Sarah llenó las copas de vino y contempló la botella vacía con una mueca.
– Gracias a Dios que mi veneno es legal -murmuró-. Yo sé condenadamente bien que necesito un estimulante externo para hacer soportables las miserias. ¿Le quitó la heroína, Cooper? Se encontrará en un estado de desesperación, si lo hizo.
– No -admitió él-, pero pueden guardarse esa información para ustedes.
– Es un hombre muy considerado -dijo ella.
– Soy realista -la corrigió él-. Si Joanna había asesinado a su madre, yo me encontraba en una posición más fuerte guardándome lo que sabía en la manga en lugar de mostrar mi jugada antes de lo necesario. Habría sido muy vulnerable a los interrogatorios de la policía si hubiéramos podido acusarla de posesión de drogas y asesinato al mismo tiempo.
– ¡Es usted un mentiroso tan malo! -declaró Sarah con afecto-. No va a acusarla en absoluto. ¿Le dirá siquiera que lo sabe?
Pero Cooper eludió la pregunta.
– Estábamos hablando de cómo Duncan asesinó a Mathilda -dijo-. ¿Dónde estábamos?
– Con Mathilda inmensamente suspicaz cuando él entró por la puerta trasera sin ser invitado y le ofreció servirle un whisky -replicó Sarah con sequedad.
– Ah, sí, bueno, él no habría entrado de esa forma. Habría llamado al timbre. No había peligro. Violet no iba a oír nada, mientras roncaba como una desaforada delante del televisor, y estoy seguro de que tenía una razón muy convincente para llamar a la puerta de Mathilda a las siete de una tarde de sábado. Al fin y al cabo, sabía muchísimas cosas sobre la vida de ella, cualquiera de las cuales podía usar como excusa. Ella tendría que haber estado muy paranoica para cerrarle la puerta con llave a un vecino al que veía todos los días. -Distraído, depositó más ceniza sobre la palma cóncava y luego volvió la mano del revés y la ceniza se desparramó por el suelo-. Una vez que le hubo dado el whisky, y vio que se lo bebía, se excusó y marchó. Es un hombre cauteloso y no sabía lo eficaces que serían los sedantes, además de que tenía que asegurarse por completo de que Violet estaba ausente del mundo y no había oído el sonido del timbre. Supongo que si la hubiera hallado semiconsciente habría abandonado el proyecto como demasiado peligroso y, por la misma razón, quería que Mathilda estuviera de verdad bajo los efectos de los sedantes antes de ponerle la mordaza en la cabeza.
»A partir de ese momento tiene que haber sido todo muy sencillo. Comprobó cómo estaba Violet, se puso un par de guantes, recogió las plantas silvestres apropiadas del jardín… no habría hecho eso durante las horas de luz por si acaso alguien lo veía y sumaba dos más dos al enterarse del arreglo floral de Mathilda. Entonces volvió a entrar, esta vez por la puerta trasera de la casa de Mathilda, cogió el cuchillo Stanley del cajón de la cocina, comprobó que Mathilda estuviera dormida, llevó las plantas, el cuchillo y la mordaza al piso superior y los dejó sobre el tocador, llenó la bañera, y luego volvió a bajar para recoger a Mathilda. Lo único que tuvo que hacer fue cogerla en brazos, depositarla en el ascensor de escalera, llevarla a la planta de arriba y desvestirla.
»La hora debió de haber sido las nueve y media, aproximadamente, según pensamos, lo que ha hecho muy feliz al forense. Él siempre se inclinó por la hora más temprana en lugar de la más tardía, en particular debido a que Mathilda no debió de morir de inmediato. -Volvió a buscar en su mente el hilo del punto al que había llegado-. Bien, así que una vez que la hubo desvestido, la metió en la bañera con agua tibia, le puso la mordaza en la cabeza, le cortó las muñecas y luego adornó la banda de la frente con las ortigas y las margaritas, y quizá usó la esponja para rellenar el espacio que la separaba de la cabeza. Después, lo único que tuvo que hacer fue dejar el vaso de whisky junto al frasco vacío de somníferos, coger los diarios, limpiar la llave por seguridad y volver a dejarla en su sitio antes de volver a casa junto a Violet y el televisor. Sin duda reprendió a la pobre mujer a la mañana siguiente por beber tanto como para quedarse dormida la noche anterior, ya que en caso contrario puede que ella nos hubiera contado antes que se había quedado dormida en lugar de seguirle la corriente a la historia de Duncan respecto a que no se había producido sonido alguno en la casa de al lado. -Se masajeó el mentón-. Es una mujer muy dócil y, para ser justos con ella, resulta obvio que nunca se le ocurrió que él pudiera haber asesinado a Mathilda. Pienso que ella lo instó a escribirnos la carta anónima porque se sentía muy culpable por haberle fallado a Mathilda. -Le lanzó una mirada a Jack-. La oyó llorar el día en que usted fue para enseñarle el cuadro, y se convenció a sí misma de que si sólo hubiese hablado con ella podría haber impedido el asesinato.
