Jess había viajado por todo el mundo y había elegido a Sheridan, Wyoming, como su hogar, no sólo por su gente cálida, amistosa, sino también por su rica historia y por las actividades que allí se realizaban a lo largo del año. Era una hermosa ciudad, cercana a las Montañas Big Horn. Era su hogar, y después de haberse quedado en silla de ruedas había decidido quedarse… hasta que Lily y Eric le habían hablado del programa biónico.
Aún tenía pesadillas acerca de los hechos que le habían puesto en silla de ruedas. A menudo se despertaba empapado en sudor, con palpitaciones en su corazón, con un dolor que enroscaba sus tripas en nudos y sus piernas saltaban al recordar las balas golpeando en sus huesos, y luego la tortura que siguió. Había parecido interminable, un mar de dolor, con su sangre decorando las paredes salpicadas, recuerdos de hombres brutales que golpeaban objetos contra el amasijo que habían sido sus piernas. Lo recordaba tan vivamente. El tiempo no había diluido los recuerdos. Nada había ayudado, nada hasta que abrió su puerta y dejó a Saber Wynter entrar en su vida. Las pesadillas no se habían parado, pero desde la llegada de Saber, se habían aliviado.
Saber permaneció silenciosa mientras circulaban por las calles, pero como siempre, sintió que la paz entraba en él cuando estaba con ella. Su respuesta era extraña, ya que Saber no era exactamente una persona relajante. Tenía demasiada energía y demasiadas causas, pero cada vez que estaba con ella, se sentía feliz. En sus paseos vespertinos, a menudo hacía footing a su lado mientras él hacía girar su silla a lo largo de la Avenida Central, por delante de los vistosos edificios.
Ella estaba realzada. Tanto si lo admitía ante sí mismo, como si no, o incluso si ella lo hacía, ella era una Caminante Fantasma como él. Era buena, demasiado buena, y eso significaba que había sido entrenada, o ya habría metido la pata mucho antes.
Ser un Caminante Fantasma explicaba su voz, tan popular en las ondas radiofónicas, que su pequeña emisora de radio estaba empezando a golpear fuerte. También explicaba su necesidad de soledad. No era un ancla y no podía estar cerca de la gente sin sufrir dolor. Lo explicaba todo, excepto por qué estaba en su casa. Porque no importaba lo locamente enamorado que estuviera de ella, no podía ignorar el hecho que ella tenía que ser un agente. Esa era la única explicación que se le ocurría para explicar por qué sus huellas digitales no le hubiesen mostrado un montón de banderas rojas.
Conducía el monovolumen al oeste de la calle Loucks, pero estaba tan ocupado mirando a Saber que casi se salta el desvío hacia Badged. El parque Kendrick, más adelante, estaba desierto. A estas alturas del año, con el aire enfriándose rápidamente, pero aún sin nieve, pocas personas usaban el parque. El arroyo Big Goose bordeaba el parque, con abundante vegetación y elegantes y altos álamos.
– El área perfecta para un picnic. Todo el mundo lo dice -comentó, mirando detenidamente y con cautela alrededor. De pronto sus sentidos hormigueaban, no demasiado, pero definitivamente hormigueaban. Su mano se deslizó sobre su pistolera para sentir el peso de su arma.
Saber rió
– Este parque está abarrotado en el verano. Estoy segura que me estás llevando a Fort Phil Kearny. Me lo llevas prometiendo desde hace tres meses.
– Es verdad, pero también dije que iríamos a…
– Al Museo de Buffalo Hill -se rió-. Hay tanto para ver. No podemos olvidar el rodeo, eso sería un sacrilegio. -Y ella quería hacer todo eso antes de irse, quería hacerlo todo con Jess, porque nada la haría volver a sentir lo mismo otra vez.
– ¿Prefieres ir al Fuerte? Podríamos ir a explorar -se paró para recoger las provisiones. Él tendría espacio aquí si algún enemigo atacaba, tanto espacio, como cobertura. Prefería quedase.
– No, es perfecto. Me gustaría un poco de paz y tranquilidad, tal vez me eche una siesta, no dormí demasiado la pasada noche -tembló en el aire fresco-. Espero que hayas traído mantas.
– Me acordé de todo, y sin tu ayuda.
Ella le dirigió una descarada sonrisa. No le había ayudado a preparar el picnic porque había estado tratando de aceptar que Jess era más que un SEAL; formaba parte de un equipo de Caminantes Fantasma. Eso lo explicaba todo, especialmente por qué ella se sentía tan bien en su compañía. Nunca había sido capaz de soportar estar cerca de la gente durante mucho tiempo, hasta Jess. Él definitivamente era un ancla y alejaba la energía lejos de ella. Debería haberlo sabido. Bien, a algún nivel lo había sabido, solo que no había querido sacarlo a relucir y analizarlo.
Caminaron hacia un área aislada cerca del arroyo, donde el agua se desbordaba sobre las rocas y donde tenían una buena vista si alguien se acercaba. Después de extender la jarapa tras el grueso tronco de un árbol, Jess se deslizó desde su silla y se sentó con su espalda apoyada contra el árbol, con las mantas y el arma muy cerca.
Saber se sentó a medio metro de distancia, frente a él, con el viento jugando con su pelo.
– Podría quedarme aquí para siempre -dijo suavemente. Y quería quedarse con él.
