TYRION

Chella, hija de Cheyk de los Orejas Negras, se había adelantado como exploradora, y fue ella quien les llevó la noticia del ejército en la encrucijada.

—Por el número de hogueras diría que son unos veinte mil —dijo—. Los estandartes son rojos, con un león dorado.

—¿Tu padre? —preguntó Bronn.

—O mi hermano Jaime —dijo Tyrion—. Pronto lo averiguaremos.

Contempló su desastrada banda de salteadores: casi trescientos Grajos de Piedra, Hermanos de la Luna, Orejas Negras y Hombres Quemados. Y no eran más que la simiente del ejército que esperaba reunir. Gunthor hijo de Gurn estaba convocando al resto de los clanes. Se preguntó qué opinaría su señor padre de ellos, vestidos con pieles y con armas robadas. En realidad él mismo no estaba muy seguro de qué opinaba. ¿Era su comandante o su prisionero? La mayor parte de las veces tenía la sensación de que era ambas cosas.

—Lo mejor sería que bajara yo solo —propuso.

—Lo mejor para Tyrion, hijo de Tywin —dijo Ulf, el portavoz de los Hermanos de la Luna.

Shagga lo miró con los ojos centelleantes. Era un espectáculo aterrador.

—Esto no gusta a Shagga, hijo de Dolf. Shagga irá con hombreniño, y si hombreniño miente, Shagga le cortará la virilidad…

—… y se la echará de comer a las cabras, sí —terminó Tyrion, cansado—. Shagga, te doy mi palabra de Lannister: volveré.

—¿Por qué vamos a confiar en tu palabra? —Chella era una mujer menuda, endurecida, lisa como un muchacho, y no tenía un pelo de tonta—. No sería la primera vez que los señores de las tierras bajas mienten a los clanes.

—Me ofendes, Chella —dijo Tyrion—. Y yo que pensaba que nos habíamos hecho amigos… Pero, en fin, como queráis. Vendrás conmigo, y que vengan también Shagga y Conn por los Grajos de Piedra, Ulf por los Hermanos de la Luna, y Timett hijo de Timett por los Hombres Quemados. —Los hombres de los clanes intercambiaron miradas cautas a medida que los nombraba—. El resto esperaréis aquí hasta que envíe a alguien a buscaros. Por favor, no os matéis ni os mutiléis unos a otros en mi ausencia.

Picó espuelas y se alejó al trote, con lo que no les dejaba más remedio que ir tras él o quedarse atrás. Cualquiera de las dos cosas le convenía, todo con tal de que no se sentaran a hablar un día y una noche. Aquello era lo malo de los clanes, tenían la absurda creencia de que en un consejo se debían escuchar las voces de todos los hombres, con lo que discutían de manera interminable sobre cualquier asunto. Hasta las mujeres podían hablar. No era de extrañar que no representaran una amenaza para el Valle desde hacía cientos de años, aparte de alguna que otra incursión ocasional. Tyrion tenía toda la intención de que aquello cambiara.

Bronn cabalgaba con él. Tras ellos, después de unos segundos de protestas, los siguieron los cinco elegidos, a lomos de sus pequeños podencos, unos animales flacos que parecían ponis y trepaban por las rocas como cabras.

Los Grajos de Piedra cabalgaban juntos, y Chella y Ulf iban también muy cerca la una del otro, ya que entre los Hermanos de la Luna y los Orejas Negras había fuertes lazos. Timett, hijo de Timett, iba solo. Todos los clanes de las Montañas de la Luna temían a los Hombres Quemados, que se mortificaban las carnes con fuego para demostrar su valor y, según se decía, servían en los festines bebés asados. Y hasta los demás Hombres Quemados tenían miedo de Timett, que se había sacado el ojo izquierdo con un cuchillo al rojo blanco al llegar a la juventud. A Tyrion le pareció comprender que lo habitual era quemarse un pezón, un dedo o, si el hombre era verdaderamente valiente, o estaba verdaderamente loco, una oreja. Los demás Hombres Quemados se maravillaron tanto ante su decisión que al instante lo nombraron mano roja, una especie de título de jefe de guerra.