Vio la mirada de desconcertada interrogación en la cara de Sarah, y prosiguió, implacable:
– Por lo que respecta a Ruth y Jane, Duncan no quiso hablarnos de que habían estado en Cedar House aquel día, parque no podía permitirse atraer la atención sobre cuánto podía oír a través de las paredes. Pero Violet le proporcionó la oportunidad perfecta para involucrar a Ruth, cuando oyó la pelea que tuvieron Joanna y su hija en el vestíbulo. Consultó a Duncan sobre la prudencia de informar de ésta a la policía, y aunque él se negó en redondo a permitirle acudir en persona, con el fin de evitar situaciones desagradables, según dijo, no puso objeciones a la carta anónima, aunque insistió en ponerse guantes para no dejar pistas mediante las huellas dactilares. Violet pensó que era muy emocionante -concluyó con profunda ironía.
– Es raro que Mathilda nunca mencionara oírlos a ellos -dijo Jack-. Es el tipo de cosa que la habrían vuelto loca.
– La señora Orloff dice que ella hablaba de forma muy clara y terminante, así que quizás era un poco sorda, y si nunca los oía, no se le ocurriría que ellos podían oírla. En cualquier caso, en cuanto se dieron cuenta de lo mucho que podía oírse, sospecho que bajaron el volumen de sus propias voces. Resulta interesante observarlos. Él habla apenas por encima del susurro, y siempre que ella se emociona él la mira ceñudo y ella baja la voz.
– Supongo que fue así como él se enteró de la existencia de la llave -dijo Sarah con lentitud-. Cuando Mathilda me dijo dónde estaba, aquel día. Él tuvo que oírlo.
Cooper asintió con la cabeza.
– ¿Cómo sabía lo relativo a los diarios?
– Según Violet, ella solía hablar sola cuando no había nadie en la casa, por lo que calculo que los leía en voz alta. O la otra posibilidad es que se tropezara con ellos por accidente cuando estaba buscando otra cosa. -Frunció el ceño-. Él no va a decírnoslo, eso es seguro. De momento está ahí sentado, negándolo todo y retándonos a que le demos una buena razón por la que de pronto pudiera querer asesinar a una mujer a la que conocía desde hacía cincuenta años, cuando apenas si habían intercambiado una palabra de enfado en todo ese tiempo. Y Violet lo apoya en eso. Dice que Duncan es demasiado perezoso como para darse por ofendido u ofender a otros, así que Mathilda se aburrió muy rápido de intentar provocar en él cualquier tipo de reacción.
– Os tiene por completo bajo control -observó Jack con admiración renuente-. No llegarán muy lejos con «intento de retrasar la ejecución del testamento» como móvil convincente de asesinato. Aunque el fiscal esté dispuesto a ir con eso a los tribunales, no puedo imaginarme que un jurado vaya a aceptarlo. ¿No tiene realmente ninguna idea del motivo por el que quiso matarla? Seguro que Violet tiene que saber algo.
– De momento está muy trastornada. El detective inspector jefe tiene la esperanza de que un poco de cuidados tiernos por parte de un policía compasivo ayuden a despertar su memoria pero, si quiere mi opinión, es sincera de verdad cuando dice que no sabe. Es una personilla rara, parece vivir en un mundo propio durante la mayor parte del tiempo, habla por los codos pero no escucha. Sospecho que la mayor parte de lo que sucedió dentro de Cedar House no fue más que ruido de fondo para ella. -Los miró a uno y otro-. Todo lo cual es el motivo de que yo me encuentre aquí. Necesito hablar con Ruth. Ella mencionó que su abuela le escribió una carta poco antes de morir, y se me ha ocurrido que en la carta podría haber algo que tal vez nos ayude.
– Si es la misma de la que me habló a mí, la rompió -dijo Sarah.
– Aun así, recordará lo que decía. De verdad que tengo que hablar con ella.
Sarah negó firmemente con la cabeza.
– Ahora no, Cooper. En este momento está paranoica con la policía, por lo que sucedió la pasada noche y después de que se llevaran a Jack esposado a la hora del almuerzo. De acuerdo, ya sé que nada de eso es culpa suya, pero tiene que ser un poco compasivo con la muchacha.
– No me haga insistir -le imploró él-. Le aseguro que no tengo elección en este caso. No podemos retener a Duncan de forma indefinida sin ninguna prueba concreta y, una vez que salga, tendrá libertad para ordenar todo lo que se nos haya pasado por alto.
Ella suspiró y cogió una de las grandes manos de él entre las suyas propias.
– Mire, voy a contarle una cosa que, estrictamente hablando, no debería porque es un secreto de Ruth, y no mío, pero yo le confiaría mi propia vida, Cooper, así que creo que puedo confiarle la de Ruth. -Le dio un rápido apretón a la mano antes de soltarla y coger la de Jack mientras sus ojos lo acariciaban con afecto-. ¿Por qué cree que este tipo ha estado cargando por ahí como un toro en una tienda de porcelana? Él dice que lo que ha hecho es racional y sensato. Usted y yo sabemos que no lo es. Bastante tarde, ha descubierto que tiene unos muy poderosos sentimientos paternales que, debido a que es el alma generosa que es, no intenta limitar a su propia descendencia. Está actuando en el lugar del difunto padre de ella porque quiere que ella sepa que hay alguien en esta mierda de mundo que la quiere.
Jack se llevó los dedos de ella a los labios.
– Dos personas -la corrigió.
Sarah le sostuvo la mirada durante un momento.
