CATELYN

Estaban demasiado lejos para distinguir los blasones con claridad, pero pese a la niebla alcanzó a ver que eran blancos y con una mancha oscura en el centro, que sólo podía ser el lobo huargo de los Stark, gris sobre campo de hielo. Catelyn tiró de las riendas e inclinó la cabeza para decir una plegaria de agradecimiento. Los dioses eran bondadosos. No llegaba demasiado tarde.

—Aguardan nuestra llegada, mi señora —dijo Ser Wylis Manderly—, como mi señor padre juró que haría.

—Pues no los hagamos esperar más, ser.

Ser Brynden Tully picó espuelas y emprendió el trote hacia los estandartes. Catelyn cabalgó a su lado.

Ser Wylis y su hermano, Ser Wendel, los siguieron junto con su ejército, unos quinientos hombres: veintitantos caballeros con sus correspondientes escuderos, doscientos lanceros, espadachines y jinetes libres a caballo, y el resto a pie, armados con lanzas, picas y tridentes. Lord Wyman se había quedado atrás para encargarse de la defensa de Puerto Blanco. Tenía casi sesenta años, y había engordado demasiado para montar a caballo.

—Si hubiera pensado que volvería a ver una guerra, no habría comido tantas anguilas —había dicho a Catelyn cuando llegó a su barco, al tiempo que se palmeaba el enorme vientre con ambas manos. Tenía los dedos rollizos como salchichas—. Pero mis chicos os llevarán a salvo junto a vuestro hijo, no temáis.

Sus «chicos» eran ambos mayores que Catelyn, y ella habría preferido que no fueran tan parecidos a su padre. A Ser Wylis sólo le faltaban unas cuantas anguilas para no poder montar a caballo; el pobre animal inspiraba compasión. Ser Wendel, el chico más joven, habría sido el hombre más grueso del mundo si no existieran su padre y su hermano. Wylis era silencioso y formal, Wendel escandaloso y bullicioso; ambos lucían llamativos bigotes de morsa y cabezas tan peladas como el trasero de un bebé; y por lo visto ninguno de los dos tenía una prenda de vestir que no estuviera llena de manchas de comida. Pero le caían bien. La habían llevado junto a Robb, como su padre juró que harían, y eso era lo único que importaba.

Se alegró de ver que su hijo había enviado exploradores incluso en dirección este. Los Lannister, cuando llegaran, lo harían procedentes del sur, pero estaba bien que Robb fuera cauteloso.

«Mi hijo lleva un ejército a la guerra», pensó sin terminar de creérselo. Tenía miedo por él y por Invernalia, pero no podía negar que también sentía cierto orgullo. Hacía un año Robb era un niño. ¿Qué sería en aquel momento?

Los jinetes de la avanzadilla vieron el blasón de los Manderly, el tritón con tridente en la mano surgiendo de un mar azul verdoso, y los saludaron con alegría. Los guiaron hasta terreno elevado y seco donde podrían montar el campamento. Ser Wylis dio orden de detener la columna, y se quedó atrás con sus hombres para encargarse de que se encendieran las hogueras y se atendiera a los caballos, mientras que su hermano Wendel siguió con Catelyn y su tío para presentar al señor los respetos de su padre.

El terreno que pisaban los cascos de los caballos era blando y húmedo. Pasaron entre hogueras encendidas con turba, hileras de caballos, y carromatos cargados con carne salada y galletas de rancho. En un saliente rocoso algo elevado vieron el pabellón de lona de un señor. Catelyn reconoció el estandarte, el alce macho de los Hornwood, marrón sobre campo naranja oscuro.

Más allá, entre las nieblas, divisó las torres y los muros de Foso Cailin… o lo que quedaba de ellos. Había bloques inmensos de basalto, todos tan grandes como una casa, dispersos como los juguetes de un niño, medio hundidos en el suelo blando y pantanoso. De la muralla, que había sido tan alta como la de Invernalia, no quedaba nada. Las edificaciones de madera habían desaparecido, se habían podrido mil años atrás, sin dejar ni un rastro que hablara de su existencia. De lo que había sido la fortaleza de los primeros hombres sólo quedaban tres torres… y, si las leyendas eran ciertas, habían sido veinte.