—Me gustaría saber qué se quemó su rey —comentó Tyrion a Bronn tras escuchar la historia.

El mercenario sonrió y se palpó la entrepierna… pero hasta Bronn hablaba con respeto delante de Timett. Si un hombre estaba tan loco para sacarse un ojo, seguramente no sería más delicado con sus enemigos.

Los vigías divisaron desde sus torres de piedra sin argamasa al grupo que descendía por la colina, y Tyrion vio un cuervo que levantaba el vuelo. Llegaron al primer punto defendido en el camino alto, justo donde el sendero torcía entre dos salientes rocosos. Había una pared de barro de apenas un metro de altura que bloqueaba el paso, y tras ella se encontraba una docena de hombres armados con ballestas. Tyrion había indicado a sus seguidores que se detuvieran fuera de su alcance, y cabalgó solo hasta la pared.

—¿Quién está al mando? —gritó.

El capitán apareció rápidamente, y más rápidamente todavía le puso una escolta en cuanto reconoció al hijo de su señor. Pasaron al trote por campos ennegrecidos y aldeas quemadas, hasta las tierras de los ríos y el Forca Verde del Tridente. Tyrion no vio cadáveres, pero los cuervos y los buitres sobrevolaban el terreno; allí había habido una batalla hacía poco.

A media legua de la encrucijada habían alzado una barricada de estacas puntiagudas, vigilada por lanceros y arqueros. Tras aquella línea se extendía el campamento. Cientos de hogueras donde se cocinaban cenas lanzaban al cielo dedos de humo, los hombres vestidos con cotas de mallas, sentados bajo los árboles, afilaban las espadas, y por todas partes ondeaban estandartes conocidos, con las astas clavadas en el terreno embarrado.

Un grupo de jinetes se adelantó para desafiarlos cuando se aproximaron a las estacas. El caballero que los guiaba llevaba una armadura de plata con amatistas incrustadas, y una capa a rayas púrpuras y plateadas. En su escudo se veía el blasón del unicornio, y un cuerno en espiral, de más de medio metro de largo, sobresalía del yelmo en forma de cabeza de caballo. Tyrion tiró de las riendas.

—Ser Flement —saludó.

—Tyrion —dijo atónito Ser Flement Brax cuando se levantó el visor—. Mi señor, temíamos que estuvierais muerto, o… —Miró inseguro a los hombres del clan—. Vuestros… compañeros…

—Amigos del alma y sirvientes leales —dijo Tyrion—. ¿Dónde está mi señor padre?

—Ha instalado su cuartel en la posada de la encrucijada.

Tyrion se echó a reír. ¡La posada de la encrucijada! Al fin y al cabo, los dioses eran justos.

—Iré a verlo ahora mismo.

—Como queráis, mi señor. —Ser Flement hizo dar media vuelta al caballo y empezó a gritar órdenes. Al momento retiraron tres hileras de estacas para abrirle paso. Tyrion entró, seguido por su grupo.

El campamento de Lord Tywin se extendía leguas y leguas. El cálculo de Chella de unos veinte mil hombres no andaba desencaminado. Los guerreros sin rango acampaban al descubierto, pero los caballeros estaban en tiendas, y para algunos de los señores más importantes se habían erigido pabellones grandes como casas. Tyrion divisó el buey rojo de los Prester, el jabalí pinto de Lord Crakehall, el árbol en llamas de Marbrand, el tejón de Lydden. Los caballeros lo saludaron al verlo pasar, y los soldados miraron atónitos a los hombres de los clanes.

Shagga también parecía atónito; sin duda jamás había visto tantos hombres, caballos y armas. El resto de los bandidos disimuló mejor el asombro, pero Tyrion estaba seguro de que también estaban impresionados. Mejor. Cuanto más los maravillara el poder de los Lannister, más fácil sería darles órdenes.

