CATELYN

A medida que el ejército bajaba por el camino, entre las ciénagas negras del Cuello, y se abría al llegar a las tierras del río, los temores de Catelyn aumentaban. Ocultaba sus miedos tras un rostro sereno e inexpresivo, pero allí estaban, y crecían con cada legua de trayecto. Se pasaba los días ansiosa, las noches inquieta, y cada vez que veía volar un cuervo apretaba los dientes.

Temía por su señor padre, y su silencio ominoso la llenaba de dudas. Temía por su hermano Edmure, y rezaba a los dioses para que velaran por él si tenía que enfrentarse en combate al Matarreyes. Temía por Ned y por las niñas, y por el dulce muchachito que había dejado en Invernalia. Pero no podía hacer nada por ninguno de ellos, de manera que intentaba apartarlos de sus pensamientos.

«Debes conservar las fuerzas para Robb —se dijo—. Es el único al que puedes ayudar. Debes ser tan fiera y dura como el norte, Catelyn Tully. Ahora debes ser una verdadera Stark, como tu hijo.»

Robb cabalgaba a la cabeza de la columna, bajo el estandarte blanco de Invernalia. Cada día invitaba a uno de los señores a unirse a él, de manera que pudieran conferenciar por el camino. Honraba por turnos a todos los hombres, sin favoritismos, y los escuchaba igual que había hecho su padre, siempre sopesando las palabras de cada uno contra las de los demás.

«Ha aprendido mucho de Ned —pensaba Catelyn al mirarlo—. Pero, ¿será suficiente?»

El Pez Negro había elegido cien hombres y cien caballos veloces, y se había adelantado para ocultar sus movimientos y examinar el camino. Los informes que trajeron de vuelta los jinetes de Ser Brynden no la tranquilizaron en absoluto. Las huestes de Lord Tywin estaban a varios días de camino hacia el sur… pero Walder Frey, señor del Cruce, había reunido a casi cuatro mil hombres en sus castillos del Forca Verde.

—Otra vez tarde —murmuró Catelyn al enterarse. Maldito hombre, era otra vez como en el Tridente. Su hermano Edmure había convocado a los vasallos; Lord Frey debería haberse unido al ejército de los Tully en Aguasdulces, pero seguía en el Forca Verde.

—Cuatro mil hombres —repitió Robb, más perplejo que airado—. Lord Frey no pensará enfrentarse solo a los Lannister. Sin duda pretende unirse a nuestro ejército.

—¿Tú crees? —replicó Catelyn. Se había adelantado para cabalgar con Robb y con Robett Glover, su acompañante de aquel día. La vanguardia se extendía a sus espaldas como un lento bosque de lanzas, picas y estandartes—. Yo no estaría tan segura. Nunca esperes nada de Walder Frey, así te ahorrarás sorpresas.

—Es vasallo de tu padre.

—Hay hombres que se toman sus juramentos más en serio que otros, Robb. Y las relaciones de Lord Walder con Roca Casterly siempre fueron más amistosas de lo que a mi padre le habría gustado. Uno de sus hijos está casado con la hermana de Tywin Lannister. Cierto que eso no significa gran cosa. Lord Walder ha tenido gran número de hijos, y con alguien había que casarlos, pero…

—¿Teméis que piense traicionarnos y ayudar a los Lannister, mi señora? —preguntó Robett Glover, muy serio.

—Para ser sincera —contestó Catelyn con un suspiro—, dudo que el propio Lord Frey sepa cuáles son las intenciones de Lord Frey. Tiene la cautela de un anciano y la ambición de un joven, y astucia nunca le ha faltado.

—Necesitamos los Gemelos, madre —dijo Robb con vehemencia—. No hay otra manera de cruzar el río. Lo sabes igual que yo.

—Sí. Y también lo sabe Walder Frey, puedes estar seguro.

Aquella noche acamparon en el límite sur de los pantanos, a mitad de trayecto entre el camino real y el río. Allí los encontró Theon Greyjoy cuando fue a llevarles nuevas noticias de su tío.

