30 de julio de 1944
Esto no es un diario. No se me permite llevar un diario. Supongo que debe de ser la primera regla del espionaje. Sé que, si pretendo sobrevivir a esto, conservar la mente intacta y los nervios no tan a flor de piel como para erizarme como un gato ante el más mínimo movimiento, debo encontrar un medio de sacarlo de mi interior, si no todo, al menos una parte. Una válvula de escape para liberar la presión… ¿es eso a lo que me refiero? Ahora mismo es como un tumor que, al formar parte del cuerpo, aunque se trate de una estructura celular enloquecida, mi biología nutre y atesora. No puedo remediarlo. Cada vez le llega más riego sanguíneo. Aumenta y absorbe de todos los rincones como un embrión monstruoso. He intentado contenerlo. He intentado acordonarlo. He intentado encerrarlo en un ático como a una tía que hubiera perdido la razón. Pero he sido incapaz de cerrar la tapa, ha saltado entre las cuerdas, se pasea por la casa destrozando todo lo que cae en sus manos.
He intentado sacarlo al respirar, al hablar, incluso al vomitar, lo que fuera para detener lo que está haciendo, que es apoderarse de mí. Por las noches me tumbo boca arriba con el atado de cartas y la fotografía de los Voss sobre el pecho, y sólo el techo veteado frente a los ojos. Respiro de forma muy superficial. El aliento sale rezumando como el aire corrupto de un pantano y a través de ese hálito pronuncio las palabras, las palabras que son parte de él. «¿Estás vivo o muerto?» No pude seguir así mucho tiempo porque había dejado de parecer una pregunta sobre si KV seguía viviendo. Empecé a tomármelo como algo personal. Eso es… He sonreído, casi reído al releerlo. Quizás esto funcione, a pesar de que incluso ahora veo lo que estoy haciendo. Lo describo y describo lo que me hace pero no escribo lo que es.
¿Qué me ha pasado? Nada. No he padecido lesiones físicas más allá de un chichón. Sólo he visto y sentido cosas. Así funciona mi cerebro. De forma racional. Lógica. Sólo tengo dos semanas más que cuando salí de Londres. Peso y mido lo mismo. Existe tan sólo una diferencia física. Ya no soy virgen. ¿Pero eso qué fue? Un himen. Una membrana invisible. Apenas hubo dolor, quizás un poco de sangre; no manché las sábanas. No, lo que he llegado a reconocer es que más que vivir en un estado de expectativa, vivo en la esperanza. ¿Por qué tengo esperanza? ¿Por qué tengo una esperanza desesperada?
En aquel entonces, en aquella época distinta, aquella primera noche en el casino, Voss era tan sólo una presencia, nada más. Cuando acarreó a Wilshere a casa no era más que un cuerpo, que tenía una utilidad mecánica. No nos conocimos hasta que chocamos en el mar y después apenas hablamos. ¿Cómo fue que por estar a punto de ahogarme llegó a hacerse responsable de mi vida? Volví a verlo en la fiesta. ¿De qué hablamos entonces? Poca cosa. El destino, eso fue, ¿de qué otra cosa íbamos a hablar? ¿Qué me dijo? «Es como si Dios hubiese perdido el control del juego y los niños hubiesen tomado las riendas…, niños traviesos.» Dijo algo más pero ya en el fondo del jardín, algo sobre Wilshere y Judy. «¿Qué sabe nadie con sólo mirar?» Palabras de espía, o quizá no. También dijo algo más sobre eso. «Todos somos espías… todos tenemos secretos.» Sus padres los tenían. Los míos. ¿Qué sé de los míos? Estamos formados por nuestros secretos. Nos penetran como balas. No, no es eso. Como enfermedades. Las balas son un dulce alivio si te matan; si no, te dejan inválido. Se parece más a una enfermedad. Estás sano, y al momento siguiente, enfermo. Has cogido algo. Los secretos son una enfermedad emocional. O se soportan o no. La testarudez ayuda. Mi madre es testaruda. ¿Y yo? ¿Cuál es mi enfermedad?
