Baker sopesó sus opciones mientras conducía por la autopista.
Había un centro comercial en la siguiente salida, a unos pocos kilómetros, donde podían abastecerse de comida, ropa y armas. Sin embargo, después de pensarlo varias veces, descartó la idea. El centro comercial se encontraba en una zona residencial que seguramente acogería a mucha población. Cuanto más pudiesen alejarse de las ciudades, mejor.
No obstante, la naturaleza también planteaba problemas. Había menos habitantes, pero más animales de los que preocuparse.
En el asiento del copiloto, Gusano canturreaba para sí, inmerso en un libro infantil que había encontrado en el asiento trasero. Baker le echó un vistazo rápido, sonrió y volvió a centrar su atención en la carretera.
La verdad es que todo sería más sencillo sin Gusano. Baker se odió a sí mismo por pensar tal cosa, pero la mitad analítica de su cerebro no paraba de recordárselo. Además, ¿y si le pasaba algo a él, qué sería de su joven protegido? El pensamiento frío y racional le dictaba que matarlo mientras dormía sería un acto de generosidad. Era mejor que dejarlo solo ante los horrores de este nuevo mundo.
Pero era algo que jamás podría hacer. Se sentía responsable de Gusano. ¿Y a quién quería engañar? No era un asesino frío y calculador.
«Claro que lo eres -le dijo una voz en su cabeza-. Has acabado con todo el mundo, Baker. Eres un asesino. ¡Eres el peor asesino en masa de la historia!»
Acalló aquella voz y se centró en el presente. Las ciudades quedaban descartadas. El campo y la naturaleza, descartados. ¿Qué les quedaba? ¿Una isla? Había islas dispersas por todo el río Susquehanna, pero presentaban el mismo problema que las montañas o los bosques, sólo que a menor escala. ¿Una granja apartada de la civilización? No, no sería mucho más seguro que vivir directamente en el bosque. Estaría bien tener una avioneta o un helicóptero, como en aquella película de zombis que vio en vídeo hace años. Pero aunque supiese pilotar (no sabía), ¿adónde irían? En la película, los supervivientes se refugiaron en un centro comercial.
Y vuelta a empezar.
Un letrero le llamó la atención.
CAVERNAS DEL ECO INDIO – SALIDA 27 – 16 KILÓMETROS
Arqueó las cejas. ¡Una cueva! Durante años, solía llevar a sus sobrinos a verlas cada vez que iban a visitarle. Sopesó las posibilidades que ofrecía: una ubicación subterránea y profunda, alejada de miradas curiosas. Sólo había una ruta de entrada y salida, así que podría protegerse con facilidad. Y quizá lo más importante: no había ningún ser vivo en ella, era un cebo para turistas sin murciélagos ni criaturas cavernícolas.
Podía valer, al menos de forma provisional. Tal como estaban las cosas, cualquier cosa era mejor que conducir un Hyundai rojo brillante por la desierta autopista de Pensilvania.
Le dio una palmada en el hombro a Gusano, que desvió su atención de las aventuras de «Self el gatito».
– ¿Tienes claustrofobia?
El chico parpadeó. No le había entendido.
– ¿Tienes miedo a las cuevas o a estar bajo tierra? -reiteró Baker, pero su joven compañero seguía sin comprender. Intentó decirlo de otra forma-. ¿Te da miedo la oscuridad?
– ¿O'uidá? -Entonces sí reaccionó. Gusano asimiló la pregunta mentalmente y le tocó a Baker en el brazo-. E'ngo a Eiker. No o'udiá.
– Mientras estés conmigo, no te importa la oscuridad -tradujo Baker. Aquello le produjo una gran ternura. Sintió un globo de emociones hinchándose en su pecho y recordó la promesa que se hizo a sí mismo.
– Atito aciosho -dijo Gusano, devolviendo su atención al libro.
Con la mente puesta en su destino, Baker aceleró hasta llegar a los setenta por hora. Quería ir a una velocidad prudente para poder reaccionar en caso de encontrarse con un vehículo accidentado, pero a la vez estaba ansioso por llegar.
Se preguntó cuánto tiempo les durarían los suministros y concluyó que de momento serían suficientes; una vez instalados en las cuevas, Baker podría hacer un viaje para reabastecerse. También consideró la posibilidad de que las cuevas no estuviesen del todo vacías. ¿Y si un empleado o un turista se había convertido en un no muerto y merodeaba en las profundidades? Y lo que era peor, ¿y si un superviviente o un grupo habían tenido la misma idea y se habían apoderado de ella?