– Dos personas -convino. Retiró la mano y volvió a centrar su atención en Cooper-. Ruth está tan vulnerable en este momento que si se la somete a una presión más, puedo garantizarle que se retirará de la realidad de la forma en que está claro que lo ha hecho Joanna y que probablemente también lo hizo Mathilda. Es casi como si en la familia hubiera un gen autodestructivo que provocara ese retraimiento. -Sacudió la cabeza-. Cualquier cosa que sea, Ruth no va a ir por el mismo camino, si Jack y yo podemos evitarlo. Está embarazada, Cooper. Ya sé que no lo parece, pero se encuentra casi en el límite de la interrupción legal, y si no se decide muy rápido a poner fin al embarazo, tendrá que llegar hasta el final. Jack estaba intentando conseguirle la paz y tranquilidad que necesita para tomar una decisión, porque hasta el momento no ha tenido oportunidad de hacerlo.
Cooper absorbió todo esto en un silencio de tumba.
– ¿Está ayudándola usted a llegar a una decisión? -preguntó por último.
– Le he proporcionado toda la información que puedo, pero no me gusta decir haz esto o haz lo otro. Le corresponde a su madre el dar consejos, pero Joanna no está siquiera enterada de la violación, mucho menos del embarazo.
– Hmmm -gruñó Cooper al tiempo que fruncía los labios sumido en sus pensamientos-. Bueno, puede estar segura de que no tengo intención de aumentar los problemas de la pobre chica -dijo al fin-. Tengo la seguridad de que la abuela no exigiría que la justicia para sí misma se antepusiera a la consideración para con su nieta. Si ésa fuera su inclinación, habría denunciado a Ruth por robo cuando estaba aún viva. -Se puso de pie y se abotonó el abrigo, preparándose para marcharse-. Pero, si perdona mi impertinencia, doctora Blakeney, usted debe aceptar sus responsabilidades como madre adoptiva, momentánea o no, con muchísima más seriedad. No está bien darle la información y dejarla sola para que decida, sin dejarle bien claro que usted cree que lo mejor para ella sería abortar. Es probable que grite y chille, diga que usted no la quiere y que le importan un comino sus sentimientos, pero el papel de padre y madre no tiene nada que ver con darse palmaditas a uno mismo en el hombro por ser comprensivo y liberal, tiene que ver con la guía, la educación y el entrenamiento para ayudar al hijo que uno quiere a convertirse en un hombre o una mujer que uno pueda respetar. -Hizo un amistoso gesto de asentimiento con la cabeza y se encaminó hacia la puerta, deteniéndose sólo al ver a Ruth en las sombras del vestíbulo.
– He estado escuchando -dijo, con sus desdichados ojos llenos de lágrimas-. Lo lamento. No tenía intención de hacerlo.
– Vamos, vamos -dijo Cooper, ronco de azoramiento, mientras sacaba un pañuelo blanco del bolsillo y se lo ofrecía-. Soy yo quien debería de disculparse. No tengo derecho a interferir.
Los ojos de ella volvieron a llenarse de lágrimas.
– No me importa lo que dijo. Estaba pensando… si al menos… usted dijo que deseaba que sus hijos hubieran tenido mis oportunidades… ¿lo recuerda?
Él asintió con la cabeza. En verdad había dicho eso, pensó con pesadumbre.
– Bueno, pues sólo estaba pensando… que ojalá… -le dedicó una sonrisa llorosa-, que ojalá yo hubiese tenido las de ellos. Espero que aprecien el padre que tienen, sargento Cooper. -Sacó una carta del bolsillo y se la entregó-. Es de la abuela -dijo-. No la tiré, pero no podía dársela porque habla de mis robos. -Una lágrima le cayó sobre la mano-. Yo la quería de verdad, ¿sabe?, pero ella murió pensando que no era así, y eso es casi peor que todo lo demás.
– Sí -dijo él con dulzura-. Seguro que lo es, porque no puede hacer nada para repararlo.
– Jamás.
– Bueno, tanto como jamás… eso no podría decírselo. En esta vida, lo mejor que podemos hacer todos es aprender de nuestros errores e intentar no volver a cometerlos. Ninguno de nosotros es infalible, Ruth, pero nos debemos a nosotros mismos, y se lo debemos a quienes nos rodean, el actuar con toda la sabiduría que poseamos. De otro modo, ¿cómo conseguirá mejorar la humanidad?
Ella apretó los labios para contener las lágrimas.
– ¿Y usted cree que sería prudente que yo abortara?
– Sí -replicó él con una sinceridad absoluta-. Lo creo. -Posó su mano ancha sobre el vientre de ella-. De momento, usted no es ni lo bastante mayor ni lo bastante dura como para ser madre y padre de otro ser humano, y se siente demasiado llena de culpabilidad por su abuela, y por lo que usted ve como su traición hacia ella, como para entregarle este bebé a otra persona. -Sonrió con cierta timidez-. No quiero decir que espere que usted esté de acuerdo conmigo ni que vaya a volverle la espalda si decide tener su bebé. La doctora Blakeney tiene bastante razón cuando dice que la elección es suya. Pero yo preferiría verla embarazada cuando haya vivido un poco más y encontrado un hombre al que pueda querer y que también la quiera. Entonces sus bebés serán deseados y usted estará en libertad de ser el tipo de madre que quiera ser.
Ella intentó darle las gracias pero las palabras no le salían, así que él la tomó entre los brazos y la estrechó con fuerza. Detrás de ellos, Sarah volvió hacia Jack una cara surcada por las lágrimas.
