CAPÍTULO 11

Saber contuvo la respiración mientras bajaba la vista hacia las fotografías en sus manos. Un extraño rugido retumbó en sus oídos. Su corazón latió ruidosamente y con fuerza en su pecho. No había nada que detuviera la oleada de abyecta humillación. Allí estaba ella con ocho años. Incluso en ese entonces tenía sombras en los ojos. Podía verlas. En la serie de fotografías ella sonreía, jugando con el perro. Al final gritaba y el perro estaba en su regazo, sin vida. Aún se despertaba con el corazón desbocado y lágrimas que inundaban su garganta y quemaban sus ojos al recordar ese horrible momento cuando fue consciente de haber tomado esa vida. Había matado con su toque.

Durante un momento no pudo pensar o respirar. El rugido en sus oídos aumentó hasta que sus tímpanos le dolieron. Él había descubierto al asesino en ella. Homicida. Asesina. Malvada. Ella tenía el toque de la muerte. Jess Calhoun, la única persona en su vida que había amado sinceramente, la veía tal cual era.

Jess captaba emociones como un imán y las de ella eran aplastantes. Ella se sentía tan vulnerable, tan avergonzada, tan asquerosa… como si no tuviera ningún derecho e caminar sobre el mismo suelo con él. Con alguien. Despreciaba lo que podía hacer, lo que había hecho, y que él lo viera, lo supiera, estaba más allá de su capacidad de lidiar.

Ella era vagamente consciente del toque telepático de Jess que intentaba calmarla, tranquilizarla. Había sido una niña. Whitney era el monstruo, no ella. Whitney la había forzado a obedecer y sólo él era responsable de todas esas muertes.

Saber retrocedió dos pasos. Deseaba correr, pero estaba paralizada. Incluso su mente parecía estar paralizada. Levantó la mirada hacia Jess. Esperaba repugnancia. Miedo tal vez. Pero no compasión. Y eso la hizo enojar. Más que enojar. Enfurecerse por su traición.

– Maldito seas. ¿Simplemente no podías dejar esto en paz, verdad?

Jess oyó la mezcla de rabia y vergüenza en su voz. Ella trasladó rápidamente su mirada hacia el monitor cerca a él y este lo apagó, manteniendo todo lo que tenía que ser dicho entre ellos dos.

– Saber, sabes que tenía que investigarte. -Se esforzó por guardar sus emociones, tanto las suyas como las de ella, a raya. Parecía como si ella pudiera romperse en un millón de piezas.

– Espero que hayas descubierto lo que sea que necesitabas saber. -Su pecho estaba tan apretado que amenazaba con explotar. Su mano temblaba y dejó caer la fotografía en el suelo frente a la silla de él-. Todos se han ido de la casa. -Se esforzó por mantener serena y ecuánime su voz-. Pero fuera tienes a un par de tus amigos observándote así que estarás bien si tienes cerca a un enemigo. Me voy. No puedo quedarme aquí.

Y no podía – no con él sabiendo quien era ella.

– Saber, detente. -Él apenas si levantó la voz. Ningún desafío, ninguna amenaza. Movió su cuerpo en su silla, sólo un leve movimiento como si aligerara su posición-. Esto iba a salir a la luz. No puedes esconderte de eso.

Ella levantó la barbilla.

– No me escondía de eso. Lo viví. -Ella alzó la palma de su mano, los dedos extendidos ampliamente-. ¿Qué quieres que diga, Jess? ¿Qué mato con un toque de mi mano? ¿Y que incluso cuando era una niña, fui obligada a matar a animales? ¿Que él intentó que matara niños?

Él tragó la bilis que se elevaba en su garganta.

– ¿Se atrevió a tanto?

– Me obligó a experimentar. Si no los tocaba, él les haría algo abominable. Aprendí rápidamente a tener cuidado, y quizás ese era el punto central, pero podría haber cometido fácilmente errores, al igual que sucedió con los perros. No siempre podía mantener el control. -Cerró los ojos por un pequeño instante y luego lo fulminó con la mirada-. No quería que nadie se enterara. Tenía el derecho de guardarlo para mí misma.

– Él nunca te dejará ir.

– ¿Crees que no lo sé? ¿Crees que no sé qué en el instante en que algún gobierno obtenga ese archivo también vendrán por mí? No soy estúpida, Jesse, no tengo la intención de matar a nadie más. -Ni para Whitney. Ni para el gobierno. Casi había matado a su ex-novia. ¿Cómo se sentiría él si se enteraba de eso?

– No puedes correr el resto de tu vida.

Una pequeña sonrisa sin sentido del humor curvó la boca de ella.

– Eso es exactamente lo que haré.

– Quiero que te quedes conmigo.

Sus ojos lo fulminaron con la mirada. Dolor. Traición. Cólera.

– Has hecho que sea imposible. Quienquiera que estuvo al otro extremo de esa conexión sabe sobre mí. Compartiste la información. Enviaste mis huellas e hiciste preguntas, alzaste las banderas. Sabías que estaba huyendo pero aún así lo hiciste.

Él se estremeció ante la severa acusación en su voz.

– Saber, sabes condenadamente bien qué todo que lo que hago es clasificado. Sería criminalmente negligente si no investigara a una mujer sin pasado que viviera en mi casa.

– He vivido aquí cerca de un año, Jesse. ¿Por qué ahora? ¿Por qué de repente?

