando interpreta a Annie Braddock, la joven licenciada que nunca encuentra trabajo y después se convierte en la niñera de Grayer, cuya madre está forrada y completamente volcada en su carrera… Esta es la escena de cuando están juntos, ella y el niño, puedo representarla aquí, de pie… -Katiuscia habla a toda velocidad y se dispone a recitar algo.

Enrico la interrumpe:

– No, no, espera, espera… Pero ¿qué haces? No tienes que representar nada para demostrarme si vales para el puesto o no.

– ¿Cómo que no? ¿Y cómo se supone que puedes saberlo, si no?

– Le haré una entrevista, eso es todo… ¿Qué horarios puedes hacer? Porque yo necesito a alguien que esté con Ingrid casi hasta las siete de la tarde…, en fin, que sea un poco flexible.

– Perdona, pero… ¿ésta no es la prueba para el papel de niñera en una película?

Enrico apenas puede dar crédito. Pero ¿qué clase de gente ha ido a su casa? Nadie ha entendido una palabra.

– No, escucha, yo sólo estoy buscando una canguro para mi hija…

– Joder, pues podrías haberlo escrito, ¿no?

– ¡Y lo he hecho! ¡En el periódico!

– ¡De eso nada, deberías haberlo explicado mejor!

Es increíble. Enrico decide cortar por lo sano.

– Vale, vale. Venga, no pasa nada…

– Puede que para ti no, pero yo me he pasado la noche preparando el papel. -Katiuscia coge la mochila, se arregla la ropa y hace ademán de marcharse-. No deberías tomarle el pelo a la gente de esta manera. -A continuación sale dando un portazo a sus espaldas.

Enrico la sigue. Vuelve a abrir la puerta y la ve desaparecer hecha un basilisco. Enrico abre los brazos.

– Veamos, ¿a quién le toca ahora?

Y una tras otra entrevista a todas las chicas. Habla. Pregunta. Al menos, éstas lo han entendido. ¡Son canguros de verdad! Algunas parecen convencerlo; otras, no tanto. Va a buscar a Ingrid, intenta ver cómo se relaciona con las aspirantes a canguro, piensa, sopesa, hace alguna que otra pregunta más. A todas les dice: «Te llamaré.» Y cuando acompaña a la última a la puerta y ella se despide de él y se aleja dándole las gracias, Enrico ve a una chica que en ese momento pasa por el rellano. Lleva en las manos dos bolsas de la compra de tela verde y una mochila a la espalda. Escucha música con unos auriculares.

– Ah, bien, eres la última. Entra, por favor… -hace un ademán con el brazo para indicarle que entre en la casa.

La chica es rubia, con el pelo liso peinado hacia atrás y sujeto por una pequeña diadema azul, viste unos pantalones blancos y un suéter azul; nota el gesto pero no lo oye. Lo mira un poco sorprendida. Se detiene, deja las bolsas en el suelo y se quita uno de los auriculares.

– ¿Estás hablando conmigo?

– Claro, ¿con quién si no? Eres la última de hoy… Venga, pasa.

Ella hace una pequeña mueca. Luego se quita el otro auricular. Comprueba su reloj. Escruta por unos instantes delante de ella como si tratara de divisar algo o a alguien al fondo del rellano.

– La verdad es que yo…

– ¿Yo, qué? Se ha hecho un poco tarde, pero todavía tenemos tiempo. Tengo que ir al despacho, de manera que si no lo hacemos ahora tendremos que dejarlo para mañana. Entra, no tardaremos nada.

La chica parece cada vez más sorprendida por la situación. Pero ¿qué quiere ese tipo? Aunque la verdad es que tiene una cara simpática, parece agradable. Me muero de curiosidad. Sólo que, a decir verdad, en el fondo ni siquiera lo conozco. No debería estar aquí perdiendo tiempo. Al final, sin embargo, la curiosidad puede con ella. Esboza una sonrisa. Coge las dos bolsas del suelo.

– ¿Has hecho la compra?

– Sí, ¿por qué?

– No, por nada…

Enrico sacude la cabeza y reflexiona durante unos minutos. Es cierto, ella tiene razón, ¿qué tiene de malo? Al contrario, hasta parece una chica más práctica que las demás, va a hacer una entrevista y aun así aprovecha bien el tiempo.

– Pasa, por favor… -Enrico la guía al interior del piso.