La Torre de la Entrada parecía bastante sólida, incluso quedaban restos de muralla a ambos lados. La Torre del Borracho, en el pantano, en el punto donde en el pasado se unieran los muros sur y oeste, estaba inclinada como un hombre a punto de vomitar el vino bebido en exceso. Y la Torre de los Niños, alta y esbelta, donde según la leyenda los niños del bosque pidieron a sus dioses sin nombre que enviaran el martillo de las aguas, tenía la parte superior destruida. Era como si una bestia enorme hubiera arrancado de un mordisco las almenas, para luego escupirlas trituradas por el pantano. Las tres torres estaban cubiertas de musgo. Entre las piedras al norte de la Torre de la Entrada crecía un árbol. De sus ramas retorcidas colgaban jirones de piel de fantasma.

—Los dioses se apiaden de nosotros —exclamó Ser Brynden al ver aquel espectáculo—. ¿Esto es Foso Cailin? Pero si no es más que una…

—… trampa mortal —terminó Catelyn—. Ya sé que lo parece, tío, a mí me dio la misma sensación la primera vez que lo vi, pero según Ned estas ruinas son todavía formidables. Desde las tres torres que quedan en pie se domina toda la zona, ningún enemigo puede aproximarse sin ser visto. Aquí los pantanos son impenetrables, hay arenas movedizas y abundan las serpientes. Si un ejército intentara tomar por asalto cualquiera de las torres, tendría que vadear un lodo negro que llega a la cintura, cruzar un foso lleno de lagartos león y trepar por muros resbaladizos de musgo; todo eso mientras los arqueros disparan desde las otras torres. —Dirigió a su tío una sonrisa sombría—. Y se dice que, cuando cae la noche, salen los fantasmas, los espíritus fríos y vengativos del norte que se alimentan de sangre sureña.

—Pues recuérdame que me ponga a cubierto —dijo Ser Brynden dejando escapar una risita—. Si mal no recuerdo, yo también soy sureño.

Los estandartes ondeaban en la cima de las tres torres. El sol de los Karstark en la Torre del Borracho, bajo el lobo huargo; en la Torre de los Niños se divisaba el gigante del Gran Jon, con sus cadenas rotas. Pero en la Torre de la Entrada el blasón de los Stark se alzaba en solitario. Allí era donde Robb había instalado su cuartel. Catelyn se dirigió hacia allí seguida por Ser Brynden y Ser Wendel, y los caballos recorrieron lentamente un camino de troncos y tablones tendido sobre los campos de lodo verde y negro.

Su hijo estaba rodeado por los señores vasallos de su esposo, en una sala barrida por el viento en la que un fuego de turba ardía en un hogar renegrido. Estaba sentado ante una enorme mesa, tenía delante montones de mapas y papeles, y parecía muy concentrado en la conversación con Roose Bolton y el Gran Jon. Al principio no la vio… pero su lobo sí. La enorme bestia gris estaba tumbada cerca del fuego, y cuando Catelyn entró alzó la cabeza y clavó los ojos dorados en los suyos. Uno a uno los señores quedaron en silencio, y Robb alzó la mirada.

—¿Madre? —dijo, con la voz entrecortada por la emoción.

Catelyn deseaba con todas sus fuerzas correr hacia él, besarle la frente, rodearlo con sus brazos y estrecharlo muy fuerte para que no le pasara nada malo… pero no se atrevió a hacerlo delante de sus hombres. Su hijo estaba actuando como un hombre, y no se lo podía arrebatar. Así que se quedó al otro lado de la losa de basalto que les servía de mesa. El lobo huargo se puso en pie y recorrió la sala hasta llegar junto a ella. Estaba más grande que ningún lobo jamás visto.

—Te has dejado barba —dijo a Robb mientras Viento Gris le olisqueaba la mano.