– Podría arreglarse -él estuvo de acuerdo.
Saber apartó los sedosos hilos de su cara.
– Algunas veces no puedo decir si hablas en serio o bromeas.
– Te lo he dicho, corazón, te tomo muy en serio.
Su oscura mirada se clavó en ella, haciendo que su matriz se contrajese. Miró hacia otro lado.
– ¿Puedes imaginar todo esto hace cien años? ¿Habrá habido batallas en este campo? ¿Habrán caminado por esta tierra los famosos indios y los colonos?
– Nube Roja, Cuchillo Torpe, Pequeño Lobo -recitó.
– General Cooke, Capitán Fetterman, Jim Bridger -enumeró Saber. Ella conocía su historia. Podía leer una página y recitarla textualmente.
Jess suspiró. Ella probablemente iba a relatar cada suceso histórico que había ocurrido en el condado de Sheridan, incluyendo el edificio de la posada de Sheridan y las historias de sus fantasmas residentes. A él le gustaba la historia, pero no en ese momento. Saber huía de él como si el pavimento quemase sus pies.
– ¿Vamos a hablar de la Batalla de Fetterman o sobre nosotros? -preguntó con voz suave.
– De la Batalla de Fetterman -Saber le envió una rápida, casi desesperada sonrisa.
– Sabía que dirías eso.
Saber se encogió de hombros.
– Podríamos hablar de cocina o de restaurantes.
– Podría sacudirte.
– Aguántate.
– Familia, cariño -sugirió él-. Hablemos de familia. ¿Están tus padres vivos? Nunca los has mencionado.
Saber escarbó en la jarapa, evitando su fija mirada inquisitiva.
– Crecí en un orfanato -dijo abruptamente-. No hay mucho que contar, ¿verdad? -Era casi un desafío, como si ella estuviese desafiándolo a forzar la cuestión.
Huiría si la empujaba, podía ver la cautela en sus ojos. Jess dejó pasar el tema, inclinándose con engañosa pereza contra el árbol, mirando las nubes del cielo y luego permitiendo que su mirada examinase cada centímetro cuadrado a su alrededor. El campo. Los arbustos Incluso los árboles.
Saber bostezó, rápidamente se cubrió con la mano.
– Ha sido una buena idea venir aquí, rey dragón. Es tranquilo.
La mano de Jess serpenteó y tiró de Saber, desequilibrándola. Con un pequeño chillido, ella cayó contra él, con su cabeza apoyada en su regazo. La mano de Jess subió para acariciar su sedoso pelo, demorándose en los abundantes rizos.
– Échate una siesta, cara de ángel -la persuadió-. Yo te cuidaré.
Ella se relajó contra él, sonriendo cuando él puso una manta alrededor de los dos.
– Ya sabes, Jess, adoro tu casa. Si no te lo he dicho antes, te agradezco todas las reformas que has realizado para hacerla perfecta para que pudiera vivir allí. Fue muy atento por tu parte, y no del todo necesario, pero estoy encantada de que lo hayas hecho.
– Pensaba que ahora era nuestra casa -contestó suavemente, intrigado por los destellos azules que el sol ponía en el negro de su pelo-. Parece nuestra casa.
Su suave boca se torció.
– Lo es ¿verdad? He sido feliz los meses pasados, más feliz de lo que nunca lo he sido. Eres un buen amigo.
La yema de su dedo dibujó el aterciopelado contorno de su labio.
– ¿Es eso lo que soy, corazón? -La diversión coloreó el profundo timbre de su voz-. ¿Un buen amigo? Empiezas a sonar como si soltases un elogio. “Ha estado bien, Jess, pero me voy.”
Le pellizcó el dedo con los dientes.
– No se parece en nada y lo sabes.
– Sólo dime que parece -procuró mantener su voz suave.
Sus pestañas bajaron como dos lunas crecientes sobre sus ojos. Una sacudida eléctrica golpeó con fuerza el estómago de Jess. Por un momento, su mano tembló mientras forzaba a su cuerpo a mantenerse bajo control, luego acarició su pelo y el lóbulo de su oído con gentiles dedos.
– Me muevo un montón, Jess. Ya lo sabes. He estado en New York, Florida, y en algunos otros estados antes, por no mencionar en diferentes ciudades de cada estado.
– ¿Por qué?
– ¿Por qué? -Repitió ella. Se pasó la punta de la lengua por el labio inferior.
– ¿Por qué? -Insistió, suprimiendo el gemido que amenazaba con elevarse de su pecho.
Hubo un largo silencio, tanto que tuvo miedo que ella no respondiese.
– Esta vez es la primera vez que he pasado tanto tiempo en un lugar. Me alejo cuando me siento demasiado cercana de alguien. La gente en esta ciudad es la más agradable que me he encontrado. Y si me quedo mucho más contigo… -Susurró con un suspiro.
Sus manos se movieron sobre su cara, recorriendo la delicada estructura ósea, como queriendo aprenderla de memoria.
– Es demasiado tarde, cariño -dijo.
Las largas pestañas revolotearon, elevándose y unos bonitos ojos azul-violeta encontraron su ardiente mirada y luego se apartaron rápidamente. Su garganta onduló. Cuando ella hizo un leve movimiento de retirada, Jess apretó su abrazo posesivamente y esperó a que acabase su resistencia.