– No lo hice antes porque creía que eras una mujer que huía de un marido que abusaba de ti. Pero al hablar telepáticamente, no me dejaste más opción. Whitney tiene gente en todas partes. Tiene tantos contactos que puede colocar a alguien en donde desee… incluyendo la Casa Blanca. No podía ignorar la posibilidad que pudieras estar trabajando contra nosotros.

– ¿Sabes qué? Eso ya no me importa. -Tenía que salir antes que comenzara a gritar. Una vez que comenzara, nunca sería capaz de parar. Jess había representado esperanza. Hogar. Amor. Una oportunidad. Todo eso se había ido en un instante.

Abandonando la habitación, incapaz de aguantar mirar esas fotografías. Incapaz de aguantar que él hubiera permitido que alguien más las viera. Incapaz de aguantar el hecho que siquiera existieran en primer lugar.

– Por supuesto que importa. -Jess la siguió, tirando el archivo y empujando con fuerza las ruedas de su silla para deslizarse a través del suelo y seguir el ritmo de ella-. Protegemos a los nuestros, Saber. Nadie más va a tener acceso a ese archivo. Incluso puede que haya un modo de destruir los datos del ordenador de Whitney.

Ella le envió una abrasadora mirada sobre su hombro.

– Él debe tener una copia de seguridad y puedo garantizarte que tu amigo la tiene también. Querrán estudiarme, Jess. Querrán entender como lo hago y si puede ser duplicado. Viví en el infierno y no regresaré allí. Ni por ti, ni por nadie más.

Ella se movía más rápido, dirigiéndose hacia la parte posterior de la casa. No iba a tomar sus cosas. Si él permitía que se marchara, si no la detenía, desaparecería en el aire.

– Saber, no hagas esto.

– No me has dado otra opción. -Dejó de correr, atravesando el cuarto de ejercicios hacia el porche trasero.

Él tenía una posibilidad de detenerla. Ella podía superarlo en la silla de ruedas, pero no si él usaba las piernas. Era ahora o nunca, el momento más importante de su vida. Obligó a su cuerpo a ponerse de pie, sus piernas vacilaron, pero estaba determinado. Ella echó un vistazo sobre su hombro y su cara se volvió blanca. Ella tropezó al detenerse mientras él realizaba un tentativo paso, luego un segundo. Se estrelló contra el suelo, toda su longitud echada en el piso, su cuerpo golpeándose con fuerza.

Jess blasfemó, la furia ribeteó de negro su visión cuando intentó sentarse, arremetiendo con su puño sobre sus inútiles piernas. A través del cuarto, Saber jadeó y se apresuró a ir hacia él. Entonces redujo la marcha y se paró otra vez, sacudiendo la cabeza.

– Maldición, Saber.

Lo vio en su rostro. Ella iba a abandonarlo en el suelo. Realmente se marchaba. Giró alejándose de él y emprendió el trayecto de regreso cruzando el cuarto hacia la puerta.

Con cada trozo de determinación que tenía, Jess se impulsó a sí mismo a levantarse, obligando sus inútiles piernas a trabajar. Visualizó la ruta en su cabeza exactamente cómo sus doctores le habían enseñado y envió orden tras orden hacia los nervios y músculos motrices. Se moverían. Muévete, maldita seas. No la perderé. Sintió un estallido de pinchazos recorriéndole de arriba a abajo por sus piernas, ardientes chispas quemando sus tejidos. No habría ningún paso tentativo en esta ocasión. La persiguió.

Saber agarró la manija para abrir la puerta de un tirón. Esta se le escapó de sus manos y de un golpetazo se cerró con fuerza, el poder aumentaba en el cuarto. La ventana se cerró de otro fuerte golpe. No había sabido que él pudiera hacer eso, mover objetos sin tocarlos. ¿Qué es lo que realmente sabía sobre él? Echó un vistazo sobre su hombro y lo vio venir. Y luego esto se registró en su mente. Jesse estaba de pie.

Era grande. Más grande de lo que había imaginado. Y fuerte. Conocía su fuerza. Entrenaba a diario y alzaba el peso de su cuerpo repetidas veces con los brazos. Ella nunca creyó que lo vería de pie, y la estaba alcanzando rápidamente, sus largas zancadas disminuían la distancia entre ellos. Su mirada estaba fija en ella, tenía fuego en los ojos, una furia que ella nunca había visto antes, y había una despiadada determinación en su rostro.

La conmoción al verlo de pie le quitó el aliento. Abrió la boca pero nada salió.

Puedes caminar. Miserable hijo de puta, has estado sentando en esa silla todo el tiempo poniéndome en ridículo y podías caminar.

Apenas si podía pensar por la traición. La rabia ardía por sus venas, extendiéndose por ella como un fuego incontrolable.

– Asqueroso bastardo. Eres un despreciable, miserable y manipulador mentiroso, no mejor que Whitney.

Antes de que pudiera decir algo más, los pies de Saber fueron barridos haciéndola caer despiadadamente sobre la mullida alfombra. Jess la agarró antes que chocara y rodando sobre sí para tomar lo peor del aterrizaje. Ella se encontró sobre él, su cuerpo contra el de él, a pulgadas de su rostro. Los brazos de él se cerraban fuertemente alrededor de ella, manteniéndola en su lugar.

– Deja de luchar, maldición. Estás enojada y herida y te sientes traicionada. Y quizás tengas derecho a sentirte así.

– ¡¿Quizás?!

– Sí, tal vez, coño. Ponte en mis zapatos. ¿Qué habrías hecho de diferente?

– Bien… -ella se desprendió para intentarlo nuevamente-. No te habría engañado -ella lo empujó otra vez-. Y me estás reteniendo contra mi voluntad. Suéltame y déjame salir de aquí.