– Recuérdame esto -susurró-, siempre que me sienta satisfecha de mí misma sin razón. Acabo de aprender lo poco que en realidad sé.
Mi querida Ruth [había escrito Mathilda], tu madre y yo nos hemos indispuesto por una carta que escribió mi tío Gerald Cavendish poco antes de morir, mediante la cual dejaba a Joanna como heredera suya. Me amenaza con llevarla a los tribunales porque cree que puede usarla para impugnar el testamento de mi padre. No tendrá éxito, pero no he podido convencerla de eso. Se siente comprensiblemente agraviada y quiere castigarme. Ahora me doy cuenta de que ha habido demasiado secretismo dentro de la familia, así que te escribo para ponerte al tanto de lo que ella ya sabe, porque no quiero que te enteres por ella. Pienso que tu madre no te lo contará con amabilidad: James Gillespie no fue el padre de tu madre. Lo fue Gerald Cavendish. Comprendo lo conmocionada que te sentirás por esta información, pero te insto a hacer lo que yo he hecho durante todos estos años, y verlo como algo que ocurrió y que no debe lamentarse. Puede que esto te resulte difícil de creer pero, a pesar de todo, yo siempre le he tenido cariño a tu madre, como también te he tenido cariño a tí.
Ahora me encuentro enfrentada con una elección difícil. Soy consciente, querida mía, de que has estado robándome durante meses. También soy consciente de que tu madre ha renunciado a la vida y prefiere el mundo crepuscular de la drogodependencia y las relaciones casuales que le proporcionan la ilusión de ser amada sin las ataduras de la responsabilidad. Las dos estáis permitiendo que los hombres abusen de vosotras y, a la vista de mi propia historia, eso me resulta profundamente descorazonador. Me doy cuenta de que os he fallado, y he decidido, por tanto, dejaros en libertad para que toméis vuestras propias decisiones con respecto a vuestro futuro.
Tengo intención de transferiros una cantidad global de dinero tanto a tí como a tu madre el día de tu decimoctavo cumpleaños, cantidad que se dividirá en proporciones de 2 a 1, y de la que tu madre recibirá el doble que tú. Tal vez es algo que debería de haber hecho hace mucho tiempo, pero sentía reticencia a renunciar a lo que he luchado tanto por conseguir en nombre del apellido Cavendish. Como están las cosas ahora, veo que un apellido no es nada, a menos que las personas que lo llevan se eleven por encima de sus iguales, porque no es el accidente de nuestro nacimiento lo que nos hace grandes, sino nuestro carácter individual. Al dejaros a ti y a tu madre en libertad para que llevéis las vidas de vuestra elección, espero daros la oportunidad de poneros a prueba a vosotras mismas, al igual que ya lo han hecho otros, los menos afortunados.
En conclusión, si cualquier cosa me sucediera o te encontraras con la necesidad de una amiga, te insto a que hables con la doctora Sarah Blakeney, mi médico de cabecera, que no te dará más que buenos consejos cualquiera sea la situación en que te encuentres.
Con amor, la abuela.
Cooper depositó la carta delante del detective inspector jefe Jones.
– He estado preguntándome de dónde iba a sacar la cantidad de dinero que tenía intención de entregarles a la señora y la señorita Lascelles, si ya había hecho testamento dejándoselo todo a la doctora Blakeney.
Charlie recorrió la página con rapidez.
– ¿Has encontrado una respuesta?
– Calculo que está en la grabación de vídeo, con que sólo supiéramos qué buscar. ¿Recuerdas cuando le estaba hablando a Ruth al final, y mencionó su promesa de dejarle Cedar House a la muchacha antes de que el comportamiento de Ruth durante los últimos seis meses la persuadiera de cambiar de opinión? Bueno, casi inmediatamente después de eso ella continuaba diciendo algo así como «habrías tenido la elección de vender o quedarte en la casa, pero habrías vendido porque la casa habría perdido su encanto una vez regularizado el asunto de los terrenos». O unas palabras parecidas.
Charlie asintió con la cabeza.
– Yo supuse que la frase «una vez regularizado el asunto de los terrenos» hacía referencia a lo que le dejaría a Joanna como parte de lo que le tocaba en herencia.
– Continúa.
– Ahora creo que estaba hablando de terrenos para edificar. Estaba planeando vender el parque para edificación. ¿De qué otra forma podía reunir una suma global para las mujeres Lascelles, y aun así dejarle la casa y su contenido a la doctora Blakeney? Imagina el impacto que eso habrá tenido en Duncan Orloff. Un hombre que no puede soportar el pensamiento de tener a unos niños ruidosos en la casa de al lado, es tan seguro como el diablo que no iba a sentarse mansamente y mirar cómo su jardín se convertía en un terreno de construcción.
– Pruébelo -dijo Duncan con placidez-. Nombre al constructor. Explique por qué no hay correspondencia ninguna con esta mítica compañía. Por Dios, hombre, ella ni siquiera habría obtenido permiso de construcción para un proyecto semejante. La época de deshacer el cinturón verde ha pasado hace tiempo. Ahora están rehaciéndolo a toda velocidad. Hay ventajas electorales en el voto ambientalista y ninguna en absoluto en el vandalismo especulativo.
Todo lo cual, pensó Charlie, lúgubre, era verdad. Quedaba en manos de Cooper el aportar una dosis de sentido común a la situación.
