Setenta

La música enloquece en un rincón de la sala. Algunos bailan. Unos chicos sentados en el pasillo charlan, se ríen, beben cerveza, uno se lía un cigarrillo con tabaco de picadura, otro que se encuentra un poco más apartado está encendiendo uno de efectos especiales.

En la gran aula hay algunos sentados sobre los escalones o sobre los pupitres, otros, más cumplidores o, cuando menos, más puntuales, han tomado ya asiento en las sillas. La puerta que se encuentra al fondo de la sala, en el centro de la pequeña grada de asientos, se abre de repente y sale Renato Materia, el joven y robusto artista de izquierdas, según asegura al menos en la octavilla que ha pasado de mano en mano por todas las universidades. Se hace con el micrófono de cable que está apoyado sobre el escritorio del profesor y empieza a rapear sin más preámbulos. Se mueve agitando tan sólo la cabeza, de vez en cuando se detiene y alza un brazo con el puño cerrado, como si pretendiera subrayar la fuerza de su convicción personal.

– Mentirosos y ladrones, falsos políticos, gurús fanáticos, alejaos de este mundo y sacad las manos de nuestro círculo. Nosotros somos los de la sustancia, los que odian la simple apariencia, los que hablan al salir de la estancia y no se apagan en la indiferencia. Nosotros somos los que estamos dentro y a los que las palabras les suponen un tormento, somos los que siempre se divierten y jamás se avergüenzan de decir basta. Mentirosos y ladrones, falsos políticos, gurús fanáticos, mejor enamoraos e id a ese bonito puente, encadenaos con un candado y bañaos con la llave… Un buen salto desde la barandilla. ¡Y nosotros seremos libres! ¡Libres! ¡Volveremos a ser libres, libres!

Entonces, en el fondo del aula, un megáfono aparece de la nada y se eleva con firmeza la voz de Adriano Mei, uno de los más radicales.

– ¡Sí, libres de ti!

Es la señal, el grito de guerra.

– ¡Al ataque!

De todos los rincones de la sala empiezan a llover hortalizas: tomates, apio…, toda clase de verduras podridas. Adriano Mei sigue con su personalísima lucha sin soltar el megáfono.

– ¡Payaso, mentiroso, falso artista de izquierdas! Eres un vendido… No apoyaste una iniciativa de beneficencia porque querías más dinero. Eres un puerco, un hijo del sistema… Aféitate esa barba, déjate crecer otra cosa, que te reconozcan, no te escondas, maldito impostor.

Y así, alegres y divertidos, siguen acribillando al pobre Renato Materia con cualquier tipo de producto agrícola hasta que, arrojado con gran precisión y fuerza, un huevo le da en plena frente, le estalla en la cara y lo obliga a hacer una retirada vergonzosa.

– ¡Cabrón! ¡Cabrón! ¡Cabrón! -El grupo que está bajo las órdenes de Adriano Mei sigue ensalzándolo y finalmente inicia una especie de carga que obliga a Materia a huir a la habitación que está al fondo del pasillo.

Su pseudoagente, Aldo Lanni, está hablando en esos momentos con una chica muy atractiva.

– Puedo buscarte algo importante en televisión: tenemos un montón de contactos…

– ¿En serio? Me encantaría.

– En ese caso dame tu número de teléfono y te llamaré.

Justo en ese momento se abre la puerta y Materia sale en estampida cubierto de verduras apestosas y de huevos podridos.

– Pero ¿qué te han hecho?

– ¡Ensaladilla rusa, eso es lo que me han hecho! Me han cubierto de porquería y si me pillan hasta serían capaces de pegarme… ¡Vayámonos, de prisa!

A Aldo Lanni no le da tiempo a anotar el número de la potencial soubrette.

– ¡Mierda! -Materia le tira de la cazadora.

– ¡Vamos al coche, venga!

– ¿Dónde lo has aparcado?

– Ahí abajo.

Suben al vuelo a un Mercedes descapotable. Lanni lo pone en marcha, pero los chicos capitaneados por Adriano Mei salen por la misma puerta y echan a correr en pos de ellos.

– ¡Ahí están! ¡Venga, venga!

Lanni acelera, pero uno de los jóvenes estudiantes tiene una botella en la mano que lanza con rabia y con fuerza, ésta impacta de lleno en la luna trasera y la hace estallar en mil pedazos.

– ¡Mierda, lo compré hace seis meses! -Aldo Lanni dobla a la izquierda y se dirige a toda velocidad hacia la salida, fuera de peligro ya.

Materia se vuelve. Los chicos han dejado de correr detrás de ellos.