– Escúchame, Saber. Si, después de hablar, aún quieres marcharte, respetaré tu decisión, pero no así, Saber. Al menos dame una oportunidad de explicarme.

– ¿No estás asustado? -Siseó ella, furiosa por no poder romper su apretón.

– ¿De qué? ¿De ti? Nunca me harías daño, Saber, ni en un millón de años.

– No es cierto.

– Estoy absolutamente seguro. ¿Me veo asustado?

– Te ves como un mentiroso. Pretendiste estar en esa silla cuando todo este tiempo podías caminar. Y pretendiste preocuparte por mí cuando todo este tiempo me engañabas, vendiéndome a tus amigos.

– Me conoces mejor que eso -el muslo de él se enganchaba entre sus piernas, eficazmente evitando sus forcejeos-. Detente. No irás a ninguna parte hasta que hablemos.

– No quiero hablar contigo.

Él rodó, atrapándola bajo su cuerpo mucho más grande, y luego agarró ambas muñecas de modo que pudiera usar la otra mano para obligarla a mirarlo.

– Bien, tienes que hablarme, Saber.

Durante unos momentos su mirada luchó contra la de él, el cuerpo de rígido.

– Wynter -intentó con su verdadero nombre.

Su cabeza se alzó bruscamente, sus ojos ardían.

– ¿Cómo me llamaste?

La sostuvo con más firmeza. Su silla estaba en la otra habitación y si se escapaba, se iría y nunca la vería otra vez, porque después de esa explosión de fuerza, no tenía más sensibilidad -ninguna en absoluto- en sus piernas. Estas permanecían pesadas e inútiles en el suelo.

– Creí que te podría gustar que te llamaran por tu nombre de pila.

– No me llames así. Odio ese nombre. Él me lo dio y desprecio todo que lo me lo recuerde.

– Bien. Porque Saber es mucho mejor. Te pega. -Él siempre pensaría en ella como Saber.

– Nunca volveré a allí, Jesse. Nunca. Haré lo que sea para mantenerme fuera de sus manos.

– No hay forma de que te hagan regresar -enfrentó su mirada con la de ella-. Te protegeré, te juro que lo haré, Saber.

– No puedes detenerlo, Jesse, nadie puede.

– Quizás no como individuos, pero sí como grupo, los Caminantes Fantasmas son muy buenos defendiendo a los suyos. Y tú eres uno de nosotros.

Ella dio a un pequeño resoplido de completo sarcasmo.

– ¿Quién en el infierno me aceptaría? Sabes que eso no es cierto.

Él se quedó callado cuando la comprensión lo golpeó. Toda la cólera, toda la furia, tan comprensible como era, había cubierto la cosa que más temía ella. Saber pensaba en sí misma como un aborrecible monstruo. Alguien más allá de la redención. Él deseó empujarla a sus brazos y mantenerla allí fuertemente, pero no se atrevía… aún.

Él se inclinó cerca de ella.

– Nena, escúchame. Si no crees en los demás, cree que este es el lugar y que yo soy el hombre que puede aceptarte… qué te quiere.

– Suéltame, Jesse -dijo ella, tratando de aferrarse a su cólera cuando sintió que esta se le escabullía. Estaba harta de luchar, harta de huir, harta de sentir miedo. Sobre todo, estaba harta de aborrecerse a sí misma-. Todo esto es una pérdida de tiempo en todos los sentidos.

El calor de su cuerpo comenzaba a alejar el frío ártico del de ella, derritiendo el hielo alrededor de su corazón. La caricia de su voz, la mirada de amor en sus ojos, enviaba un calor que se arremolinaba en el hueco de su estómago. No quería pensar en cuánto lo amaba, o cuan linda era su sonrisa. O cuan caliente era su cuerpo. Quería odiarlo. No, no deseaba sentir absolutamente en absoluto.

– ¿En verdad crees que alguien va a aceptarme en sus vidas? ¿Tu equipo? ¿Tu familia? No sabrán lo que soy.

Él no podía menos que inclinarse para inhalar su olor, para acariciarle ligeramente con la nariz el calor de su cuello.

– Eres tú quién no puede aceptarse, Saber. Estoy acostumbrado a los diferentes dones psíquicos que tienen los Caminantes Fantasmas, y no me equivoco al señalar que eres un Caminante Fantasma.

Las lágrimas se adhirieron a sus pestañas y alejó la mirada, aunque él sostuviera firmemente su barbilla para obligarla a mirarlo.

– Soy una aberración. Un monstruo. Una niña asesina. Por Dios, Jesse, leíste el archivo. Maté a mi primer humano cuando tenía nueve años. No me parezco a ti o a los demás. Soy una máquina humana homicida. Si Whitney pudiera conseguirme una invitación para una cena en la Casa Blanca, podría acercarme lo suficiente al presidente para matarlo directamente bajo las narices del Servicio Secreto y nadie se enteraría. Mientras sufriera un ataque cardíaco, podría aparentar incluso que estoy intentando ayudarlo, y ni él, ni sus guardaespaldas sabrían alguna vez que le estaba matando. Dime cómo me hace eso una de vosotros.

Él soltó su agarré sobre sus muñecas y le enmarcó el rostro con ambas manos.

– Esto te hace exactamente como el resto de nosotros… exactamente. ¿Crees que ninguno de nosotros ha matado accidentalmente? Tenemos poderes que no estábamos destinados a poseer y tenemos que aprender a controlarlos. Cada uno de nosotros sabe lo que es sentir miedo de lo que somos y de lo que somos capaces de hacer.