La posada y los establos estaban más o menos como los recordaba, aunque del resto del pueblo apenas si quedaban algunas piedras y cimientos ennegrecidos. En medio del patio había una horca, y el cadáver que colgaba de ella estaba cubierto de cuervos. Cuando Tyrion se acercó, levantaron el vuelo batiendo las alas negras, y graznaron. Desmontó y echó un vistazo a lo que quedaba del cadáver. Era una mujer; las aves le habían devorado los labios y las mejillas, dejando al descubierto una sonrisa roja y espantosa.

—Una habitación, una comida y una jarra de vino —le recordó con un suspiro de reproche—. Era lo único que pedía.

De los establos salieron unos muchachitos asustados, para encargarse de sus caballos. Shagga no quería entregar el suyo.

—El muchacho no te va a robar la yegua —lo tranquilizó Tyrion—. Sólo le dará avena y agua, y la cepillará. —Al propio Shagga tampoco le habría sentado mal un cepillado, pero no habría sido de buen gusto señalarlo—. Confía en mí, la tratarán bien.

—Éste es el caballo de Shagga, hijo de Dolf —rugió Shagga al mozo de cuadras mientras le entregaba las riendas de mala gana.

—Si no te la devuelve, le podrás cortar la virilidad y echársela de comer a las cabras —le prometió Tyrion—. Habrá que buscar las cabras, claro. —Bajo el cartel de la posada había un par de guardias con capas carmesí y yelmos adornados con leones. Tyrion reconoció a su capitán—. ¿Mi padre? —preguntó.

—En la sala común, mi señor.

—Mis hombres querrán carne y aguamiel —le dijo Tyrion—. Ocúpate de que se lo sirvan.

Entró en la posada, y allí estaba su padre.

Tywin Lannister, señor de Roca Casterly y Guardián del Occidente, tenía cincuenta y tantos años, pero también la fortaleza de un hombre de veinte. Hasta sentado resultaba alto, con piernas largas, hombros anchos y vientre plano. Tenía los brazos delgados y musculosos. El cabello, otrora dorado y espeso, empezaba a ralear, por lo que había ordenado a su barbero que le afeitara la cabeza. Lord Tywin no dejaba nada a medias. También se rasuró el bigote y la barba, pero conservó las espesas patillas que le cubrían las mejillas, desde la oreja a la mandíbula. Tenía los ojos de color verde claro con vetas doradas. Un bufón particularmente estúpido bromeó en cierta ocasión diciendo que hasta en la mierda que Lord Tywin cagaba había oro. Se decía que el pobre hombre seguía vivo, en lo más profundo de las entrañas de Roca Casterly.

Ser Kevan Lannister, el único hermano vivo de su padre, compartía con Lord Tywin un frasco de cerveza cuando Tyrion entró en la sala común. Su tío era corpulento, de cabello escaso y con una barbita rubia rala que marcaba la línea de una mandíbula enorme. Ser Kevan fue el primero en verlo.

—Tyrion —dijo, sorprendido.

—Tío —saludó Tyrion con una reverencia—. Y mi señor padre. Qué gran placer encontraros aquí.

Lord Tywin, sin moverse de la silla, dirigió a su hijo enano una mirada larga, escrutadora.

—Ya veo que las noticias de tu muerte eran infundadas.

—Lamento decepcionarte, padre —dijo Tyrion—. No hace falta que saltes para abrazarme, no quiero que te canses. —Cruzó la habitación en dirección a su mesa, plenamente consciente del vaivén al que lo sometían en cada paso sus piernas, tan cortas—. Qué amable por tu parte, ir a la guerra por mí. —Se aupó a una silla y se sirvió un vaso de la cerveza de su padre.

—En mi opinión tú fuiste el que comenzó todo esto —replicó Lord Tywin—. Tu hermano Jaime jamás se habría dejado capturar tranquilamente por una mujer.

—Es una de las diferencias que hay entre Jaime y yo. Y otra es que Jaime es más alto, no sé si te habrás dado cuenta.

—El honor de nuestra Casa estaba en juego —dijo su padre haciendo caso omiso de la chanza—. No me quedó más remedio. Nadie derrama sangre Lannister con impunidad.