—Ser Brynden me envía a deciros que ya ha cruzado espadas con los Lannister. Hay una docena de exploradores que no volverán para informar a Lord Tywin a corto plazo… ni nunca. —Sonrió—. Ser Addam Marbrand está al mando de su avanzadilla, y se retira hacia el sur, quemándolo todo a su paso. Sabe aproximadamente dónde nos encontramos, pero dice el Pez Negro que, cuando nos dividamos, no se enterará.

—A menos que Lord Frey se lo diga —señaló Catelyn—. Theon, cuando vuelvas con mi tío, dile que sitúe a sus mejores arqueros en torno a los Gemelos, día y noche, con orden de abatir cualquier cuervo que salga de sus almenas. No quiero que ninguno lleve noticias a Lord Tywin sobre los movimientos de mi hijo.

—Ser Brynden ya se ha encargado de eso, mi señora —respondió Theon, con una sonrisa arrogante—. Unos cuantos pájaros más y podremos preparar una empanada. Os guardaré las plumas para que os hagáis un sombrero.

Debía haber imaginado que Brynden el Pez Negro lo habría calculado ya.

—¿Qué han hecho los Frey mientras los Lannister quemaban sus campos y saqueaban sus aldeas?

—Ha habido enfrentamientos entre los hombres de Ser Addam y los de Lord Walder —respondió Theon—. A menos de un día de camino de aquí nos encontramos con dos exploradores Lannister que servían de alimento a los buitres: los Frey los habían ahorcado. Pero la mayor parte de los hombres de Lord Walder permanece en los Gemelos.

Catelyn pensó con amargura que aquello llevaba, sin lugar a dudas, el sello de Walder Frey: esperar, demorarse, vigilar y no correr riesgos a menos que lo obligaran.

—Si ha estado combatiendo a los Lannister, quizá piense mantener su juramento —dijo Robb.

—Defender sus tierras es una cosa —dijo Catelyn, que no estaba tan segura—, y enfrentarse a Lord Tywin en batalla otra muy diferente.

—¿Ha descubierto el Pez Negro alguna otra manera de cruzar el Forca Verde? —preguntó Robb volviéndose hacia Theon Greyjoy.

—El río baja muy crecido y muy rápido —contestó Theon con un gesto de negación—. Ser Brynden dice que, tan al norte, no se puede vadear.

—¡Necesito ese paso! —declaró Robb, airado—. Sí, supongo que los caballos podrían cruzar a nado, pero no si llevan a lomos jinetes con armaduras. Tendríamos que construir balsas para cruzar las armas, los yelmos, las cotas de mallas… y no tenemos tantos árboles. Ni tanto tiempo. Lord Tywin avanza hacia el norte… —Apretó un puño.

—Lord Frey no será tan estúpido como para intentar cortarnos el paso —dijo Theon Greyjoy, con su confianza habitual—. Tenemos cinco veces más hombres que él. Si lo necesitas puedes tomar los Gemelos, Robb.

—No sería sencillo —les advirtió Catelyn—. Y no lo conseguirías a tiempo. Mientras preparas el asedio, Tywin Lannister llegaría con sus huestes y te atacaría por la retaguardia.

Robb miró a Greyjoy, buscando respuestas, sin encontrarlas. Por un momento, pese a la cota de mallas, la espada y la sombra de barba, aparentaba ser aún más joven.

—¿Qué haría mi padre? —preguntó a Catelyn.

—Buscar una manera de pasar —respondió ella—. Costara lo que costara.

A la mañana siguiente fue Ser Brynden quien acudió a hablar con ellos. Se había despojado de la pesada coraza y el yelmo que llevaba como Caballero de la Puerta, y lucía en cambio las prendas de cuero ligeras propias de un jinete, pero mantenía el pez de obsidiana como broche para la capa.

—Ha habido una batalla bajo las murallas de Aguasdulces —dijo su tío con expresión grave mientras desmontaba—. Lo hemos averiguado de un escolta Lannister al que cogimos prisionero. El Matarreyes ha destrozado las huestes de Edmure y ha hecho retroceder a los señores del Tridente.

—¿Y mi hermano? —preguntó Catelyn con el corazón en un puño.

—Herido y prisionero —dijo Ser Brynden—. Lord Blackwood y el resto de los supervivientes resisten el asedio dentro de Aguasdulces, rodeados por las huestes de Jaime.