Saber abrió la boca para replicar, pero luego sus palabras realmente la afectaron. No había pensado mucho en los demás y lo que podían o no podían hacer. Ella no lo sabía. Jess acababa de cerrar abruptamente la puerta y había estado al otro extremo de la habitación. ¿Qué más podría hacer él? ¿Qué podrían hacer Mari y Ken? ¿O Logan? Se había mantenido separada de otros semejantes a ella porque los asesinos no eran miembros de un equipo. Eran personas solitarias. Trabajaban en secreto para realizar su misión. Ni siquiera tuvo nunca un verdadero amigo -a excepción de Thorn- y desde entonces, no se habían visto a menudo.

– Déjame, Jesse. -No podía razonar con su cuerpo tan cerca del suyo y tenía que mantener su mente en su objetivo. Sobrevivir.

Se retorció, su cuerpo rozó tentadoramente al suyo, y él cerró los ojos y absorbió la sensación y su forma.

– Si te dejolevantarte, pierdo cualquier ventaja que tenga. En cualquier caso, creo que me sacaste todo el aire cuando me lanzaste ese codazo. No puedo moverme. -Su cuerpo estaba tan duro como una roca y no hacía ningún intento de esconderlo de ella, moviéndose de modo seductor, presionándola aún más en la cuna de sus caderas.

Un rubor se formó rápidamente lo largo de sus altos pómulos.

– Te mueves muy bien. Ahora levántate.

– La verdad es que no puedo. -Sus brazos se apretaron posesivamente, su boca probó la perfumada piel en el hueco de su garganta.

Su lengua se sentía como áspero terciopelo, recorriendo su pulso, dejando diminutos dardos de fuego sobre su piel. Su cuerpo, su propia voluntad, se derretía en él, volviéndose maleable y flexible, contagiándose de su fuego, aun cuando su cerebro le gritaba que no respondiera.

– Me traicionaste. -La acusación le salió desesperada porque se sentía así. Jess Calhoun era su enemigo porque era el único quién podría detenerla que se marchara.

– Saber, has sido tan bien entrenada como yo. Y sé muy bien que Whitney te enseñó todo sobre autorizaciones de seguridad y aquello que necesitaras saber. Tú eras un operativo encubierto, y sabes muy bien lo que esto significa. Yo trabajo para el gobierno. Cuando concierne a la seguridad nacional, no hay ninguna reserva en mí. Lo lamento si parece que te he traicionado, pero no puedo poner en peligro a mi país porque esté enamorado de ti.

Ella luchó otra vez.

– Si no me sueltas, terminarás herido.

– ¿Quieres que te deje ir, Saber? Si realmente crees que te traicioné, si realmente crees que no soy mejor que Whitney, entonces hazlo… mátame ahora.

Ella continuaba con el cuerpo tenso, su expresión cerrada a él, pero él rechazó apartar la mirada. Le dio una pequeña sacudida.

– Hazlo. Sé que puedes. Siente el latido de mi corazón -le arrastró la palma de la mano sobre su pecho y la sostuvo allí-. De una u otra forma, me arrancarás el corazón, así que hazlo bien.

– Para. Sabes que no puedo -las lágrimas brillaban en sus ojos-. Sé que no eres como Whitney. No presiones tanto.

– Tienes miedo, Saber. Luchas contra mí -contra nosotros- porque tienes miedo de ser destrozada, de que ak entregarte a mí pueda traicionarte. Realmente traicionarte. Tienes miedo de darme tu corazón porque temes que pueda hacerte un daño mayor que cualquier otra persona antes. ¿Por qué crees eso, Saber? -Le sostuvo el rostro de modo que se viera obligada a mirarlo cuando ella quería apartarlse de la verdad-. Te diré por qué. Es porque me amas. Me amas tanto que te asusta. ¿Y sabes cómo lo sé? Porque te amo, muchísimo. Todo de ti, cada parte de ti, desde aquella pobre niñita que fue obligada a matar, a la hermosa y valerosa mujer que se esfuerza tanto por nunca matar otra vez. Te amo, Saber. Te amo. Y, si me abandonas, muy bien podrías matarme antes de irte, porque de todos modos estaré muerto sin ti.

– Detente, Jesse. Detente. Tienes que parar.

– Puedes huir el resto de tu vida, pero ¿para qué? ¿Qué tipo de vida tendrías? ¿Sola? ¿Sin mí? ¿Huyendo? Quédate conmigo, Saber. No puedo prometer que él no vendrá tras de ti, pero puedo prometerte que cuando lo haga no tendrás que luchar sola contra él.

Ella había estado sola por mucho tiempo hasta que llegó Jess. Entonces había tenido un hogar. Una vida. Tenía un mejor amigo que la hacía reír. Con quién podía hablar con inteligencia de la mayoría de los temas. Tenía a un hombre que la hacía sentir hermosa aun cuando no lo era. Y sexy. Nunca se había sentido de esa forma en su vida hasta que le abrió la puerta y vio ese fuego arder en sus ojos.

¿Cómo podría alguna vez abandonarlo y regresar a su vida en las sombras? ¿Cómo pretendería eso? Su boca estaba caliente contra su cuello. Sus labios se sentían suaves y firmes. Quería eso, la dura fuerza de sus brazos, las excitantes demandas de su cuerpo masculino, la pura magia aterciopelada de su boca. Sus labios dejaban un rastro de fuego desde su garganta hasta un costado de su temblorosa boca. No había ningún pensamiento de resistencia…¿cómo podría haberlo?