A la mañana siguiente, tras largas consultas con el funcionario de planificación urbana local, se presentó en Howard & Sons, constructores urbanos de Learmouth desde 1972. Una secretaria de mediana edad, ávida de curiosidad por esta inesperada aparición de un policía de paisano en medio de ellos, lo condujo con cierta ceremonia a la oficina del señor Howard padre.
El señor Howard, un hombre mayor, corpulento, con pelo gris canoso ralo, alzó la vista de un conjunto de planos, con el entrecejo fruncido.
– ¿Y bien, sargento? ¿Qué puedo hacer por usted?
– Tengo entendido que su compañía era la responsable de la urbanización de Cedar House, en Fontwell. Se construyó hace diez años. ¿Lo recuerda?
– Sí -ladró el otro-. ¿Qué pasa? ¿Quién se ha quejado?
– Nadie, por lo que yo sé -replicó Cooper con placidez.
Hizo un gesto con la mano en dirección a una silla.
– Siéntese, hombre. Nunca puede estarse demasiado seguro de algo en estos días. Es un mundo de lobos devoradores, de lobos en el que litigio es el nombre del juego y los únicos que engordan son los abogados. Esta mañana recibí una carta de un bastardo tacaño que se niega a pagar lo que debe porque dice que hemos faltado el contrato por poner un enchufe de menos de los que requieren los planos. -Juntó las cejas con aire feroz-. Bueno, ¿qué interés tiene en la urbanización Cedar?
– Usted le compró los terrenos a la señora Mathilda Gillespie de Cedar House, Fontwell.
– Así es. Y es una maldita vieja perra chupasangre. Pagué por ellos mucho más de lo que debería.
– Era -lo corrigió Cooper-. Está muerta.
Howard lo contempló con repentino interés.
– ¿De verdad? Ah, bueno -murmuró sin pesar-, al final nos llega a todos.
– En el caso de ella, algo prematuramente. Fue asesinada.
Se produjo un breve silencio.
– ¿Y qué tiene que ver eso con la urbanización Cedar?
– Estamos teniendo dificultades para establecer el móvil. Una idea que ha surgido por sí sola -declaró con lentitud- es que ella planeaba continuar su fructífera aventura con ustedes vendiéndoles el resto de su jardín para que construyeran en él. Por las consultas que he hecho en el departamento de planificación, tengo entendido que siempre ha estado pendiente algún tipo de segunda fase, pero esto la habría hecho muy impopular en determinados sectores y podría haber inspirado el asesinato. -No se le había escapado el destello de interés en los agudos ojos viejos que tenía delante-. ¿Ha mantenido alguna correspondencia reciente con ella sobre el asunto, señor Howard?
– Sólo negativa.
Cooper frunció el entrecejo.
– ¿Podría explicármelo?
– Ella vino a vernos con intención de continuar adelante. Nosotros hicimos una oferta. Ella la rechazó. -Gruñó con fastidio-. Como ya le he dicho, era una maldita perra chupasangre. Quería por las tierras muchísimo más de lo que valen. El gremio de la construcción ha pasado por la peor recesión de su historia y los precios han caído en picado. No me habría importado tanto si no hubiese sido gracias a nosotros como llegó a encontrarse en posición de construir algo, para empezar. -Miró con ferocidad a Cooper, como si él fuera responsable del rechazo de Mathilda-. Fuimos nosotros quienes establecimos el maldito permiso de construcción en la periferia de su jardín hace diez años, motivo por el cual dejamos espacio de acceso en el límite sureste. La primera opción exclusiva sobre la segunda fase en caso de que decidiera continuar adelante era parte del contrato original, y tuvo la cara de rechazarnos.
– ¿Cuándo fue esto? ¿Lo recuerda?
– ¿El día que nos rechazó? La noche de Bonfire, el cinco de noviembre [5]. -Rió entre dientes-. Le dije que se metiera un petardo por el culo y me colgó el teléfono. Le advierto que había dicho muchas cosas peores la primera vez, porque no me preocupo de mi lenguaje para con nadie, y ella siempre regresaba.
– ¿La vio usted en persona?
– Hablamos por teléfono. Aunque hablaba en serio, y escribió un par de días después para confirmarlo. Dijo que no tenía ninguna prisa y que estaba dispuesta a esperar a que los precios volvieran a subir. Tengo la carta en el archivo, junto con una copia de nuestra oferta. -El destello de interés había vuelto a sus ojos-. Es posible que, si ella ha muerto, sus herederos puedan estar interesados, ¿eh? Es una oferta justa. No obtendrán nada mejor.
– El testamento está siendo impugnado -replicó Cooper con tono de disculpa-. Imagino que pasará algún tiempo antes de que quede establecida la posesión de la propiedad. ¿Podría ver la carta de ella?
– No veo por qué no. -Pulsó el botón del intercomunicador y pidió el archivo Gillespie-. ¿Y quién la ha matado?
– Todavía no se ha acusado a nadie.
– Bueno, ya se dice que las disputas de construcción sacan al exterior lo peor de la gente. Aunque es un poco extremo lo de asesinar a alguien por eso, ¿eh?
– Cualquier asesinato es extremo -dijo Cooper.
– Unas pocas casas más o menos. Difícilmente es un móvil.
