Setenta y cuatro

Olly llega con unos minutos de retraso. Las puertas de cristal se abren, las chicas de la recepción la saludan. Sube de dos en dos los peldaños de la escalinata del vestíbulo, recorre un largo pasillo y entra en el departamento de Marketing. Saluda a los compañeros que ya están trabajando. Se encamina hacia su escritorio y se sienta. Exhala un largo suspiro. Mira por la ventana. El cielo está ligeramente nublado. pero todavía no llueve. Y quizá no lo haga. Olly enciende su móvil. Hoy debe acabar de ordenar uno de los archivos de direcciones para la nueva campaña publicitaria. Se trata de un simple trabajo de archivo por orden alfabético; además, debe añadir varios nombres nuevos. Resopla y abre el Excel. En ese momento entra Simone. La ve sentada a la mesa. Se atusa el pelo, se ajusta las gafas y se aproxima a ella.

– Hola, ¿cómo va?

– No va…

– Eh…, lo sé… Vamos, llevas más de un mes aquí, y si Eddy no te ha echado ya es porque tiene una buena opinión de ti…

– Pues menudo consuelo. Jamás me dirige la palabra, dentro de un mes se acaban las prácticas y yo no he aprendido nada sobre diseño de moda…

– Bueno, ya sabes lo que dicen, ¿no? Para aprender a escribir basta calzarse un par de zapatos y echar a andar… Significa que se empieza desde muy lejos…

– ¿Se puede saber dónde has oído eso? -Olly sigue tecleando sin mirar a Simone. Se percata de que ha sido brusca con él y alza la mirada-. Perdona, no estoy enfadada contigo, es que todo me sale mal. Incluso en el amor.

Simone la mira y opta por no profundizar. La ve rara.

– ¿Cómo van tus diseños? -le pregunta en cambio.

– Bueno, soy la única que los mira, nadie les presta la menor atención. Los guardo todavía en el cajón…

– Enséñame los últimos, venga.

Olly ladea la cabeza desganada. Resopla.

– No, mejor no…

– Venga, no te hagas de rogar… -Simone rodea la mesa y abre el cajón.

– No, vamos… -Olly intenta detenerlo, pero Simone es más rápido. Coge la carpeta y la abre. Le echa un vistazo.

– ¡Son preciosos, Olly!

– Eres el único que lo dice.

– No, soy objetivo, confía en mí…

Ella lo mira sonriente. La verdad es que este chico es tierno. Hace lo que puede para ser amable conmigo, pero yo estoy fatal. No dejo de pensar en Giampi. No ha vuelto a dar señales de vida. No responde los sms ni los e-mails. También me ignora en Facebook y, cuando coincidimos en el chat, se desconecta de inmediato. Por si fuera poco, en su perfil ha escrito: «Decepcionado del amor.» Fantástico. Me siento fatal.

– ¿Te apetece un café, Olly? No importa que hayas llegado tarde, cinco minutos más o menos… Venga, bajemos…

Simone la lleva cogida de la mano. Salen de la habitación. Llegan al vestíbulo, entran en el bar y ponen dos monodosis de café en la máquina. Esperan unos segundos y después retiran de debajo del aparato los vasitos de papel. Cogen unos sobrecitos de azúcar moreno y dos cucharillas.

– Hablo en serio, Olly, debes creer un poco más en tu trabajo.

Ella da el primer sorbo y a continuación sopla para enfriar un poco el café.

– Eres demasiado bueno. Eddy, la única persona que cuenta aquí, primero dijo que eran dignos de un niño de guardería y, después, de uno de segundo de primaria.

– ¿Lo ves? ¡Eso significa que ya has dado un paso adelante! Ahora debemos de estar, como poco, en primero de secundaria.

Simone apura el café de un sorbo. Deja tan sólo un poco de azúcar en el fondo y lo recoge con la cucharilla.

– Eres un tipo optimista, ¿eh? Desde ese día no ha vuelto a decirme nada… Ni siquiera recuerda que existo…

Simone la escruta. Se mete en la boca la cucharilla con el azúcar. Yo sí que recuerdo que existes. Eres preciosa. Me pregunto, sin embargo, si eres consciente. Si te importa. Si sabes que me gustas. Olly se vuelve de golpe y ve que él la mira pasmado. Simone se sobresalta. El azúcar se le atraganta y tose.

Olly esboza una sonrisa.

– Venga, ahora volvamos arriba… De lo contrario, Eddy me echará a la calle en menos que canta un gallo…

Tiran los vasitos a la basura y suben de nuevo la escalinata del vestíbulo. Cuando entra en su despacho Olly se lleva un susto de muerte. Eddy está sentado a su escritorio. Simone la mira y le guiña un ojo. A continuación los deja solos. Olly traga saliva y se acerca a la mesa.

– Ya veo que haces lo que te da la gana, ¿eh? Pausa para tomar un café a las nueve y media. Ni siquiera has empezado a trabajar y ya te ausentas. Y, por si fuera poco, esta mañana has llegado tarde.

Olly tiembla. Pero ¿qué pasa? ¿Tiene espías por todas partes? En cualquier caso mantiene la calma. Eddy se levanta y se dirige a otra chica. Le dice algo sobre el trabajo. Después mira de nuevo a Olly antes de salir.

– La verdad es que haces menos que nada. Ni siquiera serías capaz de diseñar…, no sé, tres modelos con sus correspondientes telas. No obstante, por lo visto es lo que quieres hacer… Bah… -Se marcha.

Olly asiente sin pronunciar palabra y lo contempla mientras se aleja. Pero ¿qué le he hecho yo a ese tipo?

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