– ¿Se puede saber por qué están tan cabreados? ¿Qué les has dicho?

– ¡No les he dicho nada! Les estaba diciendo las cosas de siempre…, esa estupidez sobre los políticos y los candados…

– Ya te he dicho que debes cambiar. ¡Se han cansado de oírlo!

– No se trata de eso. No sé cómo se han enterado de lo del dinero para esa ONG.

Aldo Lanni sacude la cabeza.

– También te lo dije. Deberías haber aceptado lo que te ofrecieron… Tío, has tensado demasiado la cuerda.

– No sé por qué, pero creo que tienes razón… -Permanece en silencio por unos instantes.

Aldo Lanni lo mira de vez en cuando por el rabillo del ojo mientras sigue conduciendo.

Un reguero de clara de huevo se desliza por la frente de Renato Materia. Aldo Lanni sonríe. Lo tiene bien merecido, piensa. Así aprenderá a no aceptar todo lo que le proponen y, sobre todo, a no reducir al cinco por ciento mi porcentaje. ¿Qué se ha creído? ¿Que uno se hace rico solo? ¡Y en televisión, además! Increíble. Adriano

Mei lo ha hecho bien, justo lo que le dije, nada de acciones violentas, sólo meterle un poco de miedo. Así Materia se asustará y seguirá trabajando… para llenarme a mí los bolsillos.

– Escucha, esto… -Materia se vuelve hacia él-. Lo que necesitamos es una izquierda constructiva, a un tipo inteligente que trabaje con el cerebro, basta de demagogia, hacen falta ideas más profundas. ¿Qué te parece, eh? ¿Qué te parece? ¿Bueno, verdad?

Aldo Lanni lo mira risueño.

– Estupendo, tío… Utilízalo. Con eso volverán a creer en ti y en tus palabras… Y abandona también la idea de los interfonos. Eso lo hace todo el mundo.

– Tienes razón. -Materia lo mira radiante-. De no ser por ti…, ¿qué haría?

Aldo Lanni asiente con la cabeza y le da una palmada en la pierna izquierda, la única zona que ha resistido íntegra al ataque de Adrian Mei y sus compañeros.

Después de hacer algún que otro comentario divertido, el grupo! en cuestión entra con parsimonia en la sala, la música sigue sonando como si nada hubiese ocurrido, algunos se ponen a bailar de nuevo en un rincón, otros se besan, otros ríen tras contar una anécdota divertida, una chica mira desde lejos al chico que le gusta a rabiar y al que no se atreve a acercarse.

– Bueno, ¿qué hacemos? -Guido aparece a espaldas de Niki con un vaso de plástico, una limonada con un poco de vodka y una hoja de menta que navega alegremente en ella.

– ¡Menudo susto me has dado!

– ¿Por eso?… Pues sí que… Eres una temeraria.

– ¿A qué te refieres? ¿Por qué me dices eso?

Guido sonríe y bebe de su pajita tomándose el tiempo necesario para aumentar el suspense.

– Mmm…, está rico, ¿quieres un poco?

Niki mira la pajita que acaba de usar su amigo. Pero ¿qué se ha creído? ¿Qué manera de hablar es ésa? Es un arrogante. Guapo y arrogante. Y tener que reconocerlo le molesta aún más.

– No, gracias… Me gustaría saber a qué te refieres.

– Oh, a nada…, ¿por qué? ¿Tienes algo de que defenderte?

– La verdad es que no, sigo tranquila por mi camino. -A continuación esboza una sonrisa forzada-. Eres tú el que ha interrumpido de repente mis pensamientos.

– Dime, ¿estás pensando en la música que vas a elegir?

Niki lo mira arqueando las cejas.

– Me refería a la ceremonia… Me han dicho que te casas.

A Niki se le acelera el corazón y enrojece, como si se hubiese bebido todo ese vodka. Uf, ¿por qué me lo tomo así? Ni que fuera imbécil. ¿Se puede saber qué me pasa? ¿Por qué me ruborizo? No consigue encontrar ninguna explicación. Un repentino remolino de pensamientos y sensaciones, un vendaval de emociones que confunden su corazón.

– Aparte de que hace dos días que te conozco…

– Precisamente, da la impresión de que te refugias en un matrimonio repentino.

– ¿Estás bromeando? ¿Por qué debería hacerlo?

– ¿Sabes?… -Guido se sienta en el murete y sigue dando sorbos a su limonada tranquilamente-. Siempre es lo mismo: cuando nos sucede algo que no sabemos explicar, escapamos o nos escondemos en lugar de afrontarlo.

