Ciento veintiséis

Llueve con insistencia desde hace una hora. Susanna sale a la calle y lo ve.

– ¡Eh! ¿Qué haces aquí fuera?

Davide se da media vuelta.

– Eh, el Smart… -señala el coche-. No me arranca. Seguro que es un problema eléctrico del encendido, pero no sé cómo voy a volver a casa. ¡Y por si fuera poco, llueve! Aunque tarde o temprano parará, ¿no? No puede…

– … llover eternamente. La película…

– Muy bien, veo que la recuerdas.

– Sí, y también recuerdo que te debo un favor, así que…

Davide la mira con aire inquisitivo.

– ¡Sí, así estaremos en paz, tú me llevaste la otra vez!

– Ah, está bien, gracias, acepto encantado.

Durante el viaje no dejan de reírse y de bromear. Susanna pone un CD de Paolo Conte.

– Caray, vaya un gusto refinado… -Davide la mira-. Aunque en el fondo me lo imaginaba…

– ¿Por qué?

– Porque eres una mujer fascinante -le dice con alegría, si bien con aire distraído.

Pero ¿por qué hace eso? Nunca se sabe lo que está pensando… ¿Le gusto? ¿O me está tomando el pelo sin más? Aunque, de hecho, ¿qué más me da? Susanna sigue conduciendo.

– ¿Dónde vives?

– Sigue recto por aquí; ya casi hemos llegado. -Pasados unos minutos, Davide le indica que doble a la derecha en una pequeña plaza-. Busca un sitio para aparcar, a esta hora quizá lo encontremos.

Susanna hace como si nada, pero mientras da un par de vueltas a la manzana buscando aparcamiento se pregunta qué está pasando. Me ha dicho que aparque el coche y yo lo estoy haciendo. ¿Eso significa que acepto quedarme con él? ¿Que él lo ha dado por supuesto? Pero ¿qué me pasa? No he dicho nada.

– Ahí, ahí tienes un sitio… Cabe. -Davide señala hacia adelante. Susanna le obedece y aparca.

Él se apea del coche y coge las bolsas de los dos. Susanna baja a su vez.

– Vivo ahí, en ese edificio amarillo, en el tercer piso. Y vivo solo… -También esa frase la suelta así, como quien no quiere la cosa.

– Ah, bien.

¿Bien? Pero ¿qué estoy diciendo?

– ¿Puedo ofrecerte un té para darte las gracias? -Davide no le da tiempo a pensar ni a responder. Le sonríe y echa a andar delante de ella.

Una vez más, Susanna no se opone, le devuelve la sonrisa y lo sigue. Después reflexiona. Es demasiado tarde para un té. Me desvelará. Aunque subo de buena gana. Sonríe serena y, de repente, vuelve a ser dueña de sus decisiones.

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