Capítulo 18

– Yo me largo ahora mismo.

Martin parpadeó al despertarse.

– No puedes, Jim. Te cogerían y te matarían tintes de que pudieses salir de la ciudad.

– ¡No tengo otra opción, Martin! La vida de Danny depende de ello. ¡Está vivo, no sé por qué lo sé, pero está vivo! Puedo sentirlo.

– Jim, sé que quieres reunirte con tu hijo, pero piénsalo. ¡No puedes salir de aquí como si tal cosa!

– ¿Por qué no se callan? ¡Aquí la gente intenta dormir!

El murmullo provenía de su izquierda. La sala de cine estaba totalmente a oscuras y no pudieron ver quién había hablado hasta que se acercó hasta ellos. Llevaba unas gafas de pasta con uno de los cristales rotos. Su fino bigote y su perilla estaban muy descuidados, al igual que su pelo. En el pasado debió de tener un aspecto muy universitario, pero semanas de trabajos forzados y las infernales condiciones de la sala de cine dieron al traste con él.

– Lo siento -se disculpó-. No quería ser desagradable, pero algunos de los tipos que están aquí les sacarían el corazón con una cuchara para quedarse con su ración de pan. No es conveniente molestarlos.

– Gracias por el consejo -dijo Jim-, pero no vamos a quedarnos lo bastante como para que quieran intentarlo.

– Sí, no he podido evitar oír eso. También deberían tener cuidado con decir esas cosas, aquí hay topos que venderían su alma a Schow sin pensárselo dos veces.

– ¿Cómo han podido llegar las cosas a este punto? -susurró Martin.

– No conozco toda la historia porque no soy de aquí -dijo el hombre-. Soy de Brooklyn. Me capturaron hace unas semanas, cuando iba de camino a Chambersburg. Tenía planeado llegar hasta los Apalaches y esconderme allí en algún lugar seguro. Un amigo mío decía que debería ir a los Hamptons, pero ya odiaba ese sitio antes de que empezase toda esta mierda. La opción de los Apalaches me parecía mejor.

– El campo y las montañas son tan peligrosos como las ciudades -le dijo Jim-. No crea que ahí estaría más seguro.

– Lo siento, ¿señor…?

– Thurmond. Jim Thurmond. Y él es el reverendo Thomas Martin.

– Yo soy Madison Haringa. Era profesor. Ahora no sé qué soy. Un hombre perdido, supongo. Pero vivo. En cualquier caso, parece usted bastante pesimista sobre nuestras posibilidades de sobrevivir, pero, si he oído correctamente, ¿va a arriesgar su vida intentando escapar de aquí para salvar a un amigo?

– A Danny. Es mi hijo. Sigue vivo y tengo que llegar a Nueva Jersey para encontrarlo.

– ¿Jersey? -Haringa tosió-. Señor Thurmond, si está cerca de la Gran Manzana, entonces está en la zona más peligrosa de todas. Ha dicho que el campo no es seguro, pero le diré una cosa: Nueva York y Nueva Jersey están hasta arriba de esas cosas. Los únicos espacios seguros de Jersey son sitios como Pine Barrens y las granjas.

– Imagino que Nueva York estará bastante mal -dijo Martin-, pero seguro que alguien consiguió salir, ¿no?

– No, que yo sepa -respondió Haringa-. No me he encontrado con ningún superviviente de Nueva York desde que me fui. Parece como si los no muertos estuvieran reuniéndose en la ciudad. Y he oído que se están concentrando en otros puntos, como si estuviesen creando ejércitos.

– Entonces me enfrentaré a un ejército, si es necesario -dijo Jim-. Pero en cualquier caso, tengo que irme.

Haringa suspiró.

– Señor Thurmond, ¿es que no me ha escuchado? Si tiene mucha, pero mucha suerte, le dispararán mientras escapa. Si insiste en intentar fugarse, es lo mejor que puede esperar, porque las alternativas de Schow son mucho peores.

– ¿Quién es Schow? -preguntó Martin-. ¿Y por qué no se rebela la gente?

– Por lo que he oído, esta unidad estaba asignada a la protección de Gettysburg. Pero cuando todo se vino abajo, los militares perdieron la cabeza, especialmente Schow. Al principio empezó como algo muy simple: impuso la ley marcial y un toque de queda y comenzó a seleccionar «voluntarios» para trabajar. Los ciudadanos aceptaron, ¿qué otra opción tenían? Era eso o los zombis. Cuando las cosas empezaron a desmoronarse del todo, la mayoría ya estaba completamente amansada.

– Son como ovejas -espetó Jim-. Tienen tanto miedo de defenderse que aceptan lo que les echen.

