1964

Sociedades


Una sociedad en la que los hombres pueden ser viejos o jóvenes, según quieran, y pueden estar cambiando siempre la juventud por la vejez y viceversa.


Una sociedad en la que todos los hombres duermen de pie en medio de la calle y sin que les moleste nada.


Una sociedad en la que los hombres lloran una sola vez en su continuamente, todos quieren ver lo mismo; lo ven.


Una sociedad en la que los hombres lloran una sola vez en su vida. Ahorran mucho con esto y cuando ya han llorado, no tienen ilusión por nada, se quedan extenuados, se han hecho viejos.


Una sociedad en la que le pintan a cada hombre un retrato y cada hombre le reza a su propio retrato.


Una sociedad en la que los hombres, de repente, desaparecen, pero no se sabe que están muertos, no hay muerte, no hay ninguna palabra para esta idea; los hombres están contentos.


Una sociedad en la que los hombres en vez de comer se ríen.


Una sociedad en la que nunca están más de dos hombres juntos; todo lo que no sea esto es impensable e insoportable. Cuando se acerca un tercero, los dos, asqueados, se separan.


Una sociedad en la que cada uno enseña a hablar a un animal, que luego habla por él; pero el que ha enseñado al animal enmudece.


Una sociedad formada sólo por viejos que, ciegamente, engendran hombres cada vez más viejos.


Una sociedad en la que no hay excrementos; todo se disuelve en el cuerpo. Son gentes sin sentimientos de culpabilidad, devorantes y sonrientes.


Una sociedad en la que los buenos despiden mal olor y todo el mundo los rehuye. Sin embargo se les admira desde lejos.


Una sociedad en la que nadie muere solo. Mil personas se reúnen, por propia iniciativa y son ejecutadas públicamente; ésta es su fiesta.


Una sociedad en la que cada uno sólo habla abiertamente al otro sexo; los hombres a las mujeres, las mujeres a los hombres; pero no un hombre a otro hombre, una mujer a otra mujer; en todo caso, sólo a escondidas, sin que nadie les vea.


Una sociedad en la que los niños hacen de verdugos para que los mayores no se manchen las manos de sangre.


Una sociedad en la que la gente sólo respira una vez al año.


¿Y si ocurriera que todos creyeran lo falso? ¿O si ocurriera que cada uno hiciera lo contrario de aquello en que cree?

¡Míralos, los grandes fanáticos que eran capaces de creer que con esto habían contagiado a miles y miles! ¡La doctrina cristiana del amor y la inquisición! El fundador del imperio de los alemanes que debía durar mil años: las penalidades de este imperio y su descomposición. El salvador blanco de lo aztecas bajo la figura de los españoles que los aniquilan. La segregación de los judíos como pueblo elegido y el fin de esta segregación en las cámaras de gas. La fe en el progreso: la consumación de éste en la bomba atómica.

Es como si toda fe fuera su propia maldición. ¿Habría que partir de ahí para resolver el enigma de la fe?


No puede admirar lo que le inquieta. Si todo se queda en la inquietud, ¿cómo va a salvarse él en paz?


Oh, hombre bueno, ¿a quien más quieres meter en tu saco de pordiosero?


El se siente medido, pero no conoce la medida.


Parece que Algunos sólo son capaces de amar con un gran sentimiento de culpa. Su pasión se enciende al contacto con aquello de lo que se avergüenzan; para ellos esta pasión se convierte en refugio, como les ocurre a los creyentes con Dios, una vez han pecado. Para ellos su amor es una y otra vez su purificación, pero todo su ser se asusta ante la posibilidad de un estado de pureza permanente. Quieren tener miedo y sólo aman a aquel ante quien su miedo no se extingue nunca. Cuando éste ya no les reprocha nada y no les castiga por nada, cuando han llegado a ganarle y han logrado que esté satisfecho, entonces su amor se apaga y termina todo.


Imaginar a un hombre tan bueno que Dios tendría que envidiarle.


En el amor hay poquísima compasión. Es propio del amor el que lo más pequeño cuente y que nada se olvide: estas características, que sea total y que sea minucioso y preciso, constituyen el amor. Cuando uno dice: lo quiero todo, quiere decir que lo quiere todo. Tal vez en esto solo un caníbal sería consecuente. Pero el canibalismo espiritual es más complicado. Además ocurre que ahí se trata de dos caníbales que se comen a la vez el uno al otro.


Algunas cosas las dice uno simplemente para no tener que creer demasiado en ellas.


En el purgatorio los hombres hablan mucho. Se callan en el infierno.


Me busca para decirme que su maldad ha seguido despierta y piensa que diciéndome esto me divierte. Yo le busco para decirle que su maldad no me divierte; bastante tengo con defenderme de la mía.


El miserable a quien la gente admira porque no se olvida nunca de sí mismo.


El arte consiste en no engañarse sobre algunas cosas: diminutos peñascos en el mar del autoengaño. Agarrarse a ellos para no ahogarse es lo máximo que un ser humano puede hacer.


El Budismo no me satisface porque dimite de demasiadas cosas. No da ninguna contestación a la muerte; la rodea. El Cristianismo sin embargo, ha puesto a la muerte en el centro de la vida: ¿qué otra cosa es la Cruz? No hay ninguna doctrina hindú que trate realmente de la muerte porque no se ha enfrentado a ella de un modo absoluto: la falta de valor de la vida ha descargado a la muerte.

Habría que ver todavía qué tipo de fe surge en el ser humano que vea y reconozca la monstruosidad de la muerte y que le niegue todo sentido positivo. La insobornabilidad que tal visión de la muerte presupone todavía no se ha dado nunca: el hombre es demasiado débil y se rinde antes de decidirse a empezar la lucha.


Todo lo que uno ha olvidado pide socorro a gritos en el sueño.


De los muchos que le han conocido algunos darán testimonio. De entre estos testimonios, ¿habrá uno sólo reconocible?


La ilusoria reparación por los muertos: no se puede hacer nada mejor; ellos no saben nada. De este modo cada uno sigue viviendo con deudas imprevisibles, y su carga crece hasta asfixiarle. Tal vez uno se muere de la acumulación de deudas contraídas con los muertos.

No hay ninguna relación más estrecha que la que existe entre dos personas que se encuentran la una a la otra agobiados por el tormento de estas deudas. Uno puede durante un tiempo soportar las deudas del otro, descargarle, por poco tiempo sólo; pero estos breves momentos en los que uno le pasa la carga al otro pueden incluso salvarles la vida.

Lo conocí cuando atravesaba las calles con dedos hostiles y resoplaba. Era joven todavía y le parecía que no necesitaba a nadie. La aversión que sentía por los transeúntes que empezaban a ser viejos se transmitía a su manera de avanzar; andaba, por así decirlo, a patadas. Observaba a todo el mundo porque todo el mundo le desagradaba. Amigos – esto lo sabía y era su felicidad -, no tenía ninguno. Llovía sobre todos y le humillaba que los otros sintieran sobre su piel las mismas gotas que él sentía. En las esquinas de las calles tenía hambre. Escogía la víctima mejor alimentada y, en cuanto estaba seguro de su elección, despreciativamente, la dejaba marchar. Porque de una cosa no hubiera sido capaz: de ensuciarse los dedos tocando a otro hombre. De todos modos, mentalmente, se estaba limpiando siempre las manos, y para ello los transeúntes que estaban a alguna distancia le parecían las personas adecuadas. Yo le veía a distintas horas del día, no cambiaba nunca; era inaccesible a influencias y humores. Se convirtió en una especie de adorno resoplante; cuando no estaba, las calles tenían un aspecto caótico.

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