—Si queremos llegar a tiempo para ayudarlos, tenemos que cruzar este condenado río. —Robb parecía preocupado.

—No será fácil —le advirtió su tío—. Lord Frey ha reunido todo su ejército dentro del castillo, y ha atrancado las puertas.

—Maldito sea —gruñó Robb—. Si ese viejo idiota no cede y me deja pasar, no tendré más remedio que derribar sus muros. Derribaré los Gemelos encima de él, si es necesario, ¡a ver qué le parece!

—Hablas como un niño enfadado, Robb —le recriminó Catelyn—. Cuando un niño ve un obstáculo, lo primero que hace es rodearlo o derribarlo. Un señor debe aprender que, a veces, las palabras consiguen lo que está fuera del alcance de las espadas.

—Explícame qué quieres decir, madre —pidió Robb, sumiso. Se le habían enrojecido las orejas ante la reprimenda.

—Los Frey llevan seiscientos años defendiendo el cruce, y durante seiscientos años han fijado siempre el precio del peaje.

—¿El precio? ¿Qué puede querer?

—Eso es lo que tenemos que averiguar —contestó Catelyn con una sonrisa.

—¿Y si me niego a pagar ese peaje?

—Entonces tendrás que retirarte de vuelta a Foso Cailin, desplegarte para enfrentarte a Lord Tywin… o esperar a que te salgan alas. No se me ocurren más opciones.

Catelyn picó espuelas y se alejó para que su hijo tuviera tiempo de meditar sobre sus palabras. No serviría de nada que se sintiera como si su madre estuviera usurpando su puesto.

«¿Le enseñaste sabiduría, además de valor, Ned? —se preguntó—. ¿Le enseñaste a doblar la rodilla?» Los cementerios de los Siete Reinos estaban llenos de valientes que jamás habían aprendido aquella lección.

Era ya mediodía cuando la vanguardia divisó los Gemelos, el asentamiento de los señores del Cruce.

Allí el Forca Verde era un río rápido y profundo, pero los Frey lo dominaban desde hacía siglos, y se habían enriquecido gracias a lo que otros les pagaban por cruzarlo. Su puente era un arco gigantesco de roca gris pulida, tan ancho que cabían dos carros juntos; en la mitad se alzaba la Torre del Agua, desde la que se dominaba tanto el camino como el río, con troneras para los arqueros y rastrillos. Los Frey habían tardado tres generaciones en completar el puente. Cuando terminaron, situaron fortificaciones de madera en ambas orillas, para que nadie pudiera cruzar sin su permiso.

La madera había dejado lugar a la piedra hacía ya mucho tiempo. Los Gemelos, dos castillos achaparrados, feos, idénticos en todos los sentidos, unidos por el puente, llevaban siglos vigilando el cruce. Estaban protegidos por murallas, fosos profundos y pesados portalones de hierro y roble, y los extremos del puente surgían de sus entrañas. En cada orilla había un rastrillo y una barbacana, y la Torre del Agua defendía el puente en sí.

A Catelyn le bastó una mirada para comprender que no se podía tomar el castillo. En las almenas se divisaban lanzas, espadas y escorpiones. En cada tronera había un arquero, el puente levadizo estaba levantado, el rastrillo bajado, y las puertas cerradas y atrancadas.

En cuanto vio qué les aguardaba, el Gran Jon empezó a jurar y a maldecir. Lord Rickard Karstark se limitó a mirar en silencio.

—Mis señores, eso es inexpugnable —anunció Roose Bolton.

—Y tampoco podemos vencerlos por asedio, necesitaríamos un ejército en la otra orilla para el segundo castillo —señaló Helman Tallhart, sombrío. Al otro lado de las aguas turbulentas, la torre occidental parecía un reflejo de su hermana oriental—. Ni aunque tuviéramos tiempo… que, desde luego, no tenemos.

Mientras los señores norteños examinaban el castillo, se abrió una puerta lateral, alguien tendió un puente de tablones para salvar el foso, y una docena de jinetes salieron hacia ellos, guiados por cuatro de los muchos hijos de Lord Walder. Su blasón eran dos torres gemelas, azul oscuro sobre campo de plata grisácea. Ser Stevron Frey, el heredero de Lord Walder, era el portavoz. Todos los Frey tenían aspecto de morsa: Ser Stevron, con más de sesenta años y nietos propios ya, se asemejaba especialmente a una morsa vieja y cansada. Pero se mostró muy educado.

