Ciento dieciséis

El chófer aparca el coche bajo la casa de Alex, que se apea a toda prisa y saca su maleta con ruedas del maletero. Leonardo baja la ventanilla.

– Tómate el día libre si quieres.

Alex sonríe.

– Está bien, gracias. En cualquier caso me parece que ha salido redondo, ¿no crees?

– Sí, perfecto -Leonardo sonríe, entusiasta-. Los americanos han anticipado ya buena parte del presupuesto para el próximo año a su sociedad y han quedado impresionados por la belleza de las filmaciones. Debo decir que tanto Raffaella como tú sois unos máquinas. Lamento que ella no haya venido.

– Pues sí… -reconoce Alex-. El trabajo que hizo gustó mucho. Si pasas por el despacho, díselo. Nosotros nos vemos pasado mañana.

El coche con el chófer y con Leonardo arranca de nuevo mientras Alex entra en el edificio y llama el ascensor. Echa un vistazo al móvil. Qué extraño. Niki no me ha llamado. Ni siquiera un mensaje. Ayer probé una vez y no tenía cobertura, luego volví a intentarlo durante la cena con los americanos y tampoco lo conseguí. Bueno, es normal. En cualquier caso, ahora se calmarán los ánimos. Ha sido el momento decisivo para la elección de la línea de la campaña, ahora todo será cuesta abajo. Abre la puerta de su apartamento. De ahora en adelante todo será más fácil, mucho más, así también podré ocuparme de la boda. Entra en casa y deja las llaves en la repisa de la entrada. La verdad es que hasta ahora no he hecho demasiado.

– Niki…, ¿estás ahí? -Quizá haya salido ya-. ¿Niki?

Puede que no haya venido, tal vez haya preferido quedarse en su casa porque me parece que hoy tenía que salir con su madre para reservar la iglesia… Pero, de repente, ve el armario y varios cajones de su escritorio abiertos. La puerta del dormitorio idéntico al de Niki está abierta y el armario está vacío.

– No…, pero ¿qué ha pasado? ¿Han entrado ladrones? -y lo dice titubeante, casi esperanzado, preocupado de que, en cambio, pueda ser otra cosa, temiendo que tras ese inexplicable desorden pueda existir otro motivo.

No. Que alguien me diga que no es así. Alex deja la bolsa de viaje en el suelo y echa a correr por la casa, cada vez más agitado, hasta que llega al dormitorio y la encuentra. Una carta. Otra.

– Oh, no…

Abre el sobre casi frenéticamente y saca la carta, la desdobla con fuerza, con rabia, sacudiéndola en el aire, veloz, ansioso por saber lo que hay escrito en ella.

«Querido Alex, quizá no sea el mejor modo de decírtelo, pero en este momento me siento demasiado cobarde.» Alex no puede creer lo que ven sus ojos, cree que se va a desmayar, le entran ganas de vomitar el delicioso desayuno que se ha comido esa mañana y devora frenético todas y cada una de las palabras de la misiva. La lee a toda velocidad saltándose los conceptos, las frases, las líneas, buscando, hurgando, con el temor de encontrar esa afirmación: «Me he enamorado de otro.» Y al final se detiene un poco, algo más tranquilo, sobrepuesto, ligeramente más sereno. «Lo siento, es un paso demasiado grande para mí. Me he dado cuenta de que tengo miedo, de que no estoy preparada.» Ahí está. Respira más lentamente. Sólo es eso, nada más, bueno, de todas formas es importante, pero no definitivo. Sigue leyendo hasta la última línea. «De manera que es mejor que no nos veamos durante cierto tiempo, necesito reflexionar.»

Pero yo dejé el trabajo por ti, me fui a una isla, a un faro, a esperarte, y después regresamos juntos porque decidimos que queríamos volver. Cambié de casa para borrar cualquier recuerdo de Elena, recreé tu dormitorio para que pudieras venir aquí a estudiar y te sintieras como en tu casa, libre o, en cualquier caso, independiente. Fui hasta Nueva York, me puse en contacto con Mouse y me inventé un sinfín de cosas para pedirte que te casaras conmigo del modo que tú soñabas, con la fábula que amas, porque la vida puede ser una fábula si uno quiere, si uno decide vivir soñando… ¿Y ahora renuncias a ese sueño? ¿No estás preparada? ¿Tienes miedo? ¿Renuncias a todo esto? ¿Por qué, Niki? ¿Por mi culpa? ¿Porque he estado demasiado ocupado? ¿Porque has tenido que soportar a mis hermanas? ¿Por los preparativos de una boda? ¿El peso de una decisión? Dímelo, Niki, te lo ruego. Permanece en silencio en esa casa vacía, entre esas paredes que todavía huelen a risas y a amor, a divertidas persecuciones, a fugas simuladas y a suaves caídas entre las sábanas, a besos en todas las habitaciones y a suspiros que aún retumban en el aire como leves sonrisas que lentamente se van descoloriendo. De repente a Alex esa casa le resulta triste, como si hubiera perdido todo el esmalte, como si los colores de los sofás, de las alfombras, de las sillas, de los cuadros y de todas las cosas que eligieron juntos se hubieran desteñido de improviso, hubieran quedado desenfocadas, ofuscadas, disueltas en el agua. O, al menos, así es como las ve a través de sus lágrimas.

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