La chica lo sigue todavía vacilante. Entra, mira alrededor. Ve una serie de cosas tiradas de cualquier manera sobre el sofá, zapatillas de andar por casa boca abajo y un póster colgado de la pared. Una fotografía. Representa a un hombre que abraza a un recién nacido con una camiseta rosa y un chupete. Una niña, entonces. Reconoce al tipo de la foto, es el mismo que la ha invitado a entrar.

– Puedes sentarte ahí. Veamos, ¿cómo te llamas?

La chica vuelve a dejar las bolsas en el suelo y se sienta.

– Anna.

– Encantado, yo, supongo que ya lo sabes, me llamo Enrico…, papá Enrico… -Se ríe un poco cohibido.

Anna lo mira. La verdad es que no sabía que te llamaras Enrico. Ni tampoco que fueras padre. Sigue sin entender la situación, la encuentra cada vez más cómica y decide seguirle el juego.

– ¿Cuántos años tienes?

– Veintisiete. Estoy acabando la universidad. Estudio psicología.

– ¿Psicología? ¡Perfecto! ¿Y cuánto tiempo libre te queda al día?

– Bah…, no trabajo, de manera que, quitando algunas pocas clases a las que asisto en la facultad…, para serte sincera estoy en casa…

– Bueno, eso sería perfecto… ¿Dónde vives? ¿Lejos de aquí?

Anna sigue sin entender una palabra.

– La verdad es que vivo en el piso de arriba… De hecho, antes…

– No…, no me lo puedo creer. ¿Aquí arriba? Nunca te había visto. De manera que te has quedado a hacer la entrevista antes de volver a casa. ¡Estupendo! Así sería mucho más cómodo, la verdad…

– Sí, me mudé hace poco. Mi tía me dejó la casa. Quizá la hayas visto alguna vez: es una señora alta, pelirroja… Y mi novio vino a vivir conmigo hace algunas semanas. -¿Por qué le estoy dando tantas explicaciones?

– Ah, sea como sea, me pareces perfecta. Estudias y por eso tienes un horario más flexible. Vives en el piso de arriba. Sí, decididamente eres perfecta. ¿Cuándo empiezas?

– ¿Empezar, qué?

– ¿Cómo que qué? Pues a ser la canguro de mi hija. Has venido para eso, ¿no?

– La verdad es que no. Al ver que insistías, entré. Yo sólo pasaba por el rellano para ir a mi casa. Jamás cojo el ascensor. Así hago un poco de ejercicio…

Enrico la mira fijamente.

– ¿Eso quiere decir… que no estás buscando trabajo? ¿Que no estás aquí para hacer la entrevista?

– Eh, no. Ya te lo he dicho, ha sido una coincidencia, pasaba por aquí…

– Ah -Enrico parece decepcionado. Mira por la puerta cristalera que da a la terraza-. Ya decía yo que era demasiado bonito…

Anna percibe su inquietud y sonríe.

– En cualquier caso, eres un hombre afortunado…

– Anda ya. La única que me parecía un poco buena después de toda una tarde de entrevistas va y entra aquí por casualidad y, por si fuera poco, ni siquiera busca trabajo. Muy afortunado, sí. Mañana tendré que volver a empezar desde el principio.

– Eres un pesimista crónico. ¿No crees en el destino? ¿En las coincidencias? Antes te he dicho que no tengo trabajo…, pero no que no lo esté buscando. El tuyo me parece perfecto. De haberlo sabido, habría bastado con bajar la escalera…

Enrico la mira y se le ilumina el rostro.

– ¡Fantástico! A partir de mañana trabajarás aquí -dice, y ni siquiera se le ocurre ir a buscar de nuevo a Ingrid. Sabe de antemano que las dos se llevarán bien.

Anna sonríe. Se levanta. Coge sus bolsas.

– Genial… ¡Pero ten cuidado con confundir con el fontanero a cualquier inquilino que pase casualmente por el rellano! -Se encamina hacia la puerta. Enrico se levanta de golpe, la sigue, se adelanta a ella y le abre la puerta. Anna pasa por delante de él-. ¡Hasta mañana, entonces! -y se aleja.

Enrico la contempla mientras desaparece al doblar la esquina. Sí. Parece simpática. Y además es muy mona. Pero eso a Ingrid no le interesa…

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