CAPÍTULO 11

Al día siguiente, Brunetti apenas se había sentado a su mesa cuando recibió una llamada de la signorina Elettra, recién regresada de Abano, quien le comunicó que el vicequestore, también de regreso del seminario de Berlín sobre el crimen organizado, deseaba cambiar impresiones con él. La fórmula «cambiar impresiones» sonó de un modo extraño en los oídos de Brunetti. Su tono neutro y mesurado estaba exento de la ácida agresividad habitual en Patta pero tampoco sugería la falsa afabilidad que utilizaba el vicequestore cuando quería pedir un favor.

La curiosidad llevó a Brunetti a la escalera y al despacho de la signorina Elettra. Enseguida notó un cambio, pero tardó un momento en darse cuenta de lo que era: encima de la mesa, donde él se había acostumbrado a ver la voluminosa consola del ordenador, estaba ahora una delgada pantalla negra. El amplio teclado gris había sido sustituido por un fino rectángulo negro en el que unas teclas lisas parecían tratar de hacerse invisibles.

La vestimenta elegida por la signorina Elettra en el día de su reincorporación armonizaba con el teclado: jersey de lana con dibujo en gris y negro, idéntico, recordó Brunetti, al que Paola le había señalado la semana anterior en el escaparate de Loro Piana, y pantalón negro del que asomaban las puntas de unos zapatos salón de charol negro, afiladas como estoques.

– ¿Tiene idea de qué impresiones desea cambiar? -preguntó Brunetti a modo de saludo.

La signorina Elettra desvió la atención de la pantalla. Brunetti vio borrarse la sonrisa de sus labios, para dejar paso a una expresión atenta y formal.

– Creo que el vicequestore se interesa por el tema de la «multi-cultural sensitivity», comisario -respondió ella.

– ¿Berlín? -preguntó Brunetti.

– Eso deduzco, de las notas que me ha dado para el informe al questore sobre la conferencia.

– ¿«Multi-cultural sensitivity»?

– Precisamente.

– ¿Tiene eso algún significado en nuestro idioma? -preguntó Brunetti.

Con gesto ausente, ella asió un lápiz por la punta y golpeó con la goma uno de los papeles que tenía encima de la mesa.

– Por las notas que me ha dado, supongo que significa que se dictarán nuevas directrices sobre el comportamiento de los agentes en situaciones en las que intervengan extracomunitari.

– ¿Todos los extranjeros en general o sólo los extracomunitari? -preguntó Brunetti.

– Ni europeos ni norteamericanos. Creo que la expresión que se utilizaba antes era «tercermundistas» o «pobres».

– Que ha sido sustituida por extracomunitari.

– Exactamente.

– Entiendo -dijo Brunetti, que se preguntaba si el papel que estaba debajo de la goma del lápiz formaba parte del informe de Patta-. ¿Esta sensibilidad ha de configurarse de una manera concreta?

– Creo que se refiera a la forma en que el agente que efectúa el arresto debe dirigirse al arrestado -dijo ella con voz átona.

– Ah -repuso Brunetti, reduciendo su respuesta a un simple ruido.

– La filosofía imperante parece ser… -empezó ella recalcando la palabra «filosofía» como si la colgara de la pared para hacerle unos cuantos disparos-…la de que los miembros de los grupos minoritarios son víctimas de una postura de… -Se interrumpió y se acercó el papel-. Sí, aquí está -prosiguió usando la goma para señalar el centro de la hoja-: «…una postura de indebida agresividad verbal por parte del agente» -terminó.

– ¿Qué es una postura verbal? -preguntó Brunetti.

– Buena pregunta, comisario -dijo ella inclinándose para consultar nuevamente el papel-: «El daño infligido por una represión semejante es tal que, incluso quienes no guardan recuerdo directo de la represión, acusan ese daño en su vocabulario psíquico, por lo que cualquier reintroducción de un comportamiento opresivo dañará su autoestima, especialmente en los casos en los que esa autoestima esté ligada a tradiciones tribales, religiosas, raciales o culturales.» -Levantó la cabeza-: ¿Sigo?

– Si cree que pueda tener sentido, continúe, por favor.

– No estoy segura de que lo tenga, pero este párrafo puede interesarle.