—Mi señor padre me envía a saludaros, y a preguntar quién dirige tan poderoso ejército.

—Yo. —Robb hizo avanzar a su caballo. Llevaba puesta la armadura, de la silla de su caballo colgaba el escudo de Invernalia con el lobo huargo, y Viento Gris trotaba junto a él.

El anciano caballero lo miró con una tenue chispa de diversión en los ojos grises acuosos, pero su capón se removió inquieto ante la presencia del huargo.

—Para mi señor padre sería un honor que compartierais con él la carne y el aguamiel en el castillo, y le explicaseis vuestro propósito en estas tierras.

Sus palabras cayeron entre los señores vasallos como la piedra lanzada por una catapulta. A ninguno le parecía bien. Maldijeron, discutieron, se gritaron unos a otros.

—No lo hagáis, mi señor —suplicó Galbart Glover a Robb—. Lord Walder no es digno de confianza.

Roose Bolton estaba de acuerdo.

—Si entráis ahí solo, estaréis en su poder. Podrá venderos a los Lannister, arrojaros a una mazmorra o cortaros la garganta, lo que le plazca.

—Si quiere hablar con nosotros, que abra las puertas, así compartiremos todos su pan y su aguamiel —declaró Ser Wendel Manderly.

—O que salga y agasaje a Robb aquí, a la vista de sus hombres y de los vuestros —sugirió su hermano, Ser Wylis.

Catelyn Stark compartía las dudas, pero sólo con ver a Ser Stevron supo que no le gustaba lo que estaba oyendo. Unas pocas palabras más, y perderían la ocasión. Tenía que actuar enseguida.

—Iré yo —dijo en voz alta.

—¿Vos, mi señora? —El Gran Jon frunció el ceño.

—Madre, ¿estás segura? —Obviamente Robb no lo estaba.

—Por supuesto —mintió Catelyn con tono alegre—. Lord Walder es vasallo de mi padre. Lo conozco desde que era niña. Jamás me haría daño alguno.

«A no ser que con ello consiguiera algún beneficio», añadió para sus adentros. Pero algunas veces era imprescindible mentir.

—Estoy seguro de que mi señor padre estará encantado de hablar con Lady Catelyn —dijo Ser Stevron—. Como salvaguardia de nuestras buenas intenciones, mi hermano Ser Perwyn permanecerá aquí hasta que ella vuelva con vosotros sana y salva.

—Será nuestro huésped de honor —dijo Robb. Ser Perwyn, el más joven de los cuatro Frey del grupo, desmontó y tendió a uno de sus hermanos las riendas de su caballo—. Quiero que mi señora madre esté de vuelta al caer la noche, Ser Stevron —siguió Robb—. No tengo intención de demorarme más aquí.

—Como queráis, mi señor —asintió Ser Stevron Frey con cortesía.

Catelyn picó espuelas, sin volver la vista atrás. Los hijos y los soldados de Lord Walder siguieron sus pasos.

En cierta ocasión su padre le había dicho que Walder Frey era el único señor de los Siete Reinos capaz de sacarse un ejército de los calzones. Cuando el señor del Cruce recibió a Catelyn en la sala principal del castillo oriental, rodeado por sus veinte hijos que todavía vivían (descontando a Ser Perwyn, que habría sido el veintiuno), treinta y seis nietos, diecinueve bisnietos, y numerosas hijas, nietas, bastardos e hijos de bastardos, entendió perfectamente lo que le había querido decir.

Lord Walder tenía noventa años, aspecto de morsa rosada, con cabeza calva, y demasiado gotoso para mantenerse en pie sin ayuda. Su última esposa, una chiquilla de dieciséis años pálida y frágil, caminaba junto a la litera en la que lo transportaban. Era la octava Lady Frey.

—Es un placer volver a veros tras tantos años, mi señor —dijo Catelyn.

