6

El aspecto de la embarcación era común y corriente, un pesquero deportivo de diez metros de largo, de línea esbelta, del tipo utilizado por los hombres con mucho dinero y poco tiempo. Todos los fines de semana en la época veraniega muchas de estas lanchas ponen proa al Este y se internan en medio de las grandes olas llevando a bordo unos gordos barrigones vestidos con bermudas, rumbo a las abruptas profundidades afuera de la costa de Nueva Jersey, donde vienen a comer los grandes peces.

Pero a pesar de tratarse de la era de los barcos de fibra de vidrio y aluminio, éste estaba construido en madera, con un doble forro de caoba de las Filipinas. Tenía una línea muy bonita, una estructura sólida y había costado mucho dinero. Su sobreestructura era también de madera, pero ello no era aparente ya que la mayor parte de las áreas barnizadas habían sido pintadas. La madera refleja muy mal las ondas del radar.

Estaba equipado con dos poderosos motores diesel a turbina y gran parte del espacio destinado a comedor y estar, en los barcos comunes, había sido sacrificado para hacer sitio a reservas extra de agua y combustible. Su dueño lo utilizaba en el Caribe durante el verano, traficando haschich y marihuana desde Jamaica a Miami a la luz de la luna. Durante el invierno se dirigía al Norte y lo alquilaba, pero no a pescadores. El precio eran dos mil dólares diarios, sin ninguna clase de preguntas, más un gigantesco depósito. Lander hipotecó su casa para conseguir el depósito.

Estaba guardado en un varadero al final de una serie de muelles desiertos en Toms River, saliendo de la bahía de Barnegat, con los tanques llenos de combustible, listo para ser usado.

Lander y Dahlia llegaron al varadero en una camioneta alquilada a las diez de la mañana del 10 de noviembre. Caía una lluvia fría y persistente y los muelles invernales estaban desiertos. Lander abrió la puerta doble del fondo del varadero que daba a tierra y entró con la camioneta marcha atrás hasta quedar a dos metros de distancia de la popa de la lancha. Dahlia dejó escapar una exclamación al ver la embarcación, pero Lander estaba atareado constatando si estaba todo lo que figuraba en su lista y no le prestó atención. Durante los veinte minutos siguientes estuvieron ocupados cargando un variado equipo a bordo, varios metros de soga, un mástil delgado, dos escopetas de cañón largo, una con el cañón recortado, un poderoso rifle, una pequeña plataforma sujeta sobre cuatro flotadores, más cartas de navegación para completar la bien provista colección con que contaba el barco y varios bultos cuidadosamente envueltos, que constituían un almuerzo.

Lander ató todos los objetos con tanta fuerza que aun si el barco diera una vuelta de campana, nada se habría caído.

Oprimió un interruptor situado en una de las paredes, y la gran puerta de la casilla que daba al agua se levantó, dejando entrar la gris luz invernal. Subió al puente volante. El primero en rugir fue el motor de babor; luego el de estribor, y una nube de humo azul inundó el cobertizo. Sus ojos pasaban de uno a otro indicador mientras se calentaban los motores.

A una señal de Lander, Dahlia soltó los cables de popa y se reunió con él en el puente. Empujó los aceleradores hacia adelante, el agua se infló como un músculo a popa, la hélice apareció en la superficie y la lancha se internó lentamente en la lluvia.

Cuando dejaron atrás Toms River, Lander y Dahlia se trasladaron al tablero de controles situado dentro de la cabina climatizada y pusieron rumbo a Barnegat Inlet, al final de la bahía, para internarse en mar abierto. Soplaba viento del Norte que hacía encresparse ligeramente el agua. Avanzaron fácilmente, mientras los limpiaparabrisas barrían lentamente las gotas de lluvia. No se veía ninguna otra embarcación. El largo banco de arena que protegía la bahía se divisaba por debajo de la niebla de babor y del otro lado podían ver una chimenea en el extremo de Oyster Creek.

Llegaron a Barnegat Inlet en menos de una hora. El viento soplaba ahora del Noreste y una fuerte marejada castigaba la entrada de la caleta. Lander lanzó una carcajada al enfrentarse a las primeras y grandes olas del Atlántico cuya espuma salpicaba desde la proa. Habían subido nuevamente al puente exterior para salir de la caleta y una llovizna fría mojaba sus caras.

