Setenta y uno

Son las ocho. El ritual del aperitivo. Una música lounge envuelve el local mientras unos raudos camareros preparan cócteles y sirven el vino y el champán en las copas. En la barra se exhiben varios canapés apetitosos, salsas, patatas fritas, pistachos y avellanas. Un poco de verdura salteada y algunas pizzas llenan varias bandejas. Por todas partes cuelgan corazones y bandas rojas con las palabras «I love you». Susanna se echa el pelo hacia atrás.

– ¿Has visto cuánta gente? ¡Y no sólo hay parejas!

Cristina mira alrededor.

– Sí, en efecto, también hay varios grupos de chicos y chicas.

Susanna da un sorbo a su Negroni.

– Mmm, mira ese de ahí…

Cristina se inclina en su taburete. Un tipo alto y moreno está de pie al lado de la barra, junto a la entrada, con aire de aburrimiento.

– Apuesto algo a que está esperando a su novia.

– Yo creo que no. -Susanna le indica que se acerque con un ademán.

– ¡Susanna! Pero ¿qué haces? -Cristina se tapa la cara con la mano.

El chico mira perplejo a Susanna. A continuación sacude la cabeza y coge su vaso. Se acerca a ellas. Va bien vestido, es joven y luce un ligero bronceado. Cristina se vuelve hacia el otro lado.

– No, por favor, Susanna, te lo ruego…

– ¿Qué más te da? Pero si está como un tren…

El joven llega junto a Susanna.

– ¿Me has llamado?

– Sí. Escucha, mi amiga y yo estamos buscando un sitio a donde ir esta noche…, un sitio que esté bien, ya sabes, para celebrar…

El tipo mira a Cristina, que no sabe dónde meterse.

– Ah, bueno…, podéis probar en Joia, en via Galvani. Van muchos vips y las mujeres pagan menos por entrar. En el último piso tienen también un restaurante, pero es estilo privé, no sé si esta noche…

Susanna lo observa complacida.

– Óptimo consejo. Es más, si no estás ocupado, ¿por qué no te apuntas? Nos vemos allí a eso de las doce… Mi amiga y yo iremos a cenar y después nos pasaremos seguramente por Joia. Nos has convencido, ¿verdad, Cri? -Susanna se vuelve una vez más hacia Cristina, que asiente avergonzada-. Mi amiga es tímida, ¿sabes?, pero también le apetece. En fin, ¿nos vemos allí? ¿O estás esperando a tu chica?

El joven sonríe.

– No, sólo he venido a tomar un aperitivo. Está bien, podemos quedar después en el Joia, así nos conocemos mejor. Adiós, guapas… -y le guiña un ojo a Susanna.

Apenas se aleja, Susanna suelta una carcajada.

– ¡Por el amor de Dios, Cri, relájate! No hacemos daño a nadie. ¿Has visto qué chulito?

– Susanna, no lo conoces de nada, ¿cómo has podido quedar así?

– ¡Pero si no me he casado con él! Venga, divirtámonos, vayamos a dar una vuelta… -Coge a Cristina del brazo y echan a andar.

Otros chicos del local se percatan de su presencia y les dicen algo cuando pasan por delante de ellos. Un cumplido. Una frase. Un intento de entablar conversación. Susanna ríe y les da cuerda. Dos hombres de unos cuarenta años se aproximan a ellas. Susanna pega la hebra y empieza a bromear con ellos. A todos les dice que vayan al Joia a medianoche.

– Susanna, ¿has pensado qué vamos a hacer después?

– ¡Muy sencillo! ¡No haremos nada! ¡Venga, vayamos a cenar!

Al cabo de media hora, Susanna y Cristina se encuentran en una taberna. Comen alegres, beben vino tinto y brindan. Cristina empieza a soltarse. Admira a su amiga, que sabe distraerse. La verdad es que debería aprender de ella. Tengo que volver a vivir, a sentirme mujer. También en el restaurante Susanna se las arregla para quedar en el Joia con unos hombres que ocupan la mesa contigua. A continuación pagan la cuenta. Corren hacia el coche haciendo el tonto, jadeando.

– ¡Estás loca, Susanna!

– ¿Sabes cuánto tiempo hace que no me sentía así? ¿Y tú? ¿Estás bien?

– ¡Puedes estar segura!

Susanna pone en marcha el coche.

– Es casi medianoche. ¡Vamos a ver a esos memos que hemos pescado esta noche! -Y arranca a toda velocidad.

Poco después llegan al Joia. Frenan y los ven a todos en la puerta. El guaperas, el grupo de chicos, los dos cuarentones y los de la mesa de al lado. Todos esperan de pie delante de la puerta mientras fuman o hablan.

– ¡No me lo puedo creer! ¡Han venido de verdad! -exclama Cristina mirando por la ventanilla.

– ¿Te imaginas qué pasaría si ahora nos apeáramos y nos acercáramos a ellos? ¿Si nos vieran?

– ¡Se pegarían!

Susanna y Cristina se miran.

– ¡No, nos pegarían a nosotras! -Y sueltan una carcajada.

Susanna acelera y se pierden en la noche romana, locas de felicidad como dos adolescentes.

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