—Sí. —Él se frotó el vello de la barbilla, más rojizo que el cabello, repentinamente incómodo.

—Me gusta cómo te queda. —Catelyn acarició la cabeza del lobo—. Así te pareces a mi hermano Edmure. —Viento Gris le lamió los dedos, juguetón, y volvió a su lugar junto al fuego.

Ser Helman Tallhart fue el primero en seguir los pasos del lobo huargo para ir a presentar sus respetos. Hincó una rodilla en el suelo ante ella, y presionó la frente contra la mano de la mujer.

—Lady Catelyn —dijo—. Estáis tan bella como siempre, sois una hermosa visión en estos tiempos difíciles.

Lo siguieron los Glover, Galbart y Robett, y Gran Jon Umber, y luego uno a uno todos los demás. Theon Greyjoy fue el último.

—No pensaba que os vería aquí, mi señora —dijo al tiempo que se arrodillaba.

—No pensaba venir —respondió Catelyn—, hasta que desembarcamos en Puerto Blanco, y Lord Wyman me contó que Robb había convocado a los vasallos. Ya conocéis a su hijo, Ser Wendel. —Wendel Manderly dio un paso al frente e hizo una reverencia tan marcada como le permitía la circunferencia de su barriga—. Y mi tío, Ser Brynden Tully, que ya no está al servicio de mi hermana, sino al mío.

—El Pez Negro —dijo Robb—. Os agradezco que os unáis a nosotros, ser. Necesitamos hombres valerosos como vos. En cuanto a vos, Ser Wendel, me alegra teneros aquí. ¿Viene contigo Ser Rodrik, madre? Lo he echado de menos.

—Ser Rodrik partió directamente de Puerto Blanco hacia el norte. Lo he nombrado castellano, y le he ordenado que defienda Invernalia hasta nuestro regreso. El maestre Luwin es un consejero sabio, pero desconoce las artes de la guerra.

—Por eso no temáis, Lady Stark —resonó la voz grave del Gran Jon—. Invernalia está a salvo. Pronto le meteremos la espada por el culo a Tywin Lannister, disculpad la expresión, e iremos a la Fortaleza Roja para liberar a Ned.

—Mi señora, con vuestro permiso, quisiera haceros una pregunta. —Roose Bolton, señor de Fuerte Terror, tenía la voz aguda y débil, pero siempre que hablaba hombres más corpulentos que él guardaban silencio para escuchar. Tenía unos ojos curiosamente claros, casi descoloridos, y su mirada resultaba incómoda—. Se dice que tenéis prisionero al hijo enano de Lord Tywin. ¿Lo habéis traído con vos? Sería un rehén excepcional.

—Tyrion Lannister estuvo en mi poder, pero ya no lo está —tuvo que admitir Catelyn. La noticia fue recibida con exclamaciones de consternación—. A mí tampoco me satisface esto, mis señores. Los dioses consideraron oportuno liberarlo, con cierta ayuda de mi estúpida hermana.

Sabía que no debía mostrar su desprecio con tanta franqueza, pero la salida del Nido de Águilas no había sido grata en modo alguno. Se había ofrecido a llevarse a Lord Robert como pupilo a Invernalia unos cuantos años. Incluso se atrevió a sugerir que le sentaría bien estar en compañía de otros niños. El estallido de ira de Lysa fue horrible.

—Aunque seas mi hermana —rugió—, si intentas arrebatarme a mi hijo, saldrás por la Puerta de la Luna. —Después de aquello no volvieron a intercambiar palabra.

Los señores ansiaban hacerle más preguntas, pero Catelyn alzó una mano.

—Habrá tiempo para todo esto más adelante, pero el viaje me ha dejado muy fatigada. Deseo hablar a solas con mi hijo. Espero que me disculpéis, señores. —No les había dejado elección. Los vasallos, siempre con el servicial Lord Hornwood a la cabeza, hicieron una reverencia y salieron de la estancia—. Tú también, Theon —agregó al ver que Greyjoy se demoraba. El joven sonrió y se marchó.