– Las olas no van a ser tan grandes mar afuera -dijo Lander mientras Dahlia se secaba la cara con el dorso de la mano.

Podía ver que estaba divertido. Le encantaba sentir el barco bajo su control. No había nada que fascinara más a Lander que la sensación de flotar. Esa fuerza fluida que cedía y empujaba con un respaldo firme como el de una roca. Movió lentamente la rueda del timón hacia uno y otro lado, alterando ligeramente el ángulo en el que la lancha hendía las olas, aumentando la percepción de sus músculos para sentir las distintas fuerzas que golpeaban el casco. La tierra firme iba quedando cada vez más atrás a ambos lados y la luz del faro de Barnegat podía verse a estribor.

Pasaron de la llovizna a la tenue luz de un sol de invierno al dejar atrás la línea de la costa y cuando Dahlia miró por encima de su hombro vio gaviotas volando en círculos, con sus siluetas blancas, recortadas contra las nubes grises. Dando vueltas como lo hacían sobre la playa de Tiro cuando ella era una niña y las observaba parada sobre la arena caliente, con sus pies pequeños y bronceados que asomaban por el deshilachado dobladillo de su vestido. Se había internado en demasiados vericuetos de la mente de Michael Lander durante demasiado tiempo. Se preguntó en qué forma incidiría en sus relaciones la presencia de Muhammad Fasil, si es que todavía estaba vivo y los esperaba con los explosivos pasando la curva de los noventa pies de profundidad. Tendría que hablar con Fasil inmediatamente. Había cosas que debería explicarle antes de qué cometiera un error fatal.

Cuando volvió la cabeza para mirar al mar que se extendía adelante, Lander estaba observándola desde el asiento del timonel, con una mano apoyada sobre el timón. El aire marino había coloreado sus mejillas y sus ojos brillaban. El cuello de su chaquetón forrado de piel de oveja estaba vuelto contra su cara y los pantalones se ceñían contra sus muslos, al inclinarse siguiendo el balanceo de la embarcación. Lander al comando de dos poderosos motores diesel, ocupado en algo que sabía hacer bien, echó la cabeza hacia atrás y se puso a reír. Fue una risa auténtica que la sorprendió. No la había oído a menudo.

– ¿Sabe señora que usted es pura dinamita? -dijo secándose los ojos con los nudillos.

La joven bajó los ojos y luego levantó nuevamente la cabeza mirándolo sonriente.

– Vayamos a buscar un poco de plástico.

– Por supuesto -respondió Lander sacudiendo la cabeza- Todo el plástico de la tierra.

Fijó un rumbo de ciento diez grados, apenas un poco más al Norte que al Este con las variaciones de la brújula y luego lo corrigió cinco grados más al Norte cuando las campanas y las sirenas de las boyas fuera de Barnegat le indicaron con más exactitud el efecto del viento. La marejada golpeaba ahora contra la banda de babor, pero con mucha menos fuerza, salpicando apenas mientras la lancha hundía la proa en ellas. En algún lugar más allá del horizonte esperaba el carguero, cabalgando sobre ese mar invernal.

Se detuvieron al promediar la tarde mientras Lander constataba su posición con el radiogoniómetro. Lo hizo temprano para evitar la distorsión que ocurriría al atardecer y lo hizo muy cuidadosamente, tomando tres puntos de referencia y señalándolos en su carta, anotando horas y distancias con diminutos y cuidados números.

Mientras avanzaban a toda velocidad hacia el Este, rumbo a la «X» de la carta, Dahlia preparó café en la pequeña cocina, que bebieron acompañado por los sándwiches que había comprado y luego guardó todo lo que había sobre la mesa. Utilizando pequeños trozos de cinta adhesiva sujetó a la contratapa un par de tijeras de cirujano, gasas, tres jeringas descartables con morfina y otra con Ritalin. Apoyó unas cuantas tablitas sobre la mesa sujetándolas contra la barandilla con tiras engomadas.

Llegaron al punto fijado para el encuentro, situado bastante más allá de la ruta usual de los barcos que iban de Barnegat-Ambrose, una hora antes de la puesta de sol. Lander controló su posición con el radiogoniómetro y la corrigió ligeramente en dirección al Norte.