Había demasiadas variables. Tendrían que afrontar las consecuencias una vez allí.
Baker pasó al lado de la salida al centro comercial mientras estudiaba el paisaje. Muy por debajo de la salida había unos zombis dispersos rondando por el aparcamiento y los campos. Por increíble que fuese, dos de las criaturas señalaron al Hyundai en marcha, abrieron de golpe las puertas de una camioneta y se metieron en el vehículo.
Vio las luces de marcha atrás de la camioneta reflejadas en el espejo retrovisor y luego perdió de vista el supermercado. Pisó el pedal del acelerador a fondo y echó un vistazo a Gusano, que no era consciente de la persecución que estaba teniendo lugar.
Baker evaluó la situación hecho un manojo de nervios: les llevaba ventaja, y a medida que el velocímetro superaba los ochenta kilómetros por hora, ésta se iba haciendo cada vez mayor. Los zombis tenían que maniobrar para salir del supermercado, lo que les llevaría un par de minutos, e incorporarse a la autopista. Si llegaba a la próxima salida -la de las cuevas- antes de que volviese a tener el coche a la vista, todo iría bien.
Decidió que lo mejor sería no aparcar el coche cerca de las cuevas: si los zombis tomaban la misma salida que ellos para buscarlos, revelaría su ubicación.
– Á'haro -dijo de pronto Gusano, pegando un bote en el asiento.
– ¿Qué?
– ¡Á'haro! -gritó, visiblemente alterado, mientras apuntaba hacia arriba.
Nubes de pájaros no muertos oscurecían el cielo. Cuervos y pinzones. Gorriones y petirrojos. Cardenales y auras. Miles de ellos, eclipsando el sol y abalanzándose en picado en una única y enorme bandada.
Dirigiéndose hacia el coche.
Baker agarró el volante y pisó el acelerador hasta el fondo. El Hyundai protestó, pero la transmisión automática en seguida asimiló la urgencia y el coche salió disparado hacia delante. Al mismo tiempo, oyó una bocina tras ellos, ruidosa e insistente.
Tenían la camioneta justo detrás y los pájaros iban a por ellos, a muerte.
Ver aquella bandada de zombis voladores a través del parabrisas de la cabina hizo que el soldado Warner se alegrase de estar conduciendo el camión. Detrás de él iba el Humvee, que podía albergar a cinco pasajeros más el artillero, que contaba con un asiento en el techo. Warner habría sido el ocupante de aquel asiento, pero, por mucho que le gustase manejar aquella ametralladora de calibre cincuenta o incluso -de vez en cuando- el lanzagranadas Mach 19 y el lanzamisiles TOW, tras una serie de misiones fracasadas la unidad había comprendido que durante los desplazamientos era mejor tener brazos y piernas dentro del vehículo.
Esta era una de esas ocasiones. Si estuviese a cargo de la ametralladora, sería una presa fácil para la gigantesca bandada. Las enormes balas no servirían de mucho contra tantos blancos pequeños, y dado que el arma medía un metro ochenta de largo y pesaba setenta kilos, tampoco es que pudiese llevarla encima.
En vez de eso, estaba conduciendo un camión civil que había sido requisado hacía semanas. Lo que en el pasado sirvió para repartir pan por todo el estado era ahora una unidad de detención móvil para transportar prisioneros de vuelta a Gettysburg. Estaba vacío, pero Warner no tenía ninguna duda de que eso cambiaría una vez que la misión de reconocimiento hubiese terminado.
Warner no albergaba muchas ilusiones respecto a lo que estaban haciendo, pero tampoco es que le importase. Estaba en el equipo ganador, y si para ello lo único que tenía que hacer era atizarles en la cabeza con la culata del fusil a unos cuantos civiles para así mantenerlos a raya, por él, perfecto. ¿Trabajos forzados y prostitución? Puede, pero al menos estaban vivos. Deberían estar agradecidos.
Warner tampoco se había hecho nunca ilusiones sobre su posición. Desde su punto de vista, le pagaban para proteger a la gente de sí misma. Partir cabezas, ya fuesen las de unos manifestantes o la de un saqueador tras una inundación o un tornado, era uno de los muchos beneficios. No le importaban los civiles a los que había jurado proteger. La mayoría de ellos ni siquiera merecían ser protegidos: querían seguridad para sus hogares y negocios, pero eran los primeros que salían lloriqueando en las noticias cada vez que los medios mostraban a un guardia cargándose a los cabrones de los que querían ser protegidos.