Sobre la mesa había cerveza y queso. Catelyn llenó un cuerno, se sentó, bebió un sorbo y examinó a su hijo. Parecía más alto que la última vez que lo viera, y la sombra de barba le hacía aparentar más edad.

—Edmure tenía dieciséis años cuando se dejó crecer el bigote.

—Yo los voy a cumplir pronto —dijo Robb.

—Tienes quince años. Quince años, y ya llevas un ejército a la batalla. ¿Comprendes que tenga miedo, Robb?

—No había nadie más que pudiera hacerlo. —Él la miró, tozudo.

—¿Nadie? Dime, ¿quiénes eran esos hombres que acaban de salir? Roose Bolton, Rickard Karstark, Galbart y Robett Glover, el Gran Jon, Helman Tallhart… podrías haber delegado el mando en cualquiera de ellos. Por los dioses, hasta podrías haber enviado a Theon, por poco que me guste.

—Ninguno de ellos es un Stark —replicó él.

—Pero son hombres, Robb, curtidos en la batalla. Hace menos de un año tú jugabas aún con espadas de madera. —Catelyn vio la rabia en sus ojos, pero sólo duró un instante, y después se convirtió de nuevo en un niño.

—Lo sé —dijo, abochornado—. ¿Me vas… me vas a enviar de vuelta a Invernalia?

—Es lo que debería hacer. —Catelyn suspiró—. No tendrías que haber salido de allí. Pero ya no me atrevo. Has llegado demasiado lejos. Algún día estos hombres serán tus vasallos. Si te envío de vuelta a casa, como a un niño castigado sin cenar, lo recordarán, y se reirán de ti cuando estén bebiendo. Llegará un día en que necesites que te respeten, incluso que te teman un poco. La risa es el veneno del temor. Por mucho que desee ponerte a salvo, no te haré una cosa así.

—Te lo agradezco, madre —dijo Robb, con una voz formal que no podía ocultar del todo el alivio.

—Eres mi primogénito, Robb. —Catelyn extendió una mano y le tocó el pelo—. Con sólo mirarte recuerdo el día en que viniste al mundo, con la cara congestionada y berreando.

—¿Sabes… lo de padre? —Él se levantó, incómodo ante la caricia, y se acercó al fuego. Viento Gris restregó la cabeza contra su pierna.

—Sí. —Los informes sobre la repentina muerte de Robert y la caída en desgracia de Ned la asustaban hasta límites indecibles, pero no podía consentir que su hijo detectara el miedo que sentía—. Lord Manderly me lo comunicó cuando desembarqué en Puerto Blanco. ¿Has recibido noticias de tus hermanas?

—Llegó una carta —dijo Robb, rascando al lobo huargo bajo la mandíbula—. Había otra para ti, pero llegó a Invernalia, con la mía. —Se dirigió hacia la mesa, rebuscó entre los mapas y papeles, y sacó un pergamino arrugado—. Ésta es la que me envió a mí, no se me ocurrió traer la tuya.

El tono de voz de Robb tenía algo de preocupante. Catelyn estiró el papel y leyó. La preocupación dejó paso a la incredulidad, luego a la ira, y por fin al miedo.

—Esta carta es de Cersei, no de tu hermana —dijo cuando terminó de leerla—. El verdadero mensaje está en lo que Sansa no dice. Toda esta palabrería sobre lo bien que la tratan los Lannister… suena a amenaza envuelta en azúcar. Tienen a Sansa como rehén, y la van a conservar así.

—No menciona a Arya —señaló Robb con tristeza.

—No. —Catelyn no quería pensar en aquel momento ni en aquel lugar, qué implicaba eso.

—Tenía la esperanza… si el Gnomo fuera aún tu prisionero, podríamos intercambiar rehenes. —Cogió la carta de Sansa y la arrugó con el puño; por su forma de hacerlo Catelyn advirtió que no era la primera vez—. ¿Qué noticias traes del Nido de Águilas? Escribí a la tía Lysa para pedirle ayuda. Ha convocado a los vasallos de Lord Arryn, ¿lo sabías? ¿Se unirán a nosotros los caballeros del Valle?