Lo primero que vieron fue el humo, una mancha oscura en el horizonte hacia el Este. Luego dos puntos debajo del humo al aparecer la sobreestructura del carguero. No tardó mucho en aparecer su casco, aproximándose lentamente. El sol estaba bajando por el Sudoeste, a espaldas de Lander, mientras éste se aproximaba al barco a toda máquina. Todo sucedía como lo había planeado. Saldría de la zona iluminada por el sol para inspeccionarlo, y cualquier artillero a bordo del barco provisto de una mira telescópica quedaría encandilado por la luz.

La lancha pesquera avanzó hacia el descarado carguero a reducida velocidad, Lander estudiándolo con sus prismáticos. Pudo ver entonces que por las drizas de babor subían dos banderines. Uno tenía una X blanca sobre fondo azul y el de abajo, un rombo colorado sobre fondo blanco.

– M. F. -leyó Lander.

– Eso es, Muhammad Fasil.

Quedaban todavía cuarenta minutos de luz. Lander decidió aprovecharlos. Como no se divisaba ningún otro barco en las cercanías era mejor arriesgarse a hacer el trasbordo con luz de día que correr el riesgo de un accidente con el carguero en la oscuridad. El y Dahlia podrían vigilar la borda del carguero mientras tuvieran luz.

Dahlia izó el banderín con la D. El barco se acercaba cada vez más dejando a su paso una estela de espuma. Dahlia y Lander se colocaron unas máscaras hechas con medias.

– Escopeta grande -dijo Lander.

La joven se la puso en la mano. Abrió el parabrisas que tenía frente a él y depositó el arma sobre el panel de instrumentos, con el cañón apuntando a la cubierta de proa. Era una Remington de calibre doce automático con cañón largo y estrangulado, cargado con perdigones grandes 00. Lander sabía que sería imposible disparar con precisión un rifle desde el barco en movimiento. El y Dahlia lo habían ensayado muchas veces. Si Fasil había perdido el control del barco carguero y les disparaban, Lander devolvería el fuego, haría girar la lancha pesquera hasta ponerla de proa al sol mientras Dahlia vaciaba el contenido de la otra escopeta grande contra el carguero. Cambiaría de arma y tomaría el rifle cuando la distancia aumentara.

– Con el movimiento del barco, no te preocupes por tratar de herir a alguien -le dijo-. Dispara suficiente cantidad de plomo junto a sus cabezas y ellos cesarán el fuego. -Recordó entonces que la muchacha tenía más experiencia que él con armas pequeñas.

El carguero viró lentamente y se meció pausadamente con la marejada en ángulo recto con la quilla. A trescientos metros de distancia, Lander podía ver solamente tres hombres sobre la cubierta y un solo vigía sobre el puente. Uno de los hombres corrió hacia la driza con los banderines y los bajó, indicando así el reconocimiento de las señales que había izado Lander. Hubiera sido más sencillo utilizar la radio, pero Fasil no podía estar al mismo tiempo sobre la cubierta y en la cabina de la radio.

– Ese es él, el de la gorra azul es Fasil -dijo Dahlia dejando los prismáticos.

Cuando Lander estaba a menos de cien metros de distancia, Fasil les dijo algo a los dos hombres que estaban junto a él. Bajaron un aparejo para un bote salvavidas por la borda y luego se quedaron con las manos bien visibles sobre la baranda.

Lander aminoró al máximo los motores, se dirigió a proa para colocar una defensa sobre la borda de estribor y regresó luego al puente llevando la escopeta corta.

Parecía que Fasil estaba al mando del carguero. Lander podía ver que llevaba un revólver en la cintura. Debía haber ordenado que despejaran todos la cubierta con excepción del piloto y un tripulante. Las manchas de óxido en los costados del barco tenían reflejos dorados a la luz del sol poniente cuando Lander acercó la lancha hacia sotavento y Dahlia le arrojó un cabo al marinero. Este comenzó a asegurarlo a una cornamusa de la cubierta del carguero, pero Dahlia meneó la cabeza y le hizo señas con la mano. Comprendió entonces y después de pasar el cabo por la cornamusa le tiró la otra punta.

Esto había sido cuidadosamente ensayado por ella y Lander, y lo sujetó con un nudo especial que podía ser desatado desde la lancha con un solo tirón. Giró el timón al máximo y la potencia de las máquinas mantuvieron la embarcación paralela al carguero, con la popa junto al barco.