– Pensaba que querías hablar seriamente -revolvió su pelo porque no podía resistirse a los rizados tirabuzones que salían de su cabeza.
– Eso tú.
– Pequeña cobarde.
Ella agarró su mano entre las suyas, sosteniéndola contra su mejilla, salvajes emociones corrían caóticamente.
– Lo siento -ella se ahogaba con las palabras, lágrimas repentinas quemaban demasiado cerca. Abandonarlo iba a arrancarle el corazón.
Su mano ahuecó su mejilla, el pulgar se deslizaba firmemente a lo largo de su mandíbula. Dobló su oscura cabeza despacio hacia la suya, borrando el cielo, la luz, hasta que finalmente solo hubo Jess.
Su boca se acercó a centímetros de la suya.
– No te permitiré dejarme -dijo con palabras tan silenciosas que ella apenas las oyó.
Su respiración se le atascó en la garganta, la mente y el cuerpo estaban en guerra. Todo en ella ardía deseando eso, lo ansiaba, mientras la parte cuerda clamaba por el instinto de conservación, le gritaba que huyese, que se salvase a sí misma. Las manos de Jess tomaron su garganta, sintiendo el pulso latiendo salvajemente contra su palma como las alas de un pájaro capturado. Él murmuró algo en voz baja, con su cálido aliento contra su piel.
Los labios se extendieron sobre los suyos, ligeros como una pluma, audazmente suaves y aun así firmes. Al primer toque de su boca el corazón de Saber golpeó sobresaltado contra su pecho y su sangre se incendió. Los dientes pellizcaron su labio inferior, lo que hizo que un grito ahogado le diese acceso al cálido interior, sedoso y húmedo de su boca.
Todo había cambiado. Todo.
Las manos se apretaron alrededor de ella, arrastrándola más cerca, la mano que le rodeaba el cuello la obligó a mantener quieta la cabeza, dándole exactamente lo que quería. Pura magia oscura. El era completamente viril, barriendo su simbólica resistencia, bebiendo su dulzura, explorando cada centímetro de su boca.
Puro sentimiento. La tierra pareció ondular bajo ella, los colores giraban y se mezclaban. Su cuerpo ya no era suyo, siempre bajo control, familiar. Ardía en vida, ansiando, hirviendo por la necesidad de ser tocada, acariciada. Si algún hombre en toda su vida, la había besado antes, Jess había borrado su recuerdo por toda la eternidad. Su boca estaba sobre la suya, caliente y firme, tanto que su cerebro se derritió con irreflexiva docilidad, marcándola como irreversiblemente suya.
Saber gimió suavemente con desesperación. Se estaba perdiendo a si misma, agarrándose desesperadamente a sus pesados y musculosos hombros para anclarse a un poco a la realidad.
Jess levantó la cabeza de mala gana. Ella era tan hermosa y lo miraba con tal confusión sensual que estuvo cerca de ignorar su angustia. Saber empujó la pared de su pecho con sus pequeñas manos, su fuerza vencida con facilidad, pero él obedientemente se enderezó, apoyándose contra el sólido tronco del árbol. Ella se sentó bruscamente, calculando lo que pensaba que era una distancia segura, y arrodillándose lo afrontó.
– Señor, Jess -ella respiró su nombre, turbada-. No podemos volver a hacer esto jamás. No nos atreveremos. Estuvimos cerca de incendiar el mundo.
Una lenta sonrisa curvó su boca.
– Personalmente, creía que sería una buena idea repetir la experiencia. A menudo.
Ella tocó su labio inferior con la yema del dedo.
– Deberías estar prohibido, ninguna mujer está a salvo cerca de ti.
Él resistió el impulso de acariciar su cara con la mano, no queriendo destruir la ilusión de seguridad de ella.
– Eso no es justo para mi, cara de ángel.
Ella sacudió su cabeza, desmintiéndolo firmemente. Jess no hizo caso del gesto, intrigado por el juego de luces sobre su brillante pelo. ¡Dios! La quería. Era mucho más que un ansia física implacable. Era todo lo que deseaba en una sola persona. Había tenido mujeres hermosas y varios ligues, pero jamás había sentido nada como esto. Nada donde el amor y la lujuria se encontraban, se entrelazaban y se unían tejidos tan juntos como uno mismo.
– No puede ser -dijo Saber-. Tengo que irme, Jess. Las cosas se están descontrolando y no puedo controlarlas. No quiero controlarlas.
Cuando ella comenzó un movimiento de retirada, la mano de Jess se movió a la velocidad de la luz y la tomó de la muñeca.
– ¡Oh, no! No lo harás, cariño, no te escaparás de mi -su apretón era muy fuerte, pero no le hizo daño, nunca se lo haría.
Los ojos azules volaron, asustados, a los suyos, oscuros. Rey dragón, ella siempre lo llamaba así. Él causaba estragos en todos sus sentidos.
– Jess -protestó débilmente, sintiéndose perdida.
– Es demasiado tarde, Saber. Estás enamorada de mí, sólo que eres demasiada obstinada como para reconocerlo.
– No, no, Jess. No lo estoy -ella parecía más asustada que convencida.
– Seguro que lo estás -despiadadamente, la acercó a él hasta que estuvo tan cerca que el calor entre ellos amenazó con estallar en llamas. Bajo sus manos podía sentirla temblar-. Piensa en ello, cariño. ¿Quién te hace reír? ¿Quién te hace feliz? ¿A quién acudes cuando tienes un problema? -Sus dedos encontraron su nuca, enviando pequeñas lenguas de fuego a lo largo de su columna.