—¿De verdad? —El anciano la miró con desconfianza—. Lo dudo mucho. No me vengáis con palabras bonitas, Lady Catelyn, estoy viejo para eso. ¿Qué hacéis aquí? ¿Acaso vuestro hijo es demasiado orgulloso para venir en persona? ¿Qué voy a hacer con vos?

Catelyn era una niña la última vez que estuvo de visita en los Gemelos, y ya entonces Lord Walder era un hombre irascible, de lengua mordaz y modales bruscos. Por lo visto había empeorado con los años. Tendría que elegir las palabras con cuidado y hacer todo lo posible para no ofenderlo.

—Padre —le reprochó Ser Stevron—, ¿dónde están tus modales? Lady Stark es nuestra invitada.

—¿Acaso te lo he preguntado a ti? Aún no eres Lord Frey, y no lo serás hasta que yo muera. ¿Tengo pinta de muerto? No. Así que no me des instrucciones.

—Ésa no es manera de hablar delante de nuestra noble invitada, padre —intervino uno de sus hijos más jóvenes.

—Ahora hasta mis bastardos me quieren dar lecciones de cortesía —se quejó Ser Walder—. Maldita sea, diré lo que me venga en gana. He recibido a tres reyes diferentes en mis salas, y también a reinas, ¿crees que me puedes dar lecciones de modales, Ryger? La primera vez que le puse mi semilla, tu madre se dedicaba a ordeñar cabras. —Despidió con un movimiento de la mano al joven sonrojado, y llamó a dos de sus otros hijos—. Danwell, Whalen, ayudadme a sentarme en mi trono.

Alzaron a Lord Walder de la litera y lo llevaron hasta el trono de los Frey, una silla alta de roble negro, cuyo respaldo estaba tallado en forma de dos torres unidas por un puente. Su joven esposa se acercó con timidez y le cubrió las piernas con una manta. Una vez instalado, el anciano indicó a Catelyn que se acercara, y le besó la mano con labios resecos y agrietados.

—Ya está —anunció—. Ahora que ya he cumplido con las cortesías correspondientes, mi señora, quizá mis hijos tengan la bondad de cerrar la boca. ¿Para qué habéis venido?

—Para pediros que abráis las puertas, mi señor —respondió Catelyn con educación—. Mi hijo y sus señores vasallos desean cruzar el río y seguir su camino.

—¿Hacia Aguasdulces? —Dejó escapar una risita burlona—. No, no hace falta que me lo digáis, todavía no estoy ciego. Este viejo aún sabe leer un mapa.

—Hacia Aguasdulces —asintió Catelyn. No había razón alguna para negarlo—. Donde pensaba encontraros a vos, mi señor. Seguís siendo vasallo de mi padre, ¿no es así?

—Je —fue la respuesta de Lord Walder, un sonido a medio camino entre una carcajada y un gruñido—. He convocado a mis hombres; desde luego, aquí están, ya los habéis visto en las murallas. Mi intención era ponerme en marcha cuando hubiera reunido todas las fuerzas. Bueno, que mis hijos se pusieran en marcha. Yo ya no estoy para esas cosas, Lady Catelyn. —Miró a su alrededor en busca de una confirmación, y señaló a un hombre alto, encorvado, de unos cincuenta años—. Díselo tú, Jared. Dile que eso era lo que iba a hacer.

—Así es, mi señora —asintió Ser Jared Frey, uno de sus hijos, fruto de su segundo matrimonio—. Lo juro por mi honor.

—¿Acaso es culpa mía que el estúpido de vuestro hermano perdiera la batalla antes de que nos pusiéramos en camino? —Se inclinó hacia adelante y la miró con el ceño fruncido, como si la desafiara a poner en duda su versión de los hechos—. Me han dicho que el Matarreyes atravesó sus ejércitos como un hacha que cortara un queso curado. ¿Y queréis que mis hijos vayan corriendo al sur para morir? Todos los que fueron hacia el sur vuelven ahora corriendo al norte.

Catelyn habría escupido de buena gana a la cara del anciano quejumbroso y lo habría empujado al fuego, pero sólo tenía de plazo hasta el anochecer para conseguir que se abriera el puente.

—Razón de más para que lleguemos pronto a Aguasdulces —dijo con calma—. ¿Podemos hablar en algún sitio, mi señor?

