Dieciocho

– ¿De dónde has sacado el traje?

– De la tienda benéfica -dijo Easy.

– Apesta, tío.

Estaban en un embotellamiento que avanzaba lentamente por Vauxhall Bridge, camino de una dirección en Paddington. Easy conducía el Audi, con Theo en el asiento del copiloto. Mikey iba sentado atrás, hojeando una copia de Loot.

– No me ha dado tiempo a llevarlo a la tintorería, ¿me entiendes? -Easy le miró-. Tiene buena pinta, eso es lo principal. Un traje elegante y esa carita inocente.

Theo no tenía un traje como tal, pero tenía alguna chaqueta decente. Prendas de marca, mejores que la mierda apestosa y mal tallada que llevaba, en cualquier caso. Pero no había querido salir del piso con sus mejores galas, intentar explicarle a Javine por qué se había arreglado. Easy había dicho que no importaba, que él se ocuparía de todo. Había recogido el traje a lo largo del día y Theo se había cambiado en el coche.

– No encuentro el puto anuncio -dijo Mikey.

– Sigue buscando -dijo Easy-. Es la sección de la parte de atrás, después de las caravanas. He rodeado los que podemos hacer esta noche.

Mikey pasó las páginas y leyó:

– «Deseo Negro. Exuberante princesa de ébano». Exuberante quiere decir gorda, ¿no?

– Sí -dijo Easy-. Probablemente tiene unas tetas más grandes que las tuyas -Mikey le sacó un dedo por encima del periódico y lo meneó frente al espejo. Easy se encogió de hombros y aceleró hacia un semáforo en ámbar-. Escucha, mientras la puta haya tenido mucho trabajo, no me importa lo grande que sea.

Veinticinco minutos después, pararon al final de una calle entre el hospital St. Mary y la estación. Theo comprobó el número del piso e Easy lo repasó todo por última vez.

– Diez minutos deberían bastar -dijo-. Simplemente para asegurarte de que está bien y relajada.

– Está nervioso, ¿verdad? -dijo Mikey. Se echó hacia delante y le dio a Theo en el hombro-. Si alguna vez llegó al dormitorio, supongo que estaría fofo, tío, como un gusano muerto.

Theo salió del coche y caminó hasta la puerta del piso sin mirar atrás. La calle estaba bien iluminada y se preguntó cuánta gente podría ver su cara si estuviese mirando por la ventana en ese momento.

La mujer que atendió la puerta no era tan grande como Mikey había predicho, pero era bastante corpulenta. Tenía unos cuarenta años y la piel más oscura que Theo. Nigeriana, supuso. Llevaba una buena capa de maquillaje y Theo pensó que probablemente llevaba peluca, pero la sonrisa parecía bastante auténtica.

Comprendía que un hombre, uno que no fuese allí a robarle, pudiese encontrarla sexy.

– Me llamo Carlton -dijo-. Llamé antes para pedir cita -era Easy quien había hecho la llamada. También había elegido él el nombre y se había regodeado contándoselo todo a Theo.

El piso, ubicado en el bajo, era pequeño: un salón que comunicaba con una cocina estrecha y una puerta que daba a lo que Theo supuso que era un dormitorio y un cuarto de baño. Era moderno y estaba limpio. Había una hilera de máscaras africanas sobre el sofá de cuero oscuro. Había cantos rodados en cuencos de madera y una cortina de cuentas que separaba el salón del resto del apartamento.

– ¿Te apetece algo de beber, cariño? Hay vino y cerveza, o Coca-Cola.

– Una cerveza, por favor.

– Lo que tú quieras.

Le dio una botella caliente y sujetó la cortina de cuentas.

– ¿Quieres pasar?

Theo se sentó y levantó la botella.

– Me terminaré esto.

– Es tu tiempo -dijo ella-. Por cierto…

Easy había acordado cien libras por teléfono. Eso cubriría una hora y todo lo básico. Theo le entregó el dinero y la observó mientras lo metía en un pequeño cofre de madera que había junto a la pared.

Ella le dio una tarjeta plastificada y le dijo:

– Por si quieres algún extra.

Theo miró la tarjeta como si estuviese estudiando un menú, mientras ella interpretaba el papel de atenta camarera, preguntándole si quería que le explicase algo. Había un par de elementos que no tenía demasiado claros, pero no le importó permanecer en la ignorancia.

– ¿Cuántos años tienes? -preguntó ella.