Ella tomó un profundo aliento.
– No importa. Incluso si tienes razón, como si no, no importa. Tengo que irme.
Sus dedos se curvaron sobre sus hombros, dándole la más suave de las sacudidas exasperado.
– Para de decir eso. No quiero oírlo otra vez. ¿No crees que soy consciente de que tienes algún profundo, oscuro secreto de tu pasado? ¿Alguien del que estás huyendo? Eso no importa. Tú perteneces aquí, Saber. En Sheridan, Wyoming, conmigo, en mi casa, justo a mi lado.
Saber palideció.
– No sabes lo que estás diciendo. Jesse, no tengo profundos, oscuros secretos, simplemente me gusta viajar. No puedo evitarlo. Me pongo nerviosa y me voy -él lo sabía. Sabía lo de ella. ¿Cómo? O quizás no lo sabía. Tal vez se dejaba llevar por el pánico y realmente él pensaba que tenía un reptil por ex-marido y que estaba huyendo de él. Que sea eso. Por favor, por favor, que sea eso.
La liberó con una sonrisa.
– No sabes mentir, Saber.
– ¿De verdad? -Levantó su barbilla-. Bueno, tu tampoco. Tú tienes tus propios oscuros y profundos secretos.
Él asintió con la cabeza.
– Lo admito. Tengo un alto nivel de seguridad, y no puedo hablar demasiado de mi trabajo, pero eso no debería afectarnos a nosotros ni nuestra relación.
Él lo admitía. Su corazón se sobresaltó, latiendo tan fuerte que presionó una mano contra su pecho para aliviar el dolor. Era un Caminante Fantasma, altamente entrenado para matar. Y era un experto en habilidades psíquicas. En silla de ruedas o no, no estaba a salvo con él. Presionando sus labios juntos, apartó la cabeza. No quería llevar las cosas más lejos. Ahora no. Hoy no. La mayor parte de su vida era mentira. Esta era su única oportunidad de un día con Jess. La única que podría tener.
Jess podía sentir el pánico en ella, la confusión y la renuencia. Suspiró y dejó pasar el asunto.
– Lo dejaremos por ahora. Sólo hazme una promesa. Dame tu palabra de que no tratarás de dejarme sin hablar primero conmigo.
– No lo discutirás conmigo -dijo con frustración-. Me pararás.
– Prométemelo.
– No es justo.
– Saber -tocó su barbilla con el índice.
– Oh, está bien. Lo prometo -concedió de mala gana-. Estoy hambrienta. No desayuné, ni comí ni nada de nada entre medias. ¿Vas a darme de comer o qué?
Jess tomaría su pequeña victoria. Echarse atrás, darle espacio, parecía el menor de dos males. Los cambios de humor de Saber eran evidentes. Podía ver fácilmente su creciente pánico. Tenía que calmarla, aplacar sus miedos. Trataba desesperadamente de esconderle la verdad, pero no importaba, porque ya sabía que ella tenía que ser uno de los experimentos de Peter Whitney.
Whitney había cogido a chicas de orfanatos alrededor del mundo, manteniéndolas encerradas y realizando experimentos psíquicos y genéticos con ellas mucho antes de haber hecho lo mismo con experimentados militares. Les había dado nombres de flores y de estaciones, winter [1]. Ella usaba el nombre de Saber Wynter. Era más que probable que Whitney la hubiese llamado Winter.
Él había entrado en el programa de los caminantes fantasmas por su propia voluntad. Y sabía cuando tomó la decisión de realzar sus capacidades psíquicas que sería propiedad del gobierno por el resto de su vida. En silla de ruedas o no, aún era un arma poderosa y peligrosa. Nadie iba simplemente a olvidar quién era él y dejarle vivir su vida en paz. Por esa razón había estado de acuerdo con el experimento de biónica.
Bien. Había estado de acuerdo porque había perdido la capacidad de actuar en combate. El trabajo de escritorio no era lo suyo y nunca lo sería. Pero entonces había llegado Saber y de repente ya no quería saber nada de salvar el mundo. Echar raíces parecía mucho más atractivo, ella había estado con él demasiado tiempo y ahora ya no podía imaginarse su vida sin ella. Pero había hecho su elección como hombre adulto. Whitney había cogido a estas niñas, estas niñaspequeñas, y en vez de darles un hogar decente, las había convertido en proyectos científicos.
Sintió una oleada caliente de cólera y deliberadamente la aplacó.
– Tú estás más cerca de la cesta de picnic, cara de ángel -dijo suavemente-. Pásame un bocadillo.
Saber, agradecida por el cambio de tema, rebuscó en la cesta de mimbre.
– ¿De queso?
– Ese es para ti. Yo quiero jamón -dijo.
El color volvía despacio a la impecable piel de Saber, la tensión disminuía en ella. Evitó tocarle cuando le dio su bocadillo. Él la dejó escaparse con ello.
– Bebida, mujer -demandó-. ¿Dónde está mi bebida?
Saber le pasó una taza de chocolate caliente.
– Háblame de Chaleen.
Él casi se ahogó.
– ¿Por qué querrías saber de ella?