– La gente teme a lo inesperado -replicó Cooper, flemático-. A veces pienso que ésa es la causa de todos los asesinatos. -Miró hacia la puerta al entrar la secretaria con una carpeta naranja-. El bote se balancea y la única solución es matar a la persona que está balanceándolo.
Howard abrió la carpeta y seleccionó una hoja de la parte superior.
– Ahí la tiene. -Se la tendió desde el otro lado de la mesa.
Cooper la examinó con cuidado. Estaba fechada el sábado 6 de noviembre, y escrita a máquina. Como decía Howard, confirmaba su negativa a proceder hasta que los precios hubiesen mejorado.
– ¿Cuándo dice que recibió esto?
– Un par de días después de la llamada telefónica.
– Eso habrá sido el sábado.
– El lunes, entonces, o quizás el martes. No trabajamos los fines de semana, al menos no en esta oficina.
– ¿Escribía siempre a máquina las cartas?
– No recuerdo que lo haya hecho nunca antes. -Retrocedió entre los papeles de la carpeta-. Siempre lo hacía con una letra manuscrita muy adornada.
Cooper pensó en la carta enviada a Ruth. Estaba escrita con una hermosa letra manuscrita.
– ¿Tiene alguna otra carta de ella? Me gustaría comparar las firmas.
Howard se humedeció un dedo con la lengua y pasó las páginas, mientras iba extrayendo varias hojas diferentes.
– ¿Cree que la escribió alguna otra persona?
– Es probable. No hay máquina de escribir en su casa, y ella murió el sábado por la noche. ¿Cuándo podría haberlo hecho? -Colocó las páginas una junto a otra sobre la mesa, y entrecerró los ojos para estudiar las firmas-. Bueno, bueno -dijo con satisfacción-, los planes mejor trazados… ha sido usted de mucha ayuda, señor Howard. ¿Puedo llevármelas?
– Quiero fotocopias para mis archivos. -Estaba consumido por la curiosidad-. Nunca se me ocurrió que no fuera auténtica. ¿Qué tiene de malo?
Cooper posó un dedo sobre la firma de la carta mecanografiada.
– Para empezar, él les ha puesto puntos a las «i» -señaló dos de las otras-, y ella no. La «M» de él es demasiado vertical y la «G» continúa hasta la «i» siguiente. -Rió entre dientes-. Los expertos van a tener un día de gloria con esto. En general es un trabajo muy chapucero.
– Un poco estúpido, ¿no?
– Arrogante, diría yo. La falsificación es un arte como cualquier otro. Hacen falta años de práctica para ser un poco bueno.
– Tengo a un equipo forense revisando un contenedor lleno de cenizas viejas de la casa de Violet -le dijo Charlie a Cooper cuando éste regresó a la comisaría-, y dicen que han encontrado los diarios, o al menos lo que queda de ellos. Hay algunos trocitos de papel pero varios trozos bastante grandes de lo que dicen que es forro de becerro. Todavía siguen buscando. Confían en que encontrarán al menos un pedazo que tenga la letra manuscrita de ella. -Se frotó las manos.
– Podrían buscar trozos de papel mecanografiado mientras están en ello, preferiblemente con el membrete de Howard & Sons -dijo Cooper al tiempo que sacaba las cartas-. El primero de noviembre le hicieron una oferta por las tierras, y desde luego no la encontramos al revisar sus papeles. Lo más probable es que Orloff se llevara todo un archivo. Howard padre tiene una pila de correspondencia relacionada con la urbanización Cedar, y en ninguna parte de la casa había una maldita cosa al respecto. De haberla habido, podríamos habernos dado cuenta un poco antes.
– No es culpa de nadie más que de ella. Supongo que aprendió a no confiar en nadie, y por eso lo hacía todo muy en secreto. Lo decía todo en la carta que le envió a Ruth: «Ha habido demasiado secretismo dentro de la familia». Si al menos le hubiera hablado de sus planes al abogado, puede que todavía estuviese viva.
– De todas maneras, nosotros no nos formulamos la pregunta adecuada, Charlie.
El inspector profirió una risa seca.
– Si la respuesta es cuarenta y dos, ¿cuál es la Pregunta Definitiva? Lee The Hitch Hiker's Guide to the Galaxy, viejo amigo. Es más difícil formular la pregunta adecuada que dar la respuesta, así que no pierdas el sueño por eso.
Cooper, que con un poco de retraso estaba intentando mejorar sus lecturas, sacó su libreta y anotó el título. Como mínimo, tenía que ser más sabrosa que Ótelo, obra con la que estaba luchando de momento. Volvió a guardarse el lápiz en el bolsillo y le contó a Charlie la conversación mantenida con el constructor.
– Pasaron seis semanas de duras negociaciones la primera vez, antes de que los dos pudieran ponerse de acuerdo en un precio. Al parecer, ella solía negociar por teléfono, y rechazó cada oferta hasta que él le presentó una que pudo aceptar. Pobre vieja -dijo con verdadero sentimiento-. Orloff tuvo que pensar que su fortuna estaba acabada cuando la oyó haciéndolo una segunda vez. Se lo puso demasiado fácil. -Dio unos golpecitos sobre la carta mecanografiada-. Lo único que tuvo que hacer fue librarse de ella y echar eso al correo al día siguiente. Howard afirma que él y sus hijos perdieron de inmediato el interés porque le había dejado claro a ella en más de una ocasión que había bajado el precio de mercado y que no se encontraba en posición de ofrecerle nada más.