Saber se encontró a sí misma deslizando sus sensibles dedos sobre los definidos músculos de él, alimentando su propio fuego y el de él Se derretía, ablandaba, feroz excitación y húmedo calor.

Jess cambió su peso, la hizo rodar bajo él, su boca se aferraba ávidamente a la suya, alimentándose urgentemente de su dulzor. La mano le recorrió la garganta, sintiendo el pulso revelador, el calor de satén de su piel. Sus dedos se separaron, remontando su clavícula, las yemas de los dedos masajearon las suaves cumbres de sus pechos. La boca de Jess era despiadada, exigiendo su tímida respuesta ardiente.

Deslizó la mano por la línea de su cadera, hacia sus costillas, retirando la delgada tela de su camiseta mientras lo hacia. La palma encontró su pequeña cintura y descansó allí posesivamente, luego se deslizó hacia su espalda, queriendo explorar cada pulgada de su inmaculada piel. Las puntas de sus dedos tocaron una elevación circular rígida y luego encontraron una segunda.

Saber se tensó al instante, apartó la boca de la suya, las manos empujaron con fuerza contra los pesados músculos de los hombros. La negra mirada de Jess se fijó en su transparente rostro, captando el revoltijo de confusas emociones. Algo de desesperación, miedo, incluso asco. La llama de su seductor deseo se desvanecía de sus hechiceros ojos, pero sus labios retenían la marca de su boca.

Jess alzó los brazos, acercándola hacia él.

– Deja de luchar, Saber -pidió él bruscamente.

– Déjame ir. No puedo hacer esto. Realmente no puedo. Lo siento, pensé que podría, pero…

Sabe se arrojó a un lado en el instante que sintió que Jess aflojaba su agarre. Sabía que lo haría, él siempre era tan consciente de su fuerza, cuidando de nunca herirla realmente. Jess juró cuando ella cayó desde sus brazos hacia la alfombra, mientras gateaba para colocar una distancia segura entre ellos. La agarró por el tobillo, impidiendoselo por poco.

– Jesse. Déjame ir. Tengo que salir de aquí. -Se sentó, jadeando por aire, su cara blanca, desesperada, la súplica de su voz estaba cerca del pánico.

El corazón de Jesse se detuvo, cada nervio en su cuerpo respondía a la desesperación de ella, pero sabía que su agarre sobre ella era tan frágil o tan fuerte como los dedos que rodeaban su tobillo.

– Tranquilízate, nena -dijo él suave y gentilmente-. Sólo siéntate allí, Saber, porque no te dejaré ir. Ni ahora, ni nunca. Nos pertenecemos y lo sabes.

– ¿En verdad crees que esto terminará con un vivieron felices para siempre como en los cuentos de hadas? -Se limpió de un manotazo las lágrimas de su rostro-. Ni siquiera he leído un cuento de hadas, Jesse. Antes cuando te conocí por primera vez y me los mencionaste mientras me tomabas el pelo, mentí y te dije que tenía mis favoritos, pero nunca en mi vida he leído uno.

– Bien, yo creo en finales de cuento de hadas -le dijo él-. Mis padres han estado juntos durante años y aún están muy enamorados. Quiero una familia, Saber… contigo.

El rostro de Saber palideció visiblemente.

– No digas eso.

– ¿Qué no diga qué? ¿Qué te amo? ¿Qué te quiero como mi esposa y la madre de mis niños? ¿Qué creo que es posible para nosotros tener una vida juntos? Tengo un amigo que está casado con una Caminante Fantasma. Ella fue criada en un asilo. Provoca fuegos por casualidad cuando la energía se acumula a su alrededor. Ella tampoco creIa que podría tener una vida, y créeme, Whitney estaba tras ella. Ella entendía esto. No puede estar con muchas personas alrededor, pero ella y su marido, Nico, tienen una maravillosa casa y una buena vida. Nosotros también podemos, si lo ansiamos con todas nuestras fuerzas. Yo lo ansío con todas mis fuerzas. Sólo tienes que ansiarlo también.

Sus ojos se clavaron en los de él, eran tan azules casi violetas, las lágrimas incrementaban el efecto. Un hombre podría ahogarse en sus ojos. Lentamente, pulgada por pulgada, Jess se sentó en una posición más cómoda. Ella parecía tan conmocionada que quiso tomarla entre sus brazos, pero no había ganado… aún. Apretó ligeramente su agarre sobre el tobillo de ella.

– Ven aquí y muéstrame lo que está en tu espalda y que te provocó tanto pánico.

Los ojos de Saber se ensancharon, asustados. Negó con la cabeza.

Gateó hacia atrás sobre la alfombra cuando él tiró de su pierna. Saber perdió el equilibrio y cayó hacia adelante, boca abajo directamente a un costado de él. Él colocó su peso sobre ella, fijándola bajo él.

Jess empujó bruscamente la tela de su blusa, exponiendo su espigada espalda. Todo en él se congeló, se paralizó, su corazón, sus pulmones, su sangre, hasta su cerebro. Luego la ardiente cólera se disparó en él, lo consumió, lo devoró por completo. Incluso la vista de las fotografías no podría haberlo preparado para ver su espalda llena de cicatrices.

Con dedos suaves remontó la huella de cada redondeada cicatriz.

– Te quemaron con cigarrillos. -Su voz era tranquila, incluso baja, pero algo cruel y desagradable se alzaba en él, algo que no sabía que existía. Las paredes se expandieron y contrajeron. El suelo vibró mientras respiraba para intentar mantener el control.