—Ya estamos hablando —se quejó Lord Frey. Movió la cabeza calva y rosada de un lado a otro—. ¿Qué estáis mirando todos? —gritó a sus parientes—. Fuera de aquí. Lady Stark desea hablar conmigo en privado. Puede que tenga dudas sobre mi lealtad, je. Fuera todos, a ver si hacéis algo útil. Sí, mujer, tú también. Fuera, fuera, ¡fuera! —Mientras sus hijos, nietos, sobrinos y bastardos salían de la estancia, se inclinó más hacia Catelyn—. Todos están esperando a que muera —le confesó—. Stevron lleva cuarenta años aguardando ese momento, pero cada día hago lo posible por decepcionarlo. Je. ¿Por qué voy a morir, para que él pueda heredarlo todo? Ni hablar.

—Tengo la esperanza de que viváis hasta los cien años.

—Eso sí que los haría enfadar, je. Desde luego. A ver, ¿qué queríais decirme?

—Deseamos cruzar —respondió Catelyn.

—Ah, ¿sí? Qué directa. ¿Y por qué debería permitíroslo?

—Si tuvierais fuerzas suficientes para subir a las almenas —dijo Catelyn sin poder contener la ira—, veríais que mi hijo tiene un ejército de veinte mil hombres ante vuestras murallas.

—Que serán veinte mil cadáveres cuando llegue Lord Tywin —replicó el anciano—. No intentéis asustarme, señora. Vuestro esposo está encerrado por traidor en alguna celda de la Fortaleza Roja, vuestro padre yace enfermo, tal vez moribundo, y Jaime Lannister ha tomado prisionero a vuestro hermano. ¿Por qué voy a teneros miedo? ¿Por vuestro hijo? Puedo enfrentarme a vos hijo contra hijo, y todavía me quedarían dieciocho después de matar a todos los vuestros.

—Hicisteis un juramento ante mi padre —le recordó Catelyn.

—Oh, sí. —Inclinó la cabeza a un costado, sonriente—. Pronuncié unas cuantas palabras, pero si mal no recuerdo también hice juramentos a la corona. Ahora Joffrey es el rey, y eso os convierte en rebeldes a vos, a vuestro hijo y a todos esos idiotas de ahí afuera. Si tuviera el sentido común de un pescado, ayudaría a los Lannister a acabar con vosotros.

—¿Y por qué no lo hacéis? —lo desafió.

—Lord Tywin —dijo Lord Walder con un bufido desdeñoso—, el orgulloso y espléndido Lord Tywin, Guardián del Occidente, Mano del Rey, qué gran hombre, él, con su oro para acá y su oro para allá, leones para acá y leones para allá. Pues seguro que, si come demasiadas judías, se tira pedos igual que yo. Pero él jamás lo admitirá, claro que no. ¿Por qué está tan hinchado? Sólo tiene dos hijos varones, y uno de ellos es un monstruo deforme. ¡Puedo enfrentarme a él hijo contra hijo, y todavía me quedarían diecinueve y medio después de matar a los suyos! —Soltó una risita—. Si Lord Tywin quiere mi ayuda, más le valdría pedirla.

—Yo os estoy pidiendo ayuda, mi señor —dijo con humildad Catelyn, el anciano había contestado justo lo que ella quería oír—. Y por mi voz hablan mi padre, mi hermano, mi señor esposo y mis hijos.

—Dejaos de palabrería, señora. —Lord Walder le rozó el rostro con un dedo huesudo—. Para oír palabrería ya tengo a mi esposa. ¿La habéis visto? Tiene dieciséis años, es una flor, y su miel es sólo para mí. Seguro que el año que viene para estas fechas ya me ha dado un hijo. A lo mejor lo nombro a él heredero, ¡cómo se pondrían los demás!

—Estoy segura de que os dará muchos hijos —dijo Catelyn y él asintió.