Charlie recogió la carta y la examinó.
– En el escritorio del salón de Orloff había una máquina de escribir portátil -recordó-. Pidámosles a los muchachos que están allí que nos hagan una comparación rápida. Ha dedicado todos sus esfuerzos a falsificar la firma, y ha olvidado que las máquinas de escribir también tienen firma.
– No nos lo habrá puesto tan fácil.
Pero sí que lo había hecho.
– Duncan Jeremiah Orloff… formalmente acusado del asesinato de Mathilda Beryl Gillespie… el sábado seis de noviembre…
La voz del policía de guardia continuó implacable, aunque tuvo poco impacto en Cooper, que conocía la fórmula de memoria. Por el contrario, su mente se alejó hacia la anciana desangrada y la estructura de hierro oxidado que le había rodeado la cabeza. Sintió un inmenso pesar por no haberla conocido. Por muchos pecados que hubiese cometido, tenía la sensación de que habría sido un privilegio.
– … solicito que se le niegue la fianza por la grave naturaleza de los cargos que pesan sobre usted. Los magistrados ordenarán una inmediata permanencia bajo custodia…
Sólo miró a Duncan Orloff cuando el hombre se golpeó el pecho con sus manitas gordas y estalló en lágrimas. No era culpa suya, imploró, era culpa de Mathilda. Mathilda era la culpable de todo. Él era un hombre enfermo. ¿Qué haría Violet sin él?
– La parte fuerte se derrumba -masculló el policía de guardia en un susurro dirigido a Cooper, mientras escuchaba los rasposos, angustiados resuellos.
Un profundo fruncimiento arrugó el entrecejo de Cooper.
– Por el cielo, ella merecía algo mejor que usted, la verdad es que sí -le dijo a Orloff-. Tendría que haber sido un hombre valiente quien la matara, no un cobarde. ¿Quién le dio derecho de jugar a Dios con la vida de ella?
– Un hombre valiente no habría tenido que hacerlo, sargento Cooper. -Volvió unos ojos obsesionados hacia el policía-. No era valentía lo que se necesitaba para matar a Mathilda, era miedo.
– ¿Miedo por unas cuantas casas en su jardín, señor Orloff?
Duncan negó con la cabeza.
– Yo soy lo que soy… -se llevó las manos temblorosas a la cara-, y fue ella quien me hizo. He pasado mi vida de adulto evitando a la mujer con quien me casé, por las fantasías que tenía con la que no me había casado, y no se puede vivir en el infierno durante cuarenta años sin ser perjudicado por él.
– ¿Por eso volvió a Fontwell, para aliviarse de sus fantasías?
– Uno no puede controlarlas, sargento. Ellas le controlan. -Guardó silencio.
– Pero usted regresó hace cinco años, señor Orloff.
– No le pedí nada a ella, ¿sabe? Quizás unos pocos recuerdos compartidos. Incluso paz. Después de cuarenta años esperaba muy poco.
Cooper lo contempló con curiosidad.
– Dice que la mató por miedo. ¿Sobre eso fantaseaba? ¿Con tenerle tanto miedo que consiguiera llegar a matarla?
– Fantaseaba sobre hacer el amor -susurró él.
– ¿Con Mathilda?
– Por supuesto. -Se enjugó las lágrimas con las palmas de las manos-. Nunca le hice el amor a Violet. No podía.
Buen Dios, pensó Cooper, ¿es que este hombre no sentía ninguna lástima en absoluto por su pobre pequeña esposa?
– ¿No podía o no quería, señor Orloff? Hay una diferencia.
– No podía. -Las palabras fueron apenas audibles-. Mathilda hacía ciertas cosas que a Violet la ofendían… -se le quebró la voz-; resultaba más fácil para los dos si yo pagaba por lo que quería.
Cooper percibió la expresión del policía de guardia por encima de la cabeza de Orloff, y profirió una cínica carcajada.
– Así que ésta va a ser su defensa, ¿verdad? ¿Que asesinó a Mathilda Gillespie porque le hizo probar algo que sólo las prostitutas podían proporcionarle?
Un hilo de suspiro entrecortado salió por sus labios húmedos.
– Usted nunca tuvo motivos para temerle, sargento. Ella no lo poseía porque no conocía sus secretos. -Los ojos tristes se volvieron a mirarlo-. Sin duda se le habrá ocurrido que cuando compramos Wing Cottage, nuestro abogado descubrió lo relacionado con el permiso de construcción periférica para el resto de las tierras de Cedar House. Continuamos con la compra porque Mathilda concedió en agregar una cláusula al contrato, mediante la cual nos otorgaba poder de veto sobre cualquier decisión futura. -Profirió una carcajada hueca-. Me culpo a mí mismo porque yo la conocía muchísimo mejor que Violet. La cláusula valía menos que el papel en el que estaba escrita. -Comprimió brevemente los labios en un esfuerzo por controlarse-. Estaba obligada a hablarme de los tratos con Howard porque iba a necesitar mi firma para el documento final, pero cuando le dije que Violet y yo íbamos a poner objeciones al plan propuesto, que colocaba la casa más cercana a diez metros de nuestra pared trasera, se echó a reír. «No seas absurdo, Duncan. ¿Has olvidado lo mucho que sé sobre ti?»
Cuando no continuó, Cooper lo instó a hacerlo.