– ¿Y cómo iban a defenderse, señor Thurmond? No tienen armas. No pueden enfrentarse con palos y piedras a un enemigo que dispone de blindados y ametralladoras. Puede que sean más numerosos que los soldados, pero la balanza se igualaría en un santiamén. ¿Y si se rebelasen y acabasen derrocando a Schow y sus hombres? ¿Estarían a salvo? No. Sería aún peor. Pese a todas las atrocidades que esta gente ha cometido, los ciudadanos siguen vivos. Saben a quién se lo deben. Le sorprendería ver de lo que es capaz la gente con tal de sobrevivir.

– No, en absoluto. Porque movería cielo y tierra para salvar a mi hijo y eso es lo que pretendo hacer, señor Haringa.

Haringa negó con la cabeza, apesadumbrado.

Jim se lo quedó mirando.

– ¿Tiene hijos, señor Haringa?

– No, no tengo, pero…

– Entonces cierre la boca.

Todos permanecieron en silencio hasta que el profesor se dirigió a ellos e hizo un ademán para que se acercasen ellos también.

– ¿De verdad cree que su hijo está vivo?

– Lo sé.

– Entonces le ayudaré, pero tendrá que esperar hasta mañana por la mañana. No lo conseguirá de noche.

– ¿Cómo puede ayudarme?

– Apuesto a que les asignarán a los dos a la sección de saneamiento. Con esa herida en el hombro y teniendo en cuenta su edad, de momento no les asignarán trabajo pesado. Pese a la dureza de su trato, tratan de mantener vivos a los prisioneros, y no creo que vayan a forzar a dos recién llegados.

– Continúe.

– Yo también estoy en esa sección, recogiendo basura. Cuando estemos cerca de los límites de la ciudad, conseguiré distraerlos para que puedan escapar.

– ¿Funcionará?

– Lo más seguro es que no, pero llegarán más lejos que ahora. Es una opción bastante mejor que llevarse un tiro en la oscuridad.

Un ruido súbito los puso en alerta y Haringa desapareció entre las sombras. Jim y Martin fingieron estar dormidos, pero Jim mantuvo un ojo abierto.

– No funcionará.

La voz venía de arriba.

– Sé que no están dormidos, lo he oído todo. Su plan no funcionará porque tienen previsto trasladarnos a todos mañana.

– ¿Quién es? -preguntó Jim.

– Soy el profesor William Baker. No hace falta que se presenten, he estado escuchando su conversación todo el rato.

Martin volvió a sentarse y poco después se les unió Haringa.

– Usted también es nuevo -observó Haringa-. No le había visto antes.

– Mi compañero y yo fuimos capturados esta mañana.

Jim hizo crujir sus nudillos.

– ¿Dónde está su amigo ahora?

– Schow lo mantiene prisionero. Lo utiliza para chantajearme.

– ¿De qué demonios está hablando?

– Como les he dicho, planean realizar toda la operación mañana. Antes trabajaba en los Laboratorios Havenbrook, un complejo de investigación en Hellertown. Tan grande que podría contener un ejército entero sin problemas. Schow quiere convertirlo en su base permanente de operaciones y está usando a mi amigo como aval para asegurarse de que les lleve sanos y salvos hasta el interior del complejo.

– ¿Y eso? -bromeó Haringa-. ¿Los láseres de seguridad todavía funcionan?

– No se creería con qué dispositivos de seguridad está equipado el centro -respondió Baker-, pero ya le he explicado al coronel que la mayoría de ellos están inactivos.

– ¿Entonces para qué le necesita? -preguntó Martin.

– Schow cree que nos dedicábamos a diseñar y experimentar con armamento militar y quiere que le dé acceso a ese equipo.

Haringa se incorporó rápidamente.

– ¿Tiene acceso a esa clase de equipo?

– No.

– Pero finge que sí para que no maten a su amigo -dedujo Martin-. ¿Qué pasará cuando lleguen y descubran que no es así, profesor Baker?

– No pienso dejar que lo descubran, y, para serle sincero, reverendo, no creo que lleguemos. No si Havenbrook está ocupado por quien creo.

Martin frunció el ceño.

– ¿Por quién?

– El mal, caballeros. El mal encarnado. Se hace llamar Ob y parece un zombi normal y corriente, pero habla con autoridad y arrogancia, como si fuese más listo que el resto. Entre susurros, me habló de cosas que… -hizo una pausa, movió la cabeza y continuó-. Creo que es una especie de líder.

Hasta entonces, Jim había permanecido en silencio mientras Baker hablaba. Pero cuando terminó, se dirigió a él.