—Vuestro señor padre no vino a mi boda. Un insulto, fue un insulto. Aunque se esté muriendo. Tampoco acudió a mi boda anterior. Me llama «el difunto Lord Frey», ¿lo sabíais? ¿Acaso piensa que estoy muerto? Pues no estoy muerto, os lo aseguro, y lo sobreviviré a él, igual que sobreviví a su padre. Vuestra familia siempre me ha despreciado, no lo neguéis, no me mintáis, sabéis que es verdad. Hace años acudí a vuestro padre y le propuse que su hijo y mi hija se unieran en matrimonio. ¿Por qué no? Ya había elegido a la chica, una muchachita dulce, apenas unos años mayor que Edmure, pero si a vuestro hermano no le gustaba le podía haber elegido cualquier otra, más joven, más vieja, virgen, viuda, lo que gustara. Pero no, Lord Hoster no quiso ni discutirlo. Me respondió con palabras amables y con excusas, pero yo lo que quería era quitarme una hija de encima.

»Y en cuanto a vuestra hermana, es igual o peor. Fue… hace un año, no más, Jon Arryn era todavía la Mano del Rey, y fui a la ciudad para ver a mis hijos en el torneo. Stevron y Jared ya son viejos para las justas, pero Danwell y Hosteen cabalgaron, y Perwyn también, y un par de bastardos míos participaron en el combate cuerpo a cuerpo. Si hubiera sabido cómo iban a avergonzarme, ni me hubiera molestado en ir. Hice todo el viaje para ver cómo ese mocoso Tyrell descabalgaba a Hosteen, y eso que tenía la mitad de años que él, y lo llaman Ser Margarita, o algo así. ¡Y a Danwell lo desmontó un caballero sin rango! A veces me pregunto si de verdad son hijos míos. Mi tercera esposa era una Crakehall, y todas las mujeres de esa familia son unas putas. Bueno, qué más da, murió antes de que vos nacierais, ¿a vos qué os importa?

»Estaba hablando de vuestra hermana. Propuse a Lord y Lady Arryn que tomaran a dos de mis nietos como pupilos, y a cambio yo acogería a su hijo en los Gemelos. ¿Acaso mis nietos son indignos de pisar la corte del rey? Son buenos chicos, tranquilos y educados. Walder es hijo de Merrett, le puso mi nombre, y el otro… je, pues no me acuerdo… pudo haber sido otro Walder, siempre les ponen mi nombre, a ver si los favorezco, pero su padre… ¿quién era su padre? —Su rostro se llenó de arrugas—. Bueno, qué más da, el caso es que Lord Arryn no quiso acoger a ninguno de los dos, y seguro que la culpa la tuvo vuestra hermana. Puso la misma cara que si le hubiera propuesto vender su hijo a una compañía de comediantes o convertirlo en eunuco, y cuando Lord Arryn dijo que iba a enviar al chico a Rocadragón como pupilo de Stannis Baratheon se puso hecha una fiera. Lo único que pudo darme la Mano fueron disculpas. ¿Y para qué quiero yo disculpas, eh, eh?

—Tenía entendido que el hijo de Lysa iba a ser pupilo de Lord Tywin, en Roca Casterly —dijo Catelyn con el ceño fruncido, inquieta.

—No, se lo iba a llevar Lord Stannis —replicó Walder Frey, irritado—. ¿Acaso pensáis que no distingo a Lord Stannis de Lord Tywin? Los dos son un montón de mierda, se creen demasiado nobles para pagar, pero eso no importa, el caso es que los distingo. ¿O pensáis que estoy tan viejo que no recuerdo nada? Tengo noventa años y lo recuerdo todo muy bien. También recuerdo qué se hace con una mujer. El año que viene para estas fechas mi esposa me habrá dado un hijo, seguro. O una hija, es inevitable. Chico o chica, qué más da, será una cosa enrojecida, arrugada y llorona, y seguro que lo quiere llamar Walder o Walda.

—¿Estáis seguro de que Jon Arryn iba a enviar a su hijo como pupilo con Lord Stannis? —El nombre que pusiera Lady Frey a su bebé no era cuestión que interesara a Catelyn.

—Sí, sí, sí —replicó el anciano—. Pero murió, así que ya no importa. Bueno, entonces queréis cruzar el río, ¿verdad?

—Sí.

—¡Pues no! —exclamó Lord Walder, crispado—. ¡No cruzaréis el río sin mi permiso! ¿Por qué os lo voy a permitir? Los Tully y los Stark no han sido nunca amigos míos. —Se recostó en el trono, cruzó los brazos y sonrió, a la espera de su respuesta.