—Sólo uno —dijo—. El mejor, mi tío… pero Brynden Pez Negro es un Tully. Mi hermana no asomará la nariz más allá de su Puerta de la Sangre.

—Madre, ¿qué vamos a hacer? —Robb no había encajado bien la noticia—. He reunido un gran ejército, dieciocho mil hombres, pero no… no estoy seguro… —La miró con los ojos húmedos. El joven señor orgulloso se había desvanecido en un instante, volvía a ser un niño, un muchachito de quince años que buscaba las respuestas en su madre.

No podía ser.

—¿De qué tienes miedo, Robb? —preguntó con cariño.

—Yo… —Giró la cabeza para ocultar la primera lágrima—. Si seguimos adelante… incluso si vencemos… los Lannister tienen a Sansa y a padre. Los matarán, ¿verdad?

—Eso quieren que pensemos.

—¿Crees que mienten?

—No lo sé, Robb. Lo único que sé es que no tienes elección. Si vas a Desembarco del Rey a jurar lealtad, jamás te dejarán salir de allí. Si das media vuelta y te retiras a Invernalia, tus señores te perderán el respeto. Algunos incluso se unirían a los Lannister. Y la reina ya no tendría nada que temer y podría hacer lo que quisiera con sus prisioneros. Nuestra mejor opción, nuestra única opción válida, es que los derrotes en el campo de batalla. Si cogieras prisionero a Lord Tywin o al Matarreyes, se podría hacer un intercambio, pero eso no es lo básico. Mientras tengas poder y ellos te teman, Ned y tu hermana estarán a salvo. Cersei es lista, sabe que puede necesitarlos para firmar la paz si las cosas se vuelven contra ella.

—¿Y si se vuelven contra nosotros, madre? —preguntó Robb.

—No te voy a dulcificar la verdad, Robb —dijo Catelyn tomándole la mano—. Si pierdes, no habrá esperanza para ninguno de nosotros. Se dice que en el corazón de Roca Casterly sólo hay piedras. Recuerda el destino de los hijos de Rhaegar. —Vio miedo en los ojos jóvenes de su hijo, pero también vio fuerza.

—Entonces, no perderé —juró.

—Cuéntame lo que sepas de la batalla en las tierras del río —dijo. Tenía que averiguar si estaba preparado de verdad.

—Hace menos de quince días hubo una batalla en las colinas, bajo el Colmillo Dorado —dijo Robb—. El tío Edmure había enviado a Lord Vance y a Lord Piper a defender el paso, pero el Matarreyes cayó sobre ellos y los puso en fuga. Lord Vance perdió la vida. Las últimas noticias son que Lord Piper regresaba para reunirse con tu hermano y el resto de los vasallos en Aguasdulces, y que Jaime Lannister le pisaba los talones. Pero eso no es lo peor. Mientras luchaban en el paso, Lord Tywin guiaba un segundo ejército Lannister desde el sur. Se dice que es aún más numeroso que las huestes de Jaime.

»Sin duda padre lo sabía, porque envió hombres a enfrentarse con ellos, bajo el estandarte del rey. Entregó el mando a no sé qué señor sureño, Lord Erik, o Derik, o algo así, pero Ser Raymun Darry cabalgaba con él, y en su carta decía que iban otros caballeros y un grupo de los guardias de nuestra casa. Pero era una trampa. Lord Derik no había hecho más que cruzar el Forca Roja cuando los Lannister cayeron sobre él, sin que les importara un bledo el estandarte del rey. Gregor Clegane los atacó por la retaguardia cuando intentaron cruzar por el Vado del Titiritero. Quizá Lord Derik y unos cuantos más consiguieran escapar, nadie lo sabe a ciencia cierta, pero Ser Raymun cayó, igual que casi todos los hombres de Invernalia. Se dice que Lord Tywin ha bloqueado el camino real, y ahora avanza hacia el norte, hacia Harrenhal, quemándolo todo a su paso.