– Soy todo oídos.

Ella apartó la hoja y deslizó la goma por la que estaba debajo.

– Ah, sí -dijo-: «A causa del actual enriquecimiento étnico y cultural de nuestra sociedad, tiene redoblada importancia que las fuerzas del orden acepten con tolerancia y paciencia la diversidad cultural de nuestros residentes recién llegados. Sólo con una política amplia de miras, de aceptación de la pluralidad cultural, podemos demostrar la sinceridad de nuestra disposición a acoger a quienes han decidido labrar su futuro entre nosotros.» -Levantó la cara y sonrió.

– ¿Podría traducírmelo?

– Verá -empezó ella-. He leído todas las notas, por lo que sé lo que sigue, pero me parece que el meollo es que pronto va a ser más difícil todavía arrestar a los extracomunitari.

La franqueza y claridad de la explicación, cualidades ausentes de la mayoría de los documentos que pasaban por la mesa de Brunetti, dejaron al comisario momentáneamente atónito.

– Comprendo -dijo-. ¿Está él? -Señaló el despacho de Patta con un movimiento de la cabeza, aunque no hacía falta preguntar, ya que ella acababa de llamarle.

– Está y lo aguarda -respondió la signorina Elettra, sin asomo de contrición por haber impedido con su charla que Brunetti acudiera con presteza a la llamada de su superior.

Brunetti golpeó la puerta con los nudillos y entró en el despacho al oír la voz de Patta. El vicequestore estaba sentado detrás de su mesa, en estudiada, casi escultórica, pose.

– Ah, comisario, buenos días -dijo Patta-. Siéntese, por favor.

Viendo que el vicequestore tenía unos papeles ante sí, Brunetti eligió la silla más próxima a la mesa. Patta se había dirigido a él por su rango, lo que podía ser buena señal, ya que indicaba respeto; pero también podía ser malo, porque aludía a su condición de subordinado. La expresión de Patta parecía bastante cordial, aunque la experiencia había enseñado a Brunetti a no fiarse de las apariencias: las víboras se solazan al sol en las piedras, ¿no?

– ¿Ha sido provechosa la conferencia, dottore? -preguntó Brunetti.

– Ah, sí, Brunetti -dijo Patta echando el cuerpo hacia atrás, extendiendo las piernas y cruzando los tobillos-. Muy provechosa, sí. Es bueno salir del despacho de vez en cuando y ponerse en contacto con los colegas de otros países. Hacerse una idea de sus puntos de vista, de sus problemas.

– ¿Hubo muchas intervenciones interesantes? -preguntó Brunetti, a falta de algo mejor que decir.

– No es con las intervenciones como se aprenden cosas, Brunetti; es hablando con los colegas particularmente, escuchando lo que opinan de lo que ocurre en sus países, en las calles. -Dicho esto, Patta se mostró más expansivo-. Así es como te enteras de lo que pasa. Interconexiones, Brunetti, ése es el secreto. Interconexiones.

Brunetti sabía que los conocimientos lingüísticos de Patta, además del italiano y un palermitano impenetrable, se reducían a unas docenas de palabras de inglés y alguna que otra frase de francés relacionada, muy particularmente, con la gastronomía. Por lo tanto, no podía adivinar en qué lengua habría interconectado su superior.

– Desde luego. Comprendo, sí, señor -respondió Brunetti, que sentía curiosidad por descubrir adónde conduciría la afabilidad de su superior. En el pasado, las lisonjas de Patta solían tener por objeto el desarrollo de ambiciosos proyectos orientados a producir pruebas estadísticas de la mejora de la eficacia policial.

– No necesito recordarle -prosiguió Patta con una voz que destilaba cordialidad- la importancia de acrecentar la atención que prestamos a los temas sectoriales. -Al oír la expresión «temas sectoriales», que Patta pronunciaba con desparpajo de economista televisivo, Brunetti sintió que empezaban a vibrarle los sensores-. Precisamos un enfoque innovador en los temas de pluralidad cultural y tenemos que desarrollar una metodología práctica que nos permita instrumentalizar sistemas eficaces para transmitir nuestro mensaje a un más amplio segmento de la comunidad.