El resto fue cuestión de regateo.

El sol rojizo empezaba a ponerse tras las colinas del oeste cuando las puertas del castillo se abrieron de nuevo. El puente levadizo descendió, el rastrillo fue izado, y Lady Catelyn Stark salió a caballo para reunirse con su hijo y sus señores vasallos. Tras ella iban Ser Jared Frey, Ser Mosteen Frey, Ser Danwell Frey, y el hijo bastardo de Lord Walder, Ronel Ríos, al mando de una columna de hombres armados con picas, todos con cotas de mallas de acero azul y capas color gris plateado.

Robb se adelantó al galope para recibirla. Viento Gris corría al lado de su semental.

—Ya está —dijo a su hijo—. Lord Walder te da permiso para cruzar. Sus espadas están a tus órdenes, a excepción de cuatrocientos hombres que se quedarán aquí para defender los Gemelos. Te sugiero que dejes tú también a cuatrocientos hombres, entre arqueros y espadachines. No creo que ponga objeciones… pero asegúrate de que das el mando a alguien en quien confíes. Puede que haga falta que ayude a Lord Walder a conservar la fe.

—Como tú digas, madre —respondió Robb al tiempo que miraba a los hombres armados con picas—. ¿Qué te parece… Ser Helman Tallhart?

—Buena elección.

—¿Qué… qué quiere él de nosotros?

—Si puedes prescindir de unas cuantas espadas, necesito que algunos hombres escolten a dos de los nietos de Lord Frey hasta Invernalia —respondió—. He accedido a acogerlos como pupilos. Son niños pequeños, uno de ocho años y otro de siete. Por lo visto los dos se llaman Walder. Así tu hermano Bran tendrá muchachos de su edad que le hagan compañía.

—¿Nada más? ¿Dos pupilos? Es un precio bajo para…

—El hijo de Lord Frey, Olyvar, vendrá con nosotros —siguió—. Será tu escudero personal. Su padre desea que, cuando llegue el momento, sea nombrado caballero.

—Un escudero. —Se encogió de hombros—. Bien, muy bien, si es…

—Además, si tu hermana Arya vuelve sana y salva tendrá que casarse con el hijo más joven de Lord Walder, Elmar, en cuanto los dos alcancen la mayoría de edad.

—A Arya no le va a hacer la menor gracia. —Robb se había quedado perplejo.

—Y cuando acabe la batalla, tú tendrás que casarte con una de sus hijas —terminó Catelyn—. Ha accedido generosamente a que elijas tú mismo a la que más te guste. Tiene muchas.

—Ya veo. —Robb ni siquiera parpadeó.

—¿Accedes?

—¿Puedo negarme?

—Si quieres cruzar, no.

—Entonces, accedo —respondió Robb con solemnidad.

Nunca le había parecido tan mayor como en aquel momento. Un niño podía jugar con espadas, pero hacía falta ser un auténtico señor para acceder a un matrimonio de conveniencia, con todo lo que ello significaba.

Cruzaron el puente al anochecer, bajo una luna creciente que parecía flotar sobre el río. La doble columna atravesó la puerta de la torre este como una gran serpiente de acero, desapareció en el interior, atravesó el puente, y salió de nuevo a la noche tras pasar por la torre oeste.

Catelyn iba a la cabeza de la serpiente, con su hijo, su tío Ser Brynden, y Ser Stevron Frey. Los seguían nueve décimas partes de los hombres a caballo, entre caballeros, lanceros, arqueros y jinetes libres. Tardaron horas en cruzar. Catelyn no olvidaría nunca el retumbar de los cascos de los animales contra el puente levadizo, la imagen de Lord Walder Frey que los observaba desde su litera ni el brillo de los ojos que los miraban desde las troneras.

La mayor parte del ejército norteño, hombres armados con picas, arqueros y guerreros a pie, permaneció en la orilla este bajo el mando de Roose Bolton. Robb le había ordenado que siguiera avanzando hacia el sur, para enfrentarse al poderoso ejército Lannister que avanzaba hacia el norte bajo el mando de Lord Tywin.

Para bien o para mal, su hijo había tirado los dados.

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