—Oye mi Rugido —recitó Tyrion con una sonrisa. Era el lema de los Lannister—. La verdad sea dicha, no se derramó ni una gota de mi sangre, aunque en un par de ocasiones faltó poco. Morrec y Jyck han muerto.

—Y me imagino que ahora querrás otros hombres.

—No te molestes, padre, ya me he buscado unos cuantos. —Probó un trago de la cerveza. Era excelente, oscura y fermentada, tan espesa que casi se podía masticar. Lástima que su padre hubiera ahorcado a la tabernera—. ¿Qué tal va la guerra?

—Por ahora bien —respondió su tío—. Ser Edmure dispersó sus tropas por todas las fronteras para detener nuestros ataques, y tu señor padre y yo conseguimos hacer picadillo a la mayoría antes de que se reagruparan.

—Tu hermano se ha cubierto de gloria —intervino su padre—. Acabó con Lord Vance y Lord Piper en el Colmillo Dorado, y se enfrentó a todo el poderío de los Tully bajo los muros de Aguasdulces. Los señores del Tridente están derrotados. Ser Edmure Tully ha sido capturado, junto con muchos de sus caballeros y vasallos. Lord Blackwood guió a unos cuantos supervivientes de vuelta a Aguasdulces, y tu hermano los tiene bajo asedio. El resto huyó a sus correspondientes fortalezas.

—Tu padre y yo las hemos atacado una a una —dijo Ser Kevan—. Sin Lord Blackwood, el Árbol de los Cuervos no tardó en caer, y Lady Whent tuvo que rendir Harrenhal por falta de hombres para defenderla. Ser Gregor acabó con los Piper y los Bracken…

—Con lo que ya no os queda ninguna oposición —dijo Tyrion.

—Algo sí queda —dijo Ser Kevan—. Los Mallister todavía resisten en Varamar, y Walder Frey está tomando posiciones en los Gemelos.

—No importa —dijo Lord Tywin—. Frey sólo salta a la batalla cuando el aire huele a victoria, y ahora sólo le llega el hedor de la ruina. Y respecto a Jason Mallister, no tiene las fuerzas necesarias para luchar a solas. En cuanto Jaime se apodere de Aguasdulces, los dos doblarán la rodilla enseguida. A menos que los Stark y los Arryn avancen para enfrentarse a nosotros, ya hemos ganado esta guerra.

—Yo que tú no me preocuparía demasiado por los Arryn —dijo Tyrion—. Los Stark ya son otra cosa. Lord Eddard…

—… es nuestro rehén —dijo su padre—. No puede avanzar con ningún ejército, se está pudriendo en una mazmorra bajo la Fortaleza Roja.

—En efecto —asintió ser Kevan—, pero su hijo ha convocado a los vasallos y está en Foso Cailin, con un fuerte ejército.

—No hay ejército fuerte hasta que no lo ha demostrado —replicó Lord Tywin—. El hijo de Stark es un niño. Sin duda le gusta cómo suenan los cuernos de guerra y cómo ondean los estandartes al viento, pero al final todo es una carnicería. No creo que tenga valor.

—¿Y qué hace nuestro valeroso monarca mientras tiene lugar esta carnicería? —preguntó Tyrion mientras pensaba que las cosas se habían puesto muy interesantes en su ausencia—. ¿Cómo ha conseguido mi hermosa y persuasiva hermana que Robert encierre a su querido amigo Ned?

—Robert Baratheon ha muerto —le dijo su padre—. Tu sobrino reina ahora en Desembarco del Rey. —Aquello sí que dejó boquiabierto a Tyrion.

—Querrás decir mi hermana. —Bebió otro trago de cerveza. Ahora que Cersei reinaba en lugar de su marido, el reino iba a cambiar mucho.

—Si quieres hacer algo útil, te daré el mando de una tropa —dijo su padre—. Marq Piper y Karyl Vance siguen sueltos en nuestra retaguardia, y se dedican a atacar nuestras tierras en el Forca Roja.

—Vaya —dijo Tyrion—. Qué gente más descarada, mira que atreverse a contraatacar. Lo malo es que me reclaman asuntos importantes.