Theo no vio razón alguna para mentirle.

– Tengo un hijo más o menos de tu edad -dijo ella-. Y una hija dos años más joven. Está en la escuela y el año que viene irá a la universidad.

– Muy bien.

– Nos va bien -dijo ella-. Nos va muy bien -sonrió de oreja a oreja y se llevó las manos a los pechos, los meneó, con el sujetador negro transparentándose a través de su fina bata de casa-. Gracias a estas.

Theo no llevaba más de cinco minutos dentro del piso.

– Tengo que ir a buscar tabaco -dijo.

– Yo tengo -sacó un paquete del bolso.

– No, necesito Silk Cut. Voy ahí enfrente.

Ella se encogió de hombros.

– Como quieras. Pero los minutos corren…

Theo salió al estrecho corredor y abrió la puerta de entrada. Cuando volvió a entrar en el salón quince segundos después, Mikey e Easy le seguían.

Ambos cubiertos con pasamontañas y apuntando con sendas pistolas.

– No grites -dijo Theo.

– No grites, joder -Easy pasó junto a él, se acercó rápidamente a la mujer, con la pistola en alto, apuntándole a la cabeza. Cogida de lado.

Ella retrocedió contra la pared y cayó al suelo, con los ojos muy abiertos.

– ¿Dónde está el dinero?

Theo le enseñó dónde estaba, luego retrocedió mientras Easy cogía el dinero del cofre.

– Aquí hay cerca de mil libras -dijo Easy-. Apuesto a que tiene mucho más, debajo de la cama, en algún sitio.

– No hay nada más -dijo la mujer.

– Hazla callar -Easy le hizo un gesto con la cabeza a Mikey y cruzó la cortina de cuentas. Mikey sacó un grueso rollo de cinta adhesiva negra de la bolsa de plástico que llevaba e hizo a la mujer ponerse de pie.

Theo vio la mirada en la cara de Mikey.

– Limítate a atarla -dijo.

Siguió a Easy hasta el dormitorio y le observó mientras vaciaba cajones y le daba la vuelta al colchón. Había velas encendidas en el alféizar de la ventana y un pequeño cuenco de metal lleno de condones junto a la cama.

– ¿Por qué estamos haciendo esto?

– ¿Has visto esa pasta, tío?

– ¿Por qué a gente como ella?

Easy sonrió, satisfecho por poder revelarle su ingenio.

– Porque la gente como ella no suele ir a llorarle a la policía. Está chupado.

– No hacemos falta tres para esto, tío.

– Nunca está de más ser cuidadoso, T. -Easy abrió un cajón, vació la ropa interior como si nada-. Algunas de estas putas tienen criadas y todo. Filipinas y tailandesas. Algunas saben kung fu y todo eso.

– Tú tienes una pistola -dijo Theo.

Easy hizo una mueca como si no entendiese, y siguió revolviendo la habitación.

Cuando volvieron al salón, Mikey estaba sentado en el sofá junto a la mujer. La había atado de pies y manos, y le había puesto cinta bien apretada alrededor de la cabeza y los hombros. Había un trozo de carne visible por debajo de la nariz; lo había dejado descubierto para que pudiese respirar. Tampoco le había cubierto los ojos. Theo se preguntó si era porque Mikey quería ver su reacción.

Mikey le hizo señas a Theo para que se acercase y le dio su móvil.

– Hazme una foto -dijo-. Se la enseñaremos a todos.

Con un grito alborozado, Easy se tiró al sofá del otro lado de la mujer y se arrimó a ella.

– Venga, tío -dijo Mikey-. Haz un par de fotos.

Theo levantó el teléfono y enfocó.

– Sonríe -dijo Mikey. La mujer gimió bajo la cinta. A Easy le pareció divertido y lo dijo. Mikey colocó un brazo alrededor de la mujer, miró con gesto lascivo a la cámara y colocó sus gordas manos sobre cada uno de sus pechos- sonríe con los ojos, entonces -dijo.

Theo sacó la foto y le lanzó el teléfono a Mikey.


El siguiente anuncio que Easy había marcado estaba a diez minutos, en Bayswater. Una dominatriz que se hacía llamar Zorra, a la que le había parecido bien aceptar el dinero de un jovencito nervioso que necesitaba un poco de disciplina.

Quince minutos después de abrir su puerta, estaba atada a una silla en su dormitorio, luchando por respirar a través de la máscara de cinta negra.