– Pues yo ni me escapo ni me escondo… Y la verdad es que esta discusión me parece absurda.

– ¿Discusión? Pero si simplemente estamos hablando… ¡Pensaba que estarías más serena después de haber dicho a todo el mundo que te casas! Por lo general, para una chica es un gran motivo de felicidad, ¿no? -El muy caradura sigue bebiendo su limonada con vodka. -Y, de hecho, lo es, pero no se lo cuento al primero que pasa…

Guido se quita la pajita de la boca sorprendido.

– ¿Y quién es el tipo en cuestión? Preséntamelo, porque me gustaría decirle unas cuantas cosas y darle varias patadas.

Niki sonríe.

– Eres tú.

– ¿Yo? Hum… ¿Recuerdas lo que decía Jim Morrison? «A veces basta un instante para olvidar una vida, pero a veces no basta una vida Para olvidar un instante.»

– ¡Qué bonito! Pareces el hombre Perugina, [1] con un mensaje para cada ocasión en tu interior.

– Sí, es verdad… De hecho muchas chicas me dicen que soy dulce, un bombón… Otras, las que no me han probado, mantienen las distancias por miedo.

– Pues que sepas que a mí no me asustas.

– No me refería a ti.

Niki lo mira hostil, entornando los ojos y escrutándolo. Guido se percata.

– Ay, ay, ay… Se ha enfadado. Niki respira profundamente. Guido rompe a reír.

– Y mucho. Está bien… -Apura su vaso y baja del murete-. Oye, creo que estamos enfocando mal las cosas: cada vez que nos vemos acabamos discutiendo. Por lo visto hay algo que no funciona entre nosotros.

– Sí: tú.

– ¿Lo ves? Eres demasiado agresiva. ¿Por qué no salimos una noche a cenar y hablamos? Todavía no te has casado, ¿no?

– ¿Y eso qué tiene que ver? No veo por qué no voy a poder salir entonces.

Guido se echa a reír.

– No creo que puedas… ¿Cuánto duraría vuestro matrimonio?

Niki sonríe y hace cuernos con la mano.

– ¡Eh, quédate tú con la mala suerte!

– Si lo piensas, deberían traer suerte y, en cambio, la mayor parte de las veces son precisamente ellos los que ponen fin a un matrimonio: ¡los cuernos! -Guido prosigue sin darle tiempo a responder-: Mira ahí -indica el grupo que está debajo de la grada de asientos, los chicos que bailan.

En medio de ellos, ligeramente colocada, una chica se mueve divertida y suelta, el pelo le ondea sobre los hombros, tiene los ojos cerrados y va descalza, con la mano izquierda sujeta un canuto y con la derecha una cerveza, alterna sin distinguir uno de otro con un único deseo: aturdirse.

– Es una de mis ex novias. Tiene veintitrés años… Va atrasada en los estudios, pero hicimos un montón de proyectos juntos, estuvimos de maravilla durante un año y medio. Después sucedió algo. Empezó a fumar. Porros también, a beber cerveza y otras cosas que jamás había probado. ¿Lo entiendes? De un extremo al otro sin motivo alguno.

– Tal vez tú no veas la razón, pero todo tiene su porqué… Sólo que a veces a vosotros, los hombres, se os escapa.

Guido esboza una sonrisa.

– Ya. ¿Y en cambio tu futuro marido tendrá siempre la capacidad de comprenderte? ¿Sabrá observar lo que está sucediendo? ¿Adaptarse y seguirte en tus cambios?

– Oh…, yo me fío de él…

– De hecho, no me cabe ninguna duda. Es de ti de quien no debes fiarte…

Niki echa la melena hacia atrás y se ríe.

– ¡De mí! Faltaría más.

– «Quien renuncia a la libertad para alcanzar la seguridad no se merece ni la una ni la otra», decía Franklin. Además, el exceso de seguridad te hace resbalar con mayor facilidad…

– Veo que no eres el hombre Perugina, sino el de las citas.

– Pues sí, sé muchas. Pero si salimos a cenar te prometo que no diré ninguna y te hablaré de otras cosas… Siempre y cuando tú no tengas miedo, claro.

Niki vuelve a ponerse seria.

– Ya te he dicho que no tengo miedo, al igual que tampoco tengo ningún motivo para salir a cenar contigo -y, dicho esto, se marcha dejándolo allí plantado, entre divertido y curioso, satisfecho en cualquier caso de haber conseguido agitar algo en ella.

Guido sonríe optimista creyendo haber adivinado de qué se trata.

Загрузка...