Aunque nunca lo había dicho en voz alta, a Warner le gustaba -en secreto- la nueva situación. Follaba todas las noches, ¿y qué más daba que algunas se resistiesen al principio? Un chocho era un chocho, se resistiese o no. Sólo había que someter a la zorra. Comía bien, dormía bien y podía utilizar sus habilidades. Seguía vivo y, lo más importante, su vida tenía un cometido.
– Warner -sonó la voz del sargento Ford por la radio-. ¿Ves esa mierda ahí delante?
Ajustó el micrófono sin dejar de mirar a los pájaros.
– Afirmativo. Algo me dice que no están migrando al sur.
– El sargento Michaels dice que nos detengamos, quiere esperar a que pasen de largo. Si ves que van a atacar y que se acercan al camión, ven al Humvee y quédate con nosotros hasta que haya pasado todo.
– Entendido -respondió Warner mientras imaginaba una lluvia de picos atravesando el parabrisas del camión.
– Warner ya está avisado -informó Ford a Michaels sin quitarles el ojo de encima a los pájaros, que volaban en círculos. Nunca había visto tantos a la vez. Parecían centrados en algo que se encontraba más allá de la curva de la carretera.
En la parte trasera, Lawson y Blumenthal preparaban sus armas sin parar de moverse nerviosamente.
– La misión entera ha sido una cagada -gruñó Michaels-. Primero York y ahora esto. Schow va a cabrearse, y mucho.
York, donde habían sido destinados en misión de reconocimiento, había resultado ser una ciudad hostil. Estaba llena no sólo de muertos vivientes, sino de facciones en guerra, cabezas rapadas y bandas callejeras. Una gran parte del casco antiguo había ardido hasta los cimientos y la mayoría de zonas colindantes era inhabitable. No merecía la pena malgastar vidas en ella. En resumen: York no era apropiada para establecer una nueva base.
Volvió a fijarse en los pájaros, justo a tiempo para verlos lanzarse en picado. Un flanco se separó del resto, dirigiéndose hacia ellos.
– Mierda -ladró Ford-. ¡Nos han visto! ¡Poneos al aparato y decidle a Warner que mueva el culo!
Blumenthal se dirigió hacia Lawson y murmuró:
– Esos pájaros no van a atravesar esta lata ni de coña.
– Quizá -respondió mientras se encogía de hombros-, pero me alegro de tener el lanzallamas, por si las moscas.
Baker giró bruscamente hacia la izquierda y luego torció inmediatamente hacia la derecha, buscando una salida, pero las criaturas estaban por todas partes. Los pájaros se abalanzaron sobre el coche, estrellando sus cuerpos contra el parabrisas como torpedos vivientes, sin preocuparles el daño que se causaban a sí mismos.
Gusano, que no paraba de gemir, se aferró al cinturón de seguridad y cerró los ojos.
El parabrisas empezó a romperse por los repetidos impactos y las grietas se extendían con rapidez. La fuerza bruta de aquella oleada zarandeaba el coche como un pelele por la carretera. Cada cuerpo sonaba como una roca al estrellarse contra el techo y el capó. Baker encendió los limpiaparabrisas y tocó la bocina, pero no consiguió frenarlos.
De pronto, algo empujó al coche desde atrás, precipitándolo hacia delante con brusquedad. ¡La camioneta! El miedo le había hecho olvidarse de ella. Aterrado, echó un vistazo al espejo retrovisor.
La camioneta estaba justo detrás de ellos, tan cerca que podía ver las crueles sonrisas de sus dos pasajeros no muertos. El vehículo aceleró hasta estrellar el morro contra el parachoques trasero del Hyundai, que dio otro bandazo.
El metal chilló bajó unos espolones que arañaron el techo de lado a lado. Baker dio otro volantazo, pero el coche no respondía. Los cuerpos de los pájaros cubrían el asfalto y los neumáticos se deslizaban, inútiles, sobre ellos. Otros cadáveres se colaron en los agujeros de las ruedas, obstruyéndolas y enviando al incontrolable vehículo contra el quitamiedos. En ese instante, la camioneta los embistió por tercera vez y el coche empezó a dar vueltas. Los pájaros golpeaban por todas partes y la luna trasera empezó a resquebrajarse. Un cuervo asomó la cabeza por el machacado parabrisas y graznó hacia ellos.
El coche se paró en seco y la cacofonía de sus atacantes se volvió atronadora. Gusano se puso las manos sobre la cara mientras cerraba los ojos con todas sus fuerzas. Baker cogió la pistola a sabiendas de lo inútil que sería contra aquel enemigo. Sólo había una forma de escapar.