—¿De veras? —Lord Tywin no parecía sorprendido en absoluto—. También hay un par de seguidores de Ned Stark, muy molestos, que se dedican a saquear mis caravanas de aprovisionamiento. Beric Dondarrion, un joven señor que se cree muy valiente. Lo acompaña ese sacerdote gordo, el que prende fuego a su espada. ¿Crees que podrías encargarte de ellos antes de huir sin hacer demasiado el ridículo?

Tyrion se secó la boca con el dorso de la mano y sonrió.

—Padre, mi corazón salta de alegría al ver que estás deseoso de confiarme… ¿cuántos hombres? ¿Veinte? ¿Cincuenta? ¿Seguro que puedes prescindir de tantos? Bueno, no importa. Si me tropiezo con Thoros y con Lord Beric les daré una buena azotaina. —Se bajó de la silla y caminó torpemente hasta el aparador, sobre el que había un gran queso rodeado de frutas—. Pero antes debo cumplir algunas promesas que hice —siguió mientras se cortaba una generosa ración—. Necesitaré trescientos yelmos, otras tantas cotas de mallas, y además espadas, lanzas con punta de hierro, mazas, hachas, guanteletes, gorjales, canilleras, corazas, carromatos para transportarlo todo…

La puerta que había a su espalda se abrió tan bruscamente que a Tyrion casi se le cayó el queso. Ser Kevan se levantó maldiciendo al ver que un capitán de la guardia cruzaba la estancia por los aires e iba a estrellarse contra la chimenea. El hombre cayó sobre las cenizas frías, con el yelmo del león torcido. Shagga partió su espada en dos contra la rodilla, gruesa como un tronco de árbol, tiró al suelo los pedazos y recorrió la sala común a zancadas. Lo precedía su hedor, más maduro que el del queso, que en aquel lugar cerrado resultaba irresistible.

—Pequeño caparroja —ladró—, la próxima vez que amenaces con acero a Shagga, hijo de Dolf, te cortaré la virilidad y la asaré en el fuego.

—¿Cómo, nada de cabras? —dijo Tyrion al tiempo que mordisqueaba el queso.

El resto de los hombres de los clanes siguió a Shagga, acompañados por Bronn. El mercenario dirigió a Tyrion una mirada pesarosa.

—¿Quiénes sois? —preguntó Lord Tywin, frío como la nieve.

—Me han seguido hasta casa, padre —explicó Tyrion—. ¿Me los puedo quedar? No comen demasiado.

Nadie se rió.

—¿Con qué derecho irrumpís en nuestro consejo, salvajes? —exigió saber Ser Kevan.

—¿Salvajes, hombre de las tierras bajas? —Conn habría resultado atractivo, una vez bien lavado—. Somos hombres libres, y los hombres libres se sientan en todos los consejos de guerra.

—¿Cuál es el señor del león? —preguntó Chella.

—Los dos son viejos —señaló Timett, hijo de Timett, que todavía no había cumplido los veinte años.

Ser Kevan se llevó la mano a la empuñadura de la espada, pero su hermano le sujetó la muñeca con dos dedos. Lord Tywin parecía impertérrito.

—¿Qué ha sido de tus modales, Tyrion? Ten la bondad de presentarnos a nuestros… honorables invitados.

—Será un placer —dijo Tyrion después de lamerse los dedos—. La hermosa doncella es Chella, hija de Cheyk, de los Orejas Negras.

—No soy ninguna doncella —protestó Chella—. Mis hijos han cortado ya cincuenta orejas.

—Y ojalá corten cincuenta más. —Tyrion siguió adelante—. Éste es Conn, hijo de Coratt. El que parece Roca Casterly con pelo es Shagga, hijo de Dolf. Los dos son Grajos de Piedra. Éste es Ulf, hijo de Umar, de los Hermanos de la Luna, y aquí os presento a Timett, hijo de Timett, un mano roja de los Hombres Quemados. Y por último, éste es Bronn, un mercenario sin lealtades particulares. En el breve tiempo que hace que lo conozco ha cambiado de bando dos veces. Te llevarás de maravilla con él, padre. —Se volvió hacia Bronn y los hombres de los clanes—. Quiero presentaros a mi señor padre, Tywin, hijo de Tytos, de la Casa Lannister, señor de Roca Casterly, Guardián de Occidente, Escudo de Lannisport, que una vez fue Mano del Rey, y probablemente volverá a serlo.