Porque aún está rondando alrededor y Saber no confiaba en ella ni un momento. Pero no se oponía a jugar a la mujer celosa si eso significaba conseguir lo que quería.
– Anda detrás de ti. Creo que es un hecho bastante claro. Me lanzó la mirada de las mujeres reservan para la competencia. A sí que háblame de ella.
– Si quieres saber algo sobre Chaleen, te lo diré, aunque no hay mucho que contar. -Porque tenía que ser cuidadoso.
Ella podía decir que él era reticente.
– No tienes que hacerlo -inclinó su cabeza-. Pero oí por casualidad parte de vuestra conversación y parecía como si estuviese advirtiéndote sobre alguna investigación que estás llevando a cabo -levantó su mano cuando sus punzantes ojos se volvieron duros y fríos-. No estoy tratando de pescar detalles, pero creo que ella es mucho más de lo que quiere que sepas. Se hace pasar por una amiga que te advierte, pero siento que…
Ella tenía un millón de secretos que no podía contarle, por lo que parecía injusto que él tuviese que revelarle algo obviamente privado, pero realmente quería saberlo. Tenía que saberlo, porque Chaleen era una mujer peligrosa, y necesitaba saber cuán peligrosa era para Jess.
Jess se encogió de hombros.
– La conocí esquiando en Alemania. Parecía bastante inocente y era hermosa e inteligente y le encantaba hacer todas las cosas que hago. Parecía perfecta. Por supuesto era demasiado perfecta y debería haberlo visto, pero estaba demasiado enredado con el sexo como para pensar que podría haber caído en una trampa.
Saber hizo una mueca. No quería pensar en él teniendo sexo con la perfecta Chaleen, pero se lo había buscado. Mordió su labio con fuerza para impedir interrumpir.
Jess se inclinó hacia atrás presionando su cabeza contra la amplia base del árbol.
– Era estúpido, realmente. Sabía más que eso. Yo no era ningún chiquillo. Empezó a hacerme preguntas sobre mi trabajo. Nada demasiado grande, nada que levantase sospechas, pero aún así debería haberlo hecho. Simplemente pensé que estaba interesada, y por extraño que pueda parecer, me sentí realmente culpable por no poderle decir nada.
Saber subió sus rodillas y descansó su barbilla en ellas. Podía ver a la inteligente Chaleen manipulando un hombre para hacerlo sentir culpable.
– Al menos al principio me sentí culpable. En algún momento comprendí que realmente no le gustaban todas las cosas en las que fingía estar interesada. Solo estaba actuando.
Chaleen probablemente le había estudiado, averiguando cada cosa que le interesaba y convirtiéndose en la persona por la que él se sentiría atraído antes de acercársele. Chaleen, viuda negra. Saber retorció sus dedos juntos, ya temiendo por él. Si la mujer había regresado, era por alguna razón.
– Una misión salió mal. Me apresaron y me torturaron. Me habían pegado un tiro en ambas piernas, entonces machacaron lo que había quedado de la parte inferior de mis piernas para intentar someterme. Me querían para que les entregase a una compañera -la miró, queriendo que supiera qué clase de hombre era-. No lo hice.
Ella le frotó el muslo con la mano en silenciosa compasión
Él todavía lo sentía a veces, aquellos golpes aterrizando en las heridas abiertas, sentía los huesos rompiéndose dentro de su piel. Su estómago se apretó y por un momento la bilis se le subió. La venció.
– Contemplé el techo durante tres semanas consecutivas después que me llevaron al hospital. Simplemente contemplándolo, sin ver ni hablar.
Al instante los ojos de Saber se nublaron y le cogió su mano entre las suyas.
– Oh, Jesse, qué terrible debió ser para ti. No pensé que revivirías tan horribles recuerdos -ella se arrodilló cerca de él-. Lo siento, siento mucho el haberlos traído.
La mano de Jess enmarcó su cara, acarició su suave piel, remontó sus delicados pómulos.
– No lo sientas. Quise decírtelo, si no, no lo hubiese hecho.
– ¿Estaban tus padres contigo?
– No los vi, no podía. Tuve que decidir por mi mismo que hacer con el resto de mi vida. No quería que nadie me presionara de una u otra forma. Las decisiones que hiciese tenían que ser mías, para poder vivir con ellas. Pero Chaleen vino. Y se fue. Ya no era de utilidad para ella ni para sus jefes. No podía aportarles nada, a si que nuestro compromiso no tenía sentido.
Su corazón se fue al suelo. Había estado prometido con Chaleen. ¿La habría amado? ¿Amado de verdad? La perfecta Chaleen probablemente era perfecta en la cama. Saber distaba demasiado de la perfección en todo lo que significase competición.
El pulgar se deslizó por sus labios.
– Comprendí que no la amaba, que nunca la había amado. Por eso no contraataqué. Simplemente la dejé ir y aprendí la lección. Tengo un trabajo en el que alguien de afuera, un montón de gente, estaría interesado. Y quieren saber qué estoy haciendo. -Los dedos se deslizaron por sus rizos y se quedaron allí, sosteniéndola mientras su mirada viajaba por su respingona cara, inspeccionando su expresión.
Sus ojos eran duros y fríos.
– No seré tan agradable si descubro que me engañas, Saber. Me preocupo por ti. Te has metido bajo mi piel. Por eso, si estás trabajando de encubierto, ahora es el momento de decírmelo, porque si alguna vez me traicionas, te romperé el cuello.