«Cada vez peor», pensó Catelyn. No se había imaginado que las cosas estuvieran tan mal.

—¿Piensas esperarlo aquí? —preguntó.

—Nadie cree que vayan a acercarse tanto —dijo Robb—. He enviado un mensaje a Howland Reed, el viejo amigo de padre en Atalaya de Aguasgrises. Si los Lannister llegan hasta el Cuello, los lacustres los harán sangrar a cada paso, pero Galbart Glover dice que Lord Tywin es demasiado listo para eso, y Roose Bolton está de acuerdo. Creen que permanecerán cerca del Tridente, y se apoderarán de los castillos de los señores del río uno a uno, hasta que Aguasdulces se encuentre solo. Tenemos que avanzar hacia el sur para enfrentarnos a ellos.

Catelyn sintió un escalofrío que le llegó hasta los huesos. ¿Qué posibilidades tenía un niño de quince años contra comandantes curtidos como Jaime y Tywin Lannister?

—¿Te parece buena idea? Aquí estás bien situado. Se dice que los antiguos Reyes en el Norte podían resistir en Foso Cailin, y defenderse de ejércitos diez veces más grandes que los suyos.

—Sí, pero nos estamos quedando sin provisiones, y de esta tierra no se puede vivir. Hasta ahora esperaba a Lord Manderly, pero sus hijos ya están con nosotros; tenemos que avanzar.

Catelyn comprendió que estaba oyendo las palabras de los señores vasallos en la voz de su hijo. A lo largo de los años había recibido a muchos de ellos en Invernalia, y junto con Ned había visitado sus salones, se había sentado a sus mesas. Conocía a cada uno de aquellos hombres, sabía cómo eran. ¿Lo sabría también Robb?

Pero lo que decía tenía sentido. El ejército que había reunido su hijo no se parecía en nada a los que las Ciudades Libres mantenían, y tampoco era una hueste de mercenarios. La mayoría eran pueblo llano: granjeros, campesinos, agricultores, pescadores, pastores, hijos de taberneros, curtidores y comerciantes… junto con mercenarios y jinetes libres ansiosos por el saqueo que seguía a la batalla. Cuando sus señores los llamaban, acudían… pero no para siempre.

—Eso de avanzar está muy bien —dijo a Robb—, pero, ¿hacia dónde? ¿Y con qué objetivo? ¿Qué pretendes hacer?

—El Gran Jon cree que deberíamos sorprender a Lord Tywin —dijo Robb después de dudar un momento—, llevar la batalla hasta él, en vez de esperarlo. Pero los Glover y los Karstark creen que lo mejor sería rodear el lugar donde se encuentra su ejército y unirnos al tío Edmure contra el Matarreyes. —Se pasó los dedos por el cabello castaño despeinado; no parecía satisfecho—. Aunque, cuando lleguemos a Aguasdulces… No estoy seguro…

—Tienes que estar seguro —dijo Catelyn a su hijo—. Si no, vuelve a casa, a jugar con tu espada de madera. Delante de hombres como Roose Bolton y Rickard Karstark no puedes permitirte el lujo de parecer indeciso. No te equivoques, Robb: son tus vasallos, no tus amigos. Te has erigido en su comandante; actúa como tal.

—Como tú digas, madre. —Robb la miraba sobresaltado, como si no diera crédito a lo que oía.

—Te lo preguntaré de nuevo. ¿Qué pretendes hacer?

Robb extendió un mapa sobre la mesa. Era un trozo de cuero deshilachado, con dibujos desvaídos. Uno de los extremos se enrollaba hacia adentro. Robb le puso la daga encima para evitarlo.

—Los dos planes tienen aspectos positivos, pero… Mira, si intentamos rodear el ejército de Lord Tywin, corremos el riesgo de quedar atrapados entre él y el Matarreyes. Y si lo atacamos… según todos los informes, cuenta con más hombres que nosotros, y tiene muchos más jinetes entre ellos. El Gran Jon dice que si lo encontramos con los calzones bajados eso no importará, pero creo que no será fácil sorprender a un hombre que ha peleado en tantas batallas como Tywin Lannister.

