Treinta y seis

Niki aparca rápidamente la moto debajo de casa, bloquea la rueda y, justo cuando está a punto de entrar en el portal, ve que hay una limusina negra parada justo delante. ¿Qué pasa? ¿De qué va esto? O ha llegado un embajador o alguien se casa… Bah. Se encoge de hombros y hace ademán de entrar.

– Perdone… -Un señor elegante y uniformado se apea del coche y se levanta la gorra-. ¿Es usted la señora Cavalli?

– ¿Me lo pregunta a mí? -Niki parece verdaderamente desconcertada por un momento-. ¡Quizá está buscando a mi madre!

El chófer sonríe.

– ¿La señora Nicoletta Cavalli?

– Sí, soy yo. ¿Puedo pedirle un favor? ¿Le importaría llamarme Niki?

– Ah, sí…

– Por lo visto no hay duda. En esta calle, en este número, y con ese nombre y apellido sólo vivo yo. El chófer le abre la puerta sin dejar de sonreír.

– Niki, por favor…

– Dios mío, no me lo puedo creer. ¿Será una broma? ¿Dónde están las cámaras? Dios mío… ¡Es una sorpresa! O quizá un imprevisto, como ha dicho antes Guido. Pero no, no puede estar tan loco.

– Perdone, ¿está seguro de que es a mí a quien debe recoger?

El chófer la mira risueño por el espejo retrovisor.

– Seguro al ciento por ciento… Y la persona que me ha mandado a buscarla tiene razón.

– ¿Por qué? ¿Qué le ha dicho?

– Que no podía equivocarme porque es usted única…

Niki sonríe.

– Estamos hablando de la misma persona, ¿verdad?

– Creo que sí -el conductor sonríe. Niki le devuelve la sonrisa, si bien se siente culpable de haber pensado en otro. A continuación el chófer enciende el estéreo-. Me ha dicho que, si tenía miedo, dudaba o no quería venir conmigo debía hacerle escuchar esto… -Aprieta un botón y empieza a sonar Broken strings, interpretada por Nelly Furtado y James Morrison.

Niki esboza una sonrisa. Mira emocionada por la ventanilla. Luego, sus ojos empañados de felicidad se encuentran con los del chófer.

– ¿Todo bien, señora?

Niki asiente con la cabeza.

– Sí. Puede llevarme incluso al fin del mundo.

La limusina acelera y avanza mientras suena la canción… «No puedes tocar con unas cuerdas rotas, no puedes sentir lo que tu corazón se niega a sentir, no puedo decirte lo que no es real…» La verdad del después. Y la música es preciosa.

La limusina avanza lentamente, casi sin hacer ruido, como si rodase sobre unos cojinetes de viento, como suspendida, se desliza en medio del tráfico, serpentea entre los coches y abandona la ciudad. Una vez libre, en la via Aurelia, acelera. No hay mucho tráfico y, una tras otra, va dejando atrás las señales azules con las indicaciones: Castel di Guido, Fregene… Y aún más lejos…

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