Saber aún estaba bajo sus manos, su silencioso llanto le rasgaba el corazón. Jess bajó la cabeza, el calor de su boca le llegó a su piel, su lengua suavemente remontó cada cicatriz, colocando alrededor de cien besos.

Ella se estremeció y él permaneció tranquilo, sus labios sobre cada una de las cicatrices, mientras la tensión la abandonaba. Percibió como movía sus caderas, un pequeño movimiento involuntario, pero lo necesario para avisarle de que no deseaba que se detuviera. Le sacó la camiseta completamente y apartó su sujetador color carne.

Sus manos acariciaron los costados de su cuerpo, bajo por sus brazos, las suaves curvas de sus pechos, costillas, y cintura. Con la boca continuó recorriendo su espalda, sanando, calmando, una erótica y ligera caricia, suave como una pluma que de alguna manera le devolvía la vida a su cuerpo a pesar de cada orden que su cerebro le daba para salvarla. Las manos fueron más abajo, a sus caderas vestidas con vaqueros y luego se deslizaron hacia el frente, a la cremallera.

Saber contuvo la respiración y cerró los ojos contra la oleada de sensaciones, sus pechos estaban aplastados contra la alfombra, sus pezones de repente se erigieron sensibles. Las manos de Jesse se engancharon en el cinturón de sus vaqueros y los retiró de su cuerpo. Ella se quedó inmóvil, su rostro sepultado en la curva de su brazo, lágrimas en su cara, su cuerpo revivía con una repentina y creciente necesidad.

Le quería, siempre le había querido, desde el primer momento en que le había abierto la puerta. En aquel entonces había sido puramente atracción física, su cuerpo lo reconocía de algún modo primitivo, pero ahora -en ese instante- era el amor por él lo que la abrumaba, la consumía anulando su instinto de auto conservación hasta que sólo él importaba. Sólo Jess. Ser una con él. Amarlo. Perdonarlo.

A él no le importaba que ella llevara la muerte con su toque. En cambio ella amaba el toque de Jess, tan sanador y sexy, todo lo que siempre había querido y nunca se había atrevido a soñar.

Jess se deshizo de su propia ropa. No era el dormitorio, ni siquiera era una gruesa alfombra delante de la chimenea, pero aquí era donde le iba a hacer el amor cuidadosa y apasionadamente a Saber Wynter. Posó una mano en sobre el firme músculo de sus nalgas, pellizcándola suavemente. Se ubicó sobre sus muslos, permitiendo que sintiera el ardiente calor de su gruesa excitación. Con la boca buscó su piel desnuda otra vez. Se tomó su tiempo, deseando explorar cada pulgada de ella, deseando conocer cada secreto rincón, cada sombra. Luego, las manos recorrieron sus piernas, acariciándolas, y masajeándolas.

Saber gimió suavemente cuando deslizó la mano por la parte interna de su muslo y presionó contra la fuente de su húmedo calor.

Muy suavemente la hizo darse vuelta y simplemente contempló su rostro bañado en lágrimas por un largo momento antes de bajar la cabeza hasta la de ella. Su lengua probó las lágrimas, sus labios vagaron sobre el rostro, cuello, garganta de Saber, y se decidieron por su boca otra vez.

Ella le rodeó el cuello con los brazos, sus labios que se separaron para aceptarlo, permitiéndole entrar suavemente en su boca. Ella siguió su ejemplo, dejándole explorar su boca mientras ella hacía lo mismo, electrizándolo con su toque, inocente y fascinante. Él podría quedarse allí para siempre, su cuerpo se deslizaba contra el de ella, sus manos la exploraban, excitándola, acariciándola en todo momento mientras la boca de ella se movía contra la suya, su lengua lo acariciaba en una danza de creciente necesidad.

Saber cerró los ojos cuando los labios de él de mala gana abandonaron los suyos, para recorrer su rostro y cuello. Su cuerpo rabió con fuegos fuera de control y necesidades a las que no se podía resistir. Cuando la boca se cerró sobre su pecho, un fuerte tirón hizo que un fuego líquido palpitara dándole la bienvenida.

– Jesse. -Su nombre salió en un suspiro de rendición, con las manos le recorrió definidos los músculos de su espalda.

– Lo sé, nena. Todo está bien. Estamos bien. -Murmuró las palabras contra sus pechos, alternando entre mamadas, utilizando los dientes para mordisquearla suavemente, y arremolinar su lengua sobre los pezones hasta que ella jadeó.

Él continuó con su investigación de cada pulgada de su piel de satén, deslizándose más abajo sobre su liso estómago. Se encontró sonriendo ante el triángulo de sedosos rizos de cuervo en la unión de sus piernas. Salvaje. Dulcemente perfumados.

Saber gritó, lo agarró por el cabello cuando él bajó su cabeza y la probó lenta y minuciosamente.

– Jesse. -Sus caderas corcovearon y su cabeza iba de un lado a otro mientras las sensaciones la golpearon y la inundaron. No podía decir nada más que su nombre, y ni siquiera estaba segura de que él pudiera entenderla.

Su lengua que la acariciaba y toqueteaba, encontró su punto más sensible, jugueteó y torturó, penetrándola profunda o superficialmente hasta que ella no pudo pensar o respirar por la tensión que se formaba en ella. Lo necesitaba. Necesitaba algo. Pero pronto. En ese instante. Otro minuto y suplicaría.