—Bien —dijo ella. En la voz de su hijo, allí, ante el mapa, había ecos de la de Ned—. Sigue.

—Pienso dejar una pequeña hueste aquí para defender Foso Cailin —dijo—, sobre todo arqueros, y bajar por el camino con el resto. Pero, una vez pasemos el Cuello, quiero repartir las fuerzas en dos grupos. Los que vayan a pie podrán seguir por el camino real, mientras nuestros jinetes cruzan el Forca Verde en los Gemelos. —Lo señaló en el mapa—. Cuando Lord Tywin reciba la noticia de que vamos hacia el sur, avanzará hacia el norte para enfrentarse al ejército principal, con lo que los jinetes podrán bajar por la orilla occidental hasta Aguasdulces. —Robb se sentó. No se atrevía a sonreír, pero parecía satisfecho consigo mismo, y deseaba con todas sus fuerzas recibir una alabanza de su madre.

—Habría un río entre los dos grupos de tu ejército —dijo Catelyn mientras examinaba el mapa con el ceño fruncido.

—Y también entre Jaime y Lord Tywin —se apresuró a señalar. La sonrisa afloró por fin—. No hay ningún cruce en el Forca Verde por encima del Vado Rubí, donde Robert consiguió la corona. No lo hay antes de los Gemelos, en la parte de arriba, y Lord Frey controla ese puente. Es vasallo de tu padre, ¿no?

«El difunto Lord Frey», pensó Catelyn.

—Así es —admitió—. Pero mi padre jamás ha confiado en él. Tú tampoco deberías.

—No confiaré en él —prometió Robb—. ¿Qué opinas?

—¿Qué parte del ejército dirigirías tú? —Muy a su pesar, estaba impresionada. «Su aspecto es el de un Tully —pensó—, pero es hijo de su padre, y Ned le ha enseñado bien.»

—A los jinetes —respondió al instante.

—¿Y la otra? —Otra vez como su padre. Ned siempre se encargaba en persona de la tarea más arriesgada.

—El Gran Jon no para de decir que le gustaría machacar a Lord Tywin. He pensado concederle a él ese honor.

Era su primer error, pero, ¿cómo decírselo sin minar su confianza?

—En cierta ocasión tu padre me dijo que el Gran Jon era uno de los hombres más intrépidos que había visto jamás.

Viento Gris le arrancó dos dedos de un mordisco, y él se rió —dijo Robb con una sonrisa—. Entonces, ¿estás de acuerdo?

—Tu padre no es intrépido —señaló Catelyn—. Es valiente, que no es lo mismo.

—El ejército de la orilla este será todo lo que se interponga entre Lord Tywin e Invernalia —dijo su hijo, pensativo, después de meditar un instante—. Bueno, ese ejército y los pocos arqueros que deje aquí, en Foso Cailin. Así que no me conviene que lo dirija nadie intrépido, ¿verdad?

—No. Debe ser alguien con astucia fría, no con valor ciego.

—Roose Bolton —dijo Robb al instante—. Ese hombre me da miedo.

—En ese caso recemos para que también dé miedo a Tywin Lannister.

Robb asintió y enrolló el mapa.

—Daré las órdenes y prepararé una escolta que te acompañe a Invernalia.

Catelyn había hecho todo lo posible por mostrarse fuerte, lo hacía por Ned, y por aquel hijo suyo, tan testarudo. Había dejado a un lado la desesperación y el miedo, como si fueran ropas que no se ponía… pero en aquel momento se dio cuenta de que siempre las había llevado.

—No voy a volver a Invernalia —se oyó decir. Las lágrimas que le nublaron la visión la sorprendieron incluso a ella misma—. Mi padre puede estar agonizando tras los muros de Aguasdulces. Mi hermano está rodeado por sus enemigos. Debo ir con ellos.

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