Fasil había reempaquetado el explosivo de plástico en bolsas de diez kilos. Cuarenta y cinco bolsas estaban apiladas sobre la cubierta junto a él. La defensa golpeaba contra el costado del carguero mientras la lancha subía y bajaba por la marejada junto al barco. Echaron una escala de cuerdas por el costado del Leticia.

– Va a bajar el piloto -le gritó Fasil a Lander-. No está armado. Podrá ayudarlos a estibar la carga.

Lander asintió y el hombre bajó por el costado. Trataba evidentemente de no mirar a Dahlia y a Lander a quienes las máscaras les otorgaban un aspecto siniestro. Utilizando el aparejo del bote salvavidas como un guinche en miniatura, Fasil y el marinero bajaron las seis primeras bolsas dentro de una red de las que se utilizaban para bajar la carga, junto con varias armas automáticas envueltas en una lona. Era bastante difícil calcular el momento preciso para desenganchar la carga y en una oportunidad Lander y el piloto cayeron de bruces.

Después de haber guardado doce bolsas en la cabina, la operación de carga se detuvo mientras los tres que estaban en la lancha pasaban las bolsas a proa, apilándolas en la cabina de adelante. Era todo lo que Lander podía hacer para evitar la tentación de abrir una bolsa y examinar su contenido. Los tres que trabajaban en la lancha estaban empapados de sudor a pesar del frío.

El grito del vigía situado en el puente fue casi arrastrado por el viento. Fasil dio media vuelta y colocó las manos detrás de sus orejas. El hombre agitaba los brazos y señalaba algo. Fasil se asomó por la borda y gritó a los de la lancha.

– Viene alguien por allí, desde el Este. Voy a investigar.

Subió al puente en menos de quince segundos y le arrebató los prismáticos al atemorizado vigía. Regresó inmediatamente a la cubierta y después de luchar durante un instante con la red, les grito por la borda:

– Tiene una raya blanca cerca de la popa.

– Guardacostas -respondió Lander-. ¿Cuál es el alcance… a qué distancia están?

– Ocho kilómetros avanzando a toda velocidad.

– Bajen eso de una vez, carajo.

Fasil abofeteó al marinero parado junto a él y le colocó las manos sobre el aparejo. La red cargada con las últimas doce bolsas de plástico se meció sobre el mar y descendió rápidamente, mientras las sogas chirriaban. Cayó sobre la lancha con un ruido sordo y fue rápidamente vaciada de su contenido.

A bordo del carguero, Muhammad Fasil se dirigió al sudoroso marinero.

– Quédate parado con las manos visibles sobre la borda.

– El hombre fijó sus ojos en un punto del horizonte y pareció retener la respiración mientras Fasil se aproximaba al costado del barco.

El piloto parado en la cubierta de la lancha no podía apartar su mirada de Fasil. El árabe le entregó al hombre un fajo de billetes y extrajo su revólver apuntando a la boca del hombre.

– Has hecho un buen trabajo. El silencio es la razón de la salud. ¿Me comprendes?

El hombre quiso asentir pero no pudo hacerlo por la pistola que apuntaba debajo de su nariz.

– Ve en paz.

Trepó la escala de sogas lo más rápido que pudo. Dahlia soltaba en ese momento el cabo que los mantenía amarrados al carguero.

Lander parecía pensativo mientras transcurrían todas estas acciones. Estaba esperando que su mente le brindara la respuesta basada en todas las posibilidades que conocía.

El guardacostas que se aproximaba del otro lado del carguero no podía verlos todavía. Posiblemente su curiosidad se había despertado al ver anclado el barco, a menos que hubieran sido alertados. Lancha guardacostas. Había seis en esta zona, todas de veinte metros de largo, equipadas con dos motores Diesel, que podían desarrollar una velocidad de veinte nudos. Provistas de un radar Sperry-Rand SPB-5, y una tripulación de ocho personas. Una ametralladora de calibre 50 y un mortero de 81 milímetros. Lander consideró rápidamente la posibilidad de provocar un incendio en el carguero, obligando a la lancha a detenerse y prestarles ayuda. Pero no, el piloto alegaría piratería y se armaría un gran alboroto. Aparecerían aviones, algunos equipados con instrumental infrarrojo, que registrarían la temperatura de sus motores. Estaba oscureciendo. La luna no saldría en cinco horas. Mejor sería una persecución.