El tono de su voz y la mirada de sus ojos enviaron un escalofrío a lo largo de su columna. No dudaba que Jess vendría tras ella si le engañaba de la misma manera en que Chaleen lo había hecho.
– No me preocupa tu vida secreta, Jess, no de la manera en que piensas. Me preocupo por ti.
Su sonrisa llegó lentamente. Él era probablemente el mayor tonto del mundo entero, pero ¡Maldita sea! La creía. Creía en aquellos grandes, bonitos ojos, incluso con sombras en ellos. Deliberadamente, echó un vistazo a su reloj.
– Deberíamos comer si vamos a hacerlo. La temperatura se está enfriando rápidamente aquí afuera.
En vez de beber el líquido caliente, Saber dejó la taza y se estiró, acurrucándose bajo la manta, cerca de él.
– Creo que puedo tumbarte en una lucha.
– ¿Ah, sí? ¿De verdad? -La diversión se arrastró por su voz, y su brazo se curvó alrededor de su cabeza, sus dedos se enredaron en los sedosos hilos de su pelo-. ¿Podrías tumbarme?
Ella lo golpeó con el puño en la cadera.
– No lo digas de esa manera. ¿Tienes que hacer que todo parezca sexual?
– Me siento así -su mano acarició la sien de Saber-. Me vuelves loco.
Él nunca había sido tan directo ni dicho eso antes. Ella no era tonta. Sabía con seguridad que estaba físicamente atraído por ella, aunque después de ver a Chaleen y saber que ella y Saber eran completamente diferentes, no sabía con certeza por qué.
Saber golpeteó con los dedos su rodilla y contempló las montañas circundantes. Tenía que darle algo de si misma. No sería justo de otra manera. Él le había dicho cosas suyas, cosas hirientes que importaban, que eran verdad y, por una vez, quería darle algo de ella.
Saber estaba silenciosa y Jess permaneció así también debido al pequeño y nervioso tamborileo de sus dedos.
– Una vez fui encerrada en una especie de agujero en la tierra. Estaba completamente oscuro. -Ella miró su cara con atención. Estaba dándole… demasiado. Suficiente para condenarla, aún había niños de los que abusaban cada día. Naturalmente él pensaría eso, antes de pensar que algo tan extraño y coincidente como que ella era también un Caminante Fantasma.
Jess se inmovilizó interiormente. Podía oír la emoción en su voz mientras ella revelaba el traumático acontecimiento. Hubo el más débil temblor por su cuerpo. Eso era una realidad, no algo inventado para apaciguarlo. La emoción reprimida en ella lo decía todo y él podía sentir la rabia fría como el hielo. No estaba listo para oír esto.
– No podía ver ni mi propia mano delante de mi cara. Después de un rato pensaba que me iba a volver loca. Ni siquiera podía respirar.
Ella no le miró, pero mantuvo su mirada en las montañas.
– Había bichos. ¡Oh Dios, tantos bichos! Avanzaban lentamente por mí -se restregó los brazos y la cara como si se los quitase. Él vio su garganta convulsionar cuando tragó con fuerza y sabía que ella no era consciente de las lágrimas que se arremolinaban en sus ojos-. No pensé que pudiese conseguirlo. Perdí la noción del tiempo. Un minuto, una hora, días. Podía oírme gritar, pero no en voz alta, sino en mi mente. No me atrevía a hacer ni un sonido. Nunca saldría.
El silencio creció entre ellos. Él tenía miedo de hablar, miedo de que su voz se quebrase. No podía tocarla, no podía mover su mano aquellos escasos centímetros que los separaban. Temblaba de cólera, algo diferente a lo que él había experimentado antes, y si no mantenía el control, los resultados podrían ser mortales.
Saber notó temblar la tierra bajo ella. Los árboles temblaban y el agua de las fuentes salía disparada como géiseres. La rama de un árbol crujió siniestramente. Se inclinó hacia él, puso la cabeza contra su hombro y colocó una mano tranquilizadora en su muslo. Instantáneamente, su mano cubrió la suya y él respiró profundamente.
– Está bien -lo tranquilizó-. Estoy bien -estaba furioso por ella, cercano a perder el control, algo nada bueno para un Caminante Fantasma. Esto debería recordarle que Jess era peligroso, en silla de ruedas o no, pero todo lo que hacía era hacerla feliz.
– ¿Qué edad tenías? -Su voz sonaba muy tranquila. Atrajo su mano a su boca y le besó la palma, intentando de encontrar la manera de hacerselo más fácil.
– Creo que tendría cerca de cuatro años la primera vez. No nos estaba permitido mostrar miedo y yo temía los sitios cerrados y oscuros. Esa clase de debilidad no estaba permitida donde yo crecí.
Jess no tenía necesidad de preguntar quién le había hecho tal cosa. Whitney, que su alma fuese condenada al infierno. Peter Whitney había cogido a esta niña y la había torturado para formarla o para quebrarla.
– Por eso te gusta que cada luz en casa esté encendida.
Su mano agarró su camisa, los dedos se curvaron alrededor del borde de la tela, rozando su piel desnuda. Ella no pareció darse cuenta, por lo que él la dejó allí, cubriendo su mano de nuevo con la suya y presionando su palma contra su pecho.