Algo pesado aterrizó sobre el techo con un golpe seco. Baker oteó a través de la masa de alas y vio un águila: en el pasado fue el orgulloso símbolo de la libertad y la democracia, pero ahora sólo simbolizaba la corrupción y la muerte. Abrió sus enormes alas y se abalanzó contra el destrozado parabrisas.
Baker puso la pistola en la cabeza de Gusano y rezó para que le diese tiempo a acabar con los dos antes de que las criaturas los alcanzasen.
Warner comprobó que un escuadrón de pájaros se había separado del resto de la formación y se dirigía directamente hacia el camión y el Humvee.
– ¡Joder!
– ¡Warner! -gritó Ford por la radio-, ¡mueve el culo! ¡Ya, ya, ya, ya, ya, YA!
Abrió la puerta de golpe y corrió hacia el Humvee. Blumenthal asomó por la escotilla superior sujetando un M-16 y apremiándolo a seguir.
Algo afilado le raspó la cabeza y sintió una punzada de dolor. Se puso la mano en la oreja y cuando volvió a mirarla estaba teñida de rojo. Otro pájaro le golpeó en los tobillos y un tercero hundió las garras en su pelo.
Agarró al pájaro entre alaridos y lo estrujó en su puño. No se rindió fácilmente y empezó a picotearle la mano y los dedos, derramando más sangre.
Warner se tambaleó y se le doblaron las rodillas en mitad de la carretera. El peso de los pájaros que se abalanzaban sobre su espalda le hizo caer al suelo, pero se puso a rodar y patalear, aplastándolos.
El Humvee se dirigió hacia él y Blumenthal disparó una ráfaga de su M-16. Consiguió abatir a algunos pequeños objetivos, pero el resto se desperdigó y echó a volar hasta que quedó fuera de alcance.
Warner se puso en pie y gritó cuando sintió un pico hundiéndose en su nuca.
En el interior del Humvee, Michaels estaba centrado en controlar el vehículo sin atropellar a Warner. Ford fue el primero en percatarse del Hyundai rojo que llegaba por la curva de la carretera, girando incontroladamente hasta detenerse. Una camioneta roñosa se detuvo detrás y dos zombis humanos se dirigieron hacia él.
– Cristo -murmuró. Luego se dirigió a Michaels-. ¡Tenemos compañía!
Sin dejar de disparar, Blumenthal saltó del vehículo en movimiento y corrió hacia el soldado herido. Warner estaba cubierto de cuerpos emplumados. Los pájaros piaban ansiosos, picoteando en la carne descubierta mientras su víctima gritaba de agonía. Blumenthal dio unos pasos más hacia su compañero antes de retirarse cuando más criaturas se dirigieron en tromba hacia él. Gritando, soltó el M-16 y se tapó los ojos con los brazos.
Lawson subió hasta el asiento en el techo del Humvee y apuntó con el lanzallamas. Un chorro de líquido naranja atravesó el aire con un rugido, abrasando a docenas de pájaros. Movió el arma en un amplio arco hasta que el resto de la horda voladora se retiró.
– ¿Y Warner? -gimió Blumenthal.
Su compañero caído era una masa temblorosa de carne roja y expuesta. Su uniforme estaba hecho jirones y había perdido casi toda la piel. Los pájaros zombi aterrizaban sobre él, rasgaban algunas tiras de carne y se iban volando, dejando sitio a sus hermanos.
Sin mediar palabra, Lawson apuntó con el arma a Warner y sus atacantes, sumiendo a todos ellos en un infierno. Blumenthal saltó al interior del Humvee mientras el fuego lo consumía todo.
– Ojo ahí delante -le gritó Ford a Lawson-. ¡Vienen más!
Lawson giró el lanzallamas y vio una enorme águila en el techo del coche. Dejó escapar un grito ahogado de asombro antes de proyectar un arco de fuego sobre ella.
– ¡Déjame sitio, coño!
Blumenthal asomó por la abertura del techo y abrió fuego con la ametralladora de calibre cincuenta, riendo mientras las enormes balas impactaban sobre los dos zombis humanos y su camioneta, esparciendo pedazos de cabezas, miembros y torsos sobre el asfalto.
Los pocos pájaros que quedaban se dirigieron hacia el cielo.
– Tenemos movimiento en el coche -advirtió Ford-. No son zombis. Pasadme el megáfono.
– Me sorprende que no se hayan quemado después de ver cómo los rociabas.