Lander regresó al presente. Sus deliberaciones le habían llevado cinco segundos.

– Dahlia, instala el radar. -Apretó a fondo los aceleradores y la lancha se alejó del carguero dejando a su paso una estela de espuma. Se dirigió hacia la tierra, distante treinta kilómetros, los motores trabajando al máximo, haciendo unos enormes bigotes de agua al hendir las olas. A pesar de estar bien cargado, la magnífica lancha desarrollaba una velocidad de aproximadamente diecinueve nudos. El guardacostas tenía cierta ventaja respecto a velocidad. Trataría de mantener el carguero entre ellos mientras fuera posible.

– Sintoniza la banda de dos mil ochenta y dos kilociclos.

Correspondía a la frecuencia internacional de emergencia del radioteléfono, era una frecuencia utilizada para realizar peticiones de auxilio entre los barcos.

El carguero había quedado bien atrás, pero mientras lo observaban vieron aparecer la lancha guardacostas, levantando una gran cortina de agua a su paso. Lander miró por encima de un hombro y vio la proa de su perseguidor balancearse ligeramente hasta quedar apuntando directamente a ellos.

Fasil trepó por la escalerilla hasta que su cabeza quedó por encima del nivel del puente de mando.

– Nos está dando órdenes de detenernos.

– Al diablo con él. Cambia a la frecuencia de los guardacostas. Está marcada en el dial. Veremos si llama pidiendo ayuda.

La lancha avanzaba hacia el último resplandor en el Oeste, con sus luces apagadas. Detrás de ellos aparecía graciosamente, entre dos bigotes de espuma, la lancha guardacostas persiguiéndolos como un perro.

Dahlia había terminado de instalar la pantalla del radar sobre la baranda del puente. Tenía una forma semejante a un barrilete y estaba formada por varillas metálicas. La compró en una tienda dedicada a implementos navieros, le costó doce dólares y se estremecía con el cabeceo de la lancha en la marejada.

Lander envió a Dahlia abajo para verificar que todo estuviera bien sujeto. No quería que nada se soltara por la vibración que tendría que soportar la lancha.

Revisó la cabina de mando en primer lugar y luego se dirigió a la de proa donde Fasil escuchaba la radio con el ceño fruncido.

– Nada todavía -le dijo hablando en árabe-. ¿Para qué demonios la pantalla de radar?

– Los guardacostas deben habernos visto ya, de todos modos -respondió Dahlia. Tenía que hablar a gritos para que pudiera oírla por la vibración del barco-. Cuando el capitán del guardacostas se dé cuenta de que la persecución va a seguir en la oscuridad, hará que el operador del radar nos localice mientras somos todavía visibles y luego no tendrá problemas en identificar el «blip» que haremos en su pantalla cuando haya oscurecido -Lander había explicado anteriormente todo esto con gran lujo de detalles-. Con ese reflector, el ruido será intenso y profundo, bien perceptible a pesar de la interferencia del oleaje. Como el reflejo de un barco de casco metálico.

– Crees…

– Escúchame -dijo la muchacha apresuradamente mirando hacia el puente de mando situado por encima de su cabeza-. No debes tratarme de ningún modo con familiaridad ni tocarme ¿comprendes? Debes hablar exclusivamente en inglés en su presencia. No se te ocurra nunca subir al primer piso de su casa. No debes tratar de sorprenderlo. Por el buen éxito de nuestra misión.

El rostro de Fasil estaba iluminado por debajo de los controles de la radio y sus ojos resplandecían en sus oscuras órbitas.

– Por el éxito de la misión, entonces, camarada Dahlia. Lo complaceré mientras trabaje eficazmente.

– Si no lo complaces, descubrirás que puede trabajar con gran eficiencia -respondió la joven pero sus palabras se perdieron en el viento cuando subió a proa.

Había oscurecido. Se veía solamente la débil luz de la bitácora del puente, visible solamente a los ojos de Lander. Podía ver las luces rojas y verdes del guardacostas con gran claridad como así también la de su poderoso faro horadando la oscuridad. Calculó que el barco del gobierno tenía medio nudo de ventaja sobre él y que ellos le llevaban cuatro millas y media de distancia. Fasil subió la escalera y se paró junto a Lander.