– ¿Iba a hacerle chantaje para que firmara?
– Por supuesto. -Se llevó las palmas húmedas a los pechos-. Me dejó solo durante un par de minutos para buscar un libro de la biblioteca, y al regresar me leyó extractos de él. -La angustia resollaba desde su garganta en rápidos jadeos-. Era uno de sus diarios… lleno de unas mentiras y obscenidades tan terribles… y no sólo sobre mí… también sobre Violet… detalles íntimos que Violet le había confiado cuando estaba achispada. «¿Quieres que fotocopie esto, Duncan, y lo reparta por el pueblo?», me preguntó. «¿Quieres que todo Fontwell sepa que Violet es todavía virgen porque las exigencias que le planteaste en la noche de bodas eran tan repugnantes que tuvo que encerrarse en el cuarto de baño?» -Su voz vaciló-. Se sentía muy divertida por todo el asunto… no podía dejar el libro una vez que había comenzado… me leyó trozos sobre los Marriott, el vicario, los pobres Spede… todos. -Volvió a guardar silencio.
– ¿Así que usted regresó a la casa más tarde y leyó lo demás? -sugirió Cooper.
Duncan se encogió de hombros.
– Estaba desesperado. Esperaba encontrar algo que pudiera usar contra ella. Dudaba de que hubiese algo de valor en los primeros, sólo porque tenía que hallar pruebas independientes con las que desafiarla, y aparte de las referencias a la drogadicción de Joanna, los robos de Ruth y su propia creencia de que Sarah Blakeney era la hija que había tenido de James Marriott, los últimos eran catálogos de sus antipatías. Eran el producto de una mente enferma, y ella los usaba, según creo, como canal para vaciar su veneno. Si no hubiera podido expresarse sobre el papel… -sacudió la cabeza-, estaba loca, ¿sabe?
– De todas formas -dijo Cooper con lentitud-, el asesinato era una solución extrema, señor Orloff. Usted podría haber usado contra ella los problemas de su hija y su nieta. Era una mujer orgullosa. Sin duda no habría querido que se hicieran públicos.
Los ojos tristes volvieron a fijarse en él.
– En ningún momento planeé asesinarla, al menos no hasta ese sábado por la mañana cuando fue a verla Jane Marriott. Tenía intención de amenazarla con contarle lo que sabía a la doctora Blakeney. Pero como ya le he dicho, fue el miedo lo que la mató. Un hombre valiente habría dicho: «Publícalo y acabemos con el asunto».
Cooper se había perdido.
– No lo entiendo.
– Ella le dijo a Jane Marriott que las cosas se pondrían peor antes de mejorar, porque sabía que James había estado leyendo sus papeles privados… nunca se le ocurrió que era yo quien lo hacía… y luego continuó diciendo que no tenía intención de guardar silencio por más tiempo. -Se retorció las manos-. Así que, por supuesto, fui a verla al minuto de marcharse Jane y le pregunté qué quería decir con que «no tenía intención de guardar silencio por más tiempo». -Su rostro estaba gris de fatiga-. Ella cogió la mordaza y me tomó el pelo con ella. «Mathilda Cavendish y Mathilda Gillespie no escribieron sus diarios por diversión, Duncan. Los escribieron para que un día pudieran vengarse. A ellos no los amordazarán. Yo me encargaré de que sea así.» -Hizo una pausa-. Estaba loca de verdad -insistió-, y ella lo sabía. Dije que llamaría a un médico para que la viera y ella se rió y me citó Macbeth. «Más necesita lo divino que lo médico.» -Alzó los brazos en un gesto de rendición-. Y yo pensé en lo mucho que todos nosotros, los que seríamos destruidos por los diarios, necesitábamos más lo divino que lo médico, y durante aquella terrible tarde tomé la decisión de hacer de… Dios.
Cooper sentía un profundo escepticismo.
– Pero tuvo que haberlo planeado antes, porque robó los somníferos con antelación.
Él suspiró.
– Eran para mí… o para Violet… o para los dos.
– ¿Y qué lo hizo cambiar de idea?
– Sargento, yo soy, como ha dicho usted, un cobarde, y me di cuenta de que no podía destruir los diarios sin destruirla también a ella. Ella era el veneno, los diarios no eran más que la manifestación externa. Al menos les he permitido a todos los otros que conserven su dignidad.
Cooper pensó en la gente que le importaba, Jack y Sarah, Jane y Paul Marriott; Ruth, por encima de todos.
– Sólo si se declara culpable, señor Orloff, ya que de otra forma todo esto saldrá a relucir en el tribunal.
– Sí. Se lo debo a Violet -dijo.
Después de todo, es fácil manipular a un hombre si lo único que quiere es algo tan poco valioso como el amor. Es fácil dar amor cuando es el cuerpo el que resulta invadido, y no la mente. Mi mente puede soportar cualquier cosa. Soy Mathilda Cavendish, ¿y qué le importa a Mathilda, cuando lo único que siente es desprecio?
Hombre, orgulloso hombre, Investido de una pequeña, breve autoridad, Por completo ignorante de aquello de lo que está más seguro, Su lustrosa esencia, como un mono hambriento, Hace unas jugarretas tan fantásticas ante los altos cielos, Como para hacer llorar a los ángeles.
Si los ángeles lloran, Mathilda no ve señal alguna de ello. No lloran por mí…