– Cállate, Blumenthal -gruñó Lawson-. Ha funcionado, ¿no?
La puerta del lado del conductor del Hyundai se abrió de golpe y los dos soldados apuntaron con sus armas. Un hombre, ensangrentado y herido pero vivo, levantó los brazos hacia ellos.
– ¡No disparen! -gritó Baker-. ¡Somos humanos!
Volvió a meterse en el interior del coche, abrazó a Gusano y convenció al tembloroso muchacho de que abriese los ojos.
– ¡Estamos a salvo, Gusano! -gritó-. ¡A salvo! ¡Es el ejército! -dijo mientras señalaba al Humvee y al camión.
– ¡Que el pasajero salga del vehículo con las manos en alto! ¡Y que el conductor permanezca dentro!
– Mi compañero es sordo -dijo Baker-. No puede o…
– ¡AHORA! -rugió Ford.
Usando las manos, Baker instó a Gusano a salir. Tras una buena dosis de persuasión, el aterrado joven obedeció.
– Conductor, te toca. ¡Las manos en alto!
Baker obedeció, ignorando los frágiles cuerpos y alas que crujían suavemente bajo sus pies. El hedor de la carne quemada flotaba pesadamente en el aire. Los restos de los zombis de la camioneta estaban esparcidos por todas partes.
Dos soldados -Baker se dio cuenta de que eran de la Guardia Nacional- descendieron del vehículo y caminaron hacia él sin bajar las armas.
– Muchas gracias -aclamó Baker-. ¡Muchísimas gracias, de corazón! Pensé que…
Blumenthal golpeó a Baker en la tripa con la culata de su M-16, callándolo de golpe. Baker cayó al suelo y se hizo un ovillo, sujetándose el estómago y dando bocanadas.
– ¡Eiker!
Gusano chilló aterrado e intentó correr. Lawson le tiró al suelo y le puso el talón de acero de su bota sobre la cabeza.
Baker gimió, incapaz de hablar. Se aferró a la carretera con los dedos, luchando por respirar.
– Mételos en el camión -ordenó Michaels-. Lawson, tú conduces.
Blumenthal se arrodilló y esposó a Baker. Después le arrancó la identificación del CRIP de la bata y miró fijamente la imagen de la tarjeta. Agarró a Baker por la barbilla y le miró la cara.
– ¿Es el mismo? -preguntó Lawson-. ¿Qué dice la tarjeta?
– Havenbrook. ¿Ahí no estaban los laboratorios secretos del gobierno, esos que salieron en las noticias justo antes de que todo se fuese a la mierda?
– Sí -afirmó Lawson mientras le ponía las esposas a Gusano-. ¿Y qué? También salieron en las noticias el presidente de Palestina y esa supermodelo travestí y no les veo por aquí.
– Eh, sargento -dijo Blumenthal-. ¡Creo que hemos encontrado algo que igual hace que este viaje haya merecido la pena!
Lawson puso a Gusano en pie mientras escudriñaba el cielo por si aparecían más pájaros.
Blumenthal le extendió la identificación a Michaels.
– ¿Éste no era el sitio en el que estaban haciendo los experimentos?
– Puede. Pensaba que era un laboratorio de armas o algo así.
– Bueno -Blumenthal se aclaró la garganta-, estaba pensando que puede que el coronel Schow quiera interrogar a este tío, porque está claro que trabajaba allí. Seguro que está hasta arriba de armas, pero además…
Se detuvo, dudando sobre si debía continuar.
– Adelante, soldado.
– Bueno, si mal no recuerdo, casi todo el laboratorio es subterráneo. Creo que sería el lugar ideal para establecernos.
Michaels miró a Blumenthal, después a Baker y luego otra vez al soldado.
– Blumenthal, si estás en lo cierto, acabas de ganarte un ascenso.
El soldado sonrió. Obligó a Baker a ponerse en pie, subió a los cautivos al camión, cerró la puerta y echó el cierre.
El interior del camión era oscuro como la boca del lobo. Gusano no paraba de sollozar cuando el motor se puso en marcha. Baker se acercó a él guiándose por su voz y el asustado muchacho se acurrucó sobre él. Le habría gustado susurrarle palabras de ánimo, pero Gusano no podía ver sus labios en la negrura.
El intenso dolor de su estómago y pecho le distrajo de casi toda la conversación de los soldados, pero había escuchado que querían información sobre Havenbrook. Lo que significaba que le mantendrían vivo.
En la oscuridad, Baker se preguntó si Gusano y él seguirían así después de darles lo que querían.