—Hasta en el occidente conocemos las proezas de los clanes guerreros de las Montañas de la Luna —dijo Lord Tywin levantándose, digno y correcto—. ¿Qué os trae desde vuestras fortalezas, mis señores?

—Caballos —dijo Shagga.

—Una promesa de seda y acero —dijo Timett, hijo de Timett.

Tyrion estaba a punto de informar a su padre de cómo se proponía reducir el Valle de Arryn a un erial humeante, pero no le dieron ocasión. La puerta se abrió de golpe otra vez. El mensajero dirigió una mirada de extrañeza a los hombres de los clanes antes de hincar una rodilla en tierra ante Lord Tywin.

—Mi señor —dijo—, Ser Addam me envía a deciros que el ejército Stark avanza.

Lord Tywin Lannister no sonrió. Lord Tywin nunca sonreía, pero Tyrion había aprendido a leer la satisfacción en el rostro de su padre.

—Así que el lobezno sale de su guarida y quiere jugar con los leones —dijo con voz tranquila—. Espléndido. Vuelve con Ser Addam y dile que no debe atacar a los norteños hasta que lleguemos nosotros. En cambio, quiero que los hostigue por los flancos y los obligue a avanzar más hacia el sur.

—Se hará como ordenáis —dijo el jinete, tras lo cual se retiró.

—Aquí estamos bien situados —señaló Ser Kevan—. Cerca del vado, y rodeados de fosos y empalizadas. Si vienen hacia el sur, deja que se acerquen, ya se estrellarán contra nosotros.

—Puede que el chico, al ver nuestro número, se retire, o pierda el valor —replicó Lord Tywin—. Cuanto antes quebremos a los Stark, antes estaré libre para encargarme de Stannis Baratheon. Ordena que los tambores toquen para convocar una asamblea, y haz llegar a Jaime la noticia de que voy a avanzar contra Robb Stark.

—Como desees —dijo Ser Kevan.

Tyrion observó con fascinación sombría cómo su padre se volvía hacia los semisalvajes hombres de los clanes.

—Dicen que los hombres de los clanes de las montañas son guerreros sin miedo.

—Dicen la verdad —respondió Conn, de los Grajos de Piedra.

—Y las mujeres —añadió Chella.

—Cabalgad conmigo contra mis enemigos, y tendréis todo lo que os prometió mi hijo, y mucho más.

—¿Vas a pagarnos con nuestras propias monedas? —dijo Ulf, hijo de Umar—. ¿Para qué necesitamos la promesa del padre, si ya tenemos la del hijo?

—No he dicho que necesitéis nada —replicó Lord Tywin—. Mis palabras eran simple cortesía, nada más. No es necesario que os unáis a nosotros. Los hombres de las llanuras invernales están hechos de hierro y hielo, hasta los más valientes de mis caballeros temen enfrentarse a ellos.

Tyrion no pudo disimular una sonrisa retorcida ante tal alarde de habilidad.

—Los Hombres Quemados no temen a nada. Timett, hijo de Timett, cabalgará con los leones.

—Vayan a donde vayan los Hombres Quemados, los Grajos de Piedra los preceden —declaró Conn, ardoroso—. También iremos.

—Shagga, hijo de Dolf, les cortará sus virilidades y las echará de comer a los cuervos.

—Cabalgaremos contigo, señor del león —dijo Chella, hija de Cheyk—. Pero tu hijo mediohombre debe venir con nosotros. Ha comprado con promesas el aire que respira. Hasta que tengamos el acero que nos ha prometido, su vida nos pertenece.

Lord Tywin clavó en su hijo aquellos ojos con destellos dorados.

—Qué bien —dijo Tyrion con una sonrisa resignada.

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