Theo había observado a Mikey trabajar. Le había parecido más agitado esta vez, al igual que Easy. Habían sido más brutos, furiosos porque no hubiese más dinero en la casa.

– Esta puta ya no va a dominar a nadie -dijo Mikey cuando hubo terminado.

– Creía que había un montón de tarados a los que les gustan las cosas raras -dijo Easy-. Los látigos y vestirse como bebés.

– A lo mejor lo vende demasiado barato -Mikey se inclinó y abofeteó suavemente la cara de la mujer. Emitió un sonido amortiguado y húmedo contra la cinta.

– Deberíamos irnos -dijo Theo.

Mikey se alejó hacia la cocina como si tuviesen todo el tiempo del mundo.

– Relájate, T -dijo Easy.

– Estoy bien. Solo que no le veo sentido a quedarnos aquí. ¿Y si tiene otra cita?

– Hemos pagado una hora -dijo Easy.

– Aquí no hay nada más.

Easy dio una vuelta por el dormitorio como si hubiese mucho que ver, cogiendo juguetes sexuales, poniendo caras.

– Mira todo esto. Ni siquiera sé para qué sirven algunas de estas mierdas, tío -cogió una máscara negra de látex y se la puso en la cabeza.

– Venga, E, déjala.

– Esto huele a rancio, tío -Easy volvió a la silla, se acercó a la cara de la mujer y dijo-: Espabila.

Mikey volvió de la cocina con un cuchillo pequeño. Se arrodilló junto a la silla y levantó la mano.

– ¿Para qué es eso? -preguntó Theo.

– Voy a ayudarle a respirar -dijo Mikey-. Escucha como ronca y resopla la pobre zorra -colocó la punta del cuchillo contra la cinta y dijo-: Será mejor que abras bien la boca si no quieres cortarte.

La mujer aulló bajo la cinta, pero sonó como el quejido de algo eléctrico.

Theo dio un paso adelante, pero Easy levantó una mano, y Theo se quedó mirando mientras Mikey abría un agujero en la cinta. Vio surgir una gota roja que resbaló por la cinta hasta el cuello de la mujer.

– Mierda -dijo Theo-. La has cortado.

– No es nada -Mikey se puso de pie-. Está bien, ¿ves? -Se pasó una mano por la boca y empezó a desabrocharse los vaqueros-. Es perfecto.

La mujer siguió aullando, revolviéndose en la silla.

– ¿Qué cojones estás haciendo? -gritó Theo.

Mikey le ignoró y sonrió a Easy.

– Deberías hacerlo con la máscara puesta -dijo.

Theo dijo:

– Yo me voy al coche -y retrocedió hacia la puerta. Easy le gritó algo pero Theo no pudo oírle por encima del ruido que había en su cabeza, del quejido de la mujer, mientras salía rápidamente del piso y bajaba corriendo a la calle.

Diez minutos después salieron Easy y Mikey. Theo los observó por el espejo mientras se paseaban por la acera como si estuviesen tomando el fresco. Ambos sonreían de oreja a oreja cuando se metieron en el coche.

Theo les miró.

– No hemos hecho nada -dijo Easy. Encendió el coche-. ¿Qué te piensas?

Theo pensaba muchas cosas, pero se las guardó para sí mientras se alejaban. Easy y Mikey ya hablaban bastante por los tres, desbarrando sobre el dinero y el subidón que había supuesto, y los enormes petas que se iban a fumar al llegar a casa.

Después de quince minutos o así, cuando ya habían cruzado el río, Theo dijo:

¿Y para qué necesitáis pasamontañas?

Mikey se echó hacia delante desde el asiento de atrás.

– Qué gilipollez de pregunta.

– ¿Qué quieres decir, tío? -preguntó Easy.

– Sólo me parece que, si todo se va al carajo, la única cara que ve todo el mundo, que pueden describir, es la mía.

Mi cara inocente…

– Es inevitable. No tiene sentido que conozcan el aspecto de todos.

– Yo conozco tu aspecto -dijo Theo.

El Audi aminoró y se detuvo en un semáforo. Theo forzó una sonrisa y suavizó el tono, intentó dejar claro que estaba de broma:

– Así que tal vez deberías tenerlo en cuenta cuando dividas el dinero luego -se dirigió a Mikey-: ¿Lo pillas, hermano? -Luego miró a Easy. Ninguno de los dos pareció encontrarlo muy divertido.

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