Brunetti asintió y se pellizcó el labio inferior, gesto que había observado que algunos actores utilizaban en el cine para denotar profunda reflexión. Pero, al parecer, el gesto no era suficiente, porque Patta lo miraba sin pestañear, aguardando respuesta, y el comisario emitió un mesurado:

– Hmm, hmm.

Esto bastó, porque Patta prosiguió:

– Con este fin, pienso formar una unidad operativa que se encargue de esos temas -declaró.

Era típico en Brunetti saltar de las películas a los libros, y ahora recordó una de las escenas finales de 1984, en la que Warren Smith, para librarse del horror final, grita: «¡Hacédselo a Julia, a Julia!» Ante la posibilidad de ser designado para esta unidad operativa, Brunetti sintió el impulso de caer de rodillas y gritar: «¡Hágaselo a Vianello, a Vianello!» Pero Patta ya decía:

– En este caso, creo necesario actuar de modo innovador, y he decidido poner a un hombre de la tropa al frente de la nueva unidad. Necesitamos a un hombre que lleve años en el cuerpo y sea representativo de la ciudad.

Brunetti asintió, de completo acuerdo.

– Alvise reúne estos dos requisitos -dijo el vicequestore, que se quedó un momento con la mirada extraviada, como contemplando la materialización de su innovador proyecto, y luego clavó los ojos en Brunetti, que ya había tenido tiempo de borrar el asombro de su cara-. Supongo que estará de acuerdo, comisario.

– Efectivamente -convino Brunetti, decidiendo prescindir de la inteligencia y el sentido común.

– Bien -dijo Patta con evidente satisfacción-. Me alegro de que esté de acuerdo conmigo, comisario. -Tan complacido estaba el vicequestore con el aparente asentimiento de Brunetti que no añadió el «por una vez» que esperaba su subordinado-. El agente Alvise deberá ser relevado de sus tareas habituales, desde luego -prosiguió y, con un insólito arranque de camaradería, preguntó-: ¿Cree que precisará un despacho aparte?

Brunetti trató de aparentar que reflexionaba antes de responder:

– No, señor. Creo que el agente Alvise preferirá permanecer con sus compañeros. -Como dando por descontada la aquiescencia del vicequestore, Brunetti añadió-: Así podrá beneficiarse de la información que le aporten sus actividades.

– Ya lo había pensado, desde luego. A Alvise le gusta trabajar en equipo, ¿verdad?

– ¿Viene bien recomendado? -preguntó Brunetti con auténtica curiosidad.

– Sí -respondió Patta-; el teniente, que será su oficial supervisor, dice que es la persona idónea.

La alusión al teniente Scarpa -ya que Patta no se referiría a otro teniente con tan espontánea familiaridad- hizo que Brunetti se preguntara por qué querría el teniente tener bajo su mando a un idiota como Alvise, pero entonces se dijo que no tenía idea de cuál era el proyecto ni de si el objetivo del teniente no sería el de hacerlo fracasar.

– ¿La unidad operativa es un proyecto de ámbito europeo? -preguntó.

– Desde luego -dijo Patta-. Son ideas de envergadura, proyectos de gran calado. Ya es hora de que esta ciudad salga de su modorra y se incorpore al resto de Europa, ¿no cree?

– Indiscutiblemente -respondió Brunetti con la mejor de sus sonrisas, recordando al poeta que había dicho que era bueno que existiera el puente que unía a Venecia con el continente, o Europa estaría aislada-. ¿Y la financiación será europea? -preguntó.

– Sí -respondió Patta no sin orgullo-. Es uno de los beneficios que me he traído de la conferencia. -Miraba a Brunetti, ávido de aprobación.

Esta vez la sonrisa de Brunetti era auténtica, la que produce haber resuelto un problema. Dinero europeo, fondos del Gobierno, un aluvión de dinero de las arcas de una Bruselas generosa y prodigiosamente indiferente, la prodigalidad de los burócratas.

– Muy acertado -dijo Brunetti, admirando la habilidad del vicequestore-. No me cabe duda de que Alvise es la elección perfecta.

La sonrisa de Patta se ensanchó aún más.

– No dejaré de decir al teniente que usted aplaude su elección.

La sonrisa de Brunetti no habría sido más gentil de ser sincera.

Загрузка...