Jess no podía esperar hasta entonces. Su fuego, su húmedo calor, la sensación de su piel de satén le condujo a profundidades de ansia que nunca había conocido. Siempre tenía el control, aunque en esta ocasión rozaba los límites. Deseaba ir lentamente, tener cuidado, para hacer inolvidable este trascendental momento para ella. Con cuidado, hizo que apartara las rodillas, ubicándose sobre ella, sus ojos oscuros se encontraron con los azules de ella.

– Nunca he hecho esto antes -confesó Saber con voz temblorosa.

– Lo sé. -Pero ella le estaba confiando más que su primera vez. Mucho más que entregarle su cuerpo, y ambos lo sabían. Presionó la gruesa y caliente cabeza de su miembro contra ella y comenzó penetrarla, despacio, centímetro a centímetro.

Saber jadeó ante la sensación de ser estirada, invadida. Su cuerpo intentó alejarse de él y le agarró de las muñecas.

– Relájate, nena, déjame hacer el trabajo, seré suave -prometió él.

Su cuerpo era un estrecho túnel aterciopelado de increíble fuego, tan pequeño, tan apasionado. Él se estremeció por el esfuerzo de controlarse y esperó a que ella le diera una pequeña cabezada de aceptación. Le juntó las piernas sobre sus brazos y la atrajo más cerca, levantándola cuando empujó más profundo. Los dedos de ella se aferraron a la alfombra para equilibrarse, mientras su matriz se apretaba.

Él podía sentir la delgada barrera que la protegía, y se movió otra vez, dando una fuerte estocada, mientras se inclinaba hacia adelante para tragar su suave grito con un beso. Una vez más se detuvo, concentrándose en su boca, permitiendo que su cuerpo se acostumbrara al suyo. Ella estaba tan apretada, tan caliente, y él desesperadamente necesitaba moverse, pero la besó hasta que comenzó a relajarse otra vez y pudo ver la confianza en sus ojos.

Jess se movió entonces, con suaves y largos empujes intentó mantener esa hermosa y sensual mirada en sus ojos. Sus grititos jadeantes se añadieron al emergente calor.

– Dios, eres hermosa -dijo él, deseándoselo decir.

Esta era la primera vez de Saber, y a pesar de todas las mujeres en su pasado, sentía como si también fuera su primera vez. No de sexo. No de lujuria. Magia pura. Cuerpo, alma, mente, seda caliente, incendiados incontrolablemente, no quería que esto se terminara nunca. Nunca. El cuerpo de Saber amortiguó las convulsiones de Jess, líquido aterciopelado, caliente a rojo vivo, y él lanzó un grito, todo su amor, su vida, su futuro en la llamada ronca de su nombre.

– Es como se supone que debe ser, Saber. -Él podía sentir como su propio cuerpo se apretaba, el calor subía por sus piernas y manaba a través de su cuerpo. Dios. La amaba. La amaba, con todo en él, con todo lo que era.

No quería parar, deseaba quedarse en su cuerpo, piel con piel, su corazón latiendo directamente junto con el de ella. Esto era amor, este agonizante nudo de lujuria que se le había pegado al cuerpo y que no lo soltaría. Y era amor, el mismo nudo, envuelto alrededor de su corazón y metiéndose con tal fuerza y sentimiento. Esto era lo que andar junto con una mujer se suponía que debía ser, frenesí de hambre y ternura. Había creído imposible para un hombre como él, amar a una mujer y tener una familia, que su necesidad de combatir fuera reemplazada completamente por sus sentimientos hacia una mujer. Pero ahora sabía que si Saber se lo pedía, se alejaría del servicio, dejaría todo por lo que había trabajado alguna vez en su vida, para estar con ella.

La acercó aún más de un tirón y se inclinó para encontrar sus labios con los suyos. Largos besos, acoplamiento de bocas, una y otra vez, perdiéndose en su calor aterciopelado. Deseaba que ella se sintiera del modo en que él se sentía, el calor y fuego, pero más, la aplastante verdad de que encajaban el uno al otro… se pertenecían. Ella se movió bajo él, su cuerpo apretándose alrededor de él, los músculos se contraían con su orgasmo, tomándolo de modo que él pensó que podría explotar.

Saber sintió como si explotara en fragmentos, fuertes temblores se propagaban por su cuerpo, colores y luces destellaban a diestra y siniestra en su cabeza. Se agarró a Jess, su ancla segura en una tormenta furiosa de puras sensaciones. No fue consciente de emitir un sonido, aunque su voz se mezcló con la de él en el silencio del gimnasio.

Jess alivió su peso de ella para yacer a su lado, un brazo rodeaba posesivamente su cintura. Podía percibir la esencia de su acto de amor, un dulzor almizcleño que parecía realzar el sentimiento de alegría, que completamente le recorría el cuerpo. Sintió que Saber temblaba y comprendió que sencillamente no podía saltar y conseguirle una manta con sus piernas de vuelta a su inútil estado.

Jess se apoyó en un codo para estudiar la delicada perfección de su cuerpo. Ella era muy pequeña pero tenía curvas y líneas increíbles en su figura. Bajó la cabeza, teniendo que probar su piel otra vez, su boca ansiaba su dulzor.

– Encajamos, Saber. Whitney y sus feromonas se pueden ir al diablo. Éramos nosotros. Tú y yo amándonos el uno al otro.

Saber volteó la cabeza, sus largas pestañas se levantaron para estudiar cuidadosamente los rasgos de él. Jess enlazó los dedos con los de ella.

