Ciento catorce

El apartamento de Mattia es bastante grande, pero no está particularmente cuidado. La decoración se compone de una mezcla de muebles de los años setenta y de algunas cosas compradas en Ikea. Da la impresión de que su abuela vivió allí hasta hace poco. Sobre un par de muebles hay incluso unos tapetes de ganchillo, y en el pasillo, una cómoda con un espejo que ocupa casi todo el espacio. El salón se ha transformado en una especie de gimnasio. Hay varios aparatos y una cinta de correr.

– Aquí es donde me relajo… La actividad física es el mejor remedio contra el estrés y el dolor de cabeza. Ven…

Entran en una pequeña cocina. Mattia enciende el fluorescente del techo y abre la nevera. Después saca un cuchillo de un cajón, y un platito y un vaso de un armario. Coloca sobre la mesa el servilletero y una botella de malvasía que está por la mitad.

– Ponte cómoda, por favor. No podemos dejar a una princesa sin postre.

Cristina sonríe y se sienta. Mattia también. Luego le corta un buen pedazo de tarta y se lo pone delante. Cristina se lo come de buena gana.

– Hay que reconocer que tienes un apetito impresionante…, eres insaciable…

Mattia le roba un poco de crema con el dedo y, sin que ella se dé cuenta, le mancha un poco la nariz. Cristina se echa a reír. Bromean. Luego le mete a Mattia en la boca un pedazo de tarta. Juegan. Mattia se acerca a ella.

– Deja que te pruebe… -dice, y empieza a besarla lentamente haciendo como que le muerde.

Al principio Cristina está un poco tensa, pero luego se relaja. Un beso suave, largo e intenso. Y una caricia. Dos. Luego se ponen de pie, una camiseta que vuela, un vestido que se desliza y cae al suelo, él que la levanta y la lleva al otro lado de la casa. El pasillo, una puerta oscura que se abre, un dormitorio y una lámpara de mesa que se enciende. Y más besos, caricias y pasión. Cristina siente bajo sus dedos ese cuerpo perfecto, los músculos definidos y la piel lisa y caliente. Mira alrededor como puede. Y nota que esa habitación es la única que está decorada con estilo moderno, con muchos espejos en las paredes y unos cuantos muebles blancos. Nota también otra cosa, que Mattia de vez en cuando se vuelve y mira su imagen en el espejo. Complacido. Quizá de sí mismo, de ser el protagonista de esa escena. Cristina nunca lo ha hecho rodeada de tantos espejos y se siente un poco cohibida. Pero Mattia es dulce y al final se deja llevar por él. Tras besarse un poco más, él se pone encima de ella. En ese momento Cristina se percata de otra cosa. En el estante que hay junto a la ventana ve una pequeña bola de cristal, una de esas con nieve dentro. En su interior hay un muñequito con un cartel que reza «Te amo». Cristina se entristece de golpe. Se parece a la que compró para Flavio para darle una pequeña sorpresa… Y él se echó a reír. Y me abrazó. Y luego volteó la esfera de cristal con el muñequito dentro una vez, otra, y contempló cómo caía la nieve. Ahora la tiene en la mesilla de su dormitorio. Siempre me ha gustado mucho. Quizá también a Mattia se la haya regalado alguien especial. Y le gusta. La simpatía que siente por él aumenta. Se deja acariciar. Pero mil recuerdos afloran a su mente mientras él la besa ajeno a todo.

Más tarde. Los ruidos de la ciudad se han ido apagando. Es casi la una. Cristina vuelve a vestirse con calma. Mira de nuevo el muñequito. Mattia está tumbado en la cama y la luz de la luna que se filtra por la ventana lo ilumina y crea un juego extraño con los espejos. Tiene los ojos cerrados. Los abre.

– ¿Te vas, tesoro?

– Sí, es tarde…

Mattia se incorpora.

– Te acompaño.

– No, no importa, hace un rato he llamado un taxi…

– ¿Cuándo? No me he dado cuenta…

– Antes. Quizá te quedaste dormido… Además, no quiero hacerte salir ahora. Con el taxi llegaré en un momento…

– Me gustas, eres una mujer independiente…

Cuando oye esa palabra Cristina experimenta una extraña sensación. Se levanta. Mattia también. Cristina coge el bolso y el abrigo que dejó en la cocina. Mattia la acompaña a la puerta. Cristina se vuelve al salir.

– ¿Quién te regaló ese muñequito que tienes en la habitación? Me refiero al de la bola de nieve.

Mattia se queda perplejo. Reflexiona por unos instantes.

– Pues… una…, la verdad es que no recuerdo su nombre… ¿Por qué?

Resulta curioso cómo un pequeño objeto, un souvenir tan insignificante, pueda tener un valor tan distinto para dos personas. Demasiado distinto. Ni siquiera se acuerda de ella. Una mujer que quizá se lo regaló con amor como hice yo con Flavio. Una mujer afectuosa, que quizá era mona y paciente, y que tal vez estaba convencida de que él también la consideraba especial. Y ahora él ni siquiera recuerda su nombre. Cristina lo mira por unos instantes. Mattia sonríe.

– Entonces, espléndida mujer, ¿puedo llamarte mañana?

– No…

Mattia se queda sorprendido.

– Puede que estés ocupada… ¿Pasado mañana?

– No…

– ¿Dentro de unos días?

– Tampoco…

Cristina se despide de él, sonríe y acto seguido desaparece por el pasillo. Mattia la contempla mientras se aleja. No entiende ese cambio repentino de humor. Bah. Mujeres. No hay quien las entienda. Además, nunca digas nunca jamás.

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