– Creo que ellos nunca fueron capaces de quitarme el miedo del cuerpo -admitió Saber. Tocó su pierna con la punta de los dedos.
– Hijos de puta -procuró no preguntar quienes eran “ellos”.
Ella no tenía ni idea de por qué su reacción enviaba una ola de calor que se estrelló contra su sistema entero. Tomó aliento y lo soltó, agarrándose a su muñeca para distraerlos a ambos. Miró su reloj.
– Tengo que prepararme para ir a trabajar.
– Aún te quedan horas. Tómate una siesta.
– ¿Aquí afuera? -¿Se atrevería a hacerlo cuando podrían estar siendo vigilados?
– Seguro, escucha el agua, estabas diciendo que aquí había paz. Entonces me hablas de algo de tu pasado e inmediatamente te pones nerviosa y quieres escapar -se deslizó hacia abajo, recostando su cabeza en una manta enrollada-. Vamos, mujer misteriosa, ven aquí, a donde perteneces.
Saber vaciló sólo un instante, luego se acurrucó a su lado. La sensación de su cuerpo doblado protectoramente alrededor suyo se estaba haciendo rápidamente familiar, confortable, como si fuese donde pertenecía. Estaba cansada y el aire fresco y la belleza de los alrededores, junto con la presencia de Jess, la hacían inmensamente feliz. Recostó su cabeza en el hueco de su hombro, un brazo esbelto atravesó su amplio pecho y cerró los ojos.
– Si oyes o ves algo sospechoso, o si alguien se acerca a nosotros, prométeme que me despertarás.
A sí que ella también lo había sentido, notó Jess. El dejó vagar su mirada alrededor de ellos, analizando el área para asegurarse de que nadie andaba cerca.
– Lo haré. Duérmete.
Jess la sostuvo, atrapado en algún lugar entre el cielo y el infierno. Habiendo ya probado el dulzor de su boca, ansiaba más. Su mente estaba en paz, sosteniéndola en sus brazos, pero su cuerpo hervía de necesidad. Despacio, se recordó a sí mismo, despacio y suave. Saber valía cada dolor, cada noche de insomnio. Necesitaba protección, tanto si lo sabía o no, porque si Whitney la había puesto en un agujero en la tierra y ella había escapado, vendría tras ella.
No quería pensar en la otra posibilidad, que Whitney la hubiese enviado para espiarle, para informarle de cuán cerca estaba de la verdad en sus investigaciones. Que Dios los ayudase si ella traicionaba a Whitney, aunque eso no le parecía que fuese el caso. Ella estaba demasiado cerca de salir disparada. Un espía no huiría, trataría de acercarse más a él.
A Saber no le gustaba la nieve y seguramente tampoco conducir por ella. Primero una serie de tormentas fuertes, y el tiempo empeoraría antes que de costumbre. Una vez que la nieve cayese, Saber estaría menos inclinada a irse y él tendría todo el invierno para atarla firmemente a él.
Las palabras de su canción favorita resonaron en su mente, eran realidad para él.
Oh, pero aquellos inquietantes ojos me hacen comprender la profundidad de las emociones que se mueven dentro de mí.
Inquietantes ojos, inquietante estribillo, y todo verdadero. Cada vez que miraba sus ojos azul-violeta su corazón daba un vuelco. Era una mujer con la que nunca terminaría. Cada día se reforzaban sus sentimientos hacia ella, su convicción de lo atado que estaba a ella.
Saber dormía con la inocencia de un niño. Profundamente, tranquilamente, todavía en su sueño, despierta era el azogue. Ya estaba oscuro cuando abrió los ojos, y él supo el momento justo, por la manera en que su cuerpo se tensó y el rápido aliento que inhaló.
– Estás a salvo, cariño -susurró suavemente en su oído, girándola firmemente en sus brazos-. Te tengo. Si abres los ojos sabrás que estás perfectamente a salvo.
Sus manos eran posesivas, su aliento caliente contra su piel, su voz ronca, sexy creando un remolino de feroz calor en el centro de su cuerpo. Saber se movió contra él inquieta, una inconsciente tentación.
– ¿Lo estoy? -Susurró las palabras, ansiando la sensación de su boca alimentándose de la suya, necesitándolo allí en la oscuridad.
No hubo vacilación. Jess la necesitaba. Agarró su cabeza firmemente con su brazo, su mano bajo su barbilla y bajó su cabeza hacia la suya. No había nada de la suave persuasión con la que la había persuadido antes. Estaba demasiado hambriento de ella. Tomó posesión de su boca sin su habitual control auto impuesto. Simple y llana dominación masculina. Caliente, ardiente, exigente, un asalto a la mente y al cuerpo, su lengua una invasión, apareándose salvajemente. Era una turbulenta tormenta llevándola a un mundo primitivo de puro sentimiento.
Una ráfaga de calor húmedo, sus pechos se hinchaban, doliendo, su piel ultrasensible. La mano de Jess se movió bajo su camiseta, descansando en su estrecho tórax, las yemas de sus dedos acariciaban la parte inferior de sus pechos, enviando una oleada de lenguas de fuego a través de su piel.
Saber se separó con un pequeño suspiro desesperado, rodando lejos de él, de su varonil cuerpo totalmente despierto de sus duros y amenazadores músculos.