– No tenía ni idea de que esto sería así -susurró suavemente, ligeramente tímida.

– Lamento si te hice daño. -Sus dedos se extendieron a través de su estómago porque tenía que tocarla, deseaba ver su mano sobre su piel, sentir cuan suave era ella.

– Sólo por un segundo -aseguró ella-. Gracias por ser tan cuidadoso. -Nada sería otra vez lo mismo. Ella nunca sería la misma.

– Quise decir lo que dije, Saber -las yemas de sus dedos rozaron el sedoso lugar entre sus piernas, tocó un tirante rizo-. Te amo. Quiero que te quedes conmigo.

Sólo la sensación de sus dedos en ella le causó una intensa oleada de placer, una ráfaga de humedad. A su lado, el cuerpo de él regresaba a la vida y él lo permitia inclinando la cabeza hacia un tenso y tentador pezón. Tendría todo el tiempo del mundo para hacer el amor con ella; no iba a correr el riesgo de causarle más dolor de lo que ella ya debía sentir. El entusiasmo, la libertad de tocarla era increíble.

Levantó la cabeza, sintiéndola temblar otra vez.

– Vamos, cara de ángel, vamos a conseguirte un baño caliente. Vas a coger frío aquí tumbada -se inclinó hacia ella otra vez para besarle la punta de la nariz y luego la comisura de su boca-. Tendrás que traer mi silla. Está en el otro cuarto. -Odió decir eso. La necesitaba para que lo hiciera por él.

Ella frunció el ceño.

– Pero corriste, Jess. Te vi. Y le diste un puntapié a ese hombre en el garaje. ¿Cómo pudiste hacer eso si necesitas la silla de ruedas?

– Es una larga historia -iba a tener admitir su acuerdo con la operación biónica. -Y que hasta ahora, no había funcionado del todo bien. Esta era la primera vez que había tenido algún grado de éxito. Esto le daba una pizca de esperanza, pero ahora mismo, en vez de calambres, espasmos y pinchazos, no sentía ninguna sensación en absoluto.

Ella suspiró.

– Me la tendrás que contar.

– No te gustará.

– Seguro que no. -Ella tomó su cara y lo besó antes de ponerse de pie.

Saber recogió su ropa un poco insegura, por costumbre se puso la camisa para cubrir su espalda. Pero la dejó abierta, disfrutando de la fiera hambre en los ojos de Jess cuando su mirada se posó en sus cremosos pechos y negros rizos. Él la hacía sentirse sezy y hermosa.

Cuando regresó con su silla, Jess no sintió la mínima vergüenza por impulsarse a sí mismo, totalmente desnudo, en esta. Saber lo observaba con una mirada tan sensual, tierna, que lo hacía sentir como si fuera el mejor amante de todos los tiempos.

Ella lo siguió hacía el cuarto de baño principal con su enorme jacuzzi. Jess apenas si podía alejar su mirada de su cuerpo el tiempo suficiente para llenar la tina. Entró primero porque era más fácil maniobrar con mayor espacio.

Saber se adentró en el agua caliente y humeante.

– Sólo estate quieta -indicó Jess con una voz ligeramente ronca. Muy gentilmente, usando una suave tela, avó la sangre y la semilla en el interior de sus muslos. Sus manos eran cariñosas, seductoras, produciendo una ola de calor, que se alzaba con la excitación.

Ella se deslizó hacia abajo en el agua a su lado, jadeando un poco cuando los chorros de presión hicieron que las burbujas se arremolinaban como mil lenguas que lamían eróticamente su sensible cuerpo.

Jess tiró de ella acercándola, colocándola entre sus piernas, su pequeño y contorneado trasero presionaba fuertemente contra su feroz erección. Su espalda encajaba perfectamente contra su pecho, sus manos subieron para masajear sus pechos que flotaban medios sumergidos, medios sobresalientes de la línea de agua. Sus pulgares suavemente rozaron sus erguidos pezones, ahuecó en sus palmas la cremosa carne, su boca se ubicó en el lado vulnerable de su cuello.

– Siempre te he querido -confesó él, sus dientes mordisquearon su hombro juguetonamente-. Desde el primer momento en que te vi, sabía que tú eras la única.

– Eran las feromonas de Whitney.

Él acarició con la nariz la parte alta de su cabeza.

– No creo que sus feromonas pudiera hacerme sentir de esta forma por ti, Saber. No, estaba escrito que así fuera. Destinados.

Saber no respondió. Las manos de él ahuecaban el peso de sus pechos, sus pulgares se deslizaban en caricias sobre sus tensos pezones la estaban volviendo loca. Sea lo que fuera aquello que los había reunido no importaba. Ella había le había entregado su corazón, y esto la aterrorizaba.


Rabiando, golpeó la pared repetidas veces hasta que sus manos sangraron. Fracaso. Era fácil, maldición. Tan fácil. Matar al lisiado y joderla realmente bien. ¿Cuál era la dificultad en eso? Pero no, ellos les habían dado una patada en el culo, y ahora estaban en custodia. Había intentado seguirlos para poder matarlos antes de que pudieran dar su descripción, pero quienquiera que hubiera tomado prisioneros a esos idiotas le había perdido.

¿Ahora qué iba a hacer? ¿Qué? ¿Qué? ¿Qué? Golpeó la cabeza con fuerza contra la pared, salía saliva de su boca. No podía acercarse al lugar, no con todos esos guardias. Tenía que mudarse a otro lugar, otra posición… la emisora de radio. Dio otro puñetazo a la pared, furioso por tener que cambiar sus planes.

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