– Así que es de Hellertown. Eso está cerca de donde se encuentra mi hijo. ¡Está a menos de una hora! ¿Cómo está tan seguro de que planean marcharse mañana por la mañana?

– Estoy prácticamente convencido de que es lo que pretenden. Schow dio órdenes a ese respecto antes de devolverme aquí. Empezarán a prepararlo todo antes del alba.

Jim se dirigió a Haringa.

– Hellertown está a unas dos horas en coche. ¿Cuánta gente hay en este campamento?

– ¿Contando los soldados y los civiles? -Hizo una pausa y se limpió las gafas con su camisa-. Diría que unos ochocientos.

Jim silbó.

– Esto es un montón de gente. ¿Cómo van a transportarlos a todos?

– No lo sé -admitió el profesor-. En otras ocasiones nos han hecho caminar delante de los convoyes, como si fuésemos cebo. Así, si hay zombis acechando, nos atacan a nosotros primero.

– No creo que hagan eso hasta llegar a Hellertown -dijo Jim-. Tardarían días.

Baker se quitó las botas y empezó a masajearse los pies.

– Schow parece impaciente, no creo que se conforme con avanzar a ese ritmo. Querrá llegar cuanto antes.

– Tienen camiones -dijo Haringa-. Al menos dos docenas de remolques, reforzados y preparados desde que empezó el alzamiento, además de un montón de esos camiones de la Guardia Nacional que se suelen ver por la carretera, ¿me explico? No sé cómo se llaman.

– ¿Los que tienen el techo de lona y transportan soldados en la parte trasera? -preguntó Martin.

– Sí, de ésos. Y Humvees, que también han mejorado.

– Humvees, Bradleys y unos cuantos tanques. Los Humvees son tan rápidos como un coche, pero supongo que los tanques serán algo más lentos. También tienen un helicóptero y unos cuantos coches y camiones civiles. Incluso un par de motos, pero no creo que se las lleven. Son peligrosas, dejan expuesto al piloto.

Jim reflexionó.

– Ochocientos. Es un montón de gente, vamos a ser un blanco enorme.

– Pero cuantos más seamos, mejor -replicó Haringa-. Y creo que el convoy estará mejor armado que los muertos vivientes.

– No esté tan seguro -replicó Jim-. Esas cosas pueden pensar, usar armas y conducir.

– Los hemos visto tender emboscadas -añadió Martin-. Son calculadores… y mucho más astutos de lo que parece.

Baker se acordó de Allentown.

– Estoy de acuerdo. Vi cómo atacaron a una pareja como si estuviesen cazando. Y si Ob está haciendo lo que sospecho, den por sentado que habrá preparado a sus fuerzas y que se mantendrá a la espera.

– ¿Qué cree que está haciendo?

– Reuniéndolos. Creando un ejército. Durante el poco tiempo que tuve para estudiarlo, me pidió que lo liberase. Dijo que tenía que «reunir a sus hermanos». Entonces no entendí cuáles eran sus verdaderas intenciones. Pensé que sólo quería asustarme o buscar la forma de escapar, pero ahora temo que todo lo que dijo era cierto.

Callaron. A su alrededor, y exceptuando algunos ronquidos y murmullos, todo estaba en silencio.

Baker se inclinó hacia delante y habló en voz baja:

– Estoy seguro de que a estas alturas ya se han dado cuenta de que esas cosas no son nuestros seres queridos. Esas criaturas vienen de otro lugar, un lugar que está fuera de nuestro plano existencial. Ob lo llamaba «el Vacío». Quizá su verdadero nombre sea «infierno». No lo sé. Le ruego disculpas, reverendo Martin, pero nunca he sido creyente. Confío en la ciencia, no en la religión. Pero ahora todo ha cambiado. Creo que los demonios existen y que están entre nosotros. Ob me lo confirmó: me dijo que permanecen a la espera en esa dimensión y, en cuanto la vida abandona nuestros cuerpos, toman posesión de ellos. Son como parásitos: toman el control del cuerpo y lo reclaman para sí mismos. Nuestras carcasas vacías son como vehículos para ellos.

– Coincido con usted en que son demonios, profesor -dijo Martin-, pues los demonios existen. Pero si estos espíritus incorpóreos habitan los cuerpos muertos, ¿por qué comen carne humana? ¿Por qué la única forma de acabar con ellos es destruir el cerebro?

– No sé por qué comen -admitió Baker-. Quizá para convertir la carne en energía, como nosotros. O quizá sólo lo hacen para violarnos aún más. Nos odian con todo su ser, de eso estoy seguro. En cuanto al método para acabar con ellos, le he dado muchas vueltas y creo que habitan el cerebro. Piénsenlo, todas nuestras funciones corporales y motoras provienen del cerebro: el movimiento, el habla, los pensamientos, los instintos… todo, desde lo voluntario hasta lo involuntario, proviene de aquí -dijo mientras se daba golpecitos en la cabeza.

Martin se frotó la barbilla.

– ¿Así que destruyendo el cerebro vuelven a ser espíritus y tienen que buscar otro cuerpo?

– No sé si los libera o si los destruye por completo, pero espero que sea lo segundo. Si sólo les supone un problema temporal, toda la vida en este planeta está condenada y no debemos albergar ninguna esperanza.

– ¿Por qué? -preguntó Haringa-. ¿Tantos son?

– Ob se jactó de que eran más que las estrellas y más que infinitos.

Jim dio un respingo, como si le hubiesen electrocutado.

Martin le puso la mano en el hombro.

– ¿Qué pasa?

– Llevo oyendo eso toda la semana, una y otra vez. «Más que infinito.» No es nada, es un juego al que solíamos jugar Danny y yo. Yo le decía que le quería más que a la pizza de pepperoni y él que me quería más que a Spiderman, y así hasta que terminábamos diciendo que nos queríamos más que infinito.

El resto permaneció en silencio y a Jim se le atragantaron las palabras.

– Era nuestra forma de despedirnos.


* * *

Cuando volvió el segundo turno de chicas, el tercero no abandonó el gimnasio. En vez de eso, recibieron agua, un cuenco de sopa marrón y pan duro. Frankie separó los finos trozos de carne (de dudoso origen) de su caldo y los engulló en varios tragos.

Cuando terminó la comida, no se reclamó otra remesa de mujeres para el picadero. El gimnasio estaba casi lleno y Frankie se preguntó si aquello era algo habitual.

Gina, Aimee y otra mujer con pinta de rubia juerguista se dirigieron hacia ella.

– ¿Qué está pasando? -preguntó Frankie.

– Se han cancelado todos los turnos de esta noche -anunció Gina-. Al parecer, quieren que los hombres descansen toda la noche. Han mandado a los barracones a todos los que no estuviesen de guardia.

– ¿Y eso por qué?

– Ésta es Julie -dijo Gina, dirigiéndose a la mujer-, y ésta es Frankie, la que derrotó a Paula.

– Guau -exclamó Julie-. ¡Qué pasada poder conocerte! Hiciste muy bien, todas la odiábamos.

– Cuéntale a Frankie lo que me has dicho -animó Gina.

– Verás, hay un soldado que siempre se lo monta conmigo. Dice que soy su favorita y creo que está enamorado o algo así, pero no me importa: es majo y sólo le tengo que aguantar unos minutos. Pero vamos, dice que se rumorea que mañana van a trasladar a la ciudad entera.

– ¿Trasladarla?

– Sí, del todo. Nos van a llevar más al norte, a una base subterránea del ejército o algo así.

Frankie dejó el cuenco de sopa en el suelo.

– ¿Y cómo piensan transportar a todo el mundo?

– La mayoría viajaremos en la parte trasera de los camiones. Va a ser un asco, porque estaremos como sardinas en lata, sin ventilación ni nada. Pero mi soldado dice que va a apañárselas para que pueda viajar con él y un amigo suyo en el Humvee.

– Me gusta la idea -dijo Frankie sonriendo-. ¿Crees que habrá sitio para una más?

– Lo intentaré mañana por la mañana, a ver qué dice -respondió Julie-. No creo que a su amigo le importe, pero ya te imaginas lo que querrán de ti, ¿no?

Frankie se la quedó mirando sin cambiar de expresión.

– Julie, soy una profesional.

La chica rió e hizo un ademán con la cabeza.

– Perfecto, Frankie. Oye, me alegro de que nos librases de Paula. Te veré mañana, ¡lo pasaremos bien!

– ¿Por qué vas a hacer eso? -le preguntó Gina, consternada-. Dios mío, ¿es que no sabes a qué te expones?

– A nada peor de lo que pasa cada noche en el picadero.

– ¿Entonces por qué te has ofrecido voluntaria?

– Para investigar.

– ¿Investigar? ¿De qué crees que te vas a enterar ahí dentro?

– Pues de entrada -contestó Frankie, tumbándose en el colchón-, de cómo se conduce un Humvee.


* * *

Más tarde, esa misma noche, con el gimnasio abarrotado, Gina y Aimee compartieron su cama. Aimee durmió entre las dos mujeres y se acurrucó contra Frankie.

Frankie permaneció inmóvil, mirando al techo. Tardó mucho tiempo en conciliar el sueño.

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