– Ha enviado un mensaje radial advirtiendo a la aduana acerca del Leticia. Dice que él se encargará de detenernos.

– Dile a Dahlia que ya es casi la hora.

Avanzaban hacia los bancos de arena a toda velocidad. Lander sabía que los hombres del guardacostas no podían verlo, sin embargo podían registrar la menor alteración en su curso. Le parecía sentir los dedos del radar sobre su espalda. Sería mejor si hubiera otros barcos… ¡sí! Por la banda de babor aparecieron las luces de posición de un barco a medida que se acercaron se hicieron visibles las luces de un costado. Un carguero con rumbo al Norte, avanzando a toda máquina. Alteró ligeramente su rumbo para pasar lo más cerca posible de su costado. Lander vio en su mente la pantalla del radar del guardacostas, la luz verde titilando frente al operador que observaba cómo convergían la gran imagen del carguero y la más pequeña de la lancha, sus «blips» haciéndose más fuertes a medida que la aguja barría la pantalla.

– Prepárense -le gritó a Dahlia.

– Vamos -le dijo ésta a Fasil, que se abstuvo de hacer preguntas. Empujaron juntos la pequeña plataforma provista de flotadores, apartándola de los explosivos firmemente sujetos. Cada flotador consistía en un tambor de cinco litros con un agujerito en la parte superior y una canilla en la inferior. Dahlia sacó el mástil de la cabina, y el reflector del radar del puente. Ajustaron el reflector en la punta del mástil y sujetaron a éste dentro de un agujero expresamente hecho en la plataforma. Ayudada por Fasil sujetó una soga de dos metros a la parte inferior de la plataforma y le ató al otro extremo un gran trozo de plomo. Levantaron la vista de su trabajo para ver las luces del carguero prácticamente encima de ellos, su costado semejante a un enorme acantilado. Pasaron junto a él en menos de lo que canta un gallo.

Lander que había puesto rumbo al Norte, miró hacia la popa, tratando de mantener al carguero entre su barco y el guardacostas. Los ecos del radar se habían mezclado, y la gran mole del barco lo protegía de la persecución del radar.

Calculó la distancia que lo separaba de sus perseguidores.

– Media vuelta a las canillas. -Acto seguido detuvo los motores-. Arrójenlo por la borda.

Dahlia y Fasil dejaron caer la plataforma flotante por un lado de la lancha, y su mástil se meneó agitadamente mientras el peso que colgaba por abajo lo mantenía firme como una quilla, con el reflector del radar bien por encima de la superficie del agua. El aparato se meció nuevamente cuando Lander aceleró a fondo rumbo a la costa, rumbo al Sur con todas las luces del barco apagadas.

– El operador del radar no puede estar seguro de si la imagen del reflector es la nuestra, si se trata de algo nuevo, o si estamos avanzando del otro lado del carguero -dijo Fasil-. ¿Cuánto tiempo seguirá flotando?

– Quince minutos con las canillas a medio abrir -respondió Dahlia-. Habría desaparecido cuando llegue el guardacostas.

– ¿Seguirá entonces al carguero rumbo al Norte para ver si navegamos junto a él?

– Quizás.

– ¿Qué es lo que puede ver de nosotros en estos momentos?

– Tratándose de un barco de madera, yo diría que muy poca cosa por no decir nada. Ni siquiera la pintura tiene plomo. Habrá ciertas interferencias desde el barco. El ruido de las máquinas ayudará también si se detienen a escuchar. No sabemos todavía si ha mordido el anzuelo.

Lander observaba desde el puente las luces del guardacostas. Podía ver las dos luces blancas de posición y la colorada de babor. Si viraba rumbo a ellos vería también la luz verde de estribor.

Dahlia estaba parada junto a él y juntos observaban las luces de sus perseguidores. Veían solamente la colorada y a medida que aumentaba la distancia, fueron perceptibles únicamente las blancas, y luego nada, salvo un ocasional destello del faro al elevarse el barco sobre la cresta de una ola, inspeccionando la oscuridad.

Lander advirtió una tercera persona en el puente.

– Un bonito trabajo -dijo Muhammad Fasil.

Lander no le contestó.

Загрузка...