– Jesse, no podemos hacer esto -era un angustioso gemido. Angustiado, desamparado, teñido de desesperación.
Jess estaba tumbado perfectamente quieto, mirando hacia arriba, a los miles de estrellas que cubrían el cielo, temiendo que si se movía estallaría en un millón de fragmentos. Su cuerpo rabiaba por la liberación, su cabeza palpitaba salvajemente. La deseaba con cada célula, cada fibra de su ser. En su interior, campanas de advertencia repicaban. No podía perderla por manejarse torpemente.
¿Qué demonios le pasaba? Sabía que ella tenía miedo. No había cosa más lejana de su mente que cualquier clase de compromiso.
Luchó por controlarse, forzó una nota de diversión en su voz.
– Seguro que podemos, cariño -se subió a sí mismo a la silla de ruedas con la facilidad de la larga práctica-. Es la noche perfecta para hacerlo. Eres una mujer, yo un hombre. Aquellas pequeñas cosas de allí arriba son estrellas. Creo que a esto se le llama romance.
Saber se sentó a unos pies de él, con los brazos cruzados en su pecho. Ella estaba luchando simplemente por respirar normalmente y allí estaba Jess, riéndose de su inexperta reacción. Tuvo el impulso inusual de abofetear su atractiva cara. Patsy tenía razón. Era un canalla. Su cuerpo clamaba por él, incómodo, y él estaba tranquilamente mezclándolo todo, ignorando su obvio disgusto. Ella, seguro como el infierno, no era la perfecta Chaleen con la que él había tenido sexo perfecto.
Jess miró a Saber arrastrar una inestable mano por su pelo y morderse el labio inferior. A la luz de la luna, se veía salvajemente erótica, imposiblemente sexy. Tenía que apartar la vista, sus vaqueros apretaban tanto que dolía, su cuerpo realmente temblaba.
– Creo que hablar de la querida Chaleen y el sexo perfecto con ella, ha puesto ideas en tu cabeza -se quejó Saber-. Eso o Patsy con toda esa conversación sobre mujeres bonitas.
– Tú, a duras penas -dijo él con sequedad.
Saber probó las piernas, poniéndose de pié para recoger el picnic en la cesta. Sus ojos azules enviaron chispas de color violeta hacia él.
– ¿Es eso un insulto, Jesse? Porque si lo es, te has pasado.
Se rió suavemente, el sonido invitador.
– Tienes una manera de entender las cosas… Trae aquí, yo lo llevaré -dijo cuando ella cogió la cesta de su regazo. Parecía tan grande como ella.
– No empieces con tus bromas fáciles. -Le advirtió-. No estoy de humor.
Él la siguió, manteniéndose fácilmente a su lado con un simple empuje de sus poderosos brazos.
– Te refieres a ¡hey! estoy sentado y aún tengo un par de centímetros tuyos.
Ella se paró tan repentinamente que él fue derecho hacia ella, agarrandola por la cintura, riéndose de su chillido ultrajado cuando la derribó en su regazo.
– ¿Qué pasa Saber? ¿Doy en la diana?
Saber rodeó su cuello con el brazo.
– ¡Oh, cállate! -soltó ella, pero él podía sentir la risa en su voz.
Ella no pudo menos que admirar la manera fácil con la que él maniobraba con la silla sobre el áspero terreno, con su peso añadido y cargando con la cesta de picnic y las mantas. Ambos se reían cuando alcanzaron la furgoneta. Pero cuando llegaron a casa Jess permaneció silencioso, pensativo, casi lejano.
Saber trató desesperadamente de apartar la sensación de su boca, de sus manos, mientras se vestía para ir al trabajo. Era cosa buena que no estuviese tratando de ir a la cama. No habría conseguido dormir.
El júbilo y la euforia corrían por su sistema, junto con la adrenalina. Él era tan inteligente o más que los preciados soldados realzados de Whitney. Podría haber ido directamente a por ellos y haber cortado sus gargantas. Los había vigilado, juntos, y ninguno había sido consciente de su presencia. Él era demasiado bueno. El mejor. Tan experto y ni siquiera tenía el entrenamiento que ellos dos tenían. Todo el tiempo los había rodeado, fantaseando sobre cómo terminaría con ellos, riéndose, sintiéndose tan superior. Casi no podía bajarse de la nube. Todo aquel dinero gastado, todos aquellos entrenamientos, y aquí estaba él, un mero soldado raso, sin un solo realce, simplemente cerebro y habilidad, eludiéndolos a los dos.
No le sorprendía lo más mínimo. Siempre había sido superior a los demás, pero debería demostrárselo a Whitney. Whitney, que ponía su inteligencia por encima de todos los demás, que se creía Dios. ¿Cuántos errores había cometido el hombre? Su investigación sobre las feromonas, había convertido a los soldados en tontos y a las mujeres en putas. Ver a Wynter besar al lisiado cuando debería haberle matado. Calhoun era inferior ahora. Inútil. Debería haber tenido una bala en la cabeza hace un año, pero no, ellos querían su ADN.
Iba a tener que asumir el entrenamiento de ella, porque Whitney, ciertamente, no lo había hecho bien. Esperar cada vez se iba haciendo más y más difícil, seguir el juego y desempeñar el papel de una marioneta. Quería subir las apuestas y ponérselas bajo sus narices ahora que sabía que podía. Sí, esto iba a ser divertido.