La siguiente vez que coincidimos fue en su piso. Estaba muy enfadada. Nunca me había enfadado tanto. Una furia abrasadora. Con mi madre soy de hielo. Una frase de Rose y estaba hecha una furia. Un par de comentarios de KV y no lo estaba. Ternura, hacer el amor y después el paseo.
El paseo.
Ahora lloro. ¿Por qué el paseo me hace llorar? Sí, fue durante el paseo cuando dijo: «Sólo he estado enamorado una vez». Me quise morir hasta que añadió: «De ti, locamente». Cuando entonces el mundo se me vino encima, entendí que todo era posible. Que Lazard podía haber infectado la mente de Wilshere. Que éste podía dar crédito a Lazard antes que a la veracidad de su propio corazón. Lo sé porque yo caí por ese precipicio hasta que dijo aquello: «De ti, locamente». ¿Cómo pudo pasar? Amor é cego. La muñeca de los ojos vendados de Mafalda la loca.
La última vez. No la última del todo. La última que nos tocamos. Después del horror. Volvió a hacerse cargo de mí. Me bañó, me secó y me metió en la cama como si fuera un bebé. Eso es un amante. Todo. Padre, hermano, amigo, amante. Después allí tumbados con la importancia abrumadora del maletín, en la habitación. La primera vez dijo algo parecido a «cuando estamos aquí quiero que estemos solos nosotros dos», y así fue, pero sólo esa vez. En las demás ocasiones tuvimos siempre nuestros huéspedes espantosos.
Tomó la decisión, la decisión importante, noble, la única que un hombre como él podía tomar. Wolters no le echará el guante a esos planos. ¿Y para qué? Todo para nada. Un miquillo de los americanos. ¿Es ésa mi enfermedad? Que se expusiera a un peligro terrible por el juego estúpido de algún otro, que de todas formas probablemente no hubiera funcionado. Habría quedado como un héroe con los dos bandos de no haber sido tan i noble. No. No es eso. Esa es la enfermedad del mundo. ¿Cuál es la mía? ¿En torno a qué voy a tener que crecer?
La última vez, sólo de vista, sin tocarnos. La ironía reside en la brevedad del momento. La economía de Voss ha producido la carga más pesada de todas. Ese avance sin miedo desde la penumbra del jardín al calor y la luz atroces, con las manos arriba para avisarme de que lo habían cogido. El saludo, igual al mío cuando partí aquella mañana con el maletín en la mano. Amor y admiración a la vez. Y la advertencia. Ondeando la mano cuando iban a por él. Vete. Yo era la única que podía entenderlo. Vete, Andrea.
Ahora sé cosas que entonces no sabía. Rose y Sutherland celebraban su primera reunión para planificar el modo de sacar a Voss de Lisboa cuando Sutherland tuvo el ataque. Rose me ha dicho que la PVDE buscaba a dos personas que supuestamente habían salido vivos de la Quinta da Águia esa noche. Wallis me dijo que uno de los bufos de la Pensào Rocha nos había visto juntos en el Bairro Alto. Habían visto al bufo, un gallego, entrando en la Legación Alemana esa última tarde. Voss salió de la legación. Había huido pero regresó. Creyó que había olvidado algo en el piso, algo vital para la causa aliada. Era el único motivo por el que cometería una insensatez como volver. Nadie lo sabía. Pero yo ¡o sabía.
Esa es mi enfermedad. Pero ¿puedo escribirla? Ojalá fuera tan impersonal como una ecuación, todo álgebra que significa otra cosa. Mi enfermedad es que le hice dar un paseo por el Bairro Alto y nos vieron. Mi enfermedad es que volvió para sacarme de su piso. Para salvarme… una vez más. Mi enfermedad es que no tengo casi nada suyo y aun así me lo ha dejado todo.
Ésa es mi esperanza. Ésa es mi esperanza desesperada. No una cura. La cura es que vuelva. Esto es un paliativo. ¿Cuántas veces he contado los días? ¿Cuántas veces me he remontado al 30 de junio y he contado? Se me